«Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos»
Juicio, esperanza y riesgo

Gabino URÍBARRI
Jesuita
Profesor de Teología en la
Universidad Pontificia Comillas
Madrid


El juicio está claramente presente en el credo que recitamos en la liturgia dominical: «y de 
nuevo vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos» (DS 150). De ahí que no haya 
estado ausente de los catecismos ni tampoco del arte religioso 1. Son muy frecuentes las 
pinturas y representaciones escultóricas del mismo. El tema del juicio está arraigado en la 
conciencia creyente como uno de los contenidos propios de la fe cristiana, que se sitúa al 
final de la vida y al final de la historia universal. Desde otro ángulo, está muy presente en la 
conciencia de los creyentes inspirados por la teología de la liberación, dada la centralidad 
de Mt 25,31s. dentro de esta corriente.

Sin embargo, flota en el ambiente una sensación incómoda al hablar del juicio, porque no 
se tiene conciencia de que pueda ser un mensaje de esperanza. Parece más bien una 
amenaza o una venganza. Sugiere una imagen de Dios como alguien fiscalizador y 
pendenciero. Algo que, en cualquier caso, repugna a la convicción básica de un Dios 
misericordioso. Por ello se tiende, consciente o inconscientemente, a evitar este tema en la 
predicación y en la catequesis, pues resulta espinoso. Para abordar el tema del juicio, 
primero presentaré algunas de las dificultades con las que nos encontramos. En segundo 
lugar, haré un somero recorrido bíblico. Para terminar propondré unas reflexiones tendentes 
a entender el juicio como un mensaje de esperanza 2.

1. Ideas ambientales acerca del juicio

a) Amenaza

El juicio se asocia a la amenaza, puesto que será el momento en que Dios premie y 
castigue. Habría una contabilidad celestial de nuestras obras buenas y malas a la que nada 
podría escapar: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono; y se 
abrieron los libros. Y se abrió otro libro, que es el de la vida, y los muertos fueron juzgados 
según sus obras, por lo que estaba escrito en los libros» (Ap 20,12; puede verse también 
20,13-15). Por la omnisciencia divina, en este libro quedaría absolutamente todo registrado, 
desde lo realizado públicamente a plena luz del día hasta los últimos pensamientos de la 
conciencia. Así, podria entenderse a Dios como un fiscalizador empedernido, implacable e 
insobornable. Si aceptamos esta imagen de Dios, la consecuencia inmediata son las 
exigencias morales. En otras épocas, cuando se predicaba y hablaba del juicio, ello 
suponía, además de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios y los de la santa Madre 
Iglesia, seguir fielmente todos los preceptos y consejos emanados de la moral eclesiástica, 
como medio más seguro de salir airosos en el día decisivo del juicio. Aquí aparece 
claramente la conexión entre ética y escatología: «Mira el fin en todas tus cosas y de qué 
manera estarás ante aquel Juez riguroso, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con 
dones, ni recibe excusaciones, mas juzgará justísimamente. ¡Oh pecador miserable, 
ignorantísimo!, ¿qué responderás a Dios, que sabe todas tus maldades?» 3.

Para colmo de males, esta comprensión del juicio se ha empleado a veces desde 
instancias eclesiásticas para amedrentar, atemorizar y forzar a una obediencia sumisa. 
Hemos dado pábulo a que se forjara esa figura tan nefasta del sacerdote como un 
infantilizador y manipulador de las conciencias, como un engendrador de seres débiles, 
sumisos (Nietzsche).

b) Venganza

Además de amenaza, el juicio ha funcionado—y puede funcionar—como refugio sutil para 
los deseos de venganza. En este día de la verdad definitiva, se arreglarán las cuentas a 
todos los enemigos: se recompensará el sufrimiento fiel, darán fruto todos los sacrificios, 
privaciones e ignominias; mientras que los malvados, impíos, ladrones, embusteros y 
réprobos serán justamente condenados por toda la eternidad. Dios sería el ejecutor de 
nuestra venganza 4, el vindicador de nuestros sufrimientos durante la persecución y los 
días de desprecio. Así, Dios podría aparecer como un «matón» astuto y pendenciero que 
sabe aguardar la oportunidad para resarcirse de sus enemigos.

Por todo ello, parece difícil hablar del juicio como mensaje de salvación y esperanza y, al 
mismo tiempo, resulta necesario deshacer falsas imágenes de Dios, poco concordes con el 
núcleo del NT.

2. Doctrina bíblica acerca del juicio 5

a) Antiguo Testamento

Antes que nada, conviene insistir en la imagen de Dios que sobrenada continuamente el 
AT. La imagen de Dios del AT no concuerda con alguien que, tras poner en marcha el 
cosmos y crear al hombre, después se ha olvidado de él; o que, mientras tiene un designio 
salvífico sobre la humanidad, se solaza en contemplar cómo los hombres, abandonados a 
sus fuerzas, o bien se esfuerzan inútilmente o bien dejan de lado a Dios y sus planes. Al 
contrario, Yahveh es un Dios vivo, que tiene iniciativas y propósitos, que se afana en que 
se cumplan, que vela por que sus designios triunfen. Obra estos designios mediante 
portentos y hazañas. Es decir, Yahveh se entromete y se inmiscuye activamente dentro de 
la historia de Israel. Para entender el juicio es necesario introducirlo dentro de esta 
dinámica de comprensión de la historia de Israel y del empeño de Dios mismo en el 
cumplimiento de sus planes con Israel y con la humanidad.

En hebreo, la raíz safat significa a la vez dominar, gobernar y juzgar. Los poderes 
ejecutivo y judicial 6 no estaban separados (cf. Jue 2,16; Os 7,7; Am 2,3; Sab 3,8; Dan 
9,12). En muchos casos, la distinción no es posible o resulta muy difícil.

La teología del juicio más antigua, que no se abandonará del todo, entiende el juicio 
como hacer la guerra partidariamente para librar de los enemigos. Aparece en el libro de los 
Jueces: «El espíritu de Yahveh le invadió [al juez Otniel] y juzgó a Israel, y salió a la 
guerra» (Jue 3,10). Aquí se manifiesta claramente que juzgar es salir a la guerra, ponerse 
activamente del lado de un bando. Lo mismo se dice claramente en Jue 2,16: «suscitó 
entonces Yahveh jueces que los librasen de sus saqueadores». Aquí está el núcleo de la 
teología del juicio, que no se abandonará. Aparece también en otros textos (2 Sam 18,31; 
Dt 33,21). La salida de Egipto se entiende como un juicio de Dios (Gn 15,14; Ex 7,4).

La idea central se vertebra así: juzgar es «ejercer un poder mediante el cual aparece y 
triunfa el bien de una persona o del pueblo que se encuentran discutidos o amenazados»7. 
Esta comprensión se inspira en la acción de los caudillos guerreros que conducen al 
pueblo. De aquí surge con claridad la convicción de que el auténtico juez en Israel es el 
mismo Yahveh y, derivadamente, aquellos a quienes Él ha puesto como jueces. De ahí que 
la actividad judicial no se entienda como un análisis pormenorizado de las acciones y 
circunstancias para aplicar una ley previamente establecida (nuestra idea forense de 
justicia), sino como una intervención poderosa, creativa y partidaria, «orientada al logro 
eficaz del mayor bien del pueblo»8.

Junto con este primer aspecto, una segunda dimensión del juicio de Dios consiste en 
creer que Dios hará triunfar el bien, asumiendo Él la responsabilidad de que brille la verdad. 
De manera gratuita, por su elección misericordiosa, no por el mérito de los israelitas. Esta 
dimensión del juicio—Dios saca adelante la verdad—se advierte en pasajes tan conocidos 
como el juicio de Salomón (1 Re 3,16-28), donde se descubre a la verdadera madre de la 
criatura; o en la historia de Susana (Dn 13), en la que Daniel (Dios es mi juez) hace que 
salga adelante la verdad de la casta Susana frente al engaño de los jueces malvados.

Con los profetas, a pesar de que se mantiene la tradición anterior (Is 9,5; 42,13; Zac 
14,3), se da un inflexión en un doble sentido. De un lado, el juicio se puede tornar en 
amenaza por la infidelidad del pueblo, el día de Yahveh en día terrible, puesto que no basta 
con decir «¡día de Yahveh, día de Yahveh!» (Am 5,18-20) y cometer cualquier atropello, 
olvidando la justicia. De otra parte, los profetas insisten en la responsabilidad del individuo 
frente a Dios: cada uno será juzgado según sus obras (Ez 36,19). Junto con el premio de 
los justos, será el momento de la perdición de los culpables (Ez 34,17-31). Idea que se 
desarrollará más ampliamente en la apocalíptica.

b) Nuevo Testamento

Para el NT está claro que Cristo, después de la resurrección, ha sido constituido por Dios 
en juez de vivos y muertos (Hch 10,42; 17,31; Rm 14,9; 2 Cor 5,10; 2 Tim 4,1; Jn 5,26-30). 
Así pues, Cristo Juez es uno de los títulos neotestamentarios. El juicio se entiende en 
conexión con la consumación de la obra redentora de Cristo. Así Cristo Juez lleva a término 
y plenitud la obra comenzada con su ministerio (cf. Ap 19,11, 1 Cor 11,32; 2 Cor 1,19-20; 1 
Tes 1,10; 2 Pe 2,9). Por eso en el NT se esperaba ansiosamente la venida de Cristo a 
juzgar. De ahí que la doctrina del juicio fuera inequívocamente un mensaje de esperanza, 
distinguiéndose así la concepción cristiana, emanada del mensaje de Jesús, del rigorismo 
del Bautista. Por ello, inicialmente juicio y parusía van unidos9. Será el momento de la 
instauración total del Reino mismo. De ahí el sentido esperanzado de la invocación litúrgica: 
«Maran atha: Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20; 1 Cor 16,22)10.

Siendo esto lo prevalente, también es cierto que en una serie de textos se insiste en la 
responsabilidad moral de los individuos. Los cristianos viven bajo la responsabilidad de 
permanecer fieles a la elección de Dios, para que en el día del juicio, del que no conocen ni 
el día ni la hora—exhortación a la vigilancia—, sean hallados dignos del Cordero (cf. Mt 
24-25 y las llamadas «parábolas de la vigilancia»).

Dentro del tema del juicio, guarda especial relevancia el corpus jóanico. Juan presenta 
una doctrina peculiar del juicio, muy posiblemente como un correctivo a maneras de ver que 
se habían deslizado subrepticiamente, al dar un peso excesivo a los textos de exhortación a 
la vigilancia, los cuales manejan la representación del castigo11. Para el evangelio de Juan 
el juicio es presente, no de trasvida (Jn 3,18). Lo definitivo sucede en el orientarse los 
hombres ante el mensaje de Jesús (Jn 12,28). No es que Jesús haya venido a juzgar o a 
condenar. Él ha sido enviado para salvar y que tengamos vida. Pero al hacerse presente en 
él el Camino, la Verdad y la Vida, la postura que se tome ante él resulta un juicio (cf. Jn 
3,17; 12,47).

De otro lado, la primera carta de Juan insiste en el doble motivo del amor al prójimo y la 
confianza en el día del Juicio, debido al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús: «En 
esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza (parresían) 
el día del Juicio, pues como él [sc. ¿Dios?] es, así somos nosotros en este mundo. No hay 
temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el 
castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos 
amó primero» (1 Jn 4,17-19, véase también: 1 Jn 2,1-2; 3,19-20; 4,14).

Para elaborar una concepción sistemática del juicio hemos de partir, pues, de los 
siguientes elementos y articularlos:
—El juicio ha de estar en continuidad con el conjunto de la cristología y la imagen 
cristiana de Dios. No podrá ser sino un mensaje de esperanza.

—Pero también nos insiste el NT en la importancia y la gravedad de nuestra conducta 
(exhortación a la vigilancia).

—Finalmente, hemos de otorgarle un peso cualitativo particular a la concepción de 
Juan12, que, además, vincula la acción salvífica de Jesucristo con la posibilidad real que 
tenemos de rechazarla y autoexcluirnos.

3. Juicio, esperanza y riesgo

a) Para un imaginario del juicio

Me parece imposible que entendamos el juicio como un mensaje de esperanza si no 
rompemos con imágenes del mismo en que Dios parezca un fiscalizador o un contable 
impasible. Sin romper con nuestra idea forense de justicia, con la idea que manejan el 
derecho romano y nuestro derecho, con la imagen de la balanza, no podremos acercarnos 
al Juez de vivos y muertos. Por eso, pastoralmente, nos deberíamos esforzar primeramente 
por construir un nuevo imaginario del juicio, que llegue a calar en las comunidades 
cristianas y en la sociedad a la que queremos anunciar la buena nueva.

Para aclararnos con este estado de conciencia y visión de las cosas al que hemos de 
aspirar, lo más cercano que encuentro son las películas ambientadas en la Edad Media, en 
las que se espera ansiosamente la vuelta del rey Ricardo Corazón de León, que marchó a 
combatir a las cruzadas. En estos filmes, como Robín Hood o Ivanhoe, aparece con 
claridad cómo cuando regrese el rey verdadero, éste impondrá la auténtica justicia, de la 
que se gozará el pueblo ahora tratado injustamente y oprobiado; hará triunfar la verdad 
frente al embuste y llevará las causas nobles a la victoria por encima de la maldad, el 
engaño, el afán de poder, la soberbia, la avaricia y la mezquindad. Por ello, los hombres 
sensatos y los que padecen los atropellos esperan ansiosos la llegada del rey. Más que 
nadie, aquellos que le han permanecido fieles, que han puesto sus vidas, con peligro 
propio, al servicio de su causa y de lo que él representa. La llegada del rey Ricardo sólo 
puede ser temida por quienes a ciencia y conciencia son sus enemigos declarados, 
dispuestos a destituirle, enzarzados en robos, tropelías, abusos, maldades y atropellos sin 
nombre.

Su regreso no se vive desde la clave de la amenaza ni la venganza, sino como el triunfo 
tan anhelado del bien y la verdad. Naturalmente, el rey Ricardo castigará a los culpables de 
tanto crimen, injusticia y sinrazón, mas no lo hará degradándose. La grandeza y 
magnanimidad del rey Ricardo son absolutamente incompatibles con el sadismo y la 
complacencia en el sufrimiento de que hicieron gala macabra los usurpadores de su poder. 
Su manera de restablecer la justicia diferirá esencialmente de la de sus oponentes; en ella 
se reflejará una justicia no contaminada por el odio, la venganza o la revancha. Todos los 
espectadores—incluidos los niños, que lo captan todo intuitivamente— entienden que la 
llegada del rey Ricardo implica el restablecimiento «mesiánico» del reino en su buen ser.

En continuidad con este ejemplo, hemos de conectar juicio y consumación del Reino. La 
llegada (parusía) del Hijo del Hombre en poder, para Juzgar a vivos y muertos, implica la 
consumación final del Reino. No en vano, y después del artículo que comentamos, el credo 
añade: «y su reino no tendrá fin». Así pues, el juez en quien confiamos se asemeja a un 
guerrero, con facultades especiales para establecer la justicia del reino mesiánico (cf. Is 
9,5; Ap 19,11). Un guerrero en quien esperan los que sufren la opresión y la ignominia. Por 
ello, los pobres, acostumbrados a sufrir abusos, entienden mejor que nadie el juicio. Y 
quieren que sea su Dios bendito quien les juzgue, porque a Él se confían, porque Él conoce 
sus cuitas, desvelos, sufrimientos y entregas generosas.

b) Juicio y fidelidad a la tierra

Según el NT, al final de la vida cada uno será juzgado tomando en cuenta sus obras (Mt 
12,36-37; Hch 17,30-31; Rm 2,16; 2 Cor 5,19; Hb 9,7; 13,4). Es decir, se da una 
continuidad entre la conducta actual y la retribución definitiva. De tal manera que para los 
autores del NT y las primeras comunidades cristianas no daba lo mismo una actitud que 
otra: practicar la caridad o enmarañarse en el egoísmo; creer en Jesucristo y formar parte 
de la Iglesia o rechazarle y apostatar (cf. Lc 12,8-9). De ahí el sentido de la exhortación a la 
vigilancia. Se impone, entonces, un discernimiento y fidelidad a la tierra. Discernimiento, 
porque no todo es compatible ni se compadece con igual armonía con la llamada de Jesús 
a seguirle. Fidelidad a la tierra, porque la esperanza cristiana ama la tierra (K. Rahner).

Esta fidelidad a la tierra estaría transida, a su vez, de metafísica escatológica13. que 
impregna la vida cotidiana. Es decir, de la conciencia de que la historia de la propia vida y 
las decisiones, pesares, deseos y omisiones de la libertad suceden ante Dios, siendo esto 
lo fundamental14. Lo cual da un peso radical a esta libertad, además de liberarla de las 
ataduras que tienden a someterla a los criterios del mundo. Así, la escatología irrumpe en la 
historia. Supone una libertad y una dignidad inconmensurables del ser humano. Si se ha 
asumido la propia muerte con la muerte de Cristo, se ha nacido a una libertad creativa e 
indomeñable por los poderes que rigen en la historia de la violencia15.

c) El juicio es abierto

Tanto K. Rahner como H.U. von Balthasar previenen sobre la tentación de tener ideas 
demasiado claras sobre el juicio16. El juicio es abierto. Es decir, abierto en los dos 
sentidos: ni se puede dar previamente por descontada la condenación—algo a lo que hoy 
somos mucho más sensibles que antaño, cuando se barajaba con mayor seguridad qué era 
pecado mortal y las consecuencias de morir en estado de pecado mortal—, ni tampoco la 
salvación. Aguardamos el juicio con esperanza. Desequilibrar hacia un lado o hacia otro el 
juicio, introduce cambios apenas perceptibles inicialmente, pero decisivos para la figura de 
Dios y el peso que recibe la vida cristiana. Rompe la incertidumbre con que se entrega la 
confianza a la bondad de Dios. Se pasa entonces a una espera que no está tensada por la 
incertidumbre, a un saber de la salvación que no es esperanza, sino posesión pacífica, a un 
desprecio del riesgo—o un agigantamiento insoportable del mismo—que debilita la libertad 
delante de Dios.

CONFIANZA/CERTEZA : Hemos de ser muy conscientes de la 
diferencia entre la esperanza y la certeza. La fe cristiana nos invita a vivir con una gran 
esperanza en Dios, en Cristo Jesús, y a no tener miedo alguno en el día del Juicio, a 
aparecer delante de Dios con confianza. El Señor Jesús intercede a nuestro favor (cf. Rm 
8,31-39). Sin embargo, no se trata de una certeza absoluta que elimine cualquier sombra de 
duda o de riesgo y que se acerque a una especie de reportaje anticipador en el que ya 
sepamos de antemano todo lo que sucederá. Se mantiene un campo de incertidumbre y de 
riesgo, que la esperanza no elimina, sino que, en cuanto tal, le pertenece de suyo.

El riesgo es un elemento imprescindible de la libertad. Sin el riesgo, no sólo nos 
convertimos, a fin de cuentas, en marionetas delante de Dios, sino que el bien y la 
generosidad pierden grandeza, y se desvanece el peso del pecado y la negación de Dios 
plasmada en el desprecio del prójimo. El riesgo va parejo con la esperanza, con ese estar 
sobredeterminado por el gozo y la expectativa, donde, en medio de la confianza, no se 
deshace del todo la incertidumbre. Y, así, la vida cotidiana va cargada de densidad y de 
peso.

4. Juicio, misericordia y esperanza

La idea de juicio que venimos recuperando de nuestro recorrido biblico no se opone a la 
misericordia. Al contrario, es una manera de actuar la misericordia, un modo de ejercitar su 
poder y señorío. Por el JUICIO, Dios hace salir adelante sus planes de bondad, se 
entromete con iniciativas de benevolencia en la historia. Pero si Dios prefiere elige y 
privilegia una linea histórica, rechaza otras. De ahí que, siendo el juicio compatible con la 
misericordia, no sea una especie de coladero que elimine el peso de la libertad, en el que 
dé igual todo. Aunque sí, hemos de subrayarlo, el juicio es abierto, y no nos compete a 
nosotros suplantar al Juez o anticipar su sentencia.

En la teología de Juan, quien rechaza a Jesús ya está juzgado. La posibilidad de 
condenación, por tanto, no estriba tanto en una acción positiva de un Dios que se jactaría 
de condenar, cuanto en el rechazo de Jesús y de su mensaje, ya sea explícitamente o, 
sobre todo, implicitamente (cf. Mt 25,31s. y las bienaventuranzas: Mt 5)17. Es decir, la 
posibilidad de condenación tiene que ver con la autoexclusión del señorío del Reino. Este 
señorío no se impondrá al que lo rechazare.

Resumiendo. El juicio es ante todo un mensaje de esperanza: Dios está de nuestra parte 
para hacer triunfar su salvación. El juicio no se vive cristianamente si está 
sobredeterminado por las imágenes de venganza o por la amenaza. Para el AT, el juez es 
un caudillo guerrero que se entromete a favor de su pueblo, sacándole adelante en 
situaciones comprometidas. En continuidad con ello, Cristo es el Juez de vivos y muertos, 
nuestro salvador y el consumador del Reino. Sin embargo, repugna con la idea del Reino la 
entrada forzosa e impuesta en el mismo. La oferta de la gracia de Dios en Jesucristo no 
elimina nuestra libertad. Nos orienta a vivir en esperanza, sin que por ello suplantemos a 
Dios arrogándonos nosotros un conocimiento diáfano del Juicio de Dios sobre cada 
individuo. Recuperando la ambientación con Ivanhoe o Robín Hood, el juicio invita a 
perseverar activamente en el seguimiento, estando en el lado de la elección de Dios. Tanto 
por el premio, que no se niega ni se desprecia, cuanto por la verdad, la justicia, la calidad 
de vida auténtica que significa.

Gabino URÍBARRI
SAL-TERRAE 1998, 6 págs. 453-463

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1. Véase: M. GESTEIRA, «Jesús, constituido por Dios juez de vivos y muertos»: 
Communio. Revista Católica Internacional 7,1 (1985) 12s. 
2. Me inspiro bastante en A. TORNOS, Escatología II, Publicaciones de la Universidad 
Comillas, Madrid 1991, pp. 113-141 (coincide con: ID, La esperanza y el juicio de Dios, SM, 
Madrid 1984); S. DEL CURA, «Sobre la teología del juicio: Variaciones y elementos»: Sal 
Terrae 75/11 (1987) 819-835. Además, puede verse: A. GEORGE, «El juicio de Dios. 
Ensayo de interpretación de un tema escatológico»: Conciliun 41 (1969) 11-23; J. ALFARO, 
«Y de nuevo vendrá, con gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos»: Communio. Revista 
Católica Internacional 2,3 (1980) 244-254; VARIOS, «Juzgará a vivos y muertos»: 
Communio. Revista Católica Internacional 7,1 (1985). 
3. Th. KEMPIS, La imitación de Cristo, 1,24. Traducción de Fray Luis de Granada, 
Aguilar, Madnd 1989, p. 80.
4. Cf. M. KEHL, Escatalogia, Sígueme, Salamanca 1992, pp. 55-60; TERTULIANO, De 
Spectaculis 30 (SC 332, pp. 316-329).
5. Puede verse: «Juicio», en X. LÉoN-DuFouR, Vocabulario de teología bíblica, Herder, 
Barcelona 1972, 5ª, pp. 454-459; W. PESCH, «Juicio», en (J.B. BAUER [ed.] Diccionario de 
teología bíblica, Herder, Barcelona 1967.
6. Cf. J. ALONSO SCHOKEL, V. MORLA, V. COLLADO, Diccionario bíblico 
hebreo-español, Trotta, Madrid 1994.
7. A. TORNOS, Escatalogía Il, p. 120.
8. Ibid.
9. Cf. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, La pascua de la creación. Escatología, BAC, Madrid 1996, 
pp. 143-148.
10. Cf «Il retorno di Cristo e il giudizio universale»: La Civiltá Cattalica 3416 (1992/lV) 
111-120. aquí 114.
11. Sobre el sentido del castigo en estos textos hay una discusión teológica en la que 
ahora no podemos entrar. Puede verse: A. TORNOS, Escatología II, nota 47 de la p. 
228-229; Ch. Duquoc, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios, Cristiandad. Madrid 
1985, pp. 93-96 y 113-116. 
12. Así también, W. PANNENBERG, Sysrematische Theologie lll, Vandenhoeck & 
Ruprecht, Gottingen 1993, p. 650. 
13. N. BERDIAEV, Essai de metaphysique eschatologique, Aubier. Paris 1946.
14. En los Ejercicios Espirituales [53] de san Ignacio se nos sitúa ante Cristo crucificado 
para preguntarnos: ¿qué he hecho por Cristo?, ¿qué hago por Cristo?, ¿qué debo hacer 
por Cristo?
15. Este espíritu aparece reflejado en las monjas jansenistas de la novela de J. JIMÉNEZ 
LOZANO, Historia de un otoño, Destino, Barcelona 1971.
16. H.U. VON BALTHASAR, «Escatología», en: (VARIOS) Panorama de la teología 
actual, Guadarrama, Madrid 1961, pp. 499-518 y 778-786, aquí pp. 5095; K. RAHNER, 
«Principios teológicos de la hermenéutica de las declaraciones escatológicas», en Escritos 
de Teologia IV, Taurus, Madrid 1964, pp. 411-439, aquí 430-432.
17. Cf W. PANNENBERG, Systernatische Theologie III, Vandenhoeck & Ruprecht, 
Gottingen 1993, pp. 656-667. 
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