ANTOLOGÍA EXEGÉTICA DEL PADRENUESTRO
* * * * *
Y haz que no sucumbamos
a la tentación
I. TERTULIANO
(De orat., VIII 1-15)
·TERTULIANO/PATER PATER/TERTULIANO
Esta oración tan concisa encuentra su lograda conclusión en la
súplica que pide no sólo el perdón, sino también el total
alejamiento del pecado: «no nos lleves (=inducas) a la tentación»,
es decir: no permitas que seamos llevados (induci) por el tentador.
En modo alguno debe entenderse (esta petición) en el sentido de
que Dios tienta1, como si ignorase la fe de uno o intentase
sofocarla. Sólo al diablo pertenecen debilidad y malicia. Pues aun a
Abrahán se le ordenó sacrificar a su hijo, no para tentar su fe sino
para ponerla a prueba2, para hacer de él un ejemplo del precepto,
que luego habría de dar: Dios debe ser preferido a lo que nos es
más querido. El mismo, tentado por el diablo3, desveló al jefe y
artífice de la tentación. Lo que confirma, cuando dice: «orad, para
no entrar en tentación»4. De tal modo fueron tentados a
abandonar al Señor, que prefirieron ceder al sueño antes que orar.
La petición final: «mas líbranos del mal» interpreta el significado de
la que suplica: «no nos lleves a la tentación».
II. SAN CIPRIANO
(Sobre la oración dominical 25)
·CIPRIANO/PATER PATER/CIPRIANO
También nos advierte el Señor como cosa necesaria que
digamos en la oración del padrenuestro: «Y no permitas que
seamos llevados (induci) a la tentación»5. Con estas palabras se
nos da a entender que el enemigo no puede nada contra nosotros
si Dios no lo permitiere para que todo nuestro temor, nuestra
entrega y sumisión se concentren en solo Dios, ya que nada puede
el malo en las tentaciones que nos levanta, si no se lo concede el
Señor. La prueba nos la da la Sagrada Escritura cuando dice:
«Vino a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la atacaba;
y la entregó el Señor en su mano»5.
Se da poderío al maligno contra nosotros según nuestros
pecados como está escrito: «¿Quién entregó al pillaje a Jacob e
Israel en manos de los que hacían presa de él? ¿Por ventura no
fue Dios, contra el que pecaron y en cuyos caminos no querían
seguir ni cuya ley no querían oir, y descargó sobre ellos la ira de
su indignación?»7. Y en otro mensaje, cuando pecó Salomón y se
apartó de los preceptos y caminos del Señor, está consignado: «y
despertó el Señor a Satanás contra el mismo Salomón»8.
Se le concede contra nosotros un doble poder: o para
castigarnos cuando pecamos, o para nuestro mérito, cuando se
nos pone a prueba; así vemos sucedió con Job, según declaración
del mismo Dios: «He aquí que pongo en tus manos todo lo que
tiene, pero guárdate de tocar su persona»9. Y en el evangelio
habla el Señor durante su pasión: «No tendrías contra mí ningún
poder si no se te hubiere dado de arriba»10.
Mas cuando rogamos que no caigamos en la tentación, entonces
se nos avisa de nuestra debilidad, pues pedimos que nadie se
ensoberbezca con insolencia, que nadie se deje llevar de altanería
y jactancia, que nadie se arrogue la gloria de su confesión o
martirio, porque el mismo Señor nos enseña la humildad, cuando
dice: «Velad y orad para que no caigáis en la tentación; el espíritu,
efectivamente, está pronto, pero la carne es flaca»11; con el fin de
que, cuando precede un reconocimiento humilde y sumiso y se
atribuye todo a Dios, todo lo que se le pide con temor y respeto
nos lo conceda su piedad.
III. ORIGENES
(Sobre la oración XXIX 1-19)
·ORIGENES/PATER PATER/ORIGENES
1. La vida como prueba
Si el Salvador no nos ha ordenado pedir cosas imposibles, me
parece digno de preguntarse cómo se nos manda pedir que no nos
ponga en tentación, siendo así que la vida de todo hombre en la
tierra es tentación: pues mientras andamos por la tierra revestidos
de la carne que «milita contra el espíritu»12, cuyo «apetito es
enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de
Dios»13, estamos en tentación. Por lo demás, que la vida entera
del hombre mortal es tentación nos lo enseña Job: «¿No es prueba
la vida del hombre sobre la tierra?»14. [...] Y también san Pablo
dice que Dios nos da su ayuda no para que no seamos tentados,
sino para que no seamos tentados más allá de nuestras fuerzas15
[...]. Porque o bien luchamos con la carne, que se enardece y milita
contra el espíritu, o bien con el principio vital de toda carne que es
considerado como la facultad directora y también se llama
corazón—esta es la lucha de quienes se ejercitan en las pruebas
humanas—, o bien a modo de atletas aventajados y expertos que
no luchan ya con la carne ni con la sangre, ni son puestos a
prueba con tentaciones humanas que han sabido superar;
luchamos «contra los principados, contra las potestades, contra los
dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos
de los aires»16. Sea como fuere, no estamos exentos de
tentaciones.
¿Cómo, pues, el Salvador nos manda que pidamos no ser
puestos en tentación, siendo así que Dios a todos nos tienta de
algún modo?: [...] «muchas son las tribulaciones de los justos»17;
el apóstol: «por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el
reino de Dios»18.
[...] Pero, ¿cuándo alguien pensó que los hombres estarían
fuera de tentaciones, si éstas les vienen con el uso de la razón?
¿Y en qué tiempo se sentiría seguro de no tener que pelear, para
no pecar? ¿Está alguno en indigencia?: que tema «no sea que
robe y blasfeme del nombre de Dios»19. ¿Es rico?: que no esté
seguro, porque en la abundancia puede engañarse y, exaltado,
decir: ¿quién me ve? [...] Tampoco los que poseen un término
medio entre las riquezas y la pobreza están inmunes de pecado en
su posesión media.
¿Pero es que el sano y pletórico de vida piensa estar fuera de
tentación por su misma buena salud? ¿Y de quiénes, si no es de
los sanos y robustos, es el pecado de «violación del templo de
Dios»20 [...] ¿Y qué enfermo escapa a todas las insinuaciones
para violar el templo de Dios, si encontrándose a la sazón ocioso
fácilmente puede consentir los pensamientos de cosas impuras
que le asaltan? [...] Mas, ¿cree alguno que lo dejarán tranquilo las
tentaciones, cuando se vea rodeado del honor de los hombres, y
que no es suficientemente dura la frase: «recibieron ya la
paga»21, dirigida a los que se dejan llevar por la estima de las
gentes como si en ello hubiera algún bien? [...] ¿Y a qué tengo que
enumerar los fallos de soberbia de quienes se creen nobles y a la
sumisión aduladora de los que se llaman innobles...? [...].
Ni22 siquiera aquél que «medita la ley del Señor día y noche»23
[...] esta exento de tentación. ¿Será preciso24 decir cuántos
estudiosos de las divinas Escrituras entendieron erróneamente las
promesas contenidas en la Ley y los profetas, y se implicaron en
doctrinas impías necias y ridículas? ¿No son también incontables
los que, por no considerar reprochable la negligencia de la lectura,
cayeron en los mismos errores? [...] Y esto les ocurría por no hacer
frente a la tentación que les proponía no dedicarse a la lectura de
los libros sagrados, encontrándose por ello desarmados para la
lucha inminente.
2. Cómo superar la prueba
Así pues25, «la vida toda del hombre sobre la tierra es
prueba»26. Por eso pedimos vernos libres de la tentación, no para
dejar de ser tentados—pues esto es imposible mientras vivimos
sobre la tierra— sino para no sucumbir en las pruebas. Pues el
que sucumbe a la tentación cae en ella, como si fuera capturado
en sus redes. En estas redes ya entró el Salvador por los que en
ellas habían sido apresados y, mirando a través de sus mallas
como por «entre celosía», [...] habla a los que allá están
aprisionados y caídos en tentación, como si se tratara de su
esposa: «¡levántate ya, amada mía, paloma mía!»27. Por tanto28,
hay que orar, no para dejar de ser tentados—cosa imposible—
sino para no ser enredados por la tentación, como sucede a
quienes por ella son atrapados y vencidos.
3. ¿Tienta Dios?
Puesto que fuera de la oración (del padrenuestro) se dice:
[«Orad para] que no caigáis en tentación»29, [...] y dentro de esta
oración se nos propone decir a Dios Padre: «no nos dejes caer en
la tentación» hay que entender cómo Dios necesariamente al que
no ora lo lleva a la tentación. Porque si [...] caer en tentación es un
mal, que pedimos no nos sobrevenga, ¿cómo no ha de ser
absurdo pensar que Dios bueno [...] lance a alguien al mal?
[...] Creo que Dios dispone de tal modo a cada una de las almas
racionales, para que mire a su vida eterna. Todas conservan
siempre su libertad; y por su propio impulso bien eligen lo mejor y
suben hasta llegar a la cumbre de los bienes, bien por negligencia
van descendiendo de diversos modos al mayor cúmulo de males.
Una curación rápida y precipitada engendra en algunos el
desprecio de sus propias enfermedades, como fáciles de curar;
con lo que sucede que, una vez sanados, vuelven a caer en las
mismas enfermedades. Teniendo esto presente, no puede
considerarse descabellado el dejar despectivamente que la maldad
crezca en ellos y se desarrolle hasta hacerse incurable, para que,
pasando la vida en el mal y saciándose del pecado, apetecido
hasta que le provoque náuseas, por fin adviertan su daño, odien lo
que primeramente han abrazado y, una vez curados, puedan
conservar con mayor firmeza la recuperada salud del alma. [...]
Pues no quiere Dios que el bien venga a uno necesariamente, sino
que se acepte libremente. [...] Luego si «no es injusto tender la red
a las aves»30, Dios razonablemente nos lleva al lazo, según el
salmista dijo: «nos metiste en la red»31; y si ni el más insignificante
de los pájaros, sin la voluntad de Dios, cae en el lazo—y el que cae
en él es por no haber usado rectamente de la facultad concedida
de reanudar el vuelo—, pidamos no admitir nada por lo que
merezcamos caer en tentación por justo juicio de Dios. Y cae en
tentación cualquiera que es entregado por Dios a los deseos
inmundos del corazón32, y cualquiera que es abandonado a las
pasiones ignominiosas33, y cualquiera que, al no procurar tener a
Dios dentro de sí, es entregado a un réprobo sentir, que lo lleva a
cometer torpezas34.
4. Utilidad de la tentación
He aquí cuál es la utilidad de la tentación: las cosas de nuestra
alma, ocultas no a Dios pero sí a todos e incluso a nosotros
mismos, se ponen de manifiesto por las tentaciones. Así no se nos
esconde cómo somos, sino que, teniéndolo a la vista, advertimos,
si queremos, los propios males, y agradecemos también los bienes,
que por las tentaciones se nos han puesto de manifiesto.
Que las tentaciones nos sobrevienen precisamente para que
aparezca cómo somos y se conozcan los rincones de nuestro
corazón, lo declara el Señor: «¿Piensas que he tratado contigo con
otro objeto que el de poner de manifiesto tu justicia?»35. Y en otro
lugar: «El te afligió, te hizo pasar hambre, y te alimentó con el
maná... te ha conducido a través del desierto, de serpientes de
fuego y escorpiones, tierra árida y sin agua..., para que se
conocieran los sentimientos de tu corazón»36.
Por tanto, en los intervalos de las sucesivas tentaciones
mantengámonos firmes y pertrechémonos para el futuro que pueda
sobrevenirnos, a fin de que lo que suceda no ponga al descubierto
nuestra preocupación, sino que sirva para poner de manifiesto
nuestra esmerada preparación. Pues lo que faltara, a causa de la
debilidad humana, si agotamos nuestras posibilidades, lo
completará Dios, que «hace concurrir todas las cosas para el bien
de los que le aman»37, de los que en su presciencia previa lo que
serían.
IV. SAN CIRILO DE JERUSALÉN
(Cateq. XXIII, 17)
·CIRILO-DE-J/PATER PATER/CIRILO-DE-J
¿Nos enseña quizá el Señor a rogar que no seamos tentados de
ninguna forma? Pues ¿cómo se dice en otra parte: «el varón no
tentado no es varón aprobado»38, y de nuevo: «tened por gozo
completo, hermanos míos, cuando os viereis cercados de
diferentes tentaciones»?39
Pero tal vez el «entrar en la tentación» es el ser sumergido en
ella. Porque parece la tentación como un torrente difícil de
atravesar. Por una parte, los que pasan por las tentaciones sin
sumergirse, son unos magníficos nadadores, y de ningún modo
son arrastrados por ellas. Por otra parte, los que de tal modo no
las atraviesan, se hunden. Como, por ejemplo, Judas, habiendo
entrado en la tentación de avaricia, no nadó, sino que, hundido
corporal y espiritualmente, se ahogó. Pedro entró en la tentación
de la negación, pero habiendo entrado, no fue sumergido, sino
que, habiendo nadado con valentía, fue librado de la tentación.
Oye también en otro pasaje, referente al coro de los santos que
no cayeron, dando gracias por haber sido sacados de la tentación:
«Nos probaste, oh Dios, nos has acrisolado, como se acrisola la
plata. Nos has metido en el lazo, has cargado de tribulaciones
nuestra espalda, hiciste pasar hambre sobre nuestras cabezas.
Hemos atravesado por fuego y agua, y nos has sacado a un lugar
de refrigerio»40. El llegar al refrigerio es el ser librados de la
tentación.
V. SAN GREGORIO NISENO
(De orat. domin., V (PG 44, 1191A- 1194A))
·GREGORIO-NISA/PATER PATER/GREGORIO-NISA
Con el fin de saber a quién oramos y no suplicarle con los labios
sino con el espíritu en la petición: «no nos lleves a la tentación,
sino líbranos del malo», es preciso no preterir su explicación41 [...].
VI. SAN AMBROSIO
(Los sacramentos, V 4, 29)
·AMBROSIO/PATER PATER/AMBROSIO
Mira que dice [el Señor]: «no permitas que seamos llevados
(induci) a la tentación»42, que nosotros no podemos resistir. No
dice: «no nos lleves (inducas) a la tentación», sino que, como un
atleta, quiere tal prueba, que la condición humana y cada uno
pueda soportar [...].
VII. TEODORO DE MOPSUESTIA
(Hom., Xl, 17)
·TEODORO-MOP/PATER PATER/TEODORO-MOP
Y como en este mundo caemos de improviso en numerosas
tribulaciones—enfermedades corporales, malicias de los hombres y
otras muchas miserias que nos enmallan y hacen tambalear, hasta
turbar nuestro espíritu con pensamientos que a menudo nos alejan
de la práctica del bien—, añadió él justamente: «y no nos induzcas
en tentación», de modo que seamos preservados en cuanto es
posible. Si sucede que llegan las tentaciones, hagamos un gran
esfuerzo para soportar con valor las tribulaciones que no
esperábamos y debían sobrevenirnos.
Ante todo, pedimos a Dios que la tentación no nos alcance; pero,
si entramos en ella, pedimos soportarla heroicamente y que
termine cuanto,antes. No es un secreto que en este mundo
muchas y variadas tribulaciones turban nuestros corazones. La
misma enfermedad corporal, en efecto, si se prolonga y agrava,
turba profundamente a los enfermos. También las pasiones
corporales nos seducen a veces sin quererlo y nos desvían de
nuestro deber. Caras bonitas, miradas de repente, despiertan la
concupiscencia que está en nuestra naturaleza. Y otras muchas
cosas nos sobrevienen, cuando menos las pensamos, inclinando al
mal nuestra elección e incluso complacencia en el bien. Sobre todo
los proyectos contra nosotros de los malvados, y más aún si se
trata de hermanos en la fe, bastan para alejar del bien incluso al
probadamente virtuoso.
[...] Por todo esto dijo: «no nos induzcas en tentación», y añadió:
«mas líbranos del maligno». Pues en todo caso, no nos procura un
daño mediocre la malicia de Satanás, quien pone en obra variadas
y numerosas astucias, para hacer lo que —espera él—, le permitirá
desviarnos de la consideración y elección del deber.
VIII. SAN JUAN CRISÓSTOMO
(Homilías sobre san Mateo, XIX, 6)
·JUAN-CRISO/PATER PATER/JUAN-CRISO
Aquí nos instruye claramente el Señor sobre nuestra miseria y
reprime nuestra hinchazón, enseñándonos que si no hemos de
rehuir los combates, tampoco hemos de saltar espontáneamente a
la arena. De este modo, en efecto, nuestra victoria será mas
brillante, y la derrota del diablo más vergonzosa. Arrastrados a la
lucha, hemos de mantenernos firmes valerosamente. Provocados,
estémonos quietos a la espera del momento del combate, con lo
que mostraremos a la vez nuestra falta de ambición y nuestro
valor.
IX. SAN AGUSTIN
(1. Serm. Mont. II, IX 30-34; 2. Serm. 57, 9)
·AGUSTIN/PATER PATER/AGUSTIN
1) La sexta petición dice: «no nos lleves a la tentación»; algunos
códices dicen «induzcas», lo cual juzgo igual, pues ambas palabras
fueron traducidas del vocablo griego eisenegkes. Muchos43 dicen:
«no permitas que seamos inducidos a la tentación», a fin de
explicar mejor el sentido de esta palabra. Dios no induce por sí
mismo a nadie a la tentación, sino que permite caiga en ella aquél
a quien por ocultos y justos designios o por castigo retira sus
auxilios. También muchas veces, por causas manifiestas, juzga
Dios que alguno merece le abandone, y le deje caer en la
tentación.
Mas una cosa es ser tentado y otra consentir en la tentación.
Porque sin tentación ningún hombre puede estar probado para sí
mismo, como está escrito: «Quien no ha sido tentado, ¿qué cosa
puede saber?»44.
Ni tampoco puede estarlo para otros, como dice el apóstol: «Y en
tal estado de mi carne, que os era materia de tentación, no me
despreciasteis ni desechasteis»45. [...] Por esa razón las palabras
del Deuteronomio que dicen: «El Señor, Dios vuestro, os prueba
para que se haga patente si le amáis»46, se han de entender, por
lo que toca a la frase «se haga patente», en el siguiente sentido:
para hacernos saber [...]. Lo cual no entienden los herejes, que
rechazan el antiguo testamento [= maniqueos] y pretenden que
esto equivale a tachar de ignorante a aquél de quien se dijo: «el
Señor, Dios vuestro os prueba», como si el evangelio no dijese del
mismo Señor: «Mas esto lo decía para probarle, pues bien sabia él
mismo lo que había de hacer»47. En efecto, si el Señor conocía el
corazón de aquél a quien probaba, ¿qué es lo que quiso ver en la
prueba? Evidentemente, el Salvador hizo aquello, a fin de que se
conociera a sí mismo aquél que era probado, y reprobase su
desconfianza viendo a las turbas saciadas con el pan milagroso,
cuando él había imaginado que nada tenían que comer.
En consecuencia, no pedimos aquí que no seamos tentados,
sino que en la tentación no sucumbamos; como si alguno es
obligado a pasar por la prueba del fuego, no pedirá que el fuego
no le toque, sino que no le abrase. En efecto, dice el Eclesiástico
«que en el horno se prueban las vasijas de tierra, y en la tentación
de las tribulaciones los hombres justos»48. Así, pues, José fue
tentado con atractivo impuros, y no fue arrastrado de la tentación;
Susana fue tentada, y tampoco fue arrastrada ni vencida por la
tentación; y así otras muchas personas de ambos sexos; pero
principalmente Job, de cuya admirable conformidad con su Dios y
Señor pretenden aquellos herejes enemigos del antiguo
testamento hacer irrisión con sacrílegas expresiones, los cuales
discuten preferentemente aquel pasaje donde dice que Satanás
pidió a Dios permiso para tentarle. [...] Mas, si ellos se estremecen
de que Satanás pidiese a Dios permiso para tentar a un justo, yo
no pretendo explicar la razón de por qué sucedió esto; pero les
requiero que me declaren la razón por qué el mismo Señor dice en
el evangelio a sus discípulos: «He aquí que Satanás ha pedido
cribaros como el trigo»49; y, dirigiéndose a Pedro, dice: «mas yo,
Simón, he rogado por ti, a fin de que tu fe no perezca»50.
[...] Satanás tienta no en virtud de su poder, sino del permiso de
Dios, para castigar a los hombres por sus pecados o para
probarlos y ejercitarlos según su misericordia. Importa mucho
distinguir la naturaleza de la tentación en que cada uno incurre.
Porque aquella en que cayó Judas, que vendió al Señor, no es
igual que aquella en que cayó Pedro, que, atemorizado, negó a su
Maestro. Hay también, así me parece, tentaciones humanas, como
sucede cuando alguno, animado de buena intención pero, por la
flaqueza humana, se equivoca en algún proyecto; o se irrita contra
un hermano con el deseo de corregirle, mas traspasando algo los
límites, que la mansedumbre cristiana reclama. De esas
tentaciones humanas dice el apóstol: «no habéis tenido sino
tentaciones humanas», y añade: «pero fiel es Dios, que no
permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la
misma tentación os hará sacar provecho para que podáis
sosteneros»51. En cuya sentencia claramente manifiesta que no
se debe pedir para nosotros el no ser tentados, sino que no
consintamos la tentación. Porque nosotros sucumbimos en las
tentaciones, si ellas fueren de tal naturaleza que no podemos
soportarlas. Mas como las tentaciones peligrosas, con las que es
pernicioso encontrarse, tienen su origen en las prosperidades o
adversidades temporales, nadie que rechace la seducción del gozo
en los atractivos de la prosperidad será abatido por las molestias
de las adversidades.
2) ¿Será también esto necesario para la vida futura? Sólo donde
podemos ser tentados, es donde debemos decir: «no nos dejes
caer en la tentación». Leemos en el Libro de Job: «¿No es una
tentación constante la vida del hombre sobre la tierra?»52. ¿Qué
es, pues, lo que pedimos?
[...] El apóstol Santiago dice: «Nadie diga, al sentir la tentación,
que es tentado por Dios»53. Llama tentación a las sugestiones con
que el diablo nos engaña y pretende subyugarnos. De ella está
escrito en el Deuteronomio: «Os tienta el Señor vuestro Dios para
saber si le amáis»54. ¿Qué significa esto? ¿Es que necesita Dios
de la tentación en nosotros para conocernos? No; es para que nos
conozcamos nosotros. En el sentido de ser engañados y
seducidos, a nadie tienta Dios; pero es indudable que, en un
altísimo y oculto juicio, a veces abandona algunas almas. Cuando
él las abandona, aparece el tentador. No encuentra entonces
quien luche con él, y al punto se presenta como poseedor (del
alma), si verdaderamente la abandona Dios. Pues para que no nos
abandone, es por lo que decimos: «no nos dejes caer en la
tentación».
«Todos somos tentados por nuestra propia concupiscencia; y
cuando la concupiscencia ha concebido, da a luz el pecado; y el
pecado, una vez que se consuma, engendra la muerte»55. ¿Qué
se nos enseña con esto? A que luchemos contra nuestras
concupiscencias. Por el bautismo, quedaréis libres de todos
vuestros pecados; pero quedarán con vosotros todas las
concupiscencias, contra las cuales debéis combatir. Queda el
conflicto dentro de vosotros mismos. Pero no temáis a ningún
enemigo exterior; venceos a vosotros mismos y quedará vencido el
mundo. ¿Qué puede hacer contigo cualquier tentador extraño, sea
el diablo o alguno de sus ministros? Si el que viene a seducirte con
un buen negocio encuentra la avaricia desterrada de tu corazón,
ningún daño podrá hacerte. En cambio, si la avaricia está ahí,
pronto te sentirás encendido en deseos de lucro, y no tardarás en
ser apresado entre los lazos de una comida viciosa. Por el
contrario, si no fueres avaro, en vano te presentarán los
seductores manjares.
Viene el tentador, y te representa una mujer bellísima: como
haya castidad en tu interior, al momento quedará vencida la
iniquidad exterior. A fin de que no te comprometa la belleza de la
mujer que se te propone, lucha interiormente con tu propia
liviandad. No experimentas la sensación de tu enemigo, pero
experimentas la de tu concupiscencia. No ves al diablo, pero ves lo
que te deleita. Vence lo que sientes dentro; ¡lucha!, ¡lucha sin
cesar!, que el que te ha regenerado es tu juez; es tu juez, que te
presenta el combate y te prepara la corona. Pero como habías de
ser irremediablemente vencido, si no tuvieras a Dios, por defensor
o Dios te abandonara, por eso dices en tu oración: «no nos dejes
caer en la tentación» [...].
X. SANTA TERESA DE JESÚS
(Camino de perfección, cap. 38-41)
·TEREJ/PATER PATER/TEREJ
Grandes cosas tenemos aquí, hermanas, que pensar y que
entender, pues lo pedimos. Ahora mirad que tengo por muy cierto
los que llegan a la perfección que no piden al Señor los libre de los
trabajos, ni de las tentaciones, ni persecuciones y peleas, que éste
es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no
ilusión, la contemplación y mercedes que su majestad les diere;
porque, como poco ha dije, antes los desean, y los piden y los
aman. Son como los soldados que están más contentos cuando
hay más guerra, porque esperan salir con más ganancia; si no la
hay, sirven con su sueldo, mas ven que no pueden medrar mucho.
Creed, hermanas, que los soldados de Cristo, que son los que
tienen contemplación y tratan de oración, no ven la hora de pelear,
nunca temen muchos enemigos públicos, ya los conocen y saben
que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y
que siempre quedan vencedores y con gran ganancia: nunca los
vuelven el rostro. Los que temen, y es razón teman y siempre
pidan los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay
traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz;
vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma,
no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y
acabando las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo
entendemos. De éstos pidamos, hijas, y supliquemos muchas
veces en el paternóster que nos libre el Señor, y que no consienta
andemos en tentación que nos traigan engañadas, que se
descubra la ponzoña, que no os escondan la luz y la verdad. ¡Oh,
con cuánta razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto, y
lo pide por nosotros!
Mirad, hijas que de muchas maneras dañan, no penséis que es
sólo en hacernos entender que los gustos que pueden fingir en
nosotros y regalos son de Dios, que este me parece el menos
daño, en parte, que ellos pueden hacer; antes podrá ser que con
esto hagan caminar más aprisa porque, cebados de aquel gusto,
están más horas en la oración; y como ellos están ignorantes que
es del demonio, y como se ven indignos de aquellos regalos, no
acabarán de dar gracias a Dios, quedarán más obligados a
servirle, se esforzarán a disponerse para que les haga más
mercedes el Señor, pensando son de su mano.
Procurad, hermanas, siempre humildad, y ver que no sois dignas
de estas mercedes, y no las procuréis. Haciendo esto, tengo para
mí, que muchas almas pierde el demonio por aquí, pensando hacer
que se pierdan, y que saca el Señor, del mal que él pretende
hacer, nuestro bien; porque mira su majestad nuestra intención,
que es contentarle y servirle, estándonos con él en la oración, y fiel
es el Señor. Bien es andar con aviso, no haga quiebra en la
humildad, o engendrar alguna vanagloria. Suplicando al Señor os
libre en esto, no hayáis miedo, hijas, que os deje su majestad
regalar mucho de nadie, sino de sí.
Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es
haciéndonos creer que tenemos virtudes, no teniéndolas, que esto
es pestilencia. Porque en los gustos y regalos, parece sólo que
recibimos y que quedamos más obligados a servir; acá parece que
damos y servimos, y que está el Señor obligado a pagar, y así
poco a poco hace mucho daño. Que por una parte enflaquece la
humildad, por otra descuidámonos de adquirir aquella virtud, que
nos parece la tenemos ya ganada. Pues ¿qué remedio, hermanas?
El que a mí me parece mejor, es lo que nos enseña nuestro
Maestro: oración, y suplicar al Padre eterno que no permita que
andemos en tentación.
También os quiero decir otro alguno, que, si nos parece el Señor
ya nos la ha dado, entendamos que es bien recibido, y que nos le
puede tornar a quitar, como, a la verdad, acaece muchas veces, y
no sin gran providencia de Dios. ¿Nunca lo habéis visto por
vosotras hermanas? Pues yo sí; unas veces me parece que estoy
muy desasida, y en hecho de verdad, venido a la prueba, lo estoy;
otra vez me hallo tan asida, y de cosas que por ventura el día de
antes burlara yo de ello, que casi no me conozco. Otras veces me
parece tengo mucho ánimo, y que a cosa que fuese servir a Dios
no volvería el rostro; y probado, es así que le tengo para algunas.
Otro día viene que no me hallo con él para matar una hormiga por
Dios, si en ello hallase contradicción. Así, unas veces me parece
que de ninguna cosa que me murmurasen ni dijesen de mi, no se
me da nada; y probado, algunas veces es así, que antes me da
contento. Vienen dias que sola una palabra me aflige y querría
irme del mundo, porque me parece me cansa en todo. Y en esto no
soy sola yo, que lo he mirado en muchas personas mejores que yo,
y sé que pasa así.
Pues esto es, ¿quién podrá decir de si que tiene virtud, ni que
está rica, pues al mejor tiempo que haya menester la virtud, se
halla de ella pobre? Que no, hermanas, sino pensemos siempre lo
estamos, y no nos adeudemos sin tener de qué pagar; porque de
otra parte ha de venir el tesoro, y no sabemos cuándo nos querrá
dejar en la cárcel de nuestra miseria sin darnos nada; y si
teniéndonos por buenas nos hacen merced y honra, que es el
emprestar que digo, quedaránse burlados ellos y nosotros. Verdad
es que sirviendo con humildad, en fin, nos socorre el Señor en las
necesidades, mas si no hay muy de veras esta virtud, a cada paso,
como dicen, os dejará el Señor. Y es grandisima merced suya, que
es para que la tengáis y entendáis con verdad que no tenemos
nada que no lo recibimos.
Ahora, pues, notad otro aviso: hácenos entender el demonio que
tenemos una virtud, digamos de paciencia, porque nos
determinamos y hacemos muy continuos actos de pasar mucho por
Dios; y parécenos en hecho de verdad que lo sufriríamos, y así
estamos muy contentas, porque ayuda el demonio a que lo
creamos. Yo os aviso no hagáis caso de estas virtudes, ni
pensemos las conocemos sino de nombre, ni que nos las ha dado
el Señor, hasta que veamos la prueba; porque acaecerá que a una
palabra que os digan a vuestro disgusto, vaya la paciencia por el
suelo. Cuando muchas veces sufriereis, alabad a Dios que os
comienza a enseñar esta virtud, y esforzaos a padecer, que es
señal que en eso quiere se la paguéis, pues os la da, y no la
tengáis sino como en depósito, como ya queda dicho. Trae otra
tentación, que nos parecemos muy pobres de espíritu, y traemos
costumbre de decirlo, que ni queremos nada, ni se nos da nada de
nada; no se ha ofrecido la ocasión de darnos algo, aunque pase
de lo necesario, cuando va toda perdida la pobreza de espíritu.
Mucho ayuda el traer costumbre de decirlo a parecer que se
tiene. Mucho hace al caso andar siempre sobre aviso para
entender es tentación, así en las cosas que he dicho, como en
otras muchas; porque cuando de veras da el Señor una sólida
virtud de éstas, todas parece las trae tras sí; es muy conocida
cosa. Mas tórnoos avisar que, aunque os parezca la tenéis, temáis
que os engañéis; porque el verdadero humilde siempre anda
dudoso en virtudes propias, y muy ordinariamente le parecen más
ciertas y de más valor las que ve en sus prójimos.
Pues guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el
demonio con gran inquietud de la gravedad de aprovechar y ser
amada. Que es lo que mucho hemos de procurar ser afables, y
agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a
nuestras hermanas.
Así que, hijas mias, procurad entender de Dios en verdad, que
no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis
que se os encoja el ánima y el ánimo, que se podrán perder
muchos bienes. La intención recta, la voluntad determinada, como
tengo dicho, de no ofender a Dios; no dejéis arrinconar vuestra
alma, que en lugar de procurar santidad, sacará muchas
imperfecciones, que el demonio le pondrá por otras vías, y, como
he dicho, no aprovechará a sí y a las otras tanto como pudiera.
Veis aquí cómo en estas dos cosas, amor y temor de Dios,
podemos ir por este camino sosegados y quietos, aunque como el
temor ha de ir siempre delante, no descuidados, que esta
seguridad no la hemos de tener mientras vivimos, porque sería
gran peligro. Y así lo entendió nuestro enseñador, cuando en el fin
de esta oración dice a su Padre estas palabras, como quien
entendió bien eran menester.
XI. CATECISMO ROMANO
(IV, VII 1-20)
PATER/CATECISMO-ROMANO
1. Significado y necesidad de esta petición
Es un dato de experiencia espiritual, que precisamente cuando
los hijos de Dios han conseguido el perdón de sus pecados y,
animados de generosos propósitos, se consagran enteramente al
servicio de Dios y a la extensión de su reino por la fiel sumisión a
su voluntad y providencia amorosa, el enemigo rabia más que
nunca contra ellos y trata de combatirles con nuevos ardides y más
poderosos obstáculos56, para que, dejando la senda emprendida,
recaigan en el pecado y lleguen a peores extremos que antes. San
Pedro escribió de ellos: «Mejor les hubiera sido no haber conocido
el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los
santos preceptos que les fueron dados»57.
Por esto nos mandó Cristo hacer esta nueva petición: para que
aprendiéramos a implorar cada día la poderosa y paternal ayuda
de Dios, convencidos de que, sin el apoyo de su divino auxilio,
caeremos en los lazos del enemigo. Y no solamente prescribió aquí
pedir a Dios que no permita seamos llevados (induci) a la
tentación58. También en aquella súplica, dirigida poco antes de su
pasión a los apóstoles [...], les advirtió: «Orad, para que no entréis
en tentación»59. Plegaria necesaria a todos —y conviene
inculcarlo muchísimo a los fieles— porque la vida de todos se
desenvuelve entre continuos y graves peligros; y, por lo demás, la
ayuda divina es requerida por la misma debilidad de nuestra
naturaleza: «El espíritu está pronto, pero la carne es flaca»60.
Un ejemplo bien significativo de esto lo tenemos en los
apóstoles, quienes, habiendo afirmado hacía poco que seguirían al
Maestro a toda costa, a la primera señal de peligro huyen y le
abandonan. [...] Si, pues, los mismos santos temblaron y cayeron
por la debilidad de la naturaleza humana, en que habían confiado,
¿qué no seremos capaces de hacer quienes tan lejos nos
encontramos de la santidad?
La vida del hombre sobre la tierra es lucha continua, porque
nuestra alma, que llevamos en cuerpos frágiles y mortales, se ve
asaltada por todas partes por la carne, el mundo y el demonio. [...]
Debemos, pues, rogar piadosa y castamente a Dios, que no
«permita seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, antes
bien disponga, junto con la tentación, el éxito de poder
resistirla»61.
2. ¿ Tentados por Dios?
Para llegar a comprender todo el sentido y valor de esta
plegaria, será necesario primero conocer qué es la «tentación» y
qué es «caer en ella»:
a) TENTACION/QUE-ES: «Tentar» significa, de una manera
general, hacer un experimento (una prueba), para poder conocer
lo que ignoramos y deseamos averiguar. Dios no tiene necesidad
de tentarnos de esta manera, porque conoce perfectamente todas
las cosas62. [...] Más concretamente, la tentación es una prueba
que utilizamos para conocer el bien o el mal.
— El bien: cuando se pone a una persona en situación de
ejercitar la virtud, para poder premiarla y presentarla como
ejemplo. Y este modo de tentar es el único que conviene a Dios en
relación con las almas: «Te prueba Yahvé, tu Dios, para saber si
amas a Yahvé, tu Dios»63. Así nos tienta el Señor con pobreza,
enfermedad y otras adversidades, para probar nuestra paciencia y
fidelidad. Abrahán fue tentado de esta manera con la imposición
del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de
fe y de sacrificio64. Y de Tobías dice la Escritura: «Por lo mismo
que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te
probase»65.
— El mal: cuando una persona es inducida al pecado. Y ésta es
la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura
«el tentador»66. Unas veces se vale para ello de estímulos
internos, utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos
de las almas; otras veces nos ataca con medios externos, por
medio de las riquezas y bienes terrenos, para ensoberbecernos; o
por medio de hombres pecaminosos, de los que quiere valerse
para desviarnos [...].
b) «Caemos en la tentación» cuando cedemos a ella. Y esto
puede suceder de dos maneras: cuando, removidos de nuestro
estado, nos precipitamos en el mal, al que nos empujó la tentación;
en este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación por
Dios, porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que
«odia a los obradores de la maldad»67; el apóstol Santiago dice:
«Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni
puede ser tentado al mal ni tienta a nadie»68 Cuando alguno, sin
tentarnos él personalmente, no impide —pudiéndolo hacer—que
otros nos tienten, ni impide que caigamos en la tentación. De esta
manera puede permitir el Señor que sean probados los justos,
aunque nunca deja de concederles las gracias necesarias para
poder vencer. A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o
porque así lo exigen nuestros pecados, nos abandona a nuestras
solas fuerzas y caemos.
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando
somos nosotros los que, utilizando para el mal los beneficios que él
nos concede para el bien, cometemos el pecado, como el hijo
pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la herencia recibida
del padre69. [...] Caen en la misma ingratitud a Dios quienes,
colmados de beneficios y bienes divinos, se sirven de ellos para
una vida viciosa. Esto, ciertamente, no sucede sin el permiso del
Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras tan expresivas,
que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer
que Dios obra directamente el mal: «yo endureceré el corazón de
Faraón»70; «endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus
oídos»71; «los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su
réprobo sentir»72. Expresiones todas que indican no una acción
directa de Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario
del hombre.
3. No nos lleves a la tentación
Supuestas estas premisas, no será ya difícil precisar el objeto de
esta petición: es claro que no pedimos en ella vernos
absolutamente inmunes de toda posible tentación, pues «la vida
del hombre sobre la tierra es milicia»73. Más aún: la tentación es
útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas espirituales; por ella
«nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios»74 y, luchando
con energía, esperamos «la corona inmarcesile de la gloria»75;
porque «no será coronado en el estadio, sino el que compita
legítimamente»76. Santiago añade: «Bienaventurado el varón que
soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida,
que Dios prometió a los que le aman»77. Y cuando más dura nos
resulte la lucha, pensemos que tenemos en nuestro favor «un
pontífice, que puede compadecerse de nuestras flaquezas,
habiendo sido él mismo tentado antes en todo»78.
Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no
consentir, engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por
cansancio; pedimos que nos ayude la divina gracia contra los
asaltos del mal, y que nos reanime cuando desfallezcan nuestras
energías de resistencia. De aquí la necesidad de una constante
súplica del auxilio divino contra las fuerzas del mal, y especialmente
cuando se presente de hecho la tentación y nos veamos en peligro
de caer [...]. Contiene, por último, esta petición del «padrenuestro»
algunos frutos de vida y profunda meditación para nuestras almas:
en primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana
debilidad. De esta consideración brotará una profunda
desconfianza en nuestras fuerzas, una ilimitada confianza en la
misericordia de Dios y una animosa serenidad en los peligros, fruto
de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino. [...]
Pensemos, en segundo lugar, que es Jesucristo, nuestro Señor, el
divino jefe que nos guía por la lucha a la victoria. El venció al
demonio; él es «el más fuerte, que le vencerá, le quitará las armas
en que confiaba y repartirá sus despojos»79. El mismo nos dice:
«confiad: yo he vencido al mundo»80. [...] Y en esta su victoria
radica y se funda para todo cristiano la certeza de vencer también
con Cristo81.
[...] Las armas de nuestra lucha [...] son la oración, el trabajo, la
vigilancia, la mortificación y la castidad82. [...] La fuerza de nuestra
victoria está sólo en el poder de Dios, [...] «quien adiestra nuestras
manos para la guerra y nuestros dedos para el combate»83. De
aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios, por la
ayuda en la lucha y la alegría del triunfo84 [...].
XII. D. BONHOEFFER
(O.c., 179)
·BONHOEFFER/PATER PATER/BONHOEFFER
Las tentaciones de los discípulos de Jesús son muy diversas.
Satanás los ataca por todas partes, quiere hacerlos caer. Los
tientan la falsa seguridad y la duda impía. Los discípulos, que
conocen su debilidad, no provocan la tentación para probar la
fuerza de su fe. Piden a Dios que no tiente su débil fe y los guarde
en la hora de la prueba.
XII. R. GUARDINI
(O. c., 419-436)
·GUARDINI/PATER PATER/GUARDINI
1. Tentación y gracia
«Y no nos abandones a la tentación»: ¡un soplo oscuro nos llega
en estas palabras! Ciertamente, las demás frases del
«padrenuestro» son grandes y serias, pero sobre ellas reina una
clara paz. En ésta parece amenazar algo peligroso; pues cuando
ruega que Dios no nos deje caer en la tentación, presupone que
puede dejarnos. Si miramos en este sentido a la historia de las
religiones y nos fijamos en el modo como se ha Interpretado la
existencia, al margen de la revelación encontramos formas de la
divinidad que parecen apuntar en tal direccion. El hombre primitivo
percibe toda la existencia de modo religioso concretando en forma
de poderes y figuras todo lo que en ellas experimenta; por tanto,
piensa que hay seres que protegen la vida y la favorecen, pero
también otros seres que tienen mala intención para con ella,
tratando de llevarla a la ruina.
¿Habría de significar algo así la petición del «padrenuestro»?
Según el espíritu del nuevo testamento, lo rechazamos [...]. No, en
el Dios vivo no hay nada de esa perversidad destructora, que se
expresa en los dioses de condenación. Nos está revelado que su
intención para con nosotros es sólo buena, buena por su base. Y
eso a pesar de todo lo que pueda decir la apariencia, pues la
impresión que hace en nosotros la experiencia diaria, tanto como la
marcha de la historia, podría llevar a un hombre melancólico a la
opinión de que detrás de todo hay un poder perverso. La
revelación, por el contrario, dice: aunque las cosas te parezcan
así, no te dejes engañar. Dios es bueno y quiere que seamos
buenos y encontremos la salvación. Por eso el apóstol Santiago
advierte con gran empeño: «Nadie diga, cuando es tentado, que es
tentado por Dios; pues ni Dios es tentado por el mal, ni tienta a
nadie. Sino que cada cual es tentado por su propia codicia, que le
atrae y le incita»85.
[...] Pero otros han dicho: el hombre puede llegar a Dios por su
propia fuerza y participar de la vida eterna; su razón es capaz de
examinar y distinguir; su voluntad tiene una afinidad natural con el
bien y tiene a su dispoción abundantes fuerzas para realizarlo en
su vida; por eso las palabras del «padrenuestro» sólo pueden
significar que el Padre defienda al hombre de pruebas demasiado
graves; con las otras ya se las arreglará él... El antiguo
pelagianismo pensó así, e igual el racionalismo y tantas opiniones
de nombres diversos, que lo ponen todo en la fuerza propia del
hombre.
Esto tampoco es cierto; pues se nos ha dicho que nuestra
salvación y vida eterna se realizan sólo por la gracia de Dios. Por
eso debemos dejar claro lo que es la gracia; y ello no por
consideraciones teóricas, sino partiendo de lo más sencillo de la
vida.
GRACIA/QUE-ES: «Gracia» es algo que nos toca en lo más
íntimo, que nos da riqueza de salvación eterna, pero que no
podemos alcanzar por propia fuerza. A tal concesión no podemos
presentar ninguna exigencia, sino que el sentido de gracia de Dios
es completamente libre. Por pura generosidad concede lo que
necesitamos en lo más íntimo. [...] Todo es gracia, tomando la
palabra en sentido amplio. El mundo es gracia. También podría no
existir; existe, porque Dios ha querido que exista, en libre bondad.
Es gracia el que existamos los hombres; y ahí cada cual debe
decir: que exista yo. Podría ser muy bien que yo no existiera. Por
eso es verdad tan pura el dar gracias a Dios por la existencia
propia. Sin embargo, esa palabra significa algo más; algo cuya
«buena noticia» nos la ha dado la revelación. Según ésta, el
corazón de Dios se ha abierto al hombre de un modo que supera a
toda comprensión. Por una libertad sobre la cual ningún ser creado
tiene poder ni derecho, se ha inclinado al hombre y le ha elevado a
su compañía. [...] PARAISO/QUE-ES: Esa situación nueva se
llamaba «paraíso». Una vez existió, al comienzo de la historia. ¡El
hombre la ha destruido!
Ahora adquirió la gracia un nuevo carácter: [...] el amor del
Padre se convirtió en perdón. Envió a su Hijo para que entrara en
la compañía de la responsabilidad con el hombre; asumió al
hombre en la intención que él abriga para ese Hijo suyo. La acción
de Cristo, que todo lo expía y lo vuelve a llevar a su hogar, la ponía
él en cuenta a favor del hombre pecador. [...] Cristo nos llama a
entrar en su misma intención, edificando el reino de Dios, en que
hemos de tener la plenitud de la vida. Todo es don; todo está
obrado por aquél que ha dicho: «sin mí no podéis hacer nada». Y
también ese enlace mismo con Cristo es un don otorgado por Dios,
según dice él a su vez: «nadie puede venir a mi, si no le atrae el
Padre que me ha enviado»86.
Pero cómo: ¿el hombre es sólo conducto para una corriente
divina? ¿Impera sólo una única iniciativa, y el hombre no sería más
que su objeto e instrumento? ¡Cierto que no! San Pablo, el profeta
de la gracia, dice: «Por gracia de Dios soy lo que soy, pero la
gracia no ha quedado vana en mi»; y aún más, acentúa: «yo he
trabajado más que todos ellos» [los demás apóstoles], añadiendo
enseguida: «pero no yo, sino la gracia de Dios en mí»87. [...] La
gracia de Dios era lo que había obrado todo en el apóstol; pero
precisamente ahí era san Pablo el que estaba obrando y el que,
con eso, se había hecho tan propiamente él mismo.
Eso significa: la gracia de Dios no es como una fuerza física que
mueve una cosa, sino que se dirige a la persona, la llama, la
despierta y hace que así llegue a ser auténticamente ella misma.
Cuanto más crece la gracia, más libre se hace el hombre. Cuanto
mayor es la intensidad con que actúa Dios, más fortalece la vida
más propia del hombre.
Se objetará: ¡eso es una paradoja! Sí, lo es, pero admirable. Se
enlaza con el misterio básico de la persona, y la lleva a plenitud
para la gloria. Pues ¿qué ocurre cuando dos personas son
básicamente buenas una para con otra? Puede ocurrir que en un
momento entrañable una diga a otra: lo que soy y hago, te lo debo
a ti. Si la otra persona contesta: ¡pero eres tú mismo el que existes
y vives!; entonces oirá como respuesta: precisamente lo que te
agradezco es haber llegado del todo a ser yo mismo... Cuando se
trata de una cosa, entonces se toma y se usa. Pero si está una
persona ante otra persona, y piensa en ella y la quiere, entonces
influye en ésta, despertándola a su autenticidad viva.
Así ocurre con la gracia. Dios lo obra todo en nosotros, pero no
como quien es más fuerte en cosas y objetos, sino como el
infinitamente personal, libre y respetuoso en nosotros,
habiéndonos convertido en semejanza suya en el ser personal, y
queriendo que seamos en él cada vez más libres y cada vez más
nosotros mismos. Así dice el mismo san Pablo: «Vivo yo, pero ya
no vivo yo, sino que Cristo vive en mí»88. [...] Eso es gracia. [...]
Todo lo que sea el creyente, todo lo que haga, que sea vivo y con
sentido de eternidad, lo obra la gracia. Pero precisamente ahí es él
quien lo opera, de modo que puede decir: todo lo hace Dios y por
eso realmente lo hago yo. De ese misterio divino, que se llama
gracia, surge la petición: «y no nos abandones a la tentación». No
se la puede apremiar lógicamente, queriendo analizarla con
exactitud: el hombre que vive en esa unidad con Dios, que se llama
gracia, le dice: haz que todo, incluso la tentación, permanezca en
la medida de tu amor.
Pero, con todo, hemos de dar su parte a esa oscuridad, de que
se hablaba al comienzo de esta consideración. No tiene sentido dar
un rodeo para evitar algo que está ahí y exige solución; hay que
mirarlo de frente. ¿Qué significa, pues, «y no nos abandones a la
tentación»? ¿No significa, entonces, más que la petición del que
confía en la gracia, para que Dios le guarde de la condenación?
Cuando se habla de una persona, por ejemplo, de su pasión, de su
dureza, de su crueldad, se suele decir que él es así; que su
naturaleza es así, nadie le cambia y hay que tomarla así. Ese modo
de hablar es falso. Es exacto en el animal: el corzo es inerme y
fugitivo; el lobo es rapaz y cruel. Así es su naturaleza, y quien
quisiera eludirlo con teorías sería un insensato. Al hombre no se le
puede comprender de este modo. No es «naturaleza», como la
planta y el animal, sino que detrás de cómo es la persona, hay una
historia: la primera, básica para todo lo que vino luego. El Génesis
la cuenta en sus primeros capítulos: cuando Dios creó al hombre,
éste era diferente que ahora; era bueno y estaba a salvo; luego se
rebeló contra Dios; esta acción hirió su esencia y ahora es un ser
que, aun admirablemente rico y noblemente dotado, está
trastornado desde lo más íntimo. [...] Esa primera acción penetró
hasta las más hondas raíces de lo humano, y causó un desorden
que no pueden arreglar ni la medicina ni la pedagogía social. Es
decir, una imagen del hombre complemente diversa de la optimista
imagen de la edad moderna: de una gravedad para la cual no
basta la palabra «tragedia».
Y entonces, bien podría ocurrir lo siguiente: una persona habría
faltado, una y otra vez. Eso habría aumentado cada vez el
desorden que ya había en esa persona, y también en sus
relaciones en torno. Entonces la justicia de Dios podría decir un
día: ¡basta! Y en esa persona habría quedado formada una
pendiente hacia el mal, que ya no sería capaz de dominar... Pero
entonces Dios no habría creado esa tentación, sino que su justicia
habría dejado que la constante acumulación de desorden causado
día a día por el pecado de ese hombre alcanzara una medida a la
cual ese hombre tendría que sucumbir. Con eso no se habría dicho
nada parecido a la doctrina de la predestinación, que afirma que
Dios destina a muchas personas a la condenación; y menos
todavía quedaría visto Dios al modo de las divinidades perversas,
que quieren la ruina del hombre. Lo que ello significa, sería
verdad. Lo notamos constantemente: hoy hacemos algo, mañana,
y siempre—y poco a poco se junta como una red, como una
coerción— hasta que una amarga sensación dice en nosotros: ¡ya
no salgo de esto! Si entonces Dios no ayuda con bondad especial,
realmente se ha llegado al fin.
A estas cosas roza la petición del «padrenuestro»: ¡Señor, no
nos dejes llegar tan lejos, que nuestro desorden nos envuelva y no
podamos encontrar la salida! ¡Bien mereceríamos que ocurriera
así, pero no dejes que llegue hasta ahí!
2. La tentación del prójimo
Del mismo modo que la quinta petición tiene esta estructura:
«perdónanos nuestras deudas como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores», igual podríamos desarrollar la
sexta diciendo: «no nos abandones a la tentación, así como
nosotros no queremos tentar a nuestros prójimos».
Pero ¿hay realmente ocasión para tal ruego? ¿está el hombre
en peligro de hacer tal cosa? ¿da a sus semejantes ocasión para
el mal? ¿les lleva incluso a eso que propiamente se designa con la
palabra «tentación»? No queremos ni calumniar ni glorificar la
existencia —lo uno sería tan falso como lo otro—, sino que
queremos ver cómo es y mantenerla en pie. Pero entonces hemos
de comprobar que el hombre, efectivamente y de modo constante,
da ocasión para el mal a su prójimo, con el fin de alcanzar sus
intenciones. Más aún, que en él hay también satisfacción por faltas
de sus semejantes; que el bien, como tal bien, excita su
resistencia, que lo puro y lo noble le desazonan y que para él
puede llegar a ser una perversa alegría el llevar el mal a su
prójimo.
Para observar todo esto no necesitamos buscar nada especial y
aún menos, nada criminal; lo encontramos sin más en lo cotidiano
alrededor de nosotros y en nosotros mismos. Así, no tenemos más
que pensar en que todo nos parece permitido, cuando queremos
conseguir alguna intención: cada cual busca su provecho. La vida
económica es el conjunto de los múltiples esfuerzos de los
hombres por encontrar su manutención, por adquirir propiedades,
por enriquecerse. Esto, en sí, es una ordenación, pero ¿cómo se
establece? Por las dotes apropiadas, por la vista rápida para el
valor de bienes y servicios, ciertamente; por el trabajo, el orden, la
capacidad de organizar, etc. Tales son los fundamentos; pero
¿qué ocurre con la verdad y la honradez cuando la publicidad se
transforma, sin más, en mentira, y cuando la habilidad se convierte
en engaño? Con esto todavía no estaríamos hablando de una
tentación del prójimo; pero no se limita uno a esto, sino que
también se lleva a la tentación a otros, a los subordinados,
encargados, colaboradores. Si de un golpe se pudiera eliminar de
la vida económica el elemento de la mentira y la insinceridad, ¡la
conmoción sería enorme!
O pensemos en otra tendencia elemental del hombre, el afán de
poder. ¿Con qué medios se busca uno el influjo social? Otra vez
hay que empezar por indicar primero lo positivo: dotes, conciencia
del objetivo, buenas formas y capacidad de trato de gentes; pero
¿dónde empiezan las técnicas para provocar la vanidad de los
demás, para explorar sus antipatías, para poner en juego al uno
contra el otro? ¿Y cómo ocurre en la vida política? ¿No está llena
de abusos de toda índole? ¿Qué significa la propaganda? ¿No
persuade a los hombres para meterles en la mentira? ¿No consiste
en buena parte la habilidad política en poner en movimiento las
pasiones, en desencadenar la desconfianza, la envidia, el odio, y
aplicar sus fuerzas para los objetivos propios?
¿Qué hace el hombre que quiere hacer prevalecer su codicia?
¿No intenta excitar la sensorialidad del prójimo y hacer insegura su
conciencia? Y la opinión general, ¿no considera obvio que la
naturaleza humana es precisamente así? El hombre con
experiencia de mundo no tiene prejuicio en esas cosas, sino que
considera justificado todo medio, «en el amor, como en la guerra».
Es tan vergonzoso como intranquilizador lo que esa opinión
general considera justo y posible en cosas de la publicidad, de las
ilustraciones, del cine: cómo se elude con argumentos la
responsabilidad por la influencia que tiene todo esto en jóvenes y
mayores.
Si pasamos nuestra mirada desde lo cotidiano a los grandes
procesos de la vida histórica, si vemos con qué medios trabaja el
hambre de poder, entonces hay peligro de perder toda fe en la
bondad que pueda haber en el hombre. [...] ¿Cómo llega al
dominio la dictadura? ¿Cómo se logra que un individuo o un grupo
tome en su mano el poder y domine al pueblo, y no sólo en cosas
exteriores, sino también interiormente: en lo anímico, en lo
espiritual? Naturalmente, hay también inconvenientes cuya
solución se procura; han ocurrido injusticias que hay que poner en
orden. Pero sólo con eso no tiene lugar ninguna revolución, ni
llega al poder ninguna dictadura. Para ello, con mentiras
conscientes de su objetivo, se confunde en los hombres todo lo
que les da fuerza para resistir, esto es, su juicio sobre el bien y el
mal, sobre lo decente y lo bajo, hasta que se establece una
mentalidad en que todo medio es bueno para alcanzar el objetivo.
Y como la dictadura sabe que la fe en Dios da al hombre fuerza
para conservar la dignidad y la libertad, pone en marcha una
propaganda que con toda clase de deformación y calumnia
convierte en una insensatez a la verdad, hasta que el hombre se
considera un loco si sigue siendo fiel a Dios. Por no hablar de esos
métodos satánicos, que destruyen en el hombre la capacidad de
distinguir, de tal modo que ya no se sabe lo que es verdadero y lo
que es falso, y que rompen la personalidad de tal modo que se
entrega y se confiesa culpable donde estaba en lo justo [...].
Sin embargo, hay también otro impulso mucho más difícil de
comprender: el que se levanta contra el bien en cuanto tal. [...] ¿No
conocemos la sensación de que una persona totalmente sincera
nos ponga nerviosos, [...] porque la sinceridad misma nos irrita?...
¿No hemos notado alguna vez que la inocencia de alguien produce
un efecto molesto, [...] porque la pureza misma incita a pisarla,
igual que una extensión de nieve intacta?... ¿No conocemos la
peculiar desazón que invade al mediocre, cuando encuentra una
persona en quien habita la nobleza, que en cuestiones de honor
no admite discusión, que guarda decididamente su libertad, que se
pone sin miedo de parte de la justicia?... [...] ¿Y qué es el chiste
mordaz? No el humor; éste es profundo y en su base está el bien:
ama la vida aun en sus tonterías y defectos, y sonríe sobre ellas.
Hay un tipo de chiste, por el contrario, que viene de la
complacencia en el ridículo y el daño, de la envidia, de un odio
oculto contra lo que es puro y noble.
[...] Otro ejemplo: al hombre se le ha concedido el maravilloso
don del lenguaje. Puede poner en la palabra lo que lleva en sí,
haciéndolo patente. Esto pasa luego a otro [...] y entre ambos se
establece una comunidad en la verdad. Pero ¿y cuando el
lenguaje miente? Entonces su efecto es malo; y no sólo porque
engaña al oyente, sino porque la misma atmósfera de la mentira es
destructiva [...].
Estas consideraciones no quieren moralizar, sino hacer evidente
algo que ocurre constantemente y presentar de modo más cercano
el sentimiento de la petición de que tratábamos. Fijémonos por una
vez en todo lo que se habla y se escribe y se exhibe.
Continuamente se establece un contacto entre una interioridad por
un lado y otra por el otro. Con eso tienen lugar muchas cosas
buenas y hermosas, pero también ¡cuántas cosas malas! ¡Con qué
frivolidad hablamos a menudo, con qué placer por poner en
cuestión lo respetado, y en vilo lo que está firme! ¡Con qué
precipitación enjuiciamos, con qué falta de consideración lanzamos
al prójimo dudas que tenemos nosotros, sin preguntarnos qué
ocurrirá en él!
H/CAIN CAIN/SOY-YO /Gn/04/08-09: Jesús ha dicho: «tiene que
haber escándalos», pero «¡ay del hombre por quien vienen!»89.
Por eso hemos de examinar si nos damos cuenta de que cuanto
decimos ejerce un influjo en los demás: de que el modo como
vivimos y actuamos y nos presentamos, se transforma en incitación
en los demás: y—que en la medida de lo razonable—somos
responsable de en qué se convierte aquello. [...] El Génesis cuenta
un sombrío hecho: los primeros padres tuvieron dos hijos de índole
muy diferente: Caín y Abel; el mayor mató a su hermano pequeño
porque no podía soportar su pureza; cuando Dios le preguntó por
él, Caín contestó: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?»90, ¿a mi
qué me importa?
Eso está en el comienzo de la historia humana. Una terrible
advertencia: considerémosla de cerca. En cada cual de nosotros
está Caín; depende sólo de la ocasión, hasta qué punto llega y de
qué modo. A cada cual se le dirigirá un día la pregunta: «¿dónde
está tu hermano, dónde está tu hermana?». ¿Qué han provocado
en ellos tus palabras? ¿A dónde los has llevado? ¿Qué has
destruido en ellos?
Son preguntas muy duras, pero eludimos la seriedad de nuestra
existencia si no las hacemos. Pues se nos harán un dia, a cada
cual de nosotros, en el juicio de aquél, cuya respuesta no puede
eludirse.
XIV. H. VAN DEN BUSSCHE
(O. c., 139-149)
PATER/BUSSCHE-VAN
Tentación y prueba
No es fácil traducir la palabra peirasmos. Significa un acto o una
situación, por la que a uno se le pone una prueba. Asi el hombre
puede poner a Dios una prueba, pero la prueba valdrá
principalmente para el hombre. O bien es Dios el que pone una
prueba al hombre, para ver sus capacidades, su fidelidad (casi
siempre), dándole la ocasión de manifestar su capacidad de
resistencia; o es el enemigo, el poder malo, Satanás, quien prueba
al hombre, es decir, le tienta, quiere hacerle perder el camino,
incitarle al mal.
¿Qué pide aquí el discípulo? ¿No ser probado por Dios o ser
preservado de las tentaciones de Satanás? Por una parte, parece
que es Dios el que le prueba; en este caso la oración pide a Dios
que nos libre del sufrimiento. Por otra parte, el paralelismo con
«mas líbranos del malo» parece referirse más bien a la tentación.
De hecho, no puede tratarse aquí de una simple prueba, porque
la prueba en cuestión pone en peligro la vocación del discípulo y
amenaza arrastrarle a la defección. Debemos preferir, por tanto, el
sentido de «tentación», pero con este matiz: que no se trata tanto
del acto91 cuanto de la situación de ser tentado. Además, esta
tentación no se refiere a un pecado determinado sino al repudio de
la vocación. Pedimos a Dios que no nos ponga, que obre de tal
manera que no entremos92 o que no caigamos93 en una
situación, que podría llegar a ser fatal para nuestra vocación.
¿No podemos pedir también ser preservados de las pruebas?
Más de una vez se utiliza en el antiguo testamento el término
«prueba-tentación» para significar el sufrimiento por el que Dios
prueba al hombre. Dios prueba al justo como al impío94; pero con
más frecuencia prueba al justo, para ponerle en el buen camino95,
para probar su fidelidad96, para purificarle97. [...] La prueba del
justo puede también ser querida, para que su paciencia sirva de
ejemplo a la posteridad98. La fidelidad al servicio de Dios va
acompañada necesariamente de la prueba99. Por eso Abrahán se
convirtió en un ejemplo para su descendencia100. La prueba
puede ser pesada y Job se lamentaba de ella101, pero, en el
fondo, es una señal de la gracia de Dios102. Por eso el justo pide
la prueba103.
[...] El nuevo testamento también habla de la prueba104 o de las
pruebas105 del sufrimiento. La Carta a los hebreos presenta el
sufrimiento de Jesús como una prueba: «porque por haber sufrido
él mismo la prueba, es capaz de ayudar a los que son
probados»106, «fue probado en todo, semejante a nosotros, pero
sin pecado»107. Este último texto muestra que el autor es
consciente de un posible equívoco: Jesús fue probado, pero no
inducido a pecar.
No obstante, la frontera entre la prueba y la tentación casi nunca
está bien delimitada, puesto que la prueba del sufrimiento puede
considerarse como obra de Satanás108. Sea lo que fuere de esto,
en el «padrenuestro» no se trata del simple sufrimiento, sino de la
tentación. Y esto aparece evidente por el hecho de que el discípulo
pide con demasiada insistencia y de manera demasiado absoluta
ser liberado. Si se tratara sólo del sufrimiento, una petición tan
absoluta no tendría sentido para el cristiano, el cual en cuanto
discípulo «está destinado al sufrimiento»109. Por otra parte, en el
antiguo testamento hallamos peticiones de pruebas, pero no
implican en modo alguno una suficiencia orgullosa, sino que se
presentan como un testimonio de confianza total. El cristiano, por el
contrario, no tiene necesidad de pedir el dolor, pues le vendrá sin
que él lo pida. Por lo demás, estas oraciones veterotestamentarias
no son muy numerosas. Y en último término demuestran que el
justo no debe temer demasiado el sufrimiento, y que no se siente
fundamentalmente amenazado por él. Pero en el «padrenuestro»
lanza [el discípulo] un grito de angustia en demanda de liberación.
Es evidente, por tanto, que se trata de la prueba-tentación.
La «prueba» a que alude el padrenuestro es peligrosa. Jesús
nos pone en guardia contra ella en Getsemaní: «Vigilad y orad
para que no caigáis en la tentación»110. Jesús no ve posibilidad
alguna para el discípulo que se apoya en si mismo, en la «carne»,
de salir indemne. Sólo el Espíritu puede darle la fuerza y valor para
resistir111. En la hora de la muerte de Jesús la prueba puede
conducir al discípulo a la defección. Una oración judía de la tarde
ya pedía una cosa parecida: «No nos dejes caer en poder del
pecado, ni en el poder de la seducción, ni en el poder del
desprecio»112.
2. ¿Qué tentación?
Desde la historia primitiva113 hasta el Apocalipsis114, la
humanidad está expuesta a la seducción. Pero la acción del
seductor tiene sus momentos culminantes.
La vida de Jesús como Mesías se dirige contra él.
Inmediatamente después de su proclamación mesiánica en el
bautismo de Juan, Jesús es impulsado por el Espíritu a ir al terreno
mismo de Satán, el desierto, para ser tentado115 por el
seductor116. Después de este primer ataque, Satán trata de ganar
tiempo117; evita el encontrarse con Jesús, para volver «en el
tiempo señalado»118, pero Jesús le persigue sin compasión. Las
expulsiones de demonios son síntomas de la caída definitiva de
Satán, que «cae del cielo como un relámpago»119. En este logion
no se indica el momento preciso de la caída. Tendrá lugar más
adelante. Mientras tanto, Satán siembra la cizaña en medio del
buen grano120. La gran prueba-tentación viene en el momento en
que reinan las tinieblas121, cuando Satanás se apodera de
Judas122 y recibe la autorización de cribar a los discípulos como el
trigo123. Porque el sufrimiento de Jesús será su primera gran
tentación. Pero Jesús pide para que su fe no vacile, para que
permanezcan con él «en sus pruebas»124 y así puedan recibir el
reino que les ha sido preparado125.
El asalto violento de Satanás contra Jesús fracasa, en el
momento en que cree triunfar, «el príncipe de este mundo» es
arrojado en la tierra126, pero es el Espíritu el que hará ver a los
discípulos una victoria en la muerte de Jesús127. Inicialmente, el
dragón y sus satélites están vencidos128, pero su odio se cierne
sobre los discípulos129. La mayor parte del tiempo Satán trabaja
en secreto, oculto130, pero conocemos sus intenciones131.
Quiere provocar divisiones en la iglesia132, quiere suscitar
obstáculos al trabajo apostólico de Pablo133; envía incluso a su
ángel, para herir a Pablo en la carne134, se transforma en «ángel
de luz» y envía falsos apóstoles135; es él, en fin, el que se oculta
detrás de las pruebas causadas por las intrigas de los judíos
contra Pablo136.
Esta tentación es más que la seducción ordinaria al pecado137,
es la prueba-tentación escatológica que trata de quitar a los
creyentes la salud procurada por la muerte de Cristo138. Porque,
si caen en ella, seguirían a Satanás139 e incurrirían en la
«condenación del diablo», la condenación eterna140. Aunque la
muerte de Cristo haya arrancado al discípulo «del poder de las
tinieblas» o de Satán y le haya «transferido al reino del Hijo muy
amado»141, el combate, sin embargo, no ha terminado aún y es
preciso guardarse de «dar entrada al diablo»142. Esta
persecución se librará continuamente entre la muerte de Cristo y
su vuelta, pero en un cierto momento «la infidelidad alcanzará la
plena medida»143 (/Mt/24/12); la tentación se cristaliza en cierto
modo en un día144, en una hora145, en un momento del
tiempo145, que ofrecerá al discípulo un enorme peligro de
defección.
Lo que pedimos en el «padrenuestro» es precisamente el no
entrar en este momento excepcional de prueba-tentación. Jesús
nos advirtió en Getsemaní que debíamos vigilar y orar, para no
caer en esta prueba fatal. Vivimos en el fin de los tiempos, el juicio
final puede sobrevenir en cualquier momento. Cuanto más próximo
se halla el juicio, más trágica es nuestra defección y más aumenta
nuestro deseo de liberación. «¡Que el Dios de la paz aplaste a
Satán bajo vuestros pies lo más pronto posible!»147. No es tanto
la persecución continua del justo, llevada a cabo por sus
adversarios, lo que teme el cristiano en la tentación, cuanto el
hecho de que esa tentación lleva consigo un peligro de apostasía
y, por consiguiente, de condenación eterna148.
No es Dios el que nos seduce, sino Satanás: «Que nadie diga
cuando es tentado: es Dios quien me tienta. Pues Dios es
inaccesible al mal y no tienta a nadie»149. La seducción viene de
Satán, que prueba al discípulo con el sufrimiento y le da la ocasión
de mostrar su capacidad de resistencia y de obtener la corona de
la vida150, a no ser que venga de nuestras propias
concupiscencias151. La situación de tentación casi siempre la
suscita Satanás, y nosotros pedimos a Dios que no nos deje llegar
a esta situación.
Podríamos recurrir aquí a la significación permisiva de la forma
aphel (hebreo: hiphil) del original: «no permitas que seamos
llevados...», pero no es necesario. Dios nos guía y puede librarnos
de la tentación, puesto que la misma acción de Satanás está
sometida a su providencia. Puede abreviar el tiempo del seductor,
como abrevia el tiempo de la prueba para los judeo-cristianos de
Jerusalén152. Satán debe pedir permiso para cribar a los
discípulos153; y Dios, que es fiel, no permitirá que sean probados
por encima de sus fuerzas154 aquellos, para quienes ha venido el
fin de los tiempos.
Nuestra petición es apremiante, porque el tiempo apremia. Pero
es serena, porque el Padre vela por nosotros. Estaremos seguros
si constantemente «vigilamos y oramos para no caer en la
tentación»155. Y esta oración será ciertamente oída, porque ha
sido incorporada en la oración victoriosa de Jesús: «Yo no te pido
que los saques del mundo, sino que los libres del malo»156. ¡Dios
dirigirá nuestros pasos para que no entremos en la situación fatal!
XV. J. JEREMÍAS
(Tealogia del NT, 237 s.)
PATER/JEREMIAS-J
La petición final es sorprendente. Estilísticamente cae fuera del
arco del padrenuestro. Tras el paralelismo de las dos peticiones en
segunda persona («tú»), y la construcción bimembre de las dos
peticiones en primera persona plural («nosotros»), esta frase final,
concisamente estructurada, se muestra dura y abrupta. A esto se
añade el hecho único de su formulación negativa. Todo esto es
intencionado: esta petición debe sonar dura y abruptamente.
Es lo que muestra su contenido. Para comprenderlo hay que
tener en cuenta, ante todo, que peirasmós no se refiere a las
tentaciones cotidianas, sino al gran ataque final. Y por lo que se
refiere al predicado verbal: me eisenegkes (=«no nos
introduzcas»), el vocablo griego podría sonar como si Dios llevase
a la tentación. Ya Santiago rechazó esta interpretación157. Que no
es realmente ése el sentido, lo muestra la comparación con una
oración matinal y vespertina del judaísmo con la que quizá Jesús
enlaza, incluso directamente: «No me lleves al poder del pecado, ni
al poder de la culpa, ni al poder de la tentación ni al poder de lo
vergonzoso»158. Aquí, como lo muestran los paralelos el causativo
«no me lleves» tiene un significado permisivo: «¡No permitas que
yo caiga! ». Así se debe entender también el me eisenegkes de la
petición final del padrenuestro: «¡no permitas que caigamos en la
tentación!». Los discípulos de Jesús no piden ser preservados de
la tentación, sino de sucumbir en la tentación escatológica: ser
preservados de la apostasía.
Ahora se entiende la conclusión abrupta: es toda la sobriedad de
Jesús la que, con esta línea final, dirige la mirada de los discípulos
desde la consumación final hasta su situación concreta. Esta línea
conclusiva es «un fuertemente resonante grito de auxilio» (H.
Schürmann): «¡danos sólo ser preservados del extravio!» [...].
XVI. S. SABUGAL
(Abbá , 193-94. 236-38)
PATER/SABUGAL-S
Literalmente vertida, la penúltima petición suplica al Padre que
«no nos introduzca en tentación». Una petición, a primera vista, del
todo desconcertante. Porque parece suponer que Dios pueda
inducir a la tentación y, por ello, al pecado. ¿Puede tentar así el
«Dios bueno»?159. Ya el sabio respondió negativamente a este
interrogante160: el Dios, que «al principio creó al hombre y le dejó
en manos de su propio albedrío»161, no puede ser autor del
extravío humano162, pues él «no hace lo que detesta»163. Con
mayor fundamento aún responde a aquella pregunta el discípulo
de Jesús: ¡el Padre no puede inducir a la tentación a sus hijos! Y
Santiago, en probable respuesta a la dificultad planteada por
aquella petición, es al respecto del todo categórico: «¡Dios no
tienta a nadie!»164, para inducir al pecado.
¡Pero sí prueba para acercar el hombre a él! Como probó la fe
de Abrahán165, de Isaac y de Jacob166; como probó la fidelidad
de Israel en el desierto167, primero, y en el exilio168, después;
como prueba al justo y, en general, a quien comienza a
servirle169. Todo ello por una sencilla razón: sin la prueba el
hombre se aleja de Dios, mientras que la prueba le acerca a él. ¡No
hay salvación sin tentación! Esta forma, pues parte de la salvífica
pedagogía divina. Y a ella no escapa el cristiano. También su fe es
sometida al crisol de la prueba170, que engendra la paciencia y,
con ésta, la esperanza «que no falla», por estar enraizada en «el
amor de Dios»171: ¡en la prueba experimenta el cristiano la
fidelidad de ese amor! Y esa fidelidad, precisamente, «no permite
que aquél sea probado sobre sus fuerzas, sino que le da ya, con la
prueba, el feliz resultado de poder resistirla»172 así como, luego,
«la corona de la vida, prometida» por él a quien victoriosamente
«la soporta»173. Dios prueba, por tanto, para acercar al hombre a
él, para manifestarle su fidelidad y amor, para salvarle.
¡No tienta, pues, para alejarle de él! La tentación es propia de
Satanás174: «el tentador»175 o «seductor del mundo entero»176.
La petición del padrenuestro suplica, pues, no ser inducido por él:
no caer en las manos del tentador, no sucumbir a la tentación. Así
rezaba el piadoso judío: «¡Haz que no entremos en las manos del
pecado..., ni en las manos de la tentación...»177. Y Jesús,
consciente de que Satanás está al acecho para «cribar como el
trigo» la fe de sus discípulos178, les exhorta en Getsemaní:
«¡Orad, para que no entréis en tentación!»179, es decir, para que
no sucumbáis a la prueba del tentador, para que no caigáis en
ella180. ¿A qué tentación se refiere?
La petición no lo especifica. Pero la indeterminación de ese
sustantivo concreto (=«tentación») muestra ya, que el acento
recae sobre la naturaleza o cualidad del mismo181. Se trata, pues,
de una tentación especial. Más luz sobre su significado arroja el
empleo de ese mismo vocablo en el contexto de la getsemaníaca
exhortación de Jesús a Pedro, Santiago y Juan: «Velad y orad,
para que no entréis en tentación»182. También aquí la
indeterminación del sustantivo alude a una tentación no ordinaria,
sino muy especial. Y el anterior contexto inmediato de Lucas sobre
la predicción de las negaciones de Pedro183, permite
determinarla: «Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para
cribaros como el trigo; pero yo he rogado por ti, para que no falta
tu fe; y tú, una vez convertido, apoya a tus hermanos»184. ¡Sólo la
oración de Jesús mantendrá firme la fe de Pedro, y—mediante
él—la de los demás discípulos, en la dignidad mesiánica del
Maestro185, ante la prueba de la misma por parte de Satanás!
Aquélla es, pues, una tentación muy especial: la tentación de
apostasía de la fe en la dignidad mesiánica de Jesús y, por tanto,
de la fe en Quien le envió186. Para no caer en esa prueba
definitiva o sucumbir a esa tentación mesiánica son exhortados
luego los tres discípulos a velar y orar (cf. supra).
Análogo significado envuelve, con toda probabilidad, ese
vocablo, en el contexto de la petición, que ruega al Padre «no caer
en tentación». Se trata de una tentación especial (cf. supra). Y
podemos determinarla. Pues el puesto central de la súplica por la
venida del reinado del Padre, en ambas redacciones
evangélicas187, muestra que ésa se identifica, con toda
probabilidad, con la apostasía de aquel reinado, con el rechazo del
señorío del Padre sobre la vida de «los hijos del reino»188. Una
apostasía que, al nivel de la redacción mateana, se realiza en la
recusación a cumplir la voluntad del Padre, manifestada en «las
palabras» del Hijo189. Por lo demás, esa apostasía del reinado de
Dios, con la que se profana el nombre del Padre, implica la
apostasía de la fe en la dignidad mesiánica de su Anunciador e
Inaugurador. Asi lo insinúa, por otra parte, el paralelismo entre la
formulación literaria de esa petición y la exhortación getsemaniaca
de Jesús a los discípulos (cf. supra). Quien rechaza al Padre
rechaza al Hijo, y viceversa190. Se trata, pues, de la tentación por
excelencia. Tramada sin duda por el diabólico «enemigo del
reino»191. Y el evangelista Mateo lo insinúa, con suficiente
claridad, al añadir seguidamente la súplica por la liberación del
«maligno» (cf. infra).
En aquella petición los discípulos de Jesús ruegan, por tanto, al
Padre preservarles de sucumbir a la tentación genesiaca de «ser
como dioses»192, de rechazar su señorío sobre la propia historia.
También le suplican preservarles de caer bajo el poder del
«tentador» diabólico, cuando, con «la tribulación o persecución a
causa de la Palabra», haya llegado para ellos «la hora de la
prueba»193, el momento de ser «cribados como trigo» por
Satanás194, la hora de creer a los pseudo-mesías y falsos
profetas o permanecer fieles a su fe en Cristo195... «hasta el fin»:
¡Sólo ésos se salvarán!196.
Una «hora», por tanto, decisiva. No relegada, sin embargo, a un
futuro lejano. Ni reservada para extraordinarias ocasiones. Al
contrario. La hora del «tentador>> puede sonar —¡de hecho
suena!— en cualquier momento y circunstancia, en el quehacer
diario: cuando, por ejemplo, se presenta la disyuntiva de servir a
los ídolos de este mundo o al único Dios verdadero, ceder al
egoísmo o amar al prójimo, practicar la «ley de talión» o no resistir
al mal recibido, vengarse del ofensor o perdonarle, odiar al
enemigo o rogar por él, rechazar la propia cruz o aceptarla,...
hacer la voluntad propia o la del Padre. Entonces se puede
apostatar de la fe cristiana o permanecer fiel «hasta el final». Para
soslayar aquel peligro y conservar esa fidelidad, los discípulos
deben «velar y orar»197 insistentemente198 al Padre que «no les
deje caer en» la prueba suprema, en «la tentación» de renegar,
con palabras o con hechos, que él es el único Dios, que su hijo
Jesucristo es el único señor y salvador: ¡no permitas, Padre, que
sucumbamos en esa hora a la tentación!; ¡danos entonces la
victoria sobre el tentador!
SANTOS
SABUGAL
EL PADRENUESTRO EN LA INTERPRETACIÓN
CATEQUÉTICA ANTIGUA Y MODERNA
SIGUEME. SALAMANCA 1997. Págs. 295-328
........................
1. Cf. Sant 1, 13.
2. Gén 22, 1-18.
3. Mt 4, 1-10 par.
4 Lc 22, 46.
5. S. Cipriano introduce como texto la paráfrasis textual de Tertuliano (cf.
supra).
6. 2 Re 24, 11 = Dan 1, 1-2.
7. Is 42, 24-25.
8. 1 Re 11, 23.
9. Job 1, 12.
10. Jn 19, 11.
11. Mt 26, 41.
12. Gal 5, 17.
13. Rom 8, 7.
14. Job 7, 1.
15. 1 Cor 10, 13.
16. Efe, 12.
17. Sal 23, 20; cf. Jdt 8, 26-27.
18. Hech 14, 22.
19. Prov 30, 9.
20. 1 Cor 3, 17; 6, 18-19.
21. Mt 6. 2.5.
22. XXIX. 9.
23. Sal 1. 2.
24. Cf. XXIX. 10.
25. XXIX. 9.
26. Job 7. 1.
27. Cant 2. 9-10.
28. XXIX. I I.
29. Mt 26. 41.
30. Prov 1, 17.
31. Sal 65, 11.
32. Cf. Rom 1, 24.
33. Cf. Rom 1, 26-27.
34. Cf. Rom 1, 28-32.
35. Job 40, 3.
36. Dt 8, 2-3.15-16.
37. Rom 8, 28.
38. Eclo 34, 9
39. Sant 1, 2
40. Sal 65, 10-12.
41. El capadocio explica, pues, esta petición junto con la siguiente: cf. infra.
42. Forma textual representada por san Cipriano (cf. supra), quien la tomó de
la paráfrasis textual de Tertuliano (cf. supra).
43. Entre ellos: san Cipriano y san Ambrosio (cf. supra). Esa forma textual
es, como reconoce san Agustín, una paráfrasis al texto evangélico,
claramente formulada ya por Tertuliano (cf. supra).
44, Eclo 34, 10.
45. Gál 4, 13.
46. Dt 13, 8.
47. Jn 6, 6.
48. Eclo 27, 5.
49. Lc 22, 31.
50. Lc 22, 32.
51. 1 Cor 10, 13.
52. Job 7, 1.
53. Sant 1, 13.
54. Dt 13. 8.
55. Sant 1, 14-15.
56. Cf. MI 12, 43-45 = Lc 11, 24-26.
57. 2 Pe 2, 21.
58. Forma textual de san Cipriano y san Ambrosio (cf. supra), diversa del
texto de la petición (=indu- cas) usado por el Catecismo romano y de la
que aquélla es ya una paráfrasis.
59. Mt 26, 41.
60. Mt 26,41.
61. 1 Cor 10, 13.
62. Cf. Heb 4, 13.
63. Dt 13 3.
64. Cf. Gén 22. 1-18.
65. Tob 12, 13.
66. Mt 4, 3: Tes 3. 5.
67. Sal 5, 6.
68. Sant 1, 13.
69. Cf. Lc 15. 1-14.
70. Ex 4, 21.
71. Is 6, 10.
72. Rom 1, 26-28.
73. Job 7, 1.
74. 1 Pe 5, 6.
75. 1 Pe 5, 4.
76. 2 Tim 2, 5.
77. Sant 1, 12.
78. Heb 4, 15.
79. Lc 11, 32.
80. Jn 16, 33.
81. Cf. Heb 11, 33; 1 Jn 2, 14.
82. Cf. Mt 26, 41; Sant 4, 7.
83. Sal 143, 1; cf. 17, 36, 1 Sam 2, 4.
84. Cf. 1 Cor 15, 57; Ap 12, 10-11; 17, 14; 21, 7.
85. Sant 1, 13-14.
86. Jn 6, 44.
87. 1 Cor 15, 10.
88. Ga 2, 20.
89. Mt 18, 7.
90. Gén 4, 8-9.
91. Mt 4, 3; 1 Cor 10, 13.
92. Mt 26, 41.
93. 1 Tim 6, 9.
94. Sal 11, 5.
95. Eclo 4, 16-18.
96. Dt 8, 2.16; Jdt 8, 21.
97. Sal 66, 10; Jdt 8, 26-27.
98. Tob 12, 14.
99. Eclo 2, 1.4.
100. Eclo 44, 20.
101. Job 7, 18-21.
102. Cf. Sab 3, 5-6; Tob 3, 21; 12, 13.
103. Sal 26, 2; 139, 23.
104. Sant 1, 12; 1 Pe 4, 12.
105. Sant 1, 2; 1 Pe 1. 6.
106. Heb 2, 13.
107. Heb 4, 15.
108. Ap 2, 10, 3, 10; Sant 1, 12.14.
109. 1 Tes 3, 3.
110. Mc 14, 38 par.
111. Mt 26, 41 par.
112. Berakôt 60b.
113. Gén 3, 1-7.
114. Cf. Ap 3, 10.
115. Mc 1, 13.
116. Mt 4, 3.
117. Mt 8, 29.
118. Lc 4, 13.
119. Lc 10, 8.
120. Mt 13, 25-39.
121. Lc 22, 53; cf. Mc 14, 41.
122. Lc 22, 3; Jn 13, 2.27.
123. Lc 22, 31.
124. Lc 22, 28.
125. Lc 22, 29.
126. No: «arrojado fuera»: Jn 12, 28, cf. Lc 10, 8
127. Jn 16, 11.
128. Ap 12, 7-12.
129. Mc 13, 9-13 par; Mt 10, 17-25; Jn 15, 18-16, 11; Ap 12, 13-16, 13.
130. 2 Tes 2, 8.
131. 2 Cor 2, 11.
132. 2 Cor 11, 12-15.
133. 1 Tes 2, 18.
134. 2 Cor 12, 7.
135. 2 Cor 11, 14.
136. Hech 20, 19.
137. 1 Cor 7, 5; Hech 5, 3; Gál 6, 1.
138. 1 Tes 3, 5.
139. 1 Tim 5, 15.
140. 1 Tim 3, 6.
141. Col 1, 13; cf. Ef. 6, 12; Gál 1, 4.
142. Ef 4, 27.
143. Mt 24, 12.
144. Heb 3, 8=Sal 95, 8.
145. Ap 3, 10.
146. Lc 8, 13.
147, Rom 16, 20.
148. 2 Pe 2, 9.
149. Sant 1, 13.
150. Sant 1, 12.
151. Sant 1, 14.
152. Mc 13, 30.
153. Lc 22, 31.
154. 1 Cor 10, 13.
155. Mc 14, 38.
156. Jn 17, 15.
157. Cf. Sant 1, 13.
158. Berakôt, 60b.
159. Lc 18, 19=Mt 19, 17.
160. Cf. Eclo 15, 11-20; Prov 19, 3.
161. Eclo 15, 14; cf. Gén 2, 16-17; 3, 2-3.
162. Eclo 15, 12-13.
163. Eclo 15, 11.
164. Sant 1, 13.
165. Gén 22, 1-12; cf. Eclo 44, 20; 1 Mac 2, 52; Jdt 8, 26; Heb 11, 17.
166. Cf. Jdt 8, 26-27.
167. Dt 8, 2.16.
168. Sal 66, 10-12.
169. Cf. Eclo 4, 17; 2, 1.
170. Cf. Sant 1, 2-3; 1 Pe 4, 12; 1 Tes 2, 4.
171. Cf. Sant 1, 3-4; Rom 5, 3-5.
172. 1 Cor 10, 13.
173. Sant 1, 12.
174. Cf. Mc 1, 13 par; Lc 22, 31; Hech 5, 3; 1 Tes 3, 5; 1 Cor 7, 5; Ap 2, 10.
175. Mt 4, 3; 1Tes 3, 5.
176. Ap 12, 9.
177. Tb Berakôt 60b; cf. también: Tb Sanhedrín, 107a. Otros textos judaicos
en: J. Camignac, o. c., 272.
178. Lc 22, 31.
179, Lc 22, 40-46 par.
180. La sintaxis semítica corrobora esta interpretación, pues el testimonio de
textos veterotestamen- tarios, judaicos y neotestamentarios muestra que
la negación ante un verbo causativo puede negar la causa o el efecto de
la acción, y en muchos casos niega el efecto. La petición no suplica, por
tanto, ser liberados de la tentación en cuanto tal, sino del efecto de la
misma: caer en ella o sucumbir a ella.
181. Cf. M. Zer~vick, Graecitas Bíblica, Roma 5,1966, 179.
182. Mt 26, 41=Lc 22. 40.46.
183. Lc 22, 31-34.
184. Lc 22, 31-32.
185. En el evangelio de Lucas la fe (con la excepción de Lc 18, 8) se
relaciona siempre con Jesús: cf. Lc 5, 20; 7, 6- 9.37-38.50; 8, 25.44-48;
17.5-6.15-19; 18, 41-42.
186. «El que a mí me rechaza, rechaza a quien me ha enviado»: Lc 10, 16;
cf. Mc 9, 37b=Mt 10, 40b; Jn 13, 20b.
187. Cf. supra. 28 s. 31 s.
188. Mt 13, 38a ¡Con ellos conviven «los hijos del maligno»! (Mt 13, 38b).
189. Cf. Mt 7, 21-27.
190. Cf. supra, n. 186.
191. Cf. Mt 13, 25.39: 12, 22-28=Lc 11, 14-22.
192. Gén 3, 5.
193. Cf. Mt 13, 20-21=Lc 8, 13.
194. Lc 22,31.
195. Cf. Mt 24, 3-12.23-24=Lc 21, 8-17.
196. Mt 24, 13=Lc 21, 19.
197. Mt 26, 41=Lc 22, 40.46.
198. Lc 18, 1.
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