III. SUGERENCIAS
GENERALES SOBRE LA
PRÁCTICA DE LA
OBEDIENCIA
1/.-
APRECIO DE LA OBEDIENCIA:
Con
objeto de facilitar a los Seminarista el cumplimiento del Reglamento, que
tanto encarece la Iglesia, vamos a poner aquí algunas consideraciones sobre
el particular, las cuales han de servirles para tener en mucha estima la obediencia
y practicarla con espíritu de fe y docilidad del voluntad.
Consideraciones que también se pueden aplicar los ya ordenados de ordenes
mayores o del episcopado en el grado que fuere y respecto a las leyes de la
Iglesia y respecto a sus Superiores, ya que no cesa la obligación de
obediencia una vez se sale del Seminario, sino que cambia el Reglamento por la
leyes de la Iglesia.
1ª.
El Seminarista, desde que entra en el Seminario hasta que, en la ordenación
sacerdotal, promete obediencia al Prelado, ha de vivir bajo una disciplina que
corresponda a la alteza del ministerio sagrado, y a la vez sea una
disposición conveniente para hacer la expresada promesa.
2ª.
La obediencia, en general, se funda
en el supremo dominio de Dios sobre nosotros, criaturas suyas, y lleva consigo
la obligación de someterse a su voluntad.
3ª.
Esta virtud, después de la religión,
es la más excelente de las virtudes morales, porque conforma nuestra voluntad
a la de Dios, regla de toda rectitud, y nos une a nuestro último fin más que
las otras virtudes morales, en cuanto nos aparta de seguir la propia voluntad,
el mayor obstáculo para la unión divina.
4ª.
La obediencia es el obsequio más
valioso que el hombre ofrece al Señor y el sacrificio que más le agrada,
porque, siendo la voluntad la reina de
las facultades humanas y la que el hombre más estima, el sacrificio que de
ella hace por la obediencia, es mayor que el de las otras cosas exteriores,
riquezas, etc., según aquellas palabras: melior
est obedientia quam victimae.
5ª.
San Ignacio comentando este pasaje, decía: "Como esta voluntad es en el hombre de tanto valor, así lo es
mucho el de la obligación en que ella
se ofrece a su Criador y Señor. La obediencia (como dice San Gregorio)
es una virtud que solo ella, ingiere en el alma las otras virtudes, e impresas
las conserva, y en tanto que ésta floreciere, todas las demás se verán
florecientes".
Por
esta razón se llama madre y guardiana de
las virtudes. Particularmente, la obediencia va acompañada de la humildad
y de la caridad.
6ª.
Así como la desobediencia es fruto de la soberbia, la humildad es un acto de
sumisión a la voluntad divina; esta sumisión es a la vez una expresión del
amor hacia su divina Majestad: es propio de la caridad unir las voluntades.
7ª.
La obediencia da un mérito especial
a las obras de por sí indiferentes, como pasear, recrearse, etc., las cuales
hechas por esa virtud, participan de su mérito. A las obras, por su
naturaleza buenas, las aumenta el mérito. ("Omne
bonum quantumcumque bonum est per se, obedientiam redditur melius" Sto.
Tomás, in Phil., 11, 12, lect III).
8ª.
El fundamento de la obediencia a los
Superiores, es la reverencia debida a Dios, según el orden de su Providencia
en el gobierno de los hombres.
"La
humildad -enseña
Santo Tomás- propiamente mira a la
reverencia por la que el hombre se somete a Dios... y por Él, humillándose,
se somete a los otros" ( "Obedire
autem superiori debitum est secundum divinum ordinem rebus inditum").
9ª.
El Superior está en el lugar de Dios. El que obedece al superior, que manda
dentro de los límites de sus atribuciones, obedece a Dios; el que le
desobedece, desobedece a Dios.
10ª.
Decía San Felipe Neri: "La obediencia
es el camino más corto para la perfección".
La
razón es, porque preserva del mayor obstáculo que se opone a la unión del
hombre con Dios: la propia voluntad, por ello Santo Tomas decía: "Per
obedientiam constituuntur homines iusti, et per inobedientiam peccatores"
(St. Tomás, in Rom V, 19 lect III).
Además,
por la obediencia inmola el hombre lo que le cuesta nás, que es, vencerse a
sí mismo, renunciando a su juicio para seguir a Cristo; lo cual es propio de
los cristianos y de los apóstoles.
"Este
seguir a Cristo es lo más perfecto, y en esto dice Santo Tomás, que se
incluye el consejo de la obediencia: porque el que obedece, sigue la voluntad
y parecer de otros" (P.
Rodriguez. Ejercicios de perfección y Virtudes cristianas).
Y
después, encomendando esta virtud, el mismo Padre Rodriguez en la misma obra
dice: "Si queréis un documento
breve y compendiado para en poco tiempo aprovechar mucho y venir a alcanzar la
perfección, éste es: procurad ser muy obediente; que ese es un camino muy
breve y un atajo maravilloso para eso... Porque con sólo un simple caminar
obedeciendo a todo lo que ordena la obediencia, en breve tiempo se hallará
uno perfecto y lleno de virtudes" .
Al
Seminarista le será muy útil lo que dice el P. Tanquery: "Por
lo que atañe a los que viven en comunidad, serán tanto más perfectos, en
igualdad de circunstancias, cuanto con mayor generosidad obedezcan a sus
reglas y constituciones: porque éstos son los medios de perfección aprobados
explícitamente o implícitamente por la Iglesia, y que se comprometieron a
guardar cuando entraron en la comunidad".
2/.-
CUALIDADES DE LA OBEDIENCIA:
La
obediencia del seminarista debe ser: sobrenatural, sencilla, completa y pronta.
SOBRENATURAL.-
El
seminarista ha de obedecer por agradar a Dios, a quien ve y reverencia en la
persona del Superior. ( "Obedientia
procedit ex reverentia, quae exhibet cultum, et honorem superiori" ).
Esta
humilde sumisión tiene un mérito especial. San Ignacio en la Carta sobre la
obediencia da la siguiente regla: "Nunca mirando las cualidades de la persona a quien
se obedece, sino en ella a Cristo nuestro Señor, por quien se obedece. Pues
ni porque el superior sea muy prudente, ni porque sea muy bueno, ni porque sea
muy calificado en cualesquiera otros dones de Dios nuestro Señor, sino porque
tiene sus veces y autoridad debe ser obedecido, diciendo la eterna verdad :
<<El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desprecia a
mí me desprecia>>.
Ni,
al contrario, por ser la persona menos prudente se le ha de dejar de obedecer
en lo que es superior, pues representa la persona del que es infalible
Sapiencia, que suplirá lo que falta a su ministro, ni por ser falto de bondad
y otras buenas cualidades".
Por
ello, como decía el P. Tanquerey, al citar las mencionadas palabras del
Santo: "No nos paremos, pues, a
considerar los defectos de nuestros superiores, lo que hace más trabajosa la
obediencia, ni tampoco sus buenas cualidades, lo que la hace menos meritoria;
sino a Dios, que vive y manda en ellos"
Además,
el seminarista debe considerar a los Superiores como los instrumentos de que
se vale la Providencia divina para su formación. Este pensamiento y el de la
responsabilidad aneja a su oficio, ha de contribuir a que los seminaristas
cumplan de buen grado la obligación que tienen de reverenciarles y
obedecerles como a padres, evitando todo lo que puede justamente desagradarles
y secundando gustosos sus deseos con una obediencia filial.
Este
espíritu de agradecimiento y de docilidad, aligera la carga a los superiores,
haciéndosela más llevadera, y es muy útil para los súbditos, según las
siguientes palabras de San Pablo:"Obedeced
a vuestros superiores y estadles sumisos, porque ellos velan con cuidado sobre
vuestras almas, como que han de dar cuentas de ellas, para que lo hagan con
alegría y no con pena, lo cual sería poco provechoso para vosotros" (Hebr.,
XIII, 17).
SENCILLA.-
La
obediencia es sencilla, cuando se obedece sin murmuraciones, ni disgusto
interior consentido, uno de los principales enemigos de esa virtud, sino hay
que obedecer de buena voluntad.
Es
preciso obedecer, según encarece San Pablo, no por respetos humanos, sino con
recta intención y sencillez no buscando agradar al hombre, sino a Cristo, como conviene a sus
discípulos, que cumplen de corazón la voluntad de Dios, pensando que él
retribuirá a cada uno lo bueno que hiciere (Eph. VI, 5-8). Y en otro
lugar dice: Haced todo sin murmuraciones
ni discusiones, a fin de que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios
sin mancha (Phil. II, 14-15).
El
verdadero obediente, dice San Gregorio M., no discute la intención del que manda, ni hace distinción de las cosas
que le ordena, ya sean fáciles, ya sean difíciles: su contento es obedecer
. (Reg. II ).
En
definitiva el Seminarista ha de obedecer simple y llanamente, sin inquirir ni
buscar razones de los que nos mandan, presumiendo que lo que se manda es santo
y conforme a la divina voluntad, y contentándose con esta sola razón, que es
obediencia y me lo manda el Superior.
El
seminarista no debe tener réplicas ni respuestas para lo que ordena la
obediencia, no se puede quejar, ni debe sentirse...., cuando le manden lo que
no le da gusto.
Tiene
que tener muy claro el Seminarista, que sólo si el Superior mandase algo
ciertamente contrario a los mandamientos de la Ley de Dios, el súbdito no
estaría obligado a obedecer, debiendo entonces decir como el Apóstol San
Pedro: "Es
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres".
En
la duda, la presunción siempre está de parte del Superior, y el súbdito,
obedeciendo con humildad y confianza, no falta, y su obediencia es de mayor
mérito por la dificultad que encuentra en someter su juicio.
COMPLETA.-
La
obediencia, por razón de los actos, debe ser universal y completa, cumpliendo
con exactitud, no a medias, lo mandado en cuanto al tiempo, lugar y modo.
Sin
embargo, no se ha de hacer consistir la perfección de la obediencia en la
sola observancia externa del Reglamento, sin preocuparse de la disposición
interior de la voluntad, que es lo más importante. Aquello es la materia,
esto es la forma, el alma de la obediencia.
El
principio que ha de vivificar la obediencia, es el sentimiento del deber, que
mueve la voluntad a cumplirlo, no sólo por la saludable influencia del temor,
sino también, y principalmente, por el estímulo de la conciencia, que ve la
voluntad de Dios en el precepto, y lo cumple por agradable.
PUNTUAL.-
La
obediencia no ha de ser remisa o tardía, sino pronta. Se ha de cumplir lo mandado sin dilaciones y con exactitud,
aun en los detalles, sin examinar los motivos que tiene el Superior para
mandar esto o aquello.
La
exactitud consiste en hacerlo todo en el tiempo debido, ni antes ni después.
No alterar jamás el orden de las diferentes ocupaciones. Estar siempre donde
la obediencia quiere que estemos: ya en la capilla, ya en el refectorio, ya en
la recreación. Evitar todo retraso voluntario, por ligero que sea...
El
P. Colín decía: "Que bello
espectáculo, al ver a una comunidad que comienza cada uno de sus ejercicios a
la hora prefijada, ¡están todos presentes! Nada, al contrario, da tan triste
impresión de decaimiento en la observancia, como los retrasos habituales y el
llegar uno en pos de otro". (Culto de la Regla).
"El
verdadero obediente no sabe de dilaciones, tiene horror a dejarlo para
mañana, no entiende demoras". (Serm.
de divers., XLI).
San
Benito prescribe en su Regla que se ha de obedecer: Al
punto, dejándolo todo". Estas palabras parecen no decir nada, más
para practicarles constantemente requieren una gran virtud. Tengo un trabajo
entre manos y toca la campana. Se le ocurre a uno decir: << En un
santiamén lo termino>>. Si atiende a estas sugestión, antepone su
voluntad a la de Dios; no renuncia a sí mismo; no hace como siempre ha
querido la Iglesia, y como San Benito expresaba: "dejar
sin terminar lo que traía entre manos" . Pequeñeces dirá alguno;
sí lo son en sí mismas, pero cosas muy grandes por el amor que las inspira,
grandísimas por la santidad que nos hace adquirir.
La
Comisión episcopal de Seminarios decía: "Todos deben guardar el horario con la convicción de que la
puntualidad es sin duda un factor importantísimo del orden disciplinar y de
sabia utilización del tiempo y además es un recurso eficacísimo para la
formación de la voluntad con un sentido exacto del deber. Todos, por
consiguiente, deben obedecer puntualmente al toque de la campana". (RD,
112).
Aquí
cabría decir, el tiempo no es oro, el tiempo es gloria, pues todo lo que
hacemos va en mérito o demérito para el juicio, para nuestro encuentro con
el Creador.
3/.-
LOS TRES GRADOS DE OBEDIENCIA:
San
Ignacio declarando en qué consiste la entera o perfecta obediencia dice: "que no ha de solamente ha de ser en la exterior ejecución,
poniendo por obra lo que se nos manda, que es el primer grado de la
obediencia; sino que ha de ser de voluntad y de corazón, conformado nuestra
voluntad con la del Superior, teniendo un mismo querer con él, que es el
segundo grado de obediencia. Y no ha de parar ahí, sino habemos de pasar
adelante, y conformar también nuestro juicio con el del Superior: de manera
que os parezca a vos lo mismo que le parece al Superior, que juzguéis que lo
que manda es bien mandado, que es el tercer grado de la obediencia". (P.
Rodriguez, Ejercicios de perfección).
En
definitiva, esta obediencia pone tres grados: el primero, obedecer con solo
obra; el segundo,
con obra y voluntad; el tercero, con obra, voluntad y entendimiento.
Por que algunos hacen lo que les mandan, más ni les parece bien lo mandado ni
lo hacen con voluntad; otros lo hacen y de buena voluntad, más no les parece
acertado lo que se les manda; otros hay que, cautivando su entendimiento en
servicio de Cristo, obedecen al Superior como a Dios, que es con obra,
voluntad y entendimiento,
haciendo lo que les manda voluntariamente y aprobando lo que se manda
humildemente, sin quererse hacer jueces de aquellos de quienes han de ser
juzgados.
Por
tanto, conviene explicar oportuna y progresivamente a los Seminaristas esta
doctrina, no solo para que adquieran un mayor conocimiento de la obediencia,
sino también para que la estimen, la amen y se determinen a practicarla con
perfección y perseverancia, lo cual constituye el sostén de la disciplina en
la Iglesia
y en el Seminario.
Este
es el camino que conduce, en general, a la adquisición de los hábitos
virtuosos y el que se ha de seguir en el de la obediencia.
Los
que educan a los Seminaristas, deben dirigir a éstos en la práctica
de la obediencia, teniendo presente que toda educación se ha de conseguir
por la obediencia, o sea, obedeciendo; pero además es menester educar para
la obediencia, esto es, para que el educando adquiera el hábito interno
de esta virtud.
En
este trabajo de formación, hay que empezar con los alumnos de los primero
años, guiándoles en la obediencia - sería equivocado el pretender
conducirles por la sola persuasión - y procurando que se ejercite con buena
voluntad en esa virtud.
A
la vez se les ha de infundir la convicción de que la obediencia es
indispensable para su formación y proponerles los motivos más asequibles a
sus inteligencias sobre esta necesidad, a fin de que adquieran poco a poco el
hábito virtuoso del orden.
A
este propósito, el Seminarista que se acostumbre desde el principio a hacer
su voluntad, es no ya un inútil para el sacerdocio, sino para la vida. Porque
la vida es un tejido de deberes desagradables, y el que desde el principio no
se acostumbra a cumplirlos severamente, sino que obra a impulsos de sus
gustos, caprichos y pasiones, con el tiempo se hace víctima de su propia
voluntad.
Así
mismo se les ha de enseñar a los Seminaristas que el mérito de nuestras
obras no depende tanto de la magnitud y multiplicidad de ellas, cuanto de la
intención y del amor con que se hacen.
La
cosa más pequeña del Reglamento, si se cumple para agradar a Dios y con la
debida atención y exactitud, es una obra grande por su mérito.
Por
eso a todos los Seminaristas del Seminario se les ha de sugerir las siguientes
ideas:
1ª.,
la disciplina del Seminario tiende a formar en los Seminaristas los hábitos
de orden y de regularidad; caracteres fuertes, que obren por convicción y
espíritu de fe, en presencia del Superior y en su ausencia, y vean la
voluntad de Dios en las prescripciones de la obediencia, y la cumplan con
ánimo generoso y alegre. Dios ama al
que da con alegría. Estas palabras aplicadas a la obediencia significan
una perfección especial de la misma.
2ª.,
que el obedecer de buen grado, en las cosas agradables y las que no lo son, a
la primera señal de la campana o del timbre, y esto es, con perseverancia,
requiere la mortificación de los caprichos de la propia voluntad, de las
insinuaciones del propio juicio, y supone sacrificio y generosidad a la vista
del deber.
3ª.,
que a esto no se llega, si no se ama la obediencia o el cumplimiento de la
voluntad de Dios. Las obras que nacen del amor, se hacen con prontitud,
facilidad y gusto, lo cual es propio de la virtud perfecta.
4ª.,
es menester meditar los bienes que hay en la práctica de la obediencia
completa y perfecta, y pedir a Dios que su santísima voluntad sea la norma de
nuestras acciones.
5ª.,
Sobre todo se ha de meditar el ejemplo de obediencia que nos da Jesucristo en
toda su vida, particularmente en la casa de Nazaret: "Et
erat subditus illis".
Su
Santidad Pío XI, hablando de la obediencia en la Encícica Ad Catholici
Sacerdotii, sobre el sacerdocio, nos trae un ejemplo a imitar: "Vea
cada uno en las órdenes de los Superiores jerárquicos las órdenes del
verdadero y único Jefe, a quien todos obedecemos, Jesucristo Nuestro Señor,
el cual se hizo por nosotros <<obediente hasta la muerte y muerte de
cruz>>. A la verdad, el divino y sumo sacerdote quiso que nos fuese
manifiesta de modo singularísimo la obediencia rendidísima al Eterno Padre;
y por esto abundan los testimonios tanto proféticos, como Evangélicos de
esta total y perfecta sujeción del Hijo de Dios a la voluntad del Padre:
<<Al entrar en el mundo dice: Tú no has querido sacrificio ni ofrenda;
más a mí me has apropiado un cuerpo.... Entonces dije: Heme aquí que vengo,
según está escrito de mí al principio del libro, para cumplir, oh Dios, tu
voluntad>>. Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado. Y aun
en la cruz no quiso entregar su alma en las manos del Padre antes de haber
declarado que estaba ya cumplido todo cuanto las Sagradas Escrituras habían
predicho de Él, es decir, toda la misión que el Padre le había confiado
hasta aquel último tan profundamente misterioso <<sed tengo>> que
pronunció <<para que se cumpliese la Escritura>>; queriendo
demostrar con esto, como aun el celo más ardiente debe estar siempre del todo
sometido a la voluntad del Padre, es decir siempre regido por la obediencia al
que para nosotros hace las veces del Padre y nos trasmite sus ordenes, esto
es, a los legítimos Superiores jerárquicos".
También
nos dio ejemplo de total obediencia la Santísima Virgen María, quien en un
generoso acto de amor había ofertado su virginidad perpetua, más Dios a
través de su Ángel le "ordenó"
otra cosa, y ella en un súbito acto de entrega, aceptó la obra, conformo su
voluntad y juicio con Dios y dijo: "fiat
adimpleatur", hágase cúmplase. Más no fue Dios quien se lo dijo,
sino su enviado, y aceptando su autoridad legítima le respondió: "FIAT mihi secumdum verbum tuum"; Ella Conformó su vida,
sus obras, su entendimiento y voluntad a la del Creador durante toda su viada
aquí en la tierra.