JESÚS, CREYENTE CONTEMPLATIVO Y LA CONTEMPLACIÓN CRISTIANA
JESÚS ESPEJA
Prof. de Cristología.
I. UNA SITUACIÓN A DISCERNIR
1. Cristianos que trabajan en movimientos de liberación o transformación social
abandonan con frecuencia prácticas piadosas, celebración litúrgica y oración. Otros
cristianos, en cambio, muy metidos en esas prácticas religiosas y dados a la oración, tienen
miedo a contaminarse participando en la dialéctica social por donde pasa la transformación
del mundo.
Unos y otros debemos estar tuertos, sólo vemos con un ojo. Nos vienen
bien las palabras del profeta Elías: "¿hasta cuándo vais a estar cojeando de un pie y del
otro?" (/1R/18/20). Cojeamos cuando separamos totalmente lo religioso de lo secular, lo
celestial de lo terreno, la contemplación cristiana del compromiso liberador en la
transformación social, la oración de la acción.
2. El cristianismo occidental lleva la marca del dualismo griego: la vida activa, centrada
en las tareas mundanas, es irreconciliable con la vida contemplativa que, desentendida de
las preocupaciones terrenales y abstrayendo de la realidad, puede saborear la verdad
absoluta
En esta mentalidad los mismos cristianos a veces interpretan la contemplación como
huida de los problemas reales e indiferencia en las cuestiones sociopolíticas. Fácilmente, la
contemplación se reduce a tranquilidad, paz interior que dispensa del compromiso en la
transformación social, y pone al resguardo de temporales borrascosos que se levantan en
la marcha conflictiva de la sociedad humana. Una especie de droga para dormir
plácidamente mientras los demás reman con trabajo y riesgo. Ese tipo de contemplación no
lleva a la acción en favor de la justicia y de los que sufren. No tiende la mano al otro, por
miedo a perder la propia seguridad.
Como reacción ante una espiritualidad evasiva y egoísta, se cayó hace algunos años en
el absolutismo de la acción: un activismo loco y sin sentido. La situación se agrava en la
sociedad consumista que narcotiza los anhelos de buscar un mundo nuevo y no da tiempo
para la contemplación. El urbanismo, la producción insolidaria, el afán desmesurado de
"tener más" y de asegurarse aun a costa de los otros, no dejan espacio para la pregunta
sobre el sentido último de las personas y acontecimientos. La preocupación obsesiva por lo
inmediato y funcional, por lo pragmático y utilitario, se queda en la superficie.
El hombre sufre la reducción a lo monetario y mercantil, su calidad de pensamiento no
rebasa la finitud y lo inmediato de cada día. El problema no es sólo cómo articular
contemplación y compromiso, sino cómo recuperar el espacio de libertad y el nivel de
profundidad donde los hombres sean ellos mismos.
3. Con sus anhelos de ser más de lo que es y con su nostalgia de infinitud, el hombre no
se resigna, reacciona contra esta manipulación, y hoy se vuelve a una especie de
neoromanticismo: lo ecológico, la subjetividad, lo mistérico, todo lo que pueda ser reducto
para la intimidad y la libertad. Otra vez se añora e inventa esa dimensión contemplativa,
cuya necesidad lleva el hombre en su misma entraña. Es signo elocuente en estos años la
efervescencia de movimientos espirituales. A la misma necesidad responden ejercicios y
técnicas de contemplación, importados de Oriente y de otras regiones, que acentúan el
"trascendentalismo" y que van teniendo audiencia entre nosotros.
4. En este panorama de visiones y prácticas parciales donde algo nuevo puja por nacer,
los interrogantes se agolpan: ¿cómo lograr que los hombres recuperen ese nivel de
profundidad o clima de contemplación que les permita ser libres?; ¿puede haber una
contemplación cristiana que se desentienda de la realidad social?; ¿es posible un
compromiso en la liberación del hombre y en la transformación de la sociedad que no se
alimente y brote de un clima contemplativo?
Los mismos interrogantes deben ser formulados cuando se habla de la oración y de la
acción. Muchos cristianos insisten una y otra vez en la oración como remedio de todos los
males, mientras otros destacan la urgencia de la acción temporal para cambiar la sociedad
injusta. ¿Están hablando de la oración cristiana?; ¿se refieren a la acción verdaderamente
liberadora?
II. PRECISEMOS TÉRMINOS
1. COMPLA/QUE-ES: Hablamos de "contemplación cristiana". Según el Diccionario,
contemplación es "acción de contemplar"; y ya en el ámbito religioso, este verbo significa
"ocuparse el alma en pensar en Dios y considerar sus divinos atributos o misterios de la
religión". La teología puntualiza más: contemplación es conocer, gustar y sentir la verdad de
Dios, la verdad del hombre y la verdad del mundo. Obra de la inteligencia y también de la
voluntad, tiene su causa y término en el amor. Es una mirada en profundidad para descubrir
el sentido último de las personas y de los acontecimientos; por eso, indirecta o
directamente, siempre remite a Dios.
La contemplación religiosa brota y es manifestación de la fe. Al igual que ésta, no se
reduce a los actos ni está limitada en tiempos; es también actitud, talante, clima de vida.
Más amplia que la oración propiamente dicha, o el grado de la misma que se ha venido
llamando "de contemplación".
2. Y añadimos el adjetivo "cristiana". El vértigo de nuestra sociedad, donde apenas cabe
la pregunta por el sentido último de los acontecimientos y donde el hombre queda reducido
a una pieza más de la implacable máquina consumista, unos buscan el reducto perdido de
la contemplación, mientras otros se meten de lleno en la práctica para liberar al hombre
mutilado.
Pero no toda contemplación religiosa ni todo compromiso en la liberación del hombre son
cristianos. El único criterio válido que garantiza esta calidad cristiana es la referencia
ineludible a la conducta de Jesucristo: "nadie se acerca al Padre sino por mí" (Jn 14,5).
Sólo de ahí pueden venir la justa comprensión y articulación adecuada de la contemplación
y el compromiso temporal.
III. LA CONTEMPLACIÓN DE JESÚS
J/CONTEMPLACION Comencemos formulando a modo de
tesis: Jesús vive una experiencia continua, un clima permanente de contemplación que
fructifica y se manifiesta en una práctica liberadora del hombre; así lo percibimos en su
oración, esos momentos fuertes en que se revela y expresa la hondura y anhelos de su
intimidad.
1. Buscar la verdad.
a) En los evangelios asoma continuamente un dato innegable: Jesús conoce, ama y
busca la verdad de Dios. Experimenta su cercanía como amor gratuito que abraza, sin pedir
cuentas, al hijo pródigo, que paga salario completo también al obrero llegado a la viña
cuando ya termina el tajo. Dios es "Padre", amor inclinado en favor de los hombres, que
hace justicia en sentido bíblico: endereza lo torcido; una justicia que viene a a ser
verificación y traducción histórica del amor (1 Jn 2,29). Porque la voluntad de Dios es que
todos los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10); que todos, como
hermanos, se sientan y compartan la misma mesa (Mt 22,1s).
Misericordioso y compasivo, Dios hace suya la causa del hombre, no acepta la
marginación de los pobres y se pone de parte de los desvalidos. El samaritano despreciado
por el autosuficiente fariseo, se ve regalado con la salvación (Lc 18,14). Los "sencillos", que
socialmente no cuentan, para Dios sí cuentan (Mt 11,25). Con otros términos del evangelio,
Dios se nos acerca y manifiesta en el Reino: esa nueva sociedad de hombres libres y
hermanos, donde la norma es el amor y la justicia, donde los pobres recobran su dignidad.
Ese Reino crece cada día en el entramado social. Dentro de la situación y momento que le
tocó vivir, Jesús tuvo que buscar la verdad de Dios, su voluntad de gracia, discerniendo a
cada paso.
En su misma cercanía, Dios sigue siendo amor desconcertante, escondido e
inabarcable. Lo vemos en la oración de Jesús cuando llega la hora de su martirio (Mc
14,36).
b) H/DIGNIDAD: Esa verdad del Padre fundamenta la verdad del hombre. Para los
israelitas, con su larga tradición en el desierto y con su cultura rural, las ovejas eran medio
cotizado de producción; si una res caía en un hoyo, estaba permitido sacarla incluso en
sábado. Jesús cura en ese día la mano seca de un enfermo y, cuando algunos se
escandalizan farisaicamente, arguye: "¿no vale más un hombre que una oveja?"
(/Mt/12/12). Esta es la verdad del hombre: como hijo de Dios, tiene un valor en sí mismo
que no suplen todos los demás (/Lc/15/04-10); vale más que todos los medios de
producción, más que todas las riquezas del mundo (Mt 16,26).
Porque la dignidad del hombre radica en ser imagen e hijo de Dios, su garantía de
salvación exige que se mantenga referido a su Creador, viviendo libre de las riquezas y de
otras idolatrías que ahogan el corazón de unos y sumergen a otros en la miseria (Mt 6,24).
c) Finalmente, la verdad del mundo. La realidad social es ya campo donde se ha
sembrado la palabra del Reino y avanza el proyecto salvador de Dios. Por eso la visión que
Jesús tiene sobre la realidad es fundamentalmente positiva y esperanzada. Sobre todo en
la primera etapa de su actividad profética, respira optimismo y alegría contagiosos, porque
el Reino de Dios ya despunta (Mc 2,19).
Pero, al mismo tiempo, junto al trigo crece también la cizaña, los ricos no quieren
sentarse a la misma mesa con los pobres, y la dureza del corazón humano impide que la
simiente agarre. Jesús ve con dolor ese rostro sufriente del mundo: sus contradicciones y
desigualdades; la hipocresía de quienes matan al hombre mientras invocan a Dios.
d) Aquel hombre vivió continuamente su intimidad con el Padre, cuya voluntad realizó
siempre. En esa verdad de Dios, sintió "profundo estupor" ante la dignidad humana y se
apasionó por la verdad del hombre. Ese mismo talante contemplativo le llevó a tomar en
serio la sociedad de su tiempo, pues sólo en el tejido social se hacen realidad histórica el
designio de salvación y la verdadera humanidad. Leyó a fondo los signos de su época para
discernir los caminos de Dios que promueve la vida del hombre venciendo a las fuerzas de
la muerte. La contemplación fue clima, talante, nivel habitual en la existencia histórica de
Jesús.
2. En el compromiso por el Reino.
Más que un concepto, el Reino de Dios es una práctica: llega como fruto de la
intervención gratuita de Dios, que halla respuesta en el hombre y cambia la organización
social injusta o torcida. Esa práctica centra todos los empeños de Jesús y da sentido a
todas sus actividades. Ahí "hemos visto" la verdad de Dios, la verdad del hombre y la
verdad del mundo según el designio del Creador (Jn 1,14).
a) La verdad de Dios, amor-compasión-justicia, conocida y gustada experimentalmente
por Jesús, se manifestó en su práctica de vida. Porque sintió la gratuidad y cercanía del
Padre, anunció con alegría la Buena Noticia; y cuando llegó la crisis, mantuvo su confianza
y siguió adelante (Mt 11,2526). Porque Jesús respiró la justicia de Dios, trabajó por
enderezar lo torcido en el corazón del hombre y en las relaciones sociales hay que
desmontar las riquezas, el poder y las falsas seguridades que matan a tantos pobres y
deshumanizan a todos. Porque se dejó transformar por la misericordia del Padre, "movido a
compasión" curó a enfermos, hizo milagros o signos de liberación, perdonó a los pecadores
y se fue con los más desvalidos. Con Jesús estaba el Padre "realizando sus obras" (Jn
14,10).
Pero, en su misma cercanía, Dios es trascendente y escondido. Jesús tiene la
experiencia de Dios-amor inabarcable; en la oscuridad del camino busca siempre la
voluntad del Padre, y su intimidad de comunión con El incluye también adoración y
aceptación del fracaso inmediato.
b) La práctica de Jesús traduce su pasión por la verdad del hombre. No puede soportar
que, con pretexto de honrar a Dios, se deje al hombre postrado en su miseria. Porque los
hombres son libres, Jesús luchó contra los diablos que alienan; denunció las idolatrías de
las riquezas, de las leyes y de los ritos que amparan las injusticias e impiden la libertad.
Sus parábolas no intentan convencer dialécticamente, sino más bien sugerir, para que los
hombres piensen por sí mismos y emprendan libremente un camino de conversión.
En esta pasión por lo verdaderamente humano, se comprende la debilidad de Jesús por
los débiles. Su punto de partida fue la compasión; pero no se quedó ahí: se empobreció
libremente y en la intemperie de los desvalidos, trabajó por quitar las causas personales y
estructurales de la pobreza opresora del hombre. Leyendo detenidamente los evangelios,
se puede concluir que Jesús da valor a la ley o la desautoriza, según defienda o no a los
pobres. Sufriendo una muerte ignominiosa, quiso hacerse presente como imperativo de
amor y palabra de salvación en cada persona humillada y empobrecida (Mt 25,35).
c) La conducta de Jesús, conforme a la verdad de Dios y la verdad del hombre, no es
bondad idealista o amor etéreo que ingenuamente pretende construir una sociedad fraterna
y justa sin alterar sistemas y bloques sociales. Jesús no fue neutral a la hora de actuar en
aquella sociedad palestinense deformada por la dominación y la ambigüedad. Amó a todos,
denunciando la hipocresía de los fariseos y enfrentándose a las posturas egoístas de los
bien situados. Come con los pecadores y rechaza las observancias religiosas que
deshumanizan. Se va con los pobres, y pide a los ricos que compartan sus riquezas con los
necesitados para entrar en la nueva comunidad cristiana.
d) Jesús conoce, gusta y siente la verdad de Dios y la verdad del hombre. Pero no se
queda en teorías; trata de "hacer esa verdad" en los vaivenes de la historia; es ahí donde
se compromete, sufriendo la oscuridad y manteniendo viva la confianza. Motivado
totalmente por la llegada del Reino, donde se hacen históricamente reales la verdad del
Dios y la verdad del hombre, sale de sí mismo, arriesga su vida y su seguridad buscando el
cambio en la intimidad de los hombres y en la sociedad de dominación. Porque su
contemplación no fue droga para evadirse del dolor del mundo, y porque su actividad en la
transformación del mundo no fue cerrada egoístamente, contemplación y compromiso
temporal de Jesús fueron liberadores. Dos caras de la única experiencia; dos
manifestaciones del único trasfondo espiritual; dos matices de la única salida y entrega
gozosa de sí mismo (ex-tasis). Toda la existencia de Jesús fue un compromiso histórico por
el Reino en un clima de contemplación
3. Tiempos fuertes de oración.
a) La experiencia o trasfondo espiritual donde se unen contemplación y compromiso, se
nos entrega en la oración de Jesús. Sin precisar demasiado, digamos que oración aquí es
una forma de relacionarse con la divinidad, que no es acción, discurso analítico ni trabajo
externo. En esa relación intervienen no solo la inteligencia, sino también la voluntad y la
sensibilidad.
La oración viene a ser como esos momentos fuertes, punto culminante y gesto articulado
del alma contemplativa. Donde la contemplación alcanza su expresión más densa y donde
nuestros compromisos temporales recobran su verdad y hondura humanizante. Sobre la
realidad ambigua de la historia y para cambiar esa realidad, en la oración se reconocen y
gustan la verdad de Dios y la verdad del hombre Digo "reconocen", porque se trata de
avivar un conocimiento habitual en el alma contemplativa.
b). Jesús es un hombre de oración; con frecuencia "se retiraba a lugares solitarios donde
oraba" (Lc 5,15) En su vida la oración fue muy importante y alimentó cada uno de sus
pasos. Pero los evangelios hacen notar que oró en situaciones donde tuvo que tomar
serias decisiones: cuando inició su actividad profética, en la elección de discípulos, en un
momento crucial de su misión evangelizadora (Mt 11,25) y al final, cuando debió hacer
frente a su muerte injusta. En la vida de Jesús, los acontecimientos de cada día y la oración
propiamente dicha no van desconectados; más bien parece que la oración surge ante
nuevas situaciones e interrogantes que piden nueva decisión.
c) Cuando Jesús ora, expresa su intimidad espiritual, su talante contemplativo en la
verdad de Dios, en la verdad del hombre y en el compromiso para que la verdad de Dios
que promueve a la humanidad tenga lugar ya en la historia humana. Pero Dios es amor
gratuito y desconcertante al mismo tiempo; no resulta fácil discernir por dónde pasa su
verdad; con frecuencia surge lo inesperado y lo inexplicable; hay que avivar la fe, tomar
nueva posición para seguir avanzando en clima contemplativo y en actividad liberadora. Lo
dan a entender muy bien dos momentos de oración en la existencia de Jesús
Uno es /Mt/11/25-26. El Predicador del Reino anuncia la llegada de la salvación y hace
signos liberadores; pero las gentes malinterpretan su mensaje y los dirigentes judíos lo
rechazan abiertamente. Aquí viene la oración de Jesús; "en aquel tiempo, tomando la
palabra, dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo escondido
estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeñuelos; sí, Padre,
porque así has querido".
El otro pasaje se refiere a la prueba decisiva de Jesús antes del martirio: ¿por qué,
siendo inocente, debe morir cuando su pueblo judío necesita recibir la buena noticia para
evitar su destrucción? El discernimiento es difícil, y viene la oración: "Abba, Padre, todo te
es posible, aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú"
(/Mc/14/36).
d) ORA/COMPROMISO: En los dos casos la oración brota como una exigencia de la fe
ante la densidad de lo real que va surgiendo en la historia. Jesús no pretende huir de las
dificultades, sino ver el sentido último de las mismas. Para ello se remite a la verdad de
Dios Señor de la totalidad, amor gratuito, con un proyecto de salvación para la humanidad e
inclinado preferentemente hacia los pobres; pero también amor desconcertante y escondido
en el silencio del dolor y de la muerte. Así confiesa la verdad del hombre: amado de Dios
incluso cuando nada tiene ni sabe; dependiente y referido a su Creador, debe vivir la
confianza, fiarse de Dios y superar las dificultades contra la fe.
Sin embargo, esta re-creación contemplativa de la verdad no paraliza los compromisos y
acciones de Jesús por la llegada del Reino. Más bien los posibilita y cualifica en una
dirección: salir de sí mismo, arriesgar la vida, para "hacer la verdad" en el tejido de las
relaciones sociales. En los inicios de su vida pública, hace una parada, ora, discierne por
dónde va la voluntad del Padre, y se decide a emprender su actividad profética en la
condición de servidor. Cuando, en su misión evangelizadora, sufre la incomprensión y el
rechazo, actualiza en su oración la experiencia de Dios-amor gratuito, y emprende camino
hacia Jerusalén, sabiendo que allí pueden matarlo. Al final, el desenlace de muerte violenta
e ignominiosa es ya tan palpable como incomprensible; Jesús ora, actualiza su experiencia
de Dios como amor inabarcable y se dispone a sufrir el martirio con amor La acción
liberadora de Jesús es el fruto de una profundidad contemplativa que se alimenta con la
oración.
Brevemente La oración expresa la intimidad contemplativa en una nueva situación
histórica que requiere discernimiento y exige un nuevo compromiso en la liberación del
hombre. ReaIzadas en un clima contemplativo, que se hace transparente y eficaz en la
oración, las acciones proféticas de Jesús no fueron cerradas en sí mismas, sino
auténticamente liberadoras.
4. Unidad y articulación.
En la vida de Jesús, contemplación y compromiso temporal, oración y acción, van
inseparablemente unidos. La contemplación es una forma de ver y vivir la realidad que
ambienta toda su existencia y actividad. Porque fue contemplativo en su compromiso
humano y social de cada día, sus palabras, acciones, sufrimientos y muerte, vividos con
amor, fueron salvación para los hombres. La oración de Jesús no es lo mismo que su
acción como predicador ambulante; pero es inseparable y necesaria para la misma. Gracias
a la oración, sus acciones proféticas fueron siempre solidarias, y su contemplación se hizo
verdad en la transformación de la historia.
IV. UN CAMINO PARA LOS CRISTIANOS
1. Confesar la Encarnación.
Fijándonos en la conducta de Jesús, no cabe contemplación que nos aleje del hombre
para ir a Dios, ni compromiso liberador del hombre fuera de un sentido global y último. La
contemplación se manifiesta en el compromiso histórico; a su vez, éste provoca y abre
nuevos horizontes a la contemplación. Por ello la oración y la acción son necesarias y
deben articularse adecuadamente.
Esta visión unitaria, irreconciliable con el dualismo griego, es normal si confesamos la
encarnación del Verbo: Jesús de Nazaret es la Palabra, el compromiso irreversible de Dios
en la realidad secular. El mismo y único Señor Jesucristo es verdadero Dios y verdadero
hombre inseparablemente unidos. La realidad actual del mundo es ya presencia del
Absoluto; es ahí donde hay contacto con nuestra realidad social; podemos, en la fe, vivir
esa relación como un encuentro de gracia.
La experiencia cristiana no admite disociación entre amor a Dios y amor al prójimo, entre
contemplación y compromiso temporal, entre oración y acción. De hecho, personas como
Zaqueo y la samaritana, que pusieron sus vidas en presencia de Jesús, conocieron la
verdad de Dios y emprendieron una práctica liberadora del hombre. ¿Por qué muchas
veces quienes nos llamamos cristianos caemos en esa mentalidad unilateral y dualista?
2. Recuperar el nivel contemplativo.
Cada vez más, el hombre queda deshumanizado en la sociedad consumista; traído y
llevado por criterios de utilitarismo, anda perdido en una sociedad éticamente desfinalizada
que no sabe hacia dónde va. Para que los hombres sean ellos mismos caminando en
libertad y no como muñecos robotizados, necesitan otra perspectiva más profunda y global
para juzgar a las personas y a los acontecimientos. Sólo si cultivan su dimensión
contemplativa, podrán rebasar la envoltura de las apariencias y primeras impresiones, para
llegar a la verdad del hombre y la verdad de Dios, donde la realidad histórica es
transparente y significativa.
Muchos movimientos de renovación tratan hoy de responder a este vacío contemplativo.
Hay en el fondo una seria demanda cuya respuesta puede ser cuestión de vida o muerte
para el hombre. Si los cristianos queremos servir al hombre actual, debemos recuperar y
ofrecer ese clima de profundidad y de contemplación. De lo contrario, tampoco habrá
renovación verdadera de la Iglesia, que se constituye en la misión o servicio a la
humanidad.
3. Lo absoluto de Dios en la historia.
Creo que aquí radica la peculiaridad de la contemplación cristiana: conocer, amar y
buscar la verdad de Dios y la verdad del hombre en los condicionamientos históricos.
La verdad de Dios revelado en Jesucristo: amor gratuito, compañero y solidario del
hombre; compasivo y defensor de los pobres. El Dios del Reino que desmonta todas
nuestras seguridades, nos saca de nosotros mismos y nos mueve a entregar la vida para
crear la nueva humanidad (Mc 8,35). El encuentro personal con ese Dios único no puede
ser quietud evasiva ni tranquilidad privatista. Ser "perfectos como el Padre" significa estar
siempre de camino hacia el otro, aunque sea nuestro enemigo; amar gratuitamente (Mt
5,38-48). Los "asuntos del Padre", su voluntad, son "las obras buenas" que liberan a los
hombres. Pero Dios sigue siendo el escondido e inabarcable; por eso la contemplación de
su verdad nos libra de todo absolutismo ideológico.
Conocer y sentir también la verdad del hombre; "un profundo estupor" ante la imagen de
Dios. Los cristianos confesamos esa verdad del hombre; y así, nuestra pasión por el Dios
verdadero y por la auténtica realización humana van unidas. Según la encíclica Redemptor
hominis, n. 14, "el hombre es el primer camino que la Iglesia recorre en el cumplimiento de
su misión". La contemplación, esa mirada en profundidad con los ojos de la fe, hace que los
otros pasen a ser, para nosotros, hijos de Dios y hermanos de nuestra propia familia. No
hay excusa para marginar u olvidar a nadie. Necesitamos salir de nuestros reductos
seguros y de nuestros espacios "sagrados", para "estar con" la gente que sufre la
inseguridad y el desamparo. Cuando ahí somos capaces de percibir el paso de Dios y
obramos en consecuencia, vivimos la contemplación cristiana
Sin duda, es gracia esa mirada contemplativa que nos permita descubrir a Dios en los
pobres. EL rostro de los que padecen hambre, sed, abandono u opresión nos da posibilidad
de escuchar la voz de Dios y descubrir su verdad en favor de todos los hombres. La
contemplación cristiana tiene que sufrir el dolor del mundo, las heridas sangrantes de
tantos hombres crucificados.
Pero esa contemplación no se reduce a una mirada de compasión sentimental; tiene que
ser eficaz: "tuve hambre y me diste de comer". El que, movido por la verdad de Dios, se
apasiona por la verdad del hombre, sabe que es tan responsable de la transformación del
mundo como de su propia transformación. En la sociedad secular ya está creciendo el
Reino de Dios; y esa certeza no permite a los cristianos evadirse del mundo con sus
problemas sociales. Pero muchas veces el proyecto de Dios no es aceptado como norma
de los proyectos humanos, y la promoción auténtica de la humanidad sufre mil fracasos,
retardos y ambigüedades. De ahí la necesidad de fino discernimiento que, si lo hacemos
desde la fe, es también fruto de la contemplación. Podemos llamar gracia o don del Espíritu
a la sensibilidad para leer los signos de nuestra época, cuyo análisis exige, por otra parte,
que pongamos en juego nuestra capacidad humana.
4. Compromiso en la contemplación.
a) La contemplación cristiana incluye "hacer la verdad" en la historia. Vivir la verdad de
Dios conlleva dejarnos mover por los sentimientos del Padre: amar concreta y eficazmente,
haciendo todo lo posible para que los hombres sean libres y realicen su verdad. Con un
amor gratuito y en una práctica social que trata de suprimir las causas reales de la
deshumanización.
Así fue la conducta de Jesús. La gratuidad hace posible que nuestro compromiso en el
servicio a los hombres sea práctica sacramental y encarnada de nuestro amor a Dios y del
sentido último. La concreción de ese amor, hecho realidad histórica en la vida y muerte de
Jesucristo, nos impide reducir el compromiso temporal a teorías abstractas o buenas
intenciones.
b) Vivir la verdad del hombre. Cuando Jesús de Nazaret da testimonio de sí mismo,
muestra como garantía sus acciones liberadoras: "los ciegos ven, los cojos andan..."
(/Mt/11/05). No son obras extraordinarias para prestigiarse ante sus oyentes sino más bien
señales de que Dios interviene ya en gratuidad, brotan de una convicción íntima, de una
experiencia contemplativa sobre la verdad de Dios y su preocupación por el hombre.
CSO-TEMPORAL: El Creador quiere que todos los hombres tengan vida en abundancia
(Jn 10,10); que puedan ser libres en todos los campos; que se relacionen como hermanos
en ternura y en justicia. Como fruto de esa convicción, brota un compromiso temporal en
favor del hombre. Un compromiso que debe llegar al cambio de relaciones personales y
sociales. De no ser así, nuestro amor al hombre no rebasa la mentira, y nuestra fe sigue
muerta (/1Jn/03/17; /St/02/17).
Esta opción por el hombre se verifica en las acciones liberadoras de los pobres:
acercarse a ellos, compartir su suerte, trabajar por la justicia sin dejarnos atar por miedos ni
falsas seguridades. Este compromiso hasta las últimas consecuencias sólo es posible en
un clima de contemplación sobre la verdad de Dios y sobre la verdad del hombre. La fe
cristiana abre nuestros oídos y nuestro corazón para que los pobres nos enseñen su
verdad.
c) Desde ahí lograremos una justa relación con el mundo. La sociedad humana y el
cosmos son ya lugares en los que Dios se hace presente realizando la salvación; en
nuestra realidad histórica bulle lo positivo, que avanza poco a poco hacia su plenitud; no
caben desprecio, resignación ni escepticismo. Pero también nuestro mundo está
desfigurado por lo negativo; no debemos caer en el optimismo ingenuo de una fe ciega en
el progreso del mundo. El compromiso que brota de la contemplación cristiana se hace
cargo de lo positivo del mundo como revelación de Dios; y animado por la fe, se une al
empeño de todos los hombres para que la creación ya en marcha llegue a su realización
plena según el designio de Dios.
5. La oración cristiana.
Nuestra contemplación no fructificará en compromiso por transformar la sociedad, ni este
compromiso será libertador, sin esos momentos fuertes en que actualizamos intelectual y
afectivamente la verdad de Dios y del hombre dentro de la situación histórica. Es lo que
llamamos oración propiamente dicha.
Son momentos en que tratamos amistosamente con Dios. Gustamos la verdad del
Padre, que gratuitamente acoge al publicano, pero que no es manipulable por el egoísmo y
autosuficiencia del fariseo (Lc 18,9s); que no acepta la oración sin el compromiso de "hacer
su voluntad", trabajar por la llegada del Reino, cambiando el corazón y las relaciones
sociales (Mt 7,21); que le resultan intolerables las plegarias para justificar la injusticia y la
opresión de los pobres (Mc 12,38). Esta oración no vale, porque no aflora en un clima
contemplativo y porque desconoce la verdad de Dios y la verdad -dignidad y pobreza- del
hombre.
ORA/PARA-QUÉ: La oración cristiana no es huida de la realidad personal o social. Más
bien, parte de la realidad y trata de profundizar en ella para descubrir su densidad teologal.
Mientras estamos actuando, es posible y debemos vivir la presencia y el paso del Señor.
Pero no siempre, en todas las circunstancias y a pesar de todo, resulta fácil mantener viva
esa presencia, como tampoco es fácil actuar siempre saliendo de nosotros mismos y
buscando la liberación del otro. Muchas veces, en el caminar de cada día surgen
acontecimientos y encuentros que cuestionan nuestras posiciones y suponen nuevo reto
para nuestra fe. En los momentos de oración caemos en la cuenta de que Dios nos sigue
acompañando; percibimos de forma nueva la presencia del Absoluto en lo relativo.
Hacemos oración no para evadirnos a otro mundo, sino para entender y amar lo que ya
está sucediendo en éste.
Avivando la contemplación cristiana, la oración da calidad evangélica a nuestros actos.
En ella, la fe crece y quiebra nuestras resistencias a un compromiso en un amor eficaz.
Cuando hacemos oración auténtica, recobramos la libertad frente a personas,
acontecimientos, ideologías dominantes e idolatrías que nos esclavizan. La oración
actualiza en nosotros esa obra de la gracia que nos permite descubrir simultáneamente
nuestra dignidad de hijos y nuestra pequeñez de seres creados; que nos llena de gozo para
librarnos de nuestras falsas seguridades y nos capacita para seguir trabajando por el
Reino de Dios o liberación integral de todos los hombres.
Mediante la oración se hacen verdaderos la contemplación y el compromiso cristianos.
Los clásicos grados de oración responden a una evolución mística que viven los cristianos
en su dimensión contemplativa y en su compromiso temporal inseparablemente unidos.
V. DOS SUGERENCIAS
1. La primera es de carácter personal; como miembro de una Orden cuyo lema es
"Veritas" y cuya espiritualidad es "contemplata aliis tradere". En la tradición dominicana,
incluyendo a Santo Tomás, la Verdad no se limita simplemente a "la verdad de la doctrina",
sino a la verdad de Dios y a la verdad del hombre delante de Dios. El convento es el lugar
donde se descubre y celebra la verdad de Dios-amor; donde uno conoce y acepta su propia
verdad de hombre, haciendo que poco a poco vayan cayendo máscaras e idolatrías que a
todos nos desfiguran.
La fórmula "contemplata aliis tradere", originariamente no se refiere a dos fases o
tiempos: primero llenarse de conocimientos, para después impartirlos. El dominico debe
vivir siempre una profundidad o clima contemplativo que modaliza su enseñanza y su
predicación. La contemplación viene a ser un estilo de vida que se transpira y se
transmite.
Como la vocación dominicana no es más que una forma de llegar a ser cristianos, su
espiritualidad puede ser significativa hoy no sólo para los dominicos, sino también para los
demás cristianos, que debemos ser "contemplativos en la acción y activos en un clima de
contemplación".
2 La otra sugerencia se inspira en la próxima fiesta de Navidad. En esas fechas
entrañables celebramos la presencia del Absoluto en lo pasajero de la historia humana, la
fuerza de la Palabra que salva en la caducidad de nuestra carne. Sobre todo, evocamos el
amor gratuito, la humanidad y ternura de Dios en favor de todos los hombres. Lo dicho en
estas páginas se reduce a descubrir, celebrar y acoger ese Amor que "ya conocemos
visiblemente".
La contemplación cristiana tiene lugar cuando nos acercamos a Dios por el camino de la
realidad histórica, que Dios mismo ha elegido para salir a nuestro encuentro. Si ahí somos
capaces de amarle como El nos ama, permanecemos en la mística de Jesús, "recreando"
su historia en nuestra historia.
JESÚS ESPEJA
SAL-TERRAE/86/12.Págs. 843-858