MATRIMONIO - UNIDAD
La razón teológica de la unidad del matrimonio es la siguiente: la
comunidad corporal-anímico espiritual del matrimonio compromete
al hombre exhaustivamente; tiene tal fuerza y hondura, que exige
un compromiso total por parte del hombre. Tal entrega de la
persona total no se logra más que frente a un solo tú, debido a la
debilidad humana. Por eso el amor exige la fidelidad, que es su
médula vital. Quien tenga varias relaciones matrimoniales a la vez
no las satisfará con plena entrega consciente de la
responsabilidad, sino falto de seriedad y de responsabilidad, por
puro juego y placer; la auténtica de yo a tú se disuelve y se
convierte en uso placentero y hedonístico del tú utilizado como una
cosa. La multiplicidad de relaciones sexuales no se funda en la
sobreabundancia de amor, sino en su debilidad y pobreza. La
infidelidad es hija de la incapacidad y pereza de comprometerse. La
unidad del matrimonio basada en las características de la relación
sexual de hombre y mujer es exigida por el anhelo humano de
exclusividad y duración del amor; esa exigencia del amor es
expresión de la realidad de su ser y a la vez una defensa en torno a
su ser frente al peligro del instinto indeterminado. La
responsabilidad de los esposos por los hijos es un testimonio más a
favor de la unidad del matrimonio.
Estas reflexiones pueden aplicarse a cualquier matrimonio no
sólo al sacramental. Sin embargo, no son evidentes para el hombre
caído en pecado. El impetuoso y desenfrenado instinto hace que el
corazón y la conciencia del hombre sean ciegos y débiles para
obrar conforme a su ser y objetivamente. El hombre necesita, por
tanto, gracia para aceptar y cumplir el vínculo a un solo tú exigido
por el ser mismo del matrimonio. Dios concede a todos las gracias
necesarias para una recta vida matrimonial. Todo buen matrimonio
es configurado por la gracia de Dios, aunque los esposos no se
den cuenta; la gracia es la fuerza unificadora más grande de los
corazones unidos en el matrimonio.
El matrimonio entre bautizados está lleno de la gloria y fuerza
vital del Cristo unido a la Iglesia; es una imagen saturada de
realidad de la unidad entre Cristo y la Iglesia. Este es el
fundamento más íntimo y profundo de la unidad del matrimonio
entre bautizados. Del mismo modo que Cristo tiene una sola esposa
y un cuerpo, la Iglesia, el marido, que en el matrimonio sacramental
representa a Cristo, debe tener sólo una mujer, y la mujer, que
representa a la Iglesia, debe tener un solo marido. Gracias a este
simbolismo la unidad del matrimonio es exigida con nueva mayor
fuerza, pero los esposos bautizados encuentran en su comunidad
con Cristo las fuerzas necesarias para resistir todos los peligros
que amenazan la unidad de su matrimonio. En la fe en Cristo logran
estar dispuestos a unirse el uno al otro exclusivamente,
sacrificándose a la comunidad por encima de todas las tormentas
del instinto y sobre cualquier volubilidad del corazón y sobre todas
las desilusiones.
MA/SEGUNDO: Las segundas nupcias de un cónyuge viudo,
condenadas por montanistas y novacianos y toleradas con
sospechas por una parte de los Padres de la Iglesia, puede
explicarse de la manera siguiente: primeramente hay que recordar
que la entrada en la plenitud de la vida eterna, ocurrida
normalmente al morir, no destruye la naturaleza, sino que la
transforma. Debe, pues, suponerse que el vínculo matrimonial
sigue existiendo de otra forma y que por la muerte sólo se disuelve
su forma terrena y propia de la vida de peregrinación. Los que
estuvieron unidos en la tierra por el matrimonio, seguirán estando
unidos de un modo especial en el cielo, aunque desaparecerán las
formas terrestres. Si la unión pervive de algún modo, incluso
después de la muerte, es natural que el cónyuge viudo siga
recordando en su corazón al cónyuge muerto. San Ambrosio puede
decir de la viuda: "Renuncia a otra unión y no lesiona los derechos
de la castidad ni el vínculo contraído con su querido esposo;
guarda su amor sólo para él, para él sólo0 conserva el nombre de
esposa" (Exameron, lib.5, cap. 19, sec. 62). Por tanto, aunque la
unión entre marido y mujer es tan íntima incluso después de morir
uno de ellos, debemos decir que la forma única de unión propia de
la vida de peregrinación cesa con la muerte, es disuelta por Dios
mismo, Señor de la vida; por eso puede el cónyuge que sigue
peregrinando por esta vida casarse otra vez (cfr. La doctrina del
Concilio de Lyón, D. 465).
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VI
LOS SACRAMENTOS
RIALP. MADRID 1961.Págs. 750-752