(...) Permítanme detenerme un momento aún en este punto, porque
toca una cuestión fundamental de la existencia humana, que con razón
representa también una cuestión capital en el actual debate teológico.
Pues se trata del mismo impulso del que ha partido la filosofía, y
al que tiene que volver siempre; en él se tocan necesariamente
filosofía y teología, si éstas se mantienen fieles a su cometido.
Es la cuestión de cómo se salva el hombre, cómo se justifica. En
el pasado se ha pensado preferentemente en la muerte y en lo que
viene después de la muerte; hoy, cuando se ve el más allá como
inseguro y por ello se lo continúa excluyendo de las cuestiones
actuales, hay que continuar buscando lo recto y justo en el tiempo,
y no puede preterirse el problema de cómo hay que habérselas con
la muerte. Curiosamente, en el debate acerca de la relación del
cristianismo y las religiones universales el punto de discusión que
propiamente se ha mantenido es cómo se relacionan las religiones y
la salvación eterna. La cuestión de cómo puede ser salvado el
hombre, se ha planteado aún en sentido más bien clásico. Y ahora
se ha impuesto de modo bastante general esta tesis: las religiones
son todas ellas caminos de salvación. Quizás no el camino
ordinario, pero al menos sí caminos ”extraordinarios” de
salvación: por todas las religiones se llega a la salvación; esto
se ha convertido en la visión corriente.
Esta respuesta corresponde no sólo a la idea de tolerancia y
respeto del otro que hoy se nos impone. Corresponde también a la
imagen moderna de Dios: Dios no puede rechazar a hombres sólo
porque no conocen el cristianismo y, en consecuencia, han crecido en
otra religión. El aceptará su vida religiosa lo mismo que la
nuestra. Aunque esta tesis (reforzada entre tanto con muchos otros
argumentos) es clara a primera vista, sin embargo suscita
interrogantes. Pues las religiones particulares no exigen sólo
cosas distintas, sino también opuestas. Ante el creciente número
de hombres no ligados por lo religioso, esta teoría universal de la
salvación se ha extendido también a formas de existencia no
religiosas pero vividas coherentemente. Entonces comienza a ser válido
que lo contradictorio es considerado como conducente a la misma
meta; en pocas palabras: estamos nuevamente ante la cuestión del
relativismo. Se presupone subrepticiamente que en el fondo todos los
contenidos son igualmente válidos. Qué es lo que propiamente vale,
no lo sabemos. Cada uno tiene que recorrer su camino, ser feliz a su
manera, como decía Federico II de Prusia. Así, a caballo de las
teorías de la salvación, otra vez se cuela inevitablemente el
relativismo por la puerta trasera: la cuestión de la verdad se
separa de la cuestión de las religiones y de la salvación. La
verdad es sustituida por la buena intención; la religión se
mantiene en lo subjetivo, porque no se puede conocer lo
objetivamente bueno y verdadero.
La diferencia de las religiones y sus peligros
¿Nos tenemos que conformar con esto? ¿Es inevitable la
alternativa entre rigorismo dogmático y relativismo humanitario?
Pienso que en las teorías reseñadas no se han pensado
suficientemente tres cosas. En primer lugar, las religiones (y
entretanto también el agnosticismo y el ateísmo) son consideradas
todas ellas como iguales. Pero precisamente esto no es así. De
hecho, hay formas religiosas degeneradas y enfermas, que no elevan
al hombre, sino que lo alienan: la crítica marxista de la religión
no carecía totalmente de base. Y también las religiones a las que
hay que reconocer una grandeza moral y que están en camino hacia la
verdad, pueden enfermar en ciertos trechos del camino. En el
hinduismo (que propiamente es un nombre colectivo para religiones
diversas) hay elementos grandiosos, pero también aspectos
negativos; el entrelazamiento con el sistema de castas, la quema de
viudas, que se había formado a partir de representaciones
inicialmente simbólicas; habría que mencionar las aberraciones del
Saktismo, por dar sólo un par de indicaciones. Pero también el
Islam, con toda la grandeza que representa, está continuamente
expuesto al peligro de perder el equilibrio, dar espacio a la
violencia y dejar que la religión se deslice hacia lo externo y
ritualista. Y naturalmente hay también, como todos nosotros bien
sabemos, formas enfermas de lo cristiano. Por ejemplo, cuando los
cruzados, en la conquista de la ciudad santa de Jerusalén en la que
Cristo murió por todos los hombres, causaban ellos mismos un baño
de sangre entre musulmanes y judíos. Esto significa que la religión
exige discernimiento, . discernimiento entre las formas de las
religiones y discernimiento en el interior de la religión misma,
según la medida de su propio nivel. Con el indiferentismo de los
contenidos y de las ideas, que todas las religiones sean distintas y
sin embargo iguales, no se puede ir adelante. El relativismo es
peligroso, concretamente para la formación del ser humano en lo
particular y en la comunidad. La renuncia a la verdad no sana al
hombre. No puede pasarse por alto cuánto mal ha sucedido en la
Historia en nombre de opiniones e intenciones buenas.
La cuestión de la salvación
Con ello tocamos ya el segundo punto que ordinariamente es
desatendido. Cuando se habla del significado salvífico de las
religiones, sorprendentemente se piensa, la mayoría de las veces, sólo
en que todas posibilitan la vida eterna, con lo cual se acaba
neutralizando el pensamiento en la vida eterna, pues uno llega de
todos modos a ella. Pero así se empequeñece inconvenientemente la
cuestión de la salvación. El cielo comienza en la tierra. La
salvación en el más allá supone la vida correspondiente en el más
acá. Uno, pues, no puede preguntarse sólo quién va al cielo y
desentenderse simultáneamente de la cuestión del cielo. Hay que
preguntar qué es el cielo y cómo viene a la tierra. La salvación
del más allá debe reflejarse en una forma de vida, que hace aquí
humano al hombre y, de este modo, conforme a Dios. Esto significa
nuevamente que, en la cuestión de la salvación, hay que mirar más
allá de las religiones mismas y a ese horizonte pertenecen reglas
de vida recta y justa, que no pueden ser relativizadas
arbitrariamente. Yo diría, pues, que la salvación comienza con la
vida recta y justa del hombre en este mundo, que abarca siempre los
dos polos de lo particular y de la comunidad.
Hay formas de comportamiento que nunca pueden servir para hacer
recto y justo al hombre, y otras, que siempre pertenecen al ser
recto y justo del hombre. Esto significa que la salvación no está
en las religiones como tales, sino que depende también de hasta qué
punto llevan a los hombres, junto con ellas, al bien, a la búsqueda
de Dios, de la verdad y del bien. Por eso, la cuestión de la
salvación conlleva siempre un elemento de crítica religiosa,
aunque también puede aliarse positivamente con las religiones. En
todo caso, tiene que ver con la unidad del bien, con la unidad de lo
verdadero, con la unidad de Dios y del hombre.
* Conferencia pronunciada en Madrid el 16 de febrero del 2000
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