LAS
MORADAS o CASTILLO INTERIOR
INTRODUCCIÓN
El
Castillo interior es una lección magistral de la autora. Fruto maduro de su
última jornada terrena, refleja el estadio definitivo de su evolución
espiritual, y completa el mensaje de las obras anteriores, Vida y Camino. El
relato autobiográfico de Vida tiene ahora una nueva versión, más sobria y
discreta, disfrazada de anonimato e integrada por las experiencias del último
decenio. Igualmente, la pedagogía del Camino rebasa ahora los tanteos de
entreno en la vida espiritual, para bogar hacia lo hondo del misterio: la
plenitud de la vida cristiana.
A
completar la lección vendrán sucesivamente las Fundaciones y las Cartas, para
refrendar la consigna de las séptimas moradas: que la suprema vivencia mística
no saca de órbita al cristiano, sino que lo mantiene con pie en tierra, en
diálogo con los hermanos.
El
punto de partida
El
primer proyecto del Castillo empalma con la autobiografía teresiana. Vista a
distancia de doce años, la Vida resultaba incompleta. Había que reanudar el
relato y ultimarlo. O quizás rehacerlo de sana planta con enfoque teológico
nuevo.
En
posdata a una de sus cartas, escribe la Santa a su hermano Lorenzo el 17.1.77:
"Al obispo (de Avila, Don Alvaro) envié a pedir el libro (la Vida), porque
quizá se me antojará de acabarle con lo que después me ha dado el Señor, que
se podría hacer otro y grande".
El
motivo del "antojo" era doble: los últimos doce años habían
aportado un caudal de experiencias netamente superior a las historiadas en Vida.
Las ha anotado fragmentariamente en las Relaciones. Pero no se trataba sólo de
nuevos materiales de construcción. Las vivencias del último quinquenio
especialmente a partir del magisterio de fray Juan de la Cruz (1572) habían
suministrado una nueva clave de interpretación de todo el arco de su vida. Con
visión más unitaria y profunda. Con mejores posibilidades de síntesis
teológica.
De
momento, el proyecto fracasó. Don Alvaro no envió el ejemplar de Vida. Y por
remate, pocos días después el exceso de trabajo quebraba la salud de la Santa.
Fue una crisis de agotamiento, con un profundo trauma físico. Grandes dolores y
rumores de cabeza, que la dejan "escarmentada" y temerosa de
"quedar inhabilitada para todo" (1). Tiene que recurrir a los
servicios de una amanuense casera para despachar la correspondencia, por expresa
orden del médico. Así se desvanece el proyecto de refundición de la Vida.
La
orden de escribir
Medianamente
repuesta del achaque de febrero, la Santa se encuentra a fines de mayo con el
padre Gracián. Los dos conversan en el locutorio del carmelo de Toledo. El va
de prisa, de Andalucía a Madrid, convocado por el Nuncio. Ella cumple la orden
de reclusión, impuesta por el Capítulo General de la Orden. Un retazo de la
conversación nos llega directamente, de la pluma de Gracián:
"Lo
que pasa acerca del libro de las Moradas es que, siendo yo su Prelado y tratando
una vez en Toledo muchas cosas de su espíritu, ella me decía: ¡Oh qué bien
escrito está ese punto en el libro de mi Vida que está en la Inquisición!
Yo
le dixe: Pues que no lo podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare y
de otras cosas, y escriba otro libro, y diga la doctrina en común, sin que
nombre a quien le haya sucedido aquello que allí dixere.
Y
así le mandé que escribiese este libro de las Moradas, diciéndole para más
la persuadir que lo tratase también con el Doctor Velázquez, que la confesaba
algunas veces. Y se lo mandó" (2).
Años
más tarde, Gracián mismo completa el informe:
"Persuadíale
yo estando en Toledo a la madre Teresa de Jesús con mucha importunación que
escribiese el libro que después escribió que se llama de Las Moradas. Ella me
respondía la misma razón que he dicho, y la dice muchas veces en sus libros,
casi con estas palabras:
¿Para
qué quieren que escriba? Escriban los letrados, que han estudiado, que yo soy
una tonta y no sabré lo que me digo: pondré un vocablo por otro, con que haré
daño. Hartos libros hay escritos de cosas de oración; por amor de Dios, que me
dejen hilar mi rueca y seguir mi coro y oficios de religión, como las demás
hermanas, que no soy para escribir ni tengo salud y cabeza para ello, etc."
(3).
Gracián
y Velázquez vencieron la resistencia de la Madre. Lo recordará ella en el
prólogo del Castillo subrayando lo dificultoso de su "obediencia" y
repitiendo los motivos de su oposición: desde el dolor de cabeza, hasta la
total falta de inspiración literaria; con una velada alusión al libro de su
Vida, que sigue preso en la Inquisición, y a la imposibilidad de "traer a
la memoria" las muchas cosas contenidas en él, "que decían estaban
bien dichas, por si se hubieren perdido". No refundirá el relato
autobiográfico. Se atendrá a las consignas de los dos consejeros, sujetándose
en todo a su parecer, "que son personas de grandes letras". Escribirá
el nuevo libro no para sus confesores como el de la Vida, sino para las lectoras
de sus carmelos, gente sencilla y ojos benévolos que acogerán con amor
cualquier página suya.
Proyecto
modestísimo, que será desbordado desde el primer capítulo del libro.
La
tarea de escribir
Grafía
firme y redacción rápida. De la aridez del prólogo no queda rastro. La Santa
escribe con fluidez, como conversa. En folios amplios, de 210x310 mm. Ha datado
el prólogo el 3 de junio de 1577. En quince días de tarea normal, alternando
con el coro y el carteo, redacta las moradas primeras, segundas y terceras. De
pronto llega de Madrid una noticia fatal: el "nuncio santo", Nicolás
Ormaneto ha muerto (1819 de junio). Ella acusa el golpe que prevé catastrófico
para la Reforma, y prepara el viaje a su primer carmelo de San José de Avila.
Ha
escrito 26 folios (52 páginas llenas). Ha terminado el capítulo primero de las
moradas cuartas. Pero tiene que interrumpir la labor y tardará en reanudarla.
"Válgame Dios en lo que me he metido! Ya tenía olvidado lo que trataba,
porque los negocios y salud me hace dejarlo al mejor tiempo; y como tengo poca
memoria, irá todo desconcertado por no poder tornarlos a leer" (4).
Así,
entre interrupciones, viajes y sobresaltos, redactará los cinco capítulos
siguientes: 19 folios más. Sólo cuatro o cinco meses más tarde reanudará la
tarea en firme. Es ya invierno en Avila, y allí, en la gélida celdilla de San
José, escribirá de un tirón el resto del libro, a partir del capítulo cuarto
de las moradas quintas: 16 capítulos, de los 27 que cuenta la obra. Desde el
folio 46r hasta el 110r.
Siguen
todavía dos folios con el epílogo o carta de acompañamiento, colocados antes
del prólogo en el autógrafo primitivo (páginas 25) (5). Rezuman el sano humor
de la autora al terminar la tarea: las lectoras carmelitas, que no siempre
disponen de espacio suficiente dentro del monasterio, "sin licencia de la
priora podéis entraros y pasearos por él (por este castillo) a cualquier
hora".
Para
dar forma de libro a esos 113 folios, faltan sólo dos operaciones:
estructurarlos internamente en moradas y capítulos, y darles un título. La
Santa relee en diagonal los cuadernillos, y busca un hueco entre líneas para
intercalar la indicación "moradas primeras", "capítulo" o
similares (6). No ha quedado espacio para el epígrafe de cada capítulo, y por
lo tanto lo extenderá en folio aparte, hoy perdido. Utilizará el vuelto de la
primera hoja en blanco, para titular la obra: "Este tratado, llamado
Castillo interior, escribió Teresa de Jesús, monja de nuestra Señora del
Carmen, a sus hermanas e hijas las monjas carmelitas descalzas". En el
margen superior de cada página ha ido anotando el título corriente, como en
los libros de molde: en la página de la izquierda "mdas" (moradas), y
en la de la derecha el número correspondiente "primeras",
"segundas", etc.
A
medida que la Autora redacta los cuadernillo, los va pasando a una amanuense que
los transcribe: es la primera copia del Castillo, antes que intervengan las
manipulaciones de los censores.
La
censura y otros avatares del autógrafo
Falta
al manuscrito el espaldarazo de los teólogos. Indispensable para poder
presentarse en sociedad y pasar a mano de las lectoras. Se prestan a ejecutar la
operación dos amigos de la Santa: el carmelita Gracián, y Diego de Yanguas
dominico. Improvisan un tribunal casero en el carmelo de Segovia. Gracián está
interesado en prevenir percances y acusaciones al libro. Yanguas es profesor de
teología en la ciudad, y para esas fechas ya ha intervenido en la quema del
autógrafo de los Conceptos. Entre los dos se reparten los papeles de juez,
fiscal y defensor. Cuenta Gracián:
"Después
leímos este libro en su presencia el padre fray Diego de Yanguas y yo,
arguyéndole yo muchas cosas de él, diciendo ser malsonantes, y el padre fray
Diego respondiéndome a ellas, y ella diciendo que las quitásemos; y así
quitamos algunas, no porque fuese mala doctrina sino alta y dificultosa de
entender para muchos; porque con el celo que yo la quería, procuraba que no
hubiese cosa en sus escritos en que nadie tropezase" (7).
Es
cierto que Gracián tachó y enmendó siempre con suma delicadeza, dejando
legible el original de la Santa. Pero tachó demasiado, y sus enmiendas pecaron
por carta de más: puras quisquillas de teólogo o de humanista. Cuando unos
años después cae el autógrafo en manos del primer biógrafo de la Santa, el
jesuita Francisco de Ribera, los retoques provocan protestas en cadena: Ribera
encuentra que siempre estaba mejor el texto de la Santa que el del censor, y por
fin se decide a escribir de propia mano una "contracensura":
"...me pareció avisar a quien lo leyere, que lea como escribió la Santa
Madre, que lo entendía y decía mejor, y deje todo lo añadido, y lo borrado de
la letra de la Santa délo por no borrado..." (8). Afortunadamente, tampoco
fray Luis de León dio paso en la edición príncipe a las enmiendas de Gracián.
En
cambio, las últimas páginas del autógrafo acogerán la aprobación
incondicional de otro censor, hombre de Inquisición, que años atrás afrontó
con severidad el caso de la Madre Teresa. Es el jesuita Rodrigo Alvarez. Ha
intervenido en el amago de proceso inquisitorial contra la Santa, en Sevilla,
por los años 15751576. Ahora es ya entrañable admirador de la Madre y tiene
deseos de leer su último escrito, enviado a Sevilla para que la sagacísima
madre María de San José esquive los peligros de secuestro. En data 8.11.1581
escribe la Santa a la depositaria del tesoro:
"...Ahora
recibí otra (carta)... de mi padre Rodrigo Alvarez, que en forma le tengo gran
obligación por lo bien que lo ha hecho en esa casa, y quisiera responder a su
carta y no sé... Nuestro padre (Gracián) me dijo había dejado allá un libro
de mi letra (que a osadas que no está vuestra reverencia por leerlo); cuando
vaya allá, debajo de confesión que así lo pide él con harto comedimento,
para sola vuestra reverencia y él léale la postrera "morada", y
dígale que en aquel punto llegó a aquella persona y con aquella paz que ahí
va, y así se va con vida harto descansada, y que grandes letrados dicen que va
bien. Si no fuere leído ahí, en ninguna manera lo dé allá, que podría
suceder algo. Hasta que me escriba lo que le parece en esto, no le
responderé".
Tres
meses más tarde 22.2.1582, María de San José cumple escrupulosamente su
cometido. Y el padre Rodrigo Alvarez, luego de escuchar la lectura de los cuatro
capítulos de las moradas VII, se hace pasar el autógrafo y escribe, a
continuación de la última morada, una página memorable:
"La
madre priora de este convento de Sevilla me leyó esta séptima morada o
habitación donde llega un espíritu en esta vida: alaben todos los santos a la
bondad infinita de Dios que tanto se comunica aquellas criaturas que de veras
buscan su mayor gloria y la salvación de sus prójimos. Lo que siento y juzgo
de ello es que todo esto que me leyó son verdades católicas según las divinas
letras y doctrinas de los santos. Quien fuere leído en la doctrina de los
santos, como es el libro de santa Jertrudis, y en las obras de santa Catirina de
Sena, y santa Bríxida y otros santos y libros espirituales, entenderá
claramente ser este espíritu de la madre Teresa de Jesús muy verdadero, pues
que pasan en él los mismos efectos que pasaron en los santos. Y porque es
verdad que esto así siento y entiendo, lo firmo de mi nombre hoy, 22 de febrero
de 1582. El P. Rodrigo Alvarez".
La
aprobación del padre Rodrigo es la primera reacción de la teología
tradicional a la nueva interpretación del misterio de la vida cristiana
propuesta por el Castillo de la Madre Teresa. Sobrevendrán pronto en ese mismo
decenio los primeros ataques violentos: reacción de una teología rutinaria,
enquistada en prejuicios antialumbrados, que afortunadamente llegó ya tarde,
cuando el libro había sido puesto definitivamente en salvo por las primeras
ediciones de Fray Luis de León (Salamanca 1588. Barcelona 1588).
El
tema de la obra
El
padre Gracián, que decidió la composición del Castillo, está seguro de haber
sugerido a la autora la línea temática. Cuando ella se resiste a empuñar la
pluma alegando sus obligaciones de coro e hilado, y sus dolores de cabeza,
Gracián le arguye:
"Convencíla
con el ejemplo de que algunas personas suelen sanar de enfermedades más
fácilmente con las recetas sabidas por experiencia que con la medicina de
Galeno, Hipócrates y de otros libros de mucha doctrina. Y que de la misma
manera puede acaecer en almas que siguen oración y espíritu, que más
fácilmente se aprovechan de libros espirituales escritos de lo que se sabe por
experiencia, que no de lo que han leído y estudiado en doctores... Porque como
estas cosas del espíritu sean prácticas y que se ponen por obra, mejor las
declara quien tiene experiencia que no quien tiene solo ciencia, aunque hable en
propios términos" (9).
Es
cierto: la Santa se rinde a la insistencia de Gracián aceptando su humilde
papel de escritora "curandera" de la vida espiritual. Lo confiesa en
el prólogo: se propone escribir de cosas prácticas, declarar "algunas
dudas de oración", ir hablando con "estas monjas de estos
monasterios" carmelitas, "que mejor se entienden el lenguaje una
mujeres que otras" y "eal amor que me tienen" hará más fácil
la mutua inteligencia.
Pero
ese proyecto deslabazado del prólogo contrasta con las páginas que siguen.
Desde la primera, quedará focalizado el tema de la vida espiritual en términos
originales: misterio del hombre con un alma capaz de Dios, y misterio de la
comunicación con la divinidad que habita en él. Surgirá enseguida el proyecto
de desembarazarse rápidamente de los temas introductorios primeros pasos de la
vida espiritual, para afrontar de lleno el tema difícil, ése de que tan poco
se habla en los libros espirituales: últimas fases de la vida cristiana y pleno
desarrollo de la santidad (1,2,7).
De
hecho, la Autora despacha en solos cinco capítulos iniciales todo el tema
ascético que había llenado casi íntegramente el Camino de perfección, y
reserva el resto de la obra 22 capítulos para la jornada fuerte: entrada en la
tierra santa de la vida mística (moradas IV), unión y santificación inicial
(V), el crisol del amor (VI), consumación en la experiencia de los misterios
cristológicos y trinitario (VII).
En
la apariencia, el trazado del libro se improvisa sobre la marcha. La escritora
no se ha concedido una pausa previa para la gestación interior del tema y la
esquematización de su exposición. Pero en realidad la nueva síntesis
cosechaba en plena granazón la siembra de varios años. Sobre todo, las
experiencias del último quinquenio, a partir de su trato espiritual con fray
Juan de la Cruz, le han dado una nueva visión del horizonte espiritual. No
sólo ha entrado ella misma en la fase final (VII moradas) desde la gracia
decisiva de la comunión en la "octava de san Martín" (10), sino que
las últimas gracias la han afianzado en un doble plano de experiencia interior:
el uno, antropológico, misterio del alma con los cambiantes extremos de gracia
y de pecado; y el otro, trinitario: experiencia de la inhabitación y de las
palabras evangélicas que la prometen a quien ama y guarda los mandamientos.
A
coronar ambos ciclos de experiencia ha sobrevenido una gracia misteriosa,
cifrada en la consigna del "búscate en mí": invitación a rebasar el
movimiento de interiorización (búsqueda de Dios dentro de Sí, a la manera
agustiniana), con una ulterior inmersión en el misterio trascendente de Dios.
Es la gracia que, a principios de este mismo año, motiva el Vejamen en que
tercia fray Juan de la Cruz, y la misma que inspira el poema teresiano
"Alma, buscarte han en Mí / y a Mí buscarme has en ti".
Ha
sido esa serie de experiencias la que ha puesto en marcha la gestación interior
del libro. De ellas surte ahora el fogonazo que inspira una interpretación
original del misterio de la vida cristiana:
una
base antropológica: afirmación del hombre y su dignidad; su interioridad
espaciosa; dentro, el alma capaz de Dios; y en lo más hondo del alma, el
espíritu, sede del Espíritu y de la Trinidad (moradas primeras).
una
fase central cristológica: plenitud del misterio de muerte y resurrección,
para actuar en el cristiano la inserción y transformación en Cristo (moradas
quintas).
y
un punto de arribo trinitario: "divinización"; honda experiencia de
Dios y de su presencia, para elevar al sumo potencial la acción del hombre a
favor de los otros y de la Iglesia (séptimas moradas).
Poco
a poco, la Autora ha ido entrando en alta mar: hondura de la vida mística. A
cada nuevo paso, la sobrecoge un escalofrío de estupor: "Para comenzar a
hablar de las cuartas moradas, bien he menester lo que he hecho, que es
encomendarme al Espíritu Santo y suplicarle de aquí adelante hable por
mí..." (IV, 1,1). Nueva zozobra al iniciar las moradas quintas: "Creo
fuera mejor no decir nada de las (moradas) que faltan...; no se ha de saber
decir...; enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda..." (V,
1,1). Y antes de comenzar las sextas: "Si Su Majestad y el Espíritu Santo
no menea la pluma, bien sé que será imposible... que acierte yo a declarar
algo..." (V, 4,11). Por fin un estremecimiento al comenzar las séptimas:
"¡Oh gran Dios!, parece que tiembla una criatura tan miserable como yo en
tratar cosa tan ajena de lo que merezco entender... Será mejor acabar con pocas
palabras esta morada...; háceme grandísima vergüenza...; es terrible
cosa" (VII, 1,2).
De
hecho sucumbirá a esta última tentación: "con pocas palabras"
quedará perfilada esa jornada final, precisamente la más rica de todo el
proceso.
Trazado
de la obra
En
el Castillo la Autora se mantiene fiel a sí misma y a las constantes de su
magisterio. No hace teología desde teorías propias o ajenas, o desde un
sistema. Parte siempre del dato empírico. Su fuente es la experiencia, en
cuanto la vida de la gracia es una teofanía del plan salvífico de Dios. Ella
posee un modo peculiar de empalmar con el dato bíblico a través de textos
incorporados a su experiencia y gracias a la sintonía con los grandes tipos
bíblicos. Y por fin, es maestra en el arte de las comparaciones y en la
elaboración de los símbolos.
Los
tres recursos han servido para organizar y estructurar el Castillo: un sustrato
de material autobiográfico; una serie de referencias escriturísticas; y un
entramado de símbolos.
a)
El soporte autobiográfico. El libro mantiene el proyecto inicial de rehacer y
completar la Vida (11). Pero ha cambiado el método. Aquí ya no se hace una
narración autobiográfica, para luego ofrecer al lector su profundo sentido
teológico. Ese había sido, a grandes trazos, el ensamblaje de
"relatos" y "tesis" en Vida. En el Castillo se invierten los
dos planos, autobiográfico y doctrinal, y se logra fundirlos. Ante todo, se da
una lección de vida espiritual. Latente, bajo ella, hay un encasillado de
vivencias personales que sirven de soporte. El libro entero codifica, a nivel de
teología espiritual, la historia de la propia vida.
A
grandes trazos, es fácil entrever las tres fases de lucha ascética
autobiográfica, a que aluden las tres moradas primeras; y con mucha más
exactitud, las tres jornadas místicas de la Santa, que respaldan las tres
moradas últimas. Es menos discernible el periodo oscilante de transición a que
corresponden las moradas centrales: las cuartas.
Igualmente,
es fácil identificar en cada morada una o varias vivencias fuertes, que han
servido a la Autora para periodizar la correspondiente "etapa" de la
vida espiritual. Un estudio comprensivo de la síntesis del Castillo importaría
un regreso a los "lugares paralelos" de los restantes escritos de la
Santa, en que se halla disperso el material autobiográfico que aquí va siendo
codificado morada tras morada. Los materiales más abundantes se hallan en las
páginas de Vida y Relaciones.
b)
La inspiración bíblica. También aquí la Santa es fiel a su vocación
mística.
No
hace exégesis ni exhibe una erudición bíblica que no posee. Su regreso
frecuente y certero al dato bíblico se hace generalmente siguiendo un proceso
de evocación. Hay textos sagrados que han pasado a la sustancia de su saber:
hasta convertirse en firmes pilares de su vida espiritual. Generalmente los ha
incorporado en un momento crucial de su drama interior; no a través del tamiz
del estudio, sino de la experiencia. Ahora, ante el tema correspondiente esos
textos emergen y fundan toda una lección. Cada morada está centrada en una o
varias de esas unidades bíblicas.
No
menos importante es otro género de empalmes escriturísticos: el tipológico.
La Santa ha incorporado a su mundo interior una serie de figuras bíblicas. En
ellas ve cristalizadas o personificadas, determinadas situaciones del proceso
espiritual. La conversión, en Pablo y la Magdalena; el riesgo permanente, en
David, Salomón, Judas; la lucha, en los soldados de Gedeón; los comienzos, en
el hijo pródigo; la llegada al umbral de la mística, en los jornaleros de la
parábola; el misterio de la vida mística, en la esposa de los Cantares... Las
figuras jalonan el proceso, pero sin forcejeos por lograr la adaptación, y sin
hinchazón alguna. Es la fase misma del proceso espiritual, tal cual se va
perfilando en cada morada, la que entra en sintonía con el motivo tipológico
de la Biblia, logrando introducirlo en la exposición sin estridencias ni
manipulaciones.
Todo
ello da al Castillo calado bíblico de gran hondura y originalidad.
c)
Los símbolos. Es el recurso literario y doctrinal mejor manejado por la Santa.
Ella no llega a elaborarlos tan refinados y profundos como su
"Senequita" fray Juan de la Cruz. Pero en su pluma, lo que pierden en
finura y densidad lo ganan en sobriedad, transparencia y eficacia pedagógica.
En
el libro se destacan cuatro símbolos mayores: el castillo, las dos fuentes, el
gusano de seda y el símbolo nupcial. Podríamos calificarlos en este mismo
orden: un símbolo antropológico, el castillo; un símbolo tomado de la
naturaleza, el de las fuentes; de matiz biológico, el del gusano de seda:
sociológico, el símbolo nupcial. Ningún símbolo de envergadura cósmica,
como los de san Juan de la Cruz. Pero en las cuatro creaciones teresianas, más
que el trazado y el calado, interesa la función de servicio doctrinal. Baste
indicarla:
Hay
un símbolo base, el castillo (castillo guerrero, o joyel de orfebrería); sirve
para plantear la obra; sobre él reposa la versión que la Autora da del
misterio de la vida espiritual. Misterio profundamente humano, con extraña
correspondencia en el trazado ontológico del alma. Las siete moradas son siete
fases del proceso espiritual; pero a la vez corresponden a siete estratos del
espíritu. Grado de gracia, y nivel de vida se reclaman. La morada primera
presenta una vida espiritual estrechamente ligada al cuerpo y a la sensibilidad.
La morada última la describe unificada y en estrecha conjunción con el centro
del alma, abertura del espíritu a lo trascendente.
Siguen
los otros tres símbolos, con función complementaria. Los introduce la autora
para poner a foco un momento crucial del proceso: o el paso a la vida mística
(fuentes), o el comienzo de la unión mística (gusano de seda), o la santidad
final (símbolo nupcial). El primero de los tres centra el tema de las moradas
cuartas y señala la división de vertientes entre lo "natural y lo
sobrenatural". Son dos fuentes: una lejana, con el manantial en lo exterior
del castillo, la otra dentro, casi entreverada en los pliegues ontológicos de
lo humano. El brote de la segunda va a simbolizar el flujo de la gracia
mística. Una gracia no condicionada ya por el esfuerzo humano, pero que brota
de lo hondo del hombre y lo dilata, lo libera y lo introduce en otra forma de
vida: aquí la vida es don y gracia, mucho más que esfuerzo y lucha... como era
en las jornadas pasadas, las de la primera fuente.
El
gusano de seda es el símbolo más delicado y cuidado. Se lo introduce en las
moradas quintas (c. 2, 2) para central el punto focal: la transformación en
Cristo como término del proceso de muerteresurrección del cristiano. Las
cuatro fases de la metamorfosis del gusano calcan las cuatro jornadas centrales
del castillo: el gusano "grande y feo", que se nutre y se arrastra a
ras de tierra, señala los humildes comienzos que van hasta las moradas
terceras; la reclusión del gusano en el capullo, "con las boquillas van de
sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se
encierran" indica el paso a la vida mística, moradas cuartas; muerte (?)
de la crisálida y nacimiento de la mariposa dentro del capullo: unión a Cristo
y vida nueva, estado de las moradas quintas; vuelo libre y vida nueva de la
mariposa: etapas finales, moradas VIVII.
En
las moradas finales se entrecruzan el símbolo nupcial y la figura tipológica
de la Esposa de los Cantares. Ambos marcan el ritmo del proceso en las tres
jornadas postreras, pero apuntan sobre todo al tema culminante de las moradas
séptimas. El símbolo queda perfilado ya en las quintas. Observa la Santa:
"Ya habréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas
espiritualmente... Aunque sea grosera comparación, yo no hallo otra que más
pueda dar a entender lo que pretendo que el sacramento del matrimonio" (V,
4,3). Se toma por tanto la más fuerte expresión de comunicación, como
símbolo de la unión interpersonal humanodivina. Realismo y trascendencia se
funden. La Santa desdobla el símbolo en una versión bivalente. Ya lo había
hecho así con el símbolo del castillo: por un lado, bastión guerrero al
natural; por otro, castillo de orfebrería a base de cristal y diamente. Aquí
se evoca el símbolo bíblico de los Cantares, y a la vez se lo articula según
el ritual sociológico de la nobleza castellana, en tres tiempos: vistas,
desposorio, matrimonio; o sea, presentación y mutuo conocimiento de los
esposos, casamiento y mutua entrega. Corresponden a la temática de las moradas
quintas, sextas y séptimas; en un crescendo de fe: experiencia de Dios y
penetración en el misterio de Cristo (moradas V); de esperanza y amor: tensión
extática y purificaciones profundas (moradas VI); y arribo a la experiencia
estable del misterio trinitario (inhabitación) a través del misterio de la
Humanidad de Cristo, con nuevo empeño y fecundidad en la acción a favor de la
Iglesia (moradas VII).
El
proceso: siete jornadas de la vida espiritual
El
castillo tiene trazado lineal. Estructura y proceso dinámico coinciden. A
grandes trazos, se corresponden los elementos estéticoespaciales (foso, puerta,
moradas, hondón, centro...) y los funcionalesvitales: penetración, lucha,
interiorización, unión, trascendencia. La Autora ha valorizado
intencionadamente el contenido mistérico de la vida cristiana: alma, gracia,
Cristo, inhabitación, pecado. Pero sin descuidar el lado práctico. Se ha
fijado una doble mira: comunicar su experiencia cristiana, provocándola en el
lector, haciéndole hambrearla, dándole cita en la altura final de la unión
con Dios; y, en segundo lugar, empeñándolo en un programa concreto: luchar,
conocerse a fondo, no perder de vista la exigencia del amor amar a los otros,
mantenerse sensible al riesgo, programar y esperar. Son las dos flexiones del
magisterio teresiano: mistagógica la primera, pedagógica la segunda.
El
proceso descrito en el castillo sigue dos líneas: interiorización (línea
antropológica) y unión, acercamiento a la persona divina (línea teologal
cristológica). Las desarrolla sobre presupuestos sencillos: un punto de
partida: presencia de Dios en el hombre; un punto de arribo: unión con Dios,
quintaesencia de la santidad; y un camino a recorrer: oración como actuación
de la vida teologal, nervio de la vida cristiana. No hay oración sin coherencia
con la vida concreta, y ésta tiene su tabla de valores en el amor a los otros.
No está el juego en pensar mucho, sino en amar mucho; pero amor es
determinación y obras, más que sentimiento y emoción.
Materialmente
el proceso de vida espiritual descrito en el libro se divide en dos tiempos, que
en nuestro vocabulario teológico podrían definirse: ascético el primero,
místico el segundo. La lucha ascética, en que es protagonista el hombre, se
extiende a lo largo de las moradas IIIIII; la vida mística, protagonizada por
el actor divino, predomina en las moradas VVIVII. Entre ambos grupos, las
moradas cuartas hacen de anillo de enlace: jornada en la que se imbrican
"lo natural y lo sobrenatural", que en el léxico de la Santa
equivalen a "ascético y místico" (IV, 3,14).
Un
sumarísimo pergeño de las siete moradas del proceso podría trazarse a base
del dato central de cada una, aunque sea con grave riesgo de ofrecer una visión
empobrecedora o quizás una caricatura del panorama teresiano.
Primeras
moradas: "entrar en el castillo": convertirse, iniciar el trato con
Dios (oración), conocerse a sí mismo y recuperar la sensibilidad espiritual.
Segundas
moradas: "luchar"; acecha todavía el pecado; persisten los dinamismos
desordenados; necesidad de afianzarse en una opción radical; progresiva
sensibilidad en la escucha de la palabra de Dios (oración meditativa).
Terceras
moradas: la prueba del amor. Logro de un programa de vida espiritual y de
oración; estabilidad en él; brotes de celo apostólico; pero sobrevienen la
aridez y la impotencia como estados de prueba. "Pruébanos tú, Señor, que
sabes las verdades".
Cuartas
moradas: brota la fuente interior, paso a la experiencia mística; pero a
sorbos, intermitentemente: momentos de lucidez infusa (recogimiento de la
mente), y de amor místicopasivo (quietud de la voluntad).
Quintas
moradas: muere el gusano de seda; el alma renace en Cristo: "llevóme el
Rey a la bodega del vino" (V, 1,12); "nuestra vida es Cristo" (V,
2,4). Estado de unión, bien sea "mística" desde lo hondo de la
esencia, bien sea "no regalada", por conformidad de voluntades, y
manifestada especialmente en el amor del prójimo (c. 3).
Sextas
moradas: el crisol del amor. Periodo extático y tensión escatológica. Nuevo
modo de "sentir los pecados". Cristo presente "por una manera
admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía (del
alma)" (VI, 7,9). Desposorio místico. El alma queda sellada.
Séptimas
moradas: Matrimonio místico. Dos gracias de ingreso en el estado final: una
cristológica, otra trinitaria. "Aquí se le comunican (al alma) todas tres
personas (divinas)... Nunca más se fueron de con ella, sino que notoriamente
ve... que están en lo interior de su alma, en lo muy interior, en una cosa muy
honda, que no sabe decir cómo es..." (VI, 1, 67). Plena inserción en la
acción: "que nazcan siempre obras, obras" (VII, 4,6). Como Elías,
"hambre... de la honra de Dios"; "hambre... de allegar
almas" como santo Domingo y san Francisco (VII, 4,11). Plena configuración
a Cristo crucificado (VII, 4, 45).
Cristo
ha sido el punto de mira a lo largo de todo el proceso. Desde las primeras
moradas: "Pongamos los ojos en Cristo nuestro bien (cf. Hbr. 12, 9), y
allí aprenderemos la verdadera humildad" (I, 1,11). Hasta la última
página de las séptimas: "¡Los ojos en Cristo crucificado!" (VII,
4,8).
NOTAS:
INTRODUCCIÓN A LAS MORADAS
1
Carta S. 168, 2 y 7.
2
Notas de Gracián: en ANTONIO DE SAN JOAQUIN, Año Teresiano, t. VII (1758), p.
149.
3
JERONIMO GRACIAN, Dilucidario del verdadero espíritu, I, 5: BMC, t. 15 (Burgos
1932), p. 16.
4
M. V, 2, 1.
5
Comienza en el prólogo la foliación autógrafa de la Santa, que dejó sin
numerar las dos hojas del epílogo y la del frontispicio.
6
Empieza equivocándose: "capítulo II", en lugar de capítulo I.
Quizás cuenta el "prólogo" como capítulo primero de la obra, y
antepone el actual "epílogo" como página introductoria. - A la vez
que fracciona el texto y titula los capítulos, va acotando los márgenes con
breves anotaciones: "Entiéndese del auxilio particular" (3, 1,2),
tristes "como el mancebo del evangelio" (3, 1,7), "o
imaginación, por que mejor se entienda" (4, 1,8), ...fructifica
"haciendo bien a sí y a otras almas" (5, 4,2), "hase de
entender: con la disposición y medios que esta alma habrá tenido, como la
Iglesia lo enseña" (6, 4,3), "mas por junto acuérdase que lo
vio" (6, 4,8), "también dice el Señor que es luz" (6, 7,6),
...San Agustín en sus Meditaciones " o confesiones" (6, 7,9),
"digo 'más y más' cuanto a las penas accidentales" (6, 11,7),
"esto es lo ordinario" (7, 2,10), "el 'quitar' se llama aquí
cuanto a perder los sentidos" (7, 3,12). - En una ocasión hará una
llamada marginal para añadir un suplemento de explicación: "Cuando dice
aquí 'os pide' léase luego este papel". El entrefilete se ha perdido,
pero los amanuenses nos han trasmitido su contenido.
Por
fin, algo anómalo ocurrió al comienzo de las moradas séptimas, exactamente en
el paso del capítulo primero al segundo. La Autora hubo de arrancar el folio 97
(=lxlvii, paginado posteriormente con los nn. 198-199), y redactarlo de nuevo.
El hecho resulta claro de una serie de indicios anómalos: único folio con
filigrana diversa del resto del manuscrito, sin número de foliación autógrafa
de la Santa, también sin epígrafe en el margen superior ("moradas" /
"séptimas"), anomalías en el incipit y explicit del folio (incipit
c. 1, n. 9: "es de preguntar" repetido; explicit c. 2, n. 1: "era
tiempo de que sus", concluido a media línea para empalmar con el folio
siguiente).
7
Notas de Gracián: en ANTONIO DE SAN JOAQUIN, Año Teresiano, t. VII, (1758), p.
150.
8
Anotación de Ribera en la primera página del autógrafo, bajo el título.
Véase el texto íntegro en la página 787 de nuestra edición.
9
JERONIMO GRACIAN, Dilucidario del verdadero espíritu, 1, 5; BMC, t. 15 (Burgos
1932), p. 16-17.
10
Rel. 35: 18 de noviembre de 1572.
11
Cf. el prólogo, n. 2.
CASTILLO
INTERIOR
Este
tratado, llamado Castillo interior escribió Teresa de Jesús,
1.
Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se me han hecho tan dificultosas
como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece me da el
Señor espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses
ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aun los negocios forzosos escribo con
pena (2). Mas, entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas
que parecen imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de buena gana,
aunque el natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor
tanta virtud que el pelear con la enfermedad continua y con ocupaciones de
muchas maneras se pueda hacer sin gran contradicción suya. Hágalo el que ha
hecho otras cosas más dificultosas por hacerme merced, en cuya misericordia
confío.
2.
Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me
han mandado escribir, antes temo que han de ser casi todas las mismas; porque
así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les
muestran u oyen, y esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra. Si el
Señor quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo dará o será servido traerme a
la memoria lo que otras veces he dicho, que aun con esto me contentaría, por
tenerla tan mala que me holgaría de atinar a algunas cosas que decían estaban
bien dichas, por si se hubieren perdido. Si tampoco me diere el Señor esto, con
cansarme y acrecentar el mal de cabeza por obediencia, quedaré con ganancia,
aunque de lo que dijere no se saque ningún provecho (3).
3.
Y así, comienzo a cumplirla hoy, día de la Santísima Trinidad, año de 1577
(4) en este monasterio de San José del Carmen en Toledo adonde al presente
estoy, sujetándome en todo lo que dijere al parecer de quien me lo manda
escribir, que son personas de grandes letras (5). Si alguna cosa dijere que no
vaya conforme a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, será por
ignorancia y no por malicia (6). Esto se puede tener por cierto, y que siempre
estoy y estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado a ella (7). Sea por
siempre bendito, amén, y glorificado.
4.
Díjome quien me mandó escribir (8) que como estas monjas de estos monasterios
de nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de
oración las declare, y que le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas
mujeres de otras, y con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo
les dijese, tiene entendido por esta causa será de alguna importancia, si se
acierta a decir alguna cosa; y por esto iré hablando con ellas en lo que
escribiré, y porque parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras
personas. Harta merced me hará nuestro Señor, si alguna de ellas se
aprovechare para alabarle algún poquito más: bien sabe Su Majestad que yo no
pretendo otra cosa; y está muy claro que, cuando algo se atinare a decir,
entenderán no es mío, pues no hay causa para ello, si no fuere tener tan poco
entendimiento como yo habilidad para cosas semejantes, si el Señor por su
misericordia no la da.
NOTAS:
PRÓLOGO
1
A continuación de este título y dedicatoria de la Santa, escribió esta
interesante anotación el P. F. RIBERA: "En este libro está muchas veces
borrado lo que escribió la Santa Madre, , y añadidas otras palabras, o puestas
glosas a la margen. Y ordinariamente está mal borrado, y estaba mejor primero
cmo se escribió, y veráse en que a la sentencia viene mejor, y la Santa Madre
lo viene después a declarar, y lo que se enmienda muchas veces no viene bien
con lo que se dice después, y así se pudieran muy bien excusar las enmiendas y
las glosas. Y porque lo he leido y mirado todo con algún cuidado, me pareció
avisar a quien lo leyere que lea como escribió la Santa Madre que lo entendía
y decía mejor, y deje todo lo añadido, y lo borrado de la letra de la Santa
delo por no borrado si no fuere cuando estuviere enmendado o borrado de su misma
mano, que es pocas veces. Y ruego por caridad, a quien leyere este libro que
reverencie las palabras y letras hechas por aquella tan santa mano y procure
entenderlo bien, y verá que no hay que enmendar, y aunque no lo entienda, cre
que quien lo escribió lo sabía mejor, y que no se pueden corregir bien las
palabras si no es llegando a alcanzar enteramente el sentido de ellas, porque,
si no se alcanza, lo que está muy propiamente dicho parecerá impropio, y de
esa manera se vienen a estragar y echar a perder los libros".
2
Comienza con una doble alusión: se refiere primero a la orden recibida de
Gracián y del Dr. Velázquez, que le "han mandado" escribir este
libro. Y luego, a sus achaques de salud, desde el pasado mes de febrero. Cf.
Carta del 10.2.1577 a su hermano Lorenzo.
3
Se refiere a los dos libros escritos anteriormente, Vida y Camino, especialmente
el primero, que ha sido secuestrado y retenido por la Inquisición desde 1575,
hace ya dos años.
4
La fiesta de la SS. Trinidad, cuya liturgia inspira a la escritora, fue el 2 de
junio de 1577. Sobre las interrupciones de la redacción, cf. Moradas 5, 4, 1.
Concluirá el libro el 29 de nov. de 1577 (cf. epílogo, 5).
5
Los aludidos son Jerónimo Gracián y el Dr. Alonso Velázquez, su confesor y
futuro obispo de Osma y arzobispo de Santiago de Compostela. - Los dos son
personas de grandes letras: de grandes conocimientos.
6
Las palabras: santa católica romana fueron añadidas entre líneas por la
propia Santa, como hará de nuevo en el epílogo de la obra.
7
Parecida "protestación de ortodoxia y catolicidad" puede verse en la
primera página del Camino de Perfección. Y en el prólogo de las Fundaciones,
n. 6.
8 Fue Gracián quien le hizo la sugerencia que sigue.