VIRGEN OFERENTE
Por Vicente Taroncher, Capuchino
Ninguno
de los sacrificios ofrecidos a Dios en la antigüedad eran suficientes por sí
mismos para reparar los pecados y lograr la salvación de los hombres,
“porque es imposible que con la sangre de toros y de machos cabríos se quiten
los pecados" (Hebreos 10, 4). Por eso el Verbo encarnado, al entrar en el
mundo, como afirma San Pablo, se ofrece a Dios como víctima para el perdón
de los pecados y la salvación cúmel mundo: "No te agradaron los
holocaustos... he aquí, Señor, que vengo a cumplir tu voluntad” (Hebreos
10,6‑7).
Pero
María, Virgen oferente, ¿qué es lo que ofrece? Ofrece a Dios al Hijo de sus
entrañas y ella misma se ofrece uniéndose al sacrificio de Cristo.
María,
por el anuncio del ángel y por la clarividente visión que tenía de las
Sagradas Escrituras, conocía la misión del Verbo de Dios, y se une desde el
mismo momento de la encarnación al sacrificio de su Hijo, al pronunciar las
palabras de aceptación: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí
según tu palabra".
"La
Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo -nos dice Pablo VI- descubre en María
su condición de Virgen oferente, en el episodio de la presentación del niño
Jesús en el templo. En efecto, José y María llevan a Jesús al templo, no sólo
en cumplimiento de la ley mosaica, sino -como afirma el Papa- para ofrecerlo
al Señor como misterio de salvación. De hecho, el anciano Simeón, tomando
al niño en sus brazos, lo proclama salvador del mundo
, y
con sus palabras -continúa afirmado el Papa- unía en un sólo
vaticinio al Hijo, signo de contradicción (Lc. 2,34) y a la Madre a quien la
espada habría de traspasar su
alma (Lc.2,25)".
Pero
esta común oferta de la Madre y del Hijo tiene su culminación al pié de la
cruz, donde Cristo se ofrece como víctima redentora y María -según el
Vaticano II- se asocia con ánimo materno a su sacrificio. Es más, Ella misma
ofrece la víctima al Padre, convirtiéndose en oferente y en víctima
ofrecida. Ese doble sentimiento y actitud de sacerdote oferente y víctima
propiciatoria de Cristo, en los que maría participó al pie de la cruz, se
perpetúan por voluntad del mismo Cristo en el sacrificio de la misa, fuente
de toda vida cristiana.
Nosotros
-como afirma el Papa- debemos fijarnos en "María para hacer, como ella,
de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un cumplimiento de vida”.
¿Y
cómo lograr esto? La respuesta es: Participando en la Misa como lo haría María.
"Todo cristiano es sacerdote, en el sacerdocio común, que compromete a
los cristianos a vivir su ofrenda a Dios, participando en la Eucaristía",
dice Juan Pablo II. (20-IV-2000).
Por
eso, cuando el sacerdote, ministro del altar, pronuncia las palabras de la
consagración "Esto es mi cuerpo que se entrega...", cada uno de los
fieles, consciente de que es miembro del cuerpo de Cristo, consagra su propio
cuerpo y lo entrega a Dios y a los demás. En la consagración, cada uno de
nosotros ofrece y entrega a Dios y a los hermanos sus trabajos y sinsabores,
sus alegrías y penas, su vida y su muerte....
Así,
la Iglesia y cada uno de nosotros, imitando a María, se constituye en
"Virgen Oferente".