IX.- CAUSAS PRINCIPALES DE LA DEFICIENTE FORMACIÓN DE LOS SEMINARISTAS

 

1/.- DE PARTE DE LOS SUPERIORES ( y educadores)

Las causas principales de la deficiente formación de los seminaristas, por lo que atañe a los Superiores y educadores, son las siguientes:

1.ª Descuidar la prudente y resuelta selección, tanto en la primera admisión de los jóvenes en el Seminario, como en los años de espiritualidad y de filosofía y sobre todo en la admisión de los candidatos a las sagradas órdenes.

A este propósito escribe V. Sardi : "La mayor parte de los Seminarios que, por una u otra razón, no responden a los que era de esperar, adolecen de este mal: <de no seleccionar entre los que piden ser admitidos en ellos>.

Se cae con frecuencia en el prurito de poder decir: <tengo un Seminario muy numeroso>, y se ve con pena si escasean las peticiones de admisión, creyéndose que decae el prestigio del Seminario, si no hay un número crecido de alumnos. ¡Engaño!

Éstos no se han de contar, sino ponderar; de otra suerte se cumpliría aquello: <multiplicaste la gente, pero no aumentaste la alegría>. (Dei Seminari, Lettera 3ª, 1, 9, 3.).

Debido a esta equivocada práctica, ocurre que, con la esperanza de una posible enmienda, no pocos jóvenes adelantan en los estudios, pasan los años con los mismos defectos y entran a veces en el sacerdocio sujetos poco seguros, los cuales, si en el Seminario fueron la rémora de la disciplina, después son sacerdotes sin celo o inútiles y aun perjudiciales.

Para evitar estos males, la selección debe ser perseverante y constante:

2.ª La diversidad de criterios y de obrar en los que, de una u otra manera, intervienen en la educación disciplinar, intelectual y moral de los seminaristas, acerca de las cualidades que la Iglesia pide en los aspirantes al sacerdocio.

Esto hace que el nivel de la formación de los mismos sea más bajo que lo que debía ser y se traduzca en la relajación de la disciplina del Seminario.

Para evitar esto, reúnanse conjuntamente al menos una vez al mes, el Rector con los Prefectos de Disciplina y Estudios, así como con el Director espiritual, de forma que se establezca unidad de criterios, y se entre en el estudio de la situación de cada seminarista.

3.ª La falta de dedicación al estudio y al conocimiento de los Seminaristas, como lo pide la pedagogía eclesiástica.

De aquí sucede que algunos, aplicando aquel dicho vulgar -cada maestrito tiene su librito-, se rijan en el gobierno de los seminaristas por su espíritu y no se ajusten con toda fidelidad al espíritu de la Iglesia, manifestado en innumerables documentos.

La dedicación seria e ilustrativa en este asunto ayuda mucho a la formación de los seminaristas, pero requiere trabajo y discreción. No se puede olvidar de que cada uno no forma sacerdotes a su gusto y a la carta, sino que estos deben ser formados según las normas y espíritu de la Iglesia.

4.ª La parcialidad.- Consiste ésta en inclinarse el superior a favor o en contra de uno o varios seminaristas, no por motivos razonables, sino por motivos humanos, v. gr., de simpatía o antipatía instintivas hacia éste o aquel.

De esta disposición de ánimos nace espontáneamente una cierta distinción en el trato con sus seminaristas y aun en el modo de enjuiciar su conducta, de suerte que la estima o desvío que siente hacia ellos sea efecto de la predilección o antipatía.

Este defecto, como salta a la vista, se opone del todo a la prudencia que ha de presidir el gobierno de los Superiores.

Por lo demás, así como la equidad es el ornamento de la autoridad y da prestigio al Superior, así la parcialidad lo quita y engendra en los súbditos la desconfianza, el alejamiento, las quejas, las murmuraciones y la poca estima de aquel; lo cual trae muchos males para la educación de los seminaristas.

Por su parte, los superiores del Seminario, han de pensar que los son para todos y no solo para algunos. Por ello la toma de decisiones sobre cualquier seminarista debe hacerse colegiadamente en le Consejo del Seminario (Rector, Prefectos de disciplina, Prefecto de estudios y Director espiritual). Esto protegerá la decisión, convirtiéndola en imparcial. Es mas difícil que 4 sean parciales, que uno solo.  

5.ª La falta de tacto, al usar de castigos y represiones poco conformes, en si y en la forma, a las normas de la pedagogía eclesiástica; con lo cual el educador se enajena la voluntad de los súbditos y en vez de conciliarse su amor y confianza, no consigue sino serles excesivamente tímido.

6.ª No dar importancia a las faltas pequeñas, aunque sean frecuentes. Éstas, cuando se cometen por hábito y proceden de una índole mala, constituyen un obstáculo para formar almas dispuestas al sacrificio y amantes del deber, como lo exige el sacerdocio.

Contentarse con una ligera advertencia al que ha faltado sin procurar, mediante una corrección más eficaz, la enmienda del culpable y la exacta guarda del Reglamento.

Asimismo, el no corregir o castigar públicamente las transgresiones públicas de los súbditos.

7.ª El no distinguir las faltas de fragilidad y las aisladas aun deliberadas, de aquellas otras que proceden de malicia o de las que se cometen por hábito.

Las primeras se deben advertir suavemente; las segundas, como mentiras, desobediencias, inmodestias, etc., se han de corregir y castigar con cuidado y rigor, según los casos.

La frecuencia de las faltas, no corregidas debidamente, introducen los abusos en la comunidad, la relajación en la disciplina, y la desobediencia cobra audacia y hace ineficaz el mejor reglamento.

8.ª La inconstancia.- Consiste ésta en una deficiente uniformidad en exigir a los seminaristas el exacto cumplimiento del deber.

A veces proviene del celo indiscreto. Algunos, al principio de su actuación en el gobierno de los Seminaristas, piden todo y después, viendo que no consiguen lo que se proponían, se desalientan y piden poco.

Esta deficiente uniformidad en los superiores perjudica a la disciplina. Conviene más moderarse en los principios y perseverar en el legítimo y obligatorio ejercicio de la autoridad, que dejarse llevar de un celo, que no sabe esperar.

Otras veces la inconstancia procede de cierta debilidad de carácter que dispensa fácilmente de la exacta guarda del Reglamento, bien por querer complacer en todo a los alumnos, bien por el temor de disgustarles y no atreverse a decir no a sus insinuaciones, cuando conviene.

La demasiada condescendencia no ejerce influencia saludable en la educación y perjudica a la disciplina; las cuales se fundan en el respeto y estima del cumplimiento de las propias obligaciones.

El querer contentar a todos es una gran ventaja, aunque difícil de conseguir en el gobierno. Pero de esto a aceptar todo y decir siempre sí, va mucha diferencia.

Las demasiadas concesiones y dispensas frecuentes de clases, estudio, horario, etc., son perjudiciales a la formación de los seminaristas. El vigor y la eficacia de la disciplina y del reglamento proceden de la fidelidad y exactitud en los detalles, que engendran la regularidad; por el contrario, la irregularidad e inconstancia se han de atribuir más a la debilidad de carácter y a la falta de criterio, que a la necesidad o conveniencia de la disciplina.

Se puede tolerar un mal menor, para prevenir contra otro mayor; pero no se ha de confundir la inconstancia con la firmeza necesaria para educar. Ésta requiere saber decir que no, cuando es menester y también corregir y castigar con justicia las faltas y defectos.

9.ª La falta de separación completa entre seminaristas del año de espiritualidad con los del filosofado, o los de filosofado con los del teologado.

10.ª Las vacaciones demasiado largas o frecuentes fuera del Seminario. En ellas, por disipación de espíritu que a veces causan, los seminaristas pierden los hábitos de orden, de aplicación y de piedad, retardando notablemente su formación, si es que en algunos casos no la estorban por completo.

Por lo que mira a la disipación de espíritu, si bien en menores proporciones, se ha de decir lo mismo de las recreaciones ordinarias, si son demasiadas en la frecuencia o en la duración.

La recreación ha de ser moderada. El uso de un esparcimiento conveniente de espíritu contribuye a la práctica de la virtud, pero la prudencia está en la medida.

En algún Reglamento se hace notar esta regla de prudencia, que ha de acompañar a la recreación.

La sal es un excelente condimento, pero si se usa con exceso, echa a perder los alimentos.

11.ª Dejar la comunidad sola o alejada de la vista de los superiores, y el no tener uniformidad de vida con ella en los actos comunes.

La presencia de los superiores mantiene la disciplina y edifica; su ejemplo atrae sin violencia.

Los superiores no deben ausentarse de la comunidad sin causa ni con mucha frecuencia.

Para concluir este apartado de los defectos de los Superiores, recordemos los que señala el P. Guibert, en su libro Contribution a l' education des Clers, defectos que disponen al mal espíritu en una comunidad y contribuyen a la defectuosa formación de los seminaristas:

a)<<El alejamiento>>.- Cuando los Superiores viven apartados de los seminaristas o les dejan demasiado a su voluntad, entonces éstos quedan abandonados a sus movimientos espontáneos, más o menos peligrosos.

b)<<El egoísmo>>.- Si los Superiores dan a entender que viven más para sí que para el bien de ellos, o que llevan una vida cómoda, los Seminaristas sienten pronto antipatía hacia él.

c)<<La debilidad de carácter>>.- Si por flojedad de la voluntad se descuida la disciplina y se afloja en el trabajo, y, espantado el superior de las consecuencias, quiere reaccionar bruscamente, se provoca el descontento en los seminaristas a la vista de esos actos inesperados de autoridad.

d)<<El deseo de popularidad>>.- Cuando los superiores caen en este defecto, adulan a los alumnos, en particular a los menos ejemplares, con lo cual nace un semillero de mal espíritu en el Seminario.

e)<<Las divisiones>>.- Si los superiores están divididos, generalmente los seminaristas se dan cuenta de ello y se dividen en seguir unos a éste y otros a aquel; de donde viene a introducirse el desorden en las comunidades.

 

2/.- DE PARTE DE LOS SEMINARISTAS

Las causas principales de la deficiente formación de los seminaristas, por lo que atañe a ellos, son las siguientes:

1.ª La irreflexión.- La falta de reflexión es uno de los mayores defectos de los jóvenes, particularmente en los primero años de Seminario, que impide o retrasa la formación de su voluntad, por depender ésta de la razón, cuyo oficio es indicar lo que se ha de hacer y lo que se ha de evitar para conseguir aquello que nos hemos propuesto.

El irreflexivo no piensa en las razones que determinan sus acciones ni en las consecuencias que pueden traer consigo para su formación. La viveza de las impresiones de los sentidos y la rapidez con que se mueven influyen en dicho modo de obrar del joven seminarista.

En efecto, así como la reflexión, influyendo en las aprensiones y juicios del entendimiento y en las resoluciones de la voluntad, hace que esta no se deje llevar de los impulsos de las pasiones o inclinaciones malsanas, sino que obre rectamente; así la irreflexión va acompañada de la precipitación en el pensar y juzgar de las cosas y de la irregularidad en el cumplimiento del deber, que es en el hombre uno de los factores que más influyen sobre la voluntad para la práctica del bien.

Otra consecuencia de la irreflexión es la falta de ideal, propio del que aspira al sacerdocio, o el no pensar bastante en él, ni en los trabajos y sacrificios que lleva consigo la adquisición de la ciencia y de la virtud que requiere ese estado.

De aquí que se obre bajo la impresión del momento, de la costumbre, que se cumpla el Reglamento mecánicamente y se ejecuta los actos de piedad con más o menos devoción, pero sin que formen en el corazón los hábitos adquiridos de orden y de virtud.

2.ª La volubilidad.- Es ésta un defecto de energía de la voluntad para sobreponerse a las dificultades que se encuentran en la práctica del bien.

Este defecto proviene de la influencia que ejercen en el alma de los seminaristas las impresiones mudables de las cosas exteriores.

Y porque éstos suelen obrar por la impresión del momento y no por miras fijas de conjunto, carecen de una dirección constante en la conducta y cambian fácilmente en los propósitos.

La inestabilidad y la irregularidad en los deseos, en la atención y en los sentimientos engendran la indisciplina.

Esta tendencia, que fácilmente nace en el ánimo de los seminaristas, se ha de neutralizar por las ideas del deber, del pensamiento de agradar a Dios, de la responsabilidad, y de las grandes obligaciones que se han de cumplir más tarde y para las cuales es menester prepararse al presente. Pero estas ideas apenas ejercen influencia alguna en el ánimo del seminarista inconstante.

3.ª La indocilidad.- Consiste en la falta de entrega, de docilidad y de obediencia a los superiores y a aquellos que dirigen el alma del seminarista.

La virtud que impera estos actos es la prudencia, que inclina el ánimo a descansar en el parecer de los superiores. Esto es obediencia de juicio.

Por el contrario, la indocilidad es efecto de la precipitación, que sigue las insinuaciones del amor propio, y trae consigo la falta de generosidad y la indisciplina; cualidades opuestas a lo que exige la formación del aspirante al sacerdocio.

4.ª La pasión dominante.- Uno de los mayores impedimentos que el seminarista puede oponer a su formación, es el descuido en conocer su pasión dominante y el no usar de los medios conducentes para combatirla.

La pasión dominante significa la inclinación o inclinaciones desordenadas que más frecuentemente llevan a uno a cometer las mismas faltas.

La raíz de la pasión dominante es el amor propio y la sensualidad.

El primero se manifiesta por el apego demasiado al propio juicio o parecer, aun cuando pueda ser errado, por el espíritu de murmuración y de crítica respecto a los superiores, de donde proviene la dificultad en someterse a la obediencia y a sus consejos; por la dureza de carácter que en presencia de una negativa, de una desatención o de una contradicción se irrita consigo mismo y con los demás; por la falta de caridad en los juicios acerca del prójimo, la jactancia y la envidia.

La segunda se manifiesta por el descuido en sujetar las pasiones a la razón, por la inmortificación de la imaginación y de los sentidos exteriores y por algunas con descendencias a los deseos que turban la paz del alma  a veces la mancillan.

5.ª Finalmente, hay otro escollo en que tropiezan los seminaristas detrimento de su formación y es el dedicarse con tal empeño al estudio que descuiden la debida aplicación a las cosas de su alma, y no alcancen aquel grado de virtud que corresponde a su vocación.

Otro tanto se ha de decir de la demasiada actividad que a veces despliegan los seminaristas en algunos apostolados, por vía de ensayo para el día de mañana.

Este trabajo es de alabar, pero se ha de hacer de modo que no estorbe la preparación al sacerdocio que se propone la Iglesia en su Seminario.

 

3/.- LOS PERIÓDICOS Y LA FORMACIÓN DE LOS ALUMNOS

No se ha de olvidar que el Seminario es un lugar de preparación para el sacerdocio mediante la dedicación tranquila al estudio y el ejercicio de las virtudes; de aquí que tanto la Iglesia vigile sobre aquellas cosas que pueden turbar la serenidad del espíritu de los seminaristas y ser un obstáculo a su formación: tal sucede con la lectura de periódicos o revistas.

Qué importancia se haya de dar a este asunto, basta fijarse en el tenor de los documentos que tratan de él.

San Pío X, en el Motu Proprio Sacrorum Antistitum, prohibió rigurosamente a los seminaristas la lectura de cualquier revista o periódico, aunque fuesen buenos, para que no perdiesen el tiempo con otras cosas y descuidasen el estudio de lo principal, cargando la conciencia de los superiores sobre el cumplimiento fiel de esta prohibición.

La mente de todos los documentos que han hecho referencia a esto, es que no se dejen en manos de los seminaristas los periódicos que traten de política y las revistas de controversia sobre cuestiones sociales y científicas en que no hay unanimidad de pareceres.

Por ello, los superiores del Seminario han de procurar que no lleguen a manos de los seminaristas, en particular durante el curso, los periódicos y revistas de que se ha hecho mención. Los superiores y profesores pueden leer a los alumnos, o hacer que se les lea en su presencia, algún artículo científico de periódicos o revistas, que les sea útil o provechoso.

A los seminaristas les están permitidas las revistas o periódicos de asuntos religiosos; las que dan a conocer las disposiciones de la Santa Sede o del Obispo y las destinadas a fomentar la piedad, supuesto siempre el permiso de los superiores y que no las lean en tiempo de estudio. Se debe, no obstante informar a los seminaristas que no pueden leer revistas, ni periódicos ni libros sin el previo consentimiento de los superiores, incluso en tiempos de vacaciones.

En definitiva hay que apartar a los seminaristas de todas aquellas lecturas que perturbe su formación.