Teología de los Prefacios


1.
Quisiéramos ofrecer en breve síntesis el contenido de los 
Prefacios dominicales, con el fin de patentizar sus riquezas. Los 
Prefacios que se nos proponen para este tiempo son ocho. Entre 
todos van evocando por turno la historia de la creación (Pref. V) y 
haciéndonos recordar la historia de la salvación (Pref. IV). Nos 
invitan a meditar el misterio de la salvación, dentro del cual vivimos 
(Pref. II). Ahondan más en la teología de este misterio y vemos 
cómo la humanidad es salvada por la humanidad de Cristo (Pref. III) 
o, más concretamente aún, por la obediencia del Hijo hecho hombre 
(Pref. VII) que consuma su Misterio pascual y hace que nazca el 
nuevo pueblo de Dios (Pref. 1). Ahora vivimos en la unidad de la 
Iglesia, cuerpo de Cristo, e insertos en la vida trinitaria (Pref. VIII). 
Cada celebración de la eucaristía, Pascua de Cristo y de la Iglesia, 
nos hace entrar en posesión de las arras de la Pascua nueva (Pref. 
VI).

-La creación (Pref. V). CREACION/PREFACIO-5 
PREFACIO-5/CREACION:
Si en cierto sentido el domingo fue una ruptura con el sábado, 
pues el primer elemento del domingo cristiano es en realidad la 
celebración de la resurrección de Cristo que crea su nuevo pueblo 
y realiza una creación nueva, sin embargo, sería falsear las cosas 
no recoger, encuadrados en una perspectiva cristiana; los 
elementos bíblicos del sábado de los judíos. La contemplación de 
Dios, "creador de todos los elementos del mundo y Dueño de los 
tiempos y de la historia", le es indispensable al cristiano, 
especialmente en nuestro tiempo, si no quiere dejarse intoxicar por 
la orgullosa mentalidad ambiente del mundo actual. Nuestro siglo 
tiene una excesiva impresión de que crea de que él es el dueño del 
tiempo y de la historia, y de que todo arranca de él. Existe el peligro 
de que esta mentalidad se introduzca incluso en la liturgia, 
haciendo que tenga que arrancar todo del hombre, como si, al 
contrario, no arrancara todo de Dios.
Este fenómeno es, sin duda, una reacción en contra de cierto 
menosprecio de los valores reales e incluso sagrados del mundo; 
como si se debiera bendecir incesantemente al mundo y no hubiera 
este sido creado precisamente por el mismo Dios. Pero, al parecer, 
estas tendencias han quedado ampliamente superadas, y la 
constitución pastoral Gaudium et Spes ha dado ya su justo 
merecido a este pesimismo y a esta general desconfianza en los 
valores terrenos. Sin embargo, la reacción continúa y se desborda, 
y nos ocurre que trabajamos por el progreso del mundo, lo mismo 
en el campo de la técnica que en el social, sin tener en cuenta a 
Aquel que creó todas las cosas, el mundo y todos sus elementos, y 
olvidando que la único que nosotros hacemos es transformar los 
elementos preparados por Dios mismo. Nuestra angustia ante la 
evolución del mundo nos lleva a olvidar también que, en definitiva, 
el único Dueño de los tiempos y de la historia es Dios, y que 
cuando nos figuramos que podemos influir infaliblemente en el 
curso de la historia, nos hundimos en una ingenua y peligrosa 
presunción.
En este Prefacio V queda bien definida la actitud cristiana: El 
Señor nos ha confiado la creación. No para que se la restituyamos 
tal y como era, como hace el administrador al devolver a su amo 
una cantidad de dinero igual a la que había recibido de él. Nosotros 
trabajamos para hacer progresar a esta creación y a los elementos 
que nos han sido confiados. Pero no nos han entregado la creación 
exclusivamente para fines egoístas y para lograr un bienestar que 
sea un reto al paraíso.
Si Dios nos confió la creación, fue "para que, al contemplar sus 
grandezas, en todo momento le alabáramos, por Cristo, Señor 
nuestro". Olvidar este aspecto es traicionar la confianza que Dios 
tiene puesta en nosotros, es utilizar sus bienes para fines parciales 
olvidando las intenciones mismas del que creó lo que nos ha 
confiado. Por lo tanto, la actitud cristiana con respecto a la creación 
ha de ser la admiración y la acción de gracias, y este es el sentido 
cristiano de todo trabajo. Esta es también la manera cristiana de 
usar los bienes creados.
En consecuencia, este Prefacio V se sitúa en el umbral mismo de 
toda búsqueda del progreso del hombre y del mundo; él dicta al 
cristiano la que ha de ser su actitud fundamental ante los valores, 
reales pero creados por Dios, de los elementos del mundo.

-La Historia de la salvación (Pref. IV). 
PREFACIO-4/HTSV:HTSV/PREFACIO-4:
Si la creación del mundo y de sus elementos ha de inspirar de 
continuo nuestra acción de gracias, nunca se debe dejar de 
proclamar en la Iglesia la Historia de la salvación.
Porque la historia del mundo estuvo y sigue estando 
condicionada para siempre por los acontecimientos de la pasión, de 
la resurrección y de la ascensión de Cristo, como también por el 
envío del Espíritu. Para el cristiano, la historia entera del mundo y 
no sólo la del Antiguo Testamento, ha de leerse nuevamente 
partiendo de esos acontecimientos definitivos, y así deben leerse 
todos los acontecimientos que vivimos en la actualidad y los que 
afectará al mundo futuro. No somos suficientemente conscientes de 
la revolución que Cristo introdujo en el mundo con su misterio 
pascual hasta crear en él un pueblo nuevo, el pueblo de los 
bautizados insertos en el mundo sin ser del mundo y 
pertenecientes, ya desde ahora, al mundo de Dios, viviendo, sin 
embargo, bajo la más constante preocupación por las angustias del 
siglo presente. Este acontecimiento del misterio de la Pascua creó 
no sólo un pueblo nuevo, sino también un mundo que va 
renovándose lentamente para alcanzar un estado mejor que el que 
conoció en su primera creación.
Si la historia de la salvación es nuestra propia historia, la que 
nosotros vivimos y la que tenemos que hacer que vivan los demás, 
nuestros juicios de valor deben ir modificándose incesantemente, y 
"lo que es necedad y locura a los ojos de los hombres", para 
nosotros es el camino de Dios.

-El Misterio de la salvación (Pref. II). 
PREFACIO-2/HTSV:HTSV/PREFACIO-2
A medida que vamos contemplando y viviendo la historia de la 
salvación, más claramente vamos viéndola realizada en su punto 
culminante, cuando Dios, "compadecido del extravío de los 
hombres, quiso nacer de la Virgen". De aquí arranca todo. El 
nacimiento de Cristo planteó problemas desde el principio de la 
Iglesia, especialmente a partir del siglo IV. La realidad de la 
naturaleza humana de Jesús, la unidad de esta naturaleza humana 
completa, que no es sólo un cuerpo, con la naturaleza divina 
completa, suscitó graves problemas que los Concilios pudieron 
resolver. No es éste el lugar apropiado para entrar en estos 
detalles. Pero quizás no esté fuera de propósito preguntarnos aquí 
si tenemos siempre ante los ojos este hecho de la encarnación del 
Verbo de Dios, y si le damos un primer plano en la modificación de 
la historia. San León, con su claridad de estilo, saca, para sus 
cristianos de Roma, las conclusiones de este acontecimiento del 
nacimiento del Señor:

"Por eso nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdadero hombre, 
sin dejar nunca de ser verdadero Dios, realizó en sí los comienzos 
de una nueva criatura, y, en el modo como nació, proporcionó a la 
humanidad un principio espiritual; para que quede abolida la 
contaminación ligada a la generación carnal, a los que había que 
regenerar les dio un origen que no tenía nada que ver con la 
semilla portadora de culpa: de ellos se dijo que "no han nacido de 
sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios". ¿Qué 
lengua podría referir tal gracia? La injusticia se hace inocencia, y la 
vetustez novedad; los extraños participan de la adopción, y gentes 
venidas de otros sitios entran a poseer la herencia. A partir de ese 
momento, los que son impíos se hacen justos; los avaros, 
bienhechores; los corrompidos, castos; los hombres terrenos, 
hombres celestiales" (·LEON-MAGNO-SAN. 7º Sermón sobre la 
Natividad, SC 22 bis pagina 153; CCL 138, 133).

Y no exagera este sermón de san León Magno. Con frecuencia 
nos es dado comprobar cómo ha cambiado la historia del mundo y 
de los hombres. Aunque con demasiado rara frecuencia, es cierto, 
se nos ofrecen ocasiones de comprobar estas transformaciones 
que no sólo se consignan en las vidas de los santos para 
edificación nuestra, sino que a veces se realizan en la obscuridad y 
en el silencio, sin ninguna publicidad. La visión de los males del 
mundo no debería hacernos olvidar que siempre puede cambiar 
todo, que en principio todo cambia desde el momento en que el 
hombre se decide a tener presente la encarnación de Dios.

-La humanidad salvada por la humanidad de Cristo (Pref. III). 
PREFACIO-3/LBC "De lo que era nuestra ruina haber hecho 
nuestra salvación".LBC/PREF-3
En todas partes se escribe que la humanidad está enferma y que 
necesita curación. En realidad está enferma física, psicológica, 
espiritual y políticamente. En principio estamos liberados, y sin 
embargo somos conscientes de que queda tanto por hacer... 
Estamos liberados porque uno de nosotros puede liberarnos, por 
tener el que vino de Dios y es Dios, ese poder. Con su muerte 
venció a nuestra muerte, y quedamos liberados. ¿Lo creemos así? 

A decir verdad, este acontecimiento no se realiza sin nosotros. No 
es que seamos capaces de salvarnos por nosotros mismos; sino 
que nuestra liberación no puede operarse sin que nosotros 
trabajemos con el hombre Jesús, con el Dios que es Jesús. La 
liberación de la humanidad es obra común de Dios y de los 
hombres, aunque es Dios quien tiene la iniciativa y el que ha de 
comunicar a nuestra colaboración toda su fuerza de ataque. El 
Espíritu continúa la obra de redención en la Iglesia, y cada uno de 
nosotros estamos llamados a colaborar en esta obra. Si es exacto 
decir que la humanidad de Cristo salva a la humanidad, hay que 
añadir a esto que partiendo de ahí y bajo la moción del Espíritu, es 
como la humanidad se salva y trabaja en su liberación hasta el 
retorno de Cristo.
ENFERMO/HTSV:HTSV/ENFERMO:La asombrosa grandiosidad 
de este trabajo realizado en colaboración con Cristo, Dios hecho 
hombre, ya no nos maravilla, y es una pena. Es preciso que 
despertemos nuestro sentido de admiración hacia esta obra 
fundamental de nuestra liberación. Hemos olvidado, por ejemplo, lo 
sublime que es la actitud de un determinado enfermo, 
aparentemente inútil pero que ofrece su vida y sus sufrimientos: al 
hacerlo, está colaborando con la humanidad de Cristo, semejante a 
él en la carne, en la liberación del mundo. No comprendemos ya la 
vida de ese otro hombre que se retira a la soledad y cuya sola 
existencia constituye una prueba aleccionadora de que Cristo 
hecho hombre proporciona la posibilidad de vivir libres de 
condicionamientos y sin otra compañía que la de Dios. Ya sólo 
tenemos ojos para ver a los que intentan mejorar la suerte de sus 
semejantes desde el ángulo de la política; pero hay quienes 
trabajan de manera semejante con Cristo para salvar a la 
humanidad. Vemos al técnico sólo desde el ángulo del éxito de su 
invención, pero olvidamos que también él trabaja en la liberación 
del hombre en colaboración con el Verbo hecho carne. Tendríamos 
que seguir enumerando a todos aquellos con quienes nos 
codeamos y pueden transformar toda su vida, si quieren, 
poniéndola al servicio de la liberación de la humanidad. Debido a la 
encarnación de Cristo, en esta vasta obra que es el mundo en 
reconstrucción, no hay un solo hombre inútil. Algunas reflexiones en 
este sentido estimularían quizás a los hombres a vivir con alegría. 
Con la alegría de estar liberados y de liberar ellos mismos a la 
humanidad, colaborando con Cristo hecho hombre.
Así, pues, no somos liberados desde fuera, sino que nos 
liberamos nosotros, y la humanidad está llamada a liberarse a sí 
misma. Cristo vino en nuestra humanidad para enseñarnos a 
liberarnos, y nos da todos los instrumentos necesarios para obrar 
nuestra liberación. Y no deberíamos limitarnos a ver en esta 
liberación el único aspecto de la restauración del estado de la 
humanidad anterior a la culpa original; hay que pensar también en 
otras dos realidades: la continuación de la creación y la 
divinización. Los descubrimientos científicos hacen quizás que 
seamos más sensibles que nuestros antepasados al hecho de que 
la creación se perfecciona incesantemente y se continúa. 
Antiguamente, lo más frecuente era concebir la creación como 
originariamente ideal y posteriormente deteriorada. Nos 
encontramos en condiciones de comprobar que, por el contrario, la 
creación va mejorando, y este aspecto de liberación se 
corresponde bien con lo que escribe san Juan: "Mi Padre sigue 
actuando y yo también actúo" (Jn 5, 17). Así, la creación sigue 
siendo continuamente obra de Dios y obra de Cristo. Por 
consiguiente, el Verbo encarnado continúa la creación en medio de 
nosotros y con nosotros, y uno de los medios que utiliza al 
enviarnos su Espíritu es hacernos más conscientes del plan de Dios 
sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros, y de la obligación 
que tenemos de colaborar con el.

-La obediencia del Hijo (Pref. VII). PREFACIO-7 Todo esto sería 
inexplicable, de no vivir ahora bajo el régimen de la Nueva Alianza 
en la Sangre de Cristo. "Con su obediencia has restaurado aquellos 
dones que por nuestra desobediencia habíamos perdido". Aceptar 
la humillación de ser "en todo semejante al hombre, menos en el 
pecado", fue la actitud obediente de Cristo, y esta misma actitud en 
nosotros es el punto de partida de nuestra posible colaboración en 
nuestra redención. Si somos salvados y si podemos trabajar en 
nuestra liberación, se debe a que Dios quiso "amar en nosotros lo 
que amaba en él", en su propio Hijo. En el Hijo encuentra el Padre 
un mundo que se le somete en el sacrificio de la vida, después de 
que el Hijo asumió nuestra humanidad en toda su realidad, excepto 
en el pecado.

-Misterio pascual y Pueblo de Dios (Pref. I). PREFACIO-1/MP 
MP/PREFACIO-1 "Por su misterio pascual, realizó la obra 
maravillosa de llamarnos del pecado y de la muerte al honor de ser 
estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su 
propiedad".
Jesús quiso formar un pueblo de liberados. Y sin embargo, si la 
Iglesia es porción de la humanidad, no es un mundo dentro del 
mundo. Más bien es levadura dentro de la masa. Esto no siempre 
está a la vista, y nos impresionan más los escándalos que se 
producen en la Iglesia que el poder que le confiere la continua 
presencia en ella de Cristo, su Cabeza, y más que la actividad del 
Espíritu. Y no obstante, estas presencias no dejan de mantenerse 
activas y de hacer que la Iglesia no esté aislada, sino en constante 
aumento. Aunque la Iglesia es verdaderamente humana y, como tal, 
es una agrupación de pecadores más o menos fieles e infieles, 
susceptibles de todas las debilidades y depravaciones del resto de 
los mortales, a pesar de todo eso está siempre animada por el 
Espíritu de Dios, que continúa su obra de perfeccionamiento. 
Escandalosa en ocasiones en lo que tiene de humano, la vemos 
majestuosa y poderosamente divina. 
Somos un pueblo nuevo. Deberíamos ser conscientes de ello. Si 
se parte de aquí, no debe extrañar que no podamos estar siempre 
de acuerdo con los principios del mundo. El temor a ser retrógrados 
nos coloca a veces en condiciones de inferioridad. La verdad es 
que no siempre nos sentimos cómodos en "nuestro mundo de 
redimidos por el misterio de Cristo". Todos estos próximos 
domingos nos ayudarán a meditar sobre nuestra condición de 
cristianos. Ostentar los gloriosos títulos de "estirpe elegida, 
sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad" 
constituye una gloria, pero también una obligación.

-La Iglesia una y la Trinidad santa (Pref. VIII). PREFACIO-8/TRI 
TRI/PREFACIO-8 Este pueblo santo que es la Iglesia, es tal porque 
la Trinidad ha querido que sea así y porque no deja de hacer que 
siga siéndolo. "Tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la 
Trinidad, aparece ante el mundo como cuerpo de Cristo y templo 
del Espíritu, para alabanza de tu infinita sabiduría".
"Unificada por virtud... de la Trinidad". Pues si somos una sola 
cosa, es porque la Trinidad habita en cada uno de nosotros, 
porque somos objeto de su actividad y porque entramos en la 
esfera misma de esa actividad. El Padre nos amó desde toda la 
eternidad hasta el extremo de enviarnos a su Hijo. Este da su vida 
por nosotros, resucita, sube al cielo y nos envía su Espíritu Santo, 
que configura en nosotros la imagen del Hijo; de suerte que cada 
vez que el Padre nos mira, ve ahora en nosotros la imagen de su 
propio Hijo. De este modo hemos llegado a ser, por el Espíritu, una 
sola cosa en Cristo para gloria del Padre. La asamblea litúrgica, 
especialmente la asamblea del domingo, es imagen de este Cuerpo 
de Cristo, reunido por el Espíritu bajo la mirada benévola del Padre 
de todas las cosas.

-Prenda de la Pascua eterna (Pref. VI). PREFACIO-6 
FE/CRECIMIENTO 
La vida de este pueblo de Dios que es la Iglesia, transcurre sin 
embargo aparentemente, como todas las vidas, con la monotonía 
gris de los días no festivos. Incluso el sucederse de los domingos 
puede parecerle al cristiano una sucesión de días sin alegría 
especial y, en ocasiones, tristes y sombríos. A pesar de todo, 
"todavía peregrinos en este mundo... poseemos ya en prenda la 
vida futura". Para convencernos de esto, no contamos más que con 
la fe. Si nos quedamos en el nivel terreno de las cosas, 
efectivamente, no hay nada que nos lo demuestre. No existe 
apologética capaz de demostrarnos que la vida eterna está ahí, y 
que ya estamos tocándola. Únicamente la fe nos la puede hacer 
vivir. Pero este convencimiento es esencial para la vida del pueblo 
de Dios, nación consagrada. Pues sus energías todas y cuanto 
para él constituye sus criterios de juicio y de conducta, dependen 
estrechamente de esta convicción. La vida eterna ha empezado 
ya... Sólo existe una prueba de que es así: "tenemos las primicias 
del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos". Pero es una 
prueba que pueden aceptar quienes crean en el testimonio de la 
Escritura proclamada en Iglesia, por la Iglesia. Estas primicias del 
Espíritu hacen que vivamos en la esperanza de que se realice en 
nosotros el misterio de la Pascua; esperamos el paso definitivo en 
el que serán abolidos todos los signos, porque estaremos en 
contacto directo con las realidades divinas, que contemplaremos y 
palparemos en el amor, no teniendo ya razón de ser la fe y la 
esperanza.
Esta es la doctrina de los Prefacios de los domingos ordinarios. 
Son poemas muy breves que han querido expresar la realidad de 
nuestra vida diaria, que necesitamos reavivar cada domingo 
ejercitando nuestra fe en reconocer los signos de la infinita 
sabiduría de Dios que guía la evolución de la historia, en la que 
nosotros colaboramos. Estos Prefacios nos ofrecen así una síntesis 
del significado de toda nuestra vida cristiana. Al recordarnos estas 
realidades nos introducen a la Gran Eucaristía, en la que cantamos 
la gloria del Padre por Cristo en el Espíritu.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 24-32