VIII.- OBSERVACIONES RESPECTO A LA SELECCIÓN DE LOS SEMINARISTAS    

 

 1.ª Todas las obligaciones de los superiores, confesores y directores espirituales, cada uno en su ámbito, con relación a los Seminaristas, se reduce en último término a saber si éstos son aptos o no para el sacerdocio. A los aptos, se les ha de preparar convenientemente, a los que no lo son, se les ha de procurar desviarles del camino emprendido.

2.ª La selección principal se ha de verificar en el Seminario. Principalmente durante el primer año de espiritualidad y en los dos siguientes filosóficos. No se debe dejar pasar a otros cursos superiores, ya del espiritual a los filosóficos, o de los filosóficos a los teológicos, o de los teológicos entre si, del inferior al siguiente, etc..., si el seminarista no da fundada esperanza de perseverar en la carrera sacerdotal.

Cussac en su libro Recrutement sacerdotal, indica un método para la selección de los seminaristas. En el Seminario, dice, "se debe ejercer una vigilancia activa, minuciosa, paternal ciertamente, pero perspicaz. Para ayudar al superior en esta ardua tarea, me permito preconizar un medio que deja apenas margen al error.

Cada mes pasará revista el superior sobre las listas de los seminaristas, en consejo... Cada uno de dichos seminaristas será objeto de una requisitoria escrupulosa, en que deberán ser examinados con atención: las aptitudes intelectuales, la regularidad del trabajo, las cualidades físicas y morales, los esfuerzos por mejorar el carácter, las prácticas de piedad, las tendencias y aspiraciones.

Todos los superiores aportarán a este examen el fruto de sus observaciones personales, discutiéndose, bajo la mirada de Dios y sin acepción de sus preferencias y antipatías, el valor de las vocaciones que se examinan.

Y si tal o cual alumno, después de una observación más o menos prolongada, continúa mostrándose disimulado y egoísta, remiso y tardío en la piedad, insensible a las represiones, poco escrupuloso en el cumplimiento del deber, el Consejo debe formular contra él una sentencia de exclusión.

A menudo tendrá ocasión en el porvenir, de lamentarse de sus excesos de indulgencia; pero nunca se arrepentirá de haber mantenido muy alto el ideal del honor y de la santidad propuestos a los alumnos del santuario. Que no se deje mover por consideraciones humanas o preocupaciones de orden material. <Non multi, sed boni>, es una excelente fórmula que nos viene de un Padre de la Iglesia y que tiene aquí su aplicación rigurosa".

3.ª La eliminación de los sujetos no aptos para el sacerdocio, no traerá consigo la disminución de sacerdotes en la Iglesia. Más aún, si los que se ordenan, salen bien instruidos en la ciencia y bien formados en el espíritu, trabajarán después al frente de una parroquia, en capillas o donde sean destinados,  en el fomento de las vocaciones.

Por lo demás, la experiencia enseña que cuando declinan en un Seminario los estudios, la piedad y la disciplina, disminuye también el número de alumnos, y, al contrario, cuando florecen los estudios, juntamente con la piedad y la disciplina, crece el número de alumnos.

Enseña Santo Tomás: "Dios no deja de tal manera a su Iglesia que no se encuentren bastantes ministros idóneos para las necesidades del pueblo cristiano, si son promovidos a las órdenes los dignos y se aparta a lo indignos.

Y, si no se pueden encontrar tantos ministros como ahora hay, mejor sería tener pocos sacerdotes buenos, que muchos y malos" (Suppl. q. 36 a. 4 ad 1.)

4.ª Los superiores deben pensar en la responsabilidad que contraen si, por evitar molestias u otros motivos humanos, toleran, pudiéndolo evitar, a los que merecen ser despedidos o separados del Seminario.

Aunque los confesores y el director espiritual quieran cumplir con su obligación, siempre habrá algunos que se ordenen sin vocación, si los superiores del fuero externo no son diligentes en separar oportunamente a los que lo merecen.

5.ª Antes de que el Obispo Diocesano, o el Rector del Seminario, piense promover, presentar o recomendar a un alumno para las órdenes, debe tomar muy en cuenta las opiniones de los restantes Superiores del Seminario y de otros. Ellos deben examinar respectivamente: a) si es necesario, o al menos útil, dar otro sacerdote bueno a la Iglesia; b) si el seminarista, atendida si índole, talento y espíritu, da esperanzas fundadas de guardar toda la vida la pureza en medio de los peligros del mundo y del ministerio sagrado, y ser apóstol de celo; c) si será sacerdote de estudio y de oración, y sumiso a sus superiores, y en particular al Sumo Pontífice.

Si la respuesta a estos puntos, en especial a los dos últimos, es negativa o solamente dudosa, no puede promoverle, presentarle o recomendarle, cualquiera que sea la necesidad de la Iglesia. (Véase Mons. Camele, la Formazione del Clero, p. 282).

6.ª Las equivocaciones, en lo que se refiere a la previsión del buen resultado de los sujetos, si son frecuentes, han de atribuirse a que no se tiene un concepto adecuado de las dotes requeridas en los candidatos para aspirar al sacerdocio; a que no se conoce bien a los Seminaristas, o a una propensión demasiada a la benignidad, aun en los casos que hay razones suficientes para la exclusión, debida al temor injustificado de que falten sacerdotes.

El sacerdote, por su carácter de ministro de Dios, aunque no necesite tener todas las virtudes en grado heroico, sí lo necesita, de algún modo, en cuanto a la castidad y al celo. El Obispo, el Rector del Seminario, el Prefecto de disciplina, el director espiritual o el confesor que no estén bien persuadidos de esto y crean que puede ser uno buen sacerdote con una virtud mediana, permitirá la ordenación de los que no la merecen.

7.ª El paso del Seminario a la vida del sacerdocio en el mundo, suele ir acompañado de una pérdida de fervor.

El joven sacerdote no permanecerá en el estado que tenía al dejar el Seminario, siguiéndose, por lo regular, esta gradación: "seminarista malo, sacerdote peor, si bien sean pocos en  número; seminarista mediano o tibio, sacerdote malo; seminarista bueno, sacerdote mediano o tibio, y seminarista fervoroso, sacerdote bueno" (Dubois. El Guía del Seminarista, p. 4).

8.ª La selección de los seminaristas, por ser una misión difícil, requiere mucha fuerza de voluntad. Por ello, todos los Superiores, cada cual en su campo, ha de poner sumo empeño en conocer e aprovechamiento de los seminaristas en la piedad y el estudio y tener propósito decidido de promover los intereses de la Iglesia y de la Diócesis, procurando no sólo la enmienda de los que faltan, sino también forzando la separación de los que no son para el sacerdocio.

9.ª Es menester precaverse contra la misericordia mal entendida que permite adelantar a los Seminaristas en los estudios, y, sobre todo, pasar del año de espiritualidad al filosofado, o de este al teologado,..., a todos aquellos que, en lo moral, no son en extremo indignos, y, en lo intelectual, ineptos por completo, confiando en que ellos mismos dejen el Seminario, o esperando tomar más tarde las medidas oportunas: cosas que no siempre se verifican; de donde sucede que suban algunos las gradas del altar indebidamente, por su falta de preparación.

10.ª En la selección no se ha de proceder a priori, sino por vía de observación y raciocinio, estudiando las cualidades morales e intelectuales de los alumnos, el espíritu que les mueve, el esfuerzo con que procuran el fin que se han propuesto y particularmente, el temperamento predominante en ellos, el cual ejerce una grande influencia en sus ideas e inclinaciones y en toda su vida.

El olvidarse de esto, o creerlo de poca importancia, es a veces causa de que entren en el sacerdocio sujetos refractarios a la disciplina eclesiástica o, al menos, de que se frustren en gran parte la formación de los jóvenes levitas.

11.ª La suficiencia del sujeto no ha de ser resultado de un juicio negativo, sino positivo de las cualidades requeridas en el aspirante al sacerdocio.

No se puede, pues, juzgar idóneo al seminarista porque no es, en lo intelectual, una completa nulidad, ni en lo moral, por hallarse fuera de los límites de la depravación de costumbres; sino que se le ha de juzgar idóneo porque además de la capacidad suficiente para aprender, tiene voluntad decidida de dedicarse al estudio, a lo cual se añade la buena conducta y el deseo de adelantar en la virtud.

Estas dotes se echan de ver, cuando el seminarista es de buena índole, en su modo habitual de obrar por corregirse de sus defectos, más o menos grandes, y por conseguir las virtudes.

Al Seminarista de mala índole, le falta este empeño y constancia en el bien.

Este método, aunque pide una observación constante de los seminaristas, es relativamente fácil y, sobre todo seguro, porque cada uno suele portarse según lo que es en su interior, y el fingimiento y disimulo, se descubren pronto.

12.ª Hay que distinguir la virtud sólida: amor delicado a Dios, a la pureza y a las almas, de la piedad maquinal, lánguida y fingida, que es insuficiente para aspirar al estado sacerdotal. "Etenim si (pietas) sincera non fuerit hypocresis erit; si haud profunda (in humilitatis virtute alte radicata) quum primun tempestas orietur evanescet; si non solida, illusionibus maxime obnoxia erir, atque a fine suo penitus aberrabit". (Micheletti, De rectore, CV, p. 130).

"No se deben abrir las puertas del santuario a aquel en quien no se descubra el <hombre de Dios>". (Guibert, Contribution..., p. 125).

El Eminentísimo Cardenal Segura, Arzobispo de Sevilla, en el año 1943 decía: "Los no piadosos no pueden permanecer en el Seminario, y si se diera el caso de que alguno o algunos pudieran camuflar su modo de proceder con matices intensos de tinte piadoso, y dieran el paso que no debieran dar, mal para la Santa Iglesia y mal sobre todo, para ellos, porque se han buscado voluntariamente su propia infelicidad y desgracia" (Nuestro Apostolado, III).

Conviene, pues, ver la diligencia que el seminarista pone en alcanzar las virtudes; la compostura y devoción que muestra en los actos del culto; el respeto que manifiesta a los superiores; el cuidado en guardar el reglamento; el carácter que tiene y el comportamiento que observa con los compañeros y, sobre todo, la dedicación con que se entrega a la oración vocal y mental.

En las instrucciones es menester insistir sobre la necesidad de corresponde a la vocación divina y de dejar el camino del santuario cuando, después de cierto tiempo de experiencia, no se tienen las dotes requeridas principalmente la pureza y la piedad. Esta experiencia se ha de procurar con toda diligencia, particularmente en los cursos de filosofía.

13.ª En la selección se ha de usar de un prudente rigor, apartando los ciertamente indignos e ineptos, y ateniéndose en la colisión de probabilidades a la parte que más favorece la santidad del estado sacerdotal. (Véase Enciclic. Ad Catholici Sacerdotii, Pius XI, AAS. XXVIII).

Cuando no se está del todo cierto de la falta de vocación del seminarista, hay que despreciar cualquier pequeña duda en favor de la misma. No se ha de pretender una certeza absoluta, sino solo moral, la cual equivale a una grave probabilidad que excluye, no la posibilidad, sino la probabilidad fundada de equivocarse. (Véase Camele, La formazione del Clero, p. 337).

14.ª Cuando la vocación es dudosa por haber señales dignas de consideración en favor y en contra de la misma, o por no existir razones de peso en ningún sentido y aparecer en el sujeto sólo una bondad negativa, puede continuarse la prueba un poco más para salir de la duda.

Sin embargo, no se ha de olvidar: 1.º, que no basta mirar lo que es simplemente posible, sino lo que es sólidamente probable;

2.º, que no basta una ligera esperanza de enmienda, sino que ha de ser razonable;

3.º, que en el caso de una vocación dudosa existen dos peligros, uno: dar a la Iglesia un sacerdote indigno e inútil y otro: privarlas de un sacerdote mediocre, que es lo más que se puede esperar en tales casos.

Salta a la vista, que se ha de evitar preferentemente el primero. "Un superiore non si pentirá mai di aver dimesso un giovane nel debbio sulla sua vocazione. Il simplice dubbio fondato é motivo sifficiente a dimettere un giovane." (Misani, Sanctifica eos, p. 74).

4.º, que en esta clase de dudas, en general, es más fácil inclinarse a la benignidad que al rigor; siendo menester ponerse en una completa indiferencia para cumplir con el propio deber.

15.ª Al Seminarista, sujeto a prueba por dudarse de su vocación, antes de imponerle la obligación de separarse, hay que avisarle con tiempo a fin de que procure su enmienda con más ahínco.

Esta precaución es necesaria, porque las separaciones imprevistas suelen resultar duras y se creen, casi siempre, sin razón, al menos en cuanto al modo: de ordinario, la admonición debe preceder al castigo.

Mientras tanto, se ha de cuidar de que el Seminarista guarde buen comportamiento, para que su estancia no sea perjudicial a los otros; o de lo contrario, él sólo sería responsable de las consecuencias que le sobrevengan.

16.ª Durante el tiempo de prueba se ha de ver si el Seminarista consigue la probidad de vida, no común, sino excelente, que pide el sacerdocio, la cual se manifiesta, de un modo particular, por el amor delicado a la pureza: don que "acompaña inseparablemente a la vocación" ( Pío X).

Mas, porque este criterio fundamental, si bien resulta fácil en el fuero interno, no lo es tanto en el fuero externo, conviene fijarse en los siguientes postulados, que establecen los diversos autores:

1.º, la pureza de corazón lleva consigo el gusto a la piedad; al contrario, el disgusto de ésta es indicio muy probable de un corazón no casto;

2.º, la modestia en el porte exterior, particularmente de la vista, es una señal de la limpieza del alma; así como el descuido y libertad de los sentidos dan fundado motivo para temer la falta de dicha virtud;

3.º, si el seminarista se entretiene por costumbre y con malicia en pláticas inmorales, se ha de inferir, sin género de duda, que la <corrupción> está arraigada en su alma.

4.º, el cometer faltas con otros, en esta materia, prueba que se ha perdido el pudor y está pervertido el corazón;

5.º, se ha de dudar de la vocación del que es víctima de un hábito vicioso, no mortificado con el ejercicio constante de la virtud.

17.ª Los encargados de la educación de los Seminaristas han de procurar ayudarles a superar las dificultades con que tropiezan en esas circunstancias y prevenir contra los peligros que suelen encontrar en las amistades particulares y lecturas; en la ociosidad y en la disipación de los sentidos, etc.

18.ª Las separaciones:

a) no sólo han de ser justas, sino que en ellas ha de aparecer clara la justicia de las mismas;

b) se han de llevar a cabo, en cuanto sea posible, de modo que se proporcione a los alumnos, a sus padres,..., al Seminario, el menor daño y trastorno posible; en especial, hay que cuidar de la fama del culpable, guardando en secreto la culpa, si esta fue secreta; y, si pública, no descubriéndola en toda su gravedad, si no es necesario para el bien de la comunidad;

c) no se han de hacer con estrépito, escogiendo al efecto el tiempo de las vacaciones y aconsejando a los interesados, la conveniencia de que parezca que salen del Seminario por iniciativa propia;

d) si causas graves aconsejan otra cosa, se tomará algún pretexto, de acuerdo a veces con las familias, para disimular, en cuanto cabe, la salida durante el curso.

19.ª Con los seminaristas despedidos se ha de usar de caridad, no haciéndoles objeto de vejaciones: de lo contrario, salen amargados o despechados y pueden convertirse en enemigos de la religión, de la Iglesia; antes bien, se ha de procurar persuadirles de que se mira por ellos apartándolos de un estado que no es el suyo y que pueden servir a Dios con mucho mérito en el mundo, y asimismo se les ha de ayudar para que en él tengan un modo honesto de vivir.

20.ª A todos los dimitidos se les ha de dar un certificado, y este debe ser tal, que sin herir la susceptibilidad de nadie, ni cerrar la salida de una situación anómala, quede a salvo la verdad.

En cuanto a la causa de la salida, bastará decir que el Seminarista ha demostrado no poseer las  cualidades que pide la vida del Seminario y el ministerio sagrado.

No obstante, el en expediente personal y secreto del Obispo Diocesano y del Seminario si deben consignarse todas las causas con exactitud.

Los que desearen informaciones seguras y exactas las pedirán, pues todos saben que valor se ha de conceder a semejantes certificados oficiales, entregados a los interesados.

Esta norma también ha de servir para que, al pedir un joven la admisión el en Seminario, se ha de comprobar todos los documentos que entregue. Más aún si viene de otro Seminario u Orden religiosa, el Obispo Diocesano o el Rector del Seminario debe pedir información sobre el sujeto en cuestión a sus antiguos superiores. También es prudente hablar personalmente con sacerdotes, profesores, etc... que haya certificado buenas conductas etc...       

 21.ª Para facilitar la selección conviene advertir a los seminaristas, desde temprano y con frecuencia:

a) que le Seminario es un lugar de prueba, la cual no siempre es satisfactoria por falta de generosidad y constancia;

b) que únicamente deben ser sacerdotes los que manifiestan ser llamados por Dios y corresponden a ese llamamiento;

c) los que carecen de las cualidades necesarias para el sacerdocio, deben abandonar a tiempo los estudios eclesiásticos;

22.ª Los Superiores, en las notas de conducta de los alumnos han de ser justos, pero muy mirados y más bien severos, que benignos, tanto para que no decaiga la emulación entre los mismos, como para no fomentar vanas y prematuras esperanzas acerca de su resultado.

23.ª Cuando los padres visiten a sus hijos, si estos dejan algo que desear, los superiores harán bien en dar a entender que la vocación de los mismos no es del todo segura; si por el contrario nada obsta para pensar en la solidez vocacional, aun así y todo, se deberá decir que todavía debe mejorar y que será al final de este camino cuando se determinará finalmente sobre su vocación. Todo esto puede evitar muchos problemas en el futuro.

24.ª La selección de los seminaristas, por la importancia suma que reviste, pide, para llevarla a cabo, una preparación especial, decisión, rectitud de intención y mucha caridad; debiéndose encomendar a Dios en la oración con insistencia.

 

Resumen de las observaciones:

Acabemos este resumen con una palabras del Eminentísimo Cardenal Schuster, Arzobispo de Milán, quien dirigiéndose a los párrocos se expresó en los siguientes términos: "No porque un párroco se haya hecho benemérito del Seminario con aportaciones tiene derecho a defender, contra el juicio  de los superiores, a seminaristas despedidos del Seminario.

Nuestros Sínodos diocesanos prohíben expresamente esta actitud de los párrocos contra el voto de los superiores del Seminario: insistir, invocar la intervención de parientes, de las autoridades locales, etc.

Sabido es que la prudencia impone a los superiores callar el verdadero motivo que ha determinado la expulsión de un seminarista del Seminario; por eso es imprudente instituir una polémica con quien ni puede ni quiere hablar.

La experiencia ha demostrado, además, que tales seminaristas, para entrar en el santuario con la ayuda de los sacerdotes sus protectores, violentan la puerta y fuerzan la mano del Obispo, recibiendo muchas veces las ordenes sagradas "in iudicium et condemnationem" y no ciertamente en beneficio de las almas. Los primeros en no quererlos después en sus parroquias como coadjutores o capellanes son precisamente aquellos mismos párrocos que más han insistido en hacerlos promover a las sagradas órdenes" (Memoriale ad Parochos, Pastoral al Clero de Milán. Cuaresma de 1939, p. 18).