¿Qué significa «Creador del cielo y de la tierra»?


Enrique SANZ GIMÉNEZ-RICO
Jesuita
prepara la tesis doctoral en
Sagrada Escritura. Madrid


Cualquier persona moderna que, bien por devoción o por simple curiosidad, abre la Biblia 
por su primera página, se topa con un conjunto de afirmaciones que le invitan al momento a 
retroceder cronológicamente años y siglos, y le hacen recordar nombres tan fundamentales 
para la vida del mundo como Darwin, Galileo, Copérnico, e incluso rememorar 
acontecimientos tan nucleares de este milenio como el descubrimiento de la teoría del Big 
Bang.

Cuando el curioso o devoto lector deja hablar al relato bíblico de Gn 1-2,4a, la música que 
éste desprende no está compuesta por notas científicas o filosóficas, sino por notas 
eminentemente religiosas. Si la Biblia afirma que al principio creó Elohim los cielos y la 
tierra, es porque ésta se preocupa seriamente por aquello que tiene relación con el hombre 
y su mundo 1. Es más, el primer capítulo del libro del Génesis, que no quiere invadir otros 
campos ajenos a su competencia, no niega de ninguna manera que el filósofo o el científico 
puedan hacerse las siguientes preguntas: ¿por qué existe algo y no nada?; ¿había alguna 
cosa antes de la primera explosión? La Biblia no se decide, pues, por ningún modelo o 
teoría cósmica.

Así pues, si las primeras páginas bíblicas nos conducen por caminos religiosos, la 
pregunta por el lugar 2 al que nos enfocan y dirigen parece pertinente: lo que el redactor de 
ellas quiere afirmar es que la primera y la última seguridad del hombre y del mundo es 
precisamente Dios. Dios, nos dice la Biblia, no es ni un arquitecto ni un relojero que todo lo 
ensambla 3; es más bien el aliado del hombre, que le comunica todas sus bendiciones. 
Dicho con palabras del llorado Juan Luis Ruiz de la Peña, Gn I es la página inicial de 
historia de salvación 4.

Las líneas que siguen van a tratar de hacer hincapié en lo que acabamos de afirmar, 
intentando presentar algunos rasgos del estrecho vínculo existente entre Dios y el hombre.

1. El exiliado cristiano moderno
Si tenemos solamente en cuenta la información que nos da el profeta Jeremías 5, el 
grupo de los dirigentes y artesanos deportados a Babilonia por Nabucodonosor en el 
catastrófico año 587 (o 586) a.C. fue poco numeroso. El asedio y la destrucción de 
Jerusalén precedieron a la deportación. Los babilonios hicieron una brecha en el muro de 
Jerusalén, derrotaron y depusieron al rey, saquearon la ciudad e incendiaron el templo.

Además de la crisis material y política (pérdida de la independencia) que supuso la caída 
de Jerusalén en manos de Babilonia, dicho acontecimiento trajo consigo una profunda 
transformación en la vida del hombre religioso y piadoso de Israel. El siempre despierto e 
inconformista pueblo de Israel se preguntó abiertamente: ¿qué ha pasado con las promesas 
que Yahvé hizo a nuestro padre Abraham?; ¿sigue siendo bueno aquel que dio a nuestro 
padre esta tierra de la que nos tenemos que marchar'?

A estas y otras preguntas trató de responder la redacción sacerdotal del Pentateuco (P), 
del que el relato de la creación mencionado más arriba (Gn 1-2,4a) forma parte, 
subrayando que la elección de Yahvé era eterna e indiscutible: ningún acontecimiento del 
tipo que fuera, ni siquiera el molesto e insoportable exilio, podía alterar la convicción de que 
Dios pemanecía siempre fielmente al lado de su pueblo.

Así pues, en medio de un ambiente de desánimo, dudas e incertidumbres nace la fe de 
Israel en la creación. P trata de infundir ánimo y esperanza, afirmando que Yahvé es 
todopoderoso.

Quizá se pregunte el lector el porqué de lo escrito hasta ahora en este apartado. 

Probablemente el título del mismo le puede dar ya alguna pista, alguna orientación: ¿no 
le ocurre al cristiano moderno, el que está a las puertas del segundo milenio, lo mismo que 
le ocurría al primitivo israelita en la época del destierro?; ¿no puede ser ello motivo 
suficiente para decir que el hombre del 2000 está también en el exilio?

Ciertamente, no deja de ser verdad que el hombre religioso de nuestro tiempo, el 
cristiano de finales de este siglo, atraviesa igualmente una pequeña, o quizá más bien 
profunda, depresión. Tanto los grandes progresos de la humanidad (descubrimientos 
planetarios, construcción de ordenadores y robots que son casi como personas, clonación 
de seres humanos) como sus grandes fracasos (¿por qué siguen matándose los 
camboyanos entre sí?; ¿qué pasa en África, que las guerras asesinas y la hambruna 
despiadada parecen ya elementos de la idiosincrasia de dicho continente, y que todos 
aceptamos sin refunfuñar?; ¿qué pasa en España, que parece que «va bien» y, sin 
embargo, está creciendo cada vez más de modo desigual?;) parecen estar gritando a voces 
que aquí ya no hay sitio para Dios, y que es el hombre el que, recordando el libro del 
Génesis, puede decir, o más bien ver, que todo es bueno.

El desaliento va más allá de los ámbitos políticos y económicos: afecta también 
seriamente a las profundas convicciones religiosas del cristiano. ¿Hasta cuando 
seguiremos siendo los seguidores de Jesús, se preguntan éstos, como los bandidos, el 
sacerdote y el levita de la parábola lucana del buen samaritano?; ¿llegará algún día en que 
esté presente en nosotros el principio-misericordia 6, es decir, el amor libre y generoso de 
Dios, el que crea por la palabra?

Remitiendo a la magnífica literatura existente sobre el tema que señalamos (la desgana 
del cristiano exiliado), y sin querer en absoluto competir con el (los) autor(es) / redactor(es) 
del relato de la creación de Gn 1-2,4a, vamos a tratar de infundir ánimos en esta época de 
crisis, tan similar a la del destierro de Babilonia para Israel. Para ello, nos parece que el 
mejor camino para lograrlo es escuchar una vez más la sinfonía de dicho relato de la 
creación. Ella quizá pueda lograr que el tono vital de nuestro cotidiano existir se eleve una 
octava más, y que el requiem funerario, que con frecuencia tatareamos, deje paso a alguno 
de los alegres aleluyas que igualmente conocemos.

2. En el principio creó Dios el cielo y la tierra

a) Primera aproximación a Gn 1-2,4a
Varios aspectos del texto pueden ayudarnos a lograr una mejor comprensión inicial del 
mismo. De entre ellos destacamos los siguientes:

* Dejando de lado, por razones obvias, un estudio más detallado respecto de la 
prehistoria y la posible procedencia de ambos versículos, sí parece claro que el primer 
versículo es un título 7, válido para todo el relato, que anuncia la bipartición cosmológica 
(cielo-tierra) presente en Gn 1-2,4a 8; a la vez, podemos afirmar, pone de relieve el valor de 
la semana, de todo lo creado en los siete días, como acto único de creación.

El versículo 2 propone el telón de fondo, el estado de las cosas, y no su procedencia. En 
el fondo, crea una cierta espera para la aparición de la palabra, de la creación por la 
palabra.

* El relato presenta la creación como acción o, en terminología de Paul Beauchamp 9, 
como separación, tanto espacial (astros, vegetales-animales, peces-pájaros) como temporal 
(sucesión de unas especies tras otras).

* La creación se realiza por la palabra. Ésta tiene, en primer lugar, una característica o 
componente de tipo volitivo, en el sentido de que elige algo y lo pone en orden. Cuando se 
habla, se expresa un querer y se determina un deseo. La creación por la palabra invita, 
pues, a comprender ésta como el intercambio dialogal entre el Creador y las criaturas; Dios 
es un ser personal que llama y se relaciona con las criaturas 10.

b) Análisis de términos más importantes del relato P de la creación

Es el momento de pararse más detalladamente en alguno de los vocablos que, en 
nuestra opinión, posibilitan una mejor comprensión de lo que el (los) autor(es) / redactor(es) 
de la narración nos quieren transmitir.

* «Crear» (1,1.21.27; 2,3) es un verbo cuyas principales particularidades son las 
siguientes 11:

—Dios es siempre el sujeto de dicho verbo; lo cual trata de subrayar la acción creadora 
de Yahvé, diferente de toda obra humana;
—nunca se menciona una materia a partir de la cual Dios crea;
—los objetos de dicho verbo son diversos; en la mayoría de las ocasiones hacen 
referencia a algo extraordinariamente novedoso;

Con lo expuesto hasta ahora sobre dicho verbo, podemos concluir diciendo que el uso de 
«crear» por parte de P quiere poner de relieve lo único e imponderable de la acción divina, 
que es definitiva y no necesita ser terminada. La obra realizada por Dios es específica y 
singular. Ello nos invita a formular que ya desde el comienzo del mundo, afirma el relato, no 
hay arbitrariedad ni azar, sino Dios mismo, que muestra y expresa sus designios 
maravillosos con el mundo. El mundo y el hombre, los cielos y la tierra se deben sólo a Dios 
y a ninguna otra causa; es decir, están en íntima y única relación con Él. El poder creador 
de Dios no se refiere a aquel de quien todo procede por emanación, sino que expresa que 
la vida del hombre y de los vivientes está enraizada y estructurada en una 
autocomunicación amorosa y gratuita. No son los demonios ni las divinidades los que 
fundamentan la vida del hombre; es su libertad, entendida ésta como respuesta generosa al 
ejercicio amoroso y no coaccionado de la libertad del Dios creador, la que construye y crea 
el mundo en que vive. El poder de Dios, dicho con palabras de Jon Sobrino, es el que 
«informa todas las dimensiones del ser humano: la del conocimiento, la de la esperanza, la 
de la celebración y, por supuesto, la de la praxis» 12.

Dos anotaciones importantes parecen confirmar la conclusión sacada en las líneas 
precedentes. En primer lugar, leyendo con atención el relato P de la creación, podemos 
observar que el verbo «crear» aparece con poca frecuencia. En 1,21 se nos recuerda que 
también los grandes cetáceos y los animales que bullen y pululan las aguas han sido 
creados por Dios. La razón de dicho empleo está en relación con las concepciones míticas, 
que recoge(n) y hereda(n) el (los) autor(es) / redactor(es) de Gn 1-2,4a. Según dichas 
concepciones, antes de la creación del mundo existía un caos acuático, contra el que lucha 
el Dios de Israel; tras la lucha, llega la victoria y el comienzo de la creación, de su hacer. 
Ahora bien, el uso de dicho verbo en este versículo subraya la exclusión de toda 
concepción mítica, pues también los monstruos marinos han sido creados por Dios; también 
ellos son criaturas de Dios (¡y no sus rivales!). Así mismo, Gn 1,27 usa tres veces dicho 
verbo. El hombre es creado a imagen de Dios, es decir, en estrecha vinculación con Él; 
pero no es creado para que Dios se complazca contemplándolo, sino para que la criatura 
cree como crea Dios, es decir, para que viva con las características de Éste: generosidad, 
autodonación, libertad y amor. Porque entre Dios y el hombre existe la libertad, los hombres 
pueden vivir en libertad. Además, puesto que la caridad y la magnanimidad de Dios 
permanecen 13, las criaturas deben cuidarse entre sí con esas mismas virtudes recibidas 
de Dios.

En segundo lugar, el hecho de que Is 40-55 (Deuteroisaías, profeta del exilio) lo emplee 
con mucha frecuencia nos permite establecer las relaciones entre creación y salvación. Lo 
que ocurría en el comienzo (creación) sucederá en breve; el Dios que creó el cielo y la 
tierra es el que dice a Jerusalén: «será habitada» 14. Creación y salvación son dos 
características de un único Dios. Éste, que creó, salvará; su amor, que se manifestó en el 
principio, está para llegar. Lo inmutable y perecedero es la autodonación generosa de 
aquel «que es, que era y que ha de venir» 15.

* «Vio Dios que estaba bien» es una frase que aparece reiteradamente en este capitulo 
del Génesis. El lector del texto puede igualmente observar que la continua repetición de la 
misma concluye con un clímax en el versículo 31, en el que se dice que estaba muy bien. El 
universo que nos presenta Gn 1 es enteramente positivo; no hay en él nada negativo 16.

El relato de la creación no deja, pues, lugar para el pesimismo. Todo es entusiasmo y 
satisfacción. Cualquiera de nosotros podría pensar inmediatamente que el optimismo 
desbordante de esta página bíblica roza el idealismo y está muy lejos de la realidad. Sin 
embargo, conviene no olvidar algo que ya hemos desarrollado anteriormente: que esta 
paradisíaca narración se escribe en un momento de la historia de Israel en el que todo es 
oscuridad, duda, vacilación, etc. En medio de la tribulación, se alzan voces optimistas que 
invitan a la confianza gozosa en el Dios potente.

«Las criaturas están a la altura del Creador» es, creemos, una frase que resume muy 
bien la primera consecuencia que del tan repetido estribillo se puede extraer. La relación 
existente entre Dios y los seres vivientes es buena, es fluida; ello significa que el diálogo 
entre ellos está vivo y presente, que el Infinito e Ilimitado, cuya entrega generosa resalta Gn 
1, recibe del finito y limitado, la criatura, un espléndido y desinteresado don de sí mismo; 
significa, en definitiva, que la respuesta dada por los vivientes está en armoniosa relación 
con la palabra interpelante pronunciada por Dios.

El hombre, culmen de la creación, ha sabido responder, en cuanto imagen de Dios, a la 
acción amorosa iniciada por Este. Entre ambos hay a la vez separación y unión totales. 
Separación, en cuanto que el hombre es imagen y no es Dios; unión, en cuanto que el 
hombre, siendo imagen, y Dios, siendo Dios, están ligados por una íntima relación y por 
una estrecha comunión. El clímax de la creación es, pues, el hombre; éste vive ya con la 
generosidad, la libertad y la autoridad que su creador le ha entregado. La dignidad 
particular le es concedida por el que es digno por antonomasia. De modo que sólo porque 
Dios lo ha honrado, puede el hombre sentirse satisfecho de sí mismo. El orgullo del hombre 
no nace, pues, de su corazón, sino de la palabra de bendición pronunciada por Aquel que 
se le ha entregado por entero.

Por último, podemos añadir que el que la narración de Gn 1 repita una y otra vez «vio 
Dios que estaba bien» subraya igualmente que sólo porque la relación entre las criaturas, 
entre los hombres, es fluida puede pronunciar repetidamente Dios dicho estribillo. Lo que 
Dios está, pues, afirmando es no sólo que las relaciones de abajo hacia arriba responden al 
don por Él entregado, sino que las relaciones horizontales también reflejan dicha entrega 
generosa del Todopoderoso. La dependencia de unos respecto de otros, la relación entre 
las criaturas, las ayudas que entre todas se establecen, están vertebradas por este 
principio tan radicalmente gratuito, el cual, diría el hombre moderno de finales del siglo xx, 
es sin lugar a dudas revolucionario.

* En 1,6-7, Dios separa las aguas a través del firmamento que hay en medio de las 
aguas, de modo que quedan aguas por encima del firmamento y aguas por debajo de éste. 
La expresión igual o similar a «en medio de las aguas» (Gn 1,6) aparece repetidamente en 
el episodio del paso del Mar Rojo 17. Lo mismo podemos decir de la palabra tierra seca, 
presente en Gn 1,9 y Ex 14,16.22.29.

En el libro del Éxodo, en el capítulo 14, el de la liberación definitiva de Israel, Dios es 
presentado con el poder inmenso de mantener vivo a Israel y de derrotar definitivamente a 
Egipto. En dicho capítulo, el mar va a ser la puerta y el umbral de la vida para Israel, así 
como el lugar de la muerte definitiva de Egipto. El «no» de Dios a Egipto, su destrucción en 
medio del mar, y el «sí» de Dios a Israel, que renace a la vida en medio del mar, es un «no» 
a aquel que no ha sabido vivir con gratuidad, con amor, con libertad. Dios rechaza al que se 
ha pasado la vida explotando y sometiendo a servidumbre y esclavitud a Israel. El juicio de 
Dios, según el Éxodo, es tajante: no hay sitio en la vida para el que no recuerda el episodio 
de la creación, en el cual Dios manifiesta su juicio y su poder por medio de la autoentrega 
generosa.

La similitud entre el libro del Éxodo y el relato de la creación nos invita, pues, a entender 
a Dios, el que separa unas aguas de otras y hace aparecer la tierra seca, como aquel que 
emite su juicio en favor de la generosidad, de la relación respetuosa y fluida, de la solicitud 
atenta hacia la criatura. Todo aquel que, al igual que hizo Egipto, vive el no amor, la no 
autoentrega, la no filantropía, está condenado a morir en el mar. Allí se ahogarán también 
los que se hagan superiores a las demás criaturas, los que vivan por y para el orgullo, los 
que sometan a servidumbre y a vejaciones de cualquier tipo a quienes no comulgan con 
dichas ideas. Éstos, en cambio, nos dice el relato de la creación, pasarán el mar a pie 
enjuto y se salvarán.

BAU/SENTIDO: Teniendo muy presentes las consideraciones que acabamos de hacer 
respecto de la relación existente entre el relato de la creación y el paso del Mar Rojo, el 
cristiano exiliado de la época en que vivimos, ése que vive muchas veces anclado en la 
duda y la decepción, puede quizás entender un poco mejor el sentido del bautismo que ha 
recibido de una vez para siempre. Por medio del agua bautismal, el cristiano atraviesa el 
mar de la muerte para pasar a caminar a pie enjuto por la tierra seca, la tierra de la vida. Así 
pues, el cristiano está en condiciones de decir que el bautismo, que tiene carácter 
definitivo, le invita a cruzar el mar de la muerte para pasar a la zona de la vida definitiva.

El bautismo no es, pues, un hecho aislado de la existencia del cristiano; no es una 
celebración que limpia y elimina su pecado original. El bautismo es la entrega distintiva 
única y personal del Dios poderoso de Gn 1-2,4a, un Dios cuya omnipresencia y perfección 
no significan para nada distancia, superioridad y desinterés, sino precisamente todo lo 
contrario: generosidad, comprensión, amor y misericordia.

Al mismo tiempo, el bautismo es, por parte del que lo recibe, la confesión libre y generosa 
del Dios que creó el cielo y la tierra. Esta confesión—¡sólo ésta!—es la que capacita al 
cristiano exiliado para vivir ya, de una vez para siempre, una vida gratuita basada en la 
compasión, el perdón y el ágape neotestamentario.


3. Creo en Dios, creador del cielo y de la tierra

Concluíamos el apartado anterior haciendo unas reflexiones sobre el sentido del 
bautismo, iluminados particularmente por el vocabulario comÚn utilizado tanto en Gn 1-2,4a 
como en Ex 14. Con ello hacíamos una primera transición que queremos concluir en esta 
última sección de nuestro artÍculo.

A lo largo de nuestro desarrollo hemos tratado de acercarnos tanto al de abajo, la 
criatura, como al de arriba, el creador. La opción tomada ha sido la de la ascensión: de 
explorar el mundo desconsolado de la tierra, hemos querido pasar a escuchar la sinfonía 
celestial, que es ante todo renovadora e iluminadora. Nos parece pertinente, pues, 
descender de nuevo a la tierra y concluir así nuestro recorrido. La razón que nos mueve a 
ello es doble: por un lado, puede ayudar a expresar que entre los cielos y la tierra la 
relación es más clara y natural de lo que a veces creemos; por otro, es oportuno recordar 
en este momento que es el cristiano de este milenio el que cree y confiesa con ánimos 
restaurados que Dios creó el cielo y la tierra.

Nuestra exposición va a concluir proponiendo dos pistas u orientaciones que, creemos, 
se pueden extraer de la confesión del poder creador de Dios que hace el cristiano, y que le 
pueden ayudar en su diario bregar.

Son muchos los textos bíblicos que recogen el contenido fundamental de Gn 1-2,4a; y lo 
hacen, creemos, no para conservarlo herméticamente, sino para actualizarlo, reinterpretarlo 
y renovarlo, de modo que pueda seguir siendo un hito orientador en el camino de la 
salvación. Vamos nosotros a recoger algunos de esos textos que están íntimamente 
relacionados con el relato P de la creación, con el fin de que puedan ser también señales 
luminosas y orientadoras de nuestro caminar cotidiano. 

Comenzamos recordando el conocido «Consolad, consolad a mi pueblo», con que 
empieza el libro del Deuteroisaías. Ya hemos hecho alguna referencia a las relaciones 
entre dicho libro y Gn 1-2,4a. Pues bien—dice Isaías al pueblo desconsolado del exilio—, 
porque Dios ha perdonado vuestra culpa, por eso os pido que consoléis a mi pueblo.

El verbo consolar, usado repetidamente en Is 40-55, expresa en el pasaje al que nos 
referimos la disponibilidad personal y entrega generosa del uno para el otro 18. En una 
situación de tantas tinieblas, donde parece que no hay salida del largo túnel en que Israel 
se encuentra, la voz del profeta invita a la corresponsabilidad compadecida y 
comprometida entre todos.

Así pues, es bueno que el cristiano recuerde y actualice que creer y confesar que Dios 
es el que creó los cielos y la tierra está en relación nuclear con el compromiso paciente y 
sanador por el que está a su lado; dicha confesión está también en íntima conexión con el 
ejercicio abnegado de la caridad desinteresada, caridad que expresa los vínculos 
definitivos existentes entre los hombres.

Precisamente porque el cristiano confiesa la omnipotencia ilimitada de Dios y, 
consecuentemente, se hace humilde corresponsable de la vida del que está a su lado, 
puede afirmar con todo orgullo el conocido estribillo del primer capítulo del Génesis: «y vio 
Dios que era bueno». Así pues, el cristiano que vive enraizado hasta la médula en el 
capítulo 40 del profeta Isaías no tiene motivos para el temor ni para la queja ni para la 
depresión. Quizás al cristiano, bautizado en el agua de la muerte que lleva a la vida, le 
podría decir hoy el profeta Isaías: «¡Basta ya!; sal de una vez de tu exilio y consuela a mi 
pueblo; deja de mirar hacia abajo, deja incluso de mirarte el ombligo, deja el luto y la 
tristeza y compadécete de los que son como tú; deja tus prejuicios, tus sospechas, tu 
rencor, y, como diría probablemente san Ignacio de Loyola, contempla con profunda ternura 
la redondez de la tierra y el mundo en el que vives». Quizá también al cristiano le pueden 
resonar todavía hoy con mucha fuerza las palabras paulinas de la Carta a los Romanos: 
«en el amor fraterno, amándoos cordialmente unos a otros» 19.

Nos asomamos en segundo lugar a Ex 20,8-11, episodio del Decálogo que recuerda la 
necesidad de guardar el descanso semanal, de no trabajar en sábado. El fundamento del 
descanso es, para el libro del Éxodo, el relato de la creación de P («porque en seis días 
hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, pero al séptimo día 
descansó»).

Llama la atención particularmente lo paradójico del día de descanso: es un día en que no 
se hace nada porque es el Señor el que hace todo. La invitación al descanso es una 
exhortación a vivir la gratuidad recibida del Dios omnipotente, creador del cielo y de la 
tierra. Porque Él ha actuado ya, el hombre no tiene entonces nada más que hacer. No es 
una exhortación a la pereza y a la vagancia; es, ante todo, una invitación a reproducir el 
don originario de la creación.

Por otra parte, el sábado, día de no hacer nada para dejar a Dios hacer todo, es un día 
en el que todos (padres, hijos, siervos, criados, huéspedes, ganado, en terminología del 
Éxodo) lo celebran conjuntamente; es el día de la igualdad por excelencia, el día—diríamos 
nosotros—de los derechos humanos. Porque Dios omnipotente es creador de los cielos y la 
tierra, ya no existen diferencias entre los hombres. Todos, siendo diferentes unos de otros, 
somos iguales, pues el que hace es Dios, el que creó todo en siete días por medio de su 
palabra.

Así pues, quien cree en Dios, que creó los cielos y la tierra, está llamado a recuperar 
paulatinamente el aspecto de reposo y la dimensión celebrativa en su vida. Al cristiano del 
siglo xx se le invita a dejar de hacer tantas cosas para permitir que Dios sea el que siga 
haciendo; a él se le insta a que su hacer sea gratuito, generoso, de modo que deje fluir con 
suavidad y ternura el hacer apasionado del siempre cercano Dios de la creación.

Al mismo tiempo, el cristiano de los umbrales del 2000 no tiene ninguna disculpa ni 
justificación para seguir estableciendo diferencias abismales entre el hijo, la hija, el siervo, 
la criada, el ganado y el huésped (Ex 20,10). Ha llegado la hora de romper miedos, 
fronteras, barreras, y de dejar de castigar y despreciar a los que viven a nuestro alrededor. 
La fiesta, el descanso, la celebración, la vida misma son, según el libro del Éxodo, un estar 
todos al mismo nivel, porque es Dios, el creador, el que hace todo; Él es, pues, el 
que—valga la redundancia—nivela nuestras desigualdades. Al cristiano exiliado de nuestro 
mundo se le recuerda que su confesión del Dios omnipotente es un compromiso radical y 
definitivo por el hermano que se encuentra a su lado, sea éste de la condición que sea. 
Empeñarse en seguir estableciendo sutiles y modernas diferencias es ciertamente seguir 
viviendo del cuento. Puesto que Dios se le ha dado totalmente, el cristiano está en 
condiciones inmejorables de entregarse, en este valle de lágrimas, a todo aquel que 
comparte con él la condición de criatura, y a vivir, por tanto, con orgullo la igualdad y la 
fraternidad, ejes que fundamentan su existir cotidiano.
........................ 
1. Aclaramos que el uso que hacemos de la palabra «hombre» responde al primer 
significado que de ella da el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia: ser 
animado racional.
2. El autor, sabedor de lo atrevido de comparar al Infinito e ilimitable con un lugar, 
mantiene, no obstante, dicha palabra, pues encaja en el conjunto de la frase.
3. Cfr. H. KÜNG. Credo. El Símbolo de los Apóstales explicado al hombre de nuestro 
tiempo. Madrid 1994, 27.
4. Cf. Teologfa de la Creación. Santander 19872, 33.
5. Jr 52,28s-30.
6. Sobre dicho tema, cf. J. SOBRINO, El principio misericordia. Bajar de la cruz a los 
pueblos crucificados, Santander 1992, 31-45. 
7. La lectura de dicho versículo en el texto hebreo puede hacer apreciar la sonoridad con 
que el titulo está construido.
8. La inclusión de crear, cielos, tierra en Gn 1,1 y Gn 2,4 es otro elemento que encuadra 
el conjunto del relato de los siete días de la creación.
9. Cf. Création et séparation. Étude exégetique du chapitre premier de la Genese, Bruges 
1969.
10. Cf el conocido texto Is 55, 10-11.
11. Cf W.H. SCHMIDT, «Crear», en (E. Jenni - C. Westermann [eds.]) Diccionario 
Teológico Manual del Antiguo Testamento I, Madrid 1978, 488-492. Nuestra exposición 
recoge muy resumidamente dicho artículo.
12. Cf. El principio misericordia 38.
13. El concepto teológico «creación continuada» expresa lo que tratarnos de exponer.
14. Is 44,26.
15. Ap 1,8.
16. El primer elemento negativo que aparece en la Biblia es el árbol del conocimiento del 
bien y del mal, y se encuentra en el relato J de la creación, en Gn 2,11. 17. 
17. Ex 14,16.22.27.29.
18. El NT forrnulará dicha disponibilidad y entrega con el término «ágape».
19. Rom 12, 10.

E. SANZ GIMÉNEZ-RICO
SAL-TERRAE 1998, 5 págs. 375-386
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