VIRGEN OYENTE

Por Vicente Taroncher Mora
Capuchino

El Concilio Vaticano II dice que la Virgen María es el tipo de la Iglesia y Pablo VI aclara más esa idea añadiendo que María as el modelo de la Igle­sia. Esto significa que las virtudes de María y sus actitudes frente al problema de la salvación son la virtudes que la Iglesia debe imitar y las actitudes que debe asumir para lograr la salvación de pueblo de Dios.

Pablo VI en su exhortación apostólica sobre el culto mariano del 2 de febrero de 1974 señala tres actitudes claras de María frente al problema de la salvación. María es, según la doctrina del Papa, La “Virgen oyente”, la “Virgen orante” y la “Virgen oferente”.

Hoy nos venimos a referir a la primera de estas tres actitudes: la Santísima Virgen escucha, oye la palabra de Dios que le llega a través de la oración, de la reflexión sobre las Sagradas Escrituras, del mensaje del ángel, del testimonio de los pastores... y guarda en su corazón el mensaje de Dios. Y Ella responde a esta pabla de Dios con una fe obediencial. Porque la fe para María es algo más que una función del entendimiento; implica también la voluntad de acoger y someterse a la voluntad de Dios: “Hágase en mí se­gún tu palabra”, es la respuesta de María.

Por la fe, según el Vaticano II, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, y le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad. Esta fusión del entendimiento y la voluntad en el acto de fe aparece con to­da claridad en el idioma valenciano: Creure es dar asentimiento intelectual a la revelación; y creure es, a su vez, obedecer al que habla con autoridad.

María, al escuchar en la Anunciación las palabras del ángel, creyó en el misterio, y según frase de san Agustín refrendada también por Pablo VI, María “llena de fe, concibió a Cristo en su mente antes que en su seno”. Y pletórica de fe, sometiéndose totalmente a la voluntad divina, pronunció aquel: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según su palabra”. Y concibió en su seno al mismísimo Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo.

Por esta fe obediencial María es proclamada bienaventurada, es decir, agraciada de Dios. Y adquiere la seguridad absoluta de que en ella se cumplirán las promesas del Señor: “Bienaventurada tú porque has creído, porque se cumplirá lo que ha dicho el Señor”, exclama santa Isabel.

El mismo Cristo proclama a María, su Madre, bienaventurada por su actitud de escucha "oyente" de la palabra de Dios. Cuando una mujer del pueblo, entusiasmada por las palabras de Jesús, gritó: “Bienaventurado el vientre que te llevó...”, Jesús, concretando la respuesta en su Madre, exclama: “Es más bienaventurado el que escucha la palabra de Dios y la cumple”. Porque María, escuchando la palabra de Dios y cumpliéndola, había alcanzado ya la plenitud de la gracia.

Esta actitud de María de escuchar la palabra de Dios es la actitud de la Iglesia que, según Pablo VI, "escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios y la distribuye a los fieles como vida”. Es más, consciente de que Dios continúa revelándose al hombre, añade: “La Iglesia escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia”.­

A nosotros, como hijos de la Iglesia, nos corresponde estar atentos a la palabra de Dios. Dios nos sigue hablando a través de la Sagrada Escritura, del mensaje de la Iglesia, de la intervención de María en la vida de la Iglesia, de los signos de los tiempos... Concretamente, a cada uno de nosotros nos puede hablar a través de un amigo, de un gozoso acontecimiento familiar, de una enfermedad, etc. Oigamos, como María, la voz del Señor y cumplamos su voluntad.