La Unción, sacramento del encuentro en la fe con el Señor resucitado, Médico y Paciente
«LA IGLESIA unge a los enfermos y ora encomendándoles al Señor
doliente y glorioso para que les alivie y les salve, exhortándoles
también a que, asociándose libremente a la pasión y muerte de
Cristo, colaboren al bien del Pueblo de Dios» (RU 5). «La Unción es
sacramento de vida, expresión de la acción liberadora de Cristo que
invita y al mismo tiempo ayuda al enfermo a participar en ella» (RU
66).
«En la Santa Unción, que va unida a la oración de la fe, se expresa
ante todo la fe que hay que hacer suscitar tanto en el que
administra como, de manera especial, en el que recibe el
sacramento; pues lo que salvará al enfermo es su fe y la de la
Iglesia que mira la muerte y resurrección de Cristo de donde brota
la eficacia del sacramento» (Sant 5,15) (RU 7).
3.1 La Unción, sacramento del encuentro
con el Señor resucitado, Médico y Paciente
LA UNCIÓN, como el resto de los sacramentos, es un encuentro
privilegiado del creyente con el Señor resucitado, con el Cristo
Médico y Paciente que aparece en los Evangelios.
Jesús se nos muestra en los Evangelios —como dice el documento de la
CEP, La asistencia religiosa en el hospital— como un hombre que ama
intensamente la vida, con una profunda alegría interior... Jesús no ama el
sufrimiento ni lo busca, pero sabe aceptarlo, cuando lo encuentra en su
propia vida, y lo asume activamente como la ocasión más realista de
mostrar su amor y confianza total en el Padre y su solidaridad y amor
incondicional a los hombres. La experiencia del sufrimiento no le endurece
ni le encierra en sí mismo, antes bien le hace sensible al dolor ajeno y
capaz de «auxiliar a los que se ven probados» y de identificarse con todos
los que sufren (ARH 27).
Jesús está cerca de los enfermos..., busca el encuentro personal con
ellos. Les acoge, escucha, comprende, interpreta sus deseos, les infunde
fe, aliento y esperanza. Les ayuda a descubrir que no están solos y
abandonados de Dios, Ies ayuda a creer de nuevo en la vida, la salud, el
perdón y la reconciliación con Dios..., estimula su protagonismo y los
reintegra en la vida social (ARH 30-32).
Jesús cura-sana-salva a la persona entera, le ofrece en la curación corporal
la sanación interior de la persona; la libera de la culpa y la reconcilia con
Dios, la abre al mensaje de la Buena Nueva..., le devuelve la paz y la
salvación total de parte de Dios (ARH 33).
Hoy, Jesús el Señor, por su Espíritu y gracias a un gesto sensible y
visible de la Iglesia —la Unción y la oración de fe—, sigue estando
junto a cada enfermo, como compañero de viaje que comparte su
existencia, la ilumina y la llena de sentido, asume y estimula su
deseo de curarse dándole una significación más profunda, le
infunde aliento, coraje y paciencia en la lucha por su curación, le
consuela en la angustia y robustece en la inseguridad, le ayuda a
sobreponerse ante la situación irremediable y a asumirla con
entereza, despierta su confianza en el Padre y renueva su
capacidad de seguir amando a Dios y a sus hermanos aun en
medio del dolor. Jesús le comunica la gracia del Espíritu Santo, el
don por excelencia
con el cual el hombre entero es: ayudado en su salud confortado con la
confianza en Dios, robustecido contra las tentaciones del enemigo y la
angustia de la muerte, de tal forma que pueda: no sólo soportar sus males
con fortaleza, sino luchar contra ellos e, incluso, conseguir la salud, si
conviene para su salvación espiritual, asimismo le concede, si es
necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la penitencia cristiana
(RU 6).
El sacramento de la Unción proclama y celebra este encuentro
sanador del enfermo con Cristo resucitado, Médico y Paciente. La
sanación-curación que aporta no es la simple restitución del
equilibrio biológico anterior a la enfermedad, ni una vuelta al tipo de
existencia anterior, sino una vida nueva, una visión nueva y más
profunda de sí mismo, del mundo, de las relaciones con los demás,
de la existencia, de los valores y de Dios. Por la presencia eficaz del
Espíritu de Jesús, la enfermedad pierde su carácter más duro,
desesperado y lacerante; pierde su aguijón y puede convertirse
para el que la padece en una ocasión de enriquecimiento interior y
de empezar una vida nueva, en una oportunidad de entrar en
comunión más profunda con los otros y con el mundo y de purificar
su visión de Dios y su relación con Él.
El sacramento de la Unción de los enfermos me ayudó a conseguir esta
aceptación. La preparación fue muy importante, no sólo porque acentuaba
el luchar para vivir, sino también porque fue una preparación en
comunidad, un compartir la fe en la misma experiencia, experiencia que
estaba viviendo sola en los años pasados. La gracia del sacramento me
permitió dejar atrás la preocupación por la enfermedad, el miedo a la
muerte y me devolvió la serenidad. Esta vez lo pude expresar en
comunidad (B. CHEGUILLAUME. Valencia) 6.
3.2 La Unción, encuentro
con Cristo en la fe
UNE/LO-QUE-NO-ES: LA UNCIÓN no es un rito mágico con el que se
manipula lo sagrado y al que es suficiente someterse para recibir un
bien misterioso. No es un remedio extraordinario-milagroso ni un
rival de las técnicas terapéuticas (RU 67). No es una «cosa» que se
recibe. Es un gesto que, como los demás sacramentos, supone la fe
y a la vez la alimenta, la robustece y la expresa por medio de
palabras y cosas (SC 59). «En la Unción se expresa ante todo la fe
que hay que hacer suscitar tanto en el que administra como, de
manera especial, en el que recibe el sacramento» (RU 7). El
sacramento cristiano sólo es sacramento en el horizonte de la fe.
Exige, por tanto, una respuesta personal, libre y consciente.
La eficacia del sacramento proviene de Cristo, que es su autor, pero
no actúa si el enfermo no se abre y se adhiere a Él por medio de la
fe. «Lo que salvará al enfermo es su fe y la fe de la Iglesia, que mira
a la muerte y resurrección de Cristo» (RU 7).
La oración de la fe de la Iglesia, elemento principal de la acción
sacramental junto con la «unción» (Sant 5,15), pone de manifiesto
que la Unción no es un medio que actúa de manera mecánica y
mágica, sino que se ordena a actualizar la relación personal del
enfermo con Dios. La oración de la Iglesia por el enfermo no es una
palabra mágica, sino la plegaria de intercesión al Señor de la vida y
de la muerte por el hermano enfermo, para que le auxilie, le alivie y
le salve.
La oración de la fe por el enfermo no trata tanto de presionar a Dios
para que le cure, sino de ayudar al enfermo a restaurar su espíritu
filial en el Padre, a abandonarse en El con Cristo y a poner en sus
manos la salud. Ese espíritu filial y abandono en el Padre puede
sanar las heridas de su cuerpo y de su espíritu. La oración de la
Iglesia no puede asegurarle al enfermo todo lo que legítimamente
pide a Dios, pero sí el auxilio del Señor que le capacita para
transformar su desgracia e infortunio en situación salvífica.
La unción con el óleo es una acción simbólica que expresa
plásticamente, por una parte, el gesto fraternal de la comunidad
que, atenta a la prueba por la que pasa el enfermo, viene en su
ayuda; y por otra parte, lo que se espera de la plegaria por él: un
fortalecimiento y una curación.
CUANDO DIOS NO CURA
Paco tiene setenta años. Padre de familia, seis hijos y varios nietos.
Miembro de una comunidad cristiana. Enfermedad incurable: cáncer de
hígado.
Cuando Paco supo, porque así lo quería, que su mal clínicamente no tenía
remedio, su primera reacción fue de entrega total a la voluntad de Dios; se
puso en sus manos. No se trataba de una simple resignación, sino de una
actitud activa y confiada: «Como un niño en brazos de su madre» (Sal
131,2). Paco cree que Cristo puede curarle, pero dice: «Que los demás
pidan, si quieren mi curación; yo me entrego a la voluntad del Señor
porque sé que Él me quiere más que yo mismo».
Ciertamente, el suyo no es un camino de rosas; la enfermedad es un mal.
Ora fuertemente, con palabras tomadas de los salmos: «En el fondo de mi
angustia voy buscando al Señor; por la noche tiendo mis manos hacia Él
sin descanso» (Sal 77,30). Para Paco el sufrimiento se ha transformado
en un sufrir con esperanza. Es evidente que lo vive en el Señor: «El Señor
está aquí conmigo», decía. Y añadía, tocándose la mejilla: «Cara a
cara».
Rodeado del amor y las delicadezas de los suyos, recibe los obvios
cuidados médicos. Pero no sólo eso: «La escucha de la Palabra y la
oración con los hermanos le alivia físicamente». En medio de la
enfermedad, no sólo cuenta con el aceite que cura las heridas. sino
también con la fuerza del Espíritu.
Paco evangeliza desde su enfermedad. Agradece los pequeños detalles.
Prepara sus cosas: «Organiza rectamente sus asuntos» (Sal 112,5). Vive
a fondo cada momento. Sorprenden su paz, su bondad, su paciencia, su
esperanza 7.
3.3 La Unción, consagración
del enfermo para una misión:
evangelizar desde su situación
EL SACRAMENTO de la Unción inserta al enfermo, como enfermo,
en el misterio pascual de Cristo, del que ya participa como
bautizado, y le confía la misión de evangelizar desde la enfermedad
en la comunidad cristiana y en el mundo
¿CÓMO EVANGELIZA EL ENFERMO? ENFERMOS/EVORS
Siguiendo el mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de
Pastoral con motivo del Día del Enfermo del año 1986, voy a
exponer cómo el enfermo puede evangelizarnos desde su
enfermedad 8.
1 El enfermo evangeliza siendo un testigo que nos ayuda a ser
realistas en un mundo que vive de apariencias, de espaldas a la
enfermedad, el sufrimiento y la muerte, porque nos recuerda que
somos frágiles, limitados, mortales, pero con un caudal de energías
ocultas muy considerables. Nos ayuda a experimentar la necesidad
que tenemos de ser salvados.
Hoy os hago una llamada urgente: No olvidéis a los enfermos ni a las
personas de edad. No los releguéis al margen de la sociedad. Si así lo
hicierais, es que ignoráis lo que significan. Los enfermos y los ancianos,
los disminuidos nos enseñan que la debilidad es una parte creativa de la
vida humana y que el sufrimiento puede ser aceptado sin que se pierda la
dignidad (JUAN PABLO II, Londres, 1982).
2 El enfermo evangeliza siendo testigo que enseña a relativizar los
valores, que hacen al hombre inhumano, y a descubrir lo que
importa verdaderamente. Pone en crisis valores que hoy están muy
cotizados, como la eficacia a toda costa, la ambición de dinero, de
poder y de éxito, el ansia de tener y de consumir, la belleza
externa.
Vosotros, que vivís bajo la prueba, que os enfrentáis con el problema de la
limitación, del dolor y de la soledad interior..., sois para nosotros una
constante lección, que nos invita a relativizar tantos valores y formas de
vida. Para vivir mejor los valores del Evangelio y desarrollar la solidaridad,
la bondad, la ayuda y el amor (JUAN PABLO II a los enfermos de España.
Zaragoza, 1982).
3 El enfermo evangeliza siendo testigo que nos llama a vivir y
recuperar los valores fundamentales del Evangelio: la gratuidad de
la existencia, el vivirla como don y realizarla como entrega, la fuerza
del amor, el desinstalarse y andar ligeros de equipaje como
peregrinos, la entereza en la hora de la prueba...
Los momentos de la enfermedad invitan a la reflexión sobre el fundamento,
pero hace ver la escasa importancia que tiene aquello a lo que tanta
importancia le damos. En el transcurso del vivir cotidiano, lo que tiene
más importancia parece que la pierde, y lo que tiene menos, adquiere una
enorme altura y se impone a nosotros mismos. En estas ocasiones se da
uno cuenta, y yo creo que a todos los humanos les debe ocurrir igual, que
los cargos, los honores, el poder son importantes, pero son menos
importantes que el afecto. En momentos graves o en que se presentan las
cosas con mucha gravedad, aunque después no tengan tanta, uno nota
que quedan los andamios, que son en última instancia las virtudes a las
que por lo común no damos la importancia que tienen: el respeto a los
demás, el cariño a los demás y el sentirse uno respaldado por el amor.
(E. TIERNO GALVÁN, Ya, 2 marzo 1985).
4 El enfermo evangeliza invitando, desde su postración, a la
solidaridad humana, al amor servicial y sacrificado y a la
reivindicación de sus derechos. El enfermo, como ser necesitado de
atención, es para la comunidad cristiana el eco del Evangelio:
—que llama a ser sensibles ante la necesidad del otro, a conmoverse
ante la desgracia del prójimo, a ser misericordioso;
—que llama a solidarizarse con el enfermo y da la oportunidad y la
posibilidad de ser prójimo. Ante la pregunta que tantas veces se
hacen los sanos: ¿quién es mi prójimo?, el enfermo responde: El
prójimo eres tú para mí, si me atiendes (Lc 10,25-37);
—que llama al amor desinteresado. El enfermo nos da la oportunidad
de entregarnos sin esperar nada a cambio.
El sufrimiento, que bajo tantas formas diversas, está presente en el mundo
humano, está también presente para irradiar el amor al hombre,
precisamente ese desinteresado don del propio «yo» en favor de los
demás hombres, de los hombres que sufren. Podría decirse que el mundo
del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor
humano... desinteresado» (SD 29).
5 El enfermo evangeliza, mostrando «el rostro de Jesús y lo más
original y llamativo del Dios cristiano: un Dios sufriente que
comparte por amor hasta el fondo el dolor del hombre, y así nos
salva».
6 El enfermo evangeliza, siendo un testigo vivo, cuando vive con
sentido cristiano cada una de las etapas de su enfermedad, «de
que es posible mantener el vigor de la esperanza, la paz serena e
incluso la alegría; ser fiel al Dios que siempre es fiel; luchar contra
la enfermedad, asumirla con amor, y madurar humana y
cristianamente».
Cuando los médicos me diagnosticaron distrofia muscular progresiva, tenía
diecinueve-veinte años. Tengo que agradecer la formación recibida y la
ayuda del sacerdote. Todo esto me ayudó a recibir la enfermedad con
gran paz y ánimo dispuesto. En aceptación, pero también en lucha... La
formación y riqueza humano-espiritual recibida-adquirida como militante de
un movimiento de Iglesia -Fraternidad cristiana de Enfermos y
Minusválidos- ha supuesto para mí una auténtica «catequización» que me
ha dispuesto a aceptar gozosamente la voluntad de Dios.
Tengo ahora cuarenta y cuatro años y hace diecinueve meses que estoy en
cama. A lo largo de mi enfermedad, han sido cinco las veces que he
recibido-celebrado la Unción de los Enfermos; dos comunitariamente (dos
años consecutivamente, en Lourdes); las otras tres, de forma espaciada,
en «comunidad» (mi familia y un reducido número de amigos íntimos).
La situación de enfermedad «sacramentalizada» por la Unción me ha
ayudado y me ayuda a abrirme a la llamada del Padre que me impulsa a
realizar, desear y buscar el proyecto de Jesús: ser para los demás. De
ese Jesús que vive para dar, para que tengan vida, para que conozcan al
Padre. Y como Jesús y María, como los profetas y los apóstoles, también
yo «me siento llamada y enviada a tener y dar vida». Porque la «vida» ya
no es sólo para una misma, sino para el mundo, para los hombres, para
que crezca, se comunique, se manifieste (JUANI AIZPURUA, Zumaia,
Guipúzcoa) 9.
RUDESINDO
DELGADO
LA UNCIÓN DE ENFERMOS
EN LA COMUNIDAD CRISTIANA, HOY
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1988
.....................
6. PASTORAL MISIONERA, n." 148: La enfermedad y la muerte, tabú del s. xx,
pág,. 436.
7. DEPARTAMENTO DE PASTORAL SANITARIA: Los enfermos nos evangelizan.
Catequesis de Adultos, Día del Enfermos 1986.
8. BOLETÍN OFICIAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, no 10:
Día del Enfermo, 1986 (Men- saje de los obispos de la Comisión episcopal de
Pastoral), pág. 95.
9. AIZPURUA, J.: Unción de Enfermos. Experiencia, en «Communio»,
septiembre-octubre 1983, págs. 478 ss.