Consagración-Transformación


Como en las reflexiones precedentes, mi intención no es ofrecer 
un estudio científico y sistemático del tema ni una vulgarización 
competente de lo ya estudiado; me contento con iluminar, con 
reflejos del Antiguo Testamento y reflexiones de los mismos, 
aspectos importantes de nuestra eucaristía.

1. EU/CONSAGRACION: La consagración. Algunos podrán 
recordar tiempos de la infancia o la juventud cuando la 
consagración se presentaba como el momento culminante, central, 
de la celebración eucarística. Se lo rodeaba de un aparato de 
misterio y solemnidad particular. O se hacía un silencio total, o se 
tocaba la «marcha real» como homenaje de un pueblo a su Señor 
presente. Aun los más erguidos se arrodillaban o doblaban una 
rodilla en ese momento. Después de cada una de las dos 
consagraciones, el sacerdote, de espaldas, levantaba con los 
brazos bien alzados la hostia y el cáliz, para que el pueblo viera y 
adorara. Varias genuflexiones articulaban la acción.
Aquella práctica tenía función catequética: intimaba el sentido del 
misterio, fomentaba la reverencia y humildad, provocaba un acto de 
fe intenso. Junto a estos valores podían insinuarse inconvenientes 
notables: el momento quedaba desligado de la dinámica unitaria de 
la celebración; su intensidad apagaba lo precedente y lo siguiente. 
La comunión tenía menos importancia; lo anterior casi no se 
entendía. De esos inconvenientes creo que el más sensible era el 
perder el sentido de la unidad de la celebración. Creo que hoy es 
más fácil sobreponerse a esa dificultad; en parte porque los textos 
se pronuncian en la lengua del pueblo, en parte porque las nuevas, 
o viejas, anáforas desarrollan un esquema más sencillo y lineal.
A causa de esa unidad profunda, he tenido que adelantar 
materia al explicar la fórmula del «ofertorio=beraka». La presente 
reflexión tiene sentido dentro del conjunto que venimos 
presentando.

2. Transformación. En nuestra educación, el término 
«consagración» estaba ligado exclusiva- mente a las palabras 
tomadas de un texto narrativo: es decir, un par de frases del relato 
de la última cena pronunciadas por Jesús sobre el pan y el cáliz. 
Quedaban fuera, aunque contiguas, la introducción narrativa y el 
precepto institucional «haced esto en memoria mía». Pero los 
orientales recabarían el efecto para la «epiclesis»; y muchos 
teólogos actuales insistirán en tomar unitariamente la acción 
litúrgica.
Unos y otros han analizado y explicado este aspecto de la 
Eucaristía en términos de transformación real (no un acto 
puramente mental). La partícula castellana «trans-» significa 
cambio, mutación: transfigurar, transición, trans-substanciación, 
transfinalización... Las plegarias litúrgicas castellanas utilizan el 
verbo ser: «de manera que sean, para que sean». Quizá fuera más 
claro decir «para que se transformen, se conviertan» (ya que el 
verbo «devenir» todavía nos asusta). No vendría mal un verbo que 
significase con más claridad el paso de una situación a otra. Se 
parte de una situación estable, sigue un momento de transición, que 
desemboca en nueva situación estable. La estabilidad puede ser 
relativa; ahora nos fijamos en el momento de la transición, que 
puede ser proceso o instante. ¿Qué es un momento, un instante, en 
nuestra percepción empírica?
Estabilidad y cambio son las dos categorías de que me valdré 
para abordar un misterio sin pretender agotarlo. La analogía, el 
símbolo, será mi instrumento para girar en torno, en espiral que se 
acerca sin jamás llegar. Necesito una base ancha en la que colocar 
nuestra acción: una base de experiencia y cultura que aúpe y 
sustente nuestra reflexión. Para subir mucho, ha de ser bien ancha 
la base.

3. Fijeza y cambio. Hay personas, épocas, culturas que asignan 
mayor importancia a la estabilidad; otras son más sensibles al 
cambio. Un pueblo, una época, vive más bien en la estabilidad; otra 
vive y siente la evolución y hasta la revolución.
¿Cómo es la mentalidad bíblica del Antiguo Testamento? 
Presupone y valora preferentemente la fijeza, sin cerrar los ojos al 
cambio.
El primer capítulo del Génesis es un texto tardío que utiliza para 
su visión poética y teológica un esquema cultural fixista. Dios crea 
distinguiendo y fijando ser, naturaleza, funciones. Sol, luna, 
estrellas. Aguas de arriba y de abajo y una bóveda de separación. 
Muros y continentes. Y los seres vivos, cada uno «según su 
especie». No crea todos los individuos, sino que bendice con la 
fecundidad; pero siempre «según su especie». Todo fijado desde el 
principio, y no se debe confundir. El hombre no ha de arar con buey 
y asno, no ha de tejer con lana y lino; un sexo no ha de vestir ropas 
del otro, porque eso sería mezclar y confundir contra el orden de la 
creación (según una escuela de pensamiento y de conducta). La 
distinción y fijeza quedan selladas en un sistema de nombres 
impuesto por Dios mismo: «lo llamó día, noche, mar ... ». Incluso el 
hombre surge ya diferenciado en varón y hembra.
Si suceden cambios, es como infracción del orden establecido. 
Pueden ser catástrofes. «Catástrofe» es palabra griega que 
denota una inversión, un vuelco (kata-strepho). Tal es, por ejemplo, 
el diluvio, que mezcla aguas de arriba y de abajo, que confunde 
continentes con océanos. Tal es la destrucción de Sodoma y 
Gomorra, que descabala con el fuego prósperas ciudades y fértiles 
campiñas El terremoto es un estremecimiento, patológico o 
numinoso, de la tierra firme (como si se volviese oceánica). Por 
encima de todo se alza y se impone la soberanía de Dios, que 
puede inducir un cambio catastrófico o benéfico:

Is 45, 18: El modeló la tierra, la fabricó y afianzó. 
Jr 10, 12: Asentó el orbe con su maestría.
Sal 24, 2: El fundó la tierra sobre los mares, 
la afianzó sobre las corrientes.
104, 5: Asentaste la tierra sobre sus cimientos 
y no vacilará jamás.

En su gran imprecación, Job pide que un eclipse oscurezca la 
tierra, que las tinieblas se apoderen de la luz (Cap. 3): es una vuelta 
al caos primordial.
Simplificando datos, he llegado al binomio estabilidad - 
catástrofe. Sobre ese fondo nos sorprende el último capítulo del 
Antiguo Testamento. Ultimo por la cronología, no por su ubicación 
en nuestras Biblias (sí es el último en la Nueva Biblia Española, de 
la que tomo mis traducciones). El libro probablemente es 
contemporáneo de Cristo, es de origen griego, pertenece al cuerpo 
sapiencial y se llama «Sabiduría». Por su género y su época, puede 
mirar la historia en conjunto y proponer síntesis; por su posición 
fronteriza, mezcla influjos griegos con la tradición de Israel. Tengo 
que citar íntegro el final del libro:

Sab 19, 18: 
Los elementos de la naturaleza se intercambiaban sus propiedades, lo 
mismo que en un arpa las cuerdas cambian el carácter de la música 
siguiendo igual el tono; como puede colegirse exactamente a la vista de lo 
que pasó.
19: Pues los seres terrestres se volvían acuáticos. y los que nadan se 
paseaban por la tierra;
20. el fuego acrecentaba su propia virtud en el agua y el agua olvidaba 
su condición de extintor;
21: las llamas, por el contrario, no abrasaban las carnes de los 
endebles animales que por allí merodeaban ni derretían aquella especie de 
manjar divino, cristalino y soluble.
22: Porque en todo, Señor, enalteciste y glorificaste a tu pueblo, y 
nunca y en ningún lugar dejaste de mirar por él y socorrerlo.

Aquí entra la teoría de los elementos y su transmutación 
maravillosa, todo para la salvación y por el poder divino. El paso del 
Mar Rojo es hacer surgir continente donde había mar; el maná no 
se deshace a los rayos del sol.
Me interesa también la comparación musical del autor. No pienso 
que fuera un experto en música, pero tendría algunas ideas, quizá 
de estirpe pitagórica, de las que corrían por entonces. Lo 
importante es el sistema de correspondencias (cito de mi 
comentario en Los libros sagrados):

« ... unidad del instrumento / unidad del universo; permanencia de los 
sonidos / permanencia de los elementos; variación de melodías o tonos / 
variación en la función de los elementos; resultado armónico en ambos 
planos. La música, por analogía, hace comprender un misterio de la 
acción divina: como instrumentista y compositor, Dios sabe crear la 
unidad de lo múltiple, establece leyes y proporciones, las cambia sin 
destruir la armonía. En vez de 'música de las esferas', se da armonía del 
cosmos y de la historia como variaciones de un tema de salvación.»

Este escritor rezagado recoge sugerencias ya expuestas por 
otros: Isaías Segundo, por ejemplo, o algún salmo:

107, 33: El transforma los ríos en desierto, los manantiales en aridez...
35: Transforma el desierto en estanques, el erial en manantiales...

Más que exponer un tema bíblico, he propuesto un esquema 
construido con un par de citas: estabilidad, catástrofe, 
transformación. Es una pieza de la base que me proponía 
establecer antes de ascender a la cumbre.

4. La otra pieza la tomo de nuestra cultura moderna: dinamismo y 
transformación. En nuestra cultura moderna apreciamos de modo 
preferente el cambio, el dinamismo. Evolucionismo frente a fixismo. 
No es que neguemos la estabilidad. Sin contar con alguna 
estabilidad, no habría ciencia posible. Pero es estabilidad de 
procesos. Las leyes conocidas y formuladas, aunque sean 
estadísticas, nos permiten operar. El universo que hoy 
contemplamos es un perpetuum mobile.
Podemos comenzar con lo inorgánico, con esos astros que hasta 
hace unos cuantos siglos se creían constituidos de una materia 
incorruptible y perfectamente estables en su incansable girar. Eso 
se acabó. El sol es para nosotros una masa que se consume en 
procesos de fusión y fisión, derramando energía en torno, que pone 
en movimiento infinitos procesos en la tierra. Y no hablamos de 
astros sin más, sino que distinguimos estrellas blancas y estrellas 
rojas, novas y supernovas, nebulosas y galaxias; todo en continuo 
movimiento y transformación. Y una energía, llamada «luz», que 
viaja y hace contemporáneo a nuestra percepción lo que sucedía 
hace billones y trillones de años.
Y pasando a lo pequeño, del átomo hemos descendido a las 
partículas, para asistir a lentos o vertiginosos procesos de 
mutación. Lo que a primera vista nos parece estable, es porque 
tiene un tiempo y ritmo muy diverso del nuestro. Si pudiéramos 
cambiar nuestro ritmo, flujo y reflujo del mar serían un tictac; noche 
y día serían una pulsación; después lo serían las estaciones; 
apreciaríamos el desintegrarse de cuerpos radiactivos como vemos 
fundirse la cera junto al fuego. Vivimos inmersos en un remolino de 
fuerzas, limitados por nuestra duración y por nuestros ritmos 
peculiares. Cuando la ciencia logra romperlos y superarlos, 
asistimos maravillados a metamorfosis más fantásticas que nuestra 
fantasía.
Pasemos a la vida vegetal, que se apodera de lo mineral para 
levantarlo a un estado nuevo, que es a su vez proceso continuo. 
¿Es reducible un cedro a una suma de procesos físico-químicos? 
¿Y en qué sentido son idénticos ese cedro y su semilla original? 
Pues la vida animal toma la vegetal para levantarla al nivel de la 
sensación, en salto cualitativo. Aún más radical el salto cualitativo 
de lo mineral y vegetal y animal a la esfera de la conciencia y la 
libertad. La conciencia ayudada por la memoria es principio de 
identidad poseída; en cambio, la materia de nuestro cuerpo se 
renueva a velocidades diversas. Y también la vida de la conciencia 
es proceso con líneas, ondas y saltos.
El hombre es, además, transmutador: observando, 
experimentando, interfiere, pone en marcha procesos, transforma. 
La misma capacidad de actuar se desarrolla en proceso creciente, 
con notables saltos cualitativos.
Paso al lenguaje: Según Gn 1, Dios fija en nombres los seres. 
Según Gn 2, Adán fija en un sistema de nombres certeros las 
especies animales. Lenguaje como fijeza, aunque el paso de ser a 
experiencia, a lenguaje, es ya transformación. Pero entra la 
fantasía, se pone a jugar con palabras y frases e introduce ese 
salto y emparejamiento que es la metáfora: «meta-phora» = 
«trans-lación». Empalmo con el libro citado de la Sabiduría, porque 
este viaje tiene un destino. Me refiero a la comparación musical. La 
naturaleza está poblada de sonidos, ruidos, rumores. El hombre los 
destila y estiliza y organiza en sistemas que llamamos escalas, 
tonos, modos. Pensemos en el nuestro: doce sonidos temperados, 
replicados en orden de frecuencias. Y de ese puñado de sonidos 
nace una selva encantada, misteriosa, de canciones, arias, danzas, 
suítes, sonatas, sinfonías, conciertos...
El hombre es imagen de Dios, también, en su capacidad de 
transportar y combinar y producir formas nuevas sin límite... Goza al 
hacerlo, con lo hecho disfruta. Es el mundo humano del arte.

5. Otra transformación. ENC/TRANSFORMACION: Me hacía falta 
lo anterior para encararme con una mutación de otro orden. 
Teníamos que llegar bien entrenados y acostumbrados al cambio 
para contemplar este nuevo, que es misterio. Supera todos los 
anteriores y los recoge y levanta. Es la irrupción de Dios en lo 
humano, es un Dios que se hace hombre, es una naturaleza 
humana asumida por una persona divina. No ha sucedido en la 
historia transmutación más grande, y misteriosa que ésta. Ella 
justificaría todas las estabilidades y cambios del universo.
Pues entrenados con la disciplina del cambio, acostumbrados a 
la sorpresa del salto, educados a imaginar y esperar más, 
vislumbramos un cambio que nos desborda y que aceptamos 
gozosos y humildes: la encarnación.
El Hijo de Dios hecho hombre asume el mundo mineral, vegetal, 
animal y humano. Su naturaleza humana es el macrocosmos, 
unidad de toda la creación, y al mismo tiempo el empalme de la 
creación con Dios de modo misterioso. Este es el cambio máximo. 
Creemos en él sin apenas entenderlo, pero el creer nos llena de 
pasmo y de gozo. Hay un momento en que su figura humana deja 
tras-lucir otra figura escondida, y se transfigura. Quedan absortos 
los tres testigos, con ganas de seguir contemplando para siempre. 
La transfiguración es como un acto de trans-parencia de los 
símbolos. La impresión es de luz blanquísima, intensísima, sin 
deslumbrar. Como si el cuerpo familiar se resolviese en luz (como si 
la materia se transformase en energía). Fue un anticipo efímero del 
cambio futuro. La humanidad asumida por el Hijo de Dios participa 
de lleno de la experiencia humana, menos el pecado, hasta la 
muerte, y una muerte de cruz. Pero por esa muerte pasa a la 
gloríficacíón, que es cambio definitivo.
Hay que detenerse en este punto, porque no podemos entender 
ni debemos pensar la transformación eucarística si no es en 
términos de glorificación. La imaginación, que nos ayuda, nos 
puede engañar. Los artistas representan a Cristo glorificado con 
una corporeidad como la precedente, sólo que radiante. 
(Recordemos el atlético Cristo resucitado, con la cruz, de Miguel 
Ángel). Han dado pie para ello los relatos evangélicos de la 
resurrección, que presentan un cuerpo semejante al anterior como 
prenda de identificación sensible, aunque dotándolo de cualidades 
superiores. Nuestra imaginación no puede imaginar de otra manera. 
Pero nuestra mente puede concebir de otro modo y puede criticar 
las imágenes o servirse de ellas con conciencia de su limitación.
Pues bien, puestos a imaginar, pidamos auxilio a la ciencia 
moderna, que nos habla de materia y energía y de la 
transformación de materia en energía. La luz es energía y es 
corpórea, sea que adoptemos un modelo ondulatorio o uno 
corpuscular. La energía no es materia, pero tampoco es inmaterial o 
espiritual. Imaginemos que la corporeidad del glorificado está 
formada de pura energía sin materia. Tendrá relaciones y 
cualidades nuevas en el espacio y el tiempo: concentración intensa, 
presencia difusa, movilidad sin trabas, acción y comunicación... Un 
universo formado de pura energía sería un universo corpóreo y 
nuevo. Un cuerpo glorificado compuesto de pura energía es una 
imagen, de acuerdo, pero está mucho más cerca de la realidad que 
el resucitado de mármol de Miguel Ángel o la figura leve y suave de 
Fra Angélico.

6. Seguimos imaginando y discurriendo. Por la resurrección, 
Cristo ha alcanzado esa etapa definitiva de transformación que la 
transfiguración prefiguraba. A ella están llamados los hombres y, 
subordinadas a ellos, otras criaturas. Por la energía o atracción 
del,Resucitado, un trozo de pan, una copa de vino, son arrastrados 
y transportados a ese momento final y definitivo, para salvación del 
hombre «con esa energía que le permite incluso someterse el 
universo» (Flp 3, 21). La energía del Crucificado se concentra en 
ese círculo y volumen del pan y el vino, para comunicarse a través 
de ellos al hombre. Hemos quedado en que esa energía es su 
corporeidad. Como la transfiguración fue anticipo, así lo es la 
transformación eucarística. Entonces cambia la «figura», ofreciendo 
a la contemplación la realidad íntima, todavía con velo de 
apariencias. Ahora, sin cambio de apariencias, se ofrece a la 
comunión=comunicación el cuerpo glorificado. Y se transmite 
anticipadamente una vida que será definitiva.
Estoy imaginando el modo de un hecho real. No estoy 
describiendo una actividad puramente mental del creyente. El 
Resucitado actúa realmente, con la fuerza del Espíritu, sobre el pan 
y el vino; comunica realmente por ellos, transformados, su vida 
definitiva.
He manejado imágenes como instrumento de inteligencia y 
explicación. Seamos conscientes de su carácter aproximativo, 
analógico. Lo importante es que nuestro punto de partida sea la 
glorificación de Cristo. No es Cristo en su situación mortal el que se 
hace presente en la Eucaristía, Pero sí es la persona de Cristo la 
que se comunica transfundiendo su vida. El suyo es un cuerpo vivo, 
el cuerpo de una Persona.
EU/ADV-ANTICIPADO: ADV/EU: La Eucaristía es como un 
segundo adviento o venida corpórea de Cristo glorificado. Adviento 
anticipado, como explicaba en el capítulo sobre la memoria. 
Mirándolo con la perspectiva opuesta, podría decir que es un salto 
hacia el futuro definitivo de los dones y de la comunidad. Y juntando 
las dos perspectivas, diría que es un encuentro de Cristo con la 
creación y los hombres: con la creación, representada por el pan y 
el vino (como vimos en el capítulo sobre el ofertorio-beraka); con 
los hombres, representados por esta comunidad cristiana.
Cristo ya ha llegado al término para siempre; en él una 
humanidad singular ya ha llegado. El resto de la humanidad, el 
resto de la creación, siente ahora una atracción hacia arriba, hacia 
el futuro; y por detrás, un impulso o empuje: la atracción de la gloria 
de Cristo, el impulso del Espíritu; como un viento que abomba las 
velas empujando la nave hacia su transfiguración. Como si la nave 
saliese de un meridiano de sombras a transfigurarse en blancura 
luminosa por la acción del sol que ya ha salido. Sometida a las dos 
fuerzas, se está transformando por dentro, «aunque todavía no se 
ve lo que vamos a ser» (1 jn 3, 2).
Es como si el pan y el vino se nos hubieran adelantado para 
llegar a un término suspirado; lo han hecho, como decía el libro de 
la Sabiduría, para nuestra salvación. Ya transformados, implantan 
en nosotros un principio de transfiguración sucesivo que, por pasos, 
llegará a la transformación definitiva: «nos vamos transformando en 
su imagen con resplandor creciente; tal es el influjo del Espíritu del 
Señor» (2 Cor 3, 18). También nosotros suspiramos por esa 
glorificación a la que estamos llamados. La Eucaristía es testimonio, 
garantía, anticipo de nuestra transformación. También la comunidad 
se va transformando progresivamente en comunidad de hermanos, 
de hijos de Dios
La Eucaristía, como unidad articulada, es transformación. Del 
repertorio copioso de nuestra tradición podemos entresacar unas 
cuantas denominaciones: cambio, mutación, transformación, 
devenir, hacerse, remodelar, santificación, consagración, 
transfiguración, reformación. Diversas palabras para un misterio 
único.
(Nota. He tocado apenas un aspecto de un tema complejo y 
debatido. Por eso remito al lector a la excelente exposición histórica 
y sistemática de Gesteira, libro citado, cap. VI, páginas 421-574).

LUIS ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 99-110