PADRENUESTRO TEXTOS

 

1.ORA/ESPERANZA:EP/ORACION:
Cuando hace poco, al preparar mi conferencia sobre la 
catequesis, releía el Catecismo Romano, me impresionó una 
afirmación sobre la esperanza que hasta entonces me había 
pasado inadvertida. Los cuatro elementos principales de la 
catequesis (Símbolos, Mandamientos, Sacramentos y Padre 
Nuestro) se relacionan allí con las distintas dimensiones de la vida 
cristiana. Del Padre Nuestro se dice que nos enseña lo que el 
cristiano ha de esperar (Catecismo Romano, Proemio XII). Me 
sorprendió en primer lugar esta relación entre Padre Nuestro y 
esperanza; esto no cuadra con nuestras ideas habituales sobre una 
teología de la esperanza o de la oración. Y, sin embargo, me 
parece que esta observación es muy profunda. Lo que la 
esperanza es queda claro en la oración; comprenderemos lo que 
significa orar si comprendemos el problema de la esperanza. Y 
como el Padre Nuestro es la oración fundamental, en él está 
prefigurada de manera ejemplar la relación que existe entre oración 
y esperanza. Vale la pena, en verdad, seguir la pista que nos abre 
esta observación del Catecismo Romano y que a primera vista 
puede parecer un tanto extraña o incluso arbitraria.
El Padre Nuestro tiene que ver con la esperanza en primer lugar 
por su contenido. En su segunda parte responde a los miedos 
cotidianos del hombre y le anima a transformarlos, por la oración, 
en esperanza. Se trata del pan de cada día; se trata del miedo ante 
el mal que nos amenaza de múltiples maneras; se trata de la paz 
con el prójimo; se trata de hacer la paz con Dios y de librarnos del 
mal, del verdadero mal: la falta de fe que es también falta de 
esperanza. De este modo la cuestión de la esperanza remite a la 
misma esperanza: a nuestra aspiración al paraíso, al Reino de Dios, 
con la que comienza la oración.
Pero el Padre Nuestro es más que un catálogo de contenidos de 
esperanza. Es la esperanza puesta en marcha: rezar el Padre 
Nuestro es entrar en la dinámica de lo que en él se pide, en la 
misma dinámica de la esperanza. Sólo reza el que espera, y el que 
espera reza: todavía no lo tiene todo, en cuyo caso no tendría 
necesidad de rezar; pero sabe que hay uno que tiene el poder y la 
bondad de darlo todo, y hacia él tiende su mente, sus manos y su 
corazón. El que ora, dice Josef ·Pieper-J, "se abre a un don que en 
último término todavía no conoce, y aunque no se le conceda lo 
que concretamente pide, tiene la seguridad de que su plegaria no 
será en vano". De ahí que los maestros de la oración no sean 
meros consoladores, sino verdaderos maestros de la esperanza.

RATZINGER
SOBRE LA ESPERANZA
COMMUNIO/84/IV

........................................................................

2.
Cuando los discípulos, reiterativamente asombrados por la 
oración del Maestro (asombrados quizá por su frecuencia o por su 
forma), le piden que les enseñe a rezar, reciben una enseñanza 
original de Jesús y no habitual en el mundo judío: cuando recéis, 
llamad a Dios «Padre».
Como lo rezamos todos los días, quizá no somos conscientes de 
la osadía que supone llamar a Dios «Padre». Que es una osadía, lo 
muestra la monición del Padrenuestro en la Misa: «Fieles a la 
recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos 
atrevemos a decir...» En la Iglesia griega, la monición equivalente 
es ésta: «Dígnate, Señor, concedernos que, gozosos y sin 
temeridad, nos atrevamos a invocarte a Ti, que eres el Dios 
celestial, como Padre, y digamos...» No afirmo que todo el 
Padrenuestro, tal como lo rezamos, saliera de labios de Jesús. 
Probablemente influyó en su composición también la necesidad de 
la comunidad primitiva de tener una oración que marcara su 
identidad frente a otros grupos judíos. Sin embargo, sí digo que 
invocar a Dios llamándole «Padre» es algo que Jesús nos enseñó, 
y que esa enseñanza es una forma de expresar la concepción de 
Jesús y de sus seguidores de que Dios es Amor incondicionado. Él 
siempre llama a Dios «Padre» en los evangelios, excepto en una 
ocasión: en la Cruz, donde dice «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me 
has abandonado'?» Esta excepción se debe a que en la Cruz Jesús 
está rezando el salmo 22. Así pues, Jesús nos enseña a llamar a 
Dios «Padre», como él hace siempre, precisamente como expresión 
de su propia concepción de Dios. Dios nos ama como un Padre 
ama a su hijo. Dios nos ama como el padre del hijo pródigo (cf. Lc 
15,11-32), independientemente de cómo nos portemos. El padre 
ama tanto al hijo pequeño, que se aleja de casa y le abandona, 
como al hijo mayor, que se queda en casa con él.

Pero en el Padrenuestro tenemos concentrada también toda la 
predicación y toda la enseñanza de Jesús. Más arriba he dicho que 
cada perícopa del evangelio lo resume entero. La primera petición, 
según el evangelio de Lucas, dice: «Santificado sea tu Nombre, 
venga a nosotros tu Reino». No son dos peticiones distintas, sino 
una sola. Corresponde probablemente a un verso arameo que 
expresa el primer deseo de Jesús. Lo que Jesús pide es que venga 
el Reino de Dios o, lo que es lo mismo, que sea santificado su 
Nombre. El evangelio de Mateo añade: «hágase tu voluntad, como 
en el cielo, también en la tierra». Esta frase, «hágase tu voluntad, 
como en el cielo, también en la tierra», no está en el evangelio de 
Lucas, sencillamente porque es la explicación que hace Mateo de la 
frase anterior.

Podemos leer en Ezequiel 36,23-36 un texto que expresa qué 
quiere decir que el Nombre de Dios sea santificado: «Santificaré mi 
gran nombre profanado entre las naciones... rociaré sobre vosotros 
agua pura y os purificaréis; de todas vuestras inmundicias y de 
todos vuestros ídolos os purificaré, y os daré un corazón nuevo... y 
quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un 
corazón de carne... haré que caminéis según mis preceptos y 
guardéis y practiquéis mis normas... y llamaré al trigo y lo 
multiplicaré y no os someteré más al hambre...

Es decir, que el Nombre de Dios sea santificado significa, 
primero, que Dios va a perdonar el pecado de los hombres; 
segundo, que va a transformar el corazón del hombre, que es de 
piedra, en corazón de carne, de modo que los hombres puedan 
vivir de acuerdo con su alianza, practicando la justicia; y, por fin, 
tercero, que Dios va a llamar a los frutos de la tierra y de los 
campos para que sean abundantes y los hombres tengan una vida 
también materialmente feliz. Así pues, santificar el nombre de Dios 
no tiene nada que ver con los inciensos.
Significa, más bien, lo siguiente: que Dios lo sea todo en nuestro 
corazón, que los hombres nos mantengamos en relaciones de 
justicia entre nosotros y que abunde el trigo, las manzanas y el 
aceite, etc. Ésa es la petición de Jesús. El Reino que Jesús desea y 
predica incluye, pues, una triple relación feliz: la relación del 
hombre con Dios, la relación del hombre con los otros hombres y la 
relación del hombre con la creación. Fijémonos que es exactamente 
lo contrario de lo que ocurre en el Génesis (cap. 3), cuando se nos 
cuenta el pecado de los primeros hombres. La relación entre Dios y 
los hombres ya no es buena: Adán y Eva se esconden; no hay 
relación entre los hombres (Adán y Eva empiezan a acusarse: fuiste 
tú la culpable...); y la creación empieza a funcionar mal (la mujer 
tiene dolor al tener los hijos; el hombre tiene que cultivar la tierra 
con el sudor de su frente, y además recibe de ella espinas y 
abrojos).

La vida cristiana ha de ser, pues, una vida basada en la relación 
con Dios, o sea, una vida de fe. Ha de ser una vida volcada en el 
logro de la justicia, la verdad y la libertad en la comunidad 
humana.
Y ha de ser una vida dedicada a la producción y reparto 
equitativo de los bienes de este mundo. Los tres son aspectos del 
Reino de Dios. No debe darse un aspecto sin los otros. Omitir 
cualquiera de los tres es mutilar la actuación de Dios.

Lo mismo significa el comienzo de la segunda parte del 
Padrenuestro: «danos hoy nuestro pan de cada día». Si nos fijamos 
bien, la frase tal como la rezamos no está en ningún evangelista. 
Mateo dice: «el pan de mañana dánosle hoy»; y Lucas dice: «el pan 
de mañana dánoslo cada día». El «pan» es la metáfora del 
banquete celestial. Según Mateo, el pan que esperamos, ese 
banquete para mañana, donde serán admitidos los paganos, los 
publicanos, las prostitutas, los pobres, dánosle hoy ya. Lucas, que 
ha anclado en la historia el mensaje de Jesús sobre el Reino, dice 
en el Padrenuestro: «danos el pan de mañana cada día». Ese 
Reino del cielo donde Dios lo es todo en todos, donde se dan las 
perfectas relaciones de justicia y donde hay trigo y aceite para 
todos, dánoslo ya cada día.
En el Padrenuestro pedimos también el perdón de Dios, que 
implica la reconciliación entre nosotros los hombres. Dios, al 
perdonarnos, hace posible, al tiempo que exige, nuestro perdón.

En el fondo, el contenido del Padrenuestro no es más que la 
predicación de Jesús. Podríamos haber comentado otros textos en 
los que ocurre lo mismo. Por ejemplo, las Bienaventuranzas: allí la 
idea fundamental es que el inminente Reino de Dios llega primero 
para los pobres.

JOSE RAMON BUSTO SAIZ
CRISTOLOGIA PARA EMPEZAR 
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 43
SANTANDER 1991._ALCANCE 43. Pág.52-56

........................................................................

3.
La oración 
En la investigación que estamos haciendo del proyecto de Jesús, 
¿no prestamos ninguna atención a su oración? La oración expresa 
frecuentemente los deseos y las esperanzas más profundas de los 
hombres. La oración que Jesús enseñó y confió a sus discípulos 
resume perfectamente lo esencial de su testimonio. Así nos la dejó 
el Evangelio de Mateo: 

«Padre nuestro que estás en los cielos, 
santificado sea tu nombre; 
venga tu Reino; 
hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
El pan nuestro de cada día, dánosle hoy; 
y perdónanos nuestras deudas, 
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; 
y no nos dejes caer en tentación, 
más líbranos del Mal.» /Mt/06/09-13.

Bueno será recordar que los judíos acostumbraban a empezar 
por lo que hoy más bien pondríamos como conclusión. Por eso para 
comprender mejor esta oración, seguramente nos ayudará a 
intentar leerla al revés. 

Líbranos del Mal...
Lo primero que existe en Dios es un proyecto de liberación: librar 
del mal, es decir, de las raíces del mal, a todo hombre y a toda la 
realidad. Jesús vivió ese proyecto a todo lo largo de su aventura: 
todas sus acciones se orientaron a liberar a las personas que se 
encontraba, del mal físico, moral y social que las tenía 
encadenadas; por donde El pasaba surgían hombres nuevos. 

No nos dejes caer en tentación...
Es seguro que esta liberación choca con la oposición que se 
manifiesta ante cualquier cambio: las personas situadas no ven 
bien que se ponga mucha atención en lo que no funciona en el 
orden establecido, y que alguien se proponga transformarlo. Ante 
esas dificultades son grandes las tentaciones de abandonar la 
tarea y de encadenarse de nuevo a los poderes del mal: Jesús 
rechazó y venció todas esas tentaciones. 

Perdónanos nuestras deudas, 
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores... 
También en cada uno de nosotros existen los obstáculos; si uno 
está dominado por los cálculos y por las deudas, si uno se dedica a 
contabilizar sus esfuerzos, a compararse con los demás, a 
reprocharse su mediocridad, ¿cómo podrá vivir libre? El proyecto 
de Dios es el del año «santo»: se perdonan las deudas de una vez 
por todas y entre todos. En adelante otro sistema entra en vigor, el 
de la gratuidad, el del regalo generoso, el de la alegría compartida. 


El pan nuestro de cada día, dánosle hoy...
Esta liberación total necesita alimentarse cotidianamente para 
estar fuerte. Como aquel famoso día de Galilea, como la tarde de 
su última cena, Jesús quiere alimentar a su pueblo. Ante el inmenso 
trabajo que tiene por delante el hombre necesita fuerza a todos los 
niveles: físico, moral, social. Necesita pan, amistad, solidaridad 
compartida; necesita el dinamismo liberador de Dios, necesita una 
sobrealimentación: Dios mismo se hace alimento del hombre. 

Hágase tu voluntad 
así en la tierra como en el cielo; 
venga tu Reino; 
santificado sea tu nombre, 
¡Padre nuestro!... 
Cuando los hombres se comprometen en ese trabajo de 
renovación, ponen en evidencia lo que Dios quiere para todo el 
universo, y el Reino y Reinado de Dios se encuentran en vías de 
realización. Todo bulle, todo cambia y entonces Aquel que es el 
manantial de aquella inmensa transformación puede darse a 
conocer, su nombre puede ser reconocido y aclamado, es el 
liberador de los hombres, el Dios que da vida, el Padre, el Amor. 

Llegados a este punto, habiendo descubierto el plan de Amor de 
Dios a los hombres y su rostro de Padre, ¿por qué no responder a 
la llamada de Jesús?, ¿por qué no repetir con El esta oración cuyo 
contenido El vivió entre los hombres, para adherirnos más 
plenamente a este proyecto de renovar el mundo y revelar el 
verdadero rostro de Dios? «Que vuestra luz brille ante los hombres 
y que viendo vuestro trabajo por el bien, reconozcan a Dios, 
vuestro Padre» (Mt 5, 16). 

ALAIN PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7
SAL TERRAE. SANTANDER-1979.Págs. 125-127