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EL VATICANO, «¡FUERA DE LA ONU!»

Campaña en Intenert y en el «New York Times»

NUEVA YORK, 3 feb (ZENIT-FIDES).- La campaña de un grupo de organizaciones no gubernamentales que pretende expropiar al Vaticano de su papel de observador ante las Naciones Unidas cosecha nuevos consensos: en el último año obtuvo más de 400 adhesiones.

Según ha declarado el padre Bernard Przewozny, consultor del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz: «Se trata de un resultado que pone de manifiesto la gran capacidad para organizarse y hacer la vida imposible no sólo al Vaticano, sino también a cada obispo que defienda la doctrina moral de la Iglesia».

El grupo de ONGs, que hace un año lanzó la propuesta de degradar al Vaticano del status de Observador Permanente en la ONU, recoge adhesiones a través de una vasta campaña publicitaria lanzada en Internet y con anuncios en el «New York Times» y en otros medios de comunicación del mundo.

Con el nombre «See Change», la camapaña comenzó con un grupo de 70 organizaciones, incluida una de las ONGs más potentes, tenaz defensora del rígido control de la natalidad y del aborto: la «International Planned Parenthood Federation». La coalición se compone de tres grupos fundamentales: las ONGs abortistas, las favorables al control de los nacimientos (también con el aborto) y las hostiles a la religión católica.

La líder de la campaña es Francis Kissling, presidente de la ONG «Catholic for a free Choice» (CFFC), que pide abandonar la doctrina social de la Iglesia en temas como el aborto y la contracepción. La Kissling ha comparado la posición del Vaticano en la ONU con «un escaño de Euro Disney en el Consejo de Seguridad... No se comprende cómo es posible que una entidad de cien hectáreas de tierra y ciertas atracciones turísticas, con una ciudadanía que excluye a mujeres y niños, deba sentarse en la mesa con los gobiernos y establecer políticas que se refieren precisamente a la supervivencia de mujeres y niños».

La coalición pide a Kofi Annan que revise el papel de la Santa Sede en la ONU, porque no quiere que el Vaticano «bloquee iniciativas a favor de los derechos de las mujeres en los documentos de la ONU».

En el pasado, la Santa Sede ha sido la voz que ha logrado reunir mayores consensos a la hora de oponerse a la expansión de la política abortista en los documentos de la ONU. En general, ha recibido el apoyo de países en vías de desarrollo que consideran las políticas de control demográfico que tratan de imponer los países ricos como un impedimento para su crecimiento económico.

«"Naciones fuertes como los Estados Unidos ofrecen ayudas internacionales a los países pobres con la condición de que se sometan a políticas demográficas de control de la natalidad. La Santa Sede, por el contrario, no recibe ayudas extranjeras, así que nadie la condiciona», afirma la ONG católica «Catholic Family and Human Rights Institute». Según esta organización, «ni siquiera la señor Kissling cree que la campaña surtirá el efecto de alejar a la Santa Sede de la ONU. La campaña sirve más bien para atemorizar al Vaticano y privarlo de Estados aliados de América Latina y de Medio Oriente».

El Vaticano es en las Naciones Unidas Observador Permanente, junto con Suiza. Para degradar su status se necesita una decisión de la Asamblea General de la ONU de mayoría absoluta.

El padre Prezwozny comenta: «Se trata de una batalla totalmente ideológica. A estos sujetos no les interesa verdaderamente el futuro de la humanidad: simplemente quieren eliminar el obstáculo que suponen el Vaticano para la afirmación de sus pseudo-valores morales de libertad y auto-determinación… Pero la ONU nació como organismo político, no moral. No puede establecer cuáles son los valores morales. ¿En nombre de qué ética universal se proponen las políticas de ingeniería demográfica?».

Por lo que se refiere a los motivos de la campaña «See Change», el consejero vaticano afirma: «En primer lugar los motivos económicos --el peso demográfico insostenible para los recursos existentes-- no han sido ni mucho menos comprobados; y los socioculturales --la necesidad de garantizar la educación a todos-- dependen de las escasas inversiones en el sector y no de la población. Estas políticas no tienen por base una reflexión antropológica: se fundamentan simplemente en los prejuicios contra la moral católica».

«Un desarrollo sostenible para todos --concluye-- se persigue con otros instrumentos: planificación industrial, redistribución de los recursos, reducción de la pobreza, acceso a los servicios sociales…, pero de esto esas ONGs no quieren hablar».


«LITERATURA Y CATOLICISMO EN EL S. XX», CONGRESO EN EL VATICANO

Reunión de escritores y poetas convocada por el Consejo de la Cultura

CIUDAD DEL VATICANO, 2 feb (ZENIT).- Ayer se celebró en el Vaticano, en la sede del Consejo Pontificio para la Cultura, un congreso sobre «Literatura y catolicismo en el siglo XX». El encuentro fue presidido por el cardenal Paul Poupard, presidente de ese organismo de la Santa Sede.

La jornada de reflexión y estudio surgió de la idea de realizar un primer balance sobre la literatura del siglo XX y sus relaciones con la fe católica. En estos cien años se ha pasado del grito de Nietzsche «¡Dios ha muerto!» a una nueva situación inesperada que podría resumirse con las palabras de Heidegger: «Ya sólo Dios nos puede salvar».

El cardenal Poupard ha explicado que este Congreso ha hecho una constatación muy interesante: «los más diferentes personajes, ya sea en la literatura, en la poesía o en al reflexión, con sus actitudes ante Dios, están unidos por el hecho de que ninguno ha sido indiferente ante Él. Es más, en el siglo de la muerte de Dios, Dios, y Cristo en particular, ha estado más presente que nunca. La originalidad de nuestro encuentro consiste en que cada uno de los poetas y los escritores que han participado ha presentado el pensamiento de un autor al que le han hecho entablar un diálogo entre la fe y el arte, el catolicismo y la literatura».

Poupard constata que «la relación con Dios y con la fe cristiana es sin duda la raíz profunda de la obra de algunos protagonistas fundamentales de la literatura del siglo XX, como es el caso de Bernanos o Mauriac, de Claudel o Péguy, de Pasolini o Silone, de Cristina Campo o Rebora, de Tolkien o C. S. Lewis. En cada uno de estos casos se puede hablar de originales "poéticas de la fe" que han visto la luz en una época que como ninguna otra se ha caracterizado por el triunfo de la secularización».

Entre los participantes del encuentro que tuvo lugar ayer, se encontraban Mario Luzi, Sergej Averintsev, Dacia Maraini, Giovanni Raboni, Patrizia Valduga, Andrea Monda, Elisabetta Rasy, Elio Guerriero, Alfonso Berardinelli, Eraldo Affinati, Jacqueline Risset, Luca Doninelli, Smaranda Cosmin.

Andra Monda, uno de los organizadores del encuentro ha explicado a Zenit que «frecuentemente en este siglo, la fe ha sido considerada como una dimensión externa, incluso contrapuesta a la realidad del arte y la cultura. Por el contrario, hemos querido dar la vuelta al problema y afirmar que en este siglo también se ha dado arte cristiano y diría que las mejores páginas del artes del s. XX se han dado sólo cuando estaba presente el soplo de la fe».


 

TERMINADO EL DOCUMENTO SOBRE «LA IGLESIA Y LAS CULPAS DEL PASADO»

Será entregado antes de la Jornada del Perdón que presidirá el Papa

CIUDAD DEL VATICANO, 2 feb (ZENIT).- Tras tres años de trabajo, prácticamente ha sido concluido el documento que pretende orientar a los pastores y fieles cristianos sobre los principios que han de guiar las declaraciones de petición de perdón que realiza la Iglesia por los errores cometidos por sus hijos en el pasado.

El texto, que ha sido pedido por el mismo Papa, tiene por título «La Iglesia y las culpas del pasado. Hacer memoria para reconciliarse» y es el fruto del trabajo en equipo de los miembros de la Comisión Teológica Internacional, la flor y nata de los teólogos católicos, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger.

El documento desarrolla las líneas trazadas por el Santo Padre en la carta apostólica que escribió para preparar el gran Jubileo del año 2000, la «Tertio millennio adveniente». Según informa hoy la agencia italiana «Adn-Kronos», será hecho público en las próximas semanas, de manera que pueda ser consultado antes de que Juan Pablo II pronuncie su discurso con motivo de la Jornada del Perdón (primer domingo de Cuaresma). Se trata de una celebración organizada en respuesta a las palabras escritas por el pontífice en la carta apostólica antes mencionada: La Iglesia «no puede cruzar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes» («Tertio millennio adveniente», 33; cf. también nn. 34-36).

Los teólogos encargados del proyecto (Bruno Forte, Christopher Begg, Sebastian Karotempesl, Roland Minnerath, Thomas Norris, Hermann Pottmeyer e Anton Strukelj), antes de llegar a la redacción definitiva, han sometido en dos ocasiones el texto a la aprobación de los treinta miembros de la Comisión Teológica Internacional reunida en sesión plenaria. El voto definitivo registró una amplísima mayoría de posiciones favorables.

Se trata únicamente de un texto de carácter consultivo (no es un documento del Papa), caracterizado por una amplia reflexión teológica sobre el significado de la purificación de la memoria. En el documento, se explican además las razones doctrinales que hacen posible el acto de contrición sobre las culpas pasadas recorriendo un camino que va desde los orígenes bíblicos, como las grandes confesiones de culpa del pueblo de Israel ante Dios, hasta llegar a los principios contenidos en el Evangelio (la solidaridad de Cristo que asume los pecados del mundo permite el que la Iglesia pueda cargar con el pecado de sus hijos). No faltan ejemplos de peticiones históricas de perdón, como la realizada por Adrián VI (quien fue elegido Papa en 1522), quien en tiempos de la Reforma pidió perdón por las culpas de la Curia de su tiempo, o la realizada por Pablo VI para reparar las ofensas infligidas a los cristianos de Oriente.

El cardenal Joseph Ratzinger ha explicado recientemente a «Octava dies», un programa realizado por el Centro Televisivo Vaticano, que «no se quiere simplemente acusar al pasado, nosotros somos siempre pecadores y queremos comprender esto con humildad y hacer esta penitencia que renueva la Iglesia y a cada uno».

Según declaraciones publicadas por Zenit del secretario de la Comisión Teológica Internacional, el padre Georges Cottier (cf. ZS99112611), quien es además el teólogo de la Casa Pontificia, el documento hace una distinción fundamental: «la Iglesia es santa porque recibe y comunica la santidad de Cristo a la humanidad, aunque los cristianos son pecadores, pues todos somos infieles a la gracia de Cristo».

¿Por qué hay que hablar del pasado? Según el padre dominico hay dos motivos: «el primero porque existe la comunión de los santos, por la que toda la Iglesia través de los siglos es una, y en la Iglesia existe una comunicación de caridad y de oración por los pecados cometidos. En segundo lugar hay que decir que no se trata de juzgar a las personas, pues sólo Dios puede juzgar a las personas, pero cuando recordamos el pasado de la Iglesia nos damos cuenta de que ha habido hechos que constituyen un obstáculo para la evangelización. Sobre esto es necesario hacer una purificación de la memoria, es decir, realizar un juicio verdadero, equilibrado y justo».


UNA DEMOCRACIA NO PUEDE VIOLAR LOS DERECHOS MAS ELEMENTALES

Declaraciones del cardenal Alfonso López Trujillo a «Alfa y Omega»

MADRID, 3 feb (ZENIT).- Lleva diez años recorriendo los cinco continentes para proclamar en todos los rincones el más humano de los mensajes: la vida es el don más grande y la familia el ambiente en el que puede ser recibida con más cariño. Antes de llegar a Roma, cuando Juan Pablo II le nombró, en 1990, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, había sido presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y arzobispo de Medellín. Todos estos años de fatiga al servicio de la causa de la vida colocan al cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, 64 años, en un observatorio privilegiado a la hora de hacer un balance del estado por el que atraviesa el más elemental de los derechos humanos.

Ahora, cinco años después de la publicación de la «Evangelium Vitae», la encíclica que este Papa ha dedicado a lo que considera una de las emergencias más graves de los tiempos modernos, el cardenal López Trujillo ofrece en el semanario «Alfa y Omega» de la arquidiócesis de Madrid (http://www.archimadrid.es/alfayomega.htm) un panorama del respeto de la vida en el mundo.

--Comencemos precisamente con la «Evangelium Vitae». En esa encíclica, Juan Pablo II hablaba de una confrontación entre una «cultura de la vida» y «una cultura de la muerte». ¿Cómo podría definir a cada una de ellas?

--Cardenal López Trujillo: En estos días próximos celebraremos en el Aula del Sínodo del Vaticano los cinco años de la publicación de esa encíclica. Será una celebración presidida por el San Padre y que preparamos conjuntamente el Consejo Pontificio para la Familia, el Consejo Pontificio para la Salud, y la Academia Pontificia par la Vida. Es impresionante la fuerza profética de esta encíclica, solicitada como se sabe en el consistorio extraordinario de los cardenales de 1990. El Santo Padre recogió y lanzó con especial vigor la buena noticia de la vida, la admiración y el respeto que merece, con un anuncio gozoso. Asimismo hizo las denuncias correspondientes ante los casos de violación de los derechos fundamentales.

El conjunto de este anuncio, que crea una conciencia más profunda y arraigada del don maravilloso de la vida, se denomina «cultura de la vida». Es algo que, si bien surge como una actitud arraigada en el ser del hombre, con una cierta espontaneidad, requiere ser cultivado. Hay que ayudar a formar la conciencia amordazada por las presiones, las agresiones y las manipulaciones de una «cultura de la muerte». En esta lucha se juega buena parte del futuro de la humanidad. Será, a la vez, el test que medirá el grado y el espesor de la verdadera calidad humana.

Son grandes los retos, pero son muy grandes y con horizontes mucho más amplios las esperanzas. Este siglo tendrá que ser el del respeto de la dignidad humana, amenazada y conculcada. Sucede algo muy extraño, como lo hemos estudiado en diversos congresos internacionales organizados por el Consejo Pontificio para la Familia. Ponderar toda la riqueza de la defensa de los derechos humanos, y concretamente de la Declaración de 1948 de la ONU, es una conquista apreciable, pero golpea el contraste con las difundidas negaciones de los derechos fundamentales, precisamente contra el más básico, que es el derecho a la vida, ratificado en el artículo tercero de esa Declaración. Es una negación de la universalidad e integridad en que se sostiene. Los millones de víctimas, las más inermes e inocentes, las del crimen del aborto (cerca de 50 millones anualmente) constituyen una inmensa herida abierta en el corazón de la humanidad.

Me sorprende mucho que algunos de los defensores de los derechos humanos y de la lucha por la libertad no tengan esta concreta prioridad en sus programas. Los «nascituri» son los más pobres de los pobres y las naciones, sometidas a las presiones que quieren hacer pasar el delito como un derecho, merecen respeto y apoyo.

-- La ciencia demuestra día tras día, con avances extraordinarios, la maravilla de la vida humana desde el instante de su concepción. Al mismo tiempo, impresiona profundamente la relación única que se crea entre una mujer y el niño que lleva en su seno desde los primeros momentos. Y, sin embargo, las propuestas de legalización o de ampliación de los supuestos para el aborto siguen ahí. En la opinión pública el aborto sigue siendo visto como algo «normal». ¿A qué atribuye usted este fenómeno?

--Cardenal López Trujillo: La «legalización del aborto» es una incoherencia que hiere la conciencia y que será, sin la menor duda un motivo de vergüenza histórica. Así como hoy la humanidad se avergüenza con sobrada razón de la esclavitud y de las discriminaciones en este campo, así, muy pronto, tendrá que avergonzarse de tanta inhumanidad, como todo lo que entraña la cultura de la muerte en las legislaciones que son inicuas y permisivas. Son legislaciones que contrastan con los mismos logros y revelaciones de la misma ciencia.

Persisten actitudes, fruto de la confusión y de proyectos que se mostrarán endebles, y hasta se busca agravar la situación en algunas naciones. Acaban convirtiéndose en un juego político, en un empobrecimiento de la democracia. Se quiere imponer «una verdad política» que se detenta por mayorías parlamentarias de turno, que son bien contingentes. Se suele imponer una «disciplina» que reemplaza a la debida información, el diálogo y se exalta como un nuevo orden jurídico y una nueva moral. El Papa, en su célebre discurso a la ONU en 1995, indicaba la urgencia de una gramática que parta del encuentro de las verdades ancladas en la naturaleza de los hombres, una gramática que permita el diálogo y la convergencia para dar un nuevo rostro a la humanidad.

Si bien hay nuevos desafíos y presiones, hay también conversiones, incluso de políticos, y victorias en diferentes naciones. Hay fuerzas de la cultura de la vida que crecen, se fortalecen y tienen una mayor influencia. Sería demasiado largo hacer el simple recuento. Se conoce bien la novedad, sumamente oportuna, del Parlamento de Estados Unidos con respecto al llamado «partial birth abortion» (aborto por nacimiento parcial) que es todo un proceso terrible de inhumanidad y de crueldad. La voluntad absolutamente mayoritaria del Parlamento no tuvo eco en el presidente Bill Clinton, en nombre del derecho de la mujer...

Numerosos políticos, científicos, etc., que eran abortistas hoy no lo son. Y eso se refleja en los mismos parlamentos.

La lucha, desde luego, no se concentra en el aborto, ni en otros atentados contra la vida, como es la eutanasia. El problema de una cultura de la vida se refiere a la institución natural que tiene como misión central la vida, es decir, la familia. La misión de procreación integral, entendida por tanto la educación, la acogida, el respeto y el cuidado de la vida, sufren también un duro golpe cuando la institución del matrimonio es erosionada, como ocurre con las «uniones de hecho».Es otra grave y terrible confusión que merecería mayor tiempo para su adecuado tratamiento.

La vida del niño requiere el regalo de un hogar estable, y hoy los niños son las grandes víctimas también en este campo. Está en juego, nada menos, que el desarrolló armónico e integral del niño que tiene derecho a un verdadero hogar.

--La vida no sólo se ve atacada en sus primeros instantes. Está amenazada también por dos fenómenos escalofriantes: la pena de muerte y la eutanasia. Este último no es un fenómeno nuevo. Hace pocos años muy poca gente se atrevía hacer propuestas de eutanasia, pues podría ser acusado de nazi --la práctica fue auspiciada por Hitler--. ¿Cómo es posible que se esté dando un paso atrás tan gigantesco?

--Cardenal López Trujillo: Todo el problema reside en tener o no una buena antropología. La verdad del hombre, su eminente dignidad, están en juego. El hombre, el «nascituro», el enfermo terminal, si es concebido no como persona, imagen de Dios, como fin, sino como medio, será tratado con el respeto que merece. De lo contrario, todo cae en el dominio de lo arbitrario. ¡Y habrá algunos que arroguen el derecho de si una vida vale la pena de ser vivida o no! En todo esto opera la misma lógica. Si el embrión tratado como cosa, no es persona, es manipulable, será también tratado como cosa el enfermo al que se le niega su dignidad de persona para adquirir la dimensión de una carga insoportable.

La vida humana, cuando se encuentra en circunstancias de mayor limitación, dolor y necesidad, requiere más solidaridad, cuidado, compasión. No se pueden negar que algunas conductas y algunas legislaciones son de tal forma arbitrarias e inmorales que parecen fruto de sociedades totalitarias.

Se piensa que la defensa de la vida es un tema «confesional», reducido o limitado a la preocupación de los católicos. ¡No es así! Los valores y verdades fundamentales que están implicados se refieren a todos los hombres, a toda la humanidad. Es también una exigencia del diálogo en la verdad. Es un peligroso precedente «politizar» la verdad. La democracia debería ser el mejor «humus» para el amor, el respeto y el reconocimiento de la vida como derecho fundamental.


 

LOS OBISPOS DE ITALIA AFRONTAN LAS CONSECUENCIAS DEL INVIERNO DEMOGRAFICO

La economía del continente depende hoy día de los emigrantes

ROMA, 3 feb (ZENIT).- Esta vez las Naciones Unidas y Eurostat están de acuerdo con los obispos: la bomba demográfica fue una exageración, especialmente en el mundo desarrollado. En estos países, la población está disminuyendo y ya hoy día los inmigrantes son fuerzas vivas necesarias para su progreso.

El problema del «sboom» demográfico ha sido afrontado por el cardenal Camillo Ruini, arzobispo vicario de Roma y presidente de la Conferencia Episcopal, quien con motivo de la última asamblea de esta institución ha afirmado que «la situación en la que nos encontramos ahora alerta ante las consecuencias que podría tener la disgregación de la familia si alcanza niveles análogos a los de otros países. Es más, en nuestro caso, las consecuencias serían aún más graves, porque en nuestro país es mucho más importante el papel que desempeña la familia para el tejido social».

«Por este motivo --añade--, en sintonía total con el Santo Padre, no nos cansamos de recomendar también a nivel legislativo y administrativo que hay que reconocer, apoyar y salvaguardar el papel de la familia fundada sobre el matrimonio».

Un informe sobre las migraciones en Europa realizado por la «UN Population Division» revela que, si los niveles de natalidad siguen como hasta ahora, para el 2050 la población italiana bajará de 58 a 41 millones de habitantes. Esto significa que, si en el 2025, Italia quiere mantener la misma fuerza laboral de 1995, necesitará la aportación de 300 mil emigrantes cada año hasta alcanzar un total de 9 millones de personas.

El problema no sólo afecta a Italia. Alemania, por ejemplo, experimentará un descenso de su población de 82 a 73 millones de habitantes entre hoy y el 2050. Para mantener su fuerza laboral tendrá que acoger a 500 mil emigrantes al año, es decir, 15 millones de no alemanes para antes del 2025.

Según esta investigación de las Naciones Unidas, en Europa hay actualmente 5 trabajadores por cada jubilado, sin embargo, para el 2050, esta relación descenderá hasta encontrarnos con dos trabajadores por jubilado. El sistema de jubilaciones, por tanto, quedará radicalmente alterado.

Los datos de la ONU han sido confirmados por las previsiones de 1999 realizadas por Eurostat. La Oficina de Estadística de la Unión Europea asegura que el ritmo de los nacimientos nunca había sido tan bajo: cuatro millones de nacidos en 1999 en Europa, una cifra inferior al 0,5% con respecto a los nacimientos en 1998. Y el bajón continúa. Especialmente en Austria, donde hubo un 5% de nacimientos en 1999 que en el año anterior. El récord de número de nacidos por cada mil habitantes en el viejo continente lo detenta Irlanda (14,3 nacidos vivos), mientras Francia y Holanda le siguen ambas de cerca con un índice de 12,6 . El récord negativo lo detenta todavía Italia con 9,1 niños nacidos vivos por cada mil habitantes. Le siguen de cerca Alemania y España con índices de 9,3 y 9,4 nacimientos respectivamente.

Eurostat también asegura que Europa se está salvando gracias a los inmigrantes que llenan el vacío dejado por el bajón demográfico. La inmigración en Europa ha pasado de las 549 mil personas de 1997 a las 717 mil de 1999.

La respuesta al invierno demográfico europeo está precisamente aquí: en la acogida de los emigrantes y en el incremento de la natalidad.

¿Epidemia cultural? Giuseppe De Rita, presidente del Cnel (Consejo Italiano de Economía y del Trabajo), ha hecho interesantes declaraciones sobre los motivos que explican esta baja natalidad. «Son más de carácter antropológico que sociales --aclara--, pues son precisamente los países más desarrollados quienes pierden población. Existe una tendencia a gozar del bienestar cotidiano sin pensar en el futuro. Quizá se da un miedo a que nuestros hijos no puedan gozar de una situación tan buena como la nuestra Se da un proceso de secularización que reduce la fe en el desarrollo. La sociedad del bienestar prefiere apostar en bolsa y divertirse en lugar de cuidar niños. Es la primera vez que Europa pierde población por motivos que no tienen nada que ver con las epidemias del pasado. Nos encontramos ante una epidemia cultural. Vivimos una especie de autodestrucción inconsciente. Una ausencia del deseo de crecer».


 

ESTADOS UNIDOS: LA NUEVA FRONTERA DEL PROTESTANTISMO

Continúa nuestra investigación sobre las confesiones cristianas

ROMA, 3 feb (ZENIT).- Algunos miembros de la Iglesia de Inglaterra, o Anglicana, de la que ya hemos hablado en otro capítulo de este estudio sobre el protestantismo, pensaban que la reforma en el país no era muy radical a la hora de purgar ceremonias como arrodillarse ante el altar, usar la cruz en los bautismos, o llevar la vestimenta clerical. Éstos, que más tarde se llamaron puritanos, eran conocidos por su defensa de la regeneración personal, las oraciones familiares y la estricta moralidad.

Bajo los reinados de Isabel I, Jaime I y Carlos I de Inglaterra, los puritanos fueron perseguidos pero siguieron reclamando una iglesia de orientación más calvinista. Un pequeño grupo quiso separarse totalmente de la Iglesia de Inglaterra y fue castigado duramente por la Corona. En 1620, unos 120 separatistas, conocidos como los Padres Peregrinos, zarpó hacia Norteamérica para crear una nueva Inglaterra y se estableció en Plymouth (Massachusetts).

Más tarde, se le unió un grupo de radicales, menos puritanos, que adoptaron su forma congregacionista que daba el poder eclesiástico a la asamblea de cada iglesia local. El puritano inglés más conocido fue John Bunyan (1628-1688), que escribió «El viaje del peregrino», durante su reclusión de doce años en la cárcel de Bedford, por negarse a abandonar su prédica bajo el reinado de los Estuardo.

Por otra parte, Menno Simons (1496-1561) fue un predicador itinerante anapbatista. Este fue un movimiento nacido en Zurich, en la década de 1520, cuyo nombre significa «rebautizador», aunque rechazaban esta denominación porque se oponían al bautismo de los niños y no consideraban válidos los propios bautismos recibidos sin consentimiento. Creían en el bautismo de los adultos, voluntario, y en formas radicales de vivir el Evangelio: redistribuir la riqueza, pacifismo y separación total de Iglesia y Estado.

Menno Simons no fundó la secta de los menonitas pero estos adoptaron su versión más integrista del anabaptismo. Perseguidos, emigraron desde los Países Bajos y el norte de Alemania hacia Rusia y, en la década de 1640, a los Estados Unidos. Eran pacifistas y, ya en 1688, protestaron contra la esclavitud en Estados Unidos. Una de sus comunidades más conocidas es la de los Amish, que se se separaron en Suiza hacia 1690, bajo la guía de Jacob Ammon. La rama más estricta de los Amish, la Iglesia Mennonita Amish de la Antigua Orden, es fundamentalista, como refleja el filme de 1985 «Unico testigo». Los menonitas, que fueron expulsados de Rusia por el zar Pedro llegaron a Norteamérica con una cepa muy resistente de trigo rojo, cuyo cultivo se extendería por toda la zona cerealista de Estados Unidos. Un trigo que luego, así es la historia, se han visto obligados a importar, para satisfacer sus ingente necesidad, los descendientes de aquel zar.

Dado que las colonias americanas del norte fueron muchas de ellas establecidas por reformadores protestantes que buscaban libertad religiosa en el nuevo mundo, los misioneros católicos tenían poco que hacer en aquellas tierras, aunque los fieles católicos eran bienvenidos. Tanto las colonias, como los estados que se fueron agregando a la Unión hasta formar los Estados Unidos de América, fueron concebidos con una gran libertad religiosa, esencia de la nueva democracia que nacía.

Este hecho convirtió a los Estados Unidos en el primer país, desde la Edad Media, en el que el cristianismo se podía profesar en una situación de pluralismo religioso, donde predominaba el substrato ético y moral derivado de la tradición judeo-cristiana. Las denominaciones protestantes fueron evolucionando hasta tomar formas específicamente estadounidenses.

Los menonitas, ya citados (incluyendo los Amish), los cuáqueros y los Shaker son bastante más conocidos en sus encarnaciones estadounidenses, y a ello también ha contribuido el conocimiento que todos tenemos de la sociedad norteamericana a través del cine y otros productos de la comunicación.

Los cuáqueros (llamados también Sociedad de Amigos o simplemente Amigos, una forma abreviada de Amigos de la Verdad) proceden de los puritanos ingleses radicales de mediados del siglo XVII y el nombre deriva de «temblar de pavor» ante la palabra de Dios. Eran especialmente teatrales en sus predicaciones y, verdaderamente, oyendo a algunos, se acababa temblando. Su líder era George Fox (1624-1691) que, por haber pasado seis años de su vida la cárcel, por su oposición al cristianismo imperante, instó a los cuáqueros a defender la causa de la justicia social. Fox, sobre todo místico, subraya la importancia de buscar la «luz interior» del Cristo viviente que existe en todo ser humano.

Para escapar de la persecución, los cuáqueros se trasladaron a Norteamérica, donde uno de sus líderes, William Penn, estableció la colonia de Pensilvania. Los cuáqueros fueron de los primeros que se opusieron a la esclavitud en Norteamérica, siempre han sido pacifistas y dirigen algunas de las escuelas más prestigiosas del país. Rechazan todos los sacramentos, se visten y hablan con sencillez, y practican una forma especial de meditación.

El florecimiento de estas comunidades en el nuevo mundo es un fenómeno imparable que dura hasta nuestros días. Mientras unas siguen fieles a los principios básicos del cristianismo, otras, en tiempo muy reciente, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, han tomados formas alejadas del Evangelio, hasta constituir verdaderos grupos destructivos, aislados totalmente del entorno, fanatizados, con estructuras piramidales y líderes indiscutibles que impulsan la manipulación y el lavado de cerebro de los adeptos, algunas con influencia de pseudorreligiones orientales, ciencia ficción, etc. que tienen su último exponente en la New Age, un movimiento no estructurado, especie de «puré de guisantes» de retorno a la naturaleza y teorías variopintas sobre la energía, donde hay un poco de todo.


 

ITALIA: EL FENOMENO DE LOS MATRIMONIOS ENTRE
MUSUMANES Y CRISTIANOS

Los obispos evitan todo alarmismo, pero piden evitar la ingenuidad

ROMA, 2 feb (ZENIT).- Los obispos italianos han publicado un comunicado sobre una realidad nueva en Italia: los matrimonios cada vez más frecuentes entre cristianos y musulmanes.

En el documento, que fue presentado ayer a la prensa por el arzobispo Ennio Antonelli, secretario de la Conferencia Episcopal Italiano, se evitan los tonos alarmistas, pero al mismo tiempo se alerta ante la ingenuidad.

En estos momentos, los musulmanes en Italia, son 600 mil. Los matrimonios civiles son 12 mil, sin embargo, en 1999, sólo cien habían sido bendecidos por la Iglesia. Se trata de un nuevo fenómeno social y, por ello, los obispos piden promover una reflexión más profunda. De hecho, no se han formulado todavía orientaciones comunes de la Iglesia en Italia. Ante las parejas mixtas que quieren casarse, prevalece la idea de que hay que ser muy cautelosos, evaluando caso por caso, para ver si se dan las condiciones que permitan ciertas garantías para conceder la dispensa para la celebración del matrimonio.

¿Por qué? Una respuesta superficial o genérica del problema implicaría el desconocimiento de las condiciones en las que se mueve la cultura y la ley islámica. Según los obispos, antes de la boda, por ejemplo, el marido musulmán tiene que aceptar el que su mujer pueda practicar su religión en plena libertad y educar a sus hijos en la fe, si ella quiere. Al mismo tiempo se pide que se den las premisas para que la pareja permanezca establemente en Italia. De hecho, en el caso de que vayan a vivir al país del marido en el que rige la ley islámica, la mujer debería someterse a esa ley, sumamente diferente a la occidental.

Esto significa que la mujer que no es musulmana pierde el derecho a herencia, en caso de que el marido no lo haya indicado explícitamente por escrito en el testamento. No goza de la patria potestad sobre sus hijos. No puede educarles en la fe cristiana. La mujer, aunque sea musulmana, puede ser repudiada unilateralmente por el marido que, además, puede tener hasta cuatro mujeres.

Antes del matrimonio, los obispos piden analizar bien las diferencias religiosas, culturales, la visión de la mujer y de su papel en la familia y en la sociedad. De lo contrario, el riesgo de ruptura de estos matrimonios es muy elevado, como indican las estadísticas.


Comienza el proceso de beatificación de Gioacchino da Fiore

Una de las figuras más apasionantes y controvertidas de la Iglesia

COSENZA, 28 junio 2001 (ZENIT.org).- Gioacchino da Fiore, uno de los personajes más apasionantes y controvertidos de la historia de la Iglesia, podría ser proclamado santo.

En vísperas del octavo centenario de su muerte (el 30 de marzo de 2002), el arzobispo de ciudad italiana de Cosenza, monseñor Giuseppe Agostino, ha introducido su causa de beatificación y nombrado postulador al franciscano Paolo Lombardo.

Al introducir la causa canónica, el prelado ha escrito: "En la Iglesia nadie pasa en vano". La grandeza de Da Fiore, añade, "no se puede reducir a la de un excelso estudioso e investigador, sino a un arraigo de la fe, entendida y expresada ascéticamente".

El proceso de canonización del monje fue congelado por culpa de las doctrinas sospechosas de una parte de sus seguidores, los joaquinitas o pseudojoaquinitas, quienes vivieron en un siglo plagado de herejías.

La fama de santidad "se ha conservado en el tiempo, tanto que el pueblo de Dios lo ha llamado siempre el "beato Gioachino"", aclara el padre Agostino. Ya en 1346 se quería poner en marcha el proceso canónico, pero la intención "no se sabe por qué quedó parada".

Gioachino da Fiore nació en Colico, cerca de Cosenza, en torno al 1130. Tras peregrinar en su juventud a Jerusalén, entró a la Orden cisterciense en torno al 1152-1153. Lo que de verdad le interesaba, además de la vida monástica, era la exégesis de la Escritura. Por ello se retiró en un lugar solitario, en San Giovanni in Fiore, y más tarde fundó la Abadía del lugar que daría nombre a su Orden. No se sabe mucho de esta orden, pues la regla, aprobada por Celestino III, en 1190, no ha llegado a nuestros días.

Da Fiore tenía una visión escatológica, según la cual, la historia se divide en tres fases: la edad del Padre (la del Antiguo Testamento), la edad del Hijo (vivida por la Iglesia tras la resurrección de Cristo), y la edad del Espíritu, que ya ha comenzado, y que debería culminar con la afirmación de la espiritualidad del monaquismo sobre las estructuras eclesiásticas tradicionales.

Esta visión tuvo un influjo decisivo en los movimientos ascéticos de finales de la Edad Media, en las corrientes espirituales y apocalípticas, e incluso entre algunos franciscanos.

Influyó también en el abad Pedro de Morrone, quien fue elegido Papa en 1294, con el nombre de Celestino V. Después de cinco meses de pontificado, presentó las dimisiones pues esta visión escatológica le llevó a temer su propia corrupción si permanecía en el gobierno de la Iglesia.

Las doctrinas que promovían los seguidores de Gioachino da Fiore fueron condenadas por el Concilio Lateranense IV (1215) y por el concilio de Arles (1260).