SYNODUS EPISCOPORUM
X COETUS GENERALIS ORDINARIUS

 

EL OBISPO
SERVIDOR DEL
EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA
ESPERANZA DEL MUNDO

 

Instrumentum laboris

 

 

 

CAPÍTULO III

EL EPISCOPADO, MINISTERIO DE COMUNIÓN
Y DE MISIÓN EN LA IGLESIA UNIVERSAL

 

Amigos de Cristo, elegidos y enviados por Él

59. Las palabras de Jesús en la última Cena, en modo especial en el cap. 15 de Juan, se refieren a la vocación de los apóstoles a la luz de la comunión y de la misión. Jesús habla de la vid y los sarmientos en una figura bíblica que expresa con claridad la necesidad de la comunión y la fecundidad de la misión. Aunque la palabra de Jesús tiene una dimensión eclesial y eucarística que alcanza a todos los fieles, ella se refiere en primer lugar al círculo de los apóstoles y en consecuencia de sus sucesores.

En el discurso de Jesús sobre la vid y los sarmientos emerge el dinamismo trinitario de la comunión y de la misión. El padre es el viñador; Cristo es la verdadera vid; la savia interior de comunión y fecundidad es el Espíritu Santo que vivifica los sarmientos unidos a la vid, destinados a dar fruto abundante y duradero. En el centro de esta parábola hay una enseñanza fundamental: los discípulos de Jesús son llamados a permanecer en comunión vital con Cristo, con su palabra y sus mandamientos, para crecer a través de la poda de Dios y dar frutos en abundancia (cf. Jn 15,1-10).

De esto se deriva la necesidad de la comunión con Cristo y en él con el Padre y el Espíritu, en la vid mística, en la cual se encuentra veladamente representada la Iglesia.

"Separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Según el sentido de la parábola de la vid, en el Evangelio de S. Juan, Jesús indica a sus discípulos la comunión con Él como fidelidad a una amistad divina: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando" (Jn 15,14). En la amistad de Cristo está comprendido el compartir los secretos del Padre, el don de la vida hasta la muerte, la comunión recíproca en el amor. Ella supone, de parte de Jesús y en continuidad con su misión que viene del Padre, la elección y el envío misionero de los discípulos: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca " (Jn 15,16). De parte del discípulo se pide la fidelidad a la palabra y a la misión.

60. El obispo, sarmiento vivo injertado en la vid que es Cristo, su amigo, discípulo y apóstol, lleva en sí la llamada personal y ministerial a la comunión y a la misión.

La identidad del obispo en la Iglesia tiene su fundamento en el dinamismo de la sucesión apostólica, entendida no sólo como investidura de autoridad sino como extensión trinitaria de la comunión y de la misión. Elegido por el Señor, llamado a una constante comunión con él, enviado al mundo, él se identifica con la persona de Jesús en la transmisión de la vida divina, en la comunión del amor, en el sacrificio de su existencia.


I. El Ministerio Episcopal en una Eclesiología de Comunión

En la Iglesia imagen de la Trinidad

61. El Concilio Vaticano II ha dado un lugar privilegiado en su reflexión teológica a la Iglesia, como lugar de los misterios de la fe, con una particular atención al tema central de la comunión. De hecho, la Iglesia, es definida desde el inicio de la Constitución Lumen gentium como "un sacramento, o sea signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano".

Con razón entonces el documento de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos del 1985 ha afirmado: "la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio". El concepto de comunión está "en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia". Ella es a la vez vertical y horizontal, comunión con Dios y entre los hombres, don de la Trinidad y compromiso en la fe y en el amor, visible e invisible.

La comunión eclesial, fundada sobre la palabra de Dios y sus sacramentos, especialmente la Eucaristía, expresada en la fe, fundada sobre la esperanza, animada por la caridad, radicada en la unidad del ministerio de enseñanza y de gobierno del sucesor de Pedro y de los obispos, posee a la vez fuerza de unidad y dinamismo misionero. Análogamente al misterio de la Trinidad, que es comunión y misión para la salvación del mundo, la Iglesia, imagen viviente de la Trinidad, con la fuerza misma del Espíritu, es convocación (ekklesía) y manifestación (epiphanía) misionera para la salvación del mundo.

La Iglesia debe ser siempre y en todas partes, en medida creciente, participación y sacramento del amor trinitario, para la salvación del mundo. En consecuencia, tiene la fuerza misma del Espíritu, que en la Trinidad es principio de comunión y de misión en el amor.

62. Por lo tanto, la Iglesia es el misterio-sacramento en el cual convergen la evangelización y la catequesis, la celebración de los misterios, la espiritualidad eclesial, la vida de caridad de los cristianos, la acción y el testimonio misionero. Sólo en una auténtica perspectiva eclesial pueden ser comprendidos los compromisos morales, las estrategias pastorales, los caminos de espiritualidad vivida.

Comunión y misión se implican mutuamente. La fuerza de la comunión hace crecer la Iglesia en extensión y en profundidad. Pero la misión hace crecer también la comunión, que se extiende, como círculos concéntricos, hasta alcanzar a todos. En efecto, la Iglesia se difunde en las diversas culturas y las introduce en el Reino, de modo que todo lo que de Dios ha salido a Dios pueda volver. Por esto se ha afirmado: "La comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión".

La comunión corresponde al ser de la Iglesia, recuerda el destino de todos los carismas al ágape, a la comunión en la unidad, en el mismo designio de salvación, en el mismo proyecto eclesial.

La unidad de la Iglesia como comunión y misión no pertenece sólo a la esencia de su misterio y de su compromiso en el mundo, ella es también la garantía y el sello de su obrar divino: todo proviene del designio trinitario de Dios, que en su unidad está en el origen de todo y es también el destino final de todo, según la visión de la historia de la salvación que involucra a la humanidad y al cosmos.


En una eclesiología de comunión y de misión

63. También en nuestro tiempo la unidad es un signo de esperanza ya sea que se trate de los pueblos, ya sea que se hable del obrar humano por un mundo reconciliado. Pero la unidad es también signo y testimonio creíble de la autenticidad del Evangelio. De aquí nace la urgencia también en nuestro mundo de la unidad de la Iglesia y de un modo particular de la unidad de todos del discípulos de Cristo, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).

El misterio trinitario, que es misterio de comunión en la reciprocidad, es como el cuadro de referencia de la vida de la Iglesia, de su misión, de sus ministerios y por lo tanto del ministerio episcopal.

Tal perspectiva es un signo de esperanza para el mundo en medio de las disgregaciones de la unidad, de las contraposiciones y de los conflictos. La fuerza de la Iglesia está en la comunión, su debilidad está en la división y en la contraposición.

64. El ministerio episcopal se encuadra en esta eclesiología de comunión y de misión que genera un obrar en comunión, una espiritualidad y un estilo de comunión.

En efecto, en este ministerio se expresa la unidad de la sucesión apostólica en el Colegio de los obispos, bajo el ministerio petrino. Además, en el obispo converge la iglesia particular, la comunidad del pueblo de Dios, con los presbíteros, los diáconos, las personas consagradas, los laicos.

Esta comunión en la unidad es sostenida por la caridad pastoral y por la esperanza sobrenatural en la actuación de designio divino con la fuerza del Espíritu Santo.


Unidad y catolicidad del ministerio episcopal

65. Enviado en nombre de Cristo como pastor de una iglesia particular, el obispo cuida la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada y la hace crecer como comunión en el Espíritu por medio del Evangelio y de la Eucaristía. En ella es visible el principio y fundamento de la unidad de la fe, de los sacramentos y del gobierno en razón de la potestad recibida.

Sin embargo, cada obispo es pastor de una iglesia particular en cuanto es miembro del Colegio de los obispos. En este mismo Colegio cada obispo está inserido en virtud de la consagración episcopal y mediante la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio. De esto derivan para el ministerio del obispo algunas consecuencias que, aún en forma sintética, es oportuno considerar.

La primera es que el obispo no está nunca solo. Esto es verdad no solamente respecto a su colocación en la propia iglesia particular, sino también en la Iglesia universal, unido como está - por la naturaleza misma del episcopado uno e indivisible - a todo el Colegio episcopal, el cual sucede al Colegio apostólico. Por esta razón cada obispo está simultáneamente en relación con la iglesia particular y con la Iglesia universal.

Visible principio y fundamento de la unidad en la propia iglesia particular, cada obispo lleva en sí el vínculo visible de comunión eclesial entre su iglesia y la Iglesia universal. Por esto todos los obispos, aún residiendo en diversas partes del mundo, pero siempre custodiando la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio episcopal y con el mismo Colegio en su totalidad, dan consistencia y figura a la catolicidad de la Iglesia; al mismo tiempo confieren a la iglesia particular, de la que son encargados, la misma nota de catolicidad.

"El obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la iglesia particular confiada a su ministerio pastoral, pero para que cada iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto constituida a imagen de la Iglesia universal, debe hallarse presente en ella, como elemento propio, la suprema autoridad de la Iglesia: el Colegio episcopal ‘junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y jamás sin ella’".

En la comunión de las Iglesias, entonces, el obispo representa su iglesia particular y, en ésta, él representa la comunión de las iglesias. Mediante el ministerio episcopal, en efecto, cada iglesia particular, que también es una portio Ecclesiae universalis, vive la totalidad de la una-santa y está presente en ella la totalidad de la católica-apostólica.

66. La segunda consecuencia, sobre la que parece oportuno detenerse, es que justamente esta unión colegial, o comunión fraterna de caridad, o afecto colegial, es la fuente de la solicitud que cada obispo, por institución y mandato de Cristo, tiene con respecto a toda la Iglesia y a todas las otras iglesias particulares. Así se dilata también su solicitud por "aquellas regiones del orbe terrestre en que todavía no ha sido anunciada la palabra de Dios, o en que, principalmente por el escaso número de sacerdotes, se hallan los fieles en peligro de apartarse de los mandamientos de la vida cristiana y aún de perder la fe misma".

Por otra parte, los dones divinos, mediante los cuales cada obispo edifica su iglesia particular, o sea el Evangelio y la Eucaristía, son los mismos que no sólo constituyen cada iglesia particular como reunión en el Espíritu, sino que también la abren, cada una, a la comunión con todas las otras iglesias. El anuncio del Evangelio, en efecto, es universal y, por voluntad del Señor, está dirigido a todos los hombres y es inmutable en todos los tiempos.

Luego, la celebración de la Eucaristía por su misma naturaleza y como todas las otras acciones litúrgicas, es acción de toda la Iglesia, pertenece al entero cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta y lo implica. También de aquí surge el deber de todo obispo, como legítimo sucesor de los apóstoles y miembro del Colegio episcopal, de ser en cierto modo garante de la Iglesia toda (sponsor Ecclesiae).


En comunión con el Sucesor de Pedro

67. La eclesiología de comunión, característica de la Iglesia Católica, expresa las múltiples relaciones de unidad no sólo en la misma fe, esperanza y caridad, en la misma doctrina y en los sacramentos, entre todas las iglesias particulares, sino también en la concreta comunión con el Romano Pontífice, principio visible de la unidad de la Iglesia. Esta realidad se manifiesta en la santificación y en el culto, en la doctrina y en el gobierno, según el proyecto divino de Cristo, que ha querido que Pedro y sus sucesores fueran principio de unidad visible para que confirmaran a los hermanos en la fe.

La unidad de la Iglesia, en comunión y bajo la guía del sucesor de Pedro, es además fuente de esperanza para el futuro. El designio de Dios es la unidad de la entera familia humana y la Iglesia católica conserva en su estructura este precioso don.

Tal unidad es fuente de confianza y de esperanza para el futuro de la misión de los cristianos en el mundo. En efecto, ella es garantía de la continuidad de la verdad y de la vida del Evangelio: la plenitud de una Iglesia que sea una, santa, católica y apostólica, como fue querida por Cristo, y que "subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él".

68. Múltiples son los vínculos que unen a cada obispo con el ministerio de Pedro. En primer lugar, la comunión en la vida divina, especialmente a través de la celebración de la Eucaristía, fundamento de la unidad de la Iglesia en Cristo. Cada celebración de la Eucaristía, signo de la "sanctorum communio", o sea de la comunión de los santos y de las cosas santas, según la apreciada expresión de la antigüedad cristiana, tiene lugar en unión, no sólo con el propio obispo, sino ante todo con el Papa y con el orden episcopal, en consecuencia con el clero y con todo el pueblo de Dios, como lo expresan los diversos formularios de la plegaria eucarística.

A esto se agrega la comunión en la predicación del Evangelio y en la recta doctrina, en fidelidad al magisterio de la Iglesia que el Romano Pontífice ejerce, especialmente en las cuestiones de fe y costumbres. La cordial acogida y difusión del magisterio pontificio es signo de auténtica comunión y garantía de unidad en la Iglesia, también para guiar el pueblo de Dios por los senderos de la verdad, especialmente en campos doctrinales que exigen también el estudio profundo y específico de nuevas problemáticas.

Por último también la necesaria unidad en la disciplina eclesiástica es signo de comunión en la verdad y en la vida, aún con las legítimas variaciones, según el derecho.


Colaboración en el ministerio petrino

69. La pertenencia al Colegio de los obispos, que no puede ser concebida sin la comunión con su Cabeza visible que es el Romano Pontífice, tiene varias formas de participación y de ejercicio de la colegialidad.

Justamente en cuanto pertenece al Colegio episcopal, cada obispo en el ejercicio de su ministerio se encuentra y está en una viva y dinámica comunión con el obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio, y con todos los otros hermanos obispos esparcidos en el mundo entero. En tal comunión se actúa también la solicitud por todas las iglesias diseminadas por el mundo y la dimensión de misión, de cooperación y de colaboración misionera, que es propia del ministerio episcopal.

Una específica forma de colaboración con el Romano Pontífice en la solicitud por toda la Iglesia es el Sínodo de los Obispos, donde tiene lugar un fructuoso intercambio de noticias y de sugerencias y son delineadas, a la luz del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia, las orientaciones comunes que, si son hechas propias por el Papa y por él son propuestas a toda la Iglesia, vuelven a las iglesias locales en beneficio de ellas mismas. En tal modo la Iglesia entera es válidamente sostenida para mantener la comunión en la pluralidad de las culturas y de las situaciones.

Fruto y expresión de esta unión colegial es la colaboración de los obispos pertenecientes a todas partes del orbe católico en los organismos de la Santa Sede, en particular en los dicasterios de la Curia Romana y en varias comisiones, donde pueden eficazmente llevar su propia contribución como pastores de iglesias particulares.


Las visitas "ad limina" y las relaciones con la Santa Sede

70. Un momento importante, manifestación de la unión con el Papa y con los organismos de la Santa Sede, es el constituido por las visitas ad limina. Ellas se desarrollan en la comunión sacramental de la celebración eucarística, en la oración común, en el encuentro personal de los obispos con el Papa y sus colaboradores. Son ocasiones de discernimiento que llevan al centro de la comunión visible las realidades, las ansias, las esperanzas, las alegrías y los problemas de las iglesias particulares para un enriquecimiento de la catolicidad y una particular experiencia de unidad.

En los últimos tiempos, en ocasión de tales visitas, los mismos pastores han tenido la oportunidad de compartir entre ellos momentos de oración, en compañía de los más estrechos colaboradores diocesanos y de algún grupo de fieles, poniendo así en evidencia un verdadero y auténtico sentido de renovación de las visitas de los pastores de las iglesias particulares "ad limina apostolorum".

Muchos obispos en las respuestas a los Lineamenta, expresan el deseo que la relación entre el Sucesor de Pedro y los obispos diocesanos, a través de los dicasterios de la Santa Sede y los representantes pontificios, sea cada vez más marcada por criterios de colaboración recíproca y de estima fraterna, como actuación concreta de una eclesiología de comunión, en el respeto de las competencias.


Las conferencias episcopales

71. Los obispos viven su comunión con los otros Pastores en el ejercicio de la colegialidad episcopal. Desde la antigüedad cristiana tal realidad de comunión ha encontrado una expresión particularmente calificada en la celebración de los Concilios ecuménicos, también en los concilios particulares, tanto plenarios como provinciales, concilios que todavía hoy tienen una utilidad, contemporáneamente a la consolidación de las Conferencias episcopales.

A partir del siglo pasado, en efecto, han nacido las Conferencias episcopales que en el Decreto Christus Dominus han encontrado una acogida particular y en el CIC una específica normativa. Recientemente, siguiendo las recomendaciones del Sínodo Extraordinario de 1985, que pedía un estudio sobre la naturaleza teológica de las Conferencias episcopales, Juan Pablo II ha promulgado, a propósito, el Motu proprio Apostolos suos, que esclarece y analiza detalladamente todo el argumento.

En el Directorio Ecclesiae imago venía de algún modo expresada su naturaleza con estas palabras: "La Conferencia episcopal ha sido instituida con el fin de que pueda hoy por hoy aportar una múltiple y fecunda contribución a la aplicación concreta del afecto colegial. Por medio de las Conferencias se fomenta de manera excelente el espíritu de comunión con la Iglesia universal y de las diversas iglesias particulares entre sí".

72. Quedando firme la autoridad de cada obispo en su iglesia particular, "en la Conferencia los obispos ejercen unidos el ministerio episcopal en favor de los fieles del territorio de la Conferencia; pero, para que tal servicio sea legítimo y obligatorio para cada obispo, es necesaria la intervención de la autoridad suprema de la Iglesia que, mediante ley universal o mandato especial, confía determinadas cuestiones a la deliberación de la Conferencia episcopal".

"El ejercicio conjunto del ministerio episcopal incluye también la función doctrinal". Los obispos reunidos en la Conferencia episcopal deben procurar que el magisterio universal llegue al pueblo a ellos confiado. Para que las declaraciones doctrinales de la Conferencia episcopal obliguen a los fieles a adherir a ellas con religioso obsequio de ánimo deben, o ser aprobadas por unanimidad, o bien, aprobadas por mayoría cualificada, obtener la recognitio de la Sede Apostólica.

Las Iglesias orientales patriarcales y arzobispales mayores tienen sus propias instituciones de carácter sinodal, como el Sínodo patriarcal y la Asamblea patriarcal, y gozan de leyes propias. El mismo CCEO contempla las asambleas de los jerarcas de diversas iglesias sui iuris.

Existen también organismos como las Reuniones Internacionales de Conferencias Episcopales a nivel continental o regional por su cercanía, que, aún no teniendo las competencias de las Conferencias episcopales, propiamente dichas, según las normas del derecho canónico, sin embargo, son instrumentos útiles a través de los cuales se establecen relaciones de colaboración entre los obispos en vista del bien común.


Comunión afectiva y efectiva

73. Las relaciones que se establecen entre los obispos, ya sea en el ámbito de los Sínodos patriarcales de la Iglesias orientales, ya sea a través de las Conferencias episcopales, ya sea mediante otras formas de colaboración y comunión, cada una según la propia naturaleza teológica y jurídica, no deben ser vistas sólo en función del trámite burocrático de cuestiones internas y externas. Es más, en el espíritu de comunión entre los pastores de las iglesias y en el affectus collegialis, propio de la participación sacramental a la solicitud por el entero pueblo de Dios, dichas relaciones deben constituir una verdadera experiencia de espiritualidad, un ejercicio de comunión afectiva y efectiva.

Las asambleas episcopales deben entonces desarrollarse en la escucha recíproca en virtud de la común responsabilidad y solicitud eclesial. Ellas constituyen momentos de responsabilidad pastoral, de evangélica fraternidad, de compartir problemas, de verdadero discernimiento eclesial y espiritual; son momentos en los cuales los obispos iluminan con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, en una mutua ayuda que se confía a la gracia del Señor, presente en medio de los que están reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20), y a la asistencia del Espíritu Santo que guía a la Iglesia.

74. Esta ayuda recíproca entre los obispos, y en modo especial de parte de los metropolitanos, puede y debe transformarse en estímulo, en sostén en el discernimiento, en consejo recíproco y eventualmente en una oportuna corrección fraterna, según el Evangelio, en momentos de dificultad.

Algunos esperan que en razón de la comunión fraterna en la gracia del Episcopado y en la unidad de la Iglesia se establezcan relaciones de ayuda recíproca entre diócesis grandes y pequeñas, con aquellas ayudas que se revelarán oportunas como el intercambio de agentes de pastoral, de medios económicos y de subsidios, así como también la constitución de estructuras y organismos comunes, cuando las diócesis sean vecinas. Hay que alentar también las relaciones de fraternidad entre diócesis, como gemelas, como iglesias esparcidas por el mundo, especialmente con aquellas más necesitadas y jóvenes, como signo de solicitud por la Iglesia universal.

En las respuestas a los Lineamenta se pide aclarar las relaciones cuando, por varias razones, especialmente por la diversidad de iglesias "sui iuris" o bien por la existencia de una prelatura personal o de un ordinario militar, diversos obispos dentro del mismo territorio se encuentran ejerciendo la función de pastor respecto a sus respectivos fieles. Es necesario que se establezcan definidos criterios para favorecer el testimonio de la unidad.


II. Algunos Problemas Particulares

Distintas tipologías del ministerio episcopal

75. De las respuestas a los Lineamenta emergen algunas cuestiones que merecen una especial atención, de tal manera que puedan ser aclaradas, a la luz de los últimos años, particulares tareas, derechos y deberes, en el respeto de los dones propios de cada obispo.

La primera de estas cuestiones toca la variedad del ministerio episcopal, como se ha delineado a través de la historia y de las tradiciones de la Iglesia.

Dentro de la Iglesia sobresale el ministerio del obispo elegido y consagrado al servicio de una iglesia particular. Entre éstos está investido por el Señor de una función particular el Obispo de Roma. La Iglesia que está en Roma preside la asamblea universal de la caridad, posee una particular principalidad y, por su peculiar vínculo con el apóstol Pedro, su Obispo es Cabeza y Pastor de la Iglesia universal. Él, animado por el Espíritu del Buen Pastor, apacienta el rebaño universal de Cristo y confirma a los hermanos en la verdad, como signo de comunión y de unidad ante todas las otras iglesias y confesiones cristianas, ante las otras religiones y ante la entera sociedad.

Una particular figura episcopal, según la tradición de la Iglesia, revisten los obispos que, con el título de Patriarca, presiden las Iglesias católicas orientales. Al Patriarca está reservado un especial honor como Padre y Cabeza de su iglesia patriarcal. En las Iglesias orientales católicas se encuentran también los arzobispos mayores, que son metropolitanos de una sede determinada reconocida por la suprema autoridad de la Iglesia. Ellos presiden una entera Iglesia oriental sui iuris que no tiene título patriarcal.

Los arzobispos y obispos diocesanos o eparquiales son constituidos pastores de sus respectivas iglesias particulares.

Existen, además de los arzobispos y obispos diocesanos al frente de una iglesia particular residencial, otros arzobispos y obispos, a quienes ha sido conferida la gracia y la dignidad episcopal, al servicio de toda la Iglesia y con un particular vínculo con el ministerio petrino en el gobierno de la Iglesia; entre éstos los obispos creados cardenales sin una sede particular. Otros colaboran con el Romano Pontífice en la solicitud de la Iglesia universal y están al servicio de la Santa Sede, con cargos en la Curia Romana o en las Nunciaturas y Delegaciones apostólicas.

Hay que mencionar además los obispos metropolitanos de las Iglesias de Oriente que están encargados de una provincia dentro de los límites del territorio de una Iglesia Patriarcal, a norma del propio derecho particular. También en la Iglesia latina se encuentran los metropolitanos, que presiden una provincia eclesiástica con propios derechos y deberes a norma del derecho.

Los obispos coadjutores y auxiliares, sean diocesanos o eparquiales, están al servicio de las propias diócesis o eparquías y colaboran con el obispo diocesano o eparquial cuando las circunstancias lo aconsejan, a norma del propio derecho.

Esta simple enumeración ilustra la rica variedad del ministerio episcopal en la Iglesia universal y particular desde el punto de vista teológico e institucional.


Los obispos eméritos

76. Hoy han aumentado en modo considerable los obispos que por las razones previstas en el derecho han sido dispensados de la función pastoral. Se ha puesto repetidamente el problema de una mayor participación de ellos en la vida eclesial.

Los obispos eméritos, continuando a formar parte del Colegio Episcopal, mantienen el derecho/deber de participar en los actos del Colegio en los modos previstos por el derecho.

Además, vista su experiencia pastoral, son consultados sobre las cuestiones de índole general. Para que, entonces, permanezcan informados sobre los problemas de mayor importancia, deben ser enviados a ellos con anticipación los documentos de la Santa Sede y, de parte del obispo diocesano, el boletín eclesiástico y otros documentos. Por su competencia en determinadas materias ellos pueden ser contados entre los miembros adjuntos de los Dicasterios de la Curia Romana y ser nombrados consultores de los mismos; ser elegidos, en los casos previstos por los estatutos de la diversas Conferencias episcopales, para el Sínodo de los obispos; participar en alguna reunión o comisión de estudio, si en los estatutos de la Conferencias de los obispos no fuera prevista su presencia con voto deliberativo.

En las respuestas a los Lineamenta se espera que cuanto está previsto por el derecho sea llevado a fiel aplicación.

Se pide que no falte a cada obispo emérito un adecuado trato económico y se busquen laudables soluciones que eviten su aislamiento y favorezcan su plena vitalidad eclesial.

Conviene tomar en consideración las necesarias atenciones debidas a los obispos ancianos o enfermos que también constituyen en la Iglesia y en medio de los fieles un ejemplo de amor a Cristo y de donación de la vida en su ministerio, en la oración y en el sufrimiento.

Finalmente, el consejo de los hermanos obispos puede ser de gran ayuda y consuelo en el momento en el cual llega el tiempo de renunciar al oficio. De la sabiduría, comprensión y aliento de otros obispos puede venir también la ayuda para que en este difícil pasaje humano y espiritual, las decisiones que se refieren al propio futuro puedan ser tomadas con serenidad y confianza en la divina providencia.


Elección y formación de los obispos

77. Entre las respuestas a los Lineamenta algunas se refieren al argumento de las consultaciones previas a la elección de los obispos, con el objeto de que a través de dichas consultaciones se pueda favorecer la elección del candidato más adecuado a la misión para la cual es destinado.

Dada la especial responsabilidad del ministerio episcopal, se considera siempre más la oportunidad de iniciativas particulares en favor de los obispos recientemente nombrados. Para ellos en los últimos años han sido propuestas actividades formativas, para que tengan la ocasión de prepararse mejor a responder a las exigencias del ministerio desde el punto de vista teológico, pastoral, canónico, espiritual y administrativo.

A través de oportunos programas de formación permanente se propone también la necesaria actualización doctrinal, pastoral y espiritual de los obispos junto con un aumento de la comunión colegial y de la eficacia pastoral en las respectivas diócesis.

Además, en vista, de las ordinarias y graves decisiones a tomar, se siente la particular necesidad de invitar a los obispos a destinar un tiempo adecuado a la meditación y a la contemplación en medio de las tareas cotidianas del ministerio, cuando la urgencia de las cuestiones golpea a la puerta del corazón y la preocupación del pastor invoca la pausa de la piedad y la escucha del Espíritu en la serenidad interior.