Comunidad con Cristo


1. También aquí es válida la ley de que los sacramentos obran lo 
que significan y en cuanto lo significan. El signo externo es el 
contrato matrimonial; él es el que obra el vínculo indisoluble en que 
consiste el matrimonio. El cristiano ve en él una indicación a la 
relación de Cristo con la Iglesia y viceversa.
El contrato matrimonial causa, por tanto, el vínculo sacramental 
como una imagen de la pertenencia mutua entre Cristo y la Iglesia. 
El vínculo matrimonial en cuanto imagen de la unión entre Cristo y 
la Iglesia es res et sacramentum del matrimonio. 
El matrimonio es, pues, primariamente una manifestación de la 
gloria de Cristo, una glorificación de Cristo y, por tanto, del Padre 
celestial. Por ese esplendor de la gloria de Dios en él, está al 
servicio del mismo fin que los demás sacramentos: al servicio del 
reino de Dios. 
La causa de eso es que el matrimonio está lleno del esplendor de 
la gloria de Dios en la Iglesia. En el matrimonio no sólo se refleja 
como en un espejo el sacrificio, el intercambio de vida, el amor que 
une a Cristo y a la Iglesia como a Cabeza y Cuerpo, como a esposo 
y esposa, sino que todo eso penetra en la intimidad de la 
comunidad entre hombre y mujer y se manifiesta a los ojos del 
creyente. No sólo el hombre y la mujer son asemejados de una 
manera nueva a Cristo cada uno por sí, sino que su vínculo se 
convierte en una representación salvadora y permanente del 
vínculo de Cristo con la Iglesia. 

2. Cada uno de los contrayentes se asemeja así de un modo 
nuevo a Cristo; se le asemejan bajo un punto de vista distinto del 
de los demás sacramentos. Gracias al sacramento 
del matrimonio se crea un nuevo rasgo en su semejanza a Cristo, fundada por el bautismo; se 
asemejan a Cristo adquiriendo por esposa a la Iglesia mediante el sacrificio do la cruz y 
convirtiéndose en un cuerpo con ella al enviar al Espíritu Santo. Dice Santo Tomás de Aquino: 
"Aunque el matrimonio no configura con la Pasión de Cristo en cuanto expiación de los pecados, 
configura a ella desde el punto de vista del amor, con que sufrió por la Iglesia para unirse a ella 
como a Esposa" (Suplemento, q. 2, art. 1, ad. 3). Los esposos participan, por tanto, de una 
consagración sobrenatural. 

3. El nuevo modo de semejanza a Cristo concede a los esposos una situación especial dentro 
de la Iglesia; están llamados y autorizados a dar nuevos miembros al Cuerpo de Cristo y los 
ofrecen a la Iglesia, que mediante el bautismo los incorpora e injerta en sí. Los padres tienen el 
derecho y el deber de ayudar a sus hijos a participar en la vida de comunidad de Dios y 
contribuir así a la edificación del Cuerpo de Cristo. Al contraer matrimonio reciben el derecho y 
la misión de ejercitar de modo completamente concreto respecto a sus hijos el sacerdocio 
recibido en el bautismo y su participación en el reinado, magisterio y sacrificio de Cristo. Desde 
este punto de vista el matrimonio puede ser llamado consagración de los padres; los padres son 
consagrados y santificados para un estado y servicio especial dentro de la Iglesia. 

4. La nueva semejanza a Cristo y el nuevo modo de estar incorporados a la Iglesia determina 
además una unión más íntima y profunda con Cristo y a través de El con las tres Personas 
divinas. No son el hombre y la mujer en particular, sino juntos en su unidad dual, quienes son 
afectados por esa nueva comunidad. En cuanto unidad son más unificados por Cristo. Del 
matrimonio vale decir, en sentido estricto: "Os digo en verdad que si dos de vosotros 
conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre, que está en los 
cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de 
ellos" (Mt. 18, 19-20). El matrimonio entre bautizados es, pues, un trozo de la Iglesia. 
La nueva semejanza a Cristo no incluye sólo un nuevo rasgo do Cristo, sino que normalmente 
implica una luz y esplendor más fuertes de la misma semejanza a Cristo; es decir, el sacramento 
del matrimonio aumenta la gracia santificante. Sólo está privado de esta luz y esplendor aquel a 
quien falta la disposición para una mayor proximidad a Dios a consecuencia de un pecado 
mortal; aun en ese caso se produce el nuevo rasgo de Cristo, pero permanece apagado y 
ciego, como las imágenes de la vidriera de una iglesia, mientras no las da el sol. La luz y 
esplendor nuevos que causa el matrimonio, pueden apagarse por culpa de un pecado mortal sin 
que por eso sea destruida la nueva semejanza a Cristo. 

II. Gracia sacramental 
La comunidad con Cristo y gracia santificante causadas por el matrimonio comportan la 
ordenación a una vida configurada conforme a Cristo, es decir, a una vida en que se 
represente, imite y realice la unidad entre Cristo y la Iglesia. Gracias a esa configuración de la 
vida, la glorificación objetiva de Cristo ocurrida en el matrimonio se convierte en consciente y 
querida. Así se pide en el introito de la Misa de desposorios: "Y ahora, Señor, haz que ellos te 
bendigan más y más." La ordenación a la vida configurada conforme a Cristo implica también las 
gracias actuales necesarias para ella.
Toda la vida matrimonial es incorporada al ámbito de la gloria de Cristo y viceversa es a su 
vez ámbito y espacio para la vida de Cristo. Cada uno de los esposos se convierte así en 
mediador de la gracia para el otro no sólo en el momento de contraer matrimonio, sino a lo largo 
de toda la vida. No hay nada que les acerque entre sí, sin que a la vez no les una más 
íntimamente a Cristo y nada hay que acerque a uno de ellos más a Cristo sin que a la vez no le 
acerque más al otro (E. Walter). En la oración de uno de ellos aparece también el otro en cierto 
modo ante el Padre; allí se destaca la mutua responsabilidad que hombre y mujer tienen el uno 
por el otro; cada uno de ellos es una misión y una tarea para el otro; mientras no renuncien a 
ello, cada uno es para el otro una ayuda para conseguir el cielo; para este fin están bendecidos 
y consagrados. Pues si en caso de matrimonio entre no cristiano y cristiano, aquél es santificado 
por éste, con más razón en caso de matrimonio entre cristianos la oración, la fe y el amor de 
uno santificará a otro (l Cor. 7, 14). Aunque los esposos no piensen conscientemente en ello, su 
amor recíproco está configurado por el amor de Cristo; de El sale y a El vuelve. Toda relación 
de amor, respeto, sacrificio, dulzura y paciencia entre los esposos es aceptada, perfeccionada y 
sellada por Cristo de modo que lleve los rasgos de su amor a la Iglesia. En el amor recíproco de 
los esposos es Cristo quien ama, aunque ellos no se den cuenta; su amor es una voz del amor 
de Cristo a la Iglesia y en definitiva el eco del amor con que el Padre envió a su hijo al mundo y 
con que el Padre y el Hijo engendran y envían al Espíritu Santo.

III. Vida de fe en el matrimonio 
1. MA/SERVICIO: La vida para la que son armados el hombre y la mujer en el sacramento del 
Matrimonio es descrita por San Pablo en la Epístola a los Efesios (5, 21-33). El texto comienza 
con las palabras: "Someteos los unos a los otros en el temor de Cristo." En la Iglesia no hay un 
sometimiento unilateral, como que existiera un grupo de dominadores y otro grupo menos 
considerado de súbditos; sólo existe un privilegio y un derecho: la autorización y derecho a 
servir. Cristo mismo es quien dice: "El que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro 
servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo" (/Mt/20/26-27). 
·Goethe dice: "¿Sabéis dónde no existen señores y servidores? Donde uno sirve a otro, porque 
el uno ama al otro"; esta ley que Goethe enuncia en el ámbito de lo mundano fue predicada por 
el Señor como ley de vida para la Iglesia. El sometimiento recíproco debe ocurrir en Cristo y por 
amor a Cristo, siguiendo su ejemplo y entregándose a El; aquí tiene decisiva importancia el 
hecho de que Cristo consiguió la gloria pasando por el sacrificio de la cruz. Cristo está ahora 
ensalzado y glorificado, pero lleva en su cuerpo las señales de la muerte en cruz, aunque sea 
en forma transfigurada; quienes están y viven en comunidad con El, están en comunidad con el 
Señor glorificado, que tiene las señales de la Pasión; su unión con Cristo pasa bajo la cruz y 
llega hasta la gloria. Pero mientras dura la vida de peregrinación, esa comunidad con Cristo se 
siente más como comunidad en la Pasión que como comunidad en la gloria. El matrimonio está, 
por tanto, necesariamente bajo el signo de la cruz. El mutuo sometimiento significa la realización 
de la comunidad con Cristo crucificado en los servicios recíprocos de uno a otro. 
A partir de esta reflexión logra su sentido verdadero el principio de que la mujer debe 
someterse a su propio marido como al Señor, porque el varón es 
cabeza de la mujer como Cristo es Cabeza de la Iglesia; con esto 
no se concede al varón un derecho de señorío sobre la mujer, de 
manera que pueda usarlo a capricho. El texto significa lo siguiente: 
en el vínculo entre varón y mujer, que en cuanto totalidad unitaria 
es una manifestación y representación de la comunidad entre 
Cristo y la Iglesia, el varón, en la idea del Apóstol, representa a 
Cristo y la mujer a la Iglesia: en consecuencia, el varón es la 
cabeza de la mujer como Cristo lo es de la Iglesia; su conducta 
frente a la mujer debe ser como la conducta de Cristo frente a la 
Iglesia y mucho más aún sabiendo quo Cristo no sólo es su modelo 
sino la virtud misma y potencia de su acción ya que es la acción de 
Cristo la que se realiza en él y es asumido en el movimiento en que 
Cristo se inclina hacia la Iglesia. 
La acción de Cristo es amor a la Iglesia; por ella se entregó 
durante toda su vida y sobre todo en el sacrificio de la cruz. Cristo 
actualiza el ofrecimiento y entrega de su vida de hombre en la 
liturgia. 
La Iglesia sigue viviendo de la obra salvadora de su Señor. Cristo 
regala su propia vida a la Iglesia en un amor sacrificado y 
generoso. No es libre para la Iglesia el querer o no querer aceptar y 
configurar la vida de Cristo. El ofrecimiento y entrega de Cristo 
tiene para ella carácter de obligatoriedad. De modo análogo el 
hombre es cabeza de la mujer; tiene el derecho y el deber de 
preparar con amor generoso el espacio que la mujer necesita para 
su vida natural y sobrenatural. Su superioridad consiste en un 
derecho y obligación de servir sacrificándose a sí mismo. Este 
servicio tiene para la mujer fuerza de obligación y no puede 
rechazarlo, sino que debe aceptar, acomodarse al espacio de vida 
determinado y aceptar sus límites (Col. 3, 18). Es para ella 
obediencia el someterse al ámbito vital determinado por el varón. Si 
el servicio sacrificado del varón es un servicio del amor que se da y 
regala, como dice San Pablo, la obediencia de la mujer es la 
respuesta a ese amor y no el sometimiento de esclava; la mujer 
cumple y acaba el servicio del varón y configura con su amor el 
ámbito vital preparado por él (I Pet. 3, 1-2). 
En el matrimonio, el mandar y obedecer son realización y 
cumplimiento del amor; la cuestión de quién tiene más derechos no 
tiene pues, sentido; esto aparece más claro aún si se piensa en 
que la mujer está tan unida a Cristo como el marido. Cuando San 
Pablo llama al marido imagen de Cristo y a la esposa imagen de la 
Iglesia no quiere decir que la unión con Cristo de la mujer sea 
menos fuerte e íntima que la del marido; no dice más que son de 
distinta especie y se realizan de manera distinta. En la relación 
yo-tú del marido y de la esposa, relación llena de Cristo y dominada 
por El, el hombre presta preferentemente el servicio de crear y 
preparar el espacio y ámbito vital y la mujer presta, sobre todo. el 
servido de configurar este espacio; en definitiva, ambos servicios 
son entrega y ofrecimiento recíprocos. 
En razón de estas consideraciones podemos contestar a la 
cuestión hoy tan debatida de la igualdad de derechos de los 
cónyuges o de su orden jerárquico: en el ámbito de la comunidad 
de los cuerpos hay plena igualdad. Tal igualdad es esencial, 
porque "el acto matrimonial es un encuentro de los esposos, que 
afecta al núcleo más íntimo de la persona y sólo puede ser 
realizado con sentido bajo el supuesto de la libre voluntad de 
ambas partes" (Mörsdorf). 
Pero el matrimonio no es sólo comunidad de cuerpos, sino 
comunidad de vida, que es mucho más amplia e implica la 
comunidad corporal. La comunidad de vida es comunidad de ser y 
obrar. Tiene un aspecto o ámbito místico y otro social. Se 
manifiesta sobre todo en la familia. En la comunidad de vida es 
imprescindible una autoridad para que la unidad dual del 
matrimonio no degenero en un estar juntos el uno al lado del otro. 
Cuando no es posible un acuerdo de ambas partes, uno de los 
esposos debe decidir. Querer entregar la comunidad matrimonial a 
una instancia extramatrimonial significaría su muerte. La autoridad 
compete al marido; se deduce del origen y ser del matrimonio, es 
consecuencia del orden de la creación, no sólo del pecado y de la 
condenación consiguiente de la mujer. 
La mujer es llamada en el Génesis ayuda del varón; proviene de 
él y tiene la misión de librarle de su soledad y ayudarle a cumplir su 
vida. El varón es un reflejo de Dios, la mujer es un reflejo del varón, 
es decir, recibe su reflejo de Dios a través de su ser formada del 
varón y a través de su relación con él. En el matrimonio hay, pues, 
un orden jerárquico. (...).
2. La unión de los esposos con Cristo resiste la tentación de que 
los cónyuges se vean y deseen como un puro objeto de uso. La fe 
en la recíproca comunidad con Cristo impide que cada uno de los 
esposos disponga del otro caprichosa y egoísticamente según las 
exigencias de su propia comodidad; hace que se vea en el otro el 
tú unido a Cristo, con quien hay que encontrarse respetuosamente. 
El carácter sacramental del matrimonio hace que siga siendo 
siempre una relación personal de yo a tú, configurada con el mutuo 
respeto y que no degenere en un instrumento objetivado y 
despersonalizado. 
MA/SEGUNDO-A:Las heridas del matrimonio se manifiestan, 
sobre todo, en el silencio obstinado de los esposos y en la aversión 
corporal. Este peligro del matrimonio tampoco puede ser superado 
venciéndose a sí mismo, sino sólo creyendo en la presencia de 
Cristo. Los esposos se reencuentran al acudir ambos a Cristo y 
encontrarse uno a otro en Cristo. En la oración a Cristo se 
enciende de nuevo la palabra del uno al otro. Quien se entrega en 
la fe a Cristo es incorporado al matrimonio del amor, que no es sólo 
respuesta al amor del otro, sino que busca también al tú incluso en 
el caso de que no le ofrezca ningún amor y hasta puede amar al tú 
que se le opone. Para quien piensa con categorías puramente 
naturales, eso es imposible, pero es posible para quien cree en 
Cristo; en el rostro de Cristo ve el amor que no se exaspera, que no 
quiere ni reclama lo suyo. Esto amor es creador; transforma a los 
hombres y transforma el mundo, resucita el amor mutuo que había 
muerto. "El matrimonio no es tan sólo la realización del amor 
inmediato que reúne al hombre y a la mujer, sino la lenta 
transformación de ambos operada al contacto de la experiencia 
común. El primer amor no ve todavía esta realidad. La ocultan el 
ímpetu de los sentidos y del corazón envolviéndola en una 
atmósfera de sueño y de eternidad. Se abre paso lentamente y 
ahuyenta esta neblina de cuento de hadas, al contacto con las 
costumbres cotidianas, las insuficiencias, las defecciones del otro 
consorte. Si acepta a su cónyuge tal cual es, siempre de nuevo y a 
través de todas las decepciones, si comparte con él las alegrías y 
las penas de la vida cotidiana al igual que las grandes vivencias de 
la vida, ante Dios y con la fuerza de Dios, entonces se desarrolla 
paulatinamente el segundo amor, el verdadero misterio del 
matrimonio. Está por encima del primero como la personalidad 
madura sobre la juventud y el corazón que renuncia sobre el que 
se limita a abrirse y entregarse. Prodúcese entonces algo muy 
grande fruto de muchos sacrificios y renuncias. En el matrimonio 
hace falta mucha energía, fidelidad profunda y un corazón animoso 
para no ser víctima de las pasiones, de la cobardía, del egoísmo, 
del espíritu de dominación" (R. Guardini, El Señor, vol. I, 1954, 
490). La comunidad con Cristo crucificado y glorificado realizada 
por el sacramento del matrimonio ayuda a conseguir este segundo 
amor. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VI
LOS SACRAMENTOS
RIALP. MADRID 1961.Págs. 740-750