SÉPTIMO DOMINGO DE SAN JOSÉ


26. Patrocinio de San José.

- Intercesión de los santos.

- Acudir a San José en todas las necesidades.

- Patrocinio del Santo Patriarca sobre toda la Iglesia y sobre cada cristiano en particular.

 

I. El Magisterio de la Iglesia ha declarado en repetidas ocasiones que los santos en el Cielo ofrecen a Dios los méritos que alcanzaron en la tierra por quienes todavía nos encontramos en camino. También enseña que es bueno y provechoso invocarles, no sólo en común, sino particularmente, poniéndolos por intercesores ante el Señor (Cfr. CONC. DE TRENTO , Sesión 25, De invocatione et veneratione sanctorum; Dz 984; CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 49). Santo Tomás explica la mediación de los santos diciendo que ésta no se debe a la imperfección de la misericordia divina, ni que convenga mover su clemencia mediante esta intercesión, sino para que se guarde en las cosas el orden debido, ya que ellos son los más cercanos a Dios (Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica, Supl. , q. 72, a. 2 c y ad 1). Pertenece a su gloria prestar ayuda a los necesitados, y así se constituyen en cooperadores de Dios, "por encima de lo cual no hay nada más divino" (Cfr. Ibídem, a. 1).

Aunque los santos no están en estado de merecer, pueden pedir en virtud de los méritos que alcanzaron en la vida, los cuales ponen delante de la misericordia divina. Piden también presentando nuestras súplicas, reforzadas por las de ellos, y ofreciendo de nuevo a Dios las obras buenas que hicieron en la tierra (Ibídem, a. 3), que duran para siempre. Aunque ya no merecen para sí -el tiempo de merecimiento terminó con la muerte-, sin embargo sí están "en estado de merecer para otros, o mejor, de ayudarlos por razón de sus méritos anteriores, ya que, mientras vivieron, merecieron ante Dios que sus oraciones fuesen escuchadas después de la muerte" (Ibídem, ad 4). Las ayudas ordinarias y extraordinarias que nos consiguen los santos dependen del grado de santidad y de unión con Dios que lograron, de la perfección de su caridad (Ibídem, 1-2, q. 114, a. 4), de los méritos que alcanzaron en su vida terrena, de la devoción con que se les invoca "o porque Dios quiere declarar su santidad" (Ibídem, 2-2, q. 83, a. 11 ad 1 y 4). La intercesión de algunos de ellos es especialmente eficaz en algunas causas y necesidades: para lograr que una persona alejada de Dios se acerque al sacramento de la Penitencia, en las necesidades familiares, en el trabajo, en la enfermedad... (Ibídem, Supl. , q. 72, a. 2 ad 2). No se aparta de la verdad la piedad de las almas sencillas que encomiendan a determinados santos una necesidad específica. La intercesión de los santos "depende muy particularmente de los méritos accidentales que adquirieron en sus diversos estados y ocupaciones de la vida -enseña Santo Tomás-. El que mereció extraordinariamente padeciendo una enfermedad o desempeñando un oficio particular, debe tener especial virtud para ayudar a aquellos que padecen y le invocan en la misma enfermedad o se ejercitan en el mismo oficio y cumplen los mismos deberes" (B. LLAMERA, Teología de San José, p. 312).

 Santa Teresa de Jesús, hablando de la eficacia de la intercesión de San José, señala que así como a otros santos parece que Dios les otorgó la capacidad de interceder por alguna necesidad en particular, "a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que el Señor quiere darnos a entender que ansí como le fue sujeto en la tierra -que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar-ansí en el Cielo hace cuanto le pide" (SANTA TERESA, Vida, 6). No dejemos de acudir a él en tantas necesidades como tenemos, principalmente en las de aquellos que tenemos encomendados.

 

II. Por su santidad y por los méritos singulares que adquirió el Santo Patriarca en el cumplimiento de su misión de fiel custodio de la Sagrada Familia, su intercesión es la más poderosa de todas, si exceptuamos la de la Santísima Virgen, y es, además, la más universal, extendiéndose a las necesidades, tanto espirituales como materiales, y a cada hombre en cualquier estado en que se encuentre. "De igual modo que la lámpara doméstica que difunde una luz familiar y tranquila -señalaba Pablo VI-, pero íntima y confidencial, invitando a la vigilancia laboriosa y llena de graves pensamientos, conforta del tedio del silencio y del temor a la soledad (...), la luz de la piadosa figura de San José difunde sus rayos benéficos en la Casa de Dios, que es la Iglesia, la llena de humanísimos e inefables recuerdos de la venida a la escena de este mundo del Verbo de Dios hecho hombre por nosotros y como nosotros, que vivió la protección, la guía y la autoridad del pobre artesano de Nazaret, y la ilumina con el incomparable ejemplo que caracteriza al santo más afortunado de todos por su gran comunión de vida con Cristo y María, por su servicio a Cristo, por su servicio por amor" (PABLO VI, Homilía, 19-III-1966).

Jesús y María, con su ejemplo en Nazaret, nos invitan a recurrir a San José. Su conducta es modelo de lo que debe ser la nuestra. Con la frecuencia, amor y veneración con que acudían a él y recibían sus servicios, han proclamado la seguridad y confianza con que hemos de implorar nosotros su ayuda poderosa. Cuando "nos lleguemos a José para implorar su auxilio, no titubeemos ni temamos, sino tengamos fe firme, que tales ruegos han de ser gratísimos al Dios inmortal y a la Reina de los ángeles" (ISIDORO DE ISOLANO, Suma de los dones de San José, IV, 8). Nuestra Señora, después de Dios, a nadie amó más que a San José, su esposo, que la ayudó, la protegió, y gustosamente le estuvo sometida. ¿Quién puede imaginar la eficacia de la súplica dirigida por José a la Virgen su esposa, en cuyas manos el Señor ha depositado todas las gracias? De aquí la comparación que se complacen en repetir los autores: "como Cristo es el mediador único ante el Padre, y el camino para llegar a Cristo es María, su Madre, así el camino seguro para llegar a María es San José: De José a María, de María a Cristo y de Cristo al Padre" (B. LLAMERA, o.c. , p. 315).

La Iglesia busca en San José el mismo apoyo, la fortaleza, la defensa y la paz que supo proporcionar a la Sagrada Familia de Nazaret (Cfr. E. S. GIBERT, San José, un hombre para Dios, Balmes, Barcelona 1972, p. 175), que fue como el germen en el que ya se encontraba contenida toda la Iglesia. El patrocinio de San José se extiende de modo más particular a la Iglesia universal, a las almas que aspiran a la santidad en medio del trabajo ordinario, a las familias cristianas y a los que se encuentran próximos a dejar este mundo camino a la Casa del Padre.

"Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.

"-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 554).

 

III. El patrocinio de San José sobre la Iglesia es la prolongación del que él ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la misma, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por esta razón fue declarado Patrono universal de la Iglesia (Cfr. PIO IX, Decreto Quemadmodum Deus, 8-XII-1870; Carta Apost. Inclytum Patriarcam, 7-VII-1871). Aquella casa de Nazaret, que José gobernaba con potestad paterna, contenía los principios de la naciente Iglesia. Conviene, pues, que José, así "como en otro tiempo cuidó santamente de la Familia de Nazaret en todas sus necesidades, así ahora defienda y proteja con celestial patrocinio a la Iglesia de Cristo" (LEON XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889). Esta declaración fue hecha en momentos difíciles por los que pasaba nuestra Madre la Iglesia, circunstancias y motivos que hoy subsisten (Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 31). Por eso nosotros acudiremos siempre a él, pero de modo particular cuando veamos que es más atacada, menospreciada, cuando se la quiere arrinconar fuera de la vida pública, y se intenta volverla inoperante en las vidas de los hombres; vidas que debe iluminar y conducir hasta Dios. Los Papas han alentado continuamente esta devoción a San José (SAN PIO X, Carta al Cardenal Lepicier, 11-II-1908; BENEDICTO XV, Breve Bonum sane, 25-VII-1920; PIO XI, Discurso, 21-IV-1926).

La misión de San José se prolonga a través de los siglos, y su paternidad alcanza a cada uno de nosotros. "Querría yo persuadir a todos fuesen grandes devotos de este glorioso santo -escribe la Santa de Avila-, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida; si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.

"Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas (...). Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Angeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den las gracias a San José por lo bien que les ayudó a ellos" (SANTA TERESA, o.c. , 6).

A San José no se le oye en el Evangelio; sin embargo, nadie ha enseñado mejor. Él "ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 56). Acudamos frecuentemente a su patrocinio, y de modo muy particular en estos días cercanos ya a su fiesta. Sigamos el ejemplo de "las almas más sensibles a los impulsos del amor divino", las cuales "ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior" (JUAN PABLO II, o.c. , 27). Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y alegre, en unión con tu Esposa, nuestra dulcísima Madre inmaculada, en el solidísimo y suave amor a Jesús, nuestro Señor (JUAN XXIII, AAS, 53, 1961, p. 262.).