JUAN PABLO II PIDE ORACIONES PARA PREPARAR SU VIAJE
A TIERRA SANTA

Repasa en la audiencia general su reciente visita a Egipto

CIUDAD DEL VATICANO, 1 mar (ZENIT).- Juan Pablo II pidió esta mañana a los creyentes de todo el mundo que recen por su próxima peregrinación a Tierra Santa que, «si Dios quiere», subrayó, tendrá lugar del 20 al 26 de marzo.

Tres días después de haber afrontado su maratón por tierras de Egipto, el obispo de Roma hizo un sugerente repaso de su viaje internacional número noventa, que tuvo precisamente como objetivo principal el Monte Sinaí, en el que Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley. La intervención del Papa ante los peregrinos concluyó vislumbrando ya el Monte de las Bienaventuranzas, que visitará en su próxima peregrinación por las tierras de Jesús y que para los cristianos constituye la plenitud de aquella Ley.

El encuentro tuvo que realizarse en la sala de audiencias generales y en la basílica vaticana, pues el número de los peregrinos era superior a las capacidades de los dos ambientes y la lluvia impidió celebrar la audiencia en la plaza de San Pedro.

La Alianza Juan Pablo II confesó su alegría por poder podido visitar del 24 al 26 de febrero Egipto y, en particular, el Monte Sinaí, «la Montaña Santa». «Santa porque en ella Dios se reveló a su siervo, Moisés, y le manifestó su nombre --explicó--; santa, además, porque Dios hizo allí el don de la ley a su pueblo, los diez mandamientos; santa, por último, porque los creyentes, con su constante presencia, han hecho del Monte Sinaí un lugar de oración». En este lugar, dijo con emoción el Papa, Dios «introdujo a Moisés en un conocimiento más claro de su misterio, hablándole desde la zarza ardiente, y le ofreció a él y al pueblo elegido la ley de la Alianza, ley de vida y de libertad para todo hombre».

«Los Diez Mandamientos abren ante nosotros el único futuro auténticamente humano, pues no son una imposición arbitraria de un Dios tirano», continuó diciendo el Papa Wojtyla. «Esta ley impide que el egoísmo y el odio, la mentira y el desprecio destruyan a la persona humana. Los Diez Mandamientos, con su constante llamamiento a la divina Alianza, ponen de manifiesto que el Señor es nuestro único Dios y que cualquier otra divinidad es falsa y acaba esclavizando al ser humano, llevándolo a degradar la propia dignidad humana».

Plenitud de la Ley
Tras agradecer la labor de todos los que han hecho posible este viaje (insistió en la acogida que le ofrecieron los monjes ortodoxos del monasterio greco-católico de Santa Catalina), el pontífice recordó que pronto podrá visitar otro Monte que cambió para siempre la historia de la humanidad, el de las Bienaventuranzas de Galilea. «En el sermón de la montaña, Jesús dijo que no había venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla --aclaró--. De hecho, desde que el Verbo de Dios se encarnó y murió en la cruz por nosotros, los Diez Mandamientos se dejan escuchar a través de su voz. Él los arraiga a través de la nueva vida de Gracia en el corazón de quien cree en Él. Por eso, el discípulo de Jesús no se siente oprimido por una multitud de prescripciones sino que, empujado por la fuerza del amor, concibe los Mandamientos de Dios como una ley de libertad: libertad para amar gracias a la acción interior del Espíritu».

Según el Santo Padre, «las Bienaventuranzas constituyen el cumplimiento de la Ley del Sinaí. La alianza que fue estipulada entonces con el Pueblo judío encuentra su perfección en la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo. Cristo es la nueva Ley y en Él la salvación se ofrece a todos los pueblos».

Antes de despedirse, Juan Pablo II pidió a todos los creyentes que le acompañen con la oración «en la preparación, sobre todo espiritual, de este acontecimiento importante».


 

LOS NUNCIOS, «EMBAJADORES» DEL PAPA

La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con 173 países

CIUDAD DEL VATICANO, 1 mar (ZENIT).- Ser pastor de más de mil millones de católicos no es una tarea sencilla. Para poder realizar su labor en todos los países del mundo, Juan Pablo II cuenta con una ayuda única, los nuncios apostólicos. Se trata de hombres preparados por la Iglesia para ser por una parte «embajadores» ante los diferentes gobiernos y por otra legados del Papa ante las Iglesias particulares.

Legado ante las Iglesias particulares
La función principal del nuncio pontificio consiste en procurar que sean cada vez más firmes y eficaces los vínculos de unidad que existen entre la Sede Apostólica y las Iglesias particulares. Corresponde por tanto al Legado pontificio, dentro de su circunscripción: informar a la Sede Apostólica acerca de las condiciones en que se encuentran las Iglesias particulares y de todo aquello que afecte a la misma vida de la Iglesia y al bien de las almas; prestar ayuda y consejo a los obispos, sin menoscabo del ejercicio de la potestad legítima de éstos; y mantener frecuentes relaciones con la Conferencia Episcopal, prestándole todo tipo de colaboración.

En este sentido, una de las actividades más delicadas del nuncio apostólico se refiere precisamente al nombramiento de los obispos (en aquellos países o sedes episcopales en los que el obispo no es nombrado por el Sínodo local o por otra instancia): le corresponde transmitir o proponer a la Sede Apostólica los nombres de los candidatos así como instruir el proceso informativo de los que han de ser promovidos, según las normas dadas por la Sede Apostólica.

Entre las atribuciones específicas del nuncio se encuentra la obligación de esforzarse para que se promuevan iniciativas en favor de la paz, del progreso y de la cooperación entre los pueblos; colaborar con los obispos a fin de que se fomenten las oportunas relaciones entre la Iglesia católica y otras Iglesias o comunidades eclesiales, e incluso religiones no cristianas; defender juntamente con los obispos ante las autoridades estatales, todo lo que pertenece a la misión de la Iglesia y de la Sede Apostólica.

«Embajador» ante los gobiernos
El nuncio apostólico ejerce a vez una tarea de legación ante los Estados. Según las normas de derecho internacional, le compete el oficio peculiar de: promover y fomentar las relaciones entre la Sede Apostólica y las Autoridades del Estado; tratar aquellas cuestiones que se refieren a las relaciones entre la Iglesia y el Estado; y, de modo particular, trabajar en la negociación de concordatos, y otras convenciones de este tipo, y cuidar de que se lleven a la práctica.

Según el artículo 4 del protocolo del 9 de junio de 1815 del Congreso de Viena, el nuncio es decano del Cuerpo diplomático del que forma parte, independientemente de la fecha de su nombramiento. Esta disposición fue reconocida ulteriormente en la Convención de Viena de 1961, en el artículo 16.

Son reveladoras las palabras que pronunció Giovanni Battista Montini, futuro Pablo VI, en 1937, cuando era profesor de diplomacia eclesiástica: «Antes que ser órganos de estudiadas relaciones con la sociedad civil, las nunciaturas son instrumentos de unificación interior; no tienen por objetivo reprimir al episcopado o sustituirle en sus inalienables tareas, sino vigilar, confortar el trabajo y hacer de escudo de protección ante las fáciles hostilidades o invasiones, ante las incomprensiones o ambiciones estatales».

La figura del embajador ante la Santa Sede hunde sus raíces históricas en las primeras décadas del siglo XV, cuando España, Francia, la República de Venecia y las principales potencias europeas de la época habían adquirido la costumbre de instituir representaciones estables ante la corte pontificia, recibiendo al mismo tiempo en sus capitales a los nuncios apostólicos de Su Santidad, conocidos comúnmente como «embajadores» del Papa.

Los países del mundo que hoy día tienen embajadas ante la Santa Sede son 170. A éstas hay que añadir las de Rusia, Suiza y la Organización para la Liberación de Palestina, que mantienen relaciones con la Sede apostólica a través de acuerdos particulares. Otra excepción particular es la de la Soberana Orden Militar de Malta, que cuenta con soberanía propia internacionalmente reconocida.

La Santa Sede está decidida a mantener relaciones cordiales y oficiales con todos los países y de hecho, en los últimos, meses la prensa ha informado sobre los esfuerzos que los representantes del Papa están realizando con más o menos éxito para poder llegar a establecer nunciaturas en China, Vietnam o Corea del Norte. Con estos acuerdos, la Iglesia busca defender el derecho a la libertad religiosa de los católicos en los diferentes países del mundo. Como explicó recientemente el cardenal Angelo Sodano, «número uno» de la política exterior vaticana, se trata de una estrategia que busca «llevar la levadura del Evangelio en la vida de los individuos y de las naciones».


 

JUBILEO: «MEA CULPA» DE LA CIENCIA POR LOS ABUSOS DEL PASADO

La Iglesia hará también examen de conciencia sobre su relación con la ciencia

CIUDAD DEL VATICANO, 28 feb (ZENIT).- El Jubileo de los científicos, que tendrá lugar del 23 al 25 de mayo, constituye una novedad en la historia de los Jubileos y coincide el nuevo empuje que ha dado Juan Pablo II al diálogo entre la fe y la ciencia con la publicación de su última encíclica, la «Fides et ratio». Uno de los momentos más esperados de esa celebración será el acto penitencial en el que los científicos pedirán perdón por los abusos del pasado. Asimismo, la Iglesia hará un examen de conciencia por aquellas ocasiones en los que sus hijos han violado la legítima autonomía de la ciencia.

Al presentar esta mañana en la Sala de Prensa del Vaticano el programa del Jubileo de los científicos, el cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, explicó que «en el lejano 1300, el primer Jubileo de la historia, el concepto mismo de "diálogo ciencia-fe", hubiera sido considerado como algo extraño tanto por Alberto Magno, como por Maimónides, al igual que le sucedería a Galileo, Kepler, Tycho Brahe, o incluso Newton. Para estos eminentes científicos y creyentes en el Dios creador del universo, la armonía entre estas dos formas de conocimiento era algo natural».

«Esta armonía entre ciencia y fe --continuó explicando el cardenal Poupard-- se rompió en una época que corresponde más o menos al inicio de la Ilustración».

El «ministro» de Cultura del Papa, constató que el mundo científico experimenta en estos momentos «una inversión de tendencia con respecto a la religión». «La actitud hostil del cientificismo positivista parece superada --añadió--. Se advierte la necesidad de responder a los grandes problemas éticos que plantean las ciencias de la vida, así como de encontrar respuestas a las preguntas fundamentales de la metafísica, que la ciencia no es capaz de ofrecer. La religión, por su parte, puede purificar la ciencia de la idolatría del cientificismo».

El cardenal Poupard subrayó que «La ciencia tiene necesidad de recuperar su dimensión sapiencial, como lo recuerda con frecuencia Juan Pablo II, es decir, una ciencia aliada con la conciencia para que el trinomio ciencia-tecnología-conciencia esté al servicio del auténtico bien del hombre, de todo hombre y de todos los hombres».

Por su parte, el padre Bernard Ardura, secretario del Consejo Pontificio para la Cultura, añadió que «desde un primer momento se ha querido evitar una interpretación restrictiva del concepto de "científico", identificado con frecuencia con quien se dedica a las ciencias experimentales. Por ciencia se entiende todo ejercicio de la actividad intelectual del hombre en la búsqueda de la verdad de manera racional y metódica. Por ello, el Jubileo se dirige también a quien trabaja en el campo de la sociología, la economía, etc., sin olvidar la teología y la filosofía, consideradas durante mucho tiempo como la ciencia por excelencia».

Uno de los argumentos que más expectativas está suscitando en la preparación del Jubileo de los científicos es el acto penitencial que tendrá lugar el 24 de mayo. Por una parte, será una especie de «mea culpa» pronunciado por exponentes del mundo científico que, según explicó el padre Ardura, reconocerán «la falta de honestidad profesional, la copia ilícita, el ansia de protagonismo, la atribución de los méritos de otro y el desprecio de la dignidad de la persona». Por otra parte, y en línea con el deseo de Juan Pablo II para este Jubileo, será también un acto «de valentía y humildad para reconocer las faltas cometidas por quienes han llevado el nombre de cristianos, que comprendieron suficientemente la legítima autonomía de la ciencia».

Por lo que se refiere a las celebraciones, se calcula que habrá unas cinco mil personas presentes en el Jubileo de los científicos. El 25 de mayo será el día en que los hombres de ciencia pasarán solemnemente la Puerta Santa. Entre ellos se encontrará el profesor Nicola Cabibbo, quien desde 1993 preside la Academia Pontificia para las Ciencias, a la que pertenecen algunos de los mayores científicos del mundo (varios de ellos han recibido el Premio Nobel), como Gobind Khorana Har del Massachusset Institute of Technology (Premio Nobel 1968); Rita Levi Montalcini, profesora de neurocirugía (Nobel 1986); George Emil Palade, profesor de biología celular de la Universidad de California (Nobel 1974); George Porter, profesor de química en el Imperial College de Londres (Nobel 1967); Carlo Rubbia, director del CERN de Ginebra (Nobel 1984); y Charles Townes, profesor emérito de la Universidad de California, Berkeley (Nobel 1964).

«El ver reunidos en Roma, ante la tumba de San Pedro, a tantos científicos provenientes de muchos países y de todas las disciplinas científicas --dijo el cardenal Poupard-- será el mejor testimonio de la compatibilidad entre ciencia y fe».


 

EL DIARIO DE EICHMANN REVELA LA AYUDA DE LA IGLESIA A LOS JUDIOS

El Papa se opuso a las deportaciones impuestas en la Roma ocupada

JERUSALEN, 1 mar (ZENIT).- Después de haberlos custodiado durante cuarenta años, el gobierno israelí hizo público ayer los diarios de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS nazis, ajusticiado en 1962 en Israel por «crímenes contra el pueblo judío y contra la humanidad».

Eichmann escribió estos diarios durante los meses sucesivos a la condena a muerte, sentenciada por un tribunal israelí en 1961. Son realmente escalofriantes las revelaciones que hace sobre la manera en que se decidió la «Solución Final» de los judíos y la manera en que se aplicó el exterminio.

Las páginas son también muy interesantes para comprender cuál fue el comportamiento de la Santa Sede ante la persecución de los judíos. Algunas personas acusan a la Iglesia de no haber hecho nada en octubre de 1943, cuando los nazis comenzaron a deportar a los judíos del «ghetto» de Roma. Eichmann revela, sin embargo, que la Santa Sede «protestó vigorosamente por el arresto de los judíos, pidiendo que semejantes acciones fueran interrumpidas, de lo contrario, el Papa las denunciaría públicamente».

Se trata de una confirmación de las tesis de aquellos historiadores que han recogido con otros documentos la acción emprendida por la Santa Sede para defender a los judíos en aquellos años oscuros. Hay que tener en cuenta que Roma estaba ocupada y que la Iglesia fue la única institución que tuvo el valor para denunciar la acción de los nazis.

En un capítulo dedicado a Italia, Eichmann explica que «el 6 de octubre de 1943, el embajador Moelhausen envío un mensaje telegrafiado al ministro de Asuntos Exteriores von Ribbentrop en el que se decía que el general Kappler, comandante de las SS de Roma, había recibido una orden especial de Berlín: tenía que arrestar a los ocho mil judíos que vivían en Roma para deportarles al norte de Italia, donde deberían ser exterminados. El general Stahel, comandante de las fuerzas alemanas en Roma, explicó al embajador Moelhausen que, desde su punto de vista, sería mejor usar a los judíos para trabajos de fortificación. El 9 de octubre, sin embargo, Ribbentrop respondió que los 8 mil judíos de Roma tenían que ser deportados al campo de concentración de Mathausen. En este sentido, subrayo que, al testimoniar bajo juramento en la prisión militar de Gaeta, el 27 de junio de 1961, Kappler dijo que fue con aquella orden cuando escuchó por primera vez el término "Solución Final"».

«En aquel período --escribió en sus diarios Eichmann-- mi oficina recibió copia de una carta, que pasé inmediatamente a mis superiores directos, enviada por la Iglesia católica de Roma, en la persona del obispo Hudal, al comandante de las fuerzas alemanas en Roma, el general Stahel. La Iglesia protestaba vigorosamente por el arresto de judíos de ciudadanía italiana, pidiendo que semejantes acciones fueran interrumpidas inmediatamente en toda Roma y en las cercanías. De lo contrario, el Papa las denunciaría públicamente. La Curia estaba particularmente furiosa porque estos incidentes tenían lugar prácticamente debajo de las ventanas del Vaticano. Pero precisamente en aquel momento, sin ninguna consideración por la posición de la Iglesia, el gobierno fascista italiano pasó una ley que ordenaba la deportación de todos los judíos italianos en los campos de concentración».

«Las objeciones que se presentaron --explica Heichmann-- y el excesivo retraso en los pasos necesarios para el logro pleno de la operación, hicieron que una gran parte de los judíos italianos pudiera esconderse y escapar a la captura». Buena parte de ellos se escondieron en conventos o fueron ayudados por hombres y mujeres de Iglesia.


 

PSICOLOGIA Y PSIQUIATRIA ANTE DIOS
Conclusiones de un Congreso patrocinado por instituciones vaticanas

ROMA, 6 marzo (ZENIT).- Hacer redescubrir al hombre el horizonte de la esperanza y de su relación con Dios. Este es el objetivo que persiguió el primer Congreso de la Asociación de psicólogos y psiquiatras italianos, que se celebró este fin de semana en Roma con el patrocinio de la Congregación vaticana para la Educación Católica, de la Conferencia Episcopal Italiana, y el Ministerio de la Salud de Italia.

El título del Congreso, que se celebró en la Universidad Pontificia Lateranense de Roma, institución administrada directamente por el Vaticano, recuerda una frase de Carl Gustav Jung: «Los dioses muertos se han convertido en enfermedades». Para los profanos de la materia el lema podría parecer algo raro. Alberto Scicchitano, psiquiatra y miembro del Comité directivo del Congreso explica: «"Los dioses muertos se han convertido en enfermedades", pues el proceso de desacralización, de pérdida de sentido al que está sometida cotidianamente nuestra vida ha hecho que toda una serie de experiencias --que tienen un sentido, una dignidad dentro de la experiencia religiosa-- sean interpretadas hoy casi exclusivamente en clave psiquiátrica o psico-patológica. Por ejemplo, tanto la vida de Santa Teresita de Jesús como la del Padre Pío han sido leídas por eminentes personalidades psiquiátricas en clave exclusivamente clínica y psico-patológica. No se puede reducir el análisis a este nivel, pues esto significaría no comprender el fenómeno».

El origen de este malentendido, según el doctor Scicchitano, está en el hecho de que «en nuestra sociedad, el término "alma" indica ya sea la parte espiritual, ya sea la parte psíquica de la persona. Nosotros, sin embargo, sabemos que no es así, aunque la persona en su conjunto es una unidad. Esto fue expresado también por Jesucristo en el Jardín de los Olivos cuando dice: "el espíritu es fuerte pero la carne débil"».

El Congreso subrayó que es evidente el que muchas neurosis tienen su origen en la incapacidad para percibir las exigencias religiosas y espirituales del alma. Si al hombre de hoy se le cierra el horizonte de la esperanza, sólo le quedan formas de respuesta agresivas o depresivas ante los problemas que le circundan.

Con este Congreso y con nuestra organización, explica el doctor Scicchitano, «queremos abrir las puertas del hombre a la relación con Dios, a la dimensión espiritual, a su parte eterna. Para que así pueda vivir mejor su vida».