El aceptar de la mujer
por Gerardo González
El filósofo Leonardo Polo cuando analiza los trascendentales personales habla
del amor donal, en el que distingue el dar, el aceptar y el don. Piensa que si
se habla desde el punto de vista de la “importancia”, lo más importante es el
aceptar. Sin aceptación el dar no tiene destino, el don no tienen “dueño”
Hagamos al hombre a nuestra imagen según nuestra semejanza (Gn 1,26-27)
Entonces dijo el Señor Dios: -No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle
una ayuda adecuada para él.
El Señor Dios formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves
del cielo, y los llevó ante el hombre para ver como los llamaba, de modo que
cada ser vivo tuviera el nombre que él le hubiera impuesto. Y el hombre puso
nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todas las fieras del campo;
pero para él no encontró una ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios infundió un
profundo sueño al hombre y éste se durmió; tomó luego una de sus costillas y
cerró el hueco con carne. Y el Señor Dios, de la costilla que había tomado del
hombre, formó una mujer y la presentó al hombre.
Entonces dijo el hombre: -Esta sí es hueso de mis huesos, y carne de mi carne. (Gn
2,18-24)
Nos cuenta el Génesis que a medida que el Señor Dios iba “progresando” en la
creación pensaba: “Y vio que era bueno”. El día sexto, cuando terminó su “tarea”
con la creación del hombre pensó que era “muy bueno” .
Dios crea cada realidad con plenitud acabada, pero al hombre lo crea
“insuficiente”, con una insuficiencia que le lleva a una nueva actuación, la
creación de Eva.
Cuando Dios le muestra a Eva, Adán queda realmente sorprendido, Eva es la gran
novedad para él (A partir de ese momento la mujer siempre será la gran novedad
para el hombre)
Cuando Adán ve a Eva se produce un notable acontecimiento en la historia del
amor humano, tiene lugar el primer enamoramiento, del que el Señor Dios es
testigo, y yo añadiría, se va a decir, se dice el primer piropo. Todo es pura
novedad.
La persona de Adán es creada como co-ser, como ser-con, pura remitencia. Todo lo
creado no es respuesta suficiente a esa remitencia; Adán sin Eva es soledad
personal, soledad insoportable. Dios tiene que “rectificar”. Eva es la respuesta
acabada a esa insuficiencia; pero lo que perfecciona a una insuficiencia es
superior a la insuficiencia misma. ¡Qué dignidad la de Eva, la de la mujer la de
toda mujer, que es capaz de reparar la insuficiencia originaria de Adán!
No nos dice la Biblia lo que pensó Eva al ver a Adán, que comentarios hizo...
pero si sabemos que le aceptó. Con esa aceptación se inicia la primera historia
de amor en la tierra. Luego vendrá la caída y esa historia se complicará.
Llegada la plenitud de los tiempos, en una aldea de la Galilea, a una joven que
ya estaba desposada con otro joven llamado José, un ángel le hace una inaudita
proposición: sin conocer a varón engendrará un hijo que se llamará Emmanuel-Dios
con nosotros.
El ángel espera su respuesta, el Señor Dios espera su respuesta. Su plan de
salvación depende de lo que diga la joven. María, la nueva Eva, acepta y Dios se
hace hombre. ¡Qué dignidad la de María-Mujer!
El filósofo Leonardo Polo cuando analiza los trascendentales personales habla
del amor donal, en el que distingue el dar, el aceptar y el don. Piensa que si
se habla desde el punto de vista de la “importancia”, lo más importante es el
aceptar. Sin aceptación el dar no tiene destino, el don no tienen “dueño”
Una vez más la mujer aparece coma la condición necesaria, como la “apertura”
exigid para el dar. La aceptación es el inicio del amor humano como tarea. El
enamoramiento, que nunca es electivo, siempre es “sorpresivo” aspira radical,
necesaria y, de modo irrestricto a la aceptación.
En el amor humano cuando la aceptación es mutua, el amor donal se configura en
progresiva plenitud.
En el amor humano el don mutuo es condición para que tenga lugar a “una radical
innovación de realidad”, como en su día la llamó Julián Marías, un nuevo QUIEN,
el hijo, configurando la trilogía sobre la que se sustenta la esencia de la
familia. La dignidad de hijo –un nuevo quien- exige la aceptación mutua,
amorosa, siempre renovada de los padres; ese es su“alveolo”más propio.
Hemos visto como la mujer en dos pasajes determinantes de la Biblia tiene un
protagonismo radical. En ambos la mujer tiene un conocer personal y su
protagonismo lo ejercita en el ámbito de la libertad, libremente.
Pienso que seguir profundizando en estos dos acontecimientos de la Biblia puede
darnos más luz sobre la realidad antropológica de la mujer y su insondable
riqueza, en gran medida por descubrir.
Gerardo González