LA ORACIÓN

 

Solamente en medio de nuestra oración personal y la participación en la Santa Eucaristía, lograremos servirle verdaderamente al Señor.

En ésta sección estudiaremos lo que es la oración y utilizaremos no solamente la Biblia, sino que lo haremos también con el Nuevo Catecismo de nuestra Iglesia.

Cuando hablamos de oración, siempre nos referimos a ese instante en el que lanzamos una o varias palabras al Cielo, creyendo que es Dios quién nos escucha. Algunas veces lo hacemos por intuición y otras por fe. Pero la verdad es qué orar va mucho más allá de eso. Orar es entrar en un diálogo directo con el Padre; no en una forma vaga, sino que en una relación entera, íntima y profunda, tratando de alcanzar un encuentro vivo y real con cada una de las palabras que le hablamos o con las que él nos habla.

Pero para poder llegar a ese momento de intimidad, Tenemos que ir despojándonos de muchas cosas que perturban nuestro interior (rencores, odios, vanidades, faltas de amor hacia el prójimo etc.), es decir que debemos buscar en nuestro corazón una experiencia profunda de paz, amor y confianza, procurando siempre una limpieza del alma y tratando de vivir una pobreza de espíritu (ser humildes con corazón limpio y puro), reconociendo que sin Dios no somos nada (Mt. 5:3) Como nos dice el Nuevo Catecismo en el número 2559: "La humildad es la base de la oración"

En el momento en que profundizamos en la oración, vamos buscando la presencia del Padre, apartando nuestro pensamiento de todo cuanto nos rodea, hasta llegar a ese momento feliz en el que lo contemplamos, adorándole y exaltándole con cada palabra que le digamos.

San Gregorio de Nisa nos comparte con palabras de mucha sabiduría: "La promesa de ver a Dios supera toda felicidad… El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden conceder" Debemos de estar conscientes que, en todo momento buscamos visualizar el rostro del Padre, sabiendo de antemano que todo cuanto necesitamos, él ya sabe, y que él nos da según su voluntad. Es de más alegría gozarnos al ver el rostro del Señor, a cualquier milagro que él nos pueda conceder y eso, sólo lo sabremos reconocer en cuanto más profundicemos en la oración.

La oración ciertamente no es un rezo escrito o de palabra, el cual hacemos de un modo repetitivo. Por el contrario; la oración va mucho más allá de las palabras repetitivas. Ella establece un puente de comunicación con el Padre a través de dialogar con él desde lo más íntimo de nuestro ser. Es por ello que al momento en que los Apóstoles le pidieron al Señor que les enseñara a orar, él les respondió de ésta manera: "Pero tú, cuando ores, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará, Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan" Mt. 6:6s


Es precisamente en éste punto en donde muchos de nosotros nos quedamos estancados, pues pensamos que el orar es pura palabrera y por eso no oramos. También hay quienes que se dedican a hablar tanto con rezos ya escritos por alguien más y se piensa con ello que ya se ha orado al Padre.

Santa Teresa del Niño Jesús nos dice acerca de la oración: "Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría".

Santa Teresa nos explica el sentido de la oración en una forma bien sencilla. Nosotros podemos agregar a sus palabras lo que nos habla en Nuevo Catecismo en el número 2558, en donde nos dice que la oración es el "Misterio de la fe", y es en este misterio de la fe en que se vivirá una relación real y sobre todo personal con el Dios vivo y verdadero. La carta de Santiago nos dice en el capítulo 5 y verso 15: "La oración hecha con fe salvará al que no puede levantarse"

Orar es acercarnos al Padre en espíritu y verdad (Jn. 4:24) Es estar atentos a su Palabra hablando a nuestros corazones, gozando de su presencia en el momento más íntimo de nuestro diálogo, dejando que nuestro espíritu se llene de Su grandeza, experimentando su poder en lo más profundo de nuestro ser.

Podemos decir entonces que la oración es el enlace que nos une y nos comunica con el Padre; es el medio por el cual compartiremos la alegría de sentirnos verdaderos hijos del creador, ayudándonos a profundizar a cada momento en ese diálogo de amor y de amistad.

La oración llegará a ser tan profunda en la medida en la que dediquemos tiempo a ella. No basta solamente con decir "¡Dios mío ayúdame!" Si no que se trata de adentrarnos a lo más hondo e íntimo, llegando hasta ese rincón del corazón en donde nosotros sabemos individualmente que nos cuesta llegar, por ser el sitio en donde se encuentran nuestros más obscuros sentimientos.

Para lograr ese momento de profundidad, tenemos primero que nada, reconocernos como hijos que necesitan de su Padre; sabiendo que a lo mejor no somos dignos de que él nos escuche, pero sabiendo también que él está ahí y que por su misericordia, nos conforta y anima a seguir adelante. Entonces podremos decir que estamos comunicándonos con aquel que es todo amor, sabiendo de antemano que él es el pozo de agua, del cual nunca más tendremos sed. (Jn. 4:10-14)

La oración tiene que ser confiando plenamente en que es Dios quien nos escucha (Jn. 11:41-42) Además tenemos que descubrir que no solamente se trata de que le hablemos, sino que demos la oportunidad a él a que nos responda.

Uno de los problemas más graves dentro de la oración tanto individual como comunitaria es que nuestro tiempo se va más en hablar a él, que escucharle a él. (Mt 6:5-6)

La oración es una experiencia vivida. Ella nos transforma de tal manera, que nuestras vidas son llamadas a una transformación total, y obedeciendo a ése cambio en nosotros, se logrará así transformar las vidas de los demás.

No podemos (como servidores), tener oración sin experiencia; así como también no podemos tener oración sin experimentar la presencia del Señor. De nada nos serviría solamente "sentir su presencia", si no lo experimentamos en la más profundo de nuestro ser.

Hay cuatro partes importantes, que un buen servidor tiene que reconocer, dentro de su vida de oración:

La fe: Que es la confianza plena de que creemos sin ver y que confiados, en él, lograremos un día ver su rostro bendito (2 Cor. 5:6-9) (1 Ped. 1:8)

La esperanza: Pilar muy importante dentro de nuestra vida de oración, pues al perseverar en la oración, se mantendrá viva la esperanza de que viviremos eternamente al lado del Señor (1 Ped. 1:13; Ap. 21:3-4; Rom. 8:17)

El amor: Que es lo esencial de la oración, pues no podemos orar y decir que tenemos fe y que hay esperanza, si no tenemos el amor que nos viene del Padre y en el cual viviremos eternamente (1 Jn. 4:16; Jer. 31:3)

La humildad: Que es en realidad la base de la oración, pues sin un espíritu humilde, humillado ante la presencia del Padre, nunca lograremos elevar nuestra oración al creador. (Fil. 2:1-11; Col. 3:12; 1 Ped. 5:5)

Tenemos que estar conscientes de cada uno de estos puntos y de vivirlos a plenitud, dejando que sea el Espíritu Santo quien nos guíe y nos instruya en la oración (Rom. 8:26-27)

Por lo tanto tenemos que comenzar por profundizar en nuestro interior y buscar en lo más íntimo, su bendita presencia, guardando silencio y dedicando tiempo para tu oración. El buen servidor debe mantenerse constantemente en oración.

En la siguiente sección aprenderemos más sobre lo que la oración significa para nuestras vidas como servidores.



Nuestra oración

Cuando se nos invita a la oración, pensamos que es el tiempo para dirigirnos a Dios y pedirle algo o simplemente para agradecerle lo que ha hecho por nosotros.

Hay ocasiones, en las que pensamos, que Dios está con una varita mágica y que al momento en el que le pedimos, él moviendo su varita, nos conceda todo lo que le demandamos. Y hay de él si no nos da lo que le pedimos. Es entonces cuando le reclamamos y le preguntamos del por qué no nos complace si nosotros le hemos servido en todo lo que nos ha pedido.

Para que nuestra oración tenga sentido, es importante que sepamos que Dios sabe lo que necesitamos desde antes que le pidamos (Mt. 6:8) Por lo tanto al Padre lo buscamos en la oración para adorarlo y alabarlo por su grandeza, por lo que él significa para nosotros y no necesariamente por lo que él pueda o no pueda hacer en nuestras vidas.

Dirigirnos al Padre en oración significa: Dejar a un lado todas aquellas cosas que nos perturban, inclusive nuestro propio ser. Es entregarnos en cuerpo y alma, confiando plenamente que nos dirigimos a él humillados ante su presencia, pensando y creyendo que
verdaderamente contemplamos su rostro en Cristo Jesús (Jn. 14:8-9)

Es imprescindible pues, que comprendamos que al momento de nuestra oración, dejemos que sea Jesús, quien nos guíe en presencia del Espíritu Santo, hacia la contemplación visualizando su figura y en la profundidad de nuestras almas, abramos nuestros oídos internos para escuchar la Voz del Padre, dando descanso a nuestro propio espíritu (Hb. 10:11-13)

En el momento en que nos dirigimos a Dios en oración, nuestros corazones pasan de ser la bodega de tantos orgullos, vanidades, rencores, odios y malos pensamientos, a ser el Templo de Dios en donde habita el Espíritu Santo (1 Cor. 3:16) Es decir que nos adentramos a la parte más importante y más íntima en donde tendremos ese encuentro personal y directo con el Padre. Esto implica que debemos dejar nuestro ego personal y decir como Pablo: " …y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" Gal. 2:20

El orar en Espíritu y en verdad

Cuando leemos las Escrituras, encontramos muchas maneras en las que se nos introduce o se nos enseña a orar. Una de ellas es la oración del Padrenuestro. Otra es la que hemos como Iglesia rezado por siglos y la cual nos ha ayudado en muchas maneras como lo es el Ave María y usualmente lo rezamos en el Santo Rosario. Pero una de las mejores maneras de oración es el de orar en Espíritu y verdad. (Jn. 4:23)

¿Pero qué significa ese adorarlo en espíritu y verdad? Pues significa que estamos vinculados a él en conciencia, pero no obligados a él. Es decir que nuestro ser interior estará unido a él, pero sin ser forzados. Y el mismo Señor Jesús nos lo enseñó, dándose a sí mismo y mostrándonos su vinculación con el Padre, no forzadamente, sino que en una manera humilde, no obligado, pero con el libre deseo de hacerlo.

Por otro lado tenemos que estar conscientes que al adentrarnos a la oración interior, estamos aceptando voluntariamente tener ese
encuentro personal con Jesús, así como él tuvo ese encuentro personal con su Padre. Veamos por ejemplo el Evangelio de San Lucas 22:39-42: "Después Jesús salió y se fue, como era su costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron también sus discípulos. Llegados al lugar, les dijo: «Oren para que no caigan en tentación» Después se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, y doblando las rodillas oraba con estas palabras: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» Entonces se le apareció un ángel del cielo para animarlo. Entró en agonía y oraba con mayor insistencia. Su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían hasta el suelo"

Que hermoso encuentro de Jesús con Abbá papito. Se debe llegar a tal punto que podamos dialogar con él de tal manera que en nuestro interior podamos descubrir el deseo fecundo del Padre para nuestras vidas. Y claro eso significa sacrificio y entrega total, aceptando lo que él disponga y no lo que nosotros queramos de él.

En nuestra oración buscamos no como Dios me puede agradar a mí, sino: como yo puedo agradar a Dios. Además recordemos que a Dios no lo debemos de buscar solamente en la algarabía (bullicio desordenado) y en medio de la euforia, mas bien debemos buscarlo en el silencio de nuestras almas, ya que es ahí en donde verdaderamente podremos escuchar su Palabra. "La oración de fe no consiste solamente en decir «Señor, Señor», sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre" NC 2611 (Mt 7, 21)

En la alabanza le cantamos y nos llenamos de alboroto y romanticismo; Más no debemos de quedarnos en ese momento. Tenemos que ir profundizando y poco a poco ir del canto alegre y precipitado, al momento de introducirnos a la presencia del Espíritu Santo. Es decir dejar que sea el mismo Espíritu del Señor, el que tome control de nuestra oración. (Rom. 8:26)

Hay que soltarnos al Espíritu de bondad, desistiendo de nosotros mismos para que él ilumine nuestro ser y, que sea él el que nos introduzca a la verdad total en medio de nuestra oración.

La pregunta que posiblemente nos estamos haciendo en este momento es: "¿Qué verdad es la que encontramos en nuestra oración?" Pues la de conocer al Padre que nos aparta de nuestra condición material y nos acerca a su presencia como el Padre Bueno que atiende a nuestras súplicas, desde la parte más profunda de nuestros corazones (1 Cor. 2:11-12)

Es en éste momento, en el que tenemos la oportunidad de abrirnos completamente ante su presencia. Es aquí en donde posiblemente
algunos de nosotros dejaremos que el Espíritu mueva nuestras lenguas y hablemos en idiomas en los cuales el mismo Espíritu nos conceda para hablar con el Padre (Hc. 2:1-4)

Es aquí en donde nos preparamos para el siguiente paso de la adoración. Aquí dejamos todo nuestro dolor, angustia, pena, sufrimiento o alegría, para no pensar en nada más en querer iluminar nuestro corazón con la presencia de Dios. Es el momento en el que dejamos nuestras peticiones a un lado y vamos adentrándonos más al amor del Padre.

Jesús nos enseña a orar

"El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre". NC 2599

Jesús oró en todo momento. Antes de un milagro (Mt. 15:35-36) Durante su martirio en la Cruz del Calvario (Mc. 15:33-34) El Señor nunca dejó la comunicación con el Padre. Inclusive en los momentos en que pareciera que no mucho le interesaba los dolores de los demás, él siempre estuvo orando (Jn. 11:21-22; 38:44)

El Señor siempre oró confiado en que el Padre lo escuchaba siendo toda su oración llena de entrega y humildad, dejando que fuera Dios mismo, quien obrara desde antes que se lo pidiese (Jn. 11:41-43)

A pesar de su humanidad, Jesús nunca se dejó llevar por las circunstancias que le rodeaban, ni por los problemas, cansancios ni dolores (Mc. 4:35-40) Él siempre sostuvo la comunicación con el Padre hasta el máximo, dando su propia vida por obedecerle. De la misma manera nuestra vida de oración debe de consistir en entrega y sacrificio, en obediencia y en amor (NC 2549)

Jesús nos enseña que debemos de confiar plenamente en el Padre, que nunca vengamos a él sin creer que lo necesitamos, él ya nos lo a concedido (Mt. 6:6)

Además el Señor también nos enseña que debemos tratar de alejarnos del bullicio del mundo. Que constantemente busquemos los lugares más silenciosos. Él, aprovechó a plenitud esos momentos a solas con el Padre, compartiendo su oración humana, en medio de sus debilidades y angustias, (Lc. 22:41-42) pidiendo constantemente por cada uno de sus seguidores y por las necesidades de su pueblo (Jn. 17:9-11)

Jesús nos pide que dediquemos tiempo para nuestra oración personal. Que por un momento nos apartemos de lo que nos rodea y que sin desanimarnos doblemos nuestras rodillas para hablar con el Padre que escucha y que atiende a nuestras súplicas (Mc. 14:37-38)

Uno de los aspectos más importantes de la oración de Jesús es que nos guía a la presencia del Padre a través de la oración de contemplación, es decir que nos lleva a un acercamiento más directo con Dios, hasta el punto tal que podemos lograr visualizarlo en el mismo Señor Jesucristo (Jn. 14:7-14)

Si verdaderamente deseamos llegar a éste momento, debemos reconocer que a Dios se le busca en los buenos y en los malos momentos. Hay quienes lo buscan solamente cuando se encuentran enfermos o porque sus hijos tienen problemas, etc., olvidándose de él cuando se encuentran bien.

Es por ello que se hace muy difícil para muchos de nosotros lograr comprender del por qué estamos en tal situación (de enfermedad o dolor), y por más que pedimos al Padre que nos sane, es como que él no nos escucha. Pero debemos de aprender a perseverar en esos momentos de angustias, penas o enfermedades, sin preocuparnos del por qué Dios no nos atiende, más bien dándole gloria por los momentos difíciles que atravesamos.

Santa Rosa de Lima, oraba de la siguiente manera: "¡Padre, aumenta mis dolores, pero con la misma medida, auméntame tu amor! " Su bella oración nos enseña que tenemos que ir más allá del tiempo o el momento en el que nos encontramos; y es precisamente en ese instante en el que verdaderamente nos acercamos más y más al Señor.
 

Por supuesto que no solamente en la tristeza se encuentra al Señor. También lo encontramos en medio de la alegría, pues para llegar al lugar santo debemos de peregrinar con cantos y alabanzas y poco a poco ir adentrándonos hasta llegar a una contemplación total.

De alabanza a la contemplación

Hay unos puntos que tenemos que tomar en cuenta cuando nos iniciamos en el camino de la oración.

La alabanza

La adoración

La contemplación

Es bueno mencionar que el método que usemos personalmente, puede ser muy distinto al que aquí nos referimos, pues cada uno de nosotros llevará una vida de oración muy diferente de otras personas y, la experiencia a su vez será distinta una de la otra.

Debemos notar también que el deseo de orar debe de ser sincero, exponiendo todo lo que somos al Padre. Recordemos que podemos engañar a muchas personas, e inclusive podemos hasta engañarnos a nosotros mismos, pero a Dios nunca lo podremos engañar. Él nos conoce mejor que nuestras propias madres. Dice su palabra: "Escúchenme, islas lejanas, pongan atención, pueblos. Yahvé me llamó desde el vientre de mi madre, conoció mi nombre desde antes que naciera" Is. 49:1. Por lo tanto seamos sinceros ante la presencia del Señor.


La alabanza

Es la manera usual en la que empezamos nuestro diálogo con el Padre. Es aquí en donde comenzamos a calentar el motor del vehículo que nos llevará hacia la presencia de Dios. "La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que él es" NC 2639. Es a través de los cánticos y de nuestra unión en la alegría del espíritu, como podemos dar inicio a una oración profunda, agradeciendo al Señor su inmensa misericordia por cada uno de los momentos en los que él a obrado por nosotros.

Es éste el paso que necesitamos muchos de nosotros, para quebrantar el hielo de los corazones. La alabanza es la manera en la cual
integraremos nuestro espíritu con el Espíritu del Padre, preparándonos interiormente con el deseo de dialogar con él y el deseo de visualizar su rostro (Fil. 4:4-7) Como nos dice el Santo Job: "¡Ojalá que mis palabras se escribieran y se grabaran en el bronce, y con un punzón de hierro o estilete para siempre en la piedra se esculpieran! Bien sé yo que mi Defensor vive y que él hablará el último, de pie sobre la tierra. Yo me pondré de pie dentro de mi piel y en mi propia carne veré a Dios. Yo lo contemplaré, yo mismo. Él es a quien veré y no a otro: mi corazón desfallece esperándolo" Job. 19:23-27

Desde el momento de la alabanza, nuestras almas empezarán a disfrutar de la presencia del Padre en el Espíritu Santo, lanzando nuestra oración al Señor en una acción de gracias y llenando nuestro ser de un gozo tal que podremos desde el mismo inicio experimentar a Dios obrando desde ya, en nuestras vidas (Sal. 68:33-36; Ex. 15:11-18)

La adoración

Es la primera actitud de nuestro espíritu al reconocer que hablar con el Padre a través de Jesús, lo hacemos libre de todo pensamiento material y que lo reconocemos en el silencio de nuestros corazones, un momento lleno de entrega y humildad, aceptando su Espíritu de amor y bondad en lo más profundo de nuestro ser, teniendo en cuenta que somos sus hijos amados.

Es éste el momento en el que el Espíritu conduce nuestras almas a la exaltación del Padre. Es el tiempo en el que lanzamos palabras llenas de humildad, reconociéndolo como el verdadero Dios; como el verdadero Señor de nuestras vidas; como el que nos muestra su imagen preciosa, con los brazos abiertos y diciendo a nuestros corazones "¡Hijo te amo, hija te amo!"

Podemos reconocer a través de la adoración, que él está verdaderamente ahí al lado nuestro y que con nuestras palabras, exaltamos su nombre alabándolo y glorificándolo en lo más íntimo de nuestro ser (Sal. 96:1-7)

Adorarlo es hacerlo nuestro verdadero Padre, es saber escucharlo y saber atender a su voz en nuestros corazones; Es poder palparlo y abrazarlo en medio de nuestras penas, dolores y sufrimientos; Es decirle un "¡Te alabo y te exalto, porque tú eres mi Dios y mi Señor! " Es poder derramar lágrimas de alegría; es extender nuestros brazos y cantarle aleluya desde lo más profundo de nuestro corazón; Es poder decirle Abbá papito; es injertarnos en toda su grandeza y proclamarlo Rey de reyes y Señor de señores.

"Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la «nada de la criatura», que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es
alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en la Magnífica, confesando con gratitud que él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo. La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo." NC 2097

La contemplación

Es el momento en el que profundizamos en nuestro diálogo con el Padre, el instante en el que contemplamos el rostro del Señor.

Hablar de contemplación significa que, nos dejaremos llevar por la presencia de Dios, experimentando el estar a su lado, desde el punto más profundo del corazón, en el silencio de nuestras almas.
 

Es por ello que muchos de nosotros no alcanzamos éste nivel de oración. Nos esforzamos en pensar como Dios nos va agradar y no
guardamos el silencio necesario.

Contemplarlo es vernos anonadados ante su presencia, es no pensar en "yo y Jesús ", sino en el Jesús total.

En la oración de contemplación, buscamos siempre a Jesús a quien no se le tiene que dirigir palabra alguna para poder disfrutar de su presencia. Más bien, se trata de verlo y de escuchar su voz en nuestro corazón (Hc. 2:25-28) Porque si es cierto que a Dios no se le puede ver, también es cierto que lo podemos contemplar a través de ver a Jesús, pues "él es la imagen del Dios que no se puede ver" Col. 1:15.

Es en éste momento en el que podremos experimentar su real grandeza, dirigiéndose a nosotros con amor y ternura. Es poder ver su imagen reflejando su Luz eterna sobre nosotros, sembrando en nuestros corazones un espíritu de paz y de armonía.

Qué más se podrá decir de este momento tan especial, si no lo vivimos, si no lo experimentamos nosotros mismos, nunca podremos
descifrarlo a plenitud.


Entonces diremos que la contemplación es el momento más importante dentro de la oración, pues ella nos lleva directos a la presencia de Dios por medio de Jesús a través del Espíritu Santo.

Para terminar esta sección, tenemos que recordar dos aspectos importantes dentro de la vida del servidor de Dios: 1. Que somos sus
hijos y 2. Que tenemos que vivir, una vida constante de comunicación con él. Voy a recordar nuevamente esto: "No podemos ser fieles servidores, cuando solamente nos dedicamos a hablar de Dios a los demás " Por el contrario, nuestro deber como cristianos servidores es el de tener un diálogo constante con el Padre, para poder llevar su mensaje de salvación a la humanidad. Tenemos que vivirlo y disfrutarlo en la oración, para trasmitir esa misma alegría a los corazones que están en necesidad de experimentar la paz y la alegría del Señor.

"Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu. Velen en común y prosigan sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo a favor de todos sus hermanos" Ef. 6:18