Darío Castrillón Hoyos

Prefecto de la Congregación para el Clero

 

El martirio y los nuevos mártires

De nada me serviría todo el mundo y todos los reinos de aquí abajo; para mi es mejor morir por Cristo Jesús que ser rey sino en los confines de la tierra. Yo busco a Aquel que murió por nosotros; yo quiero a Aquel que por nosotros resucitó”. Las vibrantes afirmaciones de San Ignacio de Antioquía ante su inminente martirio (Epistola ad Romanos, 4,1), nos permiten comprender cómo, en el testimonio supremo dado por la verdad de la fe, están siempre presente de manera contemporánea el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. En el misterio de la salvación, la sangre de los mártires es siempre Vida..

El  testimonio de los cristianos se asemeja siempre con el misterio de grano de trigo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quda él solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12,24). Cristo, en la víspera de su pasión, anuncia su glorificación a través de la muerte: Él es la semilla que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y siguiendo los pasos del Rey crucificado, sus discípulos en el transcurso de los siglos del tiempo se han convertido en testigos innumerables “de toda nación, raza, pueblo y lengua”: después de los Apóstoles, tantos confesores de la fe, sacerodtes, religiosos, laicos, han sido heraldos valerosos del Evangelio, servidores silenciosos del Reino, “a menudo desconocidos – como escribe el Santo Padre en la Carta apóstolica “Tertio millennio adveniente” - casi militi ignoti de la gran causa de Dios” (número 37).

En todos los períodos de la historia de la Iglesia si ha vuelto a verificar la palabra de Tertuliano: la sangre de los mártires es una semilla (cfr. Apologetico, n. 50). “La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires – afirma el Papa en la Carta antes mencionada -, (…). Al finalizar el segundo milenio, la Iglesia se convirtió nuevamente en la Iglesia de los mártires” (Ibidem.).

De esto trataremos en la vigesimonovena videoconferencia teológica internacional, que tiene por tema: “El martirio y los nuevos mártires”.

En las intervenciones de los teólogos se pondrá de manifiesto que la sangre de los mártires ha hecho posible, por la sempiterna voluntad salvífica de Dios Padre, la defensa y la continuidad en el mundo, en nuestro tiempo y nuestra historia, de la Vida de su Hijo Unigénito. La sangre colocada en los dinteles y la jambas de las puertas de los israelitas lo que los protegió aquella horrible noche en Egipto del exterminio del ángel de la muerte (cfr. Es 12,7.12). Nuevamente, la sangre de los santos mártires Inocentes, los recién nacidos, podríamos decir que se trataba de los coetáneos de Jesús, protegió de la muerte al nuevo Pueblo de Dios, la Igleisa naciente, que acogía, sin darse cuenta, la  nueva Vida divina a penas esbozada. Pero aquello sólo era un figura y una anticipación de otra sangre, la de Cristo, portadora de la salvación definitiva. En Él, este misterio de la sangre se realiza plenamente.

No se dará ningún signo que no sea el signo de Jonás” dijo el Señor. E lsigno de Jonás es Cristo crucificado, y lo son también sus testigos que han completado “lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1,24). Su sacrificio, asociado al de Cristo, es de tal manera que la historia de nuestra salvación lleve consigo siempre  el sello indeleble de la sangre del Redentor, portadora de vida eterna.

De esta manera, los ponentes de esta videoconferencia nos introducirán en el redescubrimiento de la dimensión cristológica y eclesiológica del martirio: el seguimiento de Cristo se convierte en ley de fecundidad espiritual en la Iglesia. Todas las grandes realidades eclesiales nacen de la humilde semilla del martirio. La vida de San Pablo es en este sentido paradigmática. El éxito de su misión no fue fruto de un gran arte para la retórica o de la prudencia pastoral: la fecundidad está en relación con el sufrimiento, con su comunión con la pasión de Cristo (cfr. 1 Cor 2,1 ss.; Gal 4,12-14).

En las ponencias que vienen a continuación, oiremos hablar también de los nuevos mártires del siglo XX, y nos quedará claro que la ley de la fecundidad apostólica del mártir es ley de la expropiación de su yo. EI testigo cristiano no se busca a si mismo, no quiere aumenta su poder de extender su dominio sobre las realidades mundanas, no busca que se le oiga por sí mismo porque no habla en nombre propio, sino que sirve al bien del hombre, dando espacio a Aquel que es la Vida. Esta expropiación del yo personal ofrecido a Cristo para la salvación de los hombres, sigue siendo hoy, en este tercer milenio, el fundamento de la eficacia de la nueva evangelización.

 Entenderermos que el martirio es siempre el fruto de una respuesta radical a una gracia especial de Dios. No es el fruto de una improvvsación humana, un episodio accidental de una vida replegada sobre sí misma, de una vida vivida en la mediocridad o calculando los beneficios propios, sino que es manifestación extrema de una existencia que ha sabido darse habitualmente. El martirio es epifanía de una existencia libre, en comunión con Dios y con los hombres (cfr. Concilio Vaticano II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 24).

Con esta perspectiva en mente, entendemos también las palabras escritas por Dietrich Bonhoeffer, teólogo mártir en los campos de concentración nazis, que en la Navidad de 1943 compuso una plegaria para otros presos, en forma de poesía, conocida con el nombre de “la oración de la mañana”. He aquí algunos versos: “Estoy solo, pero tu no me abandonas;/ estoy asustado, pero junto a ti tengo auxilio,/ estoy inquieto pero junto a ti está la paz;/ …no entiendo tus caminos, pero tú conoces mi camino” (“Resistenza e resa” a cura di A. Gallas, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo, año 1988, p. 238).