LA ORACIÓN
Solamente en medio de nuestra oración personal y
la participación en la Santa Eucaristía, lograremos servirle verdaderamente al
Señor.
En ésta sección estudiaremos lo que es la oración y utilizaremos no solamente
la Biblia, sino que lo haremos también con el Nuevo Catecismo de nuestra
Iglesia.
Cuando hablamos de oración, siempre nos referimos a ese instante en el que
lanzamos una o varias palabras al Cielo, creyendo que es Dios quién nos
escucha. Algunas veces lo hacemos por intuición y otras por fe. Pero la verdad
es qué orar va mucho más allá de eso. Orar es entrar en un diálogo directo con
el Padre; no en una forma vaga, sino que en una relación entera, íntima y
profunda, tratando de alcanzar un encuentro vivo y real con cada una de las
palabras que le hablamos o con las que él nos habla.
Pero para poder llegar a ese momento de intimidad, Tenemos que ir
despojándonos de muchas cosas que perturban nuestro interior (rencores, odios,
vanidades, faltas de amor hacia el prójimo etc.), es decir que debemos buscar
en nuestro corazón una experiencia profunda de paz, amor y confianza,
procurando siempre una limpieza del alma y tratando de vivir una pobreza de
espíritu (ser humildes con corazón limpio y puro), reconociendo que sin Dios
no somos nada (Mt. 5:3) Como nos dice el Nuevo Catecismo en el número 2559:
"La humildad es la base de la oración"
En el momento en que profundizamos en la oración, vamos buscando la presencia
del Padre, apartando nuestro pensamiento de todo cuanto nos rodea, hasta
llegar a ese momento feliz en el que lo contemplamos, adorándole y exaltándole
con cada palabra que le digamos.
San Gregorio de Nisa nos comparte con palabras de mucha sabiduría: "La promesa
de ver a Dios supera toda felicidad… El que ve a Dios obtiene todos los bienes
que se pueden conceder" Debemos de estar conscientes que, en todo momento
buscamos visualizar el rostro del Padre, sabiendo de antemano que todo cuanto
necesitamos, él ya sabe, y que él nos da según su voluntad. Es de más alegría
gozarnos al ver el rostro del Señor, a cualquier milagro que él nos pueda
conceder y eso, sólo lo sabremos reconocer en cuanto más profundicemos en la
oración.
La oración ciertamente no es un rezo escrito o de palabra, el cual hacemos de
un modo repetitivo. Por el contrario; la oración va mucho más allá de las
palabras repetitivas. Ella establece un puente de comunicación con el Padre a
través de dialogar con él desde lo más íntimo de nuestro ser. Es por ello que
al momento en que los Apóstoles le pidieron al Señor que les enseñara a orar,
él les respondió de ésta manera: "Pero tú, cuando ores, entra en tu pieza,
cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre,
que ve en lo secreto, te premiará, Cuando pidan a Dios, no imiten a los
paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de
palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes
pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan" Mt. 6:6s
Es precisamente en éste punto en donde muchos de nosotros nos quedamos
estancados, pues pensamos que el orar es pura palabrera y por eso no oramos.
También hay quienes que se dedican a hablar tanto con rezos ya escritos por
alguien más y se piensa con ello que ya se ha orado al Padre.
Santa Teresa del Niño Jesús nos dice acerca de la oración: "Para mí, la
oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo,
un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como
desde dentro de la alegría".
Santa Teresa nos explica el sentido de la oración en una forma bien sencilla.
Nosotros podemos agregar a sus palabras lo que nos habla en Nuevo Catecismo en
el número 2558, en donde nos dice que la oración es el "Misterio de la fe", y
es en este misterio de la fe en que se vivirá una relación real y sobre todo
personal con el Dios vivo y verdadero. La carta de Santiago nos dice en el
capítulo 5 y verso 15: "La oración hecha con fe salvará al que no puede
levantarse"
Orar es acercarnos al Padre en espíritu y verdad (Jn. 4:24) Es estar atentos a
su Palabra hablando a nuestros corazones, gozando de su presencia en el
momento más íntimo de nuestro diálogo, dejando que nuestro espíritu se llene
de Su grandeza, experimentando su poder en lo más profundo de nuestro ser.
Podemos decir entonces que la oración es el enlace que nos une y nos comunica
con el Padre; es el medio por el cual compartiremos la alegría de sentirnos
verdaderos hijos del creador, ayudándonos a profundizar a cada momento en ese
diálogo de amor y de amistad.
La oración llegará a ser tan profunda en la medida en la que dediquemos tiempo
a ella. No basta solamente con decir "¡Dios mío ayúdame!" Si no que se trata
de adentrarnos a lo más hondo e íntimo, llegando hasta ese rincón del corazón
en donde nosotros sabemos individualmente que nos cuesta llegar, por ser el
sitio en donde se encuentran nuestros más obscuros sentimientos.
Para lograr ese momento de profundidad, tenemos primero que nada, reconocernos
como hijos que necesitan de su Padre; sabiendo que a lo mejor no somos dignos
de que él nos escuche, pero sabiendo también que él está ahí y que por su
misericordia, nos conforta y anima a seguir adelante. Entonces podremos decir
que estamos comunicándonos con aquel que es todo amor, sabiendo de antemano
que él es el pozo de agua, del cual nunca más tendremos sed. (Jn. 4:10-14)
La oración tiene que ser confiando plenamente en que es Dios quien nos escucha
(Jn. 11:41-42) Además tenemos que descubrir que no solamente se trata de que
le hablemos, sino que demos la oportunidad a él a que nos responda.
Uno de los problemas más graves dentro de la oración tanto individual como
comunitaria es que nuestro tiempo se va más en hablar a él, que escucharle a
él. (Mt 6:5-6)
La oración es una experiencia vivida. Ella nos transforma de tal manera, que
nuestras vidas son llamadas a una transformación total, y obedeciendo a ése
cambio en nosotros, se logrará así transformar las vidas de los demás.
No podemos (como servidores), tener oración sin experiencia; así como también
no podemos tener oración sin experimentar la presencia del Señor. De nada nos
serviría solamente "sentir su presencia", si no lo experimentamos en la más
profundo de nuestro ser.
Hay cuatro partes importantes, que un buen servidor tiene que reconocer,
dentro de su vida de oración:
La fe: Que es la confianza plena de que creemos sin ver y que confiados, en
él, lograremos un día ver su rostro bendito (2 Cor. 5:6-9) (1 Ped. 1:8)
La esperanza: Pilar muy importante dentro de nuestra vida de oración, pues al
perseverar en la oración, se mantendrá viva la esperanza de que viviremos
eternamente al lado del Señor (1 Ped. 1:13; Ap. 21:3-4; Rom. 8:17)
El amor: Que es lo esencial de la oración, pues no podemos orar y decir que
tenemos fe y que hay esperanza, si no tenemos el amor que nos viene del Padre
y en el cual viviremos eternamente (1 Jn. 4:16; Jer. 31:3)
La humildad: Que es en realidad la base de la oración, pues sin un espíritu
humilde, humillado ante la presencia del Padre, nunca lograremos elevar
nuestra oración al creador. (Fil. 2:1-11; Col. 3:12; 1 Ped. 5:5)
Tenemos que estar conscientes de cada uno de estos puntos y de vivirlos a
plenitud, dejando que sea el Espíritu Santo quien nos guíe y nos instruya en
la oración (Rom. 8:26-27)
Por lo tanto tenemos que comenzar por profundizar en nuestro interior y buscar
en lo más íntimo, su bendita presencia, guardando silencio y dedicando tiempo
para tu oración. El buen servidor debe mantenerse constantemente en oración.
En la siguiente sección aprenderemos más sobre lo que la oración significa
para nuestras vidas como servidores.
Nuestra oración
Cuando se nos invita a la oración, pensamos que es el tiempo para dirigirnos a
Dios y pedirle algo o simplemente para agradecerle lo que ha hecho por
nosotros.
Hay ocasiones, en las que pensamos, que Dios está con una varita mágica y que
al momento en el que le pedimos, él moviendo su varita, nos conceda todo lo
que le demandamos. Y hay de él si no nos da lo que le pedimos. Es entonces
cuando le reclamamos y le preguntamos del por qué no nos complace si nosotros
le hemos servido en todo lo que nos ha pedido.
Para que nuestra oración tenga sentido, es importante que sepamos que Dios
sabe lo que necesitamos desde antes que le pidamos (Mt. 6:8) Por lo tanto al
Padre lo buscamos en la oración para adorarlo y alabarlo por su grandeza, por
lo que él significa para nosotros y no necesariamente por lo que él pueda o no
pueda hacer en nuestras vidas.
Dirigirnos al Padre en oración significa: Dejar a un lado todas aquellas cosas
que nos perturban, inclusive nuestro propio ser. Es entregarnos en cuerpo y
alma, confiando plenamente que nos dirigimos a él humillados ante su
presencia, pensando y creyendo que
verdaderamente contemplamos su rostro en Cristo Jesús (Jn. 14:8-9)
Es imprescindible pues, que comprendamos que al momento de nuestra oración,
dejemos que sea Jesús, quien nos guíe en presencia del Espíritu Santo, hacia
la contemplación visualizando su figura y en la profundidad de nuestras almas,
abramos nuestros oídos internos para escuchar la Voz del Padre, dando descanso
a nuestro propio espíritu (Hb. 10:11-13)
En el momento en que nos dirigimos a Dios en oración, nuestros corazones pasan
de ser la bodega de tantos orgullos, vanidades, rencores, odios y malos
pensamientos, a ser el Templo de Dios en donde habita el Espíritu Santo (1 Cor.
3:16) Es decir que nos adentramos a la parte más importante y más íntima en
donde tendremos ese encuentro personal y directo con el Padre. Esto implica
que debemos dejar nuestro ego personal y decir como Pablo: " …y ahora no vivo
yo, es Cristo quien vive en mí" Gal. 2:20
El orar en Espíritu y en verdad
Cuando leemos las Escrituras, encontramos muchas maneras en las que se nos
introduce o se nos enseña a orar. Una de ellas es la oración del Padrenuestro.
Otra es la que hemos como Iglesia rezado por siglos y la cual nos ha ayudado
en muchas maneras como lo es el Ave María y usualmente lo rezamos en el Santo
Rosario. Pero una de las mejores maneras de oración es el de orar en Espíritu
y verdad. (Jn. 4:23)
¿Pero qué significa ese adorarlo en espíritu y verdad? Pues significa que
estamos vinculados a él en conciencia, pero no obligados a él. Es decir que
nuestro ser interior estará unido a él, pero sin ser forzados. Y el mismo
Señor Jesús nos lo enseñó, dándose a sí mismo y mostrándonos su vinculación
con el Padre, no forzadamente, sino que en una manera humilde, no obligado,
pero con el libre deseo de hacerlo.
Por otro lado tenemos que estar conscientes que al adentrarnos a la oración
interior, estamos aceptando voluntariamente tener ese
encuentro personal con Jesús, así como él tuvo ese encuentro personal con su
Padre. Veamos por ejemplo el Evangelio de San Lucas 22:39-42: "Después Jesús
salió y se fue, como era su costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron
también sus discípulos. Llegados al lugar, les dijo: «Oren para que no caigan
en tentación» Después se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de
piedra, y doblando las rodillas oraba con estas palabras: «Padre, si quieres,
aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» Entonces se
le apareció un ángel del cielo para animarlo. Entró en agonía y oraba con
mayor insistencia. Su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían hasta el
suelo"
Que hermoso encuentro de Jesús con Abbá papito. Se debe llegar a tal punto que
podamos dialogar con él de tal manera que en nuestro interior podamos
descubrir el deseo fecundo del Padre para nuestras vidas. Y claro eso
significa sacrificio y entrega total, aceptando lo que él disponga y no lo que
nosotros queramos de él.
En nuestra oración buscamos no como Dios me puede agradar a mí, sino: como yo
puedo agradar a Dios. Además recordemos que a Dios no lo debemos de buscar
solamente en la algarabía (bullicio desordenado) y en medio de la euforia, mas
bien debemos buscarlo en el silencio de nuestras almas, ya que es ahí en donde
verdaderamente podremos escuchar su Palabra. "La oración de fe no consiste
solamente en decir «Señor, Señor», sino en disponer el corazón para hacer la
voluntad del Padre" NC 2611 (Mt 7, 21)
En la alabanza le cantamos y nos llenamos de alboroto y romanticismo; Más no
debemos de quedarnos en ese momento. Tenemos que ir profundizando y poco a
poco ir del canto alegre y precipitado, al momento de introducirnos a la
presencia del Espíritu Santo. Es decir dejar que sea el mismo Espíritu del
Señor, el que tome control de nuestra oración. (Rom. 8:26)
Hay que soltarnos al Espíritu de bondad, desistiendo de nosotros mismos para
que él ilumine nuestro ser y, que sea él el que nos introduzca a la verdad
total en medio de nuestra oración.
La pregunta que posiblemente nos estamos haciendo en este momento es: "¿Qué
verdad es la que encontramos en nuestra oración?" Pues la de conocer al Padre
que nos aparta de nuestra condición material y nos acerca a su presencia como
el Padre Bueno que atiende a nuestras súplicas, desde la parte más profunda de
nuestros corazones (1 Cor. 2:11-12)
Es en éste momento, en el que tenemos la oportunidad de abrirnos completamente
ante su presencia. Es aquí en donde posiblemente
algunos de nosotros dejaremos que el Espíritu mueva nuestras lenguas y
hablemos en idiomas en los cuales el mismo Espíritu nos conceda para hablar
con el Padre (Hc. 2:1-4)
Es aquí en donde nos preparamos para el siguiente paso de la adoración. Aquí
dejamos todo nuestro dolor, angustia, pena, sufrimiento o alegría, para no
pensar en nada más en querer iluminar nuestro corazón con la presencia de
Dios. Es el momento en el que dejamos nuestras peticiones a un lado y vamos
adentrándonos más al amor del Padre.
Jesús nos enseña a orar
"El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón
de hombre". NC 2599
Jesús oró en todo momento. Antes de un milagro (Mt. 15:35-36) Durante su
martirio en la Cruz del Calvario (Mc. 15:33-34) El Señor nunca dejó la
comunicación con el Padre. Inclusive en los momentos en que pareciera que no
mucho le interesaba los dolores de los demás, él siempre estuvo orando (Jn.
11:21-22; 38:44)
El Señor siempre oró confiado en que el Padre lo escuchaba siendo toda su
oración llena de entrega y humildad, dejando que fuera Dios mismo, quien
obrara desde antes que se lo pidiese (Jn. 11:41-43)
A pesar de su humanidad, Jesús nunca se dejó llevar por las circunstancias que
le rodeaban, ni por los problemas, cansancios ni dolores (Mc. 4:35-40) Él
siempre sostuvo la comunicación con el Padre hasta el máximo, dando su propia
vida por obedecerle. De la misma manera nuestra vida de oración debe de
consistir en entrega y sacrificio, en obediencia y en amor (NC 2549)
Jesús nos enseña que debemos de confiar plenamente en el Padre, que nunca
vengamos a él sin creer que lo necesitamos, él ya nos lo a concedido (Mt. 6:6)
Además el Señor también nos enseña que debemos tratar de alejarnos del
bullicio del mundo. Que constantemente busquemos los lugares más silenciosos.
Él, aprovechó a plenitud esos momentos a solas con el Padre, compartiendo su
oración humana, en medio de sus debilidades y angustias, (Lc. 22:41-42)
pidiendo constantemente por cada uno de sus seguidores y por las necesidades
de su pueblo (Jn. 17:9-11)
Jesús nos pide que dediquemos tiempo para nuestra oración personal. Que por un
momento nos apartemos de lo que nos rodea y que sin desanimarnos doblemos
nuestras rodillas para hablar con el Padre que escucha y que atiende a
nuestras súplicas (Mc. 14:37-38)
Uno de los aspectos más importantes de la oración de Jesús es que nos guía a
la presencia del Padre a través de la oración de contemplación, es decir que
nos lleva a un acercamiento más directo con Dios, hasta el punto tal que
podemos lograr visualizarlo en el mismo Señor Jesucristo (Jn. 14:7-14)
Si verdaderamente deseamos llegar a éste momento, debemos reconocer que a Dios
se le busca en los buenos y en los malos momentos. Hay quienes lo buscan
solamente cuando se encuentran enfermos o porque sus hijos tienen problemas,
etc., olvidándose de él cuando se encuentran bien.
Es por ello que se hace muy difícil para muchos de nosotros lograr comprender
del por qué estamos en tal situación (de enfermedad o dolor), y por más que
pedimos al Padre que nos sane, es como que él no nos escucha. Pero debemos de
aprender a perseverar en esos momentos de angustias, penas o enfermedades, sin
preocuparnos del por qué Dios no nos atiende, más bien dándole gloria por los
momentos difíciles que atravesamos.
Santa Rosa de Lima, oraba de la siguiente manera: "¡Padre, aumenta mis
dolores, pero con la misma medida, auméntame tu amor! " Su bella oración nos
enseña que tenemos que ir más allá del tiempo o el momento en el que nos
encontramos; y es precisamente en ese instante en el que verdaderamente nos
acercamos más y más al Señor.
Por
supuesto que no solamente en la tristeza se encuentra al Señor. También lo
encontramos en medio de la alegría, pues para llegar al lugar santo debemos de
peregrinar con cantos y alabanzas y poco a poco ir adentrándonos hasta llegar
a una contemplación total.
De alabanza a la contemplación
Hay unos puntos que tenemos que tomar en cuenta cuando nos iniciamos en el
camino de la oración.
La alabanza
La adoración
La contemplación
Es bueno mencionar que el método que usemos personalmente, puede ser muy
distinto al que aquí nos referimos, pues cada uno de nosotros llevará una vida
de oración muy diferente de otras personas y, la experiencia a su vez será
distinta una de la otra.
Debemos notar también que el deseo de orar debe de ser sincero, exponiendo
todo lo que somos al Padre. Recordemos que podemos engañar a muchas personas,
e inclusive podemos hasta engañarnos a nosotros mismos, pero a Dios nunca lo
podremos engañar. Él nos conoce mejor que nuestras propias madres. Dice su
palabra: "Escúchenme, islas lejanas, pongan atención, pueblos. Yahvé me llamó
desde el vientre de mi madre, conoció mi nombre desde antes que naciera" Is.
49:1. Por lo tanto seamos sinceros ante la presencia del Señor.
La alabanza
Es la manera usual en la que empezamos nuestro diálogo con el Padre. Es aquí
en donde comenzamos a calentar el motor del vehículo que nos llevará hacia la
presencia de Dios. "La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera
más directa que Dios es Dios. Le canta por él mismo, le da gloria no por lo
que hace, sino por lo que él es" NC 2639. Es a través de los cánticos y de
nuestra unión en la alegría del espíritu, como podemos dar inicio a una
oración profunda, agradeciendo al Señor su inmensa misericordia por cada uno
de los momentos en los que él a obrado por nosotros.
Es éste el paso que necesitamos muchos de nosotros, para quebrantar el hielo
de los corazones. La alabanza es la manera en la cual
integraremos nuestro espíritu con el Espíritu del Padre, preparándonos
interiormente con el deseo de dialogar con él y el deseo de visualizar su
rostro (Fil. 4:4-7) Como nos dice el Santo Job: "¡Ojalá que mis palabras se
escribieran y se grabaran en el bronce, y con un punzón de hierro o estilete
para siempre en la piedra se esculpieran! Bien sé yo que mi Defensor vive y
que él hablará el último, de pie sobre la tierra. Yo me pondré de pie dentro
de mi piel y en mi propia carne veré a Dios. Yo lo contemplaré, yo mismo. Él
es a quien veré y no a otro: mi corazón desfallece esperándolo" Job. 19:23-27
Desde el momento de la alabanza, nuestras almas empezarán a disfrutar de la
presencia del Padre en el Espíritu Santo, lanzando nuestra oración al Señor en
una acción de gracias y llenando nuestro ser de un gozo tal que podremos desde
el mismo inicio experimentar a Dios obrando desde ya, en nuestras vidas (Sal.
68:33-36; Ex. 15:11-18)
La adoración
Es la primera actitud de nuestro espíritu al reconocer que hablar con el Padre
a través de Jesús, lo hacemos libre de todo pensamiento material y que lo
reconocemos en el silencio de nuestros corazones, un momento lleno de entrega
y humildad, aceptando su Espíritu de amor y bondad en lo más profundo de
nuestro ser, teniendo en cuenta que somos sus hijos amados.
Es éste el momento en el que el Espíritu conduce nuestras almas a la
exaltación del Padre. Es el tiempo en el que lanzamos palabras llenas de
humildad, reconociéndolo como el verdadero Dios; como el verdadero Señor de
nuestras vidas; como el que nos muestra su imagen preciosa, con los brazos
abiertos y diciendo a nuestros corazones "¡Hijo te amo, hija te amo!"
Podemos reconocer a través de la adoración, que él está verdaderamente ahí al
lado nuestro y que con nuestras palabras, exaltamos su nombre alabándolo y
glorificándolo en lo más íntimo de nuestro ser (Sal. 96:1-7)
Adorarlo es hacerlo nuestro verdadero Padre, es saber escucharlo y saber
atender a su voz en nuestros corazones; Es poder palparlo y abrazarlo en medio
de nuestras penas, dolores y sufrimientos; Es decirle un "¡Te alabo y te
exalto, porque tú eres mi Dios y mi Señor! " Es poder derramar lágrimas de
alegría; es extender nuestros brazos y cantarle aleluya desde lo más profundo
de nuestro corazón; Es poder decirle Abbá papito; es injertarnos en toda su
grandeza y proclamarlo Rey de reyes y Señor de señores.
"Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la «nada de la
criatura», que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es
alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en la Magnífica,
confesando con gratitud que él ha hecho grandes cosas y que su nombre es
santo. La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí
mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo." NC 2097
La contemplación
Es el momento en el que profundizamos en nuestro diálogo con el Padre, el
instante en el que contemplamos el rostro del Señor.
Hablar de contemplación significa que, nos dejaremos llevar por la presencia
de Dios, experimentando el estar a su lado, desde el punto más profundo del
corazón, en el silencio de nuestras almas.
Es
por ello que muchos de nosotros no alcanzamos éste nivel de oración. Nos
esforzamos en pensar como Dios nos va agradar y no
guardamos el silencio necesario.
Contemplarlo es vernos anonadados ante su presencia, es no pensar en "yo y
Jesús ", sino en el Jesús total.
En la oración de contemplación, buscamos siempre a Jesús a quien no se le
tiene que dirigir palabra alguna para poder disfrutar de su presencia. Más
bien, se trata de verlo y de escuchar su voz en nuestro corazón (Hc. 2:25-28)
Porque si es cierto que a Dios no se le puede ver, también es cierto que lo
podemos contemplar a través de ver a Jesús, pues "él es la imagen del Dios que
no se puede ver" Col. 1:15.
Es en éste momento en el que podremos experimentar su real grandeza,
dirigiéndose a nosotros con amor y ternura. Es poder ver su imagen reflejando
su Luz eterna sobre nosotros, sembrando en nuestros corazones un espíritu de
paz y de armonía.
Qué más se podrá decir de este momento tan especial, si no lo vivimos, si no
lo experimentamos nosotros mismos, nunca podremos
descifrarlo a plenitud.
Entonces diremos que la contemplación es el momento más importante dentro de
la oración, pues ella nos lleva directos a la presencia de Dios por medio de
Jesús a través del Espíritu Santo.
Para terminar esta sección, tenemos que recordar dos aspectos importantes
dentro de la vida del servidor de Dios: 1. Que somos sus
hijos y 2. Que tenemos que vivir, una vida constante de comunicación con él.
Voy a recordar nuevamente esto: "No podemos ser fieles servidores, cuando
solamente nos dedicamos a hablar de Dios a los demás " Por el contrario,
nuestro deber como cristianos servidores es el de tener un diálogo constante
con el Padre, para poder llevar su mensaje de salvación a la humanidad.
Tenemos que vivirlo y disfrutarlo en la oración, para trasmitir esa misma
alegría a los corazones que están en necesidad de experimentar la paz y la
alegría del Señor.
"Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu.
Velen en común y prosigan sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo a
favor de todos sus hermanos" Ef. 6:18