LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS EN LA COMUNIDAD CRISTIANA, HOY (1)


En primer lugar, voy a analizar brevemente el marco sociocultural y 
las actitudes más generalizadas ante la Unción. A continuación me 
centraré en la Unción como sacramento específico de la 
enfermedad (dimensión antropológica del sacramento). En tercer 
lugar, trataré de la Unción como sacramento del encuentro sanador 
del enfermo con Cristo (dimensión cristológica). Finalmente, hablaré 
de la Unción, sacramento de la comunidad (dimensión eclesial). 
Dedicaré una especial atención a las acciones que las comunidades 
cristianas han de emprender para renovar el sacramento de la 
Unción y la Pastoral de Enfermos.


1 La Unción de Enfermos, 
un sacramento temido y olvidado

AL PLANIFICAR la renovación del sacramento de la Unción en 
nuestras comunidades cristianas, conviene tener en cuenta los 
datos del contexto sociocultural en que se celebra, de las actitudes 
ante el mismo y su forma de celebrarlo en la actualidad. Señalaré, 
en primer lugar, aquellos que considero obstáculo, a la vez que 
ocasión, para esa necesaria renovación, y a continuación aquellos 
que pueden facilitar la recuperación de este sacramento.

1. Los cambios socioculturales han incidido de manera clara en la 
forma de ver las realidades de la enfermedad, el sufrimiento y la 
muerte. Vivimos en una sociedad que valora la vida y la salud por 
encima de todo y vive de espaldas a la enfermedad, el sufrimiento y 
la muerte. No se sabe cómo afrontarlas, ponen en crisis muchas 
cosas, no se les ve un sentido y una posibilidad de enriquecimiento 
humano y espiritual. El enfermo, por ello, se encuentra a solas con 
la realidad, sin que sus allegados y los que le asisten se atrevan a 
compartir con él la verdad, a comunicarse en profundidad, a 
ofrecerle las ayudas de la fe, por temor a que se asuste.

2. La Unción es el sacramento temido por muchos enfermos y 
familias, ya que lo ven como un anuncio de la muerte, como la 
«puntilla», una especie de pasaporte para la otra vida. Y el 
sacerdote es visto como «el mensajero de la muerte», cuya 
presencia infunde miedo y asusta.
Esta imagen es la consecuencia de una pastoral que administraba el 
sacramento sólo a los moribundos, presentándolo como 
extrema-unción y como los últimos auxilios que se ofrecen al que va 
a partir, cuando ya la medicina no tiene nada que hacer.
Esta visión caricaturizada del sacramento está motivando todavía el 
que familias creyentes y practicantes retrasen la llamada al 
sacerdote hasta que el enfermo ha perdido el conocimiento, o 
dificultan el acercamiento del sacerdote por temor a que el enfermo 
vaya a asustarse.

3. La celebración de la Unción ha experimentado cambios muy 
significativos. Antes, sobre todo en el medio rural, era pedida por 
todos y celebrada con devoción y respeto con la presencia de toda 
la familia, de los vecinos y de miembros de la comunidad. Era como 
una invitación a la solidaridad con el que estaba afrontando el 
momento más decisivo de la propia vida. Al propio tiempo, el clima 
religioso y dramático que se creaba imponía una saludable reflexión 
sobre la vida futura y la necesidad de prepararse para ese 
momento.
Hoy, el sacramento, cuando es solicitado, se celebra en la intimidad, 
con la presencia tan sólo de la familia más allegada del enfermo, sin 
la presencia de la comunidad. Y esto no sólo en el hospital, sino 
también en la casa del enfermo. El sacramento, celebrado de esta 
forma, ha favorecido una concepción «privatizada» del mismo.

4. La Unción ha cambiado de escenario. Antes fue la casa, para la 
mayor parte de los enfermos. Hoy es el hospital. Sus condiciones no 
facilitan, sino que dificultan, la celebración del sacramento; el paso 
rápido de los enfermos no permite conocerles y acompañarles en 
su itinerario de fe; la falta de intimidad, al estar el enfermo en su 
habitación o sala con otros enfermos, no permite el diálogo sereno 
con él; la escasez de agentes de pastoral y la masificación de los 
hospitales hacen imposible poder atender debidamente la 
multiplicación de situaciones que se presentan; finalmente, en el 
ambiente tecnificado y secularizado del hospital moderno, el rito de 
la Unción aparece como algo extraño y desfasado, sobre todo si 
tenemos en cuenta la forma, a veces mecánica, de administrarla, 
sin la debida preparación, consciencia y participación, tanto del 
enfermo como de los que le rodean.

5. La Unción es uno de los sacramentos menos estimados y más 
olvidados en nuestra lglesia. Ocupa un lugar insignificante en la 
investigación de nuestros teólogos y en la enseñanza, como se 
comprueba fácilmente al hojear los libros y revistas y constatar lo 
que se publica en ellos o en los programas de formación; no figura 
en los planes de pastoral de las parroquias; en las catequesis, 
cuando se aborda, se hace muy de pasada.

6. Pero hay también, en el análisis que estamos haciendo de la 
realidad, una serie de hechos de gran relevancia de cara al futuro 
de la Unción en nuestras comunidades cristianas. Son, entre otros, 
los siguientes:

- La publicación del nuevo Ritual de la Unción y de la Pastoral de 
Enfermos y sus valiosas orientaciones, que reflejan un profundo 
cambio teológico y pastoral del sacramento.
- Una mayor sensibilidad y preocupación de las parroquias y demás 
comunidades cristianas por el mundo de los enfermos, y un fuerte 
resurgir de grupos de pastoral de enfermos, sobre todo a raíz de la 
celebración del Día del Enfermo en la Iglesia española, a partir del 
año 1985.
- Una mayor preparación de los agentes de pastoral sanitaria, 
especialmente de los capellanes, cuya forma de trabajar va 
cambiando su imagen de mensajeros de la muerte por la de amigos 
de la vida.
- La renovación de la asistencia religiosa en los centros hospitalarios, 
que se concibe y va siendo una acción evangelizadora, integrada 
en la atención hospitalaria y abierta a la colaboración con otros 
servicios, organizada en equipo y coordinada con la pastoral 
sanitaria en las parroquias.
- Las celebraciones comunitarias de la Unción se van extendiendo 
poco a poco, tanto en las parroquias como en los hospitales. En un 
cuestionario sobre la pastoral de enfermos en las parroquias, 
contestado por 2.070 de toda España, el 22,3 por 100 celebra la 
Unción comunitaria una vez al año, el 1 por 100 varias veces y el 
71,03 todavía no lo hace.

A pesar de estos avances indudables, la renovación de la Unción de 
enfermos en sus aspectos doctrinales y prácticos es tan sólo una 
tarea iniciada y pendiente, que exige el esfuerzo y la entrega de 
sacerdotes, fieles, comunidades cristianas, teólogos, catequetas y 
pastoralistas para hacerla realidad un día. Es urgente una 
evangelización y catequesis que ayude a los fieles a descubrir el 
significado de la Unción y a celebrarla con fe consciente y con 
sereno abandono en la misericordia del Padre.


2 La Unción, 
sacramento de enfermos 
y no de moribundos

UNO DE LOS CAMBIOS fundamentales en la comprensión y en la 
práctica del sacramento es su inserción en la vida del cristiano en 
un momento concreto, como es la hora de la enfermedad. El uso lo 
había reservado frecuentemente a los moribundos. De ahí su 
nombre de Extrema-unción.
El Concilio Vaticano II y la Constitución apostólica de Pablo VI, que 
promulga el nuevo Ritual Romano, devuelven este sacramento a 
sus primeros destinatarios, los enfermos. «La Iglesia entera —dice 
la Lumen Gentium— encomienda al Señor paciente y glorificado a 
los que sufren, con la sagrada unción de los enfermos y con la 
oración de los presbíteros, para que los alivie y salve» (LG 11). Y 
en la constitución sobre la Sagrada Liturgia dice: «La 
extremaunción, que también, y mejor, puede llamarse unción de 
enfermos, no sólo es el sacramento de quienes se encuentran en 
los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para 
recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro 
de muerte por enfermedad o por vejez» (SC 73).
Las orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado español 
muestran aún con mayor claridad este cambio. «La Unción 
—dicen— es el sacramento específico de la enfermedad y no de la 
muerte. De acuerdo con la doctrina del Concilio Vaticano II, el Rito 
de la Unción está concebido y dispuesto para tal situación, como lo 
demuestra el cambio de fórmula sacramental y el resto de las 
oraciones, orientadas, conforme a la más genuina tradición, hacia la 
salud y el restablecimiento del enfermo. La neta distinción 
establecida con el Viático, como sacramento del tránsito de esta 
vida, ayuda a situar la santa Unción en su justo momento» (RU 65). 
«La Unción es sacramento de enfermos y de vida» (RU 66), «para 
ayudar a vivir la enfermedad conforme al sentido de la fe» (RU 68). 
«No es, de ningún modo, el anuncio de muerte, cuando la medicina 
no tiene ya nada que hacer» (RU 67).

2.1 Factores que han influido 
en el cambio
EL padre ORTEMANN expone los factores que han influido para 
poner en causa la enseñanza recibida y la práctica secular de la 
Iglesia latina:

1 Consideraciones de orden pastoral. La relación Unción-muerte ha 
suscitado en los enfermos y en sus allegados una serie de 
sentimientos y comportamientos que dificultan o impiden la 
celebración del sacramento. Los familiares no se abreven a 
proponer al enfermo que lo reciba, para disimular su gravedad y por 
miedo a asustarlo. Para el enfermo, pedir la Unción significa la 
certeza de la muerte, y abdicar del deseo de vivir y de la esperanza 
de vencer el mal. Por eso existe una tendencia a no pedirlo hasta 
que el enfermo está ya inconsciente o en la agonía. Hay ocasiones 
en que se pide cuando ya está muerto. ¿Qué sentido puede tener 
para un creyente un sacramento que es incapaz de recibir 
conscientemente?

2 Los progresos de la moderna medicina. Antiguamente la mayoría 
de las enfermedades graves eran mortales. Hoy, los progresos de 
la medicina, la mejora general del nivel de vida y de las condiciones 
de higiene han disminuido la mortalidad de muchas enfermedades, 
han evitado la muerte a enfermos que permanecen de un modo 
crónico en inferioridad de condiciones y han permitido la 
supervivencia prolongada a personas afectadas por graves 
enfermedades. Estas personas tienen unas necesidades 
espirituales peculiares. A estos enfermos no estaría destinada la 
Unción como sacramento de moribundos. Sin embargo, sí como 
sacramento de enfermos.

3 Un mejor conocimiento de la tradición. Los textos de la antigüedad 
cristiana no nos muestran la Unción como un rito preparatorio para 
la muerte. Jamás se menciona como sujeto a los moribundos o a los 
enfermos en peligro de muerte. El óleo es bendecido para curar 
todo tipo de enfermedades. De la Unción se espera, ante todo, la 
curación corporal.
La Unción empieza a ser vinculada a la penitencia de moribundos y a 
ser, por ello, administrada a los enfermos en peligro de muerte. 
Esta vinculación provocó un cambio profundo en lo referente al 
sujeto y a la forma de concebir el significado y los efectos de la 
Unción. El sujeto pasó a ser solamente el enfermo en peligro de 
muerte, y la Unción, una preparación para la muerte y el rito de 
reconciliación de moribundos. En el siglo XII la Escolástica consagra 
esta evolución, y la Unción pasa a ser el sacramento de los 
moribundos. Esta concepción persistirá hasta los dos años del 
Vaticano II, tanto en la teología como en la práctica pastoral del 
sacramento.
A partir de la Segunda Guerra mundial, los liturgistas y los 
pastoralistas iniciaron en distintos países una serie de trabajos 
encaminados a restaurar la concepción y la práctica del sacramento 
de los enfermos, vigentes en la Iglesia primitiva: dejaron de 
considerar el peligro de muerte como condición para recibir la 
unción, al mismo tiempo que insistían más en el efecto corporal 1.

2.2 Un sacramento para la 
situación de enfermedad: ¿por qué?
ENFERMOS/TESTIMONIOS TTNOS-ENFERMOS 
ENFERMEDAD/CRISIS:
LA ENFERMEDAD es una de las situaciones críticas de la vida en 
que el cristiano necesita una ayuda especial del Señor y de la 
comunidad cristiana para poderla vivir humanamente y desde el 
evangelio. «El hombre, al enfermar gravemente, necesita una 
especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia, no 
desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se debilite su fe» 
(RU 5).
«La enfermedad —como dice el documento de la Comisión episcopal 
de Pastoral La asistencia religiosa en el hospital— es una 
experiencia decisiva en la vida de cualquier ser humano. Afecta a 
toda la persona, ya que, cuando uno enferma, enferma en su 
totalidad y entra en un mundo diferente del habitual y cotidiano. El 
equilibrio que caracteriza el estado de salud se rompe, y el enfermo 
entra en una crisis, cuyos rasgos más importantes se describen a 
continuación» (ARH 3).
«La enfermedad provoca una convulsión del mundo interior de quien 
la padece. El cuerpo se vuelve un compañero molesto y rebelde, 
desconocido y amenazador, y el enfermo se ve obligado a prestarle 
mucha más atención que cuando estaba sano» (ARH 4).

El dolor que te hiere la carne 
y te mata el ánimo; 
que te arranca del fondo el llanto, 
y te hunde en un pozo de pesadillas y espanto.
El dolor que te borra la risa 
y te siembra un grito amargo.
El que hace que sientas la angustia 
de pensar en la vida,
y sentir el fracaso 
de no poderlo vencer, 
de no poder callarlo.
Tan horrendo, tan inhumano, 
que te quema la sangre...
¡Qué cobarde..., qué ingrato...! 
Yo lo siento, lo vivo, 
y no puedo matarlo...
Y en medio de sus redes, 
en Dios, confío y callo.
(HIERBA BUENA, Enferma de cáncer.)

«La enfermedad suscita la experiencia de la propia limitación y 
fragilidad (in-firmitas), experiencia que obliga a cuestionar la imagen 
y la estima que uno tenía de sí mismo antes de enfermar. No somos 
nadie, confiesan con frecuencia muchos enfermos» (ARH 4).

Hace nueve meses que empezó mi calvario. Después de un largo vía crucis 
por hospitales y quirófanos, alternando con épocas de vida normal, tuve 
que sufrir la amputación de una pierna a causa de una enfermedad de las 
arterias. Se adueñó de mi una gran desolación, una gran pena y una gran 
compasión de mi mismo. Me costó muchas lágrimas hacerme a la idea 
de ver ante mi una vida inútil, una existencia sin ilusiones, un porvenir 
lleno de amargura. Me veía convertido en un trasto inservible, que sólo 
podría moverse a voluntad de los demás. En el mejor de los casos me veía 
atado para siempre a una silla de ruedas. Es difícil, por no decir imposible, 
describir la amargura que sentí cuando estaba postrado, meses y meses, 
con escasa esperanza, en la cama de un hospital. Creí ciertamente que la 
sonrisa se había borrado para siempre de mi boca (G. TRUJILLO. 
Madrid).

«La enfermedad afecta también a las relaciones y a la comunicación 
entre el paciente y su mundo circundante: la familia, las amistades, 
el trabajo, la sociedad entera. Obliga al enfermo a replegarse en sí 
mismo, a la vez que le lleva a observar a los demás con máxima 
atención, por saberse y sentirse mucho más dependiente de ellos. 
Esta sensación de dependencia modifica profundamente dichas 
relaciones, y a menudo le resulta al enfermo muy penosa» (ARH 
5).

Cuando me di cuenta, renta el organismo completamente destrozado y, 
francamente, cuando veo las caras tristes de mi familia, de mis hijos, mi 
marido, aparte de verme incapacitada para hacer las tareas comunes del 
hogar... esto me hace sufrir. A veces incluso, digo: «Dios mío, ¿por qué 
estoy yo en el mundo, por qué no me llevas, si soy una carga para los 
demás?» Sin embargo, eso a mis hijos y a mi marido, que son personas 
formidables, les hace sufrir tremendamente y, riñéndome, me dicen: «Tú 
no eres una carga para nosotros». Pero yo sufro y, en mi interior, me digo 
muchas veces: «Dios mío, valdría más que me muriera de una vez». Un 
día me da un mareo, otro un coma, otro... (MARÍA DOLORES. Diabética. 
El Ferrol) 2.

La enfermedad no es, pues, un episodio intrascendente. Es un 
parón obligado y doloroso en el correr de la vida. De no tener 
tiempo para nada, el enfermo pasa a disponer de mucho tiempo 
para pensar y reflexionar. Surgen entonces casi inevitablemente las 
preguntas: ¿Qué sentido tiene mi vida?, ¿por qué he caído 
enfermo?, ¿por qué me ha tocado a mí?, ¿qué he hecho yo para 
acabar así?, ¿qué sentido tiene sufrir como estoy sufriendo?, 
¿cómo puede Dios permitir esto?, ¿por qué, Señor?» (ARH 6). 
«Sólo el hombre, cuando sufre —dice Juan Pablo II en la Salvifici 
doloris—, sabe que sufre y se pregunta por qué, y sufre de manera 
humanamente más profunda si no encuentra una respuesta 
satisfactoria» (SD 9).

Ante una enfermedad como el cáncer, el planteamiento de mi vida se 
derrumbó: desde mi relación personal con Dios hasta mi trabajo y mi vida 
de relación con los demás. Yo dejaba de ser un hombre con una vida por 
delante, para entrar en el mundo de lo condicional: «... si vivo». Esto me 
suponía una limitación muy grande para mirar mi vida con un poco de 
alegría. La tentación de rebeldía era una constante en aquellos primeros 
meses ante el hecho de mi enfermedad: ¿Por qué tenía que ser yo, a los 
cuarenta y un años...? (JAVIER. Bilbao) 3.

«La experiencia de la enfermedad es ambigua: puede hundir y 
destruir a la persona que la padece, o ayudarla a crecer y madurar; 
encerrarla en sí misma o servirle de ocasión para abrirse y 
entregarse a los demás; alejarle de Dios o acercarle más a El. En 
uno u otro sentido, marca la vida del ser humano» (ARH 7).
La enfermedad, pues, se impone como algo inevitable y malo contra 
lo que hay que luchar con todas las fuerzas y medios al alcance, 
pero también como un desafío a la libertad que puede asumirla, 
consciente y responsablemente, y cambiarle de signo, confiriéndole 
un sentido. La diferencia que va del dolor que tiene sentido al dolor 
absurdo y destructivo ha sido bellamente expresada por uno de 
nuestros poetas: (PO/DOLOR/MACHADO DOLOR/POEMA)

Eran ayer mis dolores 
como gusanos de seda 
que iban labrando capullos, 
hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas 
he sacado blanca cera!

¡Oh tiempo en que mis pesares 
trabajaban como abejas! 
Hoy son como avena loca 
o cizaña en sementera, 
como tizón en espiga, 
como carcoma en madera.

¡Oh tiempo en que mis dolores 
tenían lágrimas buenas 
y eran como agua de noria 
que va regando la huerta! 
Hoy son como agua de torrente 
que arranca el limo a la tierra.

Dolores que ayer hicieron 
de mi corazón colmena, 
hoy tratan mi corazón
como a una muralla vieja; 
quieren derribarla y pronto, 
al golpe de la piqueta.
(·MACHADO-A, Soledades 86)

Resumiendo, la enfermedad constituye una crisis global para el ser 
humano, más o menos dramática según la gravedad o duración de 
la misma, y una prueba para la fe. Por ello reclama una atención 
integral al paciente que la sufre para que pueda restablecerse o 
asumir sanamente la enfermedad, luchar contra la muerte o 
aceptarla y vivirla con dignidad, cuando llega.
El enfermo cristiano, obligado a reconsiderar y reorganizar su 
existencia en función de su nueva situación, requiere, junto a la 
normal atención médica, la presencia fraternal de la comunidad, la 
oración común, la luz de la palabra de Dios, la presencia del Señor 
y de su Espíritu, el sacramento de la Unción, para 

- afrontar su enfermedad con realismo y asumirla con paz con todas sus 
consecuencias;
- recuperar la comunicación con los demás y acrecentarla;
- mantener la serenidad, la paz y la esperanza;
- comprender que, en el peor de los supuestos, no va hacia la nada;
- descubrir el amor de Dios que le ilumina con su Palabra y le robustece 
con su Fuerza;
- descubrir ahí la presencia de Jesús, que sigue sanando, cargando con 
nuestras enfermedades y dolencias;
- descubrir una nueva posibilidad de ser útil; evangelizar desde la 
enfermedad.

LA VISITA DEL ÁNGEL DEL DOLOR
El ángel del dolor visitó (en noviembre) mi casa.
Era hermoso y radiante.
Era hijo de Dios.
Era, aunque no lo creáis, el más alegre de cuantos conocí.
Entró en mis jardines y acarició mi sangre.
Riéndose cortó una de mis alas de trabajo y de prisa 
pero dejó intactas las de la ilusión y el coraje.
Me dijo:
Ahora empieza la segunda parte de tu vida, 
gemela a la otra, aunque algo tartamuda.
Vive. No gastes tus horas en hacerte preguntas.
Reordena tu escala de valores.
Pon en primera fila la amistad 
(tras de la fe, se entiende) 
y recuerda que Dios es bueno, 
que el hombre es mucho mejor de lo que él cree, 
que el mundo está bien hecho 
y que vas a vivir hasta los topes el gozo mientras vivas 
porque resulta 
que el ángel del dolor y el ángel de Belén son el mismo.
J. L. MARTíN DESCALZO 4

2.3 Acciones de la comunidad cristiana 
para recuperar la Unción 
como sacramento de los enfermos
LA RENOVACIÓN de la Unción como sacramento para vivir la 
enfermedad en la fe y desde la fe implica unas acciones pastorales 
que han de tener muy en cuenta todas las comunidades cristianas.

1ª. EDUCAR PARA VIVIR LA SALUD Y LA ENFERMEDAD
Hoy se hace especialmente necesaria esta educación, ya que 
estamos en una sociedad del bienestar que exalta el valor de la 
salud física y mental, del vigor y de la belleza corporal, hasta tal 
punto que margina y quiere ignorar la realidad humana de la 
enfermedad, del dolor y de la muerte. El hombre de hoy, incluido el 
creyente, no está preparado para asumir la enfermedad en su 
propia vida o en la de los suyos.
Afrontar la realidad del enfermar y del dolor de forma madura, 
cuando se presentan, no se improvisa: requiere una preparación 
previa. «La Iglesia ha de asumir la tarea de educar para vivir con 
sentido la salud, la enfermedad y el morir, lo mismo que se ocupa 
de educar para la paz, el amor y otras realidades de la vida» 5.
La comunidad cristiana está llamada a ayudar al hombre actual a 
entender lo que es la salud integral, a buscarla y disfrutarla 
gozosamente, a conservarla y promocionarla, puesto que se trata 
de un bien de gran valor, aunque no sea absoluto, y de un don de 
Dios. Actuando de esta forma, manifiesta y significa la salvación de 
Dios, ya que «entra en sus planes el que el hombre luche 
ardientemente contra cualquier enfermedad y busque solícitamente 
la salud» (RU 3).
La comunidad cristiana está llamada también a educar al hombre 
para afrontar la realidad del enfermar, del sufrir y del morir, 
ayudándole a:

- tomar conciencia de que forman parte de la condición humana;
- descubrir su sentido profundo;
- vivir los valores que la enfermedad pone a prueba (la solidaridad, la unión, 
el servicio mutuo, la generosidad, el aguante...);
- cultivar y fomentar aquellas actitudes que facilitarán en su momento la 
vivencia de esas realidades (aceptación de nuestros límites, entereza en 
las pruebas, el amor...);
- estar abierto a las mismas ya desde niño;
- hacer de la enfermedad de los que están con él una ocasión de 
enriquecimiento y de aprendizaje, etc.

La comunidad cristiana, sin necesidad de inventar cauces nuevos, 
puede desempeñar esta actividad pastoral de educar, utilizando 
bien aquellos que ya existen, talos como:

- La predicación ordinaria de la Iglesia, aprovechando los tiempos litúrgicos 
y los textos bíblicos más apropiados, que pueden ofrecer la oportunidad 
para hablar...
- Las reuniones de estudio y reflexión de pequeñas comunidades, de 
movimientos apostólicos y de asociaciones de caridad.
- Las celebraciones comunitarias por los enfermos y con los enfermos en 
santuarios, peregrinaciones, reuniones periódicas de enfermos... (RU 50).
- La Catequesis de niños y de jóvenes, así como la enseñanza religiosa en 
los colegios.

2ª. PROMOVER UN CAMBIO DE MENTALIDAD EN EL PUEBLO DE 
DIOS 
ACERCA DE LA UNCIÓN DE ENFERMOS MEDIANTE UNA 
ADECUADA CATEQUESIS A SANOS Y ENFERMOS
La nueva concepción del sacramento exige un cambio de mentalidad 
en los fieles y en los pastores, que ha de ser promovido con 
decisión, prudencia y delicadeza, evitando los extremismos 
mediante una catequesis a sanos y enfermos. «Este proceso de 
mentalización es siempre lento y dificultoso, pero es necesario... y 
urgente iniciarlo y proseguirlo» (RU, 49 y 50).
Los temas, en los que ha de insistir la catequesis, son los 
siguientes:

- El misterio de la enfermedad (RU 47), pues para comprender el significado 
de la Unción hay que comprender el significado de la enfermedad.
- «La Unción, sacramento de enfermos y sacramento de vida, expresión 
ritual de la acción liberadora de Cristo que invita y al mismo tiempo ayuda 
a participar en ella» (RU 66).
- Los destinatarios de la Unción: «La Unción está destinada a los que se 
encuentran afectados por la enfermedad y no a los moribundos...; en esa 
especial situación de ansiedad y prueba, el hombre necesita verse 
robustecido con el sacramento de la Unción y ayudado con la gracia del 
Espíritu Santo» (RU 47)
- «El cuidado de los enfermos» (RU 50a).
- «La obligación de atender a los enfermos..., cometido de todos y cada uno 
de los componentes de la comunidad cristiana» (RU 47).

Son destinatarios de esta catequesis todos los miembros de la 
comunidad cristiana: los pastores han de ser los primeros (RU 49); 
los miembros más directamente implicados en el cuidado material y 
espiritual de los que sufren y los equipos y los que les rodean (RU 
17); cuantos les asisten (RU 13); y todos los fieles cristianos (RU 13 
y 47).
Los objetivos a conseguir en la catequesis son, entre otros: que los 
cristianos «soliciten la Unción y, llegado el tiempo oportuno de 
recibirla, puedan aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, de 
modo que no cedan al riesgo de retrasar indebidamente el 
sacramento; que puedan participar activa e inteligentemente en los 
sacramentos que la Iglesia pone a su disposición» (RU 13 y 47); 
que las familias y el personal sanitario, especialmente el de 
enfermería, descubran las necesidades espirituales del enfermo 
para que en el tiempo oportuno pueda celebrar la Unción como un 
acto libre y responsable.

RUDESINDO DELGADO
LA UNCIÓN DE ENFERMOS
EN LA COMUNIDAD CRISTIANA, HOY
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1988

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1. ORTEMANN, C.: El sacramento de los enfermos. Marova 1973, pág. 67.
2. VICO PEINADO, J.: Profetas en el dolor. Ed Paulinas, 1981, pág. 32. 
3. VICO PEINADO, J.: Profetas en el dolor. Ed Paulinas, 1981, pág. 37. 
4. MARTíN DESCALZO, J. L.: La visita del ángel del dolor. Pliego «Vida Nueva», 
nº. 1.581.
5. Evangelización y hombre de hoy. Congreso Edice 1986, página 435.