MARÍA EN LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA
SUMARIO:
I. Sentido de la antropología y su evolución:
1 Antropología cultural;
2 Campo de nuestra investigación -
Il. La relación hombre-mujer en la antropología:
1 Concepto de "homo" en la antropología;
2. La antropología cristiana y la función de lo femenino,
3. Nuevos desarrollos de la antropología -
Ill. María, la realización perfecta del "homo"
1. María-femenino: referencia a una nueva antropología.
2 La mujer ¿sacramento para el hombre?
IV. Puntos de referencia para una nueva antropologÍa:
1 María, el sacramento de la maternidad de Dios;
2 María de Nazaret, la Reina de la paz;
3 María, el "si" humano al señorío de Dios,
4. La "doulia" Mariana nota femenina con la que armonizar todo canto de
liberación
5. María-Cristo: operación conjunción .
1. Sentido de la antropología y su evolución
Según la clásica definición de Aristóteles, antropólogo es aquel que
habla del hombre, analizándolo en sus diversos aspectos, sobre todo
en relación con la pregunta fundamental que interesa a la
investigación filosófica: ¿quién es el hombre? La filosofía, como
antropología, se ocupa eminentemente del concepto hombre; es decir,
se enfrenta con el misterio de esa persona que se escapa
continuamente de la posibilidad de conocimiento, investiga lo no dicho
sobre el misterio del hombre y deja abierta la posibilidad de ulteriores
investigaciones, ya que el hombre, como persona, está siempre por
descubrir y siempre tiene de qué maravillarnos. La reflexión
ontológica, por lo demás, tiene precisamente la tarea de preguntarse
hasta el fin del mundo sobre el misterio personal del hombre, qué
pretendemos conocer y qué, por el contrario, se nos escapa en todo
momento, dándonos el sentido de la grandeza del misterio y de la
relatividad de nuestro conocimiento, y haciéndonos exclamar con
Carrell: "El hombre, ese desconocido". Por tanto, "la antropología es
la palabra que el hombre dice sobre sí mismo, la reflexión de un ser
que no está nunca ahí simplemente, sino que se ha hecho siempre
problema de si mismo y sólo existe —dése o no reflejamente cuenta
de ello—como respuesta siempre varia a la pregunta que es él
mismo".
Con el progreso de las ciencias del hombre, la antropología amplía
su campo de investigación, ligándose con las diversas ciencias que se
ocupan de cualquier aspecto del hombre, profundizando en él en
relación con el carácter específico de su competencia. En un primer
lugar la antropología comparte su investigación con la psicología, la
fisiología y la ética, y posteriormente la extiende al estudio de las
razas, convirtiéndose más tarde en etnología y morfología de las
culturas. Actualmente, una honesta aproximación al estudio del
hombre supone un buen conocimiento de la psicología (en sus
aspectos más nuevos y más verdaderos), de la sociología, de la
lingüística, de la etnología, de la historia, así como de la mitología, de
la historia de las religiones y especialmente de la antropología
cultural, aparte como es lógico, de la visión filosófica y teológica del
hombre.
También la teología ha dirigido una atención particular al hombre
histórico-existencial; más aún, contando con la demostración de la
historia, podemos decir que la teología ha subrayado siempre la
antropología, viéndola y estudiándola en relación con la cultura de la
que formaban parte los diversos teólogos fundadores de escuelas:
Agustín guarda relación con el platonismo y Tomás con el
aristotelismo, Mohler trabajó dentro de la cultura romántica y Rahner
en la existencialista. Hoy se habla decididamente de un giro
antropológico en la teología, en el sentido de que la antropología es
considerada como "el aspecto más importante de la ciencia de la fe".
Por lo demás, la revelación "es ante todo no la visión que el hombre
tiene de Dios, sino la visión que Dios tiene del hombre. La biblia no es
la teología del hombre, sino la antropología de Dios que se ocupa del
hombre y de lo que él pide, más que de la naturaleza de Dios". En una
palabra, en la biblia la problemática antropológica y la teológica se
presentan como una sola y misma cosa, en cuanto que en las
observaciones relativas a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo, a la
historia de la salvación, a la vida y a la muerte, etc., se interpreta al
mismo tiempo la comprensión del hombre y de su condición.
1. ANTROPOLOGIA-CULTURAL. Entre las diversas ciencias del
hombre, la antropología cultural es la que, de manera muy especial,
ha contribuido al conocimiento del hombre, en cuanto que lo ha
observado y estudiado en su cotidianidad en la materialidad de sus
relaciones con el ambiente, en relación con su corporeidad y con sus
modos de ser y de expresarse como varón y mujer; en la dependencia
respecto a su comunidad de pertenencia y en las manifestaciones
rituales normativas y significativas de esa misma pertenencia; en los
diversos momentos evolutivos de una cultura que ha pasado a través
de dificultades, de luchas y de sueños utópicos, desde la etapa
rudimentaria del primer contrato social hasta los umbrales del s. XXI,
cuando la concienciación del propio "ser persona" ha planteado al
hombre y a la mujer por enésima vez la pregunta determinante:
"Hombre, ¿quién eres?"
2. CAMPO DE NUESTRA INVESTIGACIÓN. En la carrera de
acontecimientos culturales, históricos, existenciales, queremos
preguntarnos qué significado ha tenido o qué significado es posible
recuperar para el hombre, su estudio no sólo a la luz del concepto
homo, sino su contemplación en relación con la presencia femenina,
concretada en una mujer que la teología presenta como la madre del
Hijo de Dios, a quien la historia recuerda como María de Nazaret, la
psicología contempla como arquetipo femenino y de quien la cultura
nos habla con admiración por su función de virgen y de madre. Si la
antropología se ocupa del hombre, de sus interrogantes, de sus
relaciones con el Otro, con los demás y con el cosmos, de su
realización como hombre, de sus impulsos angustiosos hacia algo
mejor en lo que encuentra apoyo toda utopía humana, nosotros nos
preguntamos: ¿qué significado tiene para ese hombre María, la
mujer? ¿Qué importancia tiene el hecho de que, en la historia de la
humanidad, haya habido una significativa presencia femenina? ¿Qué
significado tiene hoy lo femenino para el hombre? Son los
interrogantes que nos estimularán a lo largo de esta reflexión sobre
los acontecimientos que tuvieron como protagonista al hombre y que
han sido analizados por la antropología.
II. La relación hombre-mujer en la antropología
H-MUJER/RELACION: La pregunta de donde partimos es la
siguiente: ¿qué significado ha tenido la mujer en el estudio del
hombre? La pregunta tiene su propia razón de ser específica; en
efecto, deseamos recuperar el verdadero sentido de lo femenino, para
fijarlo como núcleo a partir del cual intentar hacer justicia a las
verdades de fe relativas a la mujer María, así como al significado tan
grande que la presencia de lo femenino ha tenido y sigue teniendo
—siempre que sepamos descubrirlo y aceptarlo— para el hombre de
todos los tiempos.
1. CONCEPTO DE "HOMO" EN LA ANTROPOLOGÍA. En la
investigación antropológica, sobre todo a partir de la filosofía griega,
tropezamos continuamente con antinomias capaces de alterar, e
incluso de destruir, el verdadero sentido de lo femenino en sus
caracteres positivos y en sus motivos de presencia. La escala de
significados antinómicos que se encuentran más fácilmente es la
siguiente: hombre-mujer = alma-cuerpo = bien-mal = espíritu-materia =
positivo-negativo = fuerte-débil; todo ello con un exponente de
significado peyorativo respecto a la mujer, la cual se convierte en
objeto de definición siempre y solamente en relación con el hombre,
cuando se trata de observar y de definir a este último en la
fenomenología de su expresividad y en sus diversas funciones
operativas. Solamente el hombre en su modalidad de ser masculino,
parece poseer una personalidad plena y autónoma. La herencia que
ha dejado a la cultura la concepción platónica del hombre,
considerado en su expresión dualista de alma espiritual, prisionera en
el cuerpo material (representado por lo femenino), ha tenido un peso
de no poca monta en la concepción antropológica cristiana, la cual,
entre otras cosas, ha debido librar luchas no fáciles contra la doctrina
gnóstica y maniquea, que se esforzaba en señalar límites muy
concretos entre el mundo del espíritu (alma = hombre) y el de la
materialidad (cuerpo = mujer), entendido este último como elemento
negativo en la realización del hombre en su aspecto más verdadero.
2. LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA Y LA FUNCIÓN DE LO
FEMENINO.
MUJER/SIMBOLO-DEL-P: La fuerza revolucionaria con que el
proyecto de Cristo hizo entrar a la mujer como persona capaz de
escuchar, de vivir y de anunciar el misterio dei Padre, se vio pronto
apagada por una tradición cultural que no podía soportar tan
fácilmente el cambio de términos de su visión del mundo. Ya la
posición de san Pablo resulta, en ciertos puntos, muy ambigua en lo
que se refiere a la mujer. Los mismos grandes teólogos cristianos no
lograron salir del atolladero en que la gnosis, interpretando el
proyecto primitivo de Dios con categorías demasiado humanas, les
había obligado a meterse. La antropología agustiniana se muestra
muy cargante en lo que se refiere a la mujer, debido a la clara
distinción entre el alma y el cuerpo que el teólogo pone como punto
de partida de la visión del hombre, y sobre todo a la equiparación del
varón con la naturaleza espiritual y de la femineidad con la naturaleza
corpórea como antes hemos dicho. En el orden de la naturaleza, la
mujer estará subordinada al hombre lo mismo que el cuerpo está
subordinado a la mente. Más aún, esta concepción se prolongará de
forma negativa: puesto que la espiritualidad ascética define el pecado
como la insubordinación de la carne contra el espíritu, la identificación
de la mujer con el cuerpo hará de ella un símbolo peculiar del pecado.
Esta definición de la mujer como cuerpo sometido en el orden de la
naturaleza y carnalidad en el desorden del pecado, les permitirá a los
teólogos pasar imperceptiblemente de la segunda relación a la
primera atribuyendo a la naturaleza de la mujer una inferioridad que
es pecaminosa. Se atribuirán a la mujer la sensualidad, la malicia, la
coquetería, la cortedad de entendimiento mientras que se verán en el
varón todas las virtudes que engrandecen a la persona. Esto
significará que todo lo fuerte es propio del varón, mientras que todo lo
débil será característico de la mujer: la mujer que quiera realizarse
tendrá que actuar varonilmente, es decir, tendrá que hacerse fuerte
como el varón. Es ésta una condición que encontramos ya en los
evangelios apócrifos del s. II. En el Evangelio de Tomás leemos que
Pedro excomulga a la Magdalena con estas palabras: "María tiene que
marcharse de entre nosotros porque las mujeres no son dignas de la
vida". Y el apócrifo nos ofrece entonces la rara respuesta de Jesús:
"Mira, yo la guiaré de forma que haga de ella un varón, para que ella
se convierta en un espíritu igual al nuestro, el de los varones. Porque
toda mujer que se haga varón entrará en el reino de los cielos". Por lo
demás, las vírgenes en la cultura cristiana son las que se han hecho
viriles superando en el plano físico y en el psíquico su naturaleza
femenina. Así pues, de todo este conjunto de elementos resulta que la
salvación de la mujer se ve no como afirmación de su naturaleza
femenina, sino como superación de la misma, con vistas a una
posibilidad más elevada, la varonil. Esto impondrá a la ascética
femenina y sobre todo al estado virginal una dura lucha por reducir el
ser femenino a la asunción de aquellas características que son
específicas del varón.
Este tipo de antropología, que se asumirá como postulado en la
reflexión posterior, ha condicionado duramente el camino de
realización de la mujer en la historia y ha justificado cierta manera de
situarse el hombre frente a la mujer, así como cierta pedagogía
masculina respecto a la mujer. "Causa del pecado original,
personificación del demonio, la mujer —más que las mujeres— era el
obstáculo que los hombres encontraban en su esfuerzo por conquistar
la salvación. Obstáculo que encuentra una neutralización cuando los
hombres de iglesia proponen un ideal femenino basado en el valor de
la castidad, en el que a la perfección de la virgen se le van
contraponiendo sucesivamente las concepciones degradantes de la
viuda y de la esposa".
En semejante ambiente de fobia de la mujer, la virgen María es
asumida como modelo ejemplar de femineidad lograda, aunque,
necesariamente, ha sido considerada siempre como la mujer
privilegiada de Dios y preparada expresamente para ser una madre
digna del Hijo de Dios. María es modelo especial de las vírgenes, cuya
característica es la de "estar sujeta"..., la de "ruborizarse cuando un
hombre le dirige la palabra"..., Ia de "permanecer sola y retirada en un
rincón de la casa".... "sin amistades, sin presencias indiscretas, para
no contaminarse con conversaciones vulgares"; las mujeres, como
María, tienen que aprender a "no entretenerse en las plazas, a no
charlar en público, a refugiarse en el hogar y a evitar meterse entre la
muchedumbre" MACHISMO/AMBROSIO-S.
El ideal femenino que presenta este modelo mariano contempla, por
consiguiente, el silencio por encima de todo: María habla poco y actúa
mucho la modestia: María no pierde el tiempo arreglándose el cuerpo;
la discreción: a María no le gusta salir de paseo, sino trabajar
tranquilamente en su casa, dedicada a su familia.
3. NUEVOS DESARROLLOS DE LA ANTROPOLOGÍA. La gestión
de la palabra, el paso de lo privado a lo público, una nueva y serena
relación con el propio cuerpo, serán precisamente los tres elementos
fuertes, puestos en la base de la lucha femenina, para liberar a la
mujer de las tres grandes alienaciones a fin de conquistar su dignidad
de persona. En ese éxodo con vistas a su liberación la mujer de los
ss. XIX y XX ha recibido la ayuda de los descubrimientos que la
antropología cultural y la psicología de las profundidades han ido
haciendo, sobre todo en el aspecto positivo de un descubrimiento de
la femineidad. El ideal femenino mariano se ha visto sometido a duras
criticas y, en muchos casos, ha quedado arrinconado como
contraproducente; la nueva cultura, que ha dado a luz un largo
esfuerzo de siglos, ha tenido como punto de referencia y como valor
que salvaguardar a toda costa al ser humano, en su expresión de
masculinidad y femineidad, realizado como hombre solamente en la
unidad de los dos aspectos del homo. La teología, ayudada por los
estudios exegéticos, ha acogido una nueva hermenéutica en orden a
una renovación y un replanteamiento antropológico. María, la Virgen
madre del Hijo de Dios, ha sido estudiada, amada, seguida también
como la Mujer llamada María de Nazaret; aquélla que, habiendo
acogido sobre sí y sobre la historia entera la palabra de Dios
plenamente, ha gozado, antes que todos los demás, de la visión de
todo lo que se les había prometido a cuantos, aceptando el proyecto
de Dios, se confían a su poder de realización. Ella, la Mujer por
antonomasia, se ha convertido en el signo proléptico para todo
hombre que acepte realizarse en el proyecto de Dios, renunciando a
presentar el contraproyecto humano.
Ha sido sobre todo la antropología cultural la que ha favorecido el
descubrimiento de lo femenino en la historia y, por consiguiente, la
que nos ha dado nuevos estímulos para preguntarnos por el
significado de la presencia mariana respecto al hombre. Desde el
momento en que la antropología cultural se ha asentado —dentro del
concierto de las ciencias del hombre—como definición del sentido de
la historia, como afirmación de la pluralidad de significados del pasado
y como capacidad de captar en su análisis lo infinitamente pequeño
de la cotidianidad, ha conseguido asumir también aquellos datos que
el historiador había arrinconado como insignificantes, que el psicólogo
había catalogado como un dato de naturaleza y que el filósofo había
considerado como una subcategoría de lo real. El significado
particular de la presencia imponente de lo femenino y el nuevo
descubrimiento del papel de la mujer en las diversas culturas nos ha
cogido generalmente de sorpresa y nos exige un ejercicio de
discernimiento de todo lo que la historia ha dejado en la oscuridad y
de todo lo que ha estado inhibido o mal interpretado en la persona,
durante la hegemonía de una cultura que nos ha conducido hasta
hoy. Hoy la mujer está descubriéndose a sí misma y se está dando
cuenta de cómo ha sido usada como objeto en el movimiento frenético
y en la construcción del hombre; por eso la mujer de hoy intenta
constituirse como sujeto de la historia propia —esa historia vivida por
ella y sentida de modo distinto de como la siente su compañero de
trabajo, de estudio, de lucha— iniciando y dando significados propios
a la cultura y negándose a asumir, sin hacer que pasen antes por la
criba de su propio juicio, los significados establecidos por los que,
hasta ahora, han tenido el poder de hacer cultura y han escrito y leído
la historia con criterios de juicios impuestos por una visión no
completa de la realidad. Semejante ejercicio de discernimiento no
puede darse sin recelar de ciertos cánones de juicio, utilizados hasta
hoy para trazar una linea de demarcación entre la posibilidad del
hombre y la posibilidad de la mujer. El camino de liberación, aunque
fatigoso, es ya irreversible, de modo que ninguna disciplina científica
puede pasar en silencio la presencia de un gigantesco iceberg,
formado por la nueva toma de conciencia de la mitad del género
humano.
Está a punto de nacer una nueva antropología; María de Nazaret
tendrá que ser su punto de referencia. Por eso precisamente Pablo Vl
nos recomendó mirar a María teniendo en cuenta el cambio de las
"concepciones antropológicas y la realidad psicosociológica
profundamente transformada" (MC 34). Se trata de dar un ideal al
hombre de hoy, indicándole un proyecto de vida donde poder
insertarse y actuar, llevando sus posibilidades de ser a su expansión
máxima.
Respecto al conflicto naturaleza-cultura que se ha llegado a crear
dentro del cambio antropológico, especialmente en lo que atañe a la
mujer, habrá que precisar si hay algo que Dios haya declarado y
establecido directamente y en qué sentido además, la antropología
cristiana tendrá que tomar en consideración, a nivel de praxis y no
sólo de teoría, el proyecto-hombre visto en el plan original de Dios y el
contraproyecto antropológico acogido en la historia del hombre por
una cultura que ha intentado repetidas veces la experiencia babélica.
Un estudio comparado de los dos proyectos interesa no sólo a la
ciencia bíblica y teológica sino a todo el campo del conocimiento, y el
trabajo realizado por una metodología interdisciplinar tendrá que
respetar las competencias de cada perspectiva. Este intento de
profundización puede encontrar en la actualidad un ambiente
dispuesto favorablemente a colaborar, con tal que exista una sincera
voluntad de diálogo en la búsqueda y se acepte llevar a cabo una
limpieza de prejuicios en nuestras seguridades intelectuales y en
nuestros métodos hermenéuticos.
Y es en este punto donde María de Nazaret puede entrar en escena
y representar el papel de signo significativo que indique al hombre, en
busca de sí mismo y de su realización, hacia dónde dirigirse para
poder realizarse de forma coherente con la idea de homo que Dios
tuvo presente al concebir su plan original.
III. María, la realización perfecta del "homo"
M/MODELO-DEL-H: Siempre resulta difícil encontrar personas
concretas que plasmen, en su ser y en su obrar, de forma completa,
un sistema antropológico determinado. Los que más se acercan al
modelo acogido por una cultura determinada se convierten, en
definitiva, en héroes, en santos, en supermanes, según ia sensibilidad
cultural con que se acepte cada una de las palabras-concepto. La
antropología cristiana ha tenido siempre la posibilidad de presentar al
hombre nuevo en la persona de aquel a quien nos hace acoger la fe
como la única y verdadera novedad de los tiempos nuevos: Cristo, el
modelo trascendente de toda perfección humana. Sin embargo, el
hombre siente la necesidad de referirse a un modelo de hombre
constituido por una persona humana y solamente humana. María es el
modelo que necesita todo hombre, para ponerlo delante de si, no para
copiarlo al pie de la letra, sino para contemplar en él todo lo que
puede llegar a ser una persona cuando acepta, como María, entrar en
un proyecto construido por Dios. Ella no es tanto un modelo de
virtudes capaces de hacer al hombre amable y coherente en el plano
moral, sino el tipo (typos) y la imagen (imago) de la iglesia, tal como
nos ha enseñado el Vat II (LG 63.65.68). Por tanto, antes de ver en
María un comportamiento de vida, estamos llamados a leer en ella la
definición de hombre, tal como brotó del pensamiento de Dios, y a
buscar la respuesta al interrogante que desde siempre se ha
planteado el ser humano: "Hombre, ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?,
¿a dónde vas?, ¿por qué caminas en la vida?"
1. MARIA-FEMENINO: REFERENCIA A UNA NUEVA
ANTROPOLOGÍA. El hecho de presentar a María como significado
antropológico en un proyecto humano y cristiano no agota, de todas
formas, nuestros interrogantes, que nacen sobre todo de la
consideración de un cambio radical en la cultura.
Creo que una respuesta menos superficial puede venir solamente
después de una larga reflexión capaz de poner de relieve las raíces
del ser de esta presencia femenina en la historia, en la cultura, en la
psique de cada individuo, dentro de los diversos sistemas teológicos.
Nuevas preguntas a las que es preciso dar una respuesta. Podemos
resumirlas con B. Antonini de la siguiente manera: a) Una vez admitido
y concedido que María es el lugar teológico e histórico en que tiene
lugar el encuentro de Dios con la humanidad, nos preguntamos:
¿María de Nazaret es protagonista de este hecho como mujer o como
ser humano total? En el primer caso —se constata— la femineidad o,
mejor dicho, el ser mujer no sirvió de impedimento para que Cristo
pudiera asumir la condición de varón, con lo que precisamente la
mujer sería, no sólo ocasionalmente, la colaboradora ideal de Dios. En
el segundo caso habría que definir mejor el término humanidad
recogido en una persona, sexuada además en la forma femenina.
b) Por otra parte, el tipo de participación de María en el proyecto de
Dios, ¿es una emergencia ejemplar en esta sola persona femenina, o
bien se convierte en una actitud típica que ha de engendrar
perspectivas permanentes dentro de la experiencia humana?
c) Cuando se habla de María como modelo, ¿se trata de un modelo
original de donde surgen perspectivas de vida, o bien de una
proyección en la que se absolutiza de alguna manera una ideología?
Partiendo de estos interrogantes podría intentarse la construcción
de una nueva antropología en la que figurase lo femenino como
núcleo, a partir del cual elaborar un sistema de principios que no
solamente hagan justicia a las verdades que se refieren a María, sino
también a la verdad que concierne al hombre. Por lo demás, en la
actualidad lo femenino ocupa un lugar preponderante en la reflexión
antropológica y cultural; más aún, la investigación de estos últimos
años parece orientarse decididamente hacia la afirmación de lo
femenino, considerado como una de las estructuras ónticas y
ontológicas más originales del ser humano. El hecho de que María
sea una mujer y de que Dios mismo le haya pedido que se convierta
en madre de su Hijo, insertándose con plena libertad y
responsabilidad en un proyecto que ella no había previsto, no es ni
mucho menos una cuestión sin relieve. La antropología cristiana debe
preguntarse el porqué de este hecho y, sobre esta base, realizar un
esfuerzo en orden a la profundización del tema relativo a lo femenino,
que se ha convertido en la actualidad en objeto teórico de diversas
ciencias.
La cuestión, planteada a nivel teológico, es por tanto la siguiente:
"¿Qué significado tiene María para Dios y qué significado tiene, por
tanto, lo femenino para Dios?" Esto podría ayudar a la antropología a
preguntarse sobre el significado que tiene la mujer para el hombre en
la construcción del proyecto de éxito humano.
Por lo demás, la simple observación empírica de los datos de la
experiencia de cada día nos lleva a todos a esta constatación que se
convierte en un problema que hay que solucionar con toda urgencia:
la mujer, en la antropología del pasado, ha personificado siempre la
corporeidad, la sexualidad, la materialidad del hombre; de aquí el
sentimiento de pesadez y de tara con que se ha movido siempre en la
historia la mujer y la prohibición que le han impuesto los varones de
tocar las teclas de la gestión del poder, así como la imposibilidad para
la mujer de crear nuevos ritmos de caminar para si misma y para su
compañero, el varón. Pero de hoy en adelante, ¿qué es lo que
ocurrirá con la mujer y con el hombre, si se tiene en cuenta el hecho
de que la corporeidad y la sexualidad no solamente han dejado ya de
verse como realidades negativas o, por lo menos, como datos
accidentales o instrumentales del ser humano, sino como parte
integrante y necesaria del mismo ser humano. Pero hay más todavía.
Si la sexualidad se considera como un principio de configuración total
de la persona, se sigue de esto que el sentir, el percibir, el querer del
hombre se diferencia considerablemente del sentir, del percibir y del
querer de la mujer, y cualquier interpretación de la realidad acaba
estando marcada por esta diferencia esencial. El sexo, por
consiguiente, no es algo que tengan el varón y la mujer, sino algo que
son los dos; el ser mujer o varón constituye, por tanto, dos modos
diversos de ser en el mundo, y esta diversidad se marca incluso en el
momento en que los dos tienen que enfrentarse con la misma tarea,
sistematizar el mismo concepto, buscar vías de realización de un
mismo proyecto, indagar sobre los métodos de trabajo a fin de trazar
un camino operativo más adecuado y sistemático. Por consiguiente,
nos parece que es preciso subrayar que la antropología tiene que ir
precedida de una atenta reflexión ontológica, que se pregunte sobre
la reciprocidad hombre-mujer y que se interrogue: ¿son éstas dos
realidades separadas y distintas —a pesar de que se buscan
mutuamente y de que se confieren un ser la una a la otra—, o bien
una de esas realidades está en la otra de manera que la una lleva
dentro de si a la otra o, mejor dicho, que la mujer lleva dentro de si al
hombre (animus) y el hombre lleva dentro de si a la mujer (anima),
según el planteamiento ya tan conocido de Jung? Sigue en pie el
hecho de que, si las cosas se mantuvieran verdaderamente dentro de
los términos enunciados, no solamente, cambiaría la relación
mujer-hombre —ya que esa relación pasaría por dentro de los dos
seres y no ya por fuera, como siempre se ha pensado—, sino que
cambiaría decididamente el punto de apoyo sobre el que asentar una
teoría acerca del hombre, bien sea en lo que se refiere a la relación
del hombre con su alteridad femenina, bien sea en lo que concierne a
su relación con la Alteridad divina. La decisión de Dios, por ejemplo,
de escoger a María, la Mujer, como mediación para alcanzar el tiempo
podría darnos el significado de lo femenino para Dios, además de
responder a la pregunta: "¿Qué significa María para Dios?", y podría
además hacernos pensar y vivir a la mujer como sacramento a través
del cual Dios se comunica al hombre, incluso al hombre de la historia
de hoy. En ese caso la nueva antropología no podría menos de
referirse al proyecto primordial de Dios, proyecto que contempla a la
mujer a la luz de la reciprocidad, de un "cara a cara', con el hombre,
puesto que es así como parece que hay que leer por dentro el
proyecto creatural inventado por Dios para poner al hombre en la
condición de ser feliz. Hoy, lo mismo que en el primer día de los
tiempos, la mujer —madre por naturaleza— recibe el ministerio de
engendrar al hombre escondido en el corazón, de revelarlo a él mismo
y de hacerle crecer, conduciéndolo de nuevo incesantemente a su
verdad e impidiéndole instalarse dentro de la historia o destruirla.
Proteger al hombre como madre y salvarlo como virgen, dándole al
mundo un alma, es la vocación y el motivo de ser de la mujer. La paz
es mujer, y es con el carisma de la femineidad como el mundo, bajo la
tentación de ir caminando de una babel a otra tendrá que encontrar
su espacio interiorizante, en donde pueda levantar un altar al Dios
creador, a ese Dios amigo de la vida, a quien nos hace rezar la
liturgia. Por eso mismo invocamos a la Mujer María como reina de la
paz.
2. LA MUJER ¿"SACRAMENTO" PARA EL HOMBRE? Además, el
ministerio de la maternidad que ha recibido como misión del Espíritu
--aquel que hace la vida— conduce a la mujer hacia el pobre, el débil,
el indefenso, el no-poderoso; a lo femenino se le ha dado la
capacidad de acoger, alimentar, prevenir, atender. A la maternidad,
finalmente, se le ha reconocido la función altísima de llegar a ser
sacramento, significando la paternidad de Dios y recordándole al
hombre que el único señorío capaz de gobernar en el amor los
destinos de la historia es el de Dios. Por eso precisamente la Mujer
María se identificó a si misma como la doule de Dios, es decir, como
aquella que acepta servir a los hermanos en la obediencia al único
Señor.
Todavía más; dentro del nuevo proyecto-hombre tendrán que
desaparecer las distinciones cualitativas de las que se ha servido
siempre la cultura humana para caracterizar la peculiaridad de los
sexos respectivos, designando al hombre como sexo fuerte y
señalando a la mujer como sexo débil. Por lo menos habrá que
recuperar la cualificación propia de ciertas actitudes que unas veces
pondrán en evidencia una característica femenina, y otras veces una
característica masculina, dentro del respeto y de la consideración de
las respectivas competencias de calidad. En la esfera religiosa, por
ejemplo, será lo femenino lo que desempeñe la función de
consistencia, en cuanto que es la mujer la que se convierte en
intermediaria entre Dios y el hombre, a fin de elevar al hombre
demasiado engolfado quizá en la creación del mundo de las
relatividades, orientándolo hacia la dimensión de lo absoluto, de lo
trascendente. En el fondo, el sí de la Mujer María, que permitió la
encarnación del Verbo, debe verse acompañado a continuación del sí
de la mujer al proyecto de Dios, un sí pronunciado con absoluta
libertad y responsabilidad, solamente este sí continuado, en la
cotidianidad de la historia, podrá permitirle al hombre encontrar su
ruta hacia Dios y hacia las realidades metafísicas. Dante, el
poeta-teólogo de la edad media, había propuesto ya esta perspectiva
de interpretación de la vida del hombre cuando, elevando a Beatriz a
la categoría de guía de su personaje a través del espacio beatífico del
paraíso, indicaba que el guía varonil, Virgilio, acababa con su función
al terminar los espacios relativos, y que le correspondía luego a la
guía femenina indicar el camino hacia Dios, haciéndose mediación
hacia él. Esto podría servir de parámetro interpretativo para juzgar
sociológicamente la masiva presencia femenina en la práctica
religiosa, a diferencia de lo que sucede con la presencia de los
varones.
Un último argumento, que podría tener una fuerte repercusión en
una eventual antropología nueva, es el que se refiere a la
metodología de la conjunción a fin de organizar un camino de lo
humano hacia la plenitud del ser. Por otra parte, no será precisamente
la oposición hombre-mujer la que realice al uno y a la otra según un
proyecto que tiene como punto de llegada la felicidad de cada uno de
ellos: el homo, creado por Dios para la felicidad, es pareja, y como tal
o se realiza en pareja o no alcanza la plenitud de ser. Así la
antropología puede tener un fuerte punto de referencia para la
construcción de un proyecto-hombre en la pareja salvífica
Cristo-María. A la teología patrística le ha gustado contemplar esta
pareja como antítesis de la pareja Adán-Eva, personificación del
contra-proyecto del que se sirvió el hombre para desafiar a Dios.
Vayamos recogiendo a continuación, uno a uno, todos los
elementos enunciados, con la intención de subrayar algunos
conceptos-guía para la construcción de una nueva antropología que
reconozca adecuadamente el papel de la Mujer María y de la mujer
cotidiana.
IV. Puntos de referencia para una nueva antropología
¿Puede la humanidad volver al estado de niñez? No se trata de una
exigencia de reflujo, ni mucho menos de un intento de quedar
absorbidos en el pasado, para encontrar allí una cuna capaz de
ampararnos durante la intemperie en estos tiempos tan borrascosos
que nos ha tocado vivir. El niño está relacionado con todo lo que es
espontaneidad, vivacidad, creatividad, naturalidad, sencillez. Según
algunos, las posibilidades que tiene aún el hombre de recuperarse
dependen de su disposición para morir a la civilización actual,
volviendo a la naturaleza; la naturalidad, representada en la película
de M. Ferreri Chiedo asilo (1979), consiste en un mar inmenso, en el
que se adentra el niño protagonista guiado por la mano de su
maestro; los dos, el niño y el hombre, se ven acogidos por el seno
tibio y transparente de las aguas que se pierden en el lejano
horizonte, hasta llegar a realizar un matrimonio de comunión con la
inmensidad del cielo. En el lenguaje de los mitos el mar es mujer, lo
mismo que mujer es también la tierra, el campo, el jardín y como es
mujer María, ese mar infinito de humanidad, dentro del cual se
sumergió el Hijo de Dios para experimentar al hombre y para aprender
a moverse en la inmensidad infinita del mundo de las relatividades. El
ciclo mistérico, que durante el año litúrgico va siguiendo el amor de
Dios en el acto de ofrecer su amistad a la humanidad y el intento de
ésta para acoger la propuesta divina, comienza con el hodie de la
encarnación. Lo eterno se sumerge en el agua del tiempo, en un mar
que la historia ha conocido y hace conocer con un nombre que
procede de la experiencia con el agua por parte de un pueblo en
camino de liberación: el nombre es María. Aquí es donde comienza la
aventura del hombre nuevo. El camino fatigoso y maravilloso de la
historia humana encuentra sus puntos de referencia en Eva-María,
umbra y veritas de una maternidad universal, lo mismo que encuentra
actualmente una posibilidad cotidiana de renacimiento o de
hundimiento en lo femenino, del que María es sacramento y del que
cada uno de nosotros, hombres o mujeres, lleva una parte consigo.
Descubrir, experimentar, vivir el espacio mariano presente en cada
persona significa aceptar el conocimiento de esa parte oscura del ser
que hay en nosotros y que las categorías jungianas designan como lo
femenino. "Efectivamente, nosotros conocemos sólo la mitad de
nosotros mismos; ¿quién conoce la otra?". Es ésta la constatación tan
verdadera que nos invita a hacer un personaje de una película de
Wajda y la misma ciencia psicológica.
1. MARÍA, EL SACRAMENTO DE LA MATERNIDAD DE DIOS. Los
expertos en catequética están de acuerdo en afirmar las dificultades
con que muchas veces tropiezan a la hora de presentar a Dios con la
analogía del Padre. En una sociedad sin padre, como alguien ha
dicho, resulta más urgente que nunca descubrir la categoría
experiencial que haga justicia a la fidelidad de Dios para con el
hombre de hoy. Juan Pablo I, como buen catequista que era, se
mostró solícito y puntual en utilizar la categoría bíblica que nos habla
de Dios, contemplándolo en una actitud maternal. Por lo demás, la
cosa resulta demasiado obvia. Si ha sido teológicamente exacto, en
una cultura patriarcal, hablar del interés de Dios por el hombre bajo la
figura de un papá, tendrá que ser igualmente exacto en una cultura
como la nuestra —que no sólo atribuye a la madre la función
generativa, sino también la educadora del hombre, hijo y marido—
presentar a Dios aprovechándose de la experiencia maternal. En ese
caso la relación Dios-hombre quedará mejor mediada por un rostro de
mujer. Una vez más María de Nazaret, en su expresión femenina de
máxima apertura a Dios, se convierte en su sacramento más concreto
y simpático. Si realmente es función de la mujer no solamente
engendrar al hombre, sino revelárselo a él mismo conduciéndolo
incesantemente hacia su verdad, imponiéndole destruir la historia que
ha creado con sus propias manos, transformándose en monstruo
apocalíptico que devora a sus criaturas, esto quiere decir que la
antropología tendrá que confiar a lo femenino el papel creativo de
renovar continuamente el proyecto-hombre sobre la base del
concepto primordial, que contempla una jerarquía de valores en la
que Dios, la Alteridad absoluta, vuelve a ser el punto vértice del marco
de referencias de todo valor y de todo comportamiento humano. La
pareja humana aceptará ser y caminar por un terreno de paridad, en
todos los niveles, y el hombre y la mujer lograrán distribuirse el
ministerio de la realeza sobre los animales y sobre las cosas, no
según un criterio patronal o sindical, sino según el don de gracia
concedido por Dios a cada uno de ellos, don que actúa en el interior
de la operatividad de los dos. El hombre tendrá que tener muy en
cuenta este principio: él no conseguirá actuar por la reconstrucción de
un mundo a partir de unas bases distintas de las precedentes si no
acepta antes bajar a la zona femenina de su ser para engendrar y
madurar dentro de sí, en un esfuerzo fatigoso de interiorización, de
paciencia, de espera, de contemplación, esa riqueza operativa con la
que ha acostumbrado proyectarse en el mundo para construirlo. Y al
mismo tiempo la mujer tendrá que poder salir, en el momento justo, del
mundo privado de su contemplación y, después de haber conservado
dentro de sí un proyecto, estará llamada a explicitarlo a través de
aquellos segmentos importantes de operatividad, cuando el hombre
—incapaz a menudo de seguir esperando frente a todo lo que está en
germen de vida— sienta la tentación de destruir, con la intención de
sentirse poderoso y de poder exclamar: "¡El mundo es mío! ¡Yo lo he
construido y yo lo manejo!"
Por eso, el símbolo de la paz es mujer, como es mujer el símbolo de
la justicia y el de la victoria.
2. MARÍA DE NAZARET LA REINA DE LA PAZ. En este punto habría
que encontrar espacio para descifrar el conjunto de mitos y de
símbolos que se han elaborado a lo largo de los siglos por el
inconsciente colectivo. "¿Por qué el símbolo de la justicia es la mujer?
¿Por qué tiene en la mano la balanza y la espada? ¿Por qué no se ha
utilizado otro símbolo en este caso? ¿Por qué tiene los ojos tapados
por una venda?". Pero si no ve nada y está condenada a la ceguera,
¡ay del hombre y ay del mundo que tengan que ser juzgados por ella!
¿Qué hacer entonces? Entonces hay que quitar la venda de los ojos
de la mujer y permitirle que vea en el conjunto de los acontecimientos
que hacen incierto el caminar del hombre. Quizá sea éste el tiempo en
que la poesía —que también es mujer—, con la riqueza de su
irracionalidad, pueda ser la profetisa capaz de entregar al hombre el
cuerno mágico, para que, recorriendo las aldeas y llegando hasta los
ángulos más remotos y oscuros de este planeta dormido para los
verdaderos valores de la libertad, pueda dar a todos sus habitantes el
signo esperado, según la visión del director polaco A. Wajda. ¡Y no
quiera Dios que el hombre, receptor del mensaje, demasiado
embriagado por un concepto de sí mismo aureolado de grandeza y de
poder, montando en su propio caballo, confíe a otros la misión de
salvación, perdiendo el cuerno mágico y llevando a la concreción más
despiadada los limbos de las posibilidades humanas y la evaporación
de las ilusiones nocturnas ante el amanecer del gran día!
La antropología, precisamente porque se ocupa del hombre,
debería ponerse en la condición de buscarlo cada vez con mayor
insistencia, no sólo en la historia del pasado, sino sobre todo en su
presencia en la historia de hoy, ese terreno deportivo, grandioso y
belicoso, donde se mide la consistencia del hombre concreto y donde
se juega el futuro del hombre de mañana. La situación de lucha
internacional está cargada de amenazas, la carrera de armas
nucleares se repite cada día de modo más intenso, el desarme entre
los pueblos no existe de hecho y los gastos bélicos aumentan cada
vez más, incluso en los países en donde el bienestar y la riqueza no
son personajes habituales. ¿Cómo detener esta espiral de la
violencia? Se necesita alguien que acepte vivir en su propia piel el
conflicto, resolviéndolo en la síntesis de una liberación completa.
3. MARÍA, EL SÍ HUMANO AL SEÑORÍO DE DIOS. La concreción del
proyecto-hombre, propuesto por Dios al comienzo de los tiempos,
puede realizarse gracias a una nueva y atenta lectura de las primeras
páginas del Génesis, en donde nos encontramos con el hombre
utópico, es decir, el hombre tal como es pensado por Dios. La
catequesis de Juan Pablo II nos estimula en esta dirección. En el Edén
encontramos un hombre en el que se actúan plenamente las tres
dimensiones constitutivas de su relación: con el orden de la
naturaleza, con la alteridad humana y la del hombre consigo mismo.
Se trata del hombre que ha logrado realizar su plenitud de ser; del
hombre que disfruta de todo, pero que nunca se pone a decir con
orgullo: "Esto es mío; ¡me pertenece con exclusividad!" La alternativa
que le ofrece la tentación —y que acabará constituyendo el
contraproyecto del plan de Dios— consiste precisamente en marcar
las cosas y las personas con el sello de la propiedad. El instante en
que la pareja humana decide ser sujeto de derecho y tener la facultad
de poseer que es propia de Dios, es el instante mismo en que se da
cuenta de que las cosas se le escapan de las manos, con lo que la
misma pareja percibe que hay algo que deja de funcionar en la
relación interpersonal: se dan cuenta de que están desnudos y de
que son llamados por Dios no ya juntamente, sino de forma separada.
Desde ese momento la libertad de Adán se instala dentro de un
espíritu patronal: no acepta ya el mundo como un don, sino que pone
sus manos sobre el mundo considerándolo como propiedad; y una vez
que ha nacido en algún sitio el espíritu patronal, todas las cosas y las
personas dejan de existir, porque pasan a ser objeto del único que
pretende ser su patrón; deja de existir la alteridad, ya que el otro
existe solamente en la libertad. En las páginas del Génesis, la
disociación que se lleva a cabo entre el hombre y la mujer se muestra
con toda evidencia en el hecho de que cada uno intenta descargarse
de las responsabilidades con las que se intenta paliar la culpa del
desastre original. Será menester que el propio Hijo de Dios venga a
revolucionar el método operativo con que la pareja humana había
realizado el más grande desastre ecológico y humano. El Verbo de
Dios, convertido por su nacimiento humano en sacramento de la
nueva alianza, en el mismo momento de entrar en nuestra propia casa
(cf Flp 2,6-8), pondrá como condición para la salvación la necesidad
de invertir la lógica patronal. La primera persona plenamente humana
que acepte entrar en esta lógica será una mujer, María de Nazaret, y
después de ella le tocará a la mujer la misión de ontologizar al mundo,
haciéndolo un mundo de Dios.
4. LA "DOULIA', MARIANA, NOTA FEMENINA CON LA QUE
ARMONIZAR TODO CANTO DE LIBERACIÓN. María con su "¡He aquí
la esclava del Señor!" renuncia a la realización de su programa
privado, para ponerse al servicio de Dios, que quiere salvar al mundo
volviéndolo a situar en la dimensión del proyecto primordial. El único
verdadero Señor al que hay que servir es Dios, el Kyrios de la historia;
cualquier otra forma de dominio no podrá menos de funcionar como
signo de mediación del único señorío divino y, por consiguiente, no
podrá menos de ponerse en la línea de sacramento de aquel Señor
Jesús a quien el Padre exaltó "porque se anonadó a sí mismo
tomando la naturaleza de siervo... y en su condición de hombre se
humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte" (Flp
2,6-11). En consecuencia, cada vez que un señorío de entre los
hombres deje de ser sacramento del señorío de Cristo tendrá que
sufrir el proceso y el juicio de la historia, que en el canto de María
encontrará los términos más adecuados para ponderar a los hombres
y los acontecimientos: "Ha hecho cosas grandes el Omnipotente...: ha
levantado a los humildes y ha derribado a los poderosos de sus
tronos..."
La antropología encuentra en estos versículos dos claves
importantes de interpretación para comprender al hombre, viéndolo en
primer lugar en su condición creatural frente al único Señor que
puede preguntar a los hombres de cualquier cultura: "¿En dónde
estabas tú cuando yo creaba los astros..., cuando daba orden a las
aguas y dirigía los vientos?..." AI mismo tiempo el hombre encuentra
en sus manos la clave para poder interpretar su actitud para con sus
semejantes, sabiendo que la verdadera realización del ser humano se
mide por su participación en el camino de los que son distintos de él, y
—en el caso del cristiano— esa realización tiene que medirse por la
participación operativa en la esperanza de los pobres. Es éste el
manifiesto mariano, que encontrará su aplicación práctica en aquellos
que acepten entrar en esa actitud femenina de la acogida, de la
escucha, de la expectación operativa, del perder algo de lo propio
para asumir el programa de Dios. Y pudiera ser que, en la cultura
masculina de nuestra sociedad, el hombre tenga que aceptar perder
alguna cosa para encontrar el camino hacia una nueva manera de ser
hombre; igualmente, tendrá que aceptar perder a la mujer, que
interiormente actúa con la fuerza y con el espíritu de posesión de la
cultura corriente. La mujer que vive dentro de sí misma el programa
mariano tiene todas las posibilidades de llevar a cabo una inaudita
reconstrucción de un mundo más humano; ella, que bajo muchos
aspectos puede ser considerada como objeto de marginación, puede
asumir una función de sujeto liberador, a través de un intento de
servicio que se dirige hacia los más débiles e indefensos de la
sociedad.
5. MARIA-CRISTO: OPERACIÓN "CONJUNCIÓN-. Otro elemento que
habrá que atender con la mayor consideración en un nuevo
planteamiento antropológico que se refiera a un esquema mariano es
el que se relaciona con el camino que están llamados a recorrer la
mujer y el hombre en pareja. La presencia de María en el NT, así
como en la historia de la iglesia primitiva, sería insignificante si no se
la considerase como emparejada con Cristo.
Es sobre todo el evangelista san Juan el que, en el episodio de las
bodas de Caná, nos pone frente a esta pareja salvadora. En Caná se
inicia ese sendero que lleva hasta el Calvario, ya que en Caná tiene
lugar el comienzo de los signos y es en Caná donde Jesucristo, el
esposo (Mt 25,1-13), inaugura las bodas entre Dios y su pueblo,
personificado en los discípulos, de los que María es la expresión más
noble. Cuando Jesús llega a Caná "el día séptimo", María, su madre,
ia esposa hija de Sión, está ya allí esperándolo. La presencia de
Jesús y de María asume densidad de significado en este episodio
matrimonial. Desde este momento es cuando María parece
desprenderse de su función de madre física de Jesús para entrar a
vivir dentro del ámbito de la vida de discípulos y esperar con Jesús el
momento en que llegue su hora, dentro del respeto a los tiempos
fijados por el Padre y en la aceptación total del papel que le
corresponde a ella. Precisamente a estos tiempos y a este papel es a
los que María confía aquella frase estupenda dirigida a los sirvientes:
"Haced todo lo que él os diga", invitando a todos a someterse a la
hora de Jesús. La Mujer en el evangelio de Juan pasará desde ese
momento a guardar silencio, para volver más tarde, viva y presente,
en el gran momento en que se realiza su hora en el Calvario. Los
padres de la iglesia indicaron en la pareja María-Cristo una
solidaridad en el designio de la salvación, mientras que vieron en la
pareja Eva-Adán una solidaridad en la desobediencia.
De esta forma las mujeres y los hombres están unidos en la
participación en un mismo testimonio, gracias al cual, aun cuando en
la economía veterotestamentaria ciertas contingencias históricas
encontraron una solución en la participación de alguna heroína
solitaria, sigue en pie el hecho de que en los nuevos tiempos la
novedad que ha traído María consistirá en hacerse partícipe,
formando una pareja salvífica con Cristo, el hombre nuevo, de un
proyecto de liberación. Dentro de la lógica de los nuevos tiempos no
hay ya ninguna batalla, ninguna victoria, que parezca seguir siendo
una prerrogativa exclusivamente masculina.
En la actualidad, esta tesis se ve apoyada por todas las instancias
culturales y psicológicas. Efectivamente, la psicología ha asumido la
finalidad de ayudar a la mujer a encontrarse de nuevo a sí misma y, a
través de la mujer, la de ayudar al hombre a encontrar el equilibrio de
su propio ser. ¿De qué manera? En primer lugar, a través de una
clarificación del verdadero significado que es preciso atribuir a los
conceptos de femineidad y de masculinidad. Un mundo nuevo, como
el que todos están esperando, comenzará a ser una realidad cuando
la mujer y el hombre, formando una pareja, se pongan a caminar por
el mismo sendero, dirigiéndose hacia la misma meta, con la profunda
conciencia de su propio ser y de su propia función, con la convicción
de que lo femenino y lo masculino no deben considerarse únicamente
en relación con los caracteres sexuales, sino sobre todo en relación
con los comportamientos, con las actitudes, con los modos de
reaccionar en las diversas circunstancias. Y no ha de parecer
excesivo repetir que el hombre no podrá alcanzar jamás la plena
madurez de su ser si no realiza dentro de sí la dimensión femenina
que le es propia, mientras que la mujer tendrá que encontrarse con la
dimensión masculina de su yo más profundo. Toda colaboración del
uno con la otra podrá realizarse a través de la reciprocidad de
funciones y de la conjunción de operaciones. Podríamos entonces
preguntarnos: ¿en qué armonía de femineidad y de masculinidad se
realizó la Mujer María? Una lectura atenta de sus actitudes, hecha a la
luz de los nuevos descubrimientos de la psicología, podría darnos un
modelo mucho más adecuado de la misma a la realidad de las mujeres
y de los hombres de hoy.
M. X.
BERTOLA
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 128-143