+

II - JESUCRISTO.

8.- Creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor.


EL PROBLEMA DE LA PROFESIÓN DE FE EN JESÚS, HOY.


Como dijimos brevemente en la introducción, en la segunda parte del Credo encontramos el escándalo propiamente dicho de lo cristiano: La fe dice que Jesús, un hombre que murió crucificado en Palestina hacia el año 30, es el .Cristo (Ungido, Elegido) de Dios, el Hijo de Dios, el centro de la historia humana y el punto en que ésta se divide. Parece arrogancia e insensatez afirmar que un individuo que desaparece a pasos agigantados en la niebla del pasado, es el centro decisivo de toda la historia.

La fe en el Logos, en la inteligencia del ser, responde a una tendencia de la razón humana, pero en el segundo artículo del Credo, cosa inaudita, se vincula el Logos con la sarx, a la inteligencia con un individuo de la historia. La inteligencia que sostiene a todo ser se ha hecho carne, es decir, ha entrado en la historia y en ella se ha hecho individuo. No es solamente lo que abarca y sostiene a la historia, sino que se ha convertido en parte integrante de la misma.

Ya no hay, pues, que buscar la inteligencia del ser en la contemplación del espíritu que se eleva sobre lo individual e ilimitado en busca de lo general; la inteligencia ya no existe en el mundo de las ideas que supera lo individual y que se refleja fragmentariamente en él; está, por el contrario, en medio del tiempo, ante el hombre. Uno recuerda la movida conclusión de la Divina Comedia en la que Dante, contemplando el misterio de Dios, descubre con bienaventurado asombro su fiel retrato, la cara de un hombre en medio de ese .amor que mueve el sol y las demás estrellas. 1 . Así se ha operado un cambio en el camino del ser a la inteligencia, sobre el que volveremos más adelante.

Hablando del primer artículo del Credo reconocíamos el supuesto fundamental y la forma estructural de la fe cristiana en la unión del Dios de la fe con el Dios de los filósofos. Por ahora nos baste afirmar que, junto con esa unión, existe otra, no menos decisiva, entre el Logos y el sarx, entre la fe y la historia. Jesús, hombre histórico, es el Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es el hombre Jesús. Dios se hace acontecimiento para los hombres pos medio de los hombres, más concretamente, mediante el hombre en quien aparece lo definitivo del ser humano y que es al mismo tiempo Dios mismo.

Quizá pueda entreverse aquí cómo en la paradoja de la palabra y de la carne aparece algo referente a la razón y al Logos. Pero esta confesión supone ante todo un escándalo para el pensar humano: ¿No caemos así en un positivismo extravagante? ¿Es cierto que debemos agarrarnos a esa brisna que es dato histórico singular? ¿Podemos aventurarnos a fundar en un punto del océano de la historia, en el acontecimiento histórico individual, toda nuestra existencia, más aún, toda la existencia?

La idea es muy arriesgada; tanto los antiguos como los asiáticos creyeron que no valía la pena examinarla. Además los presupuestos de la época moderna la han hecho todavía más difícil, o al menos han hecho que la dificultad viniese por otro camino, puesto que las cuestiones históricas se estudian diversamente por el método histórico crítico. Esto quiere decir que la solución que ofrece la historia pone un problema parecido al del método físico y de la investigación científico-natural de la naturaleza, en su búsqueda del ser y del fundamento del mismo. Anteriormente hicimos ver cómo la física misma se vio obligada a renunciar al descubrimiento del ser y se limitó a lo positivo, a lo que puede controlarse. De esta forma se ganó mucho en exactitud, pero tuvo que renunciarse a la verdad, con estas consecuencias: la verdad misma se nos oculta detrás del velo de lo positivo del ser, la ontología se hace imposible y la fisiología tiene que limitarse a la fenomenología, a la investigación de lo puramente aparente.

Un peligro parecido nos amenaza en el campo de la historia. Su asimilación al método de la física avanzará todo lo posible, pero la historia nunca podrá elevar a la posibilidad de comprobación, que es el núcleo de la ciencia moderna, a la repetibilidad en que se basa la singular certeza de las expresiones científiconaturales. A esto tiene que renunciar el historiador; la historia pasada permanece irrepetible, y la posibilidad de comprobación debe limitarse a la capacidad probativa de los documentos en los que el historiador funda sus concepciones.

Siguiendo este método .algo semejante sucede en las ciencias de la naturaleza. sólo cae bajo nuestra mirada la superficie fenomenológica del hecho. Pero esta superficie fenomenológica, es decir, lo exterior que se puede verificar con los documentos, es más problemática bajo un doble punto de vista que el positivismo de la física. Es más problemática porque tiene que abandonarse al destino de los documentos, es decir, a las manifestaciones casuales, mientras que la física tiene ante los ojos la extrerioridad necesaria de las realidades materiales. Es más problemática también porque la manifestación de lo humano en los documentos es menor que la automanifestación de la naturaleza. En ellos se refleja insuficientemente la profundidad de lo humano que a menudo ocultan. Su exégesis pone más en juego al hombre y a su manera personal de pensar que la explicación de los fenómenos físicos. Según eso, alguien podría decir que si la historia imita los métodos de las ciencias de la naturaleza aumenta incalculablemente la certeza de sus afirmaciones, pero también es cierto que esto supondría una terrible pérdida de la verdad, mayor que en caso de la física. Como en la física el ser retrocede detrás de lo aparente, así aquí sólo aparecería como histórico lo .auténtico., es decir, lo que averigua por los métodos históricos.

Muchas veces olvidamos que la plena verdad de la historia se oculta a la posibilidad de experimentación. En el más riguroso sentido de las palabras, diríamos que la historia (Historie) no sólo descubre la historia (Geschichte), sino que también la oculta. Es, pues, evidente que la historia (Historie) puede considerar a Jesús hombre, pero difícilmente puede ver en él su ser-Cristo que, en cuanto verdad de la historia (Geschichte) escapa a la posi-bilidad de comprobación de lo puramente auténtico.

__________________

Notas de este capítulo:

1.- El Paraíso XXXIII, 127 hasta el final. El texto decisivo lo encontramos en el verso 130 s: .Dentro da sé, del suo colore atesso/ Mi parve pita de la nostra effigie/ Per che.l mio viso in lei tutto era messo.. BAC, Madrid, 1956, 651.

- o -


JESÚS, EL CRISTO. FORMA FUNDAMENTAL DE LA PROFESIÓN DE FE CRISTOLÓGICA.

El dilema de la teología moderna: ¿Jesús o Cristo?

Según esto, ¿puede extrañarnos que la teología, de una forma o de otra, intente esquivar el dilema de la simultaneidad de la fe y de la historia, cuando entre ellas se levanta el muro de lo histórico (historisch)? Se quiere probar la cristología en el plano de lo histórico (historich), se quiere iluminarla, a pesar de todo, con el método de lo .verídico. y demostrable 2 o bien se intenta resuelta e indeliberadamente reducirla a lo comprobable . Lo promero no puede lograrse ya que, como hemos visto, lo .histórico. (historisch) afirma en el pleno sentido de la palabra una forma de pensar que supone una limitación al fenómeno (lo comprobable) y, por tanto, no puede dar lugar a la fe de la misma manera que la física no pudo llegar al conocimiento de Dios. Pero, por otra parte, no podemos contentarnos con lo segundo, ya que de esta forma no se puede comprender el todo de lo que entonces sucedió; además, lo que se afirma es en realidad expresión de una concepción particular del mundo, y no el resultado puro de la investigación histórica 4. Por eso, abandonados tales esfuerzos, se busca salida por otro camino: hay que olvidar el dilema de lo histórico y considerarlo como algo supérfluo. Esto ya lo hizo muy artísticamente Hegel. Bultmann y Hegel, a pesar de que su obra es distinta, caminan juntos por el mismo sendero. No es lo mismo referirse a la idea o al kerigma, pero la diferencia no es tan grande como parecen suponer los representantes de la teología kerigmática 5.

El dilema de las dos soluciones .por una parte, trasponer la cristología a la historia o reducirla a ésta, o por la otra, abandonar la historia y considerarla como supérflua para la fe. se manifiesta claramente en la alternativa en que se encuentra la teología moderna: ¿Jesús o Cristo? La teología moderna comienza por desvincularse de Cristo para comenzar con Jesús como cosa comprensible históricamente; después, como punto culminante del movimiento, por ejemplo en Bultmann, emprende la marcha en sentido contrario: desde Jesús a Cristo. En el momento actual ya empieza a cambiarse de nuevo el sentido de la marcha: desde Cristo a Jesús.

Vamos a considerar más de cerca el zigzag de la nueva teología, ya que eso nos acercará al problema. A principios de siglo, Harnack desarrolló la primera tendencia .desde el Cristo a Jesús. en su libro La esencia del cristianismo, donde nos ofrece una forma de lo cristiano saturada de presunción y optimismo intelectuales; sobre tal forma el liberalismo purificó el Credo original. Una frase conductora de esta obra reza así.: El Evangelio, tal como lo predicó Cristo, no habla del Hijo, sino sólo del Padre 6.

¡Qué sencillo y consolador es todo esto! La profesión de fe en el Hijo ha dado lugar a la separación de los cristianos, no-cristianos y cristianos de diversas tendencias; lo que sabemos del Padre puede unirlos. El Hijo pertenece a muy pocos, el Padre a todos y todos a él; la fe ha separado, el amor puede unir. Cristo predicó a todos los hombres el Padre común y los hizo así hermanos. El hecho de que nosotros hayamos convertido a ese Cristo en el Cristo predicado que exige la fe, y que lo hayamos hecho dogma, es, según Harnarck, lo que ha motivado la ruptura definitiva: Jesús predicó un mensaje adoctrinal, el del amor; ahí esta la gran revolución con la que rompió el escudo de la ortodoxia farisea; en vez de la ortodoxia intransigente puso la sencilla confianza en el Padre, la fraternidad de los hombres y la vocación al amor. En lugar de todo esto nosotros hemos colocado la doctrina del Dios-hombre, del .Hijo., y sí en lugar de la condescendencia y de la fraternidad que es salvación, hemos inventado una doctrina salvífica que sólo es perdición y que ha desencadenado luchas y divisiones sin número. De nuevo resuena el lema: abandonemos el Cristo que predica y llama al amor, símbolo de unión entre hermanos, bajo un mismo Padre.

Hemos de admitir que estas expresiones, incisivas y llenas de fuerza, no han de pasarse por alto a la ligera. Sin embargo, mientras Harnack predicaba su lenguaje optimista, se presentaron a su puerta los que habían de llevar su obra al sepulcro. En aquel mismo momento se pensó que el Jesús del que hablaba Harnack, era un sueño romántico, un espejismo del historiador, reflejo de un sueño romántico de su sed y anhelo que desaparecen a medida que se prosigue el camino.

Bultmann emprendió otro camino: lo importante, dice él, es el hecho de que Jesús existiese; por lo demás, la fe no dice relación a esas hipótesis inciertas que no nos proporcionan seguridad histórica, sino solamente el acontecimiento de la palabra de predicación por el que la cerrada existencia humana se abre a su luz. ¿Podemos soportar ese hecho vacío de contenido mejor que uno lleno? ¿Qué hemos ganado con desechar como carente de significado el problema del quién, qué y cómo era Jesús, y no con hacer que el hombre esté vinculado al puro acontecimiento-palabra? Este último tiene lugar cuando se predica; pero su legitimación y su contenido de realidad siguen siendo, por este camino, problemáticos.

Se comprende, pues, por qué crece el número de quienes abandonan el puro kerygma y el Jesús histórico extenuado por el fantasma del puro hecho, para buscar lo más humano del hombre que, después de la .muerte de Dios., se presenta como la última chispa de lo divino en un mundo secularizado. La .teología de la muerte de Dios. nos dice que a Dios ya no lo tenemos, pero que nos ha quedado Jesús como señal de confianza que nos anima a continuar el camino 7.

En un mundo vacío de Dios, la humanidad ha de ser algo así como el representante de ese Dios que ya no podemos encontrar. Pero ¡qué acrítica es la posición de quienes antes se mostraban tan críticos! Querían abrir el camino a una teología sin Dios solamente para no aparecer como retrógrados a los ojos de sus compañeros progresistas. Quizá debamos retrotraer el problema y ver si el hecho de querer hacer una teología .discurso sobre Dios. sin Dios, no muestra ya una concienzuda falta de crítica. No vamos a discutir; por lo que a nuestro problema se refiere, afirmamos que no podemos anular los últimos cuarenta años y que el camino de regreso a un puro Jesús histórico está cerrado irremisiblemente. El intento de construir un puro Jesús histórico del que el hombre podría vivir, partiendo de los alambiques del historiador y pasando por alto el cristianismo histórico, es absurdo. La historia pura no crea actualidad, sino que afirma el haber-pasado. A fin de cuentas, pues, el romanticismo sobre Jesús es tan carente de perspectiva como el camino al puro acontecimiento-palabra.

Sin embargo no son inútiles los titubeos del espíritu moderno entre Jesús y Cristo, cuyas etapas principales, en nuestro siglo, hemos esbozado más arriba; a mi modo de ver son una orientación en el camino. No puede darse uno (Jesús) sin el otro (Cristo); siempre hemos de referir el uno al otro, porque en realidad Jesús no existe sino como Cristo y Cristo no existe sino como Jesús. Hemos de dar un paso adelante y antes de hacer reconstrucciones que sólo serían eso, reconstrucciones, es decir, productos artísticos suplementarios, debemos intentar comprender lo que no es teoría sino una realidad del existir vital. Quizá debamos fiarnos más de la actualidad de la fe que durante siglos quiso comprender quién y qué era propiamente Jesús, que de la reconstrucción que busca su camino independientemente de la realidad. Al menos debemos intentar tomar nota del auténtico contenido de la fe.


La imagen de Cristo de la profesión de fe

 

La expresión más representativa de la fe, el símbolo, profesa su fe en Jesús con estas sencillas palabras: .Creo en Cristo Jesús.. Nos extraña mucho que al nombre Jesús le preceda la palabra Cristo, que no es un nombre, sino un título (.Mesías), siguiendo así la forma preferida de Pablo. Esto quiere decir que la comunidad cristiana de Roma que formuló nuestra profesión de fe, era consciente del contenido de la palabra Cristo y de su significado. La transformación en nombre propio, tal como lo conocemos nosotros hoy día, se llevó a cabo muy pronto. La palabra .Cristo. designa aquí lo que es Jesús; la unión de la palabra Cristo con el nombre de Jesús es ciertamente la última etapa de los cambios de significado de la palabra Cristo.

Ferdinand Kattenbusch, gran estudioso del símbolo apostólico, ilustró con acierto este hecho mediante un ejemplo tomado de su tiempo (1897). Lo compara con la expresión .el emperador Guillermo.. Tan vinculados están .emperador. y .Guillermo. que aquél se ha convertido en parte del nombre; sin embargo, todos saben que esa palabra no es un nombre, sino que indica una función 8. Algo así sucede con .Jesucristo.; este nombre se ha formado así: Cristo es el título que se ha convertido en un trozo del nombre singular con el que designamos a un individuo de Nazaret. En la unión del hombre con el título y del título con el nombre se refleja algo muy distinto de esos innumerables olvidos de la historia; ahí aparece el núcleo de la comprensión de la figura de Jesús de Nazaret, realizada por la fe. En sentido propio, afirma la fe que en ese Jesús ya no es posible distinguir entre oficio y persona; la distinción sería simplemente contradictoria. La persona es el oficio, el oficio es la persona; ya no pueden separarse; no hay posibilidad de que pongan condiciones lo privado o el yo que puede esconderse detrás de sus propias acciones, y que alguna vez puede .no estar de servicio.. Aquí no existe el yo separado de la obra; el yo es la obra, y la obra, el yo.

Según la autocomprensión de la fe que se expresa en el símbolo, Jesús no ha dado una doctrina que pudiera desvincularse de su yo, de la misma manera que alguien puede reunir las ideas de un gran pensador y estudiarlas sin entrar en la persona del autor. El símbolo no nos da una doctrina de Jesús; a nadie se le ha ocurrido la idea de hacerlo, cosa que a nosotros nos parece evidente, porque la comprensión fundamental operante procede por otro camino completamente distinto. Así pues, según la autocomprensión de la fe, Jesús no ha realizado una obra distinta y separable de su yo. Comprender a Jesús como Cristo significa más bien estar convencido de que él mismo se ha dado en su palabra; no existe aquí un yo que pronuncia palabra (como en el caso de los hombres), sino que se ha identificado de tal manera con su palabra que yo y palabra no pueden distinguirse: él es palabra. Asimismo para la fe su obra no es sino el yo que, al fundirse con la obra, no pone condiciones; se hace y se da; su obra es don de sí mismo.

Karl Barth expresa así esta afirmación de la fe: Jesús es esencialmente portador de su oficio. No es hombre y después portador de su oficio... En Jesús no existe una humanidad neutral. Las singulares palabras de Pablo .a Cristo sí le conocimos según la carne, pero ahora ya no es así (2 Cor 5,16), podrían pronunciarse en nombre de los cuatro evangelistas. Cuando ellos nos dicen que pasó hambre y sed, que comió y bebió, que se cansó, que descansó y durmió, que amó, que se encolerizó y que confió, aluden a circunstacias en las que no aparece una personalidad con deseos, inclinaciones y afectos propios, distinta y contrapuesta a su obra 9.

En otros términos, la fe cristológica afirma decididamente la experiencia de la identidad entre la existencia y la misión en la unión inseparable de las palabras de Jesús y Cristo. En este sentido puede hablarse de una cristología .funcional.: todo el ser de Jesús es función del .para-nosotros., pero también su función es, por eso mismo, totalmente ser 10.

Así comprendida, la doctrina y las obras del Jesús histórico no son importantes en cuanto tales, sino que basta el puro hecho, si ese hecho significa toda la realidad de la persona que, como tal, es doctrina, coincide con su obra y tiene en ella su particularidad y singularidad. La persona de Jesús es su doctrina, y su doctrina es él mismo. La fe cristiana, es decir, la fe en Jesús como Cristo es, pues, verdadera .fe personal.. Partiendo de aquí, podemos comprender lo que significa. La fe no es la aceptación de un sistema, sino de una persona que es su palabra; la fe es la aceptación de la palabra como persona y de la persona como palabra.


El punto de partida de la profesión de fe: la cruz.

Un paso retrospectivo hacia el punto de origen de la profesión de fe cristiana iluminará lo que hemos dicho. Podemos hoy día afirmar con cierta seguridad que el punto de origen de la fe en Jesús como Cristo, es decir, el punto de origen de la fe .cris.tiana es la cruz. Jesús mismo no se proclamó directamente como Cristo (Mesías). Esta afirmación, un poco extraña, se deduce con bastante claridad de las desaveniencias de los historiadores, muya a menudo desconcertantes; no se la puede esquivar cuando uno se enfrenta en justa crítica con el apresurado sistema de sustracción puesto en marcha por la investigación actual. Jesús, pues, no se proclamó abiertamente como Mesías (Cristo); Pilato, tendiendo la petición de los judíos, con la inscripción condenatoria escrita en todas las lenguas entonces conocidas y colgada de la cruz, lo proclamó rey de los judíos, Mesías, Cristo. La inscripción con el motivo de la sentencia, condena a muerte de la historia, se convirtió en paradó-jica unidad, en .profesión., en raíz de la que brotó la fe cristiana en Jesús como Cristo.

Jesús es Cristo, es rey en cuanto crucificado. Su ser-crucificado es su ser-rey. Su ser-rey es el don de sí mismo a los hombres, es la identidad de palabra, misión, existencia en la entrega de la misma existencia; su existencia es, pues, su palabra: Él es palabra porque es amor. Desde la cruz comprende la fe progresivamente que ese Jesús no solo ha hecho y dicho algo, sino que en él se identifican mensaje y persona, que él siempre es lo que dice. Juan sólo tuvo que sacar la última y sencilla consecuencia: si esto es así .tal es la idea cristológica fundamental de su evangelio. Jesucristo es .palabra.; el Logos mismo (la palabra) es persona, pero no una persona que pronuncia palabras, sino que es su palabra y su obra; existe desde siempre y para siempre; es el fundamento que sostiene el mundo; esa persona es la inteligencia que nos sostiene a todos.

Partiendo de la cruz, el desarrollo de la comprensión que llamamos fe hizo que los cristianos llegasen a identificar persona, palabra y obra. En último término, eso es lo decisivo; todo lo demás es secundario. Por eso su profesión de fe puede limitarse simplemente al acoplamiento de las palabras de Jesús y de Cristo; en esa unión se dice todo. A Jesús se le contempla desde la cruz que habla más fuerte que todas las palabras; él es el Cristo; no necesitamos nada más. El yo crucificado del Señor es una realidad tan plena que todo lo demás puede relegarse a un lugar secundario. En un segundo estadio, partiendo de esta comprensión adquirida, se reflexiona retrospectivamente en sus palabras. La comunidad que esto recuerda ve asombrada cómo en la palabra de Jesús existe idéntica concentración en su yo; cómo su mismo mensaje, leído desde atrás, corre siempre a ese yo, conduce a la identidad de palabra y persona. En un último estadio Juan pudo unir ambos movimientos. Su evangelio es a un tiempo la lectura continuada de las palabras de Jesús desde su persona y de su persona desde sus palabras. La plena unidad entre Cristo y Jesús que para la historia siguiente de la fe es constitutiva y siempre lo será 11, aparece el hecho de que para Juan la .cristología., testimonio de la fe en Cristo, es mensaje de la historia de Jesús y, por el contrario, la historia de Jesús es cristología.


Jesús, el Cristo.

Según esto, es claro en qué sentido y hasta qué punto podemos seguir el movimiento iniciado por Bultmann. Hay como una especie de concentración en el hecho de la existencia de Jesús, como una intromisión de las obras de Jesús en la fe en Cristo; su palabra más propia es él mismo. ¿Pero no nos hemos apartado demasiado a la ligera del problema suscitado por Harnack? ¿Qué hacer con el mensaje del Dios-Padre, opuesto al cristológico, qué hacer del mensaje de amor a todos los hombres que supera y traspasa los límites de la fe? ¿Puede ser absorvido por un dogmatismo cristológico? El interés por conocer la fe de la primitiva cristiandad y de la Iglesia de todos los tiempos ¿no relega a un segundo plano y oculta con el velo de una fe que se ha olvidado del amor, lo más importante que puso de relieve la teología liberal? A eso puede llegarse y a eso se ha llegado alguna vez. Pero negamos radicalmente que ése sea el sentido de la expresión.

Quien reconoce al Cristo en Jesús y solamente en él, quien reconoce a Jesús como Cristo, quien comprende la total identidad de la persona y de la obra como algo decisivo, deja a un lado la exclusividad de la fe y su oposición al amor, une fe y amor en una misma realidad y no piensa en separarlos. El lazo de unión entre Jesús y el Cristo, la inseparabilidad de la persona y de la obra como algo decisivo, deja a un lado la exclusividad de la fe y su oposición al amor, une fe y amor en una misma realidad y no piensa en separarlos. El lazo de unión entre Jesús y el Cristo, la inseparabilidad de la persona y de la obra, la identidad del hombre con su acto de entrega, son el lazo de unión entre el amor y la fe, ya que el yo de Jesús, su persona, que es el punto central, tiene esta propiedad: su yo no es en modo alguno un yo separado, sino ser procedente del Padre y ser para el vosotros los hombres. Es identidad de Logos (verdad) y de amor; así se convierte el amor en Logos, en verdad del ser humano. En consecuencia, la fe exigida por una cristología así es ingreso en la franqueza universal del amor sin condiciones; ya que creer en un Cristo así significa hacer del amor el contenido de la fe hasta el poder afirmar que el amor es fe 12.


JESUCRISTO, VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE

El problema.

Volvamos al problema cristológico en sí, para que todo lo afirmado anteriormente no parezca ni simple aseveración ni evasión en busca de lo moderno. El sí cristiano afirma que Jesús es el Cristo, es decir, aquel en quien se identifican persona y obra; de ahí llegábamos a la unidad de la fe y del amor. La fe cristiana no es pura idea ni puro contenido doctrinal autónomo; por el contrario está orientada al yo de Jesús, a un yo que es plena apertura, plena .palabra., pleno .hijo.. También hemos dicho antes que lo conceptos .palabra. e .hijo. expresan el carácter dinámico de la existencia, su pura actualitas. La palabra no es algo cerrado en sí mismo, procede de alguien y se dirige a alguien que ha de escucharla; la palabra consiste en la unión del .de. y del .para.. Todo esto podemos resumirlo en estas palabras: la fe cristiana no se refiere a ideas, sino a una persona, a un yo que es palabra e hijo, total apertura.

De aquí se deduce una doble consecuencia en la que sale a la luz el dramatismo de la fe en Cristo, es decir, de la fe en Jesús como Cristo, como Mesías, y su necesaria e histórica transformación en el gran escándalo de la fe en el hijo como fe en la verdadera divinidad de Jesús. Si esto es así; si se profesa la fe en ese yo que es pura apertura, total ser del Padre; si en toda su existencia es .hijo. .actualitas del puro servicio. ; si, con otros términos, esa existencia no sólo ama, sino que es amor, ¿no hemos de identificarlo con Dios, con el único ser que es amor? ¿Jesús, el Hijo de Dios, no sería entonces Dios? (Jn 1,1). Pero demos la vuelta al problema: si este hombre es lo que hace, si está detrás de todo lo que dice, si es para los demás, si en ese darse es él mismo, si es el que al entregarse se ha encontrado (cf. Mc 8,35), ¿no es lo más humano del hombre, la realización de lo humano a secas? ¿No se disuelve la cristología (discurso sobre Cristo) en teología (discurso sobre Dios)? ¿No tendríamos antes que reclamar apasionadamente a Jesús como hombre? ¿No tendríamos que concebir la cristología como humanismo y antropología? ¿No debería el hombre auténtico, por ser plena y propiamente lo que es, ser Dios? ¿No debería Dios ser el auténtico hombre? ¿No podría ser que el humanismo más radical y la fe en el Dios se superpusiesen uno a otro, es más, que se identificasen?

Creo que estos problemas, que sacudieron fuertemente a la Iglesia de los cinco primeros siglos, nacen simplemente de la profesión de fe cristológica; el interés que cada período dio a estos problemas se refleja en los concilios ecuménicos que afirmaron los tres problemas.

Esta triple afirmación fija el contenido y la forma final del clásico dogma trinitario que así quiere permanecer fiel a la sencilla profesión original de fe en Jesús como .Cristo.. Con otros términos, el desarrollo cristológico del dogma afirma que la radical mesianidad de Jesús exige la filiación y que la filiación incluye la divinidad. Si lo entendemos así, es .lógico., es expresión comprensible, mientras que de lo contrario caemos en el mito. Pero no con menos decisión profesa el dogma que Jesús en su servicio más radical es lo más humano del hombre, y afirma así la unidad de la teología y de la antropología; ahí estriba desde ahora lo más conmovedor de la fe cristiana.

De nuevo surge un problema: Aceptamos la fatalidad de la lógica desarrollada y con ella la íntima consecuencia del dogma; pero hemos de confrontarle con los hechos; hemos elaborado un sistema precioso, pero quizá hayamos dejado atrás la realidad; quizá nos falte la base y el sistema ya no sirva para nada. Con otras palabras: tenemos que ver si los datos bíblicos y la explicación crítica de los hechos nos dan pie para comprender la filiación de Jesús, como lo hemos hecho y como lo hace el dogma cristológico. Hoy día a este problema se da decididamente una respuesta negativa que parece evidente. A muchos les parece que responder afirmativamente es caer en una posición precrítica que no ha de tenerse en cuenta. Yo quisiera mostrarles que no sólo se puede responder afirmativamente, sino que así debe hacerlo quien no quiera caer en insignificancias racionalistas o en las ideas mitológicas sobre el hijo, que ya fueron superadas por la fe bíblica en el hijo y por la explicación que de ella dio la Iglesia primitiva 13.

 

El clisé moderno del Jesús histórico..

Procederemos lentamente. ¿Quién era Jesús de Nazaret? ¿Cómo se comprendió a sí mismo? El clisé que la teología moderna comienza14 a divulgar en nuestros días suena más o menos así: el Jesús histórico tuvo que presentarse como una especie de maestro profético nacido en la cálida atmósfera escatológica del judaísmo tardío de su tiempo; en ese ambiente cargado de escatología predicó que se acercaba el reino de Dios; la expresión, en perfecta consonancia con los tiempos, rezaba así: el reino de Dios, el fin del mundo vendrá muy pronto. Pero, por otra parte, Jesús acentuó tanto el hora que el tiempo venidero no parecía lo decisivo a un observador atento. Aunque Jesús pensaba en el futuro, en el reino de Dios, esto no era sino una invitación a la conversión, a la decisión: el hombre estaba comprometido con el presente que entonces apremiaba.

No nos detendremos a ver si puede significar algo ese mensaje sin contenido con el que él mismo se comprometió; veamos más bien cómo se desarrolló. Jesús fue crucificado y murió como un fracasado por motivos que no podemos reconstruir; después, sin que sepamos cómo, nació la fe en la resurrección, es decir, se creyó que vivía y que todavía significaba algo. Paulatinamente se desarrolló esta fe y posteriormente se formó una concepción igualmente comprobable según la cual Jesús volvería al final de los tiempos como hijo del hombre o como Mesías; después se relacionó retrospectivamente esta esperanza con el mismo Jesús histórico, en su boca se pusieron frases alusivas y explicativas de la misma, y ahora daba la impresión de que él mismo se había anunciado como hijo del hombre o Mesías que vendría al final de los tiempos. Según nuestro clisé, el mensaje pasó muy pronto del mundo semita al helénico; este hecho tuvo consecuencias importantísimas: Dentro del mundo judío se había predicado a Jesús mediante categorías judías (hijo del hombre, Mesías), pero estas categorías eran incomprensibles para el mundo helénico; esto dio lugar a la aparición de concepciones griegas; en lugar del esquema judío del hijo del hombre o Mesías entraron las categorías griegas de .hombre divino. u .hombre de Dios. que hicieron comprensible la figura de Jesús.

El .hombre divino. del helenismo tiene dos rasgos característicos fundamentales: obra milagros y tiene origen divino, es decir, procede de Dios padre de alguna forma; su origen medio divino y medio humano lo hace Dios-hombre u hombre divino. La aplicación a Jesús de la categoría de hombre divino tuvo como consecuencia que se trasladasen a él las dos características antes mencionadas, entonces se comenzó a decir que había obrado milagros; por idénticas causas se creó el mito del nacimiento virginal, esto contribuyó, por su parte, a concebir a Jesús como Hijo de Dios, ya que ahora Dios parecía ser su padre de forma mítica. De este modo, cuando el helenismo concibió a Jesús como hombre-divino, con las necesarias consecuencias, trasformó la idea de la cercanía a Dios, que para Jesús había sido decisiva, en la idea .ontológica. de la procedencia de Dios. La fe de la Iglesia primitiva siguió esta huella hasta que, por fin, el dogma de Calcedonia fijó el concepto de la filiación divina de Jesús. Este concilio dogmatizó el mito mediante la idea del origen ontológico divino de Jesús y lo rodeó de una erudición tal que las expresiones míticas terminaron por convertirse en el núcleo de la ortodoxia. Con esto se cambió totalmente el punto de partida.

El pensar histórico ve en todo eso un absurdo edificio que aceptan actualmente los creyentes gregarios; por lo que a mí respecta, aun prescindiendo de la fe cristiana y de los conocimientos históricos, prefiero creer que Dios se ha hecho hombre a aceptar como verdadero ese conglomerado de hipótesis. Desgraciadamente no podemos entrar aquí en detalles sobre la problemática histórica; eso pediría un estudio amplio y paciente. Debemos y tenemos que limitarnos a un punto decisivo alrededor del cual gira todo el problema: la filiación divina de Jesús. Procediendo con precaución en cuanto al lenguaje y no mezclando las cosas que nos gustaría ver juntas, podemos afirmar lo siguiente:

 

Legitimidad del dogma cristológico.

a).- El problema del hombre divino..

El concepto de hombre divino no aparece nunca en el Nuevo Testamento, pero tampoco en la antigüedad se califica al .hombre divino. de .hijo de Dios.. Estas dos observaciones son importantes, históricamente no depende un concepto de otro ni tiene nada que ver con el otro en cuanto a su contenido. Ni la Biblia conoce al hombre divino ni la antigüedad conoce la idea de la filiación divina en el ámbito del hombre divino. Es más, nuestras investigaciones nos dicen que incluso el concepto .hombre divino. apenas se utilizaba en tiempos precristianos; surgió solamente más tarde 15 . Pero prescindamos de esta observación, lo cierto es que el título hijo de Dios y todo lo que implica no puede explicarse por el contexto del título y de la idea del hombre divino. Históricamente hablando, los dos esquemas son completamente diversos y no presentan mutuos puntos de contacto.

 

b).- La terminología bíblica y su relación con el dogma.

El lenguaje del Nuevo Testamento distingue claramente entre la designación de .hijo de Dios. y el calificativo de .el Hijo.. Ambas cosas pueden parecer lo mismo a quien no distinga lingüísticamente, de hecho ambas designaciones se rozan y relacionan mutuamente, pero originalmente pertenecen a diferentes ambientes, tienen orígenes diversos y expresan cosas distintas.

a.).- .Hijo de Dios.. La expresión de .hijo de Dios. procede de la teología real del Antiguo Testamento, que a su vez muestra su afinidad con la desmitologización de la teología real oriental; su significado se expresa en la teología de la elección. El salmo 2,7 puede citarse como ejemplo clásico de este hecho, es decir, de la aceptación de la teología real oriental y de su desmitologización mediante la idea de elección. El salmo citado es además un decisivo punto de partida del pensamiento cristológico; en el verso 7 se dirige al rey de Israel este oráculo: Voy a promulgar el decreto del Señor. Yavé me ha dicho: .Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra..

Este oráculo se recitaba en la ceremonia de entronización de los reyes de Israel, pero procede, como ya hemos dicho, de ritos orientales primitivos y reales en los que el rey se presentaba como hijo engendrado por Dios. Sin embargo, parece ser que sólo Egipto conservó esta concepción de la procreación del rey por parte de Dios: el rey se concebía aquí como una esencia engendrada por Dios, pero en Babilonia el mismo ritual se había desmitologizado y se celebraba al rey como hijo de Dios no en el sentido de la procreación, sino en el del derecho 16.

Cuando la corte davídica asumió la fórmula, desapareció completamente su sentido mitológico. La concepción de que el rey era físicamente engendrado por Dios quedó suplantada por otra, por la que el rey era actualmente hijo de Dios; el acto de la procreación se concibió como acto de elección hecha por Dios. El rey es hijo, no porque Dios lo haya engendrado, sino porque lo ha elegido. No se celebra el acontecimiento físico, sino el poder de la voluntad divina que crea un nuevo ser. La teología de la elección del pueblo se condensa en la mencionada filiación. Según textos antiguos, por ejemplo Ex 4,22, Israel es el primogénito de Dios, su hijo amado. Cuando en la época real estos textos se aplican al caudillo del pueblo, la vocación de Israel se condensa en el sucesor de David. Él es el representante de Israel, el que asume el misterio de la promesa, de la vocación y del amor de Israel.

Además, teniendo ante los ojos la situación real de Israel, la aplicación del ritual real oriental realizada por el salmo podía parecer un sarcasmo de mal gusto. Era lógico que al faraón o el rey de Babilonia se les celebrase en el momento de su coronación haciendo votos por el dominio universal: .Te daré en posesión los confines de la tierra. Podrás regirlos por cetro de hierro, romperlos como vasija de alfarero.. Pero lo que era lógico aplicado a los poderosos de Babilonia y Egipto, aplicado al rey coronado en la montaña de Sión parecía pura ironía, ya que los reyes de la tierra no le temían; era él quien temblaba ante ellos. El domino del mundo aplicado al caudillo de las doce tribus podía parecer, como hemos dicho, irrisorio. Con otros términos, el manto tomado del ritual real oriental al que pertenece el salmo le venía demasiado grande al rey de Sión; por eso la historia obligó al pueblo a convertir este salmo en una profecía de esperanza; esto era para lo único que podía valer, ya que si se aplicaba al rey actual era incomprensible. Es decir, la teología real en un primer estadio pasó de la teología de la procreación física a la de la elección; pero en una segunda etapa la teología de la elección se convirtió en teología de la esperanza en el rey futuro; el oráculo real se transformó en promesa de que un día surgiría un rey que con razón podría decir:

Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado.
Pídeme y haré de las gentes tu heredad,
te daré en posesión los confines de la tierra.

Aquí comienza la utilización del texto por parte de la comunidad cristiana. Probablemente el salmo comenzó a aplicarse a Jesús en el contexto de la fe en la resurrección. La comunidad pensó que la resurrección de Jesús que ella aceptaba era el momento en el que se realizaba realmente el salmo. La paradoja es ciertamente grande. Es una contradicción creer que el que ha muerto crucificado en el Gólgota es el individuo de quien habla este salmo. ¿Qué significado tiene tal uso? Afirma que la esperanza en el rey futuro de Israel se realiza en el crucificado y resucitado a los ojos de la fe. Expresa la convicción de que aquel que murió en la cruz; aquel que renunció al poder del mundo (en el trasfondo oímos el temblor de los reyes de la tierra, el aniquilamiento con el bastón férreo); aquel que prohibió la espada y no envió a otros a la muerte, sino que él mismo murió por ellos; aquel que vio el sentido de la existencia humana no en el poder y en la autoafirmación, sino en el radical ser para los demás; es más, aquel que fue ser para los demás, de lo que es signo la cruz, a ése Dios le dice: .Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado..

Contemplando al crucificado, comprende el creyente el verdadero sentido de aquel oráculo y de la elección: no es un privilegio ni un poder para sí, sino un servicio a los demás. Ahí comprende el verdadero sentido de la historia de la elección, el verdadero sentido de la realeza: ser .representación.. .Representar. significa ser para los demás haciendo sus veces. El sentido ha cambiado totalmente; al fracasado, al que colgado de la cruz le falta un pedazo de tierra donde apoyarse, al despojado de sus vestidos, al que parece abandonado incluso por Dios, se dirige el oráculo: .Tú eres mi hijo. Hoy .en este lugar. te he engendrado. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra..

La idea del hijo de Dios, que por el salmo 2 se convirtió en explicación y exégesis de la resurrección y de la cruz y entró a formar parte de la profesión de fe en Jesús de Nazaret, no tiene nada que ver con la idea griega del hombre divino ni puede explicarse por ella. Es, más bien, la desmitologización de la idea real oriental que ya había desmitologizado el Antiguo Testamento; designa a Jesús como el verdadero heredero de toda la tierra, como el heredero de la promesa en quien se realiza el sentido de la teología davídica. La idea del rey aplicada a Jesús se entrecruza con la idea de esclavo; en cuanto rey es esclavo y en cuanto esclavo de Dios es rey. Esta unión tan fundamental para la fe en Cristo se prepara ya terminológicamente en la traducción griega del Antiguo Testamento: la palabra pais con la que se denomina al siervo de Dios puede significar también hijo; a la luz del acontecimiento Cristo tal duplicidad en el sentido puede aludir a la íntima identidad en la que ambas cosas se unen en Jesús 17.

La simultaneidad de hijo y de siervo, de gloria y de servicio, que suponía una plena explicación de la idea real y de la idea filial, ha encontrado su formulación exacta en la carta a los filipenses (2, 5-11), escrita en el ambiente cristiano palestinense. Se alude ahí a los sentimientos de Cristo que siendo igual a Dios no codició tal semejanza, sino que descendió a la nada del esclavo hasta el pleno vaciamiento. La palabra evacuatio empleada por el texto latino alude a esta traducción, a que se ha .vaciado., a que abandonando su ser -para-sí, ha entrado en el puro movimiento del .para.. Pero precisamente ahí, como muy bien dice el texto, es el Señor de todo el universo ante quien éste realiza la proskynesis, es decir, el rito y el acto de sumisión. El que voluntariamente obedece, se convierte en dominador; el que ha bajado a la nada de su vaciamiento se convierte, por eso mismo, en el Señor del mundo. Por otro camino, pues, llegamos a lo que antes afirmábamos al hablar del Dios uno y trino: el que no se apropia de nada, sino que es pura relación, se identifica con el absoluto, con el Señor. El Señor ante quien se inclina reverente el mundo es el cordero sacrificado que presenta la existencia como puro acto, como puro .para.. La liturgia cósmica, el homenaje del universo, gira en torno al cordero (Apoc 5).

Pero volvamos al problema del título de hijo de Dios en relación con el mundo antiguo. Hemos de reconocer que el mundo helenista y romano nos ofrece un auténtico paralelo lingüístico y conceptual, no con la idea del .hombre divino. con la que nada tiene que ver, sino con la designación de Jesús como hijo de Dios, expresión que motiva una nueva comprensión del poder, de la realeza, de la elección y de la existencia humana: También al emperador Augusto se le llama .hijo de Dios. (Divi filius)18; encontramos aquí las mismas palabras que emplea el Nuevo Testamento al describir a Jesús. Por vez primera aparece en el mundo antiguo, en el culto romano al emperador, el título de .hijo de Dios. relacionado con la ideología real; esto no se da ni puede darse en ningún otro sitio por la ambigüedad de la palabra .Dios. 19; reaparece cuando renace la ideología real oriental, de la que procede.

Con otras palabras decimos que el título .hijo de Dios. pertenece a la teología política de Roma y se refiere, como hemos visto, al medio ambiente del que nació la designación neotestamentaria .hijo de Dios.. En realidad, ambas proceden del mismo lugar y fluyen de la misma e idéntica fuente, aunque por conductos independientes. En el antiguo oriente y en la Roma de los emperadores el título de .hijo de Dios. es parte de la teología política, pero el Nuevo Testamento utiliza la palabra en una dimensión nueva, originada a raíz de la explicación que le dio Israel al vincularla a la teología de la elección y la esperanza. De la misma raíz ha nacido algo completamente distinto; en el enfrentamiento de la profesión de fe en Jesús como hijo de Dios con la confesión en el emperador como hijo de Dios, se oponen prácticamente el mito desmitificado y el mito que seguía siendo mito. El deseo de dominio absoluto del divino emperador romano no podía admitir junto a sí la teología real e imperial que vivía en Jesús como hijo de Dios. Por eso de la matyria (testimonio) nació el martyrium, insulto a la civilización del poder político 20.

b.).- El Hijo..

La designación de Jesús como .el Hijo. se distancia del concepto .hijo de Dios. que ya hemos estudiado. Lingüísticamente la expresión tiene otra historia y pertenece al mundo del misterioso lenguaje de las parábolas que propuso Jesús, siguiendo la línea de los profetas y de los maestros sapienciales de Israel. La palabra establece sus reales no en la predicación exterior, sino en el círculo íntimo de discípulos de Jesús. La vida de oración de Jesús es fuente segura de donde fluye la palabra; corresponde íntimamente a la nueva invocación de Dios Abba 21.

El análisis esmerado de Joachim Jeremías ha puesto en evidencia cómo las pocas palabras que el Nuevo Testamento griego nos ha conservado en el original arameo nos indican muy bien la forma de hablar se Jesús. Impresionaron tanto a los oyentes y expresan tan bien lo particular del Señor y su singularidad, que se conservaron tal y como sonaban entonces; por eso podemos nosotros dirigirnos ahora a él con sus mismas palabras.

La invocación Abba .Padre. es una de ls pocas joyas literarias que la comunidad cristiana primitiva dejó sin traducir, por la importancia que para ella revestía. También en el Antiguo Testamento se le llamó a Dios Padre, pero la expresión Abba se diferencia de las del Antiguo Testamento por la familiaridad íntima que supone con Dios (se podría comparar con .papá., pero es mucho más sublime que ésta) 22. La familiaridad expresada en la palabra Abba impidió que los judíos la aplicasen a Dios; al hombre no le está permitido acercarse tanto a Dios. Cuando la primitiva comunicación cristiana conservó esta palabra en su sentido original, afirmó que así oraba Jesús, que así hablaba con Dios y que esa intimidad con Dios le pertenecía personalmente a él.

A esta expresión, como ya hemos indicado, corresponde perfectamente la autodesignación de Jesús como Hijo. Ambas, Abba e Hijo, expresan el modo de orar de Jesús, su conciencia divina que también pudo contemplar el grupo de discípulos como a través de un velo. Hemos dicho que el título .hijo de Dios. procede del mesianismo judío y que es una forma muy rica, tanto histórica como teológicamente; aquí, en cambio, nos encontramos con algo completamente distinto, personal y profundo. Ahora vemos la experiencia de la oración de Jesús, su intimidad y relación con Dios que lo distingue de los demás hombres; pero tal intimidad no significa exclusivismo, sino que, por el contrario, está ordenada a introducir a los demás en esa intimidad con Dios; quiere que los hombres se presenten ante él de idéntica manera, que con él y en él llamen a Dios .Padre.; así de Dios ya no los separa una lejanía infinita, sino que entran en la intimidad que es realidad en Jesús.

El evangelio de Juan coloca en la base de la imagen de Cristo esta autodesignación de Jesús, que sólo en poquísimos textos (en la instrucción de los discípulos) aparece en los tres primeros evangelios. Todo esto responde a un rasgo fundamental del texto que interioriza el punto esencial. La autodesignación de Jesús como .hijo. es el hilo conductor del retrato del Señor; después, todo el tenor del evangelio explica el sentido trascendente de la palabra. Al hablar de la doctrina trinitaria, pusimos de relieve lo más importante; por eso aquí sólo heremos una observación que concuerde lo que allí afirmábamos.

Para Juan, cuando Jesús se llama a sí mismo hijo, no expresa el poder que le pertenece exclusivamente, sino la total relatividad de su existencia. Al describirse con esa categoría, explica su existencia como cosa esencialmente relativa, como cosa que no es sino .ser de. y .ser para.; pero al mismo tiempo, por ser relatividad total, coincide con lo absoluto. Por eso el título .hijo. es semejante a la designación de Jesús como .palabra. o .enviado.. Cuando Juan aplica a Jesús el dicho isaiano .yo soy., indica lo mismo, es decir, la total unidad con el .yo soy. que resulta del pleno abandono. La espina dorsal de esta cristología cuya base nos la ofrecen los evangelios sinópticos y, mediante ellos, el Jesús histórico (Abba!), es lo que nosotros considerábamos antes como el punto de partida de toda cristología: la identidad de la obra y del ser, de la acción y la persona, el total entregarse de la persona a la obra y la total semejanza de la acción con la persona que no permanece detrás de la obra, sino que se entrega en ella.

Con razón puede, pues, afirmarse que Juan nos ofrece una .ontologización., un regreso al ser escondido detrás de lo fenomenológico del puro acontecer. Ya no se habla simplemente de la acción, de la obra, de las palabras y de la doctrina de Jesús; se afirma, más bien, que su doctrina es él mismo. Todo él es hijo, palabra, misión; su obra desciende hasta el fundamento de su ser, se identifica con él; lo característico estriba en la unidad del ser y de la acción. Para quien considere el conjunto y el trasfondo, esta radicalización de las expresiones, esta inclusión de lo ontológico supone una eliminación de lo anterior, algo así como la sustitución de la cristología del servicio por la triunfalista cristología de la glorificación que ya no puede ocuparse del esclavo y del crucificado y que por eso se refugia en el mito ontológico de Dios. Quien, por el contrario, observe rectamente el hecho, comprenderá plenamente todo lo anterior. El ser esclavo ya no se concibe como una obra detrás de la que está la persona de Jesús; el ser esclavo incluye toda la existencia de Jesús de tal modo que su ser es servicio. Y precisamente porque su ser no es sino servicio, es hijo. Aquí llega a su culmen la transmutación cristiana de los valores; aquí se pone en evidencia cómo el que se entrega al servicio de los demás, el que pierde su egoísmo y se vacía a sí mismo es el verdadero hombre, el hombre del futuro, la unión del hombre y Dios.

Demos un paso hacia adelante. Ahora es evidente que los dogmas de Nicea y Calcedonia sólo quisieron expresar la identidad entre el servicio y el ser, en la que sale a la luz toda la trascendencia de las palabras .abba-hijo.. Estas formulaciones dogmáticas y su cristología no prolongan las ideas míticas de la procreación. Quien esto afirme, demuestra que no tiene la menor idea de lo que es Calcedonia, del significado de la ontología ni de esas expresiones míticas. A tales expresiones no dieron origen las ideas míticas de la procreación, sino el testimonio de Juan que a su vez es prolongación del diálogo de Jesús con su Padre y del ser de Jesús para todos los hombres hasta su muerte voluntaria en la cruz.

Siguiendo estas observaciones, no nos será difícil afirmar que la .ontología. del cuarto evangelio y de las antiguas confesiones de fe contienen un actualismo mucho más radical que todo lo que hoy día aparece con la etiqueta de actualismo. Me contentaré, para citar sólo un ejemplo, con una expresión de Bultmann sobre el problema de la filiación de Jesús: .Como la ekklesia, la comunidad escatológica, sólo es realmente ekklesia en cuanto acontecimiento, así el señorío de Cristo, su divinidad, es siempre y solamente acontecimiento. 23 .

En esta forma de actualismo el verdadero ser del hombre Jesús permanece estático detrás del acontecimiento de la divinidad y de su ser-Kyrios como el ser de cualquier hombre; sólo en el punto secundario de inflamación se realizaría para cada hombre el encuentro con Dios en la audición de la palabra. De la misma manera que el ser de Jesús permanece estático detrás del acontecimiento, así el ser del hombre .en cualquier momento. puede ser alcanzado por lo divino, pero sólo en la zona de lo acaecedero. El encuentro con Dios se realiza aquí en el momento del acontecimiento, pero el ser queda separado de él. En esa teología me parece ver una especie de desesperación frente al ser que no puede hacernos confiar en que el ser mismo pueda ser acto.

La cristología de Juan y de las primitivas confesiones va mucho más lejos, porque afirma el ser mismo como acto: Jesús es su obra. Detrás de ella no está el hombre Jesús en el que no sucede nada. Su ser es pura actualitas de .de. y de .para.. Y porque ese ser es inseparable de su actualitas coincide con Dios y es el hombre ejemplar, el hombre del futuro en quien el hombre aparece como realidad futura. En él se ve que el hombre no ha aprendido a ser él mismo; cuando se ha comprendido esto, uno se da cuenta de que la fenomenología y los análisis existenciales, por muy provechosos que sean, no bastan para la cristología; no son lo suficientemente profundos porque dejan intacto el campo del auténtico ser.

 

LAS SOLUCIONES DE LA CRISTOLOGIA

Las teologías de la encarnación y de la cruz.

Las observaciones que hemos hecho antes nos brindan acceso a las demás afirmaciones cristológicas fundamentales. En la historia de la fe cristiana que contempla a Jesús, se han desarrollado dos líneas distintas: la teología de la encarnación que, nacida en medio de una ideología griega, dominó en la tradición católica de oriente y occidente, y la teología de la cruz que se abrió paso entre los reformadores a raíz de las afirmaciones de Pablo y de las formas primitivas de la fe cristiana.

La primera, la teología de la encarnación, habla del ser y gira en torno a un hecho: un hombre es Dios y, por eso, Dios es hombre; todo esto es inaudito, pero también decisivo. Ante este acontecimiento, ante la unidad del hombre y de Dios, ante el hecho de la encarnación de Dios, palidecen todos y cada uno de los hechos que de ahí nacen. Frente a este hecho fundamental todos los demás son sólo algo secundario. La unión de Dios y del hombre es lo verdaderamente decisivo, lo salvador, el verdadero futuro del hombre al que tienden todas las líneas.

Por el contrario, la teología de la cruz no acepta la ontología; prefiere hablar de acontecimiento en vez de ontología; así continúa el testimonio inicial que no se preocupaba por el ser, sino por la obra de Dios en la cruz, y en la resurrección en la que Jesús destruyó la muerte y se reveló como Señor y esperanza de la humanidad.

Las dos teologías muestran tendencias diversas: la teología de la encarnación tiende a una consideración estática y optimista. El pecado de los hombres es como un estadio de tránsito de importancia bastante secundaria: lo importante no es que el hombre sea pecador y haya sido sanado. Superando tal separación realizada en el pasado, se fija en la unión del hombre y de Dios. En cambio la teología de la cruz tiende a una consideración dinámico-actual y crítico-universal del cristianismo, que comprende esto como una ruptura discontinua y repetida de la auto-seguridad del hombre en sí mismo y en sus instituciones, en último término, en la Iglesia.

Quien considere en su justa medida estas grandes formas históricas de la auto-comprensión cristiana de la fe, ciertamente no sufrirá la tentación de hacer una síntesis simplificadora. Estas dos formas estructurales, la teología de la encarnación y la de la cruz, han dado lugar a polaridades que no pueden armonizarse fácilmente en una síntesis sin perder lo más importante de cada una; han de continuar como polaridades actuales que se corrigen mutuamente y que en su contraposición aluden al todo. Sin embargo, a lo largo de nuestras reflexiones queremos mostrar la unidad de ambas, unidad que las posibilita como polaridades y que impide que ambas se desmoronen como realidades contradictorias.

Hemos visto que el ser de Cristo (teología de la encarnación) es actualitas, salida, éxodo de sí mismo; no es un ser que descanza en sí mismo, sino el acto de la misión, de la filiación, del servicio. Con otros términos: ese obrar no es puro obrar, sino ser que llega a la profundidad del ser y que se identifica con él. Este ser es éxodo, paso. Por eso una cristología del ser y de la encarnación, rectamente comprendida, debiera pasar a la teología de la cruz e identificarse con ella; y también en sentido inverso, una teología de la cruz, justamente apreciada, debería convertirse en cristología del Hijo y en cristología del ser.

 

Cristología y doctrina de la redención.

Las afirmaciones anteriores apuntan a una segunda antítesis que ha enarbolado la historia; por lo demás está íntimamente relacionado con lo precedente. A lo largo del desarrollo histórico de la fe en Cristo se ha observado visiblemente la diferencia existente entre lo que se llamó .cristología.y .soteriología..

Por cristología se entendía la doctrina del ser de Jesús, que se convertía cada vez más en objeto de especulación sobre algo especial, incomprensible y limitado solamente a Jesús. La soteriología era la doctrina de la redención. Después que se había resuelto el problema ontológico, es decir, el problema de la unidad de Dios y hombre en Jesús, pero independientemente de él, se pasaba a estudiar lo que Jesús hizo históricamente y el modo como podía llegar hasta nosotros la eficacia de su obra. Se creía que estos dos problemas eran distintos; se reflexionaba sobre la persona y la obra de Cristo y se escribían tratados independientes; esto tuvo como consecuencia que ambas cuestiones se hicieran incomprensibles e irrealizables. Basta hojear los tratados de teología dogmática para darse cuenta de lo complicadas que eran esas teorías porque habían olvidado que ambas cuestiones solo podían comprenderse juntas.

Aludiré solamente al modo como la conciencia cristiana concibe la doctrina de la redención. Esta concepción se apoya en la teoría de la satisfacción ideada por Anselmo de Canterbury en el dintel de la Edad Media y que luego determinó casi exclusivamente el pensar de occidente; tal teoría no puede sustraerse a la parcialidad, incluso en su forma clásica, pero cuando se la considera con las lentes de aumento que ha creado la conciencia popular, parece un mecanismo grosero, completamente irrealizable.

Anselmo de Canterbury (1033-1109) llegó a deducir la obra de Cristo por motivos necesarios (rationibus necessariis) e irrefutablemente mostró que tuvo que llevarse a cabo tal y como se realizó. Sin entrar en detalles, podemos exponer así su pensamiento: El pecado del hombre se dirige contra Dios; así se viola infinitamente el orden de la justicia, y a Dios se le ofende también infinitamente. Por otra parte, la magnitud de la ofensa se mide por la grandeza del ofendido; es decir, las consecuencias son distintas si en vez de ofender a un medigo ofendo al presidente de una nación. La ofensa es, pues, mayor o menor según la grandeza del ofendido; ahora bien, como Dios es infinito, la ofensa que el hombre le ha causado por el pecado ha de ser también infinita. El derecho así violado tiene que ser reparado porque Dios es un Dios del orden y de la justicia, más aún, es la justicia misma, y como la ofensa es infinita, también la reparación necesaria debe ser infinita.

El hombre puede ofender infinitamente, a eso sí llega su capacidad, pero no puede reparar infinitamente; lo que él hace, por ser un ser finito, siempre será finito. La capacidad de perturbación es mayor que la capacidad de reparación; por eso entre la reparación del hombre y la magnitud de su culpa siempre existe un abismo infinito e insuperable, y todos y cada uno de sus gestos de reconciliación sólo pueden evidenciar su impotencia para superar el abismo infinito que él mismo ha creado.

Pero ¿quedará el orden perturbado para siempre? ¿quedará el hombre sumido para siempre en el abismo? Anselmo recurre aquí a Cristo; su respuesta reza así: Dios mismo repara la culpa, pero no mediante una simple amnistía (cosa posible) que no restablecería el orden desde dentro, sino mediante la encarnación del infinito que, como hombre, pertenece al género humano; pero al mismo tiempo tiene la capacidad de llevar a cabo la reparación, cosa que no le está permitida al hombre. La redención es, pues, graciosa, pero a la vez es la reparación del derecho violado.

Anselmo creyó haber dado así una respuesta satisfactoria al problema cur Deus homo, al problema del por qué de la encarnación y de la cruz. Sus ideas dominaron por espacio de mil años en la cristiandad occidental. Cristo tuvo que morir en la cruz para reparar la ofensa infinita y para restablecer así el orden perturbado.

Nadie niega que esta teoría contiene intuiciones decisivas tanto bíblicas como humanas; quien la examine con un poco de paciencia se dará cuenta de ello. En cuanto intento de armonizar cada uno de los elementos bíblicos en una síntesis radical, merece la atención de todos los tiempos. Pero ¿quién no ve que, a pesar de todas las ideas jurídicas y filosóficas que aquí se ponen en juego, lo importante es la verdad afirmada en la Biblia con la palabra .para.? Indica esta que nosotros en cuanto hombres vivimos inmediatamente de Dios, de los demás y en último término de Aquél que vivió por nosotros. ¿Quién no se da cuenta de que ahí da señales de vida el concepto bíblico de elección según el cual ésta no es un privilegio del elegido, sino una vocación del ser-para-los-demás? Es vocación a ese .para. en el que el hombre deja de agarrarse a sí mismo y se atreve a dar el salto en el infinito por el cual volverá en sí.

Pero aun admitiendo todo esto, nadie podrá negar que la perfecta lógica del sistema divino-humano de la justificación desfigura las perspectivas y sumerge la imagen de Dios en una luz sospechosa.

Sobre estas ideas volveremos cuando hablemos del sentido de la cruz. Por ahora nos contentaremos con afirmar que las cosas cambian mucho si, en vez de la división entre la obra y la persona de Jesús, admitimos que en Jesús no se trata de una obra separada de él, de una obra que Dios, obligado a guardar el orden, pueda exigir. No se trata, para decirlo con palabras de Gabriel Marcel, de un tener de la humanidad, sino de su ser. ¡Y cómo cambian las cosas cuando se entiende la clave paulina según la cual Cristo es el .último hombre. (1 Cor 15,45), el hombre definitivo, el que lleva a los hombres a su futuro que consiste en estar unido a Dios y no sólo en ser puro hombre.

Cristo, el último hombre.

Hemos llegado a un punto en el que podemos intentar hacer una síntesis de lo que significa nuestra profesión de fe: .Creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor.. según lo que antes hemos afirmado, la fe cristiana ve en Jesús de Nazaret el hombre ejemplar; en efecto, así podemos traducir libremente el concepto paulino de .último hombre. antes mencionado. Pero precisamente por ser el hombre ejemplar y normativo supera lo límites del ser humano; sólo así es en verdad el hombre ejemplar, ya que el hombre está más en sí cuanto más está en los demás. Sólo llega a sí mismo mediante los demás y mediante el estar con ellos, cuando está con ellos.

Esto es también válido en su sentido más profundo. Si el otro es simplemente alguien, es su propia perdición. El hombre está orientado al otro, al verdaderamente otro, a Dios; está tanto más en sí mismo cuando más está en el totalmente otro, en Dios. Según eso, el hombre es totalmente él cuando deja de estar en sí, cuando deja de encerrarse en sí mismo y de afirmarse, cuando es pura apertura a Dios. Con otras palabras, el hombre llega a sí mismo cuando se supera. Cristo es el que en verdad se supera a si mismo; por eso es el hombre que en verdad llega a sí mismo.

El Rubicón de la encarnación se supera ante todo con el paso del animal al Logos, de la simple vida al espíritu. El .barro. se convirtió en hombre en el momento en que ya no era una esencia que simplemente estaba ahí, sino cuando superando su existencia y la realización de su necesidad se abría al todo. Pero este primer paso por el que el Logos, la inteligencia y el espíritu entraron en este mundo, se realiza en primer lugar cuando el Logos mismo, la inteligencia creadora, y el hombre se unen. La plena encarnación del hombre supone la encarnación de Dios; en ella se cruza por primera vez y definitivamente el puente de lo .animal. a lo .lógico. y se abre la suprema posibilidad que comienza cuando por primera vez una esencia formada de barro y tierra se supera a sí misma y a su mundo, y habla al tú de Dios. La apertura al todo, a lo infinito, es lo que constituye al hombre. El hombre se hace hombre cuando se supera infinitamente; por tanto, es más hombre cuanto menos encerrado está en sí mismo, cuanto menos .limitado. está. Repitámoslo: el hombre, el hombre verdadero, es el que más se abre, el que no sólo toca el infinito .¡el infinito!., sino el que es uno con él: Jesucristo. En él llega a su término la encarnación 24.

Hagamos esta observación: Partiendo de la idea del .hombre ejemplar. hemos intentado antes comprender la primera superación de lo propio que, según la fe, es decisivo en el caso de Jesús; esta superación consiste en que en él se unen la humanidad y la divinidad. Pero por segunda vez deben desaparecer los límites. Si Jesús es el hombre ejemplar en quien se manifiesta la verdadera figura del hombre, la idea de Dios con él no puede limitarse a ser excepción absoluta, curiosidad en la que Dios nos muestra lo que es posible, ya que su existencia atañe a toda la humanidad. El Nuevo Testamento pone esto de manifiesto cuando lo llama .Adán.; en la Biblia esta palabra expresa la unidad de todo el género humano; con razón puede hablarse de una .personalidad corporativa. 25. Ahora bien, si Jesús se llama Adán es porque reúne en sí a todo el género .Adán.. La realidad que Pablo llama .Cuerpo de Cristo., y que hoy día nos es en gran parte incomprensible, es exigencia íntima de la existencia que no puede ser excepción, sino que tiene que .atraer a sí. a toda la humanidad (Cf. Jn 12,32).

Ha sido un gran mérito de Teilhard de Chardin, que todos hemos de reconocer, considerar estas ideas desde la imagen moderna del mundo y haberlas concebido rectamente mediante una bien pensada tendencia a lo biológico; en todo caso ha abierto un nuevo camino. Veamos lo que él mismo nos dice: La mónada humana .no puede ser absolutamente ella misma mas que cesando de serlo sola. 26. En el trasfondo está presente la idea de que en el cosmos, junto al doble orden de lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, existe un tercer orden que determina la auténtica corriente de la evolución; es el orden de los conjuntos infinitos; es la auténtica meta del siempre ascendente proceso de evolución; alcanza una primera meta cuando aparece vivo; después avanza sin detenerse hacia la formación sumamente coherente que proporciona al cosmos un centro nuevo:

El lugar que ocupan los planetas en la historia de los cuerpos estelares es diminuto y casual; pero a fin de cuentas constituyen el punto vital del universo; son el eje, en ellos se tiende principalmente a la producción de grandes moléculas 27.

Considerar el mundo según la medida dinámica de la complejidad significa .una total transmutación de los valores, un cambio de perspectiva. 28.

Pero volvamos al hombre: Hasta ahora el hombre es lo máximo en complejidad, pero no tiene fin como pura mónada humana; su misma formación exige un ulterior movimiento de complexión: ¿No presenta el hombre al mismo tiempo un elemento en relación con un individuo centrado en sí mismo, es decir, con una .persona., y tmbién en relación con una síntesis nueva y superior? 29.

Esto significa, por una parte, que el hombre es un fin que no puede retroceder ni mezclarse, pero, por otra, no llega a su meta en la yuxtaposición con los demás individuos, sino que revela un elemento que exige una totalidad que lo abarque, sin perturbarlo. Veamos otro texto que nos indicará a dónde nos llevan estas ideas: En contra de las hipótesis todavía válidas en el campo de la física, lo estable no se encuentra abajo, en lo infraelemental, sino arriba, en lo ultrasintético 30.

Esto muestra cómo .sólo su combinación superior da a las cosas conexión y relación. 31. A mi modo de ver nos encontramos ante una afirmación central; la concepción dinámica del mundo perturba así la representación positivista, más cercana a nosotros, según la cual lo estable consiste en la .masa., en la materia dura. Incisivamente se nos muestra aquí, porque no estamos acostumbrados a ello, que a la postre el mundo está construido y relacionado .desde arriba.. Todo esto nos da pie para yuxtaponer dos textos de Teilhard que nos explicarán su visión sintética: La energía universal debe ser una energía pensante; en su evolución no puede ser menos que las metas animadas por su operación. Y además los atributos cósmicos del valor no excluyen necesariamente que reconozcamos en ellos una forma trascendente de personalidad 32.

Ahora podemos comprender el punto final de todo el movimiento, como lo presenta Teilhard: la corriente cósmica se mueve .en dirección a un estado inaudito, casi mono-molecular... donde todo yo... está determinado a alcanzar su meta en algún misterioso superego. 33. El hombre, por ser un yo, es un fin, pero la dirección del movimiento de su ser indica que es una figura que pertenece a un .super-yo. que lo abarca sin eliminarlo; sólo en tal unión aparecerá la forma del hombre futuro en quien la humanidad llegará a la meta de sí misma.

En realidad se comprende aquí de forma nueva la dirección de la cristología paulina, partiendo de la concepción moderna del mundo y con un lenguaje a veces demasiado biológico. La fe ve en Jesús al hombre en el que, hablando según el esquema biológico, se ha realizado la próxima etapa de la evolución; al hombre en quien ha tenido lugar la ruptura del modo limitado de ser del hombre, de la inclusión monádica; la fe ve en Jesús al hombre de quien no se excluyen la personalización y la socialización, sino que se ratifican; el hombre en el que se une la suprema unidad .Pablo hablaría del .cuerpo de Cristo., más aún, de quienes .son uno en Cristo.. y la suprema individualidad; la fe contempla en Jesús al hombre en quien la humanidad toca su futuro y se transforma extraordinariamente en sí misma, porque mediante él toca a Dios, participa de él y alcanza así su más auténtica posibilidad. Partiendo de ahí, la fe ve en Jesús el inicio del movimiento en el que la humanidad dispersada es introducida en el ser del único Adán, del único .cuerpo., del hombre futuro. En él ve la fe el movimiento que conduce al futuro del hombre en el que éste queda .socializado., incorporado a lo único, pero de tal forma que el individuo no queda eliminado, sino que llega plenamente a sí mismo.

No me parece difícil demostrar que la teología joánica apunta en la misma dirección. Recordemos la frase de Jn 12,32 a la que hemos aludido antes: .Cuando sea levantado de la tierra atraeré todo a mí.; la frase explica el sentido de la muerte de Jesús en la cruz. Como quiera que la cruz es el centro de toda la teología joánica, la frase citada indica la dirección de todo el evangelio. El acontecimiento de la crucifixión aparece ahí como el evento de la apertura en que las mónadas humanas diseminadas entran en el abrazo de Jesucristo, en el espacio que abarcan sus brazos extendidos para llegar a la meta de la humanidad. Si esto es así, Cristo en cuanto hombre futuro no es el hombre para sí, sino el hombre esencialmente para los demás; en cuanto hombre totalmente abierto es el hombre del futuro; el hombre para sí, el hombre que quiere permanecer en sí mismo, es el hombre del pasado que debemos olvidar para continuar nuestro camino. Con otras palabras, el futuro del hombre consiste en .serpara.. Fundamentalmente se confirma aquí una vez más el sentido de la doctrina de las tres Personas Divinas: la relación a la existencia dinámicaactual que es esencialmente apertura en el movimiento entre el .de. y el .para.. Una vez más se presenta aquí Cristo como el hombre totalmente abierto en quien desaparecen los límites de la existencia, como el hombre que es .paso. (Pascua).

De nuevo llegamos al misterio de la cruz y de la Pascua que, según la Biblia, es el misterio del paso. Juan, que es quien más ha reflexionado sobre estas ideas, concluye su presentación de Jesús con la imagen de la existencia que ya no tiene límites, sino que es pura apertura: Uno de los soldados le atravesó el costado, y al instante salió sangre y agua (Jn 19,34).

El detalle del costado traspasado por la lanza para Juan no es sólo una escena de la cruz, sino toda la historia de Jesús. Ahora, cuando la lanzada ha terminado con su vida, su existencia es totalmente apertura; es completamente .para.; en verdad ya no es individuo, sino el .Adán. de cuyo costado nace Eva, la nueva humanidad. La palabra costado (que no se ha de traducir .costilla.) resume en toda su profundidad la escena de Gn 2,21 s. en la que Eva es formada de la costilla de Adán, simbolizando así la perpetua relación mutua y su unidad en la misma humanidad. El costado abierto del nuevo Adán repite el misterio creador del .costado abierto. del varón: es el comienzo de una nueva y definitiva comunidad de hombres. La sangre y el agua son símbolos con los que Juan alude a los principales sacramentos cristianos, bautismo y eucaristía, y mediante ellos a la Iglesia, signo de la nueva comunidad de hombres 34. El totalmente abierto, el que realiza el ser como recibir y dar, aparece aquí como lo que siempre fue, como .hijo. . Como el mismo Juan afirma, en la cruz Jesús entra en su hora; esto explicará un poco ese misterioso modo de hablar.

Todo esto indica también que con razón podemos hablar del hombre futuro y que en verdad todo esto tiene muy poco que ver con el optimismo romántico del progreso, ya que el hombre para los demás, el hombre abierto que inicia así un nuevo comienzo para los demás, es el hombre del holocausto, el hombre sacrificado. El futuro del hombre cuelga de la cruz; la cruz es su salvación. El hombre no vuelve en sí sino cuando rompe las paredes de su existencia, cuando mira al traspasado por la lanza (Jn 19,37), cuando sigue al que, en cuanto traspasado, en cuanto abierto, abre el camino que conduce al futuro. Esto significa, finalmente, que el cristianismo, que por ser fe en la creación cree en el primado del Logos, en la inteligencia creadora como principio y origen, lo acepta también específicamente como fin, como futuro, como lo venidero. En esta perspectiva hacia lo venidero estriba el auténtico dinamismo histórico de lo cristiano que en el Antiguo y Nuevo Testamento realiza la fe como esperanza y promesa.

La fe cristiana no es pura visión retrospectiva del pasado ni un detenerse en el origen que yace temporalmente detrás de nosotros; pensar así sería puro romanticismo y pura renovación. Pero tampoco es simplemente mirada a lo eterno, eso sería platonismo y metafísica. Es ante todo mirada hacia adelante, tanteo de esperanza; pero no sólo eso, la esperanza se convertiría en utopía si la meta a la que espira fuese creación del hombre; es verdadera esperanza porque se integra en el sistema de coordenadas de tres grandezas: la del pasado, es decir, la de la transformación realizada; la de la actualidad de lo eterno que hace del tiempo divino una unidad, y la del futuro que afecta a Dios y al mundo, y así hace de Dios en el mundo y del mundo en Dios el punto omega de la historia.

Según la fe cristiana diríamos que para la historia Dios está al final, pero que para el ser Dios está al principio; este es el comprensivo horizonte de lo cristiano que se aleja tanto de la pura metafísica como de la ideología del futuro propia del marxismo. La fe sale al encuentro de lo venidero, desde Abraham hasta la vuelta del Señor, pero en Cristo se le ha revelado el futuro: existirá el hombre que puede comprender la humanidad porque él y ella se han perdido en Dios. Por eso el signo de lo futuro ha de ser la cruz, y su rostro en este mundo será la faz llena de sangre y heridas; el .último hombre., es decir, el hombre auténtico, el hombre futuro, se revela ahora en el hombre ejemplar; quien quiera permanecer a su lado, deberá estar a vuestro lado (Cf. Mt 25,31-46).

__________________

Notas de este capítulo:

2- Así los discípulos de W. Pannenberg; cf. W. Pannenberg, Grundzüge der Cristologie. Gütersloh 1966, especialmente la definición de la página 23: .La tarea de la cristología es fundamentar el verdadero cono-cimiento del significado de Jesús, partiendo de su historia.....

3.- Así en la teología liberal antigua; cf. A. V. Harnack. Das Wesen des Christentums. Stuttgart 1950. Nueva edición preparada por R. Bultmann.

4.- Esto lo ha puesto de relieve A. Schweitzer, Geschichte der Leben-Jesu-Forschung. Tübingen 1906, baste citar un texto clásico de esa obra: .No hay cosa más negativa que las conclusiones de la investigación de la vida de Jesús. Nunca existió el Jesús de Nazaret que se presentó como mesías, predicó la moral del reino de Dios, fundó el reino de los cielos en la tierra y murió para consagrar su obra. Este Jesús sólo es una figur ideada por el racionalismo, verificada por el liberalismo y revestida por la teología moderna con la ciencia histórica. Nada exterior ha contribuido a la destrucción de tal imagen. Ha caído por sí misma cuando la deshicieron los problemas históricos.... Cf. W. G. Kümel, Das Neue Testament. Geschichte der Erforschung seiner Probleme. Freiburg-München 1958, 305.

5.- Lo ponen de manifiesto R. Bultmann en su gran obra sobre el problema de Jesús: Das Verhältnis der urchristlichen Christusbetschaft zum historischen Jesus. Heilderberg 1960, y los trabajos de su discípulo H. Braun, que sigue muy de cerca a su maestro.

6.- Nueva edición de 1950, 86. En la nota 183 de la edición de 1908 Harnack aludía a la frase: .en ella no tengo nada que cambiar. y decía que era válida para el evangelio .tal y como lo había predicado Jesús, no como lo habían difundido Pablo y los evangelistas..

7.- Cf. sobre esto el resumen de G. Hasenhüttl, Die Wandlung des Gottesbildes en Theologie im Wandel. Múnchen 1967, 228-253; W. H. van de Pol, El fin el cristianismo convencional. Nuevas persectivas. Sígueme, Salamanca 1969.

8.- Kattenbusch II, 491; cf. 541-562.

9.- K. Barth, Kirchliche Dogmatik III, Zürich 1948, 66-69, citado según H. U. von Balthasar, Zwei Glubensweisen en Spiritus Creator. Einsiedeln 1967, 76-91, la cita es de la página 89 s. Compárense estas dos obras.

10.- H. U. von Balthasar, o. c., especialmente 90; Id. Verbum Caro, Guadarrama, Madrid 1964, 41 s.

11.- Cf. sobre esto las preciosas observaciones de E. Käsemann, Exegetische Versuche und Besinnungen, Göttingen 1964, 47, donde hace notar cómo el simple hecho de que Juan haya redactado su kerigma en forma de evangelio es un testimonio de gran importancia.

12.- Cf. P. Hacker, Das Ich im Glauben bei Martin Luther. Graz 1966, especialmente el capítulo titulado .Säkularisierung der Liebe., 166-174. Hacher muestra con abundantes textos cómo Lutero, a partir del año 1520, más o menos, relaciona el amor con la .vida exterior., con la .práctica de la segunda tabla., con la vida .humana., no divina, con el campo de lo profano, es decir, con lo que hoy día llamamos pura profanidad, y consiguientemente, con la .justicia de la ley.; así, al secularizarlo, lo excluye del campo de la gracia y de la salvación. Hacker nos convence cuando afirma que el programa de secularización del amor propuesto por Gegartes con pleno derecho remite a Lutero. Trento tuvo que marcar la linea divisoria que todavía subsiste donde se afirma la secularización del amor. A. V. Bauer presenta y critica la doctrina de Gogarten en su obra Freiheit zur Welt. Säkularisation. Paderborn 1967.

13.- No vamos a intentar hacer una construcción histórica de la fe, cosa que antes nos parecía imposible. Sólo queremos poner de manifiesto la legitimación histórica de la fe.

14.- Hablar de una .forma de vulgarizar la teología moderna. indica que la investigación técnica ve las cosas más diferenciadas y a veces muy diversamente. Las aporías siguen siendo las mismas, por eso no es válido el subterfugio popular según el cual las cosas no pueden ser tan sencilas.

15.- W. V. Martitz, Uiós im Griechischen: TW NT VIII, 335-340.

16.- Cf. H. J. Kraus, Psalmen I. Neukirchen 1960, 18 s.

17.- Véase el importante artículo de J. Jeremías, Pais Zeou: TWzNT V, 63-713, especialmente 702 s.

18.- Cf. W. V. Martitz, art. cit., 330 s.. 336.

19.- Por eso tales fórmulas se determinan de alguna manera, cf. el material reunido por W. Bauer, Wörterbuch zum NT. Berlin 1958, 1649 s. y en W. V. Martitz, art. cit.

20.- Cf. sobre esto A. A. Ehrhardt, Politische Metaphysik von Solon bis Augustin. Tübingen 1959; E. Peterson, Testigos de la verdad: Tratados teológicos. Cristiandad, Madrid 1966, 71-101; N. Brox, Zeuge und Märtyrer, München 1961.

21.- Cf. F. Harn, Christologische Hoheitstitel. Göttingen 1966, 319-333; véase también las importantes conclusiones de J. Jeremías, El mensaje central del Nuevo Testamento. Sígueme, Salamanca 1966, 15-38.

22.- J. Jeremías, o. c., 29-38. Jeremías corrige así su opinión anterior según la cual Abba era una palabra empleada comunmente por los niños, en TWzNT V, 948 s.; pero la intuición fundamental es todavía válida: ....sería irrespetuoso para un judío, y por tanto inconcebible, dirigirse a Dios con este término tan familiar. Fue algo nuevo e inaudito el hecho de que Jesús diese ese paso... El Abba de la invocación de Jesús a Dios nos revela la espina dorsal de su relación con Dios..

23.- Glauben und Verstehen, Tübingn 1952, 258. Cf. G. Hasenhüttl, Der Glaubensvollzug. Eine Begegnunng mit R. Bultmann aus katolischem Glaubensverständnis. Essen 1963, 127.

24.- Cf. sobre esto B. Welte, Homousios hemin. Gedanken zum Verständnis und zur theologischen Problematick der Kategorien von Chalkedon, en A. Grillmeier - H. Bacht, Das Konzil von Chalkedon, Wúrzburg 1954, 51-80; K. Rahner, Para una teología de la encarnación: Escritos de teología. Taurus, Madrid 1964, 139-58; Id., La cristología dentro de una concepción evolutiva del mundo, Escritos de Teología, 181-219.

25.- Cf. J. Pedersen, Israel, its Life and Culture, t. London 1926 y 1940; H. W. Robinson, The Hebrew Conception of Corporate Personality; Beihefte zur Zeitschrift für die alttestanentliche Wissenschaft 66 (1936) 49,62; J. de Fraine, Adam und seine Nachkommen, Köln 1962.

26.- C. Tresmontant, Introducción al pensamiento de Teilhard de Crardin, Taurus, Madrid 1964, 48.

27 y 28: Ibid 26; 29: Ibid 49; 30 y 31: Ibid 51; 32: Ibid 57; 33: Ibid 49.

34.- Cf. O. Cullmann, La foi et le culte de l.Eglise primitif. Neuchatel 1963; J. Betz, Die Eucharistie in der Zeit der griechischen Väter I: Die Realpräsenz des Leibes und Blutes Jesu im Abendmahl nach dem NT. Freiburg 1961, 189-200.


INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO - RATZINGER