REINO DE DIOS - TEXTOS

 

1.RD/MENSAJE-J RD/CARACTERISTICAS 

EL MENSAJE DE JESÚS: el Reino de Dios 
Reino de Dios y Reino de los Cielos, como lo llama el evangelio de 
Mateo, son los mismo, ya que los judíos nunca pronuncian el nombre 
de Dios -ni lo mientan siquiera-, y utilizan sustitutivos para referirse a 
Él. Con toda probabilidad, el evangelio de Mateo fue escrito para 
cristianos provenientes del judaísmo que vivían en el área de 
Antioquía, en Siria.

Me interesa mucho subrayar lo siguiente: el Reino de Dios es Dios. 
Es un genitivo epexegético, es decir, un genitivo explicativo.
Cuando yo digo: «la lagarta de Luisa» o «el tonto de mi hermano», 
no estoy diciendo que Luisa tenga una lagarta ni que mi hermano 
tenga un tonto en casa, sino que Luisa es una lagarta o que mi 
hermano es tonto. El «Reino de Dios» es Dios mismo; Dios mismo 
desde un punto de vista concreto: el de su actuación en este mundo y 
en esta historia nuestra. La cuestión planteada a los contemporáneos 
de Jesús, especialmente a los imbuidos de la mentalidad apocalíptica, 
es si Dios actúa en este mundo y en esta historia o no; y si actúa, 
cuándo lo hace o lo va a hacer y bajo qué condiciones.

Jesús predica que la llegada del Reino de Dios es inminente. Esto 
quiere decir que la esperada actuación de Dios en este mundo 
comienza ya, que ya se nota su presencia.

Jesús nunca describe el Reino de Dios. No dice qué es, ni qué 
significa esa actuación de Dios en el mundo. Por una razón sencilla: 
todo ello está descrito con suficiente claridad en el Antiguo 
Testamento. Algo que con frecuencia se oye decir, hasta en la 
predicación (que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios del 
castigo, del temor y de la Ley, y que el Dios del Nuevo Testamento es 
un Dios del amor y del perdón) es en gran medida falso. El primero que 
lo sostuvo, Marción, es quizá el primer hereje de importancia en la 
historia de la Iglesia. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios 
del perdón y del amor que el Dios del Nuevo Testamento. Lo que Jesús 
predica no es que, frente a un Dios del castigo, haya un Dios del 
perdón y del amor, sino que este Dios del perdón y del amor del 
Antiguo Testamento empieza a actuar «desde ya». Que ese Dios está 
cerca.

Ahora bien, ese Reino de Dios tiene unas características concretas. 
Creo que tres son las principales. La primera es que el Reino de Dios 
está vinculado a la persona de Jesús. De aquí va a surgir un punto de 
conflicto en la vida de Jesús. La pertenencia al Reino de Dios, es decir, 
el dejar que Dios actúe sobre uno, se vincula a la aceptación de esta 
predicación que Jesús hace.
Fijémonos con qué frecuencia aparece en el evangelio la siguiente 
pregunta de los judíos a Jesús: «Tú, ¿con qué autoridad haces eso?» 
(Mt 21, 23-27). Tenemos aquí recogida una realidad histórica sufrida 
por Jesús, ya que está atestiguada en todos los escritos: la actitud de 
los judíos que piden a Jesús una prueba que legitime su mensaje como 
procedente de Dios.

Frente a esa actitud de los judíos está la vivencia de filiación 
respecto a Dios por parte de Jesús. (Es ésta una pregunta que todo el 
mundo hace, en cuanto se inicia en el estudio de la persona de Jesús, 
y que ahora no voy a tratar: ¿sabía Jesús que era Dios? Podemos 
decir que Jesús sabía que era Hijo de Dios. El hombre Jesús va 
adquiriendo a lo largo de su vida, cada vez de manera más clara, una 
conciencia más viva de su relación con Dios, que es una relación de 
filiación peculiar e irrepetible). En el fondo, ¿por qué sabe Jesús que el 
Reino de Dios está cerca? Lo sabe porque lo experimenta en su 
oración, en su relación con Dios. En el colegio me enseñaron que 
Jesús nos había dado ejemplo de todas las virtudes, menos de dos: la 
castidad matrimonial y la fe. De la castidad matrimonial no tratamos 
ahora, pero de la fe sí. Si la fe es precisamente una relación con Dios, 
Jesús es el hombre que más fe ha tenido, porque es el que ha tenido la 
relación más estrecha con Dios.

La segunda característica es que Jesús subraya especialmente un 
aspecto: que el Reino de Dios llega para todos y llega gratuitamente. 
Eso, en parte, está ya en el Antiguo Testamento. La novedad de Jesús 
consiste en que hace una interpretación sesgada del Antiguo 
Testamento, mientras que otros (por ejemplo, los saduceos y fariseos) 
lo interpretan también sesgadamente, pero en otra dirección. La idea 
de Jesús es que Dios nos quiere independientemente de cuál sea 
nuestra actuación. Eso es lo que significa que Dios es nuestro Padre, 
que es amor incondicionado. De lo cual no se puede deducir que dé lo 
mismo cuál sea nuestro comportamiento. Al revés: precisamente 
porque Dios nos quiere sin condiciones -es decir, también 
independientemente de lo que hagamos-, es por lo que nosotros nos 
sentimos apremiados a corresponder con todas nuestras fuerzas al 
amor incondicionado de Dios.

RD/POBRES: La tercera característica, consecuencia de la anterior, 
es que los primeros destinatarios del Reino de Dios, según Jesús, son 
los pobres. Por «pobres» hay que entender, primero, aquellos a los 
que todo el mundo llama pobres, es decir, los que no tienen dinero, los 
que no tienen para comer, los pobres. ¿Por qué son los primeros? 
Porque, en la concepción veterotestamentaria, la riqueza es una 
bendición de Dios. Si la riqueza es bendición de Dios, quien es pobre 
no posee esa bendición. Jesús, en contra de la concepción dominante, 
afirma que la bendición de Dios, su Reino, esa actuación de Dios que 
ya está llegando, viene preferencialmente para todos aquellos que 
parecen estar dejados de su mano.

Pobres son también los enfermos, que en la concepción judía 
contemporánea no tienen la bendición de Dios. Precisamente por eso 
están enfermos. Si Dios los quisiera, estarían sanos.
Pobres son los marginados de la sociedad, término correlativo al 
concepto de cumplimiento de la ley. Téngase en cuenta que con 
mucha frecuencia el pobre está realmente impedido de ser un buen 
cumplidor de la ley, aunque sólo sea por la imposibilidad, por razones 
económicas, de procurarse todo lo necesario para ofrecer los 
sacrificios prescritos en la Ley. El hombre que cumple la Ley es el 
hombre integrado en la sociedad judía; por tanto, el que no cumple la 
Ley es el desintegrado, el marginado. Pobre es el huérfano menor de 
doce años, la viuda sin hijos; ambos carecen de «personalidad 
jurídica», no pueden ir a un tribunal a reclamar una tierra como suya. 
Pobres son las prostitutas. Éstas, por definición, no cumplen la ley, son 
mujeres sin marido ni hijos que les representen; son el ejemplo eximio 
de la marginación. Pobres son los publicanos. Publicano es el que está 
en el «telonio». Ahora bien, «telonio» es un término que significa 
tienda, con el que los textos lo mismo se pueden referir a la tienda de 
recaudación de impuestos para los romanos como a la taquilla donde 
se cobra la entrada en una casa de prostitución. Así pues, los 
publicanos a lo mejor no son los recaudadores de impuestos, sino los 
lenones. Fijémonos cuán frecuentemente aparecen citados juntos en el 
evangelio los publicanos y las prostitutas.

Una de las parábolas más típicas de las empleadas por Jesús para 
referirse al Reino es la parábola de los invitados al banquete de bodas 
(Lc 14,15-24; Mt 22,2-10). Las parábolas del banquete constituyen una 
categoría exegética.
Todas empiezan por: «el Reino de Dios se parece a...»; incluso, 
quizá algunas de ellas las pronunció Jesús durante alguna de sus 
comidas con los pobres y marginados. Pues bien, según la mencionada 
parábola, hay algunos comensales que están invitados por su propio 
derecho: el pueblo judío, teóricamente cumplidor de la ley.
Pero estos invitados no quieren ir al banquete, es decir, rechazan el 
don gratuito del amor de Dios que es el Reino. Entonces el rey manda 
salir a los caminos para invitar a todos, tanto a los buenos como a los 
malos. Todos están llamados ahora al Reino, a disfrutar del amor 
gratuito e incondicional de Dios. También todos los que no cumplen la 
ley y todos los que parecía que estaban dejados de la mano de Dios: 
pobres, prostitutas, pecadores, publicanos, enfermos, hasta los 
paganos. Todos, todos.
Mateo va a añadir a la parábola un estrambote sobre aquel invitado 
que no llevaba vestido de boda (/Mt/22/11-12). Con ello quiere 
subrayar la necesidad del invitado de corresponder a la invitación 
gratuita e inmerecida.

JOSE RAMON BUSTO SAIZ
CRISTOLOGIA PARA EMPEZAR
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 43
SANTANDER 1991
. Pág. 45-51

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2.CONCEPTO DEL REINO DE DIOS RD/QUÉ-ES:
¿Qué entiende la Escritura por Reino de Dios? La palabra griega 
basileia es la traducción del hebreo malkuth. Ordinariamente la 
traducimos con la palabra "reino". Implica dos cosas: el ser, la dignidad, 
la esencia, el poder y la soberanía del rey y el dominio del terreno en 
que se ejercen la dignidad e imperio del rey. "Reino de Dios" significa, 
según eso, también dos cosas: la dignidad, el poder, la soberanía, el 
reinado de Dios y a la vez el dominio de la soberanía de Dios. Ambas 
significaciones están estrechamente relacionadas entre sí y no pueden 
separarse una de otra; pues aquellos sobre quienes ejerce Dios su 
soberanía constituyen el dominio de su imperio. Ambas significaciones 
se entrecruzan, por tanto. Sin embargo, el acento recae sobre la 
primera. El reino de Dios alude a un estado del mundo y de la historia 
en que se impone la soberanía de Dios. Por tanto, es un concepto 
cualitativo. Este reinado no está en competencia con los reinos de este 
mundo. No se puede hablar del reino de Dios limitándolo frente a otros 
reinos; por ejemplo, frente al imperio romano o frente a Francia, o 
frente al imperio alemán. El reino de Dios no se extiende de forma que 
choque en las fronteras de los reinos mundanos y presione o ponga en 
peligro sus límites. No coincide con ningún reino terrestre y atraviesa 
todos los reinos de la tierra. Su límite es la resistencia que la 
autonomía del hombre opone a la gloria de Dios. Acertadamente 
describe el reino de Dios Stanislus von Dunin-Burkowski (Die Kirche als 
Stiftung lesu, en: Esser-Mausbach, Religion, Christentum, Kirche, 1923 
S.~ edic., 10), cuando dice: "La nueva época de gracia y de salvación 
mesiánica que Jesús llama reino de los cielos no es en su boca una 
magnitud abstracta; no alude a una época, como nosotros hablamos 
de la época de los faraones, del tiempo de Inocencio III o de la época 
de Luis XIV y del Corso. El reino de Dios no es un territorio, sino un 
imperio; un dominio gracioso de Dios sobre el pensar, querer y sentir 
del hombre; es un don de Dios, salvación, pero no puramente invisible, 
pues se manifiesta en las grandes acciones de gracia de Dios, en el 
reconocimiento del Señor y de su Ungido, en la vida de una comunidad 
de fieles y de santos. Pero también plantea exigencias a los hombres. 
Es una tarea que tienen que cumplir: entrar e incorporarse al reino 
cuyo yugo toman sobre sí con sometimiento y entrega. El reino de Dios 
abarca la tierra y el cielo, el presente y un eterno futuro, la aparición 
del Ungido visible para todos y su gloriosa vuelta. El reino de Dios es 
una magnitud unitaria y en todas sus manifestaciones se refleja toda la 
salvación aparecida en Jesucristo y enviada por el Padre a la 
humanidad. Es descrito como un estado en el que entran los hombres 
y del que pueden gozar eternamente." 
El evangelista San Mateo, que escribe sobre todo para lectores 
judíos, habla del reino de los cielos (33 veces) más que del reino de 
Dios; cierto que por la típica consideración judía de tener miedo a usar 
el nombre de Dios. Sin embargo, también él usa tres veces la expresión 
reino de Dios (12, 28; 21, 31. 43; probablemente también en 6, 33; y tal 
vez en 19, 24). En esa denominación el reino de Dios es caracterizado 
como un reino bajado del cielo, como el imperio del que está en el 
cielo, de quien es distinto del mundo y está elevado sobre él, de quien 
no erige su reinado con los medios de poder de este mundo, sino con 
el amor sacrificado de su Hijo hecho Hombre. 
También encontramos la expresión reino del Padre (Mt. 13, 43; 26, 
29; 25, 34; 6, 10; Lc. 12, 32). El Dios cuyo reino proclama Cristo es el 
Padre, el Padre de Jesucristo y nuestro Padre. No es el imperio de un 
tirano que se levanta sobre la humanidad esclavizada, sino el dominio 
de quien quiere dar parte en su gloria con graciosa indulgencia a los 
dominados por El. El Padre erige su reinado en el mundo por medio de 
su Hijo encarnado. Este es el realizador de la idea y plan paternos del 
reino. El cumple la voluntad paterna de imperio en el Espíritu Santo, 
cuya plenitud le es propia (Is. 11, 1 y sigs.). También se habla del reino 
de Cristo (Mt. 16, 28; Lc. 22, 29; 23, 42; lo. 18, 36; Eph. 5, 5; Col. 1, 
13; Heb. 1, 8; ll Pet. 1, 11). Este está al servicio del reino del Padre y 
terminará cuando el Padre sea todo en todas las cosas (I Cor. 15, 28). 
Así se revela la forma trinitaria fundamental del reino. 
A menudo se habla también del reino sin ningún añadido que lo 
especifique. También en esta caracterización abreviada es indudable 
que se alude al reino de Dios (Mt. 4, 23; 9, 5; 13, 19- 24 14; 8, 12; 13, 
38; Hebr. 11, 33; 12, 28; lac. 2, 5; Apoc. 20, 25).

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 87 s.

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3. RD/PRESENTE-Y-FUTURO
Si consideramos en su conjunto las afirmaciones de Jesús acerca 
del reino de Dios, debemos retener: Jesús cuenta con el reino de Dios 
como con algo futuro, pero sostiene al mismo tiempo su presente: ora 
"venga a nosotros tu reino", pero exclama también: "ha llegado ya a 
vosotros el reino de Dios". La investigación sobre los evangelios ha 
intentado muchas veces resolver este paralelismo (ilógico a primera 
vista), y hacer valer como auténticas y válidas sólo las aseveraciones 
referidas al presente o bien las referidas al futuro. Pero tales intentos 
han fracasado. La crítica histórica debe reconocer: precisamente este 
paralelo es lo característico de Jesús. ¿Cómo debemos entenderlo? 
1. Jesús no empequeñece la promesa, no se satisface con su 
cumplimiento parcial, la esperanza no se reduce al ámbito de lo 
individual; tampoco se interioriza. Las aseveraciones futuras precisan 
de manera realista que Dios no es todo en todo, y toman la promesa al 
pie de la letra; se toman muy en serio esto de que el reino de Dios 
significa la salvación de toda la creación.
2. El que espera el reino de Dios sólo para el futuro desvaloriza el 
presente: allí donde la salvación se ve sólo como algo futuro, el 
presente es tiempo perdido sin remedio, tiempo de espera, de 
maldición del mundo, o quizás tiempo de una seguridad rabiosa acerca 
de la salvación futura. Las afirmaciones del reino de Dios referidas al 
presente anulan esta separación de presente y futuro; Jesús borra 
esta frontera y dice que el presente es lugar de salvación, es "una 
parte integrante de la época de salvación", "un inicio plenamente válido 
de todo el futuro" por cuanto se abre a la proclamación hecha por 
Jesús.
3. En la dialéctica de las afirmaciones de presente y de futuro, la 
fuerza creadora de la promesa ilimitada queda unida al presente: ¡la 
salvación y la vida se ganan o se pierden ahora! El reino de Dios, del 
que habla Jesús, es una magnitud dinámica iniciada ya ahora, todavía 
no concluida, y por ello todavía amenazada (Mt 11,12); se realiza en la 
actividad de Jesús y en su continuación. Pero una "escatología que se 
realiza" debe hablar del presente y del futuro del reino de Dios.
4. El aspecto dominante es la actualidad del reino ya ahora, que 
merece toda la atención. Juan el Bautista había anunciado la 
proximidad del día del juicio, que el Dios juez ya llamaba a la puerta. 
Jesús aparece como profeta de salvación; más que esto aún: su 
segura afirmación de que "el nuevo tiempo de salvación ya ha 
comenzado" no tiene nada análogo, proclama que Dios está ahora 
presente como Dios de bondad. ¡Ha llegado la hora del amor de Dios, 
un tiempo escatológico de gozo!

ECKART-OTT
FIESTA Y GOZO. Págs. 137-139

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4.
Vivimos un tiempo dramático y fascinador 
Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras 
por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad 
material y de sumergirse cada vez más en el materialismo 
consumístico, por otro manifiestan la angustiosa búsqueda del sentido, 
la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y 
modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas 
impregnadas de religiosidad, sino también en las sociedades 
secularizadas, se busca la dimensión espiritual de la vida como 
antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del «retorno 
religioso» no carece de ambigüedad, pero también encierra una 
invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer 
a la humanidad: en Cristo, que se proclama «el camino, la verdad y la 
vida» (Jn 14, 6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios, para la 
oración, la ascesis, el descubrimiento del sentido de la vida. También 
éste es un areópago que hay que evangelizar.

JUAN PABLO II, RM, 38

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5. RD/UTOPIAS
La cultura occidental produjo, en los cuatro últimos siglos, casi un 
millar de utopías. La mayor parte de las veces fueron utopías escritas, 
pero hubo también intentos de realización práctica, desde las 
reducciones jesuíticas del Paraguay hasta los kibbutzim israelitas, sin 
olvidar ese gigantesco experimento de organización social que fue el 
colectivismo marxista. (...) 
Desgraciadamente todos esos modelos utópicos, sin excepción, 
fracasaron y hoy -tras el derrumbe del colectivismo- carecemos de 
modelos alternativos de organización de la sociedad. (...) 
Por eso hoy me parece más necesario que nunca que los cristianos 
recuperemos eso que Metz llamó «reserva escatológica». Porque 
sabemos distinguir entre las «pequeñas esperanzas» y la «gran 
esperanza» (como decía Barth), o entre lo «penúltimo» y lo «último» 
(como decía Bonhoffer), nos parece ridículo que millares de 
anabaptistas creyeran seriamente que la Nueva Jerusalén estaba a 
punto de revelarse en la ciudad de Münster en el siglo XVI, o que se 
pueda haber dicho que el Estado prusiano era la meta de la dialéctica 
de la filosofía de la historia de Hegel, o que Ernst ·Bloch-E proclamara 
su famoso «Ubi Lenin, ibi Jerusalem» y últimamente Fukuyama haya 
anunciado «el fin de la historia». Hayamos llegado dondequiera que 
sea, sabemos que «eso» no es todavía el Reino de Dios. Nosotros 
tenemos «promesas mejores» (Heb 8, 6) y pensamos que cualquier 
descanso anterior al eterno será siempre prematuro.

L. GONZÁLEZ CARVAJAL, en VN, de 1-8-92

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6. RBA-HMANA/RD 
Reino de Dios y responsabilidad humana 
La palabra del reino de Dios es también una palabra de 
responsabilidad última. El reino de Dios aparecido en Cristo exige que 
el hombre se le someta incondicionalmente. El cuidado de entrar en el 
reino de Dios tiene que ser el primer cuidado del hombre. Todo otro 
cuidado debe pasar a segundo lugar. Denuncia una mentalidad 
pagana, es decir, perdida en el mundo, el hecho de anteponer el 
cuidado del vestido y de la casa, del comer y del beber al cuidado del 
reino de Dios (/Mt/06/29). Cierto que el hombre no logrará con todos 
sus esfuerzos violentar el reino de Dios. Es regalo de Dios. Es gracia. 
Que luzca como una luz en las tinieblas hay que agradecerlo a la 
misericordia de Dios. Es el consejo amoroso del Padre lo que crea el 
reino (Lc. 12, 32). Que Dios se haga Señor en la historia y someta a 
los hombres a su reino es pura misericordia de Dios con la rebelde 
voluntad humana, con la voluntad del hombre que no sabe qué es lo 
que le sirve para salvarse y que desearía crear por sí mismo lo que 
sólo puede recibir como regalo: su salvación (Lc. 22, 29; I Thess. 2, 12; 
II Thess. 1-5; Col. 1-13; Il Tim. 4, 18; Sant. 2, 5). Dios lo da con bondad 
incondicional. El hombre lo acepta como un niño (Mc. 10, 15). Aunque 
soporte el calor y el peso del día no puede merecerlo (Mt. 20, 1-16). 
Sin embargo, el hombre sigue siendo responsable de participar en el 
reino de Dios. El hombre se hace partícipe del reino de Dios instaurado 
por Cris¿o mediante la fe y la conversión (Mc. 1, 16; Lc. 13, 1-4). En la 
fe, que implica una transformación del pensar y querer, el hombre se 
agarra a Cristo y así unido con El es incorporado a la relación en que 
Cristo está con Dios. 
RD/EXIGENCIA: El reino de Dios plantea grandes exigencias a los 
hombres. Sólo quien usa la violencia se apodera de su reino (Lc. 16, 
16). Sólo quien lo estima más que a todas las cosas y lo busca sobre 
todo lo alcanzará (/Mt/06/33; /Mt/13/14-52; Lc. 12-31). Sólo quienes 
tienen hambre de justicia, quienes son limpios de corazón, quienes 
fundan la paz, los pobres y tristes, es decir, los no aprisionados en la 
gloria de este mundo (Mt. 5-7), puede entrar en el reino de Dios. La 
entrada en el reino de Dios significa para los hombres una decisión 
radical por Cristo (Mc. 8, 34-38; Lc. 14, 26), que es rey porque da 
testimonio de la verdad contra el príncipe de este mundo, que es el 
padre de la mentira (Jn 8, 44), porque da testimonio de la vida 
regalada por Dios contra el imperio de Mammón, del placer y del poder 
terrestre (1 Jn 2, 15-17; Mt. 6, 24, y Lc. 16-13). Esta decisión es cosa 
de prudencia. "¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se 
sienta primero y calcula los gastos a ver si tiene para terminarla? No 
sea que echados los cimientos y no pudiendo acabarla todos cuantos 
lo vean comiencen a burlarse de él diciendo: Este hombre comenzó a 
edificar y no pudo acabar. O ¿qué rey saliendo a campaña para 
guerrear con otro rey, no considera primero y delibera si puede hacer 
frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?" (Lc. 14, 
28-31). La decisión no permite términos medios ni excusas (Mt. 6, 24; 
8, 21; Lc. 9, 59; 16, 13). Quien ha puesto una vez la mano sobre el 
arado y vuelve la vista atrás no es apto para el reino de Dios (Lc. 9, 
62). Por amor al reino de Dios el hombre tiene que estar dispuesto a 
abandonar todo lo demás si se le exige (Mt. 13, 4446; 22, 1-5; 6, 
19-21. 15-34; Mc. 8, 34-38, 10, 23-29). Sólo quien acomete tan 
radicales decisiones participará de la vida eterna que está unida al 
reino de Dios. Sólo él participará de la gloria, del señorío de Dios (Mc. 
9, 43-47; 10, 17. 24. 37, Mt. 6, 33 18, 9; 20, 21; Apoc. 10, 1; I Thess. 2, 
12). Sólo él alcanza paz y alegría en el Espíritu Santo (Rom. 14, 17). 
Quien no se somete al reino de Dios permanece bajo el imperio del 
pecado y de los demonios, de las tinieblas y de la mentira (Apoc. 12. 
10; 1 Cor. 4, 20). Permanece bajo la justicia. Será rechazado como fue 
rechazado el pueblo de Israel (Mt. 21, 28-44; Rom. 9). El reino de Dios, 
reino de amor salvador destinado a su salvación, se le convertirá en 
justicia (lo. 3, 17). En cambio, quien renuncie a su orgullo abrirá al 
reino de Dios una entrada en el mundo en el lugar en que esté. Quien 
sirve a la verdad y al amor hace que el reino de Dios venga a este 
mundo.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 114 ss.)

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7.
El Reino de Dios 
Según Marcos, Mateo y Lucas, permanece siempre en Galilea 
recorriendo pueblos y aldeas en todas direcciones. Leyendo el cuarto 
Evangelio se le ve, en ocasiones dadas, en Jerusalén. Lo importante 
es captar el sentido que Jesús da a su misión durante este período, y 
esto sí lo testimonian con claridad los Evangelios. Marcos lo dice así: 
«Después del encarcelamiento de Juan Bautista, Jesús se vuelve a 
Galilea y proclama la Buena Noticia de Dios, diciendo: "Se ha cumplido 
el plazo y el Reino de Dios ya está aquí; cambiad vuestros corazones y 
vinculaos a la Buena Noticia"» (Mc/01/14-15).
Jesús tomó este término «Reino de Dios» en primer lugar porque 
correspondía a lo que el pueblo esperaba febrilmente; ¿cómo podía 
darse a entender sin emplear las palabras que eran portadoras de 
esperanza? Un Reino, lo que evocaba claramente la grandeza de los 
tiempos pasados, pero un Reino de justicia y de paz, como el que 
habían anunciado los profetas. La afirmación de Jesús es que El 
realiza la promesa que Dios hizo a su pueblo: ¡qué carga de 
resonancias debía tener esta Buena Noticia... ! Anunciar un Reino es 
lanzar una llamada dirigida no sólo a un cambio personal, sino a una 
renovación total de los hombres y de la sociedad construida por ellos: 
el orden social tendría que transformarse por completo para dejar 
espacio al «universo nuevo de Dios». Todos y cada uno reciben la 
invitación de participar con todos los demás en esta transformación. 
Pero se trata del Reino «de Dios»: Dios mismo se inserta en este 
mundo para hacerle nuevo; su presencia, su vida, su amor son las 
fuerzas dinamizadoras que lo van a renovar todo, si los hombres 
consienten en vivir de ellas. Entrar en el «movimiento» del Reino de 
Dios no es dedicarse a soñar en otro mundo «de alguna otra parte» 
que cada cual conseguirá individualmente después de su muerte, sino, 
por el contrario, acoger, desde ahora mismo, este anuncio formidable: 
Dios está aquí, con el poder de su amor, para renovar totalmente este 
mundo: es la levadura que va a hacer fermentar toda la masa, es el 
manantial del que brotará una floración infinita, la certeza de una 
felicidad constantemente renovada para todos los hombres. 
Esta es la Buena Noticia del Reino, de la que Jesús irá haciendo 
traducciones concretas con su palabra y sus actos: embriagado por 
este mensaje, Jesús habla por todas partes, en las sinagogas, en 
pleno campo, al borde del lago. 
La llamada de Jesús se parece a la de Juan: acaba de empezar una 
era nueva, urgentemente cada cual debe corresponder a la nueva era 
cambiando su manera de vivir y acogiendo el Reino de Dios tan 
inmediatamente cercano. El aspecto nuevo reside precisamente en esa 
proximidad del Reino de Dios; por fin ya está ahí: ha comenzado el final 
del viejo mundo. Por tanto es la hora en que cada cual debe decidir. 
Esta urgencia queda constantemente subrayada: hay que hacerse libre 
para acoger la renovación; nada debe retener a quien ha escuchado la 
llamada, ya no cuentan ni las riquezas, ni la situación, ni los afectos, ni 
los pecados, ni el desprecio que los demás nos tengan. Todo el mundo 
puede volver a comenzar desde cero; no hay pasado; la fuerza de Dios 
se ofrece con toda seguridad a todos: todo puede cambiar 
radicalmente.

ALAIN PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7. SAL TERRAE
SANTANDER-1979.Págs. 47-48

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