BAUTISMO

1.
Ya sabemos que los sacramentos son unos signos o ritos que consagran los momentos y acontecimiento más importantes de la vida como son el nacimiento, la madurez, la fraternidad, el amor, el perdón, el dolor y la muerte. Para el creyente son signos eficaces, símbolo y realidad, por la fuerza de Jesús. Utilizando cosas sencillas como el agua, el pan, el óleo y el apretón de manos se expresan cosas . Vamos a recoger aquí algunas de esas realidades más profundas del bautismo.

Jesús mandó predicar el Evangelio por todo el mundo. Quien acogía este mensaje era bautizado. Sin la fe no tiene sentido el bautismo. Al principio era la fe personal del adulto, después se extendió el bautismo a los niños confiando en la fe de la Iglesia y de los padres. El bautismo de los niños expresa la gratuidad de la fe pero en ellos la fe es como una semilla que ha de crecer y desarrollarse, que tiene que hacerse adulta. La del adulto, en cambio, es una opción libre y consciente que exige una profunda y permanente evangelización. Un catecumenado, que decimos hoy día.

Hay que nacer de nuevo, renacer, como dijo Jesús a Nicodemo. El bautismo es un signo de vida. Hoy suele coincidir con el nacimiento a la vida biológica. "Dar a luz", decimos. Esa grandeza que tiene la vida humana y esa luz debe traspasarse aquí a un nivel más alto. Es el nacimiento a la vida de Dios, a ser hijos de Dios, partícipes de su naturaleza y de su vida. El agua y la pila bautismal, seno materno de la Iglesia, simbolizan esa nueva vida. Hay que recordar y predicar que el cristianismo antes que una doctrina o una moral es vida. La vestidura blanca y el cirio pascual también nos indican esa vida, a la que se nace por el agua y el Espíritu Santo.

A esta vida se opone el mal, el pecado, tanto el personal como el original. Esta vida consiste en conocer a Jesús y al Padre y vivir como hermanos. A esta vida hay que llevarla a plenitud, ha de convertirse en nosotros en fuente de agua vida. La fe, que es al mismo tiempo gracia de Dios y opción personal, la recibimos de la Iglesia. Es el pueblo de Dios quien, a través de la historia, transmite la fe. Bautizarse es entrar a formar parte de ese pueblo de Dios en camino de salvación. En un tiempo tan individualista y masivo como el actual conviene destacar muy fuertemente el sentido comunitario del bautismo y de la fe. El rito comunitario es más apto para expresar este sentido. Y en esta línea se entiende mejor el bautismo de los niños. El bautismo expresa la unidad y comunión de todos los cristianos, aún de los hermanos separados, ya que la Iglesia reconoce como válido su bautismo.

Sabemos que antiguamente el día de los bautismos era la vigilia de Pascua. En el bautismo, concretamente en la inmersión y emersión de la fuente bautismal, se veía la muerte y resurrección de Jesús. Algo moría, la vida anterior, y algo renacía, la nueva vida según el Evangelio. Era como el paso de la muerte a la vida, destacando especialmente la alegría pascual, la fiesta. Hoy tampoco debemos descuidar este aspecto festivo ni en la liturgia de la Iglesia ni en el seno de la familia. Un hijo, que además es ya hijo de Dios, debe ser siempre recibido con alegría. Sabemos que en nuestra sociedad no siempre es recibido así; precisamente por esto vendrá bien el testimonio contrario de los cristianos. (DABAR 1978, 9)

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2.BAU/RÍO/ÉXODO/MUERTE: /Lc/12/50.

"Venga a nosotros tu Reino".-En el padrenuestro, la oración de Jesús, no se trata de tal o cual necesidad del hombre. Se trata del Reino de Dios y sólo de él porque el creyente ha descubierto que ese es el objeto de su deseo.

La tierra es el espacio de los hombres, dejado a los acontecimientos y a los proyectos de los hombres, el teatro actual de la historia en su dolorosa ambigüedad. El cielo es el espacio de vida de Dios, allí donde Dios irradia ya libremente su vida, su amor y su justicia sobre los seres que le rodean.

"Así en la tierra como en el cielo".- Un día estos dos espacios no formarán mas que uno solo: la ciudad nueva del final de la Biblia, el universo nuevo (Ap 21. 3).

¿Desde dónde y hasta dónde se extiende el éxodo? Empezó con los primeros pasos, inciertos y vacilantes de la primera pareja, extramuros del Edén, y no acabará hasta que el último de sus hijos no pise el umbral de la Tierra Prometida. El viaje de los israelitas desde Egipto a Canaán fue sólo una pequeña etapa y una colosal metáfora.

Tres ríos hay que señalar como pasos fundamentales del antiguo Israel: el Nilo, el Mar/Rojo y el Jordán.

Tres ríos hay en la vida del cristiano. Al comienzo de todo está ese río donde Moisés fue hallado y rescatado. Al salir de las aguas nacemos a la vida natural. Romper aguas. Pero seguimos siendo esclavos mientras no crucemos el segundo río, que es el mar Rojo, que es el Bautismo. Ahí adquirimos la libertad junto con la vida de hijos de Dios. Y al final hay también otro río, el tercero, el Jordán.

Franquearlo significa morir. ("Nuestras vidas son los ríos-que van a dar en la mar-que es el morir") Nacimiento. Bautismo. Muerte.

Estos tres ríos están tan relacionados entre sí, que intercambian sus nombres y propiedades. El Bautismo es un Nacimiento. También una Muerte, ya que muere el hombre viejo, la criatura de pecado.

Los dos efectos atribuidos a la ambivalencia del agua: la perdición de los egipcios y la salvación de Israel. Es sumergido el hombre pecador para que ahí mismo emerja una criatura nueva.

PILA/BAUTISMO BAU/PILA:Los santos Padres hablaron muchas veces de la pila bautismal como de "sepulcro y matriz". Pero si el Bautismo es una Muerte, también la Muerte ha de ser un Bautismo, llamado Bautismo de sangre (Lc 12. 50: Con un bautismo tengo que ser bautizado... ).

La ilación resulta perfecta: el pecado originó la muerte; el bautismo destruye el pecado y vence a la muerte; la muerte, a la vez que consecuencia del pecado, es la culminación del bautismo.

Para llegar allí hay que morir.

También nuestra esperanza debe morir. Tenemos que experimentar la desesperación de todo cuanto pertenece a este mundo. Una esperanza muerta y resucitada.

CABODEVILLA

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3. ORIGENES/BAU

El Jordán, "nuestro Jordán" Según acabamos de constatar, la fiesta de la Epifanía, lo mismo que la de Navidad, es una fiesta pascual. Uno de sus aspectos, recogido ahora en una celebración particular, el bautismo de Cristo, nos liga más todavía al misterio de Pascua. Porque el bautismo de Cristo en el Jordán es la manifestación de la salvación otorgada a los hombres: el pecado es destruido y se concede la adopción filial a los vivientes. Cristo es ahí declarado Hijo. Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; es ungido Rey mesiánico. Estos temas desarrollados por los Padres orientales y por su liturgia hacen del bautismo de Cristo el centro de la Teofanía.

Cuando se lee el Nuevo Testamento para estudiar en él el bautismo cristiano, se cae en la cuenta de que la base de la tradición a este respecto está constituida por el relato del bautismo de Jesús. Se contiene en los Sinópticos ( Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22); san Juan en su evangelio supone el acontecimiento conocido y remite a él (Jn 1, 32-34). Esta escena del bautismo de Cristo es una de las más frecuentemente representadas en la iconografía cristiana.

No es indiferente que fuese en el Jordán donde bautizaba san Juan. Sin duda, es el único río de Palestina, pero los Padres de la Iglesia han visto en él, paralelamente al mar Rojo, un tipo del bautismo. Orígenes escribe a propósito de esto: "Para que admitamos la interpretación del Jordán que calma la sed y está lleno de gracia, será de utilidad citar a Naamán, aquel Sirio curado de la lepra. De la misma manera que nadie es bueno, sino uno solo, Dios Padre. así entre los ríos ninguno es bueno, más que el Jordán, capaz de librar de la lepra a aquel que con fe lava su alma en Jesús" (·ORIGENES. Comentario sobre san Juan, Vl. 47, GCS 4, 155).

Orígenes refiere, pues, al Antiguo Testamento el poder purificador del Jordán. San Lucas, por otra parte, recogiendo el episodio del Segundo Libro de los Reyes (5, 14), había escrito: "Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado. sino Naamán, el sirio" ( Lc 4, 27). En su homilía sobre san Lucas, Orígenes comentará estos versos de Lucas en el mismo sentido (Homilía sobre san Lucas, 33, SC 87, 399).

El paso del Jordán por Elías y Eliseo llama también la atención de Orígenes: "Hay que observar que Elías, en el momento de ser arrebatado al cielo por el huracán, habiendo tomado su manto, lo enrolló y golpeó con él el agua que se dividió en dos y pasaron ambos. Elías y Eliseo (2 Re 2, 8). Estuvo más preparado para ser arrebatado a lo alto estando bautizado en el Jordán, ya que Pablo, según hemos dicho, ha denominado al paso milagroso del agua, bautismo" (ORÍGENES, Comentario sobre san Juan, 6, 46, GCS 4, 155).

El paso del mar Rojo y el del Jordán son dos figuras tradicionales del bautismo. Sin embargo, el Nuevo Testamento, a propósito del bautismo de Jesús no señala este paralelismo, como lo hizo para Elías. No obstante, en el paso del Jordán por Josué los Padres han visto el tema de la liberación que caracteriza el paso del mar Rojo. Dado que Josué es una figura de Cristo (Josué-Jesús), su paso del Jordán se ha considerado tipo bautismal. Gregorio de Nisa escribe en su tratado sobre el bautismo:·

GREGORIO-NISENO-SAN "Tú te has revolcado durante mucho tiempo en el barro, apresúrate hacia mi Jordán, no ante la llamada de Juan, sino a la voz de Cristo. En efecto, el río de la gracia corre por todas partes. No tiene cauces en Palestina para desaparecer en el vecino mar, pero envuelve la tierra entera y desemboca en el Paraíso, corriendo a contracorriente de los cuatro ríos que allí descienden y llevando al Paraíso cosas más preciosas que las que salen de él. Porque éstos aportan perfumes, cultivo y germinación de la tierra; y él, hombres engendrados por el Espíritu Santo. Imita a Jesús, hijo de Navé. Lleva el Evangelio como él el arca. Abandona el desierto, es decir, el pecado. Atraviesa el Jordán. Apresúrate a la vida según Cristo, hacia la tierra que da frutos de alegría, donde según la promesa corren leche y miel. Derriba a Jericó, la vieja costumbre, no la dejes fortificarse. Todas esas cosas son figura nuestra. Todas son prefiguraciones de las realidades que ahora se manifiestan" (·DANIELOU-J. Biblia y Liturgia, p. 141). El Jordán representa, pues, aquí al bautismo, cuyo tipo es el paso del río por Josué.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 2 NAVIDAD Y EPIFANIA
SAL TERRAE SANTANDER 1979, pág. 97-99

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4. JORDAN/DEVOCION

La "devoción" al Jordán fue tan importante que a menudo se denominó al bautismo con este nombre y aun en nuestros días las fuentes bautismales son llamadas en Oriente: Jordán. Beda el Venerable (675-735) vio por sí mismo la cruz de madera que se había colocado donde presumiblemente Juan bautizaba; tenía la altura de un hombre y estaba sumergida por las grandes crecidas. Un puente que partía desde esta cruz atravesaba el Jordán para alcanzar en la otra orilla un monasterio dedicado a san Juan Bautista. San Jerónimo refiere que a los catecúmenos les gustaba ser bautizados en el Jordán y aplazaban a veces su bautismo de forma inconsiderada para realizar su deseo. San Ambrosio reaccionó contra esta costumbre: Cristo está en todas partes y donde está Cristo, allí está el Jordán.

ADRIEN NOCENT

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5. CR/ELEGIDO:

-Una elección absolutamente gratuita

Tal vez esta perspectiva de elección por parte de Dios nos resulte incómoda a los cristianos de hoy, porque inmediatamente brota la pregunta: «¿Y los demás...?» Late ahí un problema que habremos de abordar más adelante: ¿qué significa para la salvación del mundo la presencia en él de los bautizados? Pero, de momento, limitémonos a persuadirnos plenamente de una cosa: la elección divina que se manifiesta en el bautismo no supone la reprobación de quienes no son bautizados. El Dios que «elige» es el mismo Dios que "tanto amó al mundo" (Jn/03/16) y que «quiere que todos los hombres se salven» (1Tm/02/04). La noción de «elección» no es incompatible, por tanto, con la de «salvación universal», y hemos de evitar, a este respecto, llegar a conclusiones y simplificaciones apresuradas. Por otra parte, podemos constatar que «elección» y «universalidad» aparecen ya perfectamente conciliadas en la primera promesa hecha por Dios a Abraham en el momento de su elección; efectivamente, allí aparece el anuncio de una «bendición» de toda la humanidad, en íntima conexión con la elección particularísima que Dios hace de Abraham: «En ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gn/12/03).

Ser bautizado significa entrar en la Historia Sagrada; significa, pues, ser «elegido» por Dios, porque nadie ha entrado ni puede entrar de otro modo en dicha Historia, la cual se ha mostrado desde siempre como un entramado de vocaciones particulares, de elecciones dependientes de una iniciativa divina perfectamente gratuita. Y a quien se extrañe de ello se le puede responder, ante todo, que Dios no tiene que dar cuentas a ninguna criatura. Pero también hay que rechazar, repitámoslo, la falsa simetría elección- reprobación; y aunque este rechazo no nos resulte fácil, su misma dificultad tiene al menos la ventaja de impedirnos simplificar en exceso "el abismo de la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios" y el carácter insondable de sus designios (Rm/11/13). Es muy cierto, efectivamente, que, si Dios «elige» a lo largo de toda la Historia Sagrada, lo hace justamente para la salvación del mundo y por la universalidad de la misma.

Por otra parte, sus elecciones son absolutamente desconcertantes. Elige a un pueblo entre otros muchos, sin que nosotros podamos hallar una justificación para ello. Vemos cómo elige a Abraham cuando éste tiene setenta y cinco años, y a Jeremías cuando aún no ha salido del vientre de su madre; y elige a Jacob y no a Esaú, su hermano gemelo, antes de que nazcan ambos, «cuando no habían hecho ni bien ni mal» (/Rm/09/11), etc., etc.; y en ningún caso nos es posible vislumbrar los motivos. Pero ello no ha de escandalizarnos, porque esa multitud de elecciones tan variadas nos enseña al menos algo fundamental: si Dios manifiesta constantemente que actúa haciendo esas distinciones, y en una serie de situaciones humanas tan diversas, es una prueba evidente de que Aquel que ama al mundo y quiere que todos se salven no ama a la humanidad «en bloque» o «en abstracto», ni simplemente como especie. Y ello puede ayudarnos a evitar la eventual tentación de atribuir al amor de Dios hacia la humanidad el anonimato universal de una gran ley física. ¡En absoluto! La humanidad no es amada por Dios de la misma manera en que los cuerpos están sometidos a la ley de la gravitación universal. Dios conduce la Historia Sagrada manifestando sin cesar que distingue a los hombres uno por uno; de donde se desprende que, si ama a tal hombre concreto, es ante todo porque ama el simple hecho de que dicho hombre existe, porque ama la simple existencia propia de ese hombre, que hace que sea precisamente tal hombre y que le distingue radicalmente de todos los demás. El «hombre en general» no existe: tan sólo existe tal o cual hombre; y el amor de Dios a ese hombre real es anterior al eventual ejercicio de sus cualidades, las cuales, por lo demás, son comunes a otros muchos hombres.

A-D/GRATUIDAD: El amor de Dios a un hombre no es consecuencia de algo que proceda de tal hombre: este tipo de consecuencia no es aplicable a Dios. Al contrario, en este caso es el hombre quien, de alguna manera, es una consecuencia: ningún hombre viene a la existencia si no es porque el amor de Dios le llama a ella. No es nuestro comportamiento natural el que puede dictar a Dios si debe o no amarnos; nadie dicta a Dios su elección ni su amor. Este amor no puede obtenerse ni por arte de magia ni mediante el hechizo de cualidad natural alguna, ni siquiera la de la rectitud moral. Dios es «el Señor», su independencia es absoluta, y no hay nada que pueda impedirle amar a tal o cual hombre como él quiera hacerlo, aunque se trate del pecador más empedernido. Es justamente lo que dice Pablo: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores murió por nosotros" (/Rm/05/08).

Ser bautizado significa ser un testimonio, una prueba de la particular manera que Dios tiene de mirar cada existencia humana.

-La gracia del bautismo

Finalmente, recibir el bautismo es una «gracia» de Dios, entendiendo esta palabra, ante todo, en referencia a la noción de gratuidad absoluta. Es beneficiarse de la promesa; es beneficiarse de un acto soberano de Dios, a quien no detiene ni el pecado ni cosa alguna que proceda de la criatura. En este ámbito de gratuidad divina, no se trata para el hombre "de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia" (Rm/09/16). No son, efectivamente, nuestros propios méritos los que nos dan derecho al bautismo.

Más aún: no hay que imaginar, ante las profesiones de fe que preceden a determinados bautismos relatados por el Nuevo Testamento, que éstas indiquen una especie de iniciativa compartida entre Dios y el hombre que va a recibir el bautismo, una especie de «do ut des». Semejante idea significaría olvidar que también la fe es un don gratuito de Dios. Creer «como es debido» en la Palabra de Dios que nos es ofrecida, responder positivamente a dicha llamada divina, no es posible más que en virtud de la gracia y de un don del Espíritu. Las mejores apologéticas -siempre es bueno recordarlo- jamás demostrarán científicamente las verdades de la fe. Podrán mostrar su verosimilitud y su coherencia razonable; pero ¡cuidado¡: mostrar el carácter verosímil y razonable de una cosa no significa demostrar su verdad, porque puede haber otra perspectiva tan verosímil y razonable, o más todavía. El cristiano puede, ciertamente, dar cuenta de su fe mostrando el carácter razonable de la misma; pero, si no desea crear un catastrófico «quid pro quo» entre él y su interlocutor no cristiano, deberá siempre subrayar que, según esa misma fe, la causa fundamental de su fe es un don gratuito y personal recibido de Dios en lo más íntimo de sí mismo. Si no estuviera convencido de la gratuidad de dicho don, si pensara creer por sus propias fuerzas, le resultaría indudablemente más conforme a la razón no creer y desconfiar de su pretensión de poseer tal vocación de acceder a la intimidad de Dios.

Constantemente nos acecha la vieja herejía pelagiana de imaginar que la respuesta de la fe a la Revelación depende exclusivamente de las fuerzas humanas, y de no reconocer que todo cuanto conduce a una fe auténtica, incluido el comienzo de la fe y hasta el comienzo mismo de lo que habrá de conducir finalmente a la fe, es ya un don gratuito proveniente de Dios y de una inspiración de su Espíritu. La acción de Dios con respecto a aquel a quien llama y a quien dirige su promesa es una acción a la vez interior y exterior.

Por supuesto que, si es capaz de ello, el bautizado hace una profesión de fe en el transcurso de su bautismo. A ello se le invita mediante una triple pregunta acerca del Credo, pero ciertamente no es para mostrar que ha llegado por sus propias fuerzas a esa íntima convicción, en virtud de la cual esperaría que ahora le corresponda Cristo concediéndole la gracia bautismal. Al contrario: esa profesión de fe es para manifestar abiertamente que se es beneficiario de la iniciativa de Dios; es una profesión de fe que, efectivamente, constituye también una constatación: «Es un hecho que yo creo en...» Lejos de disminuir la iniciativa divina, la profesión de fe la manifiesta inequívocamente, porque "nadie puede decir: "¡Jesús es el Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo_" (1Co/12/03).

El breve lapso de tiempo que, en el actual ritual del bautismo, separa la profesión de fe de la infusión del agua podría llamar a engaño. De hecho, ambos elementos de la ceremonia del bautismo forman un todo, y es interesante observar cómo en algún ritual de los primeros siglos cada una de las tres sucesivas «infusiones» iba precedida de una pregunta sobre cada una de las tres sucesivas partes del Credo, a la que cada vez respondía el bautizando: «Creo». Aquí se ve claramente que el don de la fe y el don del Espíritu vienen de una misma fuente: la iniciativa de Dios.

Es fundamentalmente esta iniciativa la que es subrayada por el rito y el ceremonial del bautismo: "Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt/03/04-07).

EL BAUTISMO ¿Iniciativa de Dios o compromiso del hombre
SAL TERRAE. Col. ALCANCE 41.SANTANDER 1987, pags. 25-31

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6. CIRILO-J

Vosotros habéis sido conducidos a la fuente divina del Bautismo, lo mismo que Cristo fue conducido de la cruz al sepulcro que hay ante vuestros ojos.

Se os ha preguntado a cada uno si creía en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Entonces vosotros habéis hecho confesión de la fe que salva y habéis descendido tres veces en el agua, saliendo otras tres de ella.

Ahí, bajo el velo del símbolo, habéis representado los tres días del enterramiento de Cristo. Porque lo mismo que nuestro Salvador ha pasado tres días y tres noches en el corazón de la tierra, lo mismo vosotros por vuestra primera emersión habéis representado el primer día de Cristo en la tierra; y por vuestra inmersión, la noche. Porque así como aquel que está en la noche no ve y en cambio el que está en el día permanece en la luz, vosotros, al quedar inmersos en el agua habéis dejado de ver, como si estuvierais en la noche, pero al emerger os habéis encontrado con el día.

De aquí que en el mismo momento habéis muerto y habéis nacido. Y el agua de salvación ha sido a la vez vuestra tumba y vuestra madre. ¡Oh extraña, inconcebible verdad! Nosotros no hemos muerto ni hemos sido enterrados físicamente, ni hemos sido crucificados para resucitar de nuevo. En esto nuestra imitación no era sino un símbolo, una figura.

En cambio, nuestra salvación se ha realizado de verdad. ·CIRILO-JERUSALEN-S (Cat. XX Myst., 2, 4-7)

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7.

I. Comunidad con Cristo

La Epístola a los Romanos (Rm/06/02-11) da testimonio de esto efecto del bautismo. El bautizado muere al ser injertado en la muerte de Cristo. Nace a nueva vida al ser incorporado a la vida gloriosa de Cristo. En el bautismo la muerte y resurrección de Cristo tienen poder y dominio sobre el hombre. La incorporación en la muerte y resurrección de Cristo, que es participación en la acción salvífica del mismo, transforma al hombre. Se hace imagen de Cristo muerto en cruz y que por la resurrección ha llegado a la gloria celestial.

San Juan de Jerusalén atestigua que en el Bautismo la muerte de Cristo afecta directamente al bautizado no sólo en el sentido de que se le conceden los méritos y el fruto de la Pasión de Cristo, sino sobre todo por hacerse partícipe del mismo destino de Cristo. "No crea nadie que el Bautismo sólo es la gracia de la remisión de los pecados y de la filiación... Sabemos muy bien... que el bautismo es la copia de la Pasión de Cristo." Y siguiendo a San Pablo (Rom. 6, 3) prosigue diciendo: "Esto lo dice San Pablo contra aquella creencia que sostiene que el Bautismo da la remisión de los pecados y la filiación, pero no la comunidad con la verdadera Pasión de Cristo por la imitación" (Segunda Catequesis mistagógica, cap. 5). San Ambrosio observa además: "El que se aparta de los vicios huye como Lot (se entienden los catecúmenos); se aparta de los habitantes de la ciudad nefasta, el que no mira tras de sí, el que entra en aquella suprema ciudad (la Iglesia) por el camino del espíritu y no se aleja ya de ella hasta que muera el pontífice, que ha quitado los pecados del mundo. Es verdad que ha muerto una vez, pero muere de nuevo en cada uno de los que son bautizados en la muerte de Cristo, para que sean enterrados con El y resuciten también con El y caminen en nueva vida."

Con la comunidad de Cristo y con la semejanza a El se une la justificación que tiene su causa formal en la gracia santificante. Implica la remisión y perdón de los pecados.

II. Comunidad con la Trinidad BAUTIZADO/TRI La unión y semejanza con Cristo crucificado y resucitado nos lleva a la comunidad y semejanza con la Santísima Trinidad. En ella Cristo se nos presenta como Señor. El poder del Padre se manifiesta en el hombre. El Bautismo establece el dominio de Dios en él. Así en la fórmula "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" se expresa claramente, según una antigua costumbre, el ser una misma cosa. El bautizado pertenece a la Trinidad. Está consagrado y santificado por ella. Está obligado a ella.

lll. El carácter del Bautismo

El Bautismo configura al hombre a imagen de Cristo. Imprime en él el sello de Cristo. Le imprime una señal indeleble. A esto se llama carácter sacramental. Representa una nueva configuración del ser de Cristo y de Cristo crucificado y resucitado. La participación del bautizado en el ser de Cristo es tan íntima que incluso se le llama también Cristo al bautizado. El Padre celestial reconoce en el Bautismo los mismos rasgos de su Hijo, que realizó su entrega por los hombres en la muerte y ahora vive en la gloria del cielo. Y en la medida que esta semejanza con Cristo no es un estado definitivo para siempre, sino que, como todas las cosas creadas y acontecimientos son causados por Dios en su continua acción creadora, este quedar sellado con la estructura de Cristo significa e implica una especial relación a Cristo. Coincide con la incorporación a Cristo. De aquí que el carácter sacramental tenga una importancia creadora de la Iglesia. La relación con la Cabeza incluye esencialmente una con el Cuerpo. Por el carácter sacramental el hombre se incorpora también al Cuerpo de Cristo. que es la Iglesia.

Al conceder el carácter sacramental participación en el modo de ser de Cristo crucificado y resucitado, supone también la autorización y obligación de obrar como Cristo, para el que está hecho capaz y determinado por su misma manera de ser. Cristo tenía la misión de establecer el reino de Dios, es decir, el dominio de Dios, el dominio del amor que se entrega. El establecimiento del dominio de Dios implica la glorificación de Dios y la santificación de los hombres. La participación en el obrar de Cristo es, por tanto, participación en el establecimiento del dominio de Dios, de la glorificación del Padre y santificación del mundo fundamentadas en ello. El bautizado queda autorizado y obligado a fomentar y promover el dominio de Dios. Es responsable de que Dios sea glorificado en el mundo. Y también lo es de la salvación de aquellos que están junto a él en el mundo. La misión de participar en la misión de Cristo se concede al bautizado no como individuo particular, aislado, sino como miembro del Cuerpo de Cristo. En primer lugar es la Iglesia la que tiene que continuar la misión de Cristo. Pero la Iglesia realiza la obra que Dios le ha confiado mediante sus miembros, por medio de cada uno de ellos. En la participación de cada individuo a la obra salvadora de Cristo se representa la participación de la Iglesia, esposa de Cristo, en su obra salvadora. Todos los bautizados tienen la responsabilidad de que la misión de la comunidad eclesiástica sea realidad por ellos, sobre todo en aquella parte de la comunidad a la que están incorporados de una manera directa, como es la parroquia. Por medio de la participación en la obra salutífera dentro de la parroquia participa también en la de la diócesis y, en último término, en la de toda la Iglesia. Esta responsabilidad dentro de la comunidad parroquial se extiende primeramente a aquellos que están próximos a los bautizados, como son los familiares. Querer ir antes a los que están lejos, descuidando los que son nuestro prójimo, sería una inversión del recto orden de las cosas.

BAU/SACERDOCIO SCDO-COMÚN

·Ireneo-san. "Todos los justos tienen condición y rango sacerdotal." ·Tertuliano observa en su monografía sobre el Bautismo: "Una vez salidos del baño bautismal somos ungidos con la unción bendecida que, inspirada en la tradición, hace seamos ungidos con el óleo del sacerdocio." ·Orígenes añade (Homilía, 9, PG 12, 508509): "¿No sabes que también a ti, a toda la Iglesia de Dios y a todo el pueblo de los creyentes se os ha concedido el sacerdocio?" En el capítulo IX de la misma Homilía prosigue: "Todos los que han sido ungidos con la unción del crisma santo se han convertido en sacerdotes tal como San Pedro dice de toda la Iglesia: "Sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa. Por tanto, sois linaje sacerdotal y entráis en el santuario." En la Homilía novena observa: "El que está unido siempre sacerdotalmente con Dios y vive en santidad, no sólo el que está sentado en la silla sacerdotal, sino también los que en su obrar y vivir tienen parte en el Señor... son verdaderos sacerdotes... del Señor."

San ·CIRILO-JERUSALEN-S de Jerusalén explica a los catecúmenos (Catequesis 10, 11) "Jesucristo tiene dos nombres: el de redentor o Jesús y el de Cristo o sacerdote (el ungido)." Los bautizados participan de esta unción de Cristo. De ellos ha dicho Dios: "No maltratéis a mis ungidos." El nombre de cristiano (el ungido) es signo de la dignidad sacerdotal de los bautizados. La unción de los hombres del AT fue una prefiguración de todo esto. San Cirilo prosigue diciendo: "Lo que ha ocurrido en vosotros no es prefiguración, sino realidad. Pues en verdad habéis sido ungidos por el Espíritu Santo. El principio de vuestra salud es Cristo" (III Catequesis mistagógica, sec. 6 y 1; Catequesis 18, 33). CR/SACERDOS-PRT-REY:San Juan ·CRISOSTOMO-JUAN-SAN, en su Tercera Homilía, comentando la Segunda Epístola a los Corintios acerca de la ordenación sacerdotal, nos dice: "¿Qué significa el que nos ha ungido y sellado? Significa que nos ha dado el espíritu y por medio de él ha operado ambas cosas al hacernos a la vez sacerdotes y profetas y reyes. De ahora en adelante no poseemos una de estas tres dignidades, sino las tres juntas, porque estas tres dignidades las concedía en la antigüedad la unción. Nosotros las poseemos en grado supremo." En la sección 7ª. añade: "Así eres tú rey, sacerdote y profeta en la fuente bautismal." Pág. 151-158

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·Agustín-SAN, en su obra De la ciudad de Dios, nos dice que toda acción del hombre que se consagra a Dios y se ofrece al Señor en cuanto muere al mundo para vivir en Dios, es sacrificio (lib. ;0, cap. 6:SC/AG) Pues así como Cristo se ofreció al Padre al entregar su cuerpo, así también el bautizado realiza su comunidad sacrificial con Cristo en la entrega de su cuerpo (Rom. 12, 1; 13). Isidoro de Pelusio, discípulo de San Juan Crisóstomo, comentando este pasaje paulino (Rom. 12, 1), nos dice lo siguiente: "San Pablo ordenó esto no sólo a los sacerdotes, sino a toda la Iglesia, pues dispuso que cada cual fuera su propio sacerdote. Hemos sido consagrados sacerdotes de nuestro propio cuerpo." ·Orígenes, en una homilía sobre el Levítico (9, 9) explica cómo "cada uno de nosotros tiene en sí el holocausto, que enciende en el altar del sacrificio para que arda incesantemente. Ofrecemos un holocausto en el altar de Dios al renunciar a todo lo que uno posee y cargar con la propia cruz; al tener caridad y entregar el cuerpo para que sea consumido, alcanzando así la gloria del martirio; también ofrecemos un holocausto en el altar de Dios cuando queremos a nuestros hermanos hasta dar nuestra vida por ellos, al morir por la justicia y la verdad, al mortificar nuestros miembros y mantenerse así libre de la concupiscencia de la carne, crucificados al mundo, también ofrecemos un sacrificio en el altar de Dios y nos hacemos sacerdotes de nuestra propia ofrenda."

MARTIRIO FELICITAS-SANTA: La entrega del cuerpo consigue su forma culminante en el martirio. Es algo inseparable de la vida fundada por el bautismo el estar dispuesto a esta forma de realización sacerdotal del sacrificio. Y dado que la Iglesia como totalidad orgánica no puede carecer de aquellas formas de vida esenciales y fundadas en la comunidad con Cristo, tampoco puede faltar jamás del todo en la Iglesia esta forma sacrificial del martirio. San Irineo, en su obra Adversus Haereses, nos dice que la Iglesia, por su gran amor a Dios, envía en todos los tiempos al Padre un elevado número de mártires para que la precedan. El martirio es la realizaci6n máxima de la comunidad vital con Cristo. El mártir está sellado con las señales de Cristo. Las huellas de su sufrimiento son signos de su unidad con Cristo. "Gemía la mártir Santa santa Felicitas, momentos antes del martirio, por los dolores de su parto prematuro, cuando uno de los guardianes le dijo: "Si tanto gimes ahora, ¿qué será al ser entregada a las fieras que tú, al no querer ofrecer sacrificios, has despreciado?" Ella, empero le respondió: "Sufro sola ahora lo que sufro; allí tendré otro en mí que sufrirá conmigo, porque por El sufriré yo." El martirio es un testimonio de Cristo. En él se hace visible la comunidad con Cristo. El mártir hace confesión pública de su pertenencia a Cristo crucificado en la entrega de su vida. En el testimonio de Cristo que realiza el bautizado en el martirio consuma su sacerdocio (Apoc. 20, 4).

VIRGINIDAD:Los Padres consideran la virginidad voluntaria como muy próxima al martirio. Según ellos, en la virginidad, lo mismo que en el martirio, se expresa la total entrega a Dios, la consagración y abandono de la propia mismidad personal en manos de Dios. ·Cipriano-san en su tratado Sobre las vírgenes (20, 1), dice: "El primer fruto que da el ciento por uno es el vuestro (de las vírgenes). Así como los mártires no piensan en su cuerpo ni en el mundo, resistiendo una lucha nada fácil y cómoda, también vosotras, que en la suerte de la gracia vais en segundo lugar, estáis muy cerca de los mártires, por vuestra constancia y fortaleza." ·Metodio-de-Filipo, en El Banquete (7, 3), nos dice que "las vírgenes han sufrido un martirio; no con dolores y padecimientos corporales y tan sólo durante un corto plazo de tiempo, sino que han sufrido sin fatigarse a lo largo de toda su vida para vencer en un combate verdaderamente olímpico; han resistido las múltiples tentaciones del placer, del miedo y del dolor y han padecido además toda clase de males por culpa de la maldad".

MA/SACERDOCIO:También el matrimonio de los bautizados representa una realización del sacerdocio. En primer lugar los contrayentes realizan en común el simbolismo del sacramento del matrimonio; en Cristo y por El son portadores de la salud uno para el otro. Además su vida matrimonial también es realización de funciones sacerdotales. "Cuando dos hombres se entregan mutuamente en Cristo, en una entrega recíproca que simbolice el amor y desposorios de Cristo y de la Iglesia, consiguen vencer -gracias al amor que Dios les ha infundido- la concupiscencia que por el pecado habita en el hombre; amor que no quiere poseer, sino entregarse, que no aspira a ganar, sino a perder, a perderse, pero no en la embriaguez de su propia vitalidad, sino en la casta entrega al otro; por la vida que les es regulada en el ágape vencen a la muerte, que está unida esencialmente al eros. Ya no vale más aquello de la Ley: "Estarás sujeto al varón, que te dominará" (Gn/03/16). Pues aunque se diga que la mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido; e igualmente que el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer (I Cor. 7, 4), es evidente que el dominio unilateral del marido ha sido quebrantado por la mutua entrega, y así, en el magnum mysterium en que debe revelarse la entrega de Cristo a su Iglesia, se hará visible el sacrificio sacerdotal de la persona consagrada a Dios por la entrega del cuerpo a ejemplo de Cristo que nos amó y se entregó por nosotros" (R. Grosche).

ENFERMEDAD/SACERDOCIO: Este sacrificio sacerdotal es realizado de una manera especial como sacrificio del cuerpo en la enfermedad. La enfermedad es un estado en "que se siente de modo particular la limitación corporal, el no poder disponer uno de sí mismo; cuando el hombre sufre cristianamente siente la enfermedad no como una fuerza que se impone, sino como obediente sumisión al poder de Dios y a su inescrutable voluntad, como una gracia; de manera que en el "sí" a esta atadura del cuerpo se realiza nuevamente aquella entrega de toda la persona, que es el sacrificio sacerdotal del cristiano. Miradas las cosas desde este punto de vista se ve que la acción sacerdotal suprema del cristiano, la que es compendio de todas las demás, es la entrega del cuerpo en la muerte, el acto supremo del cristiano que acaba y consume la existencia histórica, acción sacerdotal que, como el entregarse en el matrimonio, está santificado sacramentalmente y vinculado, por tanto, a la inmolación sacerdotal de Jesucristo" (R. Grosche).

Unida a la participación en el sacerdocio de Cristo está una determinada manera de participación en su vida y obra real. La participación en su magisterio se realiza en el dar testimonio de Cristo. El bautizado está autorizado y obligado a dar a conocer los prodigios de Dios (I P 2, 9). La predicación puede ser por medio de la palabra y del signo. De palabra dan testimonio de Cristo, por ejemplo, los padres ante sus hijos. En el bautismo está fundada la autoridad y misión para ello. Este testimonio es eficaz y salvífico; es el mismo Espíritu Santo, que habita en el bautizado, el que da testimonio de Cristo. Testimonio que obliga a los hijos. En las palabras de sus padres oyen por vez primera la palabra de la Iglesia. Con el signo da testimonio de Cristo el bautizado en su manera de vivir. Su ejemplo es un mensaje claro del reino de Dios. La forma suprema de este testimonio es el martirio. Por esto la participación en el sacerdocio de Cristo y en su doctrina se confunden entre sí.

·Agustín-SAN, en un comentario al Evangelio de San Juan (51, 13), nos dice: "Hermanos, no penséis que el Señor dijo estas palabras: "Donde Yo estoy, allí estará también mi servidor" solamente de los obispos y clérigos buenos. Vosotros podéis servir también a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas, enseñando su nombre y su doctrina a los que pudiereis, haciendo que todos los padres de familia sepan que por este nombre deben amar a la familia con afecto paternal. Por el amor de Cristo y de la vida eterna avise, enseñe, exhorte, corrija, sea benevolente y mantenga la disciplina entre todos los suyos, ejerciendo en su casa este oficio eclesiástico y en cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con El eternamente. Ya muchos de los que se contaban entre vosotros prestaron a Cristo el máximo servicio de padecer por El; muchos que no eran obispos ni clérigos, jóvenes y doncellas, ancianos con otros de menor edad, muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, en servicio de Cristo, entregaron sus almas por el martirio y con los honores del Padre recibieron coronas de gloria" (Obras de San Agustín, tomo XIV (BAC), páginas 259 y 261).

CR/SEÑOR:La participación en la acción real de Cristo es una participación en su ser-señor, en su gloria. El bautizado es señor porque se ha enseñoreado sobre el pecado, la muerte y las formas caducas y perecederas de este mundo, alcanzando ya por la esperanza las formas gloriosas del mundo futuro. Ejerce su señorío, por ejemplo, al ir el domingo al templo y allí, en medio de este eón de muerte, confesando la gloria de Cristo y la suya propia. Por la participación en la acción real de Cristo contribuye a que se establezca más sólidamente el dominio de Cristo, hasta su nueva venida, en que colocará todas las cosas bajo el poder del Padre. Otra contribución del cristiano, por su carácter bautismal, para que se establezca el dominio de Dios, consiste en la configuración de aquella parte del mundo que le ha sido confiada. De múltiples maneras cumple el bautizado esta misión: como político, como economista, sociólogo o científico, como artista o profesional en el más amplio sentido, para no citar más que algunas de las formas más importantes y significativas.

CR/COMPROMISO CSO/TRANSFORMA-MD: Dios ha confiado al hombre la creación, que fue profanada primero por el pecado y santificada de nuevo por Cristo. El cristiano es responsable de que esta obra de su Padre celestial no sea destruida. Esto implica un uso correcto de las cosas. El buen uso de las cosas, esto es, la configuración de la vida y de todos sus órdenes, tal como corresponde al hombre hecho hijo de Dios en Cristo, tan sólo puede realizarse en la entrega a Dios, en el amor al Padre. La implantación del dominio de Dios en el ámbito en que se mueve el bautizado presupone el establecimiento del dominio del amor divino en su propia vida. O más bien: porque el hombre en el uso de las cosas, en su encuentro con el prójimo realiza el amor y supera el egoísmo, crea un mundo apropiado en el que impera el amor de Dios, en el que las cosas y los hombres son santificados en el ser que Dios les ha dado. De esta manera las cosas y los hombres son incorporados incesantemente en la gloria del amor divino. Son preservados de la profanación, de la secularización y de maldición.

La pertenencia a la familia de Dios, Señor del universo, por razón del bautismo, capacita y obliga al bautizado a procurar la santificación del mundo. Se le ha capacitado interiormente para continuar y proseguir la santificación del mundo iniciada por Cristo. Cristo ha confiado a la Iglesia esta tarea. Pero así como El no creó formas concretas de vida para el hombre, sino que rehusó expresamente tal cosa, tampoco es función de la Iglesia el hacerlo (cfr. Ia Encíclica Quas primas, en la que se condenó el "Laicismo", sin propugnarse tampoco una intervención y sujeción de lo terreno en todos sus órdenes al poder eclesiástico). La condenación del laicismo no significa que los sacerdotes tengan la responsabilidad de las cosas terrenas, sino la defensa y preservación de lo terreno de la secularización y profanación. Cristo ha depositado en el mundo la semilla y virtud gloriosa para que éste pueda así conseguir la gloria del Padre. Hasta tanto no vuelva Cristo y amanezca su gloria en su deslumbrante esplendor en un mundo transfigurado, tiene la Iglesia la misión de cobijar y llevar el mundo a Dios por medio de sus oraciones y sacrificios, por su predicación de la palabra y la administración de los sacramentos, ayudando así a esas fuerzas celestiales configuradoras que Cristo depositó en el mundo para que logren su fruto. Lo cual supone una configuración cristiforme del mundo, esto es, una configuración conforme al Hijo de Dios. Configuración que recibe la Iglesia, la comunidad cristiana de los creyentes, no sólo los sacerdotes o la Iglesia sola, sino cada uno de sus miembros, sobre todo aquellos que están más dedicados al mundo y en el mundo. La condenación del laicismo no significa tampoco una depreciación del seglar, sino la repulsa de la actitud que no admite el dominio de Cristo. Por su participación en la acción real de Cristo tiene el "laico" (seglar) una misión que realizar en el mundo; tiene la capacidad y el encargo, el derecho y la obligación de realizar lo que Cristo encomendó a la Iglesia. El mundo (profesión, familia, pueblo, estado) es su campo de acción, en donde tiene su trabajo y responsabilidad. Con una conciencia formada en la confesión de Cristo y conformada por su ley, cumple el seglar estos sus deberes. Esta responsabilidad no le ha sido dada o añadida, sino que le corresponde originariamente por el hecho del bautismo, ni es posible deshacerse de ella, liberarse de ella. Es más que una simple preocupación apostólica, exigencia del momento actual. El apostolado puede ser una de las formas en que el bautizado lleve a cabo su responsabilidad originaria. Por lo menos le ofrece una posibilidad de hacer lo que debe hacer.

Págs. 170-176

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Citamos algunos textos patrísticos en los que se hace alusión a esta comunidad con Cristo, obrada por el bautismo, y a la participación en la vida divina.

·Clemente-A-SAN de Alejandría (Pedagogo, lib. 1, cap. 6. 26) dice "Por el bautismo somos iluminados; iluminados, somos adoptados en la filiación; adoptados, somos hechos perfectos; perfectos, nos convertimos en inmortales." Yo dije, respondió "Dioses sois e hijos del Altísimo." Esta obra es llamada de muchas maneras: gracia, iluminación, perfecto, lavatorio. Lavatorio, por el que borramos los pecados. Gracia, con la que se nos remiten las penas merecidas por los pecados. Iluminación, por la que intuimos aquella luz santa y saludable, esto es, por la que vemos a Dios. Perfecto decimos, porque no le falta nada. Pues ¿qué puede faltarle al que conoce a Dios? Es absurdo llamar gracia de Dios a la que no sea perfecta y totalmente completa".

·Cipriano-san, escribiendo a Donato, dice: "Muchos fueron los errores de mi vida pasada, de los que no creía me librara jamás. Entregado a mis vicios, sin esperanza de mejora, consideraba mi mal como algo familiar como uno de mis domésticos. Pero una vez el agua vivificante vino en mi ayuda y fue lavada la inmundicia de años pretéritos, y fue infundida la luz de lo alto en mi pecho, puro y limpio de pecado y empapado del espíritu celestial, transformado en hombre nuevo por el segundo nacimiento, vi cómo, de manera maravillosa, lo que antes era duda e incertidumbre se hacía certeza y seguridad. Lo que antes estaba velado se hacía patente: lo oscuro quedó iluminado y lo que era difícil de comprender resultó fácil, lo que era inasequible se hizo posible...".

San ·CIRILO-JERUSALEN-S de Jerusalén, en su Tercera Catequesis (cap. 12), dice: "Cargado de pecados desciendes en el agua; mas he aquí que la invocaci6n de la gracia, que ha sellado tu alma, no permitirá que seas devorado ya por los dragones. Muerto en el pecado, te alzas ahora vivificado en la justicia, "porque si hemos sido injertados en El (Cristo) por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom. 6, 5). Pues así como Jesús cargó sobre sí los pecados del mundo y murió por ellos para destruir el pecado y resucitar en la justicia, también tú, que desciendes en el agua, serás enterrado en ella, como lo fue El en las rocas, para que, así, resucites y vivas una vida nueva" (Rom. 6, 4).

San Ambrosio, en su tratado Sobre el Espíritu Santo (lib. 1, cap. 6, 76), escribe: "Somos enterrados en el agua para ser renovados por Dios, para resucitar de nuevo. En el agua tenemos el símbolo de la muerte, en el Espíritu la prenda de vida. El cuerpo del pecado muere en el agua, que le recibe como en un sepulcro; por la virtud del Espíritu somos re-creados de la muerte del pecado y renacemos en Dios... Por lo que si hay gracia en el agua, no es por su naturaleza, sino por la presencia del Espíritu." Págs. 181-183

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VI LOS SACRAMENTOS
RIALP. MADRID 1961