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LOS ESCÁNDALOS EN LA IGLESIA

 

Una crisis para despertar la santidad

Homilía pronunciada en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River, MA, el Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario, Año A, So 2,3; 3,12-13; 1 Cor 1,26-31; Mt 5,1-12

 

Por P. Roger Landry

Los encabezados (titulares de la prensa) de la semana pasada no fueron el patriótico desfile del Súper Bowl ni quién sería el mariscal de campo, Drew o Tom, ni tampoco el discurso del Presidente Bush sobre las operaciones de Al-Qaeda en los Estados Unidos. Nada de esto fue la noticia principal.

Los encabezados se centraron en la muy triste noticia de que quizá hasta setenta sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston abusaron de jóvenes a quienes estaban consagrados a servir. Es un escándalo mayúsculo, uno que muchas personas que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de alguna de sus enseñanzas morales o doctrinales lo están usando como pretexto para atacar a la Iglesia como un todo, tratando de implicar que después de todo ellos tenían razón.

Muchas personas se han acercado a mí para hablar del asunto. Muchas otras hubieran querido hacerlo, pero creo que por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran malas noticias, se abstuvieron; pero para mí era obvio que estaba en su mente. Y por eso, hoy, quiero tratar el asunto de frente. Ustedes tienen derecho a ello. No podemos fingir como si no hubiera sucedido. Y yo quisiera discutir cuál debe ser nuestra respuesta como fieles católicos a este terrible escándalo.

Lo primero que necesitamos hacer, es entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes de elegir a Sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. En ese tiempo tenía muchos seguidores. Él habló a Su Padre en oración acerca de a quiénes elegiría para que fueran Sus doce apóstoles, los doce que Él formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en Su nombre. Les dio el poder de expulsar a los demonios y para curar a los enfermos. Vieron cómo Jesús obró incontables milagros y ellos mismos realizaron muchos.

Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un traidor. Uno, que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. Judas vendió al Señor por treinta monedas, simulando un acto de amor para entregarlo. “¡Judas,” le dijo Jesús en el huerto de Getsemaní, “con un beso entregas al Hijo del hombre!” Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara. Él lo eligió para que fuera como todos los demás. Pero Judas fue siempre libre y usó su libertad para permitir que Satanás entrara en él y, por su traición, terminó haciendo que Jesús fuera crucificado y ejecutado.

Así que desde los primeros doce que Jesús mismo eligió, uno fue un terrible traidor. A VECES LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir. Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado acabada antes de comenzar a crecer. En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se juzga algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven.

En vez de centrarse en aquel que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once, gracias a cuya labor, predicación, milagros y amor por Cristo, nosotros estamos aquí hoy. Es gracias a los otros once, todos martirizados a excepción de san Juan, que nosotros hemos escuchado la palabra salvífica de Dios. Gracias a ellos hoy recibimos los sacramentos de la vida eterna.

Hoy somos confrontados por esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al Señor, aquellos que abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a servir, o, como la primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido fieles, esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para servirlos a ustedes por amor. Los medios casi nunca prestan atención a los buenos “once”, aquellos a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, la Iglesia, debemos ver el terrible escándalo que estamos atestiguando bajo una perspectiva auténtica y completa.

El escándalo, desdichadamente, no es algo nuevo para la Iglesia. Ha habido peores épocas para el Cuerpo Místico de Cristo que la actual. La historia de la Iglesia ha tenido crestas y valles a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas cuando la Iglesia llegó a su punto más bajo, Dios elevó a tremendos santos que llevaran a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente. Yo quisiera centrarme un poco en un par de santos a quienes Dios hizo surgir en esos tiempos tan difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos durante este tiempo difícil.

San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después de la Reforma Protestante. Esta reforma, encabezada por Martín Lutero era fundamentalmente moral, no teológica ni de fe (aunque posteriormente comenzaron las diferencias teológicas). En aquella época había una crisis moral. El mismo Papa (Alejandro VI) llevaba una vida inmoral. Lutero se escandalizó y se preguntaba cómo Dios podía permitir que un hombre con tal conducto pudiera ser la cabeza visible de Su Iglesia. El sacerdote agustino dejó Roma para volver a Alemania y observó toda clase de problemas morales: sacerdotes que vivían abiertamente relaciones con mujeres, otros que trataban de obtener ganancias vendiendo bienes espirituales. Y si esto era motivo de escándalo, había que ver cómo vivían los laicos... Lutero se escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados, pero tomó la decisión equivocada. Lutero creyó que la Iglesia era una institución humana, y no divina. No comprendió que la santidad de la Iglesia está en Cristo. Lutero se equivocó y decidió fundar su propia iglesia.

Esto generó una tremenda crisis, pero Dios hizo surgir a muchos santos que combatieran esta solución equivocada y trajeran de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo. San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy populares, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura con relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él dijo es tan importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon. Él no se anduvo con rodeos, dijo: ”Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo. Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: “Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo los que permiten que los escándalos destruyan su fe son culpables de suicidio espiritual. Son culpables”, dijo él, “de cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía”. San Francisco de Sales anduvo entre la gente de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos.

Otro gran santo que vivió en tiempos particularmente difíciles también puede ayudarnos. El gran San Francisco de Asís vivió alrededor del año 1200, que fue una época de inmoralidad terrible en Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aun peor. San Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero eventualmente se convirtió al Señor, fundó a los Franciscanos, ayudó a Dios a reconstruir Su Iglesia y llegó a ser uno de los más grandes santos de todos los tiempos.

En cierta ocasión, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este hermano era muy susceptible a los escándalos. “Hermano Francisco”, le dijo, “¿qué harías tú si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?” Francisco, sin dudar un solo instante, le dijo muy despacio: “Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote.”

¿Qué quería decir San Francisco? Dejó clara una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, sin importar cuán pecador sea él en lo personal, perdonar los pecados del penitente Cristo mismo actúa en los sacramentos a través de ese ministro.

Ya sea que el Papa Juan Pablo II celebre la Misa o que un sacerdote condenado a muerte por un crimen celebre la Misa, en ambos casos es Cristo mismo quien actúa y nos da Su cuerpo y Su sangre. Así que lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo de Su Señor de las manos ungidas del sacerdote, es que no iba a permitir que la maldad o inmoralidad del sacerdote lo llevaran a cometer suicidio espiritual. Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace!

Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas. Los sacerdotes son elegidos por Dios de entre los hombres y son tentados como cualquier ser humano y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los primeros doce apóstoles se dispersaron cuando Cristo fue arrestado, pero regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y tristemente nunca regresó. Dios ha hecho los sacramentos esencialmente “a prueba de los sacerdotes”, esto es, en términos de su santidad personal. No importa cuán santos éstos sean o cuán malvados, siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia, entonces actúa Cristo mismo, tal como actuó a través de Judas cuando Judas expulsó a los demonios y curó a los enfermos.

Así que, de nuevo, les pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia a estos actos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente. Pero esto no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochentas, pero siempre puede ser perfeccionada. Pero aun esto no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto es lo adecuado. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina en Boston trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso en niños, que es algo que todos nosotros debemos apoyar. Pero ni siquiera esto es una respuesta suficiente.

La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, la única respuesta auténticamente católica a este escándalo como San Francisco de Asís reconoció en 1200, como San Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada siglo es la SANTIDAD. ¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro auténtico de la Iglesia.

Siempre hay personas que usan excusas para justificar por qué no practican su fe y cómo están cometiendo lentamente un suicidio espiritual: Puede ser porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años. O porque no entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular. Indudablemente habrá muchas personas estos días y ustedes probablemente se encontrarán con ellas que dirán: “¿Para qué practicar la fe, para qué ir a la Iglesia, si la Iglesia no puede ser verdadera, cuando los así llamados elegidos son capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?” Este escándalo es como un perchero enorme donde algunos tratarán de colgar su justificación para no practicar la fe. Por eso es que la santidad es tan importante.

Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor. Las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de hoy son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas más. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es un llamado para que despertemos.

Estos son tiempos difíciles para ser un sacerdote hoy. Son tiempos difíciles para ser un católico hoy. Pero también son tiempos magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser un católico hoy. Jesús dice en las bienaventuranzas que escuchamos hoy: “Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes.” Yo he experimentado de primera mano esta bienaventuranza, al igual que otros sacerdotes que conozco. A principios de esta semana, cuando terminé de hacer ejercicio en un gimnasio local, salía yo del vestidor con mi traje negro de clérigo. Una madre, apenas me vio, inmediata y apresuradamente apartó a sus hijos del camino y los protegió de mí mientras yo pasaba. Me miró cuando pasé y cuando me había alejado lo suficiente, respiró aliviada y soltó a sus hijos ¡como si yo fuera a atacarlos a mitad de la tarde en un club deportivo!

Pero mientras que todos nosotros quizá tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, de hecho debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos hoy, porque es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar Su verdadero rostro. En tiempos pasados en Estados Unidos, la Iglesia era respetada. Los sacerdotes eran respetados. La Iglesia tenía reputación de santidad y bondad. Pero ya no es así.

Uno de los más grandes predicadores en la historia estadounidense, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que él prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre en vez de florecer, cuando la Iglesia tiene que luchar, cuando la Iglesia tiene que ir contra la cultura. Esas épocas para que los verdaderos hombres y las verdaderas mujeres dieran un paso al frente y contaran. “Hasta los cadáveres pueden flotar corriente abajo,” solía decir, señalando que muchas personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, “pero se necesita de verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la corriente.”

¡Qué cierto es esto! Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente que se mueve en oposición a la Iglesia. Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para reconocer que cuando se nada contra la corriente de las críticas, estamos más seguros que cuando permanecemos adheridos a la Roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia. Este es uno de esos tiempos. Es uno de los grandes momentos para ser cristianos.

Algunas personas predicen que en esta área la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea así, pero la Iglesia sobrevivirá, porque el Señor asegurará que sobreviva. Una de las más grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace unos 200 años. El emperador francés Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar totalmente el mundo. En aquel entonces dijo una vez al Cardenal Consalvi: “Voy a destruir su Iglesia (Je detruirai votre eglise!)” El Cardenal le contestó: “No, no podrá”. Napoleón, con sus 1.50 de altura, dijo otra vez: “Je detruirai votre eglise!” El Cardenal dijo confiado: “No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”

Si los pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde su interior le estaba diciendo implícitamente al general ¿cómo cree que usted que va a poder hacerlo? El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que Su Iglesia fracase. Él prometió que las puertas del infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia, que la barca de Pedro, la Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca se volcará, no porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados posibles para hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que esto suceda. Cristo sigue en la barca y El nunca la abandonará.

La magnitud de este escándalo podría ser tal, que de ahora en adelante ustedes encuentren difícil confiar en los sacerdotes de la misma manera como lo hicieron en el pasado. Esto puede suceder y podría no ser tan malo. ¡Pero nunca pierdan la confianza en el Señor! ¡Es Su Iglesia! Aún cuando algunos de Sus elegidos lo hayan traicionado, El llamará a otros que serán fieles, que los servirán a ustedes con el amor que merecen ser servidos, tal como ocurrió después de la muerte de Judas, cuando los once apóstoles se pusieron de acuerdo y permitieron que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado por él.

¡Este es un tiempo en el que todos nosotros necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a ser santos y cuánto necesita nuestra sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a El que los llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar Su auténtico rostro.

Una de las razones por las que yo estoy aquí como sacerdote para ustedes hoy es porque siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa y casi sin reverencia alguna dejaban caer el Cuerpo del Señor en la patena, como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de al Creador y Salvador de todos, en vez de a MI Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho al Señor, reiterando mi deseo de ser sacerdote: ³¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote para que pueda tratarte como Tú mereces!² Eso me dio un ardiente deseo de servir al Señor.

Quizá este escándalo les permita a ustedes hacer lo mismo. Este escándalo puede ser algo que los conduzca por el camino del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir, finalmente, “Quiero ser santo, para que yo y la Iglesia podamos glorificar Tu nombre como Tú lo mereces, para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo he encontrado.” Jesús está con nosotros, como lo prometió, hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca.

Tal como a partir de la traición de Judas, El alcanzó la más grande victoria en la historia del mundo, nuestra salvación por medio de Su Pasión, muerte y Resurrección, también a través de este episodio El puede traer y quiere traer un nuevo renacimiento de la santidad, para lanzar unos nuevos Hechos de los Apóstoles en el siglo XXI, con cada uno de nosotros y esto te incluye a TI jugando un papel estelar. Ahora es el tiempo para que los verdaderos hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los santos. ¿Cómo vas a responder tú?


RECONOCIMIENTO
Agradecemos al P. Roger J. Landry su permiso para traducir al español y difundir su homilía no publicada “What our response should be to terrible scandals in the Church” traducido por H. Wriedt.

EL AUTOR
El P. Roger J. Landry fue ordenado sacerdote por la Diócesis de Fall River, MA, por el Obispo Sean O´Malley, OFM Cap., en 1999. Después de obtener la licenciatura de biología por la Universidad de Harvard, el P. Landry hizo sus estudios para el sacerdocio en Maryland, Toronto, y durante varios años en Roma. Después de su ordenación sacerdotal, el Obispo O¹Malley lo envió de regreso a Roma para concluir sus estudios de graduación en teología moral y bioética. Actualmente es vicario parroquial en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River, Massachusetts y capellán en la Escuela Secundaria Bishop Connolly.

Copyright © 2002 Fr. Roger J. Landry