¿ CUALES SON LAS RELACIONES
ENTRE EL DESARROLLO SOCIAL Y
EL DESARROLLO RELIGIOSO ?

 

 


 

A esta última cuestión podemos responder, en parte, con todo lo que acabarnos de ver. La historia de las sociedades humanas y la historia a de las religión es, por numerosas e importantes que sean sus relaciones, constituyen dos historias distintas, que no se acoplan siempre, así como tampoco coinciden exactamente con la historia de la inteligencia en sus técnicas. Sin embargo, el marxismo ha intentado renovar, sobre este punto, la tesis de mucho sociólogo burgués, insistiendo, más allá del factor político, en el factor económico. He aquí cómo expone, por ejemplo, los progresos del monoteísmo.

LA TESIS MARXISTA SOBRE LA APARICIÓN DEL MONOTEISMO

La constitución de los grandes imperios, nos dice, conducía ya a este resultado, siendo los dioses la sombra celeste de los jefes. Cuando venció el rey de Babilonia, impuso su dios, Marduk, a los pueblos vencidos. Pero fue el comercio quien propagó con mayor pujanza la idea de la unidad divina. El comerciante viajero, sin residencia fija, se encomendaba en todas partes a su dios: éste llegó a ser, pues, omnipresente. A partir de este momento no podía tener ya forma humana: se convirtió en puro espíritu. En el seno de las grandes ciudades cosmopolitas se mezclaba a los otros dioses. «Así se formó la idea de un dios universal, abstracto, reflejo de un hombre abstracto, dominado por la fatalidad del mercado»[28]. Tal es ya el Dios del cristianismo primitivo; tal, sobre todo, el de la edad capitalista y el liberalismo económico.

Como la misma religión, y como toda forma de civilización, el monoteísmo sería, pues, un simple reflejo, o, según la palabra clásica, una «superestructura» de la vida económica. No menos opresiva y perjudicial, por lo demás, que las formas más groseras que le han precedido. Con el cambio de las relaciones sociales que resulta del progreso de la economía, con el cambio de las formas de explotación, las representaciones religiosas pueden cambiar. Pero la religión continúa justificando siempre la violencia y la opresión, sanciona siempre tal o cual orden de explotación, como instituido por Dios mismo. La religión comenzó el día que los hombres se dividieron en clases, con la explotación del hombre por el hombre. Debe acabar con esta explotación.

VERDAD PARCIAL

A pesar de algunos detalles que es difícil tomar en serio, reconozcamos que no todo es falso en esta teoría. Por lo menos muchos hechos le dun una apariencia de razón. Según que el hombre sea cazador, agricultor o pastor, todo el sisterna religioso presenta caracteres diferentes: la escuela histórico-cultural ha insistido mucho en esta ley. A medida que el grupo humano, primero modesta tribu, se convierte en ciudades después en nación y después en imperio, se cumplen una serie de transformaciones paralelas en los ritos y en los mitos. Es cierto, pues, que se encuentra en éstos un reflejo del estado social --que no es independiente del estado económico-- y que, por consiguiente, concurren a reforzar este estado. Sería necesario solamente, para ser justos, ver también cómo los abusos sociales, la religión así considerada consagra el principio mismo de la sociedad; cómo contribuye, pues, quizá más que cualquier otro elemento, a asegurar la cohesión social, a permitir al hombre perpetuarse, vivir, que es la primera condición para progresar.

Además, hay otra cuestión la esencial. Como el nacionalismo, el materialismo tiene, si se nos permite decirlo, cuantitativamente razón, un poco como la tiene el determinismo para la mayor parte, o la más aparente, de las acciones humanas. Pero lo que cuenta verdaderamente es, con frecuencia, lo que materialmente tiene menos importancia, e incluso para apreciarlo en su justo valor es necesario considerarlo desde dentro. En materia religiosa, el etnólogo, el sociólogo o el historiador, sólo conseguiarán puntos de vista superficiales.

Algunos aspectos son, a pesar de todo, demasiado evidentes para permanecer ocultos a quien quiera abrir, los ojos. ¿Es el culto de un Dios sin figura el reflejo de una edad de comercio y de operaciones bancarias ? ¿ Es el monoteísmo el resultado de una unificación de los poderes terrestres? ¿Cómo se explicará la historia de la India, en la que se han extendido profundos sistemas de filosofía religiosa y altos formas de adoración divina en el seno de una economía primitiva y de una sociedad políticamente amorfa? ¿Se han leído, sobre todo, los primeros preceptos del Decálogo judío? (Poco importa aquí la cuestión de fecha.) «¡Escucha, Israel! Yo soy Yahvé, tu Dios. No tendrás otros dioses ante mi rostro. No constituirás ninguna imagen tallada (...) Porque Yo, Yahvé, soy un Dios celoso...[29]

DOS CLASES DE RELIGIONES MONOTEÍSTAS

No hay necesidad de una observación muy minuciosa para distinguir en nuestra historia occidental, a pesar de sus múltiples implicaciones, dos clases de religiones «monoteístas»[30]. La primera es, en efecto, al menos en parte, fruto del desarrollo social al mismo tiempo que del progreso de la redención: poco a poco, a imagen de lo que pasa sobre la tierra, se constituyen panteones. Se organizan, se jerarquizan, sugiriendo la misma multitud y mezcla de los dioses la idea de la unidad de lo divino; por último, el jefe de la sociedad divina crece hasta convertirse en el dios supremo, de quien los otros dioses sólo son servidores. Así ocurre --con numerosas variantes en el proceso-- en Babilonia, en el imperio aqueménida, en el mundo helenístico y en Roma, bajo el Imperio... ¿Hay algún beneficio para la político, para la civilización, para el pensamiento? Sí, y algunas veces muy considerable. ¿Pero hay progreso propiamente religioso? No siempre, y frecuentemente en absoluto. Porque si se supera el antropomorfismo, sólo se va a parar a un divina abstracto o a una Naturaleza divinizada. En la segunda clase de monoteísmo, por el contrario, el Dios único se afirma con exclusividad bravía: «No hay más Dios que Dios». No es el resultado de ningún sincretismo, intelectual o político No se puede hablar a este respecto de integración o concentración, sino de oposición y negación. No es promovido por la evolución, sino que se impone por una revolución[31]. Es un Dios al que es preciso convertirse rompiendo los ídolos. Se tenía hasta aquí, poniendo las cosas en lo mejor, un Principio complaciente, que justificaba las prácticas del politeísmo consuela dando al mismo tiempo las dominaciones carnales, y que constituia en sí mismo la posesión de una pequeña minoría de sabios Se tiene ahora un Ser, no abstracto, aunque completamente espiritual; un Ser intransigente que reclama para si todo el culto y que quiere ser reconocido por todos; un Ser trascendente que desborda todas las ciudades terrenas, aunque fuese la ciudad del mundo

Sólo este segundo monoteísmo está cargado de fuerza explosiva. Sólo éste lleva en sí el progreso religioso, originando el principio de una transformación radical de las concepciones y de la vida religiosa. Cuando este monoteísmo encuentra al primero debe empezar por triunfar de él utilizándolo después para expresarse, completarse y expansionarse determinando su fin. Ahora bien, este monoteísmo no aparece en los grandes estados unificados, después de poderosas conquistas, a continuación de profundas especulaciones o de grandes transformaciones económicas. Allí hasta donde se puede reconstruir la historia en el estado desesperante de las fuentes, la religión de Zoroastro, «la menos pagana de las religiones paganas, nació en un apartado rincón del Irán, lejos, en todo caso, de ese foco de cultura que era Babilonia, y antes de la era de sincretismo abierta en la misma Babilonia por las conquistas de Ciro. El Judaísmo y el Islamismo también desmienten toda teoría del desarrollo religioso que recurre sólo a los factores extraños a la religión[32] Israel era un pueblo pequeño, de pensamiento rudo, economía rudimentaria, civilización mucho menos brillante que sus grandes vecinos que, uno después de otro, lo aplastaron. Los árabes no tenían apenas unidad antes de la égira. La idea de Dios, lo comprobamos en sus más altos formas como lo hemos comprobado en sus más humildes manifestaciones, rompe y desborda todos los cuadros sociales y todos los cuadros mentales. Se podría sentir la tentación de decir: «Él espíritu sopla donde quiere.»

¿ESTÁ LA RELIGIÓN AL SERVICIO DE LA OPRESIÓN?

El Espíritu sopla, en efecto y mientras el primero de los dos monoteísmos aunque imperfectamente llamado así --sirve aún para mantener un orden social más vasto, más opulento, pero también, quizá, más tiránico (recuérdese el «monoteísmo solar de Aureliano), el segundo, el único verdadero, el del «Dios Vivo», se convierte para la conciencia humana en el principio de liberación, puesto que es, contra todas las formas de abusos sociales, una reivindicación permanente de justicia. Por lo menos lo es, y al máximo, en la fe que los cristianos han heredado de los judíos. Renan comparaba los profetas de Israel a tribunes socialistas. Esto era rebajarlos extrañamente. Pues ¿qué voz de tribuno socialista igualó alguna vez en poderío a los «rugidos de Amós, el pastor elegido por Yahvé para hacer escuchar sus amenazas contra los que «pisotean al pobre» y «tuercen el camino de los pequeños»?[33] Los profetas son reformadores religiosos y por esto también reformadores sociales. En ellos, Yahvé aparecía como el Todopoderoso, pero su poder no está al servicio de los poderosos de este mundo, está por entero al servicio de la justicia, como su santidad está al servicio de la moral.

Ciertamente, «siempre que una religión cede al concordismo social, es decir, accede a presentar las formas actuales de la economía como realizadoras del plan providencial de la sociedad, da pretexto al reproche» marxista. Esto es frecuente, ya lo sabemos, incluso entre los cristianos. Pero el cristiano más conservador admitirá, si quiere continuer fiel a la inspiración de su fe, que el cristianismo impone al hombre «un progreso constante en la caridad, que debe traducirse hasta en la organización económica y social» (Yves de Montcheuil). Lejos de reflejar esta organización, es, pues, su principio de renovación, de transformación perpetua. Si el historiador no lo advierte siempre a primera vista es porque este principio obra en profundidades que sólo una reflexión prolongada puede alcanzar.
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[28] LUCIEN HENRY, op. cit., pág. 37.

[29] Deuteronomio, cap. 5

[30] Dejados a un lado los monoteísmo puramente filosóficos, sobre los que habrían de darse precisiones de orden muy diferente

[31] Puede consultarse sobre esto: R. PETTAZZONI: La formation du Monothéisme. «Revue de l'histoire des religions,, t. 88.

[32] No se discute, sin embargo, que toda religión duradera debe estar enraizada y que su nacimiento depende de condiciones que no son única. mente religiosas. Un cristiano no se asombrará de ello, si conoce el lugar que ocupa, hasta en la religión revelada, la idea de «plenitud de los tiempos».

[33] Amos 1, 2; 2, 7; 4. 1; etc.

 

CONCLUSION

Aunque dependa estrechamente, en su expresión objetiva, de la doble analogía natural, por la que concebimos todas las cosas: mundo sensible y mundo social, la idea de Dios aparece en la humanidad como algo espontáneo, específico. Todos los ensayos de «génesis», como todos los ensayos de «reducción» intentados fallan en algo. Ciertamente, de ello no se sigue inmediatamente que esta idea tenga por término un Ser real y que la religión tenga valor absoluto. Tampoco queríamos demostrarlo aquí, sino definir solamente las fronteras entre «conocimiento natural» de Dios y «revelación» Para terminar, bastará indicar que aunque muy escasos y muy oscuros para satisfacer nuestra curiosidad científica, los datos ciertos de la historia religiosa se prestan naturalmente a una interpretación cristiana (no decimos que impongan tal interpretación), y que reciben de ello la más grande inteligibilidad de que son capaces.

En una humanidad hecha a imagen y semejanza de Dios, pero pecadora, constreñida a una elevación larga y difícil, pero trabajada desde su despertar por una llamada superior, es normal que la idea de Dios esté a la vez presta siempre a surgir y siempre amenazada de desaparición. Dos tendencias principales actúan, una que proviene de las condiciones en que debe esforzarse la inteligencia, y la otra, de la desviación moral original: tendencia a confundir al Autor de la Naturaleza con esta Naturaleza a través de la cual se revela oscuramente y a la que es necesario tomar los rasgos de su imagen; tendencia a abandonar al Dios demasiado exigente y demasiado incorruptible por subalternos o ficciones. Las analogías se endurecen, y hasta en los tiempos en que su conocimiento parece haber hecho progresos decisivos, Dios es concebido todavía como un individuo de pasiones humanas o como una abstracción sin resplandor eficaz. Lo mejor se cambia a veces en lo peor, y la gran fuerza de perfeccionamiento del hombre se relaja para fines profanos.

De aquí nace la necesidad de una purificación siempre renovada. A esta purificación, desde los lejanos tiempos de Jenófanes, contribuye la reflexión del ateo, y los más ateos no son siempre los que se creen y se dicen sin Dios. Pero es efecto de una clarividencia todavía ciega el rechazar a Dios a causa de sus deformaciones humanas o a la religión por el abuso que de ella hacen los hombres. Como la religión ha comenzado por sí misma, debe incesantemente purificarse a sí misma; también el monoteísmo, como hemos visto, se estableció por negación, pero esta negación fue fecunda. Por lo demás, bajo una forma u otra, después de las negaciones más desfiguradas, el hombre vuelve siempre a la adoración; ésta es, al mismo tiempo que su deber esencial, la necesidad más profunda de su ser. Dios es el polo que no cesa de atraer al hombre e incluso aquellos que creen negarlo, a pesar de sí mismos, dan aun testimonio de El, refiriendo, según palabras del gran Orígenes, «a cualquier cosa antes que a Dios, su indestructible noción de Dios».

PERSPECTIVA

Sirviéndose de todas las armas, el ateísmo moderno ha utilizado para la negación de Dios la historia y la etnología religiosa. No ha podido hacerlo sin deformar frecuentemente los hechos. Por lo menos, los ha escogido e interpretado de una forma muchas veces arbitraria, proyectando sobre los orígenes y sobre la evolución de la religión, principios de explicacion sacados de su incredulidad. ¿Pero no da él mismo, a pesar suyo, testimonio de la fe? «Cuanto más se afirma el ateísmo --escribe G. van der Leeuw al final de su obra sobre L'homme primitif et la religion--, podemos observar más distintamente en sus tendencies las huellas de experiencias religiosas pasadas (...). El hombre que no quiere ser religioso, lo es precisamente por esa voluntad de no serlo. Puede huir delante de Dios, pero no le es posible esquivarlo»[34]. El mismo etnólogo, después de haber mostrado que la llamada mentalidad primitiva es en realidad, en su raíz profunda si no en las formas que puede revestir, una parte inalienable y auténticamente válida de nuestra estructura mental, observa que esta parte de nosotros mismos conoce en nuestros días un extraordinario resurgimiento. El hombre del siglo XX, concluye, «está en trance de descubrir la realidad de sus dioses y también, algunas veces, la de su Dios». De manera que, al salir de una era de racionalismo irreal y asfixiante, el problema esencial es, a partir de ahora, saber si la humanidad cederá, impotente, a esta nueva invasión de sus dioses «de carne y sangre», como antaño Grecia corrió el riesgo de ser sumergida por la ala oscura de lo dionisíaco, o si, por un esfuerzo de luz, encontrará de nuevo al Dios que la ha hecho a su imagen y semejanza y cuyas manos amantes no la han abandonado jamás.

[34] G. VAN DER LEEUW: L'homme primitif et la religion, étude anthropologique (Alcan, 1940), págs. 167-168 y 94-195.

 

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