Los peligros de una falsa oración

Mariana Lozano, hmsp
Revista Inquietud Nueva

Entre los consejos más constantes de los directores espirituales y confesores está el de perseverar en la oración, esto para encontrar la paz y la luz necesaria que ilumine el caminar cotidiano.

En este artículo más que hablar de técnicas o modos sobre cómo hacer oración trataremos el tema de algunos de los peligros a los que puede enfrentarse el cristiano que se dispone a hacer una experiencia fuerte de oración.

1. Identificar oración con sensibilidad

No descartamos la posibilidad de experiencias sensibles durante la oración, pero no podemos hacer depender de ello nuestra vida espiritual. Orar no siempre es «gustoso», en ocasiones se convierte en un «sacrificio» cuando las disposiciones interiores no son las mejores.

Aquellos que desean sentir siempre consuelos y arrebatos del Espíritu deben saber que «la unión del hombre con Dios puede realizarse también a través de experiencias de aflicción e incluso de desolación. Éstas no son necesariamente un signo de que el Espíritu ha abandonado el alma, puede ser en cambio una participación auténtica del estado de abandono de nuestro Señor en la Cruz (cf. Mt 27, 45-50)» (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana n. 9).

La historia nos reporta la vida de santos que gozaron de verdaderas experiencias místicas, que la Iglesia considera válidas y ciertas, pero ellos no hicieron depender su fe y su oración del sentimiento. Grandes ejemplos son santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz, místicos por excelencia que pasaron por prolongados períodos de sequedad y vacío interior. Comentaba la santa: «muchos años en la oración experimenté lo que se siente chupar un clavo», es decir, nada, pero no por eso dejaba de pasar largos ratos en el oratorio, convencida de que lo sintiera o no, Dios estaba presente y la fortalecía para la lucha.
Repetirnos una y otra vez: «voy a orar no porque siento “bonito” sino porque lo necesito».

2. Meditación Transcendental: una oración centrada en la nada, cerrada al diálogo

Este tipo de oración va ganando terreno en los ambientes cristianos, proveniente del mundo oriental. Parte de la creencia panteísta que invita a unir el alma a la fuerza única del universo, porque existe una sola realidad continua y todo está conectado con todo. Al mismo tiempo afirma que el raciocinio es un impedimento para realizar la unidad mística con Dios. Lo que se pretende es hacer desaparecer las distinciones, perder la propia identidad como una gota de agua en el inmenso océano de la energía impersonal. La meta de la meditación es vaciar la mente de todas las ideas para poder alcanzar la grandiosa experiencia de la unidad. Por ello, esta práctica requiere de extenuantes ejercicios corporales y muchas horas de práctica de control mental.

Sin duda la meditación trascendental puede provocar sensación de bienestar pero no consigue saciar el hambre de infinito que el hombre tiene. Esto es una especie de paliativo que consigue hacer olvidar por un rato el dolor pero después cuando el hombre regresa a su realidad se topa nuevamente con los problemas que parecen insuperables.

Esta práctica ni siquiera puede llamarse oración porque no cumple con el requisito esencial de la misma: el diálogo con el Creador. La oración es diálogo, reciprocidad, comunicación entre criatura y Creador. No decimos dialogar con el amigo cuando cada uno, sentado frente a frente, se pierde en el abismo de su propio ser o se concentra en la energía impersonal del Universo; el diálogo implica dos que sean conscientes y libres, dispuestos a compartir de sí lo mejor.

3. ¿Oración o distracción?

Este es uno de los escollos más constantes al momento de orar. Bien decía la misma santa Teresa que la imaginación es la «loca de la casa», porque va y viene por doquier impidiéndonos centrar la mente y el corazón en Dios.
Si al terminar nuestra «oración» nos damos cuenta de que estuvimos ahí «de cuerpo presente», no podemos quedarnos tranquilos, pues esto, finalmente, nos llevará a la superficialidad, al vacío.

No basta cumplir con un tiempo determinado de oración diaria o a la semana –como si Dios fuera un prestamista que nos ha dado un tiempo de vida, al que hay que retribuir con «algo» para contentarlo y no nos arrebate nuestros bienes–, es necesario disponernos esforzadamente a un verdadero encuentro con el Señor.

Para ello hay que entrenarnos en la disciplina haciendo bien aquello que tenemos que hacer. Pensar: «Si me dirijo a la capilla voy a disponerme a orar, si al salón de clases voy a estudiar con empeño, si al trabajo daré lo mejor de mí». De otra manera nos sucede que vamos a la Iglesia y la mente se queda en el trabajo; en el trabajo nos quedamos absortos en los problemas de la familia; en los paseos o convivencias anhelamos un momento de soledad para orar, y resulta que no aprovechamos nada de lo que tenemos en el presente.

Hay que evitar la simpleza del que por llevarse «de a cuartos» con Dios se acomoda en su rincón y duerme plácidamente mientras transcurre su tiempo de «oración» o el que al tomar un libro –aunque sea de lectura espiritual– se sienta desde el primer momento y lee sin parar hasta el final. Sería desconcertante para cualquiera que llegando a visitarlo una persona, ésta se siente a la mesa y se ponga a leer el periódico, ignorando a todos y a todo, o se acostase en el sillón y durmiera sin ni siquiera decir ¡hola, cómo estás!

Sin duda que es bastante difícil permanecer todo el tiempo concentrados en Dios y no debemos asustarnos por las distracciones, que todos tenemos, lo que vale ante el Señor es el esfuerzo que la persona realiza en su intento de orar de veras, de llenarse de su amor. Las lecturas de la Biblia u otros libros apropiados pueden ser buenos auxiliares que propicien nuestro diálogo con Dios, mientras no se conviertan en sustitutos de este coloquio entre amigos.

4. Repetición sin tregua

Bien dice el Señor: «Cuando ustedes oren, no usen muchas palabras, como hacen los que no conocen verdaderamente a Dios. Ellos creen que Dios les va a hacer caso porque hablan mucho…» (Mt 6, 7), pues no ora mejor el que habla más sino el que ama más.

La oración vocal ha sido siempre un medio utilizado por la Iglesia, la recitación de los salmos en la Liturgia de las horas y otras formas de piedad lo atestiguan, pero si este rezo no va acompañado con la atención de la mente puede convertirse en letanía estéril e interminable.

Por eso hay que tener cuidado de no resbalar en este defecto: repetición de palabras con los labios sin eco en lo profundo del corazón.

La oración personal es insustituible y es recomendable hacerla en silencio. En el silencio se descubren las buenas inspiraciones, vamos descubriendo lo que el Señor quiere de nosotros.

Concluyo invitando a todos los lectores a convertirse en cristianos contemplativos. En medio de nuestro ajetreado mundo moderno debemos aprender a hacer un alto en nuestra vida para colocarnos de cara a Dios. Cada día, en la medida de nuestras posibilidades, busquemos estos encuentros con nuestro Señor, que se convertirán en verdaderos oasis en medio del desierto. El tiempo que se dedica a la oración nunca es tiempo perdido, al contrario es fuerza y vigor interior que potencia las capacidades humanas y nos hace personas de gran valor.