EL SIGLO XII

SAN ANSELMO

San Anselmo abre el período de esplendor de San Bernardo y los grandes doctores del siglo XIII, y de los autores piadosos del fin de la Edad Media, como San Bernardino de Siena.

Nació San Anselmo en el valle de Aosta en el año 1033 ó 1034, y, después de huir a Normandía porque su padre le había tomado aversión, entró en el año 1060 en la abadía de Bec para ponerse bajo la dirección de Lanfrac. Cuando su maestro, en el año 1078, fue nombrado arzobispo de Cantorbery, le reemplazó en el cargo abacial, y más tarde, en el 1093, le sucedió en el episcopado, donde tuvo grandes luchas con el poder civil. Murió en el año 1109.

Este gran espíritu tenía tal ternura y devoción por Nuestra Señora, que se le ha atribuido lo más piadoso que se ha encontrado respecto a oraciones, alabanzas y meditaciones. He aquí algunos fragmentos considerados auténticos por el más eminente de los historiadores de la literatura medieval, Dom Wilmart. Bastan para hacerle merecer a San Anselmo el título de capellán de María, con el que se le nombraba en el siglo XV.

Dom Wilmart ha probado que el desarrollo de la piedad sensible, que cambia el clima espiritual del medievo occidental, no debe colocarse en el comienzo del siglo XIII, sino a finales del XI. Se ha querido atribuir a las Ordenes mendicantes el honor de haber iniciado a la cristiandad en lo patético y en la dulzura. Pero antes que los cistercienses y antes que Abelardo, ya San Anselmo contemplaba a Jesús sobre su cruz con el dolor de no haber asistido corporalmente a la Pasión, y escribía:

¿Por qué, oh alma mía, no has sufrido con la Virgen tan casta, su Madre tan digna, mi Madre tan bondadosa?

 

Imagina las lágrimas de María durante la flagelación y la crucifixión. Reflexiona sobre la dureza del cambio entre Jesús y San Juan: ¡el discípulo por el Maestro, el servidor por el Señor! Y así aparecen las ideas que van en seguida a considerar Roberto de Arbrisel (muerto en el año 1117) y San Aelredo (abad de Rievaulx, en Inglaterra, del 1147 al 1167), que explican cómo la vida religiosa es una conversación mística con María y Juan al pie de la cruz. Llegamos directamente al Stabat.

ORACIONES Y CONTEMPLACIONES

 

Oh Vos, tiernamente poderosa y poderosamente tierna, oh María, de quien mana la fuente de la misericordia, no detengáis, os lo ruego, esta misericordia tan verdadera, allí donde reconozcáis una verdadera miseria. Pues si yo estoy humillado en la ignominia de mis iniquidades ante vuestra santidad deslumbrante, Vos, mi Señora, no debéis avergonzaros de vuestros sentimientos miscricordiosos, tan naturales hacia un desdichado. Si confieso mi torpeza, ¿me rechazará vuestra bondad? Si mi miseria es más grande de lo que hubiera debido ser, ¿vuestra misericordia será más débil de lo que conviene? Oh Señora, mis faltas aparecen más impuras ante Dios y ante Vos, y por eso tienen más necesidad de ser curadas gracias a vuestra intervención. Curad, pues, oh clementísima, mi debilidad; borrad esta fealdad que os ofende;quitadme, oh benignísima, esta enfermedad, y no sentiréis ya esta infección que tanto os repugna; haced, oh dulcísima, que no haya más remordimientos, y nada quedará ya que pueda molestar a vuestra pureza. Obrad así, oh Señora mía, y acogedme. Curad el alma del pecador, servidor vuestro, por la virtud del fruto bendito de vuestro seno, que ahora está a la derecha de su Padre Todopoderoso, y que es «digno de alabanza y de gloria por encima de todo y por los siglos» .

Oh María, María la grande, la más grande de las Bienaventuradas, María, más grande que todas las mujeres. Oh gran Señora, mi corazón quiere amaros, mi boca alabaros, mi espíritu veneraros, mi alma suplicaros: todo mi ser se encomienda a vuestra protección. Oh corazón de mi alma, esfuérzate, y tú, lo más profundo e íntimo de mí mismo, tanto como puedas, si puedes, esfuérzate en alabar sus méritos, amar su bondad, admirar su elevación, implorar su benevolencia, pues tengo necesidad cada día de su protección 1; al tener necesidad lo deseo; mi deseo suplica; mis súplicas obtendrán, si no según mi deseo, si más que mis méritos. Oh Reina de los ángeles, Soberana del Mundo, Madre que purifica el mundo, confieso que mi corazón está demasiado sucio para que no me avergüence al miraros a Vos, que sois la misma Pureza, Madre del que ha salvado mi alma; mi corazón entero os reza con todas sus fuerzas. Acogedme, Señora mía, sedme propicia, ayudadme con vuestro inmenso poder, para que sean purificadas las manchas de mi alma, y para que mis tinieblas reciban la luz, y mi tibieza se inflame, y despierte del sopor, y espere ese día en el que vuestra bienaventurada santidad (que supera a toda otra, a excepción de vuestro Hijo, dominador de todas las cosas) será exaltada, a causa de vuestro Hijo omnipotente y glorioso, y para la bendición de vuestros hijos de la tierra. Haced que por encima de todo (a excepción de mi Maestro y mi Dios, Dios de todas las cosas, vuestro Hijo), mi corazón os conozca y os admire, os ame y os implore, no con el ardor de un ser imperfecto que no tiene más que deseos, sino con la fuerza de] que se da cuenta de lo que es y que sabe que ha sido hecho y salvado, rescatado y resucitado por vuestro Hijo.

... Sois la causa de la reconciliación general, el vaso y el templo de la vida y de la salvación para el universo; porque yo reduzco demasiado vuestros méritos cuando restrinjo vuestros beneficios a lo que habéis realizado para mí solo, hombre vil, ya que el mundo que os ama, se regocija de vuestros beneficios, y en su alegría proclama lo que habéis hecho por él. Pues sois, oh Señora, por vuestra fecundidad en obras de salvación, digna de veneración por vuestra inapreciable santidad; habéis mostrado al mundo a su Señor y a su Dios, al que no conocía; habéis mostrado al mundo visible a su Creador, al que todavía no había visto; habéis engendrado para el mundo al restaurador, del cual tenía necesidad; habéis engendrado para el mundo al reconciliador, que no tenía todavía. Por vuestra fecundidad, oh Señora, el mundo pecador ha sido jus tificado; estaba condenado, y ha sido salvado; estaba exiliado, y ha sido vuelto a su patria. Vuestro alumbramiento, oh Señora, ha rescatado al mundo cautivo; ha curado al mundo enfermo, y ha resucitado al mundo muerto.

El cielo y las estrellas, la tierra y los ríos, el día y la noche, y todas las cosas sometidas al poder de los hombres, se felicitan de haber perdido la gloria, porque, oh Señora, una nueva gracia inefable, resucitada en alguna forma por Vos, les ha sido conferida. En efecto, todas las cosas estaban como muertas cuando perdieron su propiedad natural de servicio a la dominación y al uso de los que alaban a Dios: pues es por eso por lo que habían sido hechas; estaban angustiadas bajo la opresión y manchadas por el abuso que hacían de ellas los servidores de los ídolos, para quienes no habían sido hechas. Pero he aquí que al resucitar, felicitan a su Soberano, pues gracias a El, ahora son gobernados por el poder de los que confiesan a Dios, y honradas por el uso que hacen de ellas. Una gracia nueva, inestimable, les hizo saltar de alegría en alguna forma, cuando sintieron no sólo que el mismo Dios, su Creador, reinaba sobre ellas de un modo invencible para siempre, sino que también sirviéndose de ellas visiblemente, las santificaba en el interior. Estos bienes tan grandes les han llegado por el fruto bendito de la bendita María.

 

Se acaba de leer en este bello pasaje un eco de las palabras misteriosas de San Pablo: La creación espera con expectación ansiosa la manifestación de los hijos de Dios... Ha sido sujeta a la vanidad... con la esperanza de que también serd liberada de la servidumbre de la corrupción, para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios... Gíme y siente dolores de parto.

La profunda meditación de San Anselmo, sin duda bajo influencias más o menos difusas de los doctores griegos, pone en relación el misterio de María y el (tan real, y tan importante, olvidado por el espiritualismo desencarnado de los últimos siglos) de la creación entera asociada al destino humano. Se entrevé así el papel cósmico de la Reina de los ángeles.

... Oh maravilla, yo contemplo a María: a qué altura sublime la veo. Nada hay igual a María; nada, si no es Dios, es mayor que Ella. Dios ha dado a María su mismo Hijo, que, único, igual a El, engendra de su corazón, como amándose a sí mismo; de María El se ha hecho un Hijo, no otro, sino El mismo, de tal manera que, por naturaleza, El fue único y El mismo, Hijo común de Dios y María Toda la naturaleza ha sido creada por Dios y Dios ha nacido de María. Dios ha creado todo y María ha tenido a Dios. Dios, que ha hecho todas las cosas, se ha hecho a El mismo de María; y así ha rehecho todo lo que había hecho. El, que ha podido hacer todas las cosas de la nada, no ha querido rehacer sin María lo que había sido manchado. Dios es, pues, el Padre de las cosas creadas y María la Madre de las cosas «recreadas». Dios es el Padre que ha construido todas las cosas y María la Madre que ha reconstruido todo. Dios ha engendrado a Aquel por quien todo ha sido hecho; y María ha tenido a Aquel por quien todo ha sido salvado. Dios ha engendrado a Aquel sin quien nada existiría de ninguna forma y María ha tenido a Aquel sin quien nada estaría bien. ¡Verdaderamente el S<> flor está con Vos, pues El ha hecho que toda criatura os deba tanto¡

... Oh buena Madre, os suplico por este amor con el cual queréis a vuestro Hijo, que así como verdaderamente Vos le amáis, y queréis que sea

amado, consigáis que yo también le ame. Así, os lo pido: que se cumpla realmente vuestra voluntad. ¿Por qué no se hará, a causa de mis pecados, lo que sin embargo está en vuestro poder? Señor, sois amigo de los hombres, y habéis tenido piedad de ellos, y Vos habéis podido amar, y hasta la muerte, a vuestros enemigos. ¿Podéis rehusar el amor para Vos y para vuestra Madre a quien os lo pide? Oh Madre de Aquel que nos ama, que habéis merecido llevarle en vuestro seno y amamantarlo en vuestro pecho, ¿no podréis, o no querréis, conceder el amor para El y para Vos a quien os lo pide? Que mi espíritu os venere como Vos sois digna; que mi corazón os ame como es justo; que mi alma es estime como le es beneficioso; que mi carne os sirva como debe; que en esto se consuma mi vida, a fin de que todo mi ser os cante durante la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente. Así sea, así sea.