LA PROVIDENCIA

 

1. PROVI/SEGURIDAD
Providencia de Dios y seguridad del hombre según el NT
De las palabras de Cristo anteriormente citadas se deduce que la 
revelación de la Providencia de Dios no debe ser confundida con la 
promesa de una vida sin preocupaciones ni cuidados. El Dios 
providencial de que habla Cristo no es el "buen Dios" de las 
representaciones infantiles; no se puede comparar con un padre 
terreno, bonachón y condescendiente, que tarde o temprano 
condesciende con todos los deseos y caprichos del hijo. Dios es el 
Padre, pero es también el Señor. Es las dos cosas a la vez. Dios es el 
Padre que quiere conducir a sus hijos a la gloria y el cual, por eso, 
tiene que librarlos del mal, mediante dolores y penalidades. Y Dios es 
el Señor que, por amor paternal, manda a los hombres que suban por 
los difíciles y duros caminos que conducen a la grandeza. La intención 
de Dios no es preparar para el hombre una vida cómoda y fácil, sino 
proporcionarle la perfección. La Providencia divina tiende, pues, a 
asegurar y fomentar el Reino de Dios, es decir, el señorío divino entre 
los hombres. La clave que nos permite comprender el sentido de las 
enseñanzas de Cristo sobre la Providencia es la siguiente frase: 
"Buscad, pues, primero el reino y su justicia y todo lo demás se os 
dará por añadidura" (/Mt/06/33).
El Reino de Dios es el sentido final de todos los caminos de lo 
Providencia divina. Cristo comienza su predicación asegurando que el 
Reinado de Dios está ya cerca (Mt. 4, 17). El señorío de Dios sobre 
los hombres se ejercerá desde ahora en adelante de un modo nuevo, 
distinto del anterior. Dios ordena la vida y las vivencias de los hombres 
de un modo distinto del anterior. El Reino de Dios aparece en el 
momento en que Dios establece un nuevo comienzo en el mundo y en 
la humanidad. Cristo es este nuevo comienzo o principio. En Cristo ha 
llegado la soberanía de Dios. Mediante Cristo, la Creación entera ha 
de ser sometida al dominio de Dios. La soberanía de Dios erigida en la 
Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo ha de abarcar a todos los 
hombres, hasta que Dios sea todo en todo, alcanzando de este modo 
la soberanía de Dios su forma definitiva.
Dios domina en el hombre cuando éste por amor se somete a su 
voluntad. se manifiesta en la sordera espiritual que se resiste a oir la 
voz de Dios, en la debilidad ante la persecución, en la pasión con que 
se codician los bienes naturales. Todo el desarrollo del mundo tiende 
a asegurar la victoria decisiva del Reino de Dios. Esta victoria tendrá 
lugar el día del Juicio, cuando los buenos sean separados de los 
malos. Hasta que llegue este día, la Historia no transcurrirá de tal 
modo que el bien irá haciéndose cada vez más fuerte, mientras que el 
mal irá perdiendo poderío y fuerzas, sino en un movimiento 
ondulatorio. Más aún, en los días finales, el mal desarrollará una vez 
más toda su fuerza. Pero en el momento en que la oscuridad del 
pecado haya alcanzado la mayor intensidad y cuando la noche de la 
desesperación haya alcanzado el supremo grado de tenebrosidad, 
Cristo aparecerá de nuevo y erigirá definitivamente el señorío de Dlos. 
Será un estado en el cual el amor de Dios no se ocultará tras el velo 
de lo terreno, sino que resplandecerá con luz deslumbrante. Con los 
ojos de la esperanza dirigidos hacia este estado ora San Juan en 
nombre de la Iglesia entera: "Ven, Señor Jesús" (Apoc. 22, 20). Toda 
la Historia se halla en movimiento hacia El. La Providencia de Dios es, 
pues, una actividad escatológica. Con ello no queremos decir que Dios 
no se cuide de los destinos del hombre en este mundo; sólo afirmamos 
que la medida y norma de la Providencia divina se hallan en la 
escatología.
En definitiva, Dios es el que ordena y rige la vida de los pueblos, de 
la Iglesia y de cada uno de los hombres, en lo que se refiere al 
conjunto y en lo que se refiere a los acontecimientos cotidianos. Pero 
la actividad de Dios se realiza de tal modo que el universo y los seres 
particulares adquieren la forma que les ha señalado la voluntad de 
Dios. Al hombre que con todas sus fuerzas busca el Reino de Dios, 
Dios le da todo lo que necesita. Ahora bien, el hombre mismo no sabe 
lo que necesita. En definitiva, sólo Dios lo sabe.
Cuando en la Escritura se habla de comida, bebida y vestido, se 
indican con ello no sólo las cosas necesarias para la vida natural, sino 
también, y sobre todo, lo que el hombre necesita para realizar su 
perfección final. En qué consista esto, es un asunto que el hombre 
mismo no puede decidir. "La Providencia no significa necesariamente 
bienestar y éxito; Dios puede enviar fracasos y privaciones. No 
significa necesariamente que el trabajo ha de producir frutos ni que 
todo ha de estar en orden en las relaciones humanas; las más bellas 
cosas pueden quebrarse, y es posible que las preguntas relativas al 
"por qué" y "para qué" queden siempre sin respuesta. En cuanto a 
esto, no podemos emitir un juicio definitivo. De lo que exactamente se 
trata, es del progreso del Reino de Dios y del progreso del hombre en 
El; con respecto a ese Reino, la salud, la propiedad, el éxito, los 
medios todos, pueden ser traba y obstáculo; y lo que el hombre llama 
desgracia, puede producir lo mismo utilidad que perjuicio. E1 que cree 
en la Providencia, se pierde con su fe en el misterio de Dios" (R. 
Guardini).
La Providencia, pues, no aporta al hombre la posesión segura de 
las cosas de este mundo. Al contrario, le deja en la inseguridad. Pero 
en medio de esta inseguridad, el hombre experimenta la protección 
por parte del poder providencial divino (Rom. 8, 28-39). Viceversa, las 
seguridades inmanentes que se crea el hombre no constituyen una 
verdadera seguridad, pues pueden derrumbarse en cualquier 
momento; si Dios lo quiere así; más aún, hasta puede suceder que 
Dios tenga que derrumbarlas, para que no sean un obstáculo a la 
Salvación. Los caminos de la Providencia se mueven en medio de la 
oscuridad, están dentro del misterio de la Salvación. Nosotros sólo 
podemos afirmar la Providencia en un acto de fe, no en actos de 
visión. Sólo de cuando en cuando nos es permitido echar una ojeada 
en su misterio, de modo que podemos presentirlo y percibirlo 
oscuramente, por ejemplo, "cuando del complejo tejido de encuentros 
humanos surge repentinamente no presentido, o viceversa, cuando un 
imprevisto obstáculo de nuestros planes contribuye a la realizaci6n de 
un plan superior, en el cual quedan incluidas y se cumplen todas 
nuestras esperanzas. Sentimos cómo repentinamente otras manos se 
colocan sobre las nuestras, manos invisibles colman las nuestras de 
dones, que no podíamos esperar recibir, y que nos hacen posibles 
nuevas perspectivas y planes. O esas mismas manos nos arrancan de 
las nuestras bienes queridos, posibilidades, ocasiones, que 
constituían el contenido de nuestra vida; y más tarde tenemos que 
reconocer que si hubiéramos podido retener esas posibilidades las 
hubiéramos empleado en detrimento nuestro" (H. Ed. Hengstenberg, 
Von der gottlichen Vorsehung, 1940, 20 y siguiente).

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA II
DIOS CREADOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 160 ss

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3. 
Finalidad de la Providencia divina. PLAN-DE-D/FATALISMO
"La finalidad del gobierno divino del mundo se realizará 
infaliblemente. Pero nosotros no conocemos sus caminos. La historia 
humana y la de la Naturaleza se mueven hacia la meta final que les ha 
sido señalada, a pesar de los obstáculos que puede oponer la 
voluntad libre de la criatura, por laberintos y escarpadas subidas, a 
través de catástrofes y nuevos caminos. La Sagrada Escritura llama al 
diablo "señor de este mundo", pero también él se halla bajo el dominio 
de Dios. Y hasta el diablo es un instrumento en las manos de Dios, y 
quiéralo o no, tiene que estar al servicio de los planes de Dios. El plan 
divino del mundo no se halla bajo el dominio de una fatalidad 
irrevocable, a la cual Dios estuviese sometido, ni bajo el dominio de 
una ley que Dios tuviese que cumplir. Es un plan libre, creado 
libremente por Dios. La Sagrada Escritura nos dice: "Tú, en efecto, 
ejecutas las hazañas, las antiguas, las siguientes, las de ahora, las 
que vendrán" (Judith 9, 5). "Yo anuncio desde el principio lo por venir, 
y de antemano lo que no se ha hecho. Yo digo: Mis designios se 
realizan, y cumplo toda mi voluntad. Yo llamo del Levante al ave de 
presa, de lejana tierra al hombre de mi consejo. Como lo he dicho, así 
lo haré; lo he dispuesto y lo cumpliré" (Is. 46, 8-11).

El fatalismo.
En la época de los Santos Padres se condena con severidad la 
superstición astrológica (San Gregorio de Nisa. Diodoro de Tarso, San 
Agustín y otros). Las estrellas no son más poderosas que Dios, la luz 
de Dios luce por encima de todas ellas. Esto no se opone a la opinión 
según la cual entre los movimientos de los astros y los destinos 
humanos existe cierta ligera relación (125 129). Dada la intima relaci6n 
que media entre el hombre y el cosmos, se puede considerar como 
bastante probable tal relación. Como quiera que todo es regido y 
gobernado por Dios, no se da la casualidad absoluta. Debido al 
hecho de que no conocemos el plan divino del mundo, existe la 
casualidad en el sentido de que un acontecimiento puede tener lugar 
de un modo inesperado e imprevisto. 
A pesar de su inmutabilidad, el plan divino del mundo es totalmente 
distinto de la irrevocable regularidad de la Naturaleza con su 
concatenación de causas y efectos, y se distingue también de la 
inexorable fatalidad. La fatalidad es ciega, ante ella el hombre sólo 
puede adoptar una actitud de heroica desesperación. El que cree en 
la Providencia sabe que los destinos de su vida están en la mano del 
Padre Eterno, bondadoso, omnipotente y amante, que conduce todo 
hacia la Salvación, aun a través de penalidades y sufrimientos. Dios, 
que es amor, rige los destinos del hombre con mano fuerte y 
bondadosa. Allí la vida no va abocada a una catástrofe, sino a la 
perfección de la riqueza divina. La muerte es el fin de una existencia 
de penuria y pobreza, y el comienzo de una vida rica y pletórica.

El quehacer del hombre. PROVI/TRABAJO-HUMANO
La inmutabilidad de la Providencia divina no paraliza la actividad 
humana en el sentido de que "Dios se encargará de hacerlo". 
Tampoco debe ser considerada como una especie de aparato que 
funcionase mejor o peor ni como un seguro contra peligros e 
imprevisibles sorpresas, de modo que con ella quedasen excluidos los 
riesgos y dejasen de ser necesarios o posibles las grandes 
decisiones. La fe en la Providencia no es un almohadón sobre el cual 
pueda uno inclinar la cabeza para dormir bonitamente.
La doctrina de la Providencia significa más bien lo siguiente: El 
mundo no está solamente regido por las leyes físicas y psicológicas 
constatadas por la ciencia ni por las imposiciones y dictados de 
inescrutables potencias existenciales. Todo lo que sucede, sólo 
sucede porque así lo quiere el Amor incomprensible, mejor dicho, el 
Amante eterno, o para expresarnos con más precisión, el Amor en 
persona. En cada uno de los acontecimientos nos mira ese Amor, se 
acerca a nosotros, nos atrae hacia sí. Las cosas y los hombres con 
quienes tenemos que tratar no están ahí porque así lo quiere una 
misteriosa arbitrariedad o la casualidad destructora. En un mundo en 
que no gobernase la Providencia divina, podría existir un orden, pero 
un orden que con absoluta indiferencia se impondría, sin cuidarse de 
la suerte de los particulares, del mismo modo que las estrellas nos 
miran frías y mudas desde lo alto, o como el mar que vuelve a 
recobrar su impávido silencio después que ha hundido a un buque en 
sus abismos.
En el mundo gobernado por la Providencia, no hay suceso alguno, 
aun el más mínimo e insignificante, que no estuviese orientado hacia 
el bien del hombre, no hay situación existencial alguna que no haya 
sido querida por el Amor personal. En todo y en todas las cosas, el 
hombre contempla el semblante del Amor. El que cree en la 
Providencia puede alcanzar un estado de continua conformidad con el 
Amor personal y divino, aun en medio de los acontecimientos 
cotidianos. Esos acontecimientos adquieren de este modo un aspecto 
extraordinario vienen de más allá de lo cotidiano y vuelven allá. En 
este encuentro con Dios, que se realiza de distinta manera en cada 
uno de los hombres, el mundo queda transformado, se renueva. Todo 
se convierte en motivo, ocasión y exigencia a ponerse de acuerdo con 
Dios.
He aquí lo que escribe ·Guardini-R sobre la fuerza de 
transformación de la Providencia divina: 
"El (el mundo) se hace vivo. Pero no con una vitalidad fantástica, no 
es un mundo de cuento y fábula en el cual sucediesen cosas 
extraordinarias y que deja de existir tan pronto como hay que 
enfrentarse con la gravedad de lo real. Providencia no quiere decir 
que el mundo quede despojado de su dureza. El mundo sigue siendo 
tal como es. Pero Providencia quiere decir que el mundo, con todas 
sus necesidades y sus hechos, no es un recinto cerrado, sino que 
está al servicio de un pensamiento que es superior a él. Las leyes de 
la materia muerta no dejan de existir cuando la vida se apodera de 
ella; como tampoco las del crecimiento corporal cuando el corazón y 
el espíritu erigen su mundo en el hombre. Siguen subsistiendo, pero 
quedan sometidas al servicio de una finalidad superior. EI que ve esta 
realidad superior, ve también el servicio que aquellas fuerzas y leyes 
prestan en ella. Providencia significa que todo en el mundo conserva 
su esencia y su realidad; pero éstas sirven a una realidad infinitamente 
superior al mundo: a la voluntad amorosa de Dios. Este amor a sus 
criaturas, que ha convertido en hijos suyos, es un amor vivo, como el 
amor de un hombre que ama. Le sigue y acompaña en su desarrollo, 
en todos sus caminos, en su actividad siempre nueva y personal, en 
sus decisiones. Así es el amor de Dios al hombre, siempre vivo y 
nuevo... De vez en cuando abarca el mundo entero, lo presente y lo 
que ha sido, el ser y el acontecer, todo lo resume en el instante y lo 
dirige hacia los hijos de Dios. De este modo, el mundo se renueva en 
cada instante. Cada uno de los instantes sólo existe una vez. No ha 
sido antes y no volverá a ser. Surge de la eternidad amorosa de Dios, 
recoge en sí mismo todo el ser y el devenir, y lo orienta hacia los hijos 
de Dios. Todo lo que sucede viene de Dios, desde su amor hacia mí. 
Es una voz que me llama. Es una voz que exige algo de mí. Allí he de 
vivir, y obrar, y crecer, y llegar a ser lo que debo ser según la voluntad 
de Dios. Y siempre de nuevo, el mundo ha de llegar a ser allí lo que 
sólo puede llegar a ser mediante el hombre, mejor dicho, mediante mi 
yo mismo."

Resulta, pues, que la Providencia es para el hombre una incesante 
tarea. Dios obra en la vida del hombre, llamándole para que suba 
hasta El. Dios habla al espíritu humano, incitándole a que obre 
autónomamente. La Providencia implica, pues, la respuesta del 
hombre a la llamada divina. Como quiera que Dios puede penetrar 
hasta en la más recóndita interioridad del hombre, no hay nada ni 
nadie que pueda incitar al hombre a desarrollar una actividad de 
mayor intensidad. Por consiguiente, la inmutabilidad de la Providencia 
divina no hace superflua la propia actividad del hombre, al contrario, 
es ella la que le comunica sentido, fuerza, confianza y orientación.

ORA/PETICION: La Providencia no hace superflua la oración de 
petición. Según el plan providencial de Dios, hay muchas cosas que 
sólo se nos concederán si las pedimos, no porque nuestras peticiones 
pudiesen influenciar terminantemente las decisiones divinas, sino 
porque Dios quiere que mediante la oración reconozcamos su 
soberanía y confirmemos nuestra confianza. La "oración de petición" 
no significa que es necesario decir a Dios lo que necesitamos, ni que 
con nuestras peticiones podamos moverle a concedernos lo que sin 
ellas no nos hubiese concedido. Lo importante en la oración no son 
las palabras mismas, el que éstas sean bellas o numerosas. La 
oración es el medio de que nos servimos para rogar a Dios que haga 
que todo el mundo esté al servicio de su amor, que todo sirva para 
nuestra Salud, que en todo nuestra voluntad esté en conformidad con 
la suya, que todas las cosas se conviertan en mensajeros e 
instrumentos de su actividad redentora, que crezca en nosotros su 
amor, que entre El y nosotros no domine la relación natural de causa y 
efecto, sino la relación viva que se establece entre el yo y el tú. Esta 
actitud de absoluto abandono en las manos de Dios es sólo posible a 
condición de tener la garantía de que Dios se cuida de nosotros. Esta 
garantía nos la ofrece la creencia en la Providencia divina, pues la fe 
nos asegura que Dios es nuestro padre. La Revelación natural no nos 
dice nada de esto, nos lo revela la Revelación sobrenatural, de una 
manera especialmente eficaz en Cristo, que es el signo visible de la 
Providencia divina.

La Providencia y el mal. MAL/PROVIDENCIA PROVI/MAL:
También los males se hallan bajo el dominio del Gobierno divino del 
mundo.
a) Los males naturales son de por sí aspectos naturales del mundo 
creado. Lo finito, por ser finito, se gasta y agota en el transcurso de su 
desarrollo. No puede negar su cercanía a la nada, y, por tanto, a la 
muerte y la ruina. Además, dondequiera que hay orden, encontramos 
también la prelación y subordinación, lo uno sirve a lo otro, es decir, 
esto es usado y gastado por aquello. La muerte de lo uno sirve a la 
vida de lo otro. El dolor del particular está al servicio de la totalidad. 
Dios quería un mundo estratificado, es decir, un cosmos y no un caos, 
por eso su divina voluntad creadora ha querido también los males. 
Pero Dios no quiere los males de por sí y en cuanto tales, sino en 
cuanto que eL mal del particular puede servir para la Salvación de la 
totalidad o en cuanto que un mal dado puede ser condición y 
fundamento de una existencia superior de la criatura afectada por el 
mal.
Como veremos en el capítulo sobre el estado original, el hombre 
habría de ser librado de la muerte y del mal mediante una intervención 
especial de Dios. También sobre el resto de la Creación hubiera 
recaído un resplandor de este singular privilegio. A causa del pecado, 
el hombre perdió ese privilegio. Por eso hay que atribuir al pecado la 
actualización efectiva del dolor, que de por sí se deriva del ser finito y 
creado del mundo. La muerte y el dolor son expresión de la lejanía de 
Dios. Si la muerte ha seguido siendo signo de esa lejanía de Dios, con 
respecto al dolor conviene decir lo siguiente: En de la Iglesia y de los 
miembros de la Iglesia se consuma el dolor de Cristo. Lo mismo que la 
Iglesia es la consumación de Cristo, así también la cruz de Cristo 
encuentra su consumación en la cruz de la Iglesia. El dolor 
acompañará a la Humanidad hasta el momento en que aparezca la 
plena gloria de Cristo. Opera en el tiempo entre la Resurrección y la 
segunda venida: 1) a modo de revelación del Dios santo y del hombre 
pecador, 2) como recuerdo de los horrores a que estaba sometida la 
Humanidad antes de Cristo; 3) a modo de llamada con que Dios nos 
excita a esforzarnos en el presente y nos advierte las terribles 
posibilidades del futuro.
En lo concerniente al primer y tercer punto arriba indicado, conviene 
decir que en el bautismo el cristiano es elevado a una esfera de vida 
superior, a la esfera del yo personal de Cristo (Rom. 6, 2-12; Gal. 2, 
20). Cristo es el fundamento de la existencia de los bautizados. Pero el 
antiguo principio, la perdición del mundo y del yo, siguen operando. El 
dolor es una ocasión creada por Dios, mediante la cual nos excita a 
que nos emancipemos del egoísmo personal y superemos los 
atractivos del mundo. Poco a poco ha de ir pereciendo nuestro 
egoísmo hasta que mediante el dolor de la muerte quedemos 
completamente libres del amor propio y del amor al mundo, a fin de 
que nuestra vida se convierta en una existencia completamente 
compenetrada por el amor divino.
Entonces aparecerá con toda claridad que el dolor queda 
internamente superado cuando lo aceptamos abnegadamente por 
amor a Dios y al prójimo (actividad en el amor), no aceptándolo 
pasivamente, como hacen los budistas o los estoicos, ni huyendo de 
él. No pierde, pues, nada de su dureza. Pero adquiere un sentido 
nuevo. Puede ser soportado gracias al amor. El que sufre se coloca 
en un lugar, por decirlo así, desde el cual puede dominar su propio 
dolor. En la unión con Cristo, dirigiendo la mirada hacia la cruz de 
Cristo del pasado y hacia la gloria del futuro se hace soportable el 
dolor presente. Mediante la fe adquiere la seguridad de que el punto 
de gravitación de la vida se halla en el futuro, más allá de la muerte. El 
prototipo y cifra de la verdadera vida es el Cristo glorificado. Esta 
seguridad le proporciona al hombre la norma con que puede valorar 
debidamente el dolor, y le ayuda a hacerse dueño de él.

CZ/RV RV/AUSENCIA-D Como quiera que Dios obra 
incesantemente, aunque de un modo oculto, en la Historia, la Historia 
entera es una continua manifestación de Dios. Mientras que, según 
Hegel, la Historia es un incesante fluir de Dios, el testimonio de la 
Revelación nos enseña que la Historia es un efecto divino y en cuanto 
tal una continua manifestación de Dios. Pero también aquí tiene 
validez la ley que rige todas las revelaciones divinas. Todas tienen 
lugar a través de tupidos cendales. En cada una de las revelaciones 
Dios se oculta al mismo tiempo, tanto más cuanto más grandiosa es la 
revelación. La más viva revelación de Dios es la Cruz de Cristo. No 
obstante, no hay mayor ocultamiento de Dios que esa misma Cruz, de 
modo que el incrédulo puede reírse de la fe cristiana a causa de la 
Cruz de Cristo (/1Co/01/23). Dios, al mostrarse, se oculta bajo la forma 
de la debilidad humana. Lo que San Pablo dice del Hijo de Dios (en la 
Epístola a los Filipenses 2, 7), de la palabra personal de Dios, a saber, 
que se anonadó, que se vació de su propio ser, eso mismo puede 
decirse de cualquier palabra y obra de Dios. Al revelarse a los 
hombres, Dios renuncia a su propia "forma", adoptando las formas del 
pensar y hablar humanos. El Espíritu Santo, al incitar a un autor a que 
escribiese uno de los libros canónicos, se anonadó aún más todavía, 
asumiendo la "forma" de las imperfecciones y defectos del hombre. El 
Espíritu Santo, cuando se esfuerza por elevar al mundo a la esfera 
existencial creada por la muerte de Cristo, se anonada, sometiéndose 
a las debilidades, de las cuales habla la historia de la Iglesia en tantas 
de sus página. De ahí resulta que en los acontecimientos temporales 
no podemos experimentar a Dios de una manera unívoca. No 
podemos constatar con toda seguridad el lugar que Dios ocupa en 
este o el otro momento de la Historia universal, diciendo: Aquí está El, 
y aquí no. La Historia es siempre un tejido en que van mezcladas la 
acción divina y la actividad humana. Nosotros no podemos reconocer 
con absoluta seguridad la naturaleza de cada uno de los hilos. Por eso 
la revelación de Dios en la Historia será siempre un perpetuo 
claro-oscuro.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA II
DIOS CREADOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 166-180

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4. D/PLAN-PROVIDENCIA
Tiene un plan eterno que tiene que ser cumplido en cualquier caso y 
a través de todas las dificultades y resistencias (I Cor. 2, 7; Eph. 1, 11; 
2, 7; 3, 21; Act. 2, 23; Eclo. 23, 20; Mat. 13, 35; 25, 34: Rom. 9, 2, y 
Pet. 3, 4-10). Nada puede ocurrir sin que Dios lo haya permitido, sin 
que El lo quiera y haya querido como ocurre. Todo lo que ocurre en el 
mundo, todo lo que le acontece al hombre, todo lo que el hombre hace 
libremente, Dios lo hace (Is. 24, 11; 26, 12; 45, 11; Ex. 24, 10; Dt. 3, 
24; 2, 3, 7; Jos. 24, 31; Ps. 66 [65], 3, 5; Jer. 50, 25; 51, 10). Incluso 
cuando calla sigue siendo el poderoso conductor de la historia. 
También obra en el silencio. El silencio de Dios es activo, a pesar de 
los gritos de les paganos y de los gestos revolucionarios de los reyes 
de la tierra. "El que mora en los cielos se ríe, Yavé se burla de ellos" 
(/Sal/002/04). Dios usa para su acción histórica como instrumentos los 
poderes naturales y los pueblos. El ordena los poderes enemigos en 
su plan histórico de forma que precisamente en su obstinación 
antidivina se convierten en realizadores de sus decisiones. El nunca 
saciado instinto de presa y el titánico impulso de poder son en la mano 
de Dios un medio para la realización de su plan histórico (Is. 10, 5-34, 
44, 24-45. 1-13; Jer. 17, 5-22; 25, 8-14; Ez 21, 23-32). El asirio es sólo 
el hacha con que corta, la sierra que maneja. Nabucodonosor, el 
señor del mundo, es su siervo. Ciro, el conquistador del mundo fue 
creado por El. La victoria del persa es en realidad victoria de Dios. No 
es el hombre quien hace saltar los cerrojos de las ciudades enemigas, 
sino que es Dios quien los destruye. Todos los vencedores de la 
historia son instrumentos de Dios sin que lo sepan. Persiguen sus 
planes egoístas y con ello cumplen los planes de Dios. Cuando los 
realizadores del plan histórico de Dios, elegidos por El hayan cumplido 
su tarea, serán también sometidos a juicio. No pueden, por tanto, 
enorgullecerse con el vano esplendor de su éxito ni elevarse sobre los 
vencidos como favoritos de la providencia divina. Por eso la historia es 
también su palabra; por sus obras habla Dios con los hombres. 
Ninguna desgracia puede caer sobre los hombres antes de que El lo 
permita (Ap/06/02-03 s.). Sólo cuando el Cordero abre el sello del libro 
de los destinos pueden irrumpir las tribulaciones sobre los hombres. 
Cada una de ellas conduce al mundo un poco más cerca de su fin. 
Como con voces de trueno llama Dios a sus mensajeros, a los que 
traen la desgracia, con un cuádruple "Ven" (Ap/06/03 y sigs). 
La obra de la criatura no es rebajada con ello a una mera 
apariencia. Aunque Dios es el autor de todo acontecer, el transcurso 
de la historia depende, sin embargo, del hombre. Todas las acciones 
de la criatura son acciones de Dios, sin embargo la criatura es 
responsable de sus obras. Su acción, precisamente por ser creada, es 
decir, omnilateralmente dependiente es soportada por la acción de 
Dios creador. La libre decisión del hombre está incorporada a la 
decisión de Dios en una incomprensible compenetración de la acción 
humana y divina (Apoc. 2, 26). 
P-O/PRESENTE: Dios llama a la voluntad del hombre. Las 
decisiones particulares del hombre tienen significación normativa para 
el destino de toda la humanidad, para el transcurso de la historia 
universal e incluso para el estado del cosmos. El pecado del primer 
hombre significa dentro del comienzo y fin puestos por Dios, un 
comienzo de desgracia puesto por el hombre. En la decisión del primer 
hombre se decidió todo el futuro humano. En un momento se decidió 
la suerte de la historia. La acción de rebelión egoísta en la que el 
hombre intentó configurar su vida con autonomía atea y convertirse en 
señor de su existencia con un deseo de independencia que 
desconocía su verdadero estado y sustraerse al dominio de Dios, no 
es un suceso ocurrido en un momento indiferente y sin consecuencias 
del que después se habla como de una monstruosidad pasada hace 
mucho tiempo; determina más bien todo el futuro, tiene fuerza 
continuadora a través de todos los milenios de la historia humana 
hasta su última hora (Is. 51, 1; Ez. 33, 34; Mal. 2, 15). Se convierte en 
un poder siempre presente, malaventurado, que trastorna todos los 
órdenes y que humilla y esclaviza al hombre mismo. Arrojó a la 
humanidad a una triple miseria, a la miseria del pecado, del dolor y de 
la muerte. 
MUNDO/CADUCIDAD CADUCIDAD/MUNDO: Se extiende hasta 
toda la vida de la creación. El hombre es por voluntad de Dios 
representante de toda la creación. Esto se ve en su dominio sobre 
ella, pero con especial fatalidad en el hecho de que la creación fue 
arrastrada a la maldición. Pues toda la creación fue sometida por la 
decisión antidivina del hombre, señor suyo puesto por Dios, a la 
esclavitud de la caducidad. A cualquier parte de la creación que se 
dirija la mirada se ofrece la imagen de la caducidad. Este es el primer 
gran poder del cosmos. El cosmos no es capaz de producir vida 
imperecedera. Está inevitablemente bajo la ley de la muerte. Mientras 
que entre los griegos la historia humana era un fenómeno dentro de la 
vida cósmica, según la Revelación cristiana el acontecer cósmico es 
un fenómeno dentro de la historia humana. El hombre es el destino del 
mundo (Rom. 8, 1923; Gen. 3, 14-19). 
HISTORIA-HM/P P/HT-HUMANA: Dios dejó al hombre, que empezó 
su historia con el pecado, continuar según la ley de su comienzo 
(Rom. 2, 18-32; 3, 9-20; 2, 32; Act. 17, 16-31); Permitió que el pecado 
se embraveciera abandonándolo a su propio peso. Y así, los hombres 
cayeron de pecado en pecado, de abismo en abismo, de 
autodestrucción en autodestrucción. La historia humana cayó 
plenamente bajo el signo de su primera hora (/Rm/07/24; /Ga/03/22). 
Por el creciente peso del pecado crecieron el dolor y el tormento. La 
carga de la vida se hizo cada vez más opresiva, porque la culpa de la 
humanidad se hizo cada vez más grande. 
El no que el hombre egoísta y autónomo dijo a Dios se continuó en 
el no al hermano. La voluntad pecaminosa revela su negación 
destructora del modo más terrible en el homicidio. Desde el asesinato 
de Abel parte una ancha corriente de sangre a través de la historia. 
Ejércitos y pueblos se aniquilan matándose unos a otros. Un 
inacabable resonar de guerra y de gritos de guerra, un gemir de los 
oprimidos y sometidos resuena a través de la historia. Si perseguimos 
la huella de la culpa llegaremos al comienzo de la historia humana. 
Sin embargo, la desgracia no debía, según el plan de Dios, durar 
eternamente. A lo largo de los tiempos Dios dio a la historia la 
dirección hacia el tiempo venidero de la salvación. Los que recibieron 
el rayo de esperanza ofrecido en las promesas divinas empezaron a 
esperar en un suceso futuro. De múltiples modos mantuvo Dios 
despiertas estas esperanzas. Todas sus acciones históricas 
pretendieron evitar que la humanidad se acostumbrara al estado de 
perdición y soterrara sus esperanzas en el tiempo futuro. Los profetas 
y la ley sirvieron a este fin. En la ley iba a ser mantenido en inquietud 
el corazón humano caído en el pecado de forma que pudiera quedarle 
la huella de su miseria y el anhelo de su liberación. 
Cuando llegó a la plenitud de los tiempos (Hebr. 1, 2; Ga 4, 4; Mat. 
1, 15, Luc. 4, 21), Dios mismo, por medio de la Encarnación de su Hijo 
Unigénito, puso dentro de la historia humana un nuevo principio 
histórico de tal poder, que todos los tiempos venideros están bajo su 
signo. Todo lo anterior estaba dirigido a la hora de este nuevo 
comienzo. Todo lo consiguiente es determinado por él. Sin embargo, 
también la época empezada por él está, por su parte, orientada hacia 
un futuro, hacia la plenitud definitiva. Pues la época salvadora 
empezada por la entrada de Dios en la historia humana es tal que 
también en ella sigue actuando todavía la ley del pecado original, de 
forma que en ella la salvación está escondida. La época definitiva de 
la salvación en la que es superada totalmente la desventura todavía 
no ha llegado. Está al llegar, pero todavía no ha llegado en su figura 
definitiva. El tiempo cumplido empezado en Cristo es, por tanto, 
también un tiempo de promesa, un tiempo de plenitud prometedora. 
No se sabe cuándo sonará la hora de la plenitud completa, pero nada 
hay más seguro que llegará. A esta llegada está dirigida la mirada de 
todos los cristianos. En todas las decisiones y acontecimientos 
terrenos se realiza el movimiento hacia ese fin.
En el movimiento hacia el fin está incorporado todo el cosmos. Del 
mismo modo que tuvo que participar en el comienzo de la historia 
humana debe participar también en su final. También él está bajo la 
ley del futuro. Caducidad y muerte, desorden, caos y poder diabólico 
no son dominadores eternos. El cosmos camina hacia la hora de la 
liberación y de la transformación. Todavía duran el tormento y el dolor, 
pero su miseria no es indefinida. Todos los tormentos y angustias de 
muerte no son más que los dolores de parto en que se anuncia la 
nueva creación. Por tanto, toda la creación y el cosmos con ella tiene 
un transcurso caracterizado por las principales estaciones: creación, 
pecado, Cristo, fin del mundo, vuelta de Cristo (/Rm/08/19-23). 
Dentro de la historia universal se realiza la historia del individuo, 
entretejida indisolublemente con la historia universal, influyendo en 
ella y por ella influida. El individuo, según la Revelación, no es una 
mera ruedecilla en una gran máquina ni sólo una ola en el mar, sino 
que tiene significación insustituible. Es un ser existente en sí y por sí. 
Dios dirige su atención no sólo al paso de la totalidad sino también al 
destino del individuo, y precisamente de este individuo, aunque la 
dirige a él dentro del marco de la totalidad. En la narración del libro de 
Job se ve claramente que Dios dedica su tiempo y su interés a la vida 
de cada hombre. Tampoco el hombre particular vive, según dicen los 
mitos y doctrinas hindúes, en una transmigración infinita que jamás 
llega al final. Está más bien de camino hacia una meta, tenso entre el 
nacimiento y la muerte, es irrepetible y único. Está bajo el peso de una 
decisión irrevocable. De ella depende si la meta previamente dada es 
conseguida o no. A la consecución o fallo de la meta se unen la 
salvación y la desgracia. 
Una vez que el hombre entra en la marcha de la historia no puede 
volver atrás. Participa del destino de la totalidad, con su decisión 
contribuye al estado de la historia universal y con ello causa a la vez 
su propia salvación o desgracia. La participación en el destino del 
mundo ocurre, por una parte, en el hecho de que el hombre nace 
dentro de una determinada situación histórica, dentro de una familia 
determinada, dentro de un pueblo concreto. Pero en definitiva ocurre 
de forma que está implicado en el pecado que ocurrió al comienzo de 
la historia, pero también en el comienzo nuevo puesto por Cristo. El 
hombre es, por tanto, alcanzado por el peso y la bendición del pasado 
omnipresente. Participa en el comienzo en Cristo, en cuanto que se 
hacen eficaces para él la muerte y la resurrección de Cristo. Estos 
acontecimientos únicos, irrepetibles, realizados en una determinada 
hora histórica y en un lugar concreto son de algún modo actualizados 
para los cristianos por medio de los sacramentos, de forma que son 
introducidos en su esfera de acción. No vamos a estudiar aquí el modo 
de esta actualización. Y así acuñado por el pasado, al hombre le es 
impuesto caminar hacia el futuro que se levanta ante él. El individuo 
determina el modo de su futuro por el modo de su vida y obrar 
terrenos. Las decisiones del hombre particular tienen, por tanto, una 
importancia escatológica incalculable. Al sellar su destino dentro de la 
totalidad contribuye a la figura definitiva de esa misma totalidad. 
La vida humana tiene este carácter decisivo en cada momento. Pero 
hay en ella días y horas que están especialmente cargadas con el 
peso de la decisión. Tales horas no pueden ser desperdiciadas, so 
pena de que toda la vida caiga bajo la maldición del "demasiado tarde" 
(Gal. 6, 9; Lc. 19, 9, 42; lob. 2, 21). El tiempo en que los destinos se 
configuran en su forma definitiva pasa silencioso e inadvertido. Por 
eso se puede pasar por alto su rápida marcha y no oír su precipitado 
paso. Por eso se dice que hay que aprovechar el tiempo. Cada 
momento tiene un valor insustituible. Por eso tiene que ser 
aprovechado (Col. 4, 5; Eph. 5, 16; Gal. 16, 9; /Mt/04/26 y sigs.; 21, 
41; lo. 4, 36). Como nadie sabe cuándo se termina el plazo que se le 
ha fijado, hay que estar siempre dispuestos (Lc. 19, 14 y sigs.; Mt. 25, 
11). Como según esto la historia universal está bajo la ley del futuro, 
también la vida individual está bajo ella (Rom. 3, 12; Act. 17, 31; I Pet. 
1, 5). Del mismo modo que el pasado está siempre presente para la 
totalidad y para el individuo, también lo está el futuro. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 35-40