El mal

Indice
1. Introducción
2. Visión de Dios en el Antiguo Testamento
3. Planteos filosóficos respecto del problema del mal
4. ¿Hay una Pedagogía en el dolor?
5. Conclusión

1. Introducción

Hablar con sentido del dolor humano no resulta una tarea sencilla. Quizá hoy menos que nunca. Estamos cansados de palabras de las que sólo podemos cosechar vacío y esterilidad. Porque la palabrería sólo termina en hastío y aburrimiento. Y ya lo dijo Juan Pablo II: "el sufrimiento humano suscita compasión, merece respeto y, en cierto modo, intimida".
Tampoco es fácil elaborar un material con un contenido sobre una de las cuestiones fundamentales, diría yo el drama humano por excelencia, de todo ser humano: el dolor, el sufrimiento; donde intento responder uno de los enigmas irresolubles - pero no carente de sentido- de la vida; y porque no son pocos los que ante una insuficiente lectura de la Biblia acusan a Dios como causante directo de sus males, para dar respuesta a tal enigma.
Comencemos dejando definido el sufrimiento como "la impresión desagradable que resulta en el ánimo de la presencia de algún mal". Al dolor y al sufrimiento lo utilizaremos como sinónimos, aunque el dolor es más externo y el sufrimiento incluye la reacción de la persona.
El origen del sufrimiento constituye un grave problema filosófico-teológico, incluido en otro más amplio: el origen del mal.
Sobre la metafísica del mal, Santo Tomás la define como "ausencia de ser" (el mal no es una naturaleza, ni una forma ni un ser), y es mas, es una "privación" de un bien que debería existir en una cosa. Aclaremos que decir que el mal no es un ser, no significa decir que no existe o que es una ilusión. El mal existe realmente, como una herida o una mutilación del ser.

Con el término mal se señalan generalmente dos categorías o tipos de mal:
Los males físicos que a su vez entraña el mal en cuanto es vivido subjetivamente bajo la forma de sufrimiento. El hombre toma conciencia del mal que se encuentra en sí mismo, en sus relaciones y lo vive dolorosamente, como sufrimientos que suelen indicar los dolores físicos (enfermedades, incidentes), las penas psicológicas (angustias, miedos, depresiones), tristezas espirituales o existenciales (impotencia al no alcanzar ideales, violencia por parte demás, amenaza de la muerte). También el mal referido a lo que hay de objetivamente desordenado en las cosas, las estructuras, la naturaleza y en las actitudes de otros ante nosotros y que se hace causa objetiva y real de los sufrimientos en el nivel subjetivo.
El mal moral (pecado, abuso de la libertad); el mismo hombre en cuanto fuente de injusticia y de opresión con sus prójimos, bien sea de forma directa o indirecta.
Lo que nos ocupará especialmente en este trabajo es el mal en su primera categoría: el mal físico.
El inmenso problema que plantea el mal para el hombre de todos los tiempos lo podemos apreciar en tres niveles:

  1. Como problema existencial-práctico. El mal visto como escándalo, y al mismo tiempo es un desafío para la práctica; ¡hay que combatir el mal contra esto!. No es posible la actitud de indiferencia, sino la existencial-práctica, manifestada algunas veces como resignación pasiva o fatalismo (y que se le va hacer... ya estaba escrito...), la rebelión absurda (chillar, suicidarse), desprecio estoico, lucha confiada y comunitaria contra el mal recurriendo a todos los medios de la ciencia, técnica y la capacidad operativa del hombre, para disminuir los efectos del mal y apartar sus causas. Albert Camus era de los que consideraban el mal como un absurdo, y esto lo empujaba a la rebelión, y contra el mal propone la solidaridad en su novela La Peste.

  2. Como problema teórico, que representa un desafío a la razón y a la explicación racional que se pregunta ¿Qué es el mal? ¿De dónde viene? ¿De qué sirve?. Son muchísimos los intentos de encontrar respuesta a estos interrogantes mediante la razón; y en el capítulo II veremos algunos de ellos, a mi juicio, los más significativos. Porque el hombre cree que es capaz de enfrentarse con muchos sufrimientos y males si comprende, al menos de alguna forma, el porqué y el modo de combatirlo.

  3. El mal como misterio, que suscita el problema de la salvación final del hombre. Todas las grandes religiones se preocupan de este misterio del mal y del sufrimiento, no tanto para ofrecer una explicación intelectual, sino para indicar una salida (ligada al ofrecimiento de la salvación por parte de Dios). Sobre todo el cristianismo, que atribuye un puesto central a este dilema y a la Salvación-Redención que Dios ha hecho patente en la vida y palabras de Jesucristo, asunto que nos ocupará en el tercer capítulo.

Por lo tanto, con el presente trabajo persigo los siguientes objetivos:

En resumen, la hipótesis que mi fe me propone mostrar, haciendo una mirada desde las Sagradas Escrituras, la espiritualidad y la filosofía, que Dios no es causante del sufrimiento humano, pero que se adueña de él para darle un sentido a nuestra vida y de esta manera redimirla.
Sufro, luego existo.
Miguel de Unamuno
¡Ay! A veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir...
amargo es el dolor, pero siquiera
¡Padecer es vivir!
Gustavo A. Bécquer

2. Visión de Dios en el Antiguo Testamento

Abraham e Isaac. ¿Prueba de fe?
La experiencia del dolor conduce a muchos a tomar distintas posturas y reacciones. Entre otros, están los que recurren a la Biblia para buscar en ella y sacar frases de consuelo, respuestas a sus interrogantes aún con buena voluntad religiosa.
Muchos, alguna vez, se han topado con el relato de Gn 22, 1-19, "el sacrificio de Isaac". ¿Cuántos se habrán escandalizado, o incluso rebelado contra Dios? ¿Por qué causa? Por exigirle a Abraham, en senil hombre con una esposa estéril, que ofreciera a su único hijo en sacrificio. ¿Sólo para probarlo en su fidelidad?
Allegados y estudiosos de la Biblia suelen preguntarse ¿Probó Dios realmente a Abraham al pedirle que matara a su hijo?
Podemos preguntarnos entonces que ¿Dios es capaz de mandarnos pruebas que nos hagan sufrir o resulten crueles?
Un Dios así ¿No mataría la confianza religiosa de cualquier hombre?
Los biblistas enseñan hoy, que este relato procedente de la fusión de las tradiciones yahvista y elohísta alrededor del año 721 a.C., es una antigua y respetable leyenda que contenía una enseñanza contra los sacrificios de niños. Leído a la luz de la historia de las religiones, este capítulo del Génesis registrará el descubrimiento de que Dios no quiere sacrificios humanos. Aún más, hay en esto una absoluta prohibición y coinciden en esto Schöekel y Torralba, sino que exige la sumisión y denuncia un culto que no va unido a la obediencia.
En el Antiguo Testamento esta práctica aberrante está registrada, prohibida y condenada, y sin más comentarios explícitos, la narración de Génesis 22 pertenece a estos registros entre otros, Dt 12,31; Lv 18,21; 20,2; 2Rey 3,27; 17,31; 16,3; Jer 7,31; 33,35; Ez 16,20; 20,25.

Aunque el P. Álvarez Valdéz insistirá en el hecho de que este relato sólo quiere mostrar que Dios prohíbe y aborrece los sacrificios humanos, que el Dios de Israel no era despiadado ni brutal, que afirmaba el respeto total a la vida y a la dignidad humana y así desterrar esta cruel costumbre. Además, el mismo autor se ubica en la postura de que Dios no puede probar nunca a los hombres, y que no existen las llamadas "pruebas de Dios", que éstas son una mala interpretación de los textos bíblicos, en especial del AT.
Pero el hagiógrafo define y comienza las historia como una prueba (Gn 22, 1-3) y al ofrece como clave de lectura. Temer a Dios no indica el miedo, sino respeto reverente, lealtad sumisa, y Dios "comprueba" que Abraham es temeroso de Dios.
El valor que resalta, además, este relato es que los sacrificios, sea cual fuera la dificultad, radican en ser signo de fe y obediencia internos de quienes los ofrecen y su demostración es el cumplimiento de las normas del dios a quien se dice adorar, lo otro será una demostración externa. Y lo importante no es la expresión externa sino el temor de Dios, aún cuando pida cosas muy penosas y difíciles.

El sufrimiento del justo Job.
Presentación del drama.
El drama de Job es el de todo creyente que sufre sin motivo. Job cree en Dios, en un Dios justo y todopoderoso. Sufre y se pone a hacer su examen de conciencia (sobre la justicia y el amor al prójimo). Y se encuentra inocente.
Job rechaza los argumentos de sus amigos. Él cree en Dios, pero no acepta esas razones que sus amigos le dan. Él sabe y es consciente que es inocente y por lo tanto quiere hablar con Dios, preguntarle el porqué ha de sufrir tanto.
Este drama consta de tres momentos. Están por una parte, los amigos que representan la moral del éxito en el mundo y las tesis tradicionales: "bendición para los justos, castigo para los malos"; "si sufres es que has pecado"; Dios te ama, pues castiga a los que ama". Job refleja la moral de la búsqueda exigente y angustiada, es el hombre que pregunta y quiere comprender, que pide cuentas a Dios. Dios viene a mostrarse como el gran ausente que se va haciendo presente a medida que avanzan las preguntas de los hombres, para hablar al final. ¿Con qué derecho me pides cuentas? Y Job se postra en adoración.
Cuando Dios se manifiesta no se revela de un modo que podamos comprenderlo plenamente, se manifiesta y se esconde. Es imprevisible, y esto lo experimenta el hombre de forma particular ante la experiencia del dolor.
En el libro de Job hay una doble imagen de Dios. La primera en la parte narrativa y en la teología de los amigos de Job; la otra se manifiesta en las reacciones de Job, que rechaza las interpretaciones y principios de sus amigos. Estas partes nos muestran dos comportamientos distintos de Job ante Dios; primero la paciencia perfecta, piedad, humildad, aceptación de la voluntad de Dios; en la segunda, muy dramática, Job es el impugnador, el rebelde que rechaza las interpretaciones teológicas que justifican su dolor e interpela a Dios para que le dé una respuesta directa.
Cuando Dios le contesta a Job, en su discurso le muestra que esto que él quiere entender es un misterio que emergió de la mente de Dios, y hasta que Job (y el hombre) no descifre ese misterio tampoco podrá descubrir la razón de su sufrimiento.

Fases del Libro
Según parece a los biblistas, antes de tener su actual y definitiva forma, el libro de Job, que era un antiguo cuento conocido por los hebreos, pasó por tres etapas de conformación.
La intención de este libro era iluminar una de las cuestiones más angustiantes de todos los tiempos: la enfermedad y el sufrimiento del hombre. La respuesta propuesta por los primeros hagiógrafos, que presentan la tradicional postura hebrea de entonces, era que se sufría el castigo por las culpas propias o ajenas, heredadas de los antepasados.
Luego, otro autor disconforme con esto, al agregar al relato primitivo (siglos más tarde) los diálogos entre Job y sus amigos y el discurso de Dios, quiso mostrar que un justo también puede sufrir; que sólo Dios sabe el porqué y que no hay que pedir demasiadas explicaciones ya que es un misterio divino.
En una tercera etapa, otro hagiógrafo, que agrega el personaje de Eliu quien es un cuarto amigo de Job (caps. 32-37) no mencionado al principio, más maduro avanzado en la revelación propuso la idea de que el sufrimiento tiene valor salvífico, que sirve para madurar y purificar, todo esto formaba parte de la pedagogía divina.

Mensajes de la obra.
Job, que pierde todo, sigue creyendo; sin embargo, no se resigna a someterse a su "destino". Se rebela, interroga, quiere entender; ése gesto vale. Lo que este libro nos muestra es que Dios castiga a los amigos de Job porque repiten frases hechas y creen saberlo todo, rehabilita a Job porque Dios ama al rebelde, al que pregunta. Aprendemos que no podemos captar lo infinito ni la razón de Dios, pero el intento no puede frustrarse. "Estamos más para preguntar que para responder".
Por eso, el hecho de que el sufrimiento humano en un mundo gobernado por Dios que es amor siga siendo un misterio, tiene que conseguir que no nos sorprenda el final misterioso de este libro.
La explicación del hecho del sufrimiento de Job, su sentido, permanece sin revelarse incluso al fin. La sabiduría no consiste en conocer la razón de los caminos de Dios sino en temerlo en la práctica obrando rectamente y evitando el mal. Y Dios desea la humildad del hombre, no su orgullo y su sabiduría. Ante ciertos problemas, el hombre debe aceptar con humildad el orden providencial divino, difícil, pero amigo.
El problema de Job fue de esta clase. Nunca se ha dado una solución mejor al problema del sufrimiento, sólo desde la cruz. Desconocemos sencillamente la razón última de la existencia del sufrimiento. "Pero era bueno que un libro expresase de ese modo nuestra rebeldía contra el mal. Ahora sabemos que la rebeldía y la blasfemia pueden ser oración, que las explicaciones piadosas no valen nada y que la única actitud posible para el creyente es la confianza".
El mensaje es que en el creyente, ambos comportamientos (confianza y rebelión) pueden coexistir en momentos distintos, pero también en un mismo momento.
Al hombre que se encuentra en sufrimiento, Dios le manifiesta su presencia, queriendo hacerle comprender como a Job, que está a su lado también ahora, ocupándose en su dolor. Y aunque Job no lo advierta, Dios está junto a él, y de este modo, la explicación del misterio del dolor está en el encuentro personal con Dios, en una experiencia renovada del Dios vivo, que "defiende al pobre de la rigidez opresora de una imagen preconcebida de Dios. El sufrimiento se convierte en ocasión para afirmar la presencia de un Dios constante, providente y premuroso con todos, aunque esto no se verifique según las formas que el hombre tal vez esperaría".

Conocimiento sobre Dios de los hebreos y otros pueblos antiguos.
Buceando el Antiguo Testamento sobre el mal, sus orígenes y causas, descubriremos no sin sorpresa que: ‘Dios mismo es la causa de los males del mundo’; no sólo es responsable de las enfermedades, muertes, males sociales, también provoca los desastres naturales (v.gr. El diluvio, la esterilidad, la lepra, sequías, terremotos, derrotas militares).
Y esta convicción podemos encontrarla con claridad en Is 44,7; Os 6,1; Sal 88, 16-17. Contrasta entonces, la concepción de un Dios terrible y espantoso para los judíos de entonces, con la de un Dios Amor y Bondad para nosotros hoy. ¿Cuál es la causa?
Muchas mitologías populares antiguas son ricas en dioses a los que atribuyen patrocinios sobre muchas cosas: la vida, la muerte, el viento, la lluvia, el sol, la fecundidad, la salud, etc.). También sus dioses aparecerán dirigiendo todas las peripecias de la vida del hombre, como lo trata Sófocles en su tragedia Edipo Rey y la infabilidad de los oráculos del dios Apolo por ejemplo.
Álvarez Valdéz expone que el no desarrollo de las ciencias en la antigüedad hacía que los pueblos (incluido Israel) ignorasen las leyes de la naturaleza y de los fenómenos ambientales, como también las causas de las enfermedades. También poseían una psicología bastante elemental, donde los conceptos de libertad y responsabilidad humanas estaban poco desarrollados. De esta forma muchos fenómenos naturales eran tenidos por sobrenaturales; cualquier cosa, buena o mala, linda o fea, feliz o desgraciada era obra de los dioses, y para un judío será la responsabilidad de Yahvé Dios, dueño y autor de todo.
Al venir Jesús al mundo y comenzar su ministerio se dio con esta mentalidad. Él fue un revolucionario de la teología de la época enseñando que Dios no castiga el pecado con enfermedades (cf. Jn 9, 1-3), ni con accidentes (cf. Lc 13, 4-5), pues Dios, que ama a todos los hombres, quiere que todos se salven. Á. Valdéz será categórico al que "Jesús no explicó de donde vienen las desgracias de este mundo, pero sí explicó de donde no vienen; no enseño que causas la provocan, pero sí quien no las provoca: Dios".
Agrego que es muy peligroso querer ver siempre la raíz de todo sufrimiento en un pecado concreto que lo justifique. Pienso que es una falsa humildad, que puede dar lugar a rebeliones especialmente cuando no se logra descubrir tal pecado, como lo expone A. Camus en un episodio de La Peste al poner en boca del Dr. Rieux ante el P. Paneloux "...y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados..."; y también lo hará Dostoievski en los Hermanos Karamazov, cuando Iván dice a Aliocha que quiere devolver su pasaje de entrada en la creación porque "...rechazo de plano la suprema armonía. No vale las lágrimas de cualquier niña martirizada, que se golpea el pecho con sus puñitos y reza al ‘buen Dios’ que no acude a vengar sus lágrimas...demasiado cara ha sido esa armonía".
La Biblia no nos explica ni suprime el misterio del dolor, sino que ha iluminado este misterio por la actitud de Cristo. Especialmente en los Evangelios están los latidos del corazón de Jesús respecto a Dios, al mundo y al hombre, pero, como dijo el Papa Juan Pablo II en Polonia (junio 1997): "Cristo no escondía a sus seguidores la necesidad del sufrimiento. Decía muy claramente que si alguno quiere seguirme, cargue con la cruz cada día...(Lc 9,23)".

3. Planteos filosóficos respecto del problema del mal

Ante el mal (físico), lo único que parece interesarnos es su eliminación. Se piensa que lo mejor es conocer su origen, sus causas, para que así, anulada se anule el efecto. Buscamos conocer las causas del mar en lugar de intentar comprender su ‘sentido’. Miremos ahora algunos ‘intentos’ significativos de dar con la respuesta del problema que nos ocupa.

La mitología
La mitología ha ofrecido su sensibilidad al origen del mal y del sufrimiento, como lo hemos visto en el Cap. I.3. Estas consideraciones antiguas y otras medievales sirvieron de trasfondo para las especulaciones metafísicas.
Los aportes de Leibniz, Theilhard de Chardin y Marx
El principio de razón suficiente de Leibniz.
El racionalismo de Leibniz puso en boga el ‘principio de razón suficiente’, según el cual ‘todo ha de tener alguna razón suficiente en su existencia’. Que no es lo decir que tienen causa suficiente. Ya que hay cosas que existen en el mundo real, al margen de una determinada causa eficiente, como son los hechos fortuitos; tales hechos concomitantes (per accidens) carecen de causa, y causa propiamente dicha tienen sólo aquellos efectos intentados per se. Lo que no quiere decir que no tengan una razón suficiente de existencia.
Aplicando esto al mal, tenemos que ha de tener alguna razón suficiente de existencia.
Siendo el mal una privación, parece claro que no puede constituirse en un fin u objetivo, en algo intentado per se. De hecho, el mal por el mal no parece deseado por nadie. En consecuencia, si no es algo intentado o deseado de suyo es concomitante, un ser per accidens, es decir entonces que carece de causa eficiente, pero no decimos que no es real como privación.
Tampoco es correcto decir que el mal tiene causa permisiva, sobre todo aplicado a Dios. Quien positivamente permite el mal es que, o no puede evitarlo o pudiendo hacerlo no quiere, salvando así mal la responsabilidad de la causa permisiva. No vale decir que no siempre quien puede evitar un mal está obligado siempre a hacerlo, menos aplicado al Ser que es Suma Bondad.
Simplemente, no se puede decir con propiedad que hay una causa permisiva del mal; ya que tal causa sería una causa per se, y ya vimos que el mal no tiene causa per se.
El valor positivo de la evolución de Theilhard.

Entonces ¿El mal existe sin ninguna explicación?
Para intentar comprender el sentido del mal, propone Chardin, debemos intentarlo desde el hombre como ser viviente inserto en la escala zoológica, ya que el mal (físico que nos interesa)ha de verse con los valores positivos de la evolución física de los seres vivientes. La evolución implica necesariamente cambio, mutación. Un ser inmutable no evoluciona. Tal mutación implica a veces que pueda ser involutiva, y que siempre ha de llevar la destrucción anterior.
Así, pues, el mal físico, incluyendo hasta la destrucción o muerte de la vida, es una condición necesaria de la evolución de los vivientes o de su conservación. Visto así, ya no es un mal absoluto, sino muy relativizado; incluso se halla integrado positivamente en el engranaje evolutivo del cosmos.
Concluye Theilhard que no se trata de que el mal físico sea un castigo del pecado, ni siquiera para el hombre: es una condición de la vida material, tal como la conocemos en el cosmos.

La propiedad privada, causa del mal para Marx.
También el marxismo clásico se ha ocupado de dar su interpretación al problema del mal, en sí misma opuesta a las vistas y en general a la visión cristiana; situándose exclusivamente en un plano histórico, negando la trascendencia y la metafísica. De esta forma, hemos de buscar la interpretación y superación del mal en el marco histórico y humano.
En la visión clásica de Marx hay una gran sensibilidad por las diversas formas del mal (religioso, político, social, económico) y particularmente en el mal físico lo respecto a las estructuras. En la raíz de todas estas formas está la situación económica, el conflicto señor / esclavo, obreros / capitalistas. La propiedad privada es el símbolo y al mismo tiempo la raíz histórica de los demás males.
Y si es la historia la que engendra esta formas de mal, también engendra las fuerzas capaces de revertirlas. La clase obrera, el proletariado industrial, son el fermento revolucionario de la historia, que aboliendo la propiedad privada, el estado, las falsa estructuras jurídicas y la religión dará comienzo a la verdadera historia de la humanidad; superados todos los conflictos socio-económicos se abre la perspectiva de una paz y fraternidad universal.
Resumamos, el origen del mal es histórico, su naturaleza es estructural, el elemento determinante es la base económica, no hay que esperar conversión del corazón sino la lucha colectiva; con ésta y la abolición de la propiedad privada el mal quedará derrotado y totalmente extirpado de la historia. Ante el mal, la práctica antes que las discusiones teóricas. No es tan importante saber explicar las causas del mal sino comprometerse a combatirlas y derribarlas.
Aquí vemos el mal, como en las interpretaciones de Leibniz y Theilhard, a luz de las estructuras universales e impersonales del universo; haciendo de lado la persona individual e inviolable, incluso hasta se la reduce a sus meras dimensiones sociales. Y todos los problemas que expresan el enfrentamiento personal e impersonal con el mal (soledad, odio, amor fracasado, infelicidad, enfermedad, etc.) o son ignorados o se ven reducidos a los problemas socio-económicos.
Marx, Leibniz, Chardin y otros, no tienen en cuenta al hombre y su drama personal, ya que el verdadero rostro del mal es precisamente que en él hay algo inútil, negativo, que no sirve, que a la madre que ha perdido un hijo no le interesa lo que los racionalismos puedan decirle.

¿Cuál es, según Sto. Tomás de Aquino, la significación del mal en el mundo?
En la Suma Teológica se explica que la perfección del universo exige que haya una desigualdad en las cosas, para que todos los grados de ser o de bondad sean llenados. Hay un grado de bondad que tiene de propio que todo lo que está colocado en él, sea bueno a tal punto que no pueda decaer jamás del bien; este grado está reservado a Dios, a los ángeles y las criaturas que gozan sobrenaturalmente de la visión beatífica. Existe también otro grado de bondad que a diferencia del primero, éste puede decaer del bien, y en este grado se encuentra la naturaleza entera; de hecho que esa caída se producirá algunas veces en tales seres. Ésta es la razón por la cual el mal se encuentra en las cosas.
Dios y la naturaleza, todo bien activo hace lo que es mejor respecto al Todo; éste Todo, que es la universalidad de las criaturas, es mejor y más perfecto si hay en él ciertas cosa que puedan decaer del bien, sin que Dios lo impida; y esto por un lado, porque no es propio de la Providencia destruir las naturalezas sino conservarlas, y está en la naturaleza de las cosas que los seres que puedan decaer a veces, lo hagan; pero el poder de Dios es tan grande, según San Agustín (Enchridon, cap XI), que aún del mal extrae algún bien. Así, se suprimiría mucho bien si Dios no ‘permitiera’ que el mal exista.
Vale la advertencia que si leyésemos mal lo expuesto precedentemente, pensaríamos que la posición de Sto. Tomás está justificando a Dios a la manera de los amigos de Job (posición que intentaron tomar Leibniz y Chardin), y ya vimos en el cap. I, que Dios reprueba a tales defensores. Para comprender su pensamiento sobre el mal no hay que valerse sólo de la cuestión tratada en la Suma, colocada en el plano metafísico de la naturaleza, sino mirar desde la fe, la gracia y el contexto teológico de la doctrina tomista.

Resumiendo
Como Dios es la Bondad misma, le es imposible cuasar algún mal: sería algo así como un círculo cuadrado. Sin embargo, es conveniente aclarar este punto. La filosofía cristiana, según la luz tomista, nos expone que Dios es la "causa primera" de todo lo que existe, por lo tanto lo será del mal físico. Las "causas segundas" obran en todas partes, pero Dios es siempre la causa primera.
Pero, el mal físico o moral no puede ser nunca efecto de Dios, pues en sí mismo no es nada positivo y por ello no necesita ninguna causa primera. El ‘acto malo’ no es un ente en sí mismo y por sí mismo, y en este sentido no ‘tiene’ causa primera.
Hay algo aquí que la mera filosofía no puede sino sospechar, pero que se hace muy claro a la luz de la revelación divina: El hecho de que Dios "permita" el mal a través de su providencia para extraer de él el bien, y para reparar el desorden que provoca la criatura;, y lo vemos claramente en San Pablo: "Dios dispone de todas las cosa para el bien de los que lo aman" (Rm 8, 28).

Voces actuales e impotencia de la razón ante el mal en relación con Dios.
En muchas bocas no es raro escuchar: "En el mundo hay injusticias, opresión, violencias y tantas clases de males que no existirían si Dios fuera tan bueno como ustedes dicen. ¿No predican que Dios es el señor de la historia?... Si es así, nuestras desgracias son obra suya, o porque las quiere o las permita".
No es decente cargar a Dios con toda la responsabilidad de nuestras faltas y de nuestros crímenes. Si Él interviniera en cada uno de nuestros actos, tendría razón Marx de acusar la religión de ser alienante, porque seríamos incapaces no sólo de hacer el mal, sino incluso de practicar el bien por nuestra propia cuenta: habríamos dejado de ser personas. "Esta manía de organizar la vida de las personas sin dejarles posibilidad de elección es propio de las dictaduras"
Nuestro conocimiento de Dios, de su bondad y de la creación es vaga e incompleta para poder hablar de contradicción entre el mal y la existencia de un dios infinitamente bueno, omnipotente y perfecto.
Para muchos un Dios "bueno" debería ser una especia de ‘genio de Aladino’ que cumple y regala todo lo que el hombre desea e interviene para arreglar las cosa en lugar del hombre, dispensándolo al hombre de todo esfuerzo. O sea, un Dios que regala casa, empleo, bienes, salud, etc.
Si proyectamos en Dios esta idea pobre de su bondad, es claro que deduzcamos que Dios no es bueno, que no existe.
Existe, también a nivel humano, un rico concepto de bondad: el permitir que el otro él mismo realmente, ayudarle para que sea autónomo y adulto, abrirle horizontes de verdad y de valores que le permitan hacerse persona lograda y completa. Así, los "buenos padres" o los "buenos maestros" no regalan ni mucho menos todo lo que el niño quiere, ni le dispensan del esfuerzo,
búsqueda, intentos, fracasos. Y a nivel humano, todo esto no es juzgado contrario a una auténtica bondad.
La distancia entre la bondad humana y la de Dios es harto inmensa, pero si pensamos en la bondad de Dios según el segundo modelo, nos resultará comprensible a nuestra condición humana el sufrimiento, la fatiga, el error, etc. Existe entonces, un tipo de bondad en la que queda también un espacio para estos aspectos negativos de la vida. Frente a Dios, el hombre no debería ser tratado como un niño, sino como un adulto, que es más digno, aunque duro y molesto.
Así también, de manera análoga podemos reflexionar sobre la perfección y la omnipotencia creadora de Dios. Porque proyectamos sobre el acto creador una actitud al nivel de las actividades humanas. Un nivel que no tolera los grandes defectos en los productos manufacturados y en los procesos de producción.
Es claro que nos escandalicemos de la Omnipotencia de Dios si la concebimos con el modelo precedente, pues, ¿Cómo Dios hace las cosas con defectos? ¿Porqué no interviene para remediar "sus procesos productivos"? ¿Porqué no impide el mal?
En este sentido, la filosofía de Sto. Tomás y de muchos otros pensadores reaccionaron contra la "vulgarización" del acto creador, que se lo conciba según un modelo de la producción industrial o artesanal.
Como hemos visto en la bondad, la omnipotencia creadora es también lejana a la inteligencia humana. Pero si queremos concebirla a nivel humano, hagámoslo en relación con las formas más elevadas de la inteligencia humana, como la de los padres que educan al hijo, llamándolo fuera de sí, formándolo en libertad, ayudándolo a reconocerla y ejercitarla, promoviéndolo hacia la madurez del hombre adulto.

4. ¿Hay una Pedagogía en el dolor?

Ante la manifestación del sufrimiento.
El sufrimiento nos detiene en los avatares de la vida, es un interrogante. ¿Porqué? Y al preguntar porqué no estamos interrogando acerca de nuestro ser en el mundo. Y de ahí todo lleva a la única respuesta, muda, Dios.
Sólo ante Dios cabe clamar. Y aunque sepamos que no escucharemos respuesta alguna, sabemos que Él es la respuesta y nosotros el clamor.
Dice Barylko: "no festejo el sufrimiento, pero sé que es una oportunidad de crecimiento hacia el amor."
Ante el sufrimiento que acontece, y que se da todo por entero, ya no cabe preguntarse porqué, sino para qué. Ése es el significado, y depende de mí. Yo tengo que hacer del sufrimiento sustancia creativa para una nueva visión, una nueva vida. Es la única manera de desprenderme de él. Y esa fuerza la encuentro en Dios, en su hijo Jesús, la respuesta dada por Dios al hombre sufriente.
En realidad, el sufrimiento es frecuentemente la mejor escuela de la vida. Se ha dicho que nosotros vivimos tan envueltos en tantas ocupaciones y preocupaciones que la única manera que tenemos para reflexionar y meditar es poniéndonos enfermos.
Es justo decir también, que el dolor no siempre madura o hace mejorar a todos; a veces destruye las personas, las derrumba.

Por eso, hay que ser prudentes al defender la idea de que Dios usa de la pedagogía del dolor. Es muy diferente decir "Dios se puede servir del sufrimiento", a decir que "Dios manda el sufrimiento" a una persona para hacerla crecer. Porque al afirmar lo segundo es justo que alguien se pregunte entonces ¿Dios provoca el sufrimiento de los niños para enseñar la compasión a un adulto?
¿Cómo hablar de Dios, cómo encontrar un lenguaje sobre Él partiendo del sufrimiento del inocente? Esta es, con todas sus consecuencias sobre la comprensión de la justicia y de la gratuidad de Dios, la cuestión fundamental.
La experiencia del dolor comporta momentos de angustia y de tristeza, interrogantes y sentimientos de culpa, deseos de amor y momentos de rabia. El dolor puede provocar regresión sobre nosotros mismos y ponernos como ejes donde deben girar las demás personas, incluso Dios mismo, al que ponemos a nuestro servicio. Pero también esta experiencia puede convertirse en momento creativo, en descubrimiento de una riqueza interior, en profundización de relaciones o creación de un modo nuevo de vivir y de amar.

Actitudes frente al dolor
La libertad verdadera que le queda al hombre es la de optar una actitud ante el sufrimiento.
Unos se resignan pasivamente y otros aceptan creativamente; unos se retiran vencidos y otros protestan; unos retroceden y otros avanzan; unos se desesperan y a otros los sostiene la esperanza; unos se refugian en el pasado y otros confían en el futuro.
Según las decisiones que se tomen o las actitudes que se adopten, se consigue la paz y crecimiento, o estancamiento en un sufrimiento que permanece estéril.
En la novela de Wiesel, sobre su experiencia en un campo de concentración durante la II Guerra, el autor nos cuenta que "delante del niño agonizante, un prisionero preguntó: ¿Dónde está Dios en este momento?", y en ese momento Wiesel oyó una voz que le decía en su interior: "¿Qué dónde está Dios? Está ahí, ahorcado en esos palos".
Un Dios que no interviene drásticamente para cambiar desde afuera el curso de los acontecimientos no significa que no sea un Dios presente en lo íntimo de las personas que viven estas experiencias. Dios no es un espectador de las tragedias humanas, sino que participa como compañero de viaje en ellas, de múltiples y misteriosas maneras para ayudar a encontrar y asumir las actitudes para sobrellevarlas.
Kalil Gibrán sintetiza las actitudes humanas ante la vida expresando: "Ante mis ojos los hombres se dividen en tres grupos: uno maldice la vida, otro la bendice y el otro la observa. He amado al primero por su desesperación, al segundo por su tolerancia y al tercero por su comprensión."
Ante el dolor, la única respuesta posible es la que brinda la pedagogía, es decir, la actitud que desarrollemos ante él. De modo que lo más importante es aceptar la capacidad de sobreponernos al drama que nos toque vivir, depende en gran medida de nosotros, del interés que pongamos en su vivencia; admitir que está en nuestra mano el hecho de irnos educando en aquellos aspectos que nos pueden servir, no para evitarlo, pero sí para descubrir muchas cosas, entre otras, la utilidad que nos conlleva detenerse ante preguntas que no podemos responder y la incógnita que nos presenta nuestra propia existencia.

Podemos decir que el reconocimiento de la pedagogía inherente al dolor exige dos condiciones:

Y en ambas se halla implícita la fe y la voluntad; la creencia impulsa a la acción.

Jesucristo, ‘el sanador herido’.
Contaba el P. Menapace en una charla con padres que habían perdido alguno de sus hijos, que en el monasterio tienen una majada de ovejas. Todos los meses se encierra la majada y se elige un borrego, se lo toma y se lo sacrifica, luego se suelta la majada. Ésta se va tan tranquila a pastar, a reproducirse, a seguir andando. Acaba de ver morir un hijo, un hermano, y sin embargo, aparentemente no dan muestras de sufrimiento. Dan muestras de dolor cuando se las esquila o sacrifica, pero no de sufrimiento. "¿Y porqué no da muestra de sufrimiento el animadle haber visto morir un hijo? Porque no tiene el amor. Y donde no hay amor no hay sufrimiento."
El mismo Menapace agrega que el sufrimiento que tememos son fruto del amor. Dejemos de amar y dejaremos de sufrir. "Si nos arriesgamos a amar, nos comprometemos a sufrir," pero sufrir por haber amado vale la pena.
El sentido del sufrimiento no puede explicarse, sólo se lo puede "encontrar" y "vivir" desde dentro. El Hijo de Dios no predicó el sentido del sufrimiento, sino que lo narró con su propia vida, con su sufrimiento y su muerte. Él es el ‘sanador herido’.
Hay dos cosa imposibles para Dios: el sufrimiento y la muerte. Porque Dios vive en el gozo y en la paz perfectos, porque es eterno. Entonces no puede sufrir ni morir. Por eso Cristo, el Hijo de Dios, Dios mismo él, se encarnó, y tenía que sufrir y morir según las escrituras (cf. Lc 24, 26) para salvarnos, sufrir y morir por el hecho de que nos ama y asume ese compromiso, como lo decía Menapace.
La importancia de la imagen del sanador herido, procede del ejemplo de Cristo. Sus heridas nos han salvado. Sufrió por amor a nosotros y al mundo alejado de Dios. Ese amor herido tiene un gran poder de curación porque es una amor encarnado, que entra dentro de la debilidad humana, siente y vive nuestro dolor.
Hay un sufrimiento que nos madura y nos ayudad a ‘ayudar’ a quien vive la experiencia del dolor. Cuanto más conscientes seamos en el modo de conducir nuestro sufrimiento, más sensibles seremos al tratar el dolor de los demás.
No siempre es posible curar el dolor. A veces somos ignorantes y nos quedamos en silencio. El silencio es con frecuencia el mayor servicio. Estando al lado de las personas, pero al mismo tiempo rehusando a apoyar sus ‘imposibles ilusiones’ o facilitarles huidas del dolor, podemos devolverles la valentía de llamar por su nombre a sus miedos profundos y a expresar una angustia que tanto les amenaza. Nuestra tarea principal es estar allí y vigilar con ellos, es decir, ofrecerles lo que Jesús en vano a sus discípulos en el huerto de los Olivos. Nuestro deber es no huir y permanecer al lado de quien sufre, como María Al pie de la Cruz. Se trata de la presencia discreta y silenciosa, pero profundamente participativa, de una madre al lado de su hijo que sufre y se muere.

Resultados de la pedagogía divina en el dolor.
Al sufrimiento se trata de aprovecharlo, - es un elemento que existe y existirá siempre – para hacer de la necesidad virtud. El primer paso para utilizar cristianamente el dolor es avivar la fe. Vemos con facilidad la mano de la Providencia Divina en las pruebas ajenas, pero miramos las propias con ojos naturales, como fruto del azar o la malicia de otros. Existe también el peligro de buscar el dolor por la mortificación voluntaria, y por otro lado quejarse cuando se presenta en formas no esperadas.
Negar el valor del sufrimiento no implica en absoluto una ayuda para el que lo padece, supone, por el contrario, arrebatarles algo más; es una indignidad. Los sufrimientos son ocasión para que generen caridad, poseen la virtud de hacernos mejores aunque sea solo un momento, y además se adquieren muchos méritos.

Otros de los muchos efectos que la pedagogía divina en el dolor provoca en el camino de la perfección son:

El sufrimiento aceptado con amor, invita a la persona a reflexionar, a profundizar sobre sí mismo; no solamente para ahuyentarlo, ni aún para comprenderlo, sino para superarlo, llenar la vida y dar significación al propio camino. No debemos resignarnos al sufrimiento, sino encontrarle el significado divino. Jesús no vino a suprimir el dolor, ni a explicarlo, ni mucho menos a justificarlo. Jesús vino a transformarlo, a hacerlo sagrado, a conferirle un valor infinito, a salvar por el sufrimiento al mundo.
El sufriente con actitud negativa, planta al dolor ante sí, como el enemigo al que debe odiar y combatir, sabiendo que es como un obstáculo insuperable. El sufriente positivo coloca al dolor dentro de sí, como una prueba que debe sortear, pero de la cual puede salir también con algunos beneficios. Este deseo de luchar por vivir, comienza por producir un relajamiento interior; el espíritu se sosiega al pensar que no está vencido de antemano. Y si a todo esto le añade un entregarse confiadamente a la mano de Dios...

Quisiera ir cerrando con este poema de José L. Rosales:
"El dolor es un largo viaje,
Es un largo viaje que nos acerca siempre,
Que nos conduce hacia el país
Donde todos los hombres son iguales;
Lo mismo que la palabra de Dios,
Su acontecer no tiene nacimiento,
Sino revelación;
Lo mismo que la palabra de Dios,
Nos hace de madera para quemarnos;
Lo mismo que la palabra de Dios,
corta los pies del rico para igualarnos en su presencia.
Y yo quiero deciros que el dolor es un don
Porque nadie regresa del dolor
Y permanece siendo el mismo hombre.
Pero el dolor es como un don,
Nadie puede evitarlo,
Las esperanzas, el amor, el dinero,
Todos los bienes terrenales
Siempre están contenidos por él
Y son iguales que pájaros
Que vuelan sobre el mar,
Y son igual que pájaros,
Por más y más que vuelen
Nunca se apartan de su fin. "

5. Conclusión

Ha llegado el momento de finalizar este trabajo y por lo tanto establecer las conclusiones del mismo.
Retomando los objetivos, puedo afirmar, sin la intención de hacer una defensa de Dios, que:
Dios no causa las tragedias que padece el hombre: algunas son provocadas por la desventura, otras por la irresponsabilidad humana y otras son consecuencia inevitables de la naturaleza mortal. Dios no causa ni previene las tragedias, pero da la fuerza para afrontarlas y superarlas.
Desahogarse con Dios no es pecaminoso; mas aún, ayuda a curar: Dios no rechaza los desahogos humanos. Basta releer la Biblia con esta consigna, Job y algunos salmos por ejemplo, para convencernos de esto. Dios nos acompaña en nuestro sufrimiento, porque Dios hizo la vida y no la muerte (Sabiduría 1, 3), la Biblia claramente lo dice.
La fe no protege del dolor, sino que ayuda a afrontarlo; no lo explica, pero inspira a usarlo positivamente; no lo absolutiza, pero ayuda a reajustarlo a través de propuestas de esperanza y la invitación a la solidaridad. Afirmo entonces que el dolor tiene su pedagogía, solo hay que saber cuál es la actitud que debemos tomar para que nos aproveche. Cristo no ha sufrido para que nosotros no suframos, sino para que nuestros sufrimientos puedan parecerse a los suyos, ser redentores.
Creo que así, he alcanzado el objetivo propuesto, mostrar que Dios es Amor y que no es Él causa ni origen del sufrimiento humano, pero que se adueña de él para darle un sentido a nuestra vida y de esta manera redimirla.

 

Trabajo enviado por:
Hno. Ricardo Quintana cssr.
hnoricky@yahoo.com.ar

Cortesía de:
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para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL