I.-
SUGERENCIAS GENERALES SOBRE
LA
DISCIPLINA DEL SEMINARIO
1/.-
NOCIÓN:
En
general definimos disciplina a un modo determinado de obrar o de vivir
rectamente. En su sentido pedagógico es lo mismo que régimen, orden; por ello se dice que donde no hay disciplina no hay
orden, y donde no hay orden no hay disciplina.
Objetivamente
la disciplina es el conjunto de normas prácticas que regulan la vida de los
que se integran en el Seminario, en particular, de los alumnos. Subjetivamente
la disciplina es la observancia de esas prescripciones.
Pero
también la disciplina significa la acción del educador en los educandos, y
comprende la formación de los efectos, sentimientos y hábitos virtuosos en
los mismos.
Es
por ello que la disciplina imprime el orden y buen espíritu en el Seminario.
A la disciplina va unido el reglamento, el cual contiene las oportunas normas
para conseguir el orden y la docilidad de los alumnos en el cumplimiento del
deber.
"Así
como la moralidad consiste en el cumplimiento de los mandamientos de Dios y de
la Santa Iglesia, así la
disciplina consiste en el cumplimiento del Reglamento del Seminario"
2/.-
FIN DE LA DISCIPLINA:
En
el Seminario, el fin de la disciplina es infundir a los Seminaristas el
espíritu que pide su vocación, formando en ellos los hábitos de regularidad
y de amor al deber, que son el fundamento de la disciplina eclesiástica, y
sin lo cual, apenas si ésta puede existir; o sea disponer convenientemente y
progresivamente a los Seminaristas para el ministerio sagrado, para la
adquisición de aquellas virtudes que son más propias del sacerdote.
Decía
León XIII: "La disciplina que se
inculca en los Seminarios es aquella por la cual los alumnos, lejos de la
inquietud de las cosas terrenas, se educan para desempeñar rectamente los
ministerios apostólicos, y sufrir con ánimo alegre, cualquiera incomodidad y
trabajo en bien de las almas" (Ep. Iampridem,
ad Epp. Borusiae,
6 ian 1886).
La
Iglesia con la disciplina del Seminario, se propone elevar el ideal de los
Seminaristas, haciéndoles conocer lo que es la virtud y ciencia que pide el
sagrado ministerio; formar en los Seminaristas caracteres fuertes para la
lucha, por medio de la abnegación y del sacrificio, y moldear sus almas en el
espíritu sacerdotal o eclesiástico.
Decía
Sánchez Aliseda: " de esta manera
se conjura uno de los peligros mayores de los Seminarios. La reunión de
muchos jóvenes, si no están poseídos de un ideal grandioso que les absorbe
y les arrastre, es ocasión de que toda su vida se derrame hacia la frivolidad
y ligereza, hacia el espíritu de disipación, tan diferente del
eclesiástico"
Y
como enseñaron muy particularmente León XIII y San Pío X, la disciplina
proporciona a los superiores un medio a propósito para discernir la vocación
de los Seminaristas, y al mismo tiempo, evitar que algunos se ordenen
indebidamente.
Por
ello hay que distinguir muy bien el Seminario, donde los Seminaristas o
novicios (siempre hablaremos de Seminaristas aunque también vale para los
novicios de las ordenes religiosas) son educados principalmente en las
costumbres que corresponden a su vocación.
3/.-
DIVISIÓN DE LA DISCIPLINA:
La
división de la disciplina es: externa
e interna. La externa dirige las acciones exteriores de los Seminaristas para que
se ejecuten con regularidad y exactitud. La interna
dirige los efectos del alma para la adquisición de la virtud. Una y otra
son necesarias: aquella como medio, ésta como fin.
La
disciplina, no solo tiende a uniformar los movimientos de los Seminaristas,
como miembros de una comunidad, sino preferentemente a educarles
individualmente, sujetando las actividades que pudieran ser excesivas, y
dirigiéndolas a la perfección intelectual, moral y física de los mismos.
Una
norma del Reglamento del Seminario de Italia dice: "La disciplina, al promover el orden exterior, mira
al orden interno de la voluntad, para formarla en el deber y en la virtud, al
mismo tiempo que ayuda a la flaqueza natural, engendrando en el alma el
hábito del bien, el cual no se adquiere, sino con la repetición de los
actos"
4/.-
NECESIDAD E IMPORTANCIA DE LA DISCIPLINA:
En
la Iglesia, si se reflexiona atentamente se advierte del peligro de que no se
conserve la disciplina del Seminario a la altura debida y se introduzca en el
Seminario un cierto espíritu de libertad, debido a una falsa apreciación de
la vida de comunidad, y a la debilidad de carácter de los Seminaristas mal
avenidos con la sujeción y los sacrificios que impone el cumplimiento
constante del deber.
Es
muy importante que los Seminaristas no consideren la disciplina como una carga
pesada, sino como un medio necesario, a la vez que fácil, de formación, y
así movidos por el propio bien, la amen y cumplan fielmente. Esta disciplina
constituirá la base de toda la educación moral y sacerdotal.
Otra
norma de seminarios dice: "Los
superiores deben cuidar de implantar la disciplina y de que florezca, los
Aspirantes a su vez han de estimar en gran manera con la persuasión de que no
violenta la voluntad, sino que la guarda de malas inclinaciones"
Es
por tanto la Disciplina el medio más seguro y eficaz para conseguir dicho
fin.
Aquí
cabría recordar el axioma pedagógico del Salesiano P. Gentilini: "Donde
no hay disciplina, no hay moralidad. El desorden se propaga el contagio
moral" (Manual del Educador)
San
Pío X decía: "es menester educar
a los jóvenes levitas en la piedad y en la ciencia, para que sean la sal de
la tierra y la luz del mundo; pero esta santidad de vida deben meditarla y
adquirirla, bajo una diligente y exacta disciplina, en el Seminario" (Ep.
La Ristoraziones, Ec, nº 723).
Pío
XI nos dijo: "La disciplina es la
regla de la vida y el sendero de las virtudes; si para todos es necesaria la
regla de la vida, más lo es para los que son llamados al sacerdocio"
"Los Superiores son necesarios; es menester que su ojo vigilante esté
encima de vosotros; pero los seminaristas deben portarse de modo que no tengan
necesidad de que un ojo les vigile para cumplir sus deberes" (Ex. Serm.,
ad P. Seminar. Region,
1922).
En
definitiva, los Seminaristas, conforme adelantan sus estudios, han de darse
cuenta de estos objetivos y procurar llevarlos a la práctica. Aquellos que
los frustran con su conducta, no son aptos para el sacerdocio.
5/.-
RESPECTO A LOS SUPERIORES:
Después
del Obispo Diocesano, el Rector es la cabeza del Seminario, por lo tanto en la
parte disciplinar le están sujetos todos y también el Padre Espiritual; más
todo lo que toca al fuero interno está reservado al Padre Espiritual y a los
confesores.
El
Rector sea siempre nombrado por le Obispo Diocesano. La mayor responsabilidad,
la mayor obligación del Rector, y en general de todos los encargados de
gobierno del Seminario, de profesores,...,
es procurar que se mantenga siempre en los Seminarios con un mayor vigor y
empeño el régimen disciplinar, en ello tuvo mucho empeño San Pío X, quien
nos decía como gran restaurador de la disciplina de los seminarios: "Exigid
de los sacerdotes y de los seminaristas, aquella obediencia que, si para todos
los fieles es absolutamente obligatoria, para los sacerdotes constituye la
parte principal de su sagrado deber".
León
XIII apuntaba: "Para llevar a cabo
el noble propósito de preparar dignos ministros del Señor, es preciso
atender siempre con un mayor cuidado y vigilancia al cumplimiento, además de
lo mandado acerca de la parte científica, a lo que se refiere a la parte
disciplinar y educativa de los Seminarios". (Ex Motu Proprio "la
basta e ven diretta coltura").
El
celo por la observancia exacta, fiel, y constante de la disciplina, y no solo
de lo importante, sino de aquellas cosas que parecen de poca importancia.
San Teodoro decía: "Sciendum est omnem legen, licet de minimis quibusdam statuat quid
agendum sit, parem habere vim cum ea, quae maxima praecipit ac prohibet".
A
toda tendencia de relajación o al capricho se debe oponer esta respuesta de
San Isidoro: "Lex est nullo privato
commodo, sed pro communi civium utilitate conscripta" , o bien
la siguiente máxima de San Agustín: "Stet
regula, ut quod pravum est ad regulam corrigatur".
Hay
muchas veces que se piensa que tolerando transgresiones o autorizando con
disimulo la dispensa del Reglamento del seminario, de los Estatutos o
Directorios, se puede impedir desórdenes y ganar la voluntad de ciertos
caracteres descontentadizos; más esta es una equivocada manera de pensar se
olvida que la fidelidad al reglamento es la más segura garantía de paz y de
unión, según aquellas palabras de San Atanasio: "Ad
hoc omnis lex tendit, ut amicitiam constituat, vel hominum ad invicem vel
hominis ad Deum".
Un
Sacerdote indisciplinado es una calamidad para la Iglesia, es una calamidad
para su Diócesis y un verdadero azote para los fieles. Es totalmente
indispensable que se aprenda a obedecer pro
Deo et propter Deum, que se tenga horror, pánico, a este pecado de
origen, que convierte en estériles tantas y tantas obras sacerdotales y que
atrae la maldición de Dios sobre el sacerdote desobediente, sobre el
sacerdote que quiere hacer prevalecer su propia voluntad, y sobre todo sobre
el sacerdote infamador y despreciador de
aquél, a quien el más hermoso día de su vida clerical prometió obediencia
y reverencia.
El
que así se conduce, como indisciplinado se convierte solo y forma parte nada
más de la tribu de destructores del
amor filial. Ojalá los Seminaristas y los sacerdotes de la Iglesia lleven
grabado en su mente de forma indeleble las palabras del Concilio provincial
celebrado en Tolosa (Francia) el año 1850:
"Caveant
ergo Prebyteri et Clerici omnes ne superbia decepti Episcoporum acta, gesta
vel decreta diiudicare aut discutere, multo magis vituperare ac carpere
temerario quodam ausu aggrediantur; sed potius sint semper parati in arduis
aut perplexis quaestionibus illos consulere; eorum stare mandatis, salutaria
monita humili et submisso animo accipere, atque omnia sibi ab illis concredita
quam fidelissime complere"
San
Bernardo advierte que: "Tanta est
libido detrahendi audiendive detrahentem, ut inducat familiaritatem ad
maledicendum, concordes ad discordiam" (Correo I. Josefino, XVI).
Finalmente
recordemos al Bto. Mtro. Ávila: "En
la educación de los que han de estar en el Seminario va lo principal de este
negocio; y por esto es necesario tenga el cargo de regirles una tal persona
cuya prudencia, autoridad y santidad sea suficiente para con su ejemplo y su
doctrina criarlos, de manera que salgan maestros verdaderos de las almas
redimidas con la Sangre del Señor". (Advertencias al Concilio de
Toledo.) Archiv. Teológico Granadino IV (1941).
6/.-
EN CUANTO A LOS ALUMNOS:
Los
Seminaristas decía León XIII "están
obligados a mostrarse como modelos vivos de virtud y de pureza delante de los
fieles; deben aprender a tiempo, bajo la dirección de los Obispos y la
vigilancia de escogidos superiores, a dominar sus pasiones y desear las cosas
celestiales, de suerte que, defendidos con su pensamiento e inflamados por el
amor de las mismas, puedan con más facilidad vivir casta e irreprensiblemente
entre la corrupción del siglo" Todas estas cosas se exigen en la
formación de los aspirantes tal "que
consigan el espíritu propio del estado a que aspiran; de modo que se
ejerciten y adelanten poco a poco en las virtudes cristianas y sacerdotales y
se acostumbren a llevar ya en los años de teología, una vida del todo
sacerdotal" (Ep. Iampridem; Ep. Etsi Nos. )
7/.-
LA DISCIPLINA Y LOS HÁBITOS:
La
disciplina ayuda a conseguir las virtudes indicadas mediante los hábitos
virtuosos que fomenta, los cuales son base del carácter, elemento importante
en la educación de los Seminaristas de la Iglesia Católica.
De
los hábitos depende en gran parte el carácter de cada individuo, su manera
especial de ser y de obrar; y ellos son los principales factores de la
conducta moral de cada hombre, que será bueno y perfecto, si está adornado
con los hábitos moralmente buenos que se llaman virtuosos; y será malo e
imperfecto, si está afeado con los hábitos moralmente malos que se llaman
vicios.
La
Iglesia, sus Seminarios, su Universidades, sus casas de formación..., en la
educación de los Seminaristas se ha de proponer infundir en ellos los
hábitos de orden, trabajo, de piedad, y de sacrificio; y así disponer a los
Seminaristas para la vida de celo; a todo lo cual la disciplina contribuye en
gran manera.
La
observancia de la Disciplina engendra los hábitos de la regularidad y
exactitud, de la prudencia y de las buenas maneras y hace de los Seminaristas
jóvenes de carácter, discretos y educados. Así por ejemplo lo afirma el P.
Ruiz Amado en la educación Moral: "en
la educación todas las acciones del educador han de encaminarse más o menos
directamente a formar la voluntad y el carácter del educando".
Una
de las obligaciones del Seminarista es el amor al trabajo, y a la disciplina,
regulando todas las acciones del día, ayuda poderosamente a su adquisición.
El
mismo P. Ruiz dice: "Sin
ocupación, no cabe disciplina educadora, porque el ocio da lugar al
desarrollo vicioso de todas las tendencias naturales; sin orden la
ocupación degenera en un caos enteramente inútil para producir hábitos
morales. Por eso todos los educadores e institutores de la vida moral y
perfecta, han puesto gran importancia en el orden. Es muy celebre la sentencia
de San Bernardo: <<guarda el orden y el orden te guardará>>;
sentencia digna de escribirse en el frontispicio de todos los establecimientos
educativos"
Con
las ocasiones que la disciplina ofrece de mortificar y dominar el amor propio
y las inclinaciones desordenadas de la naturaleza, se adquiere humildad y el
espíritu de sacrificio: cosas necesarias para la virtud.
Decía
Pío XII: "No olvidéis, que la
única señal segura de una espiritualidad, es la renuncia a si mismo, el
vencimiento propio. Ningún maestro lo ha inculcado tanto como San Ignacio en
sus ejercicios" (Discurso a los alumnos del C. Germánico, Roma
12.10.1944).
En
la vida espiritual no hay nada sólido, si no tiene por base el sacrificio, la
inmolación de las tendencias desarregladas de la naturaleza; el sacrificio es
el temple de las almas, aunque cuesta la principio; pero es necesario
acostumbrar gradualmente a los jóvenes, de otra manera se podrá aplicar a
los Seminarios lo que se dice de las casas religiosas de formación:
Noviciados flojos y sobrando dulces, son escuela de indisciplina y de propia
voluntad.
No
hay que contentarse en la Iglesia y especialmente en el Seminario, con la
observancia externa de la disciplina, es menester entrar en el corazón,
humillar con destreza, reprender con dulce severidad, y provocar, - con el
propósito de reprimirlos- los ímpetus del amor propio; "voluntad que no ha sido probada, no es voluntad sumisa; defecto
dominante que no ha sido extirpado, se convertirá en tiránico opresor; carne
no mortificada, tarde o temprano recalcitrará contra el espíritu" .
El
trabajo de saberse gobernar, ha de ser particularmente del Seminarista, y
requiere un ánimo generoso y esforzado para sacrificar, por amor a Dios, las
satisfacciones que brinda el hacer la propia voluntad. Todo Seminarista de la
Iglesia debe irse acostumbrando poco a poco al sacrificio, esto es, al combate
contra las malas inclinaciones de la naturaleza, a la destrucción de sus
defectos, a la mortificación de sus pasiones, al olvido de si mismo por los
demás.
Con
el ejercicio de las virtudes de la Caridad, paciencia y constancia, el
Seminarista se dispondrá para la vida de celo, propia del sacerdote. La
disciplina le ofrecerá al Seminarista frecuentes ocasiones de ejercitar el
espíritu de fe, viendo a Dios en la persona de sus superiores, y a hermanos
suyos en Jesucristo, en los otros Seminaristas: la humildad y obediencia,
sujetando su juicio y su voluntad al parecer y querer del superior; la
mortificación, renunciando a ciertas comodidades y a los instintos de la
sensualidad; la caridad, evitando la singularidad en el trato con los demás,
para contribuir al bien de todos.
Por
otra parte, hay virtudes, como la afabilidad, la condescendencia, la
paciencia, y defectos, como el egoísmo, la susceptibilidad, la impaciencia,
etc., que se practican o corrigen particularmente en el ambiente de la vida de
comunidad.
Por
lo tanto importa mucho que el Seminarista observe la disciplina por motivos
sobrenaturales y con una voluntad tan decidida, que adquiera el hábito de
cumplir el deber, aunque sea difícil, e influya después en toda su vida
sacerdotal.
De
los Seminaristas así disciplinados, se puede esperar que saldrán un día
buenos y celosos sacerdotes. Por el contrario, a los Seminaristas que por
costumbre descuiden la disciplina les cuadrarán estás palabras: "Es bien raro que una persona falta de voluntad y
arranque para el sacrificio en su juventud, que siempre caminó despacio, se
muestre más tarde enérgica y amorosa en el cumplimiento de sus
deberes".
8/.-
CUALIDADES DE LA DISCIPLINA:
a)
La disciplina debe ser apropiada:
Es
muy importante tener ciertas consideraciones: no se puede ni se debe en la
Iglesia educar con el mismo procedimiento y al mismo ritmo a uno que esté en
Humanidades, a un filósofo y a un teólogo. Los jóvenes Seminaristas que
comienzan los estudios eclesiásticos, sobre todo el primer año, están en el
Seminario no para dar pruebas de vocación, sino para ser probados y ver si la
tienen.
En
no distinguir bien estas dos cosas, ocasiona equivocaciones en la formación
de los alumnos, pérdida de tiempo y gastos inútiles.
b)
La disciplina ha de ser familiar:
El
Seminario ha de constituir, como ya es norma de toda la Iglesia, una familia,
en la cual los Seminaristas, bajo la solicitud paternal de los superiores,
vivan como hermanos, unidos con los lazos de la caridad. Bajo este aspecto la
disciplina también se llamará paternal, por los medios de que se vale para
mantener el orden. Los principales son: avisar y amonestar antes de proceder
al castigo; inculcar los sentimientos de la fe para que la obediencia sea
sobrenatural y apelar a los reproches de la conciencia que siguen al
incumplimiento del deber.
La
fuerza y el nervio de la disciplina del Seminario de la Iglesia debe estribar
en esto: por medio de la disciplina los Seminaristas han de irse sensim
sine sensu como empapando en un modo de pensar y hablar y obrar propio del
sacerdote.
Para
ello la disciplina del Seminario ha de apoyarse mucho más en el amor que en
el temor y en ella nada debe de haber que sea duro ni áspero, ni flojo ni
laxo.
Hay
que buscar, en cuanto sea posible, y según el espíritu general de la
Iglesia, que la vida del Seminario sea vida de hogar y de familia, y han de
dominar en los que mandan los sentimientos paternales y en los súbditos los
afectos filiales.
c)
La disciplina ha de ser Rigurosa o severa:
Más
no por paternal, ha de dejar de ser la disciplina rigurosa y severa.
S.S.
Pío XI decía: "La consigna ha de
ser esta: sed rigurosos. Palabra dura pero llena de amor, porque únicamente
esta severidad puede satisfacer el amor verdadero, digno de los amigos de
Nuestro Señor. Sobre todo, severidad cuando se trata de la disciplina, porque
la disciplina es la que mantiene vibrante la vida, y sin la disciplina podrá
continuar la vida, pero será trabajosa, débil e indolentemente".
San
Pío X decía: "En los Seminarios
ha de reinar una disciplina grave y austera" (Ep. Sollicitis nobis).
El
Concilio provincial de Burgos de 1898 expresó: "Toda la vida del Seminario ha de estar gobernada por una prudente
y santa disciplina, la cual promueva con el mayor posible la piedad y la
ciencia. En las reglas que comprende la disciplina, y se ha de guardar
estrictamente, es menester evitar, tanto la perniciosa laxitud, como el
demasiado rigor. Hay que tener presente la edad de los alumnos y cuidar del
conveniente ejercicio corporal y de la recreación del espíritu, cosas tan
necesarias a los jóvenes, no omitiendo lo que acerca de esto han escrito muy
bien competentísimos pedagogos eclesiásticos y seglares" .
d)
La disciplina ha de ser firme y suave:
En
la disciplina ha de mezclarse la firmeza con la suavidad y mansedumbre.
La
excesiva severidad exaspera los ánimos; la demasiada suavidad y
condescendencia vuelve negligentes y voluntariosos a los Seminaristas. Por
ello S.E.R. Modrego, obispo de Barcelona decía: "La
vida del Seminario es intensamente espiritual, laboriosa y santamente
austera" (Pastoral sobre el día del Seminario, feb. de 1944).
Si
la disciplina de los Seminarios de la Iglesia no es suavemente fuerte, sino
débil, perderá su eficacia educativa. Si se cede ante los abusos de una
comunidad poco observante y se deja el remedio al tiempo, la formación de los
Seminaristas sufrirá un grave perjuicio.
Los
Seminaristas necesitan orden y disciplina; por lo tanto, sería un error el
creer que puede lograrse todo con continua blandura. El resultado de una
disciplina débil es una adhesión débil; el resultado de una disciplina
fuerte es una fidelidad perseverante y una adhesión de completa entrega,
tanto al Sacerdocio, como a la
Iglesia.
Por
lo tanto, el exigir una asistencia puntual, un orden perfecto, un exterior
limpio, libros bien cuidados, una postura correcta, un silencio completo
durante las clases, un modo de hablar comprensible y claro, ...., se puede
compaginar con el amor; aún más este es el fundamento de la disciplina. Con
un trato excesivamente suave y benigno, no puede lograrse gran fuerza de
resistencia, de carácter firme....
Tan
solo la educación recia, que no envía a las luchas de la vida (y hoy la vida
es durísima, perniciosa,... inmoral,....) hombres débiles y sentimentales,
sino caracteres templados en continua disciplina, tunsione plurima, formados a marcha martillo, puede preparar para
soportar las desgracias duras y crueles de la existencia, las persecuciones ya
civiles ya eclesiásticas,.....
En
definitiva la disciplina del Seminario para que corresponda a los deseos de la
Iglesia, ha de ser fruto de una sólida piedad: "Cuando la piedad es como debe ser y está
alimentada rectamente, tiene como compañera inseparable la moralidad y la
disciplina; y el seminarista genuina y profundamente piadoso como hombre de
oración y comunicación con Dios, se va transformando rápidamente en el
hombre nuevo, en el varón de Dios, en otro Cristo. Dime con quien andas y te
diré quien eres".
9.-
EL SUPERIOR Y LA DISCIPLINA:
Una
de las cualidades principales del Superior consiste en la firmeza afectuosa
que sabe hacerse obedecer y amar, al mismo tiempo, de sus inferiores.
Los
Superiores han de distinguirse por la bondad de un padre, que a todos ama y
gobierna con espíritu de caridad, pero no abdica de la firmeza necesaria para
el cumplimiento del deber. Decía San Vicente de Paul: "Es necesario ser firme, pero no duro ni áspero; y hay que evitar
esa mansedumbre sosa, que no sirve para nada"
Es
propio mezclar la firmeza con la mansedumbre; porque la demasiada severidad
agría los ánimos de los súbditos; la excesiva condescendencia les vuelve
negligentes y voluntariosos. Hay que ser firmes en cuanto al fin, y mansos en
cuanto a los medios.
Firmeza
y mansedumbre -alma de buen gobierno- ha de ser efecto de la autoridad, del
celo y, en especial del amor. Esto es propio del gobierno paternal del
Superior: "Que sepa exigir, que
sepa mandar, vigilar, recomendar, castigar, sin que jamás deje
el alumno (súbdito) de ver y sentir la bondad, el interés, el amor
del verdadero padre". (de la caridad Sacerdotal. Desurmont).
Estas
cualidades del Superior le concilian autoridad y confianza y hacen de los
Seminaristas y de cualquier súbdito del Seminario que tengan fe en él y
obedezcan con gusto sus mandatos.
Por
tanto, el Superior y, en general cualquier encargado de la educación de los
Seminaristas, persuadidos de la importancia y necesidad de la disciplina y de
los grandes bienes que trae consigo, así como los males que causa la
indisciplina, todos ellos han de procurar con un empeño perseverante que en
los Seminaristas (novicios y demás súbditos) la observancia de la
disciplina, aún en las cosas más pequeñas, sea efecto de una libre
adhesión de la voluntad al orden, al cumplimiento del deber por motivos de
fe, que conviene inculcarselos con frecuencia. Quien es fiel en lo pequeño,
lo será en lo grande.
Es
preciso que en el Seminario, y en cualquier casa o convento de la Iglesia
reine un espíritu de impulsión del bien, que estimule al deber, al
cumplimiento fiel y que resguarde esa fidelidad con el número y eficacia de
reglamentos discretos.
Un
espíritu de corrección del mal, que
vigile, que inspeccione, se haga informar, aleje las ocasiones, cierre la
puerta del mal y lo castigue.
El
lema pedagógico "suaviter et
fortiter" traza claramente la pauta que se debe seguir en la Iglesia
y en especial en los Seminarios. Firmeza pero con suavidad; verdadera
paternidad, si, pero que reprima las desviaciones para encauzarlas hacia el
bien. Y esas desviaciones hoy día, período fundacional pueden ser incluso
más acentuadas.
El
Superior, pues, ha de guardarse de caer en estos dos escollos: excesiva
blandura y en el de la
dureza en lo que se manda.
El
ser excesivamente blando conducirá a la enervación de la voluntad de los
Seminaristas o súbditos, y los dejará vacíos del hábito de la obediencia.
El
otro extremo de mandar con imperio, acompañado de gritos y continuas amenazas
es igualmente pernicioso. El gritar, lejos
de ser un argumento de autoridad, es
prueba de que el educador desconfía de tenerla.
En
definitiva, tiene una extraordinaria importancia la disciplina rigurosa,
porque la gravedad exterior y la exactitud en el cumplimiento del deber, son
la base necesaria del orden y de la concentración en el trabajo del
espíritu; y en segundo lugar la falta de disciplina ejerce una acción
deletérea sobre el carácter.
La
obediencia rigurosa en la Iglesia, tanto al Derecho como de los Estatutos
Generales como particulares, como de los Directorios y Reglamentos educará la
voluntad de todo súbdito y de todo superior también.
La
falta de observancia habitual producirá poco a poco la disolución más
completa de la voluntad, pondrá al Seminarista y súbdito a la merced de los
humores y caprichos propios o ajenos, y le incapacitará para mandarse a si
mismo o a los demás. Nuestra voluntad toma su modo de ser de nuestras
acciones.
Por
último conviene notar que si en el exigir la obediencia a la disciplina se
observa la prudencia y caridad debidas, nace
en los Seminaristas y súbditos la emulación en el cumplimiento de los
propios deberes; pero si se descuidan aquellas virtudes por parte de los
Superiores, germinan en la comunidad, en el Seminario,.... el descontento y la
indisciplina, más o menos pronunciada. Por ello todos los superiores han de
procurar que la obediencia de Seminaristas y súbditos sea sincera y fundada
en motivos sobrenaturales, para que no degenere en hipocresía.
10/.-
OBSTÁCULOS DE LA DISCIPLINA:
A
las cualidades de la disciplina anteriormente mencionadas, se oponen los
siguientes defectos, contra los cuales se ha de prevenir el superior:
1º.,
la debilidad o excesiva
condescendencia que disimula las faltas más de los debido; las cuales, si se
cometen con frecuencia, aunque sea en cosas pequeñas, relajan la disciplina y
preparan el camino a otras mayores.
2º.,
la inflexibilidad o demasiado rigor,
que consiste en mandar inconsideradamente; en no ceder nuca, aun cuando así
lo pida el bien de la comunidad o del Seminarista; en cerrar los oídos a toda
queja o excusa, aun razonable; en prodigar las reprehensiones y querer
corregir hasta las faltas más insignificantes.
Estos
defectos son propios del gobierno excesivamente riguroso, que exige a los
súbditos más de lo que pueden dar o cuando no lo pueden dar, ya sea por una
causa física, ya moral, y manda lo muy difícil, sin procurar allanar las
dificultades.
Este
excesivo rigor hace odiosa la disciplina y aparta los ánimos del superior.
3º.,
la Inconstancia , que cambia
fácilmente de modo de gobernar y obra
por la impresión del momento, de la impaciencia, por el miedo de disgustar,
particularmente a los mal avenidos con el espíritu de sumisión.
Este
defecto, que inutiliza al superior para gobernar, es propio de los caracteres
irresolutos, impresionables y poco ecuánimes.
El
superior ha de evitar "la
inconstancia y las desigualdades, el tránsito repentino de la alegría a la
tristeza, de la satisfacción al descontento, de la jovialidad a la
gravedad" y a de conservar, en lo posible, "una suave serenidad, una cordialidad afectuosa en medio de las
perplejidades de los negocios, de los enredos, dificultades y tribulaciones,
de modo que los súbditos se hallen siempre de un temple, esto es, tranquilo,
obsequioso, alegre y pacífico". (F.T.D. El Superior Perfecto).
El
gobierno, pues, del Superior ha de ir dirigido por la prudencia y, según lo
pidan las circunstancias, se inclinará al rigor o a la suavidad, dando
siempre la sensación de firmeza e inclinándose, particularmente en las cosas
dudosas, más a la benignidad que al rigor, a no ser que haya mandato en
contrario.
Al
terminar este punto de la disciplina, consignamos algunas máximas, que nos
han legado autores antiguos, y que contienen provechosas enseñanzas para el
buen gobierno del superior:
-
Nescit regere qui nescit diligere.
-
Nescit gubernare qui nescit dissimulare.
-
Nescit dirigere qui nescit silere.
-
Nescit regere qui nescit eligere.
-
Nescit dirigere qui nescit praevidere.
-
Nescit gubernare qui nescit se ipsum mortificare.
-
Nescit regnare qui nescit corrigere.
-
Nescit regere qui nescit praemiare.
-
Nescit dirigere qui nescit prudenter agere.
- Nescit gubernare qui nescit solummodo pro Deo laborare.