ROMANO EL CANTOR

Igual que el himno acatistos, las más bellas piezas de Romano deberían ser conocidas por todos los cristianos con buena formación.

Romano fue un convertido del judaísmo, diácono de Beyruth, sacerdote de la iglesia de Kuros en Bizancio. Vivió en tiempos de Anastasio 1 (491-518). Es popular, es poeta y tiene una imaginación viva, un alma que canta, y vuelve a ocurrir lo sucedido con San Efrén. Resplandece una inspiración nueva. La Theotokos grandiosa se humaniza y la piedad hacia Ella se enternece.

«Mientras que en otras partes -escribe Chevalier- se ve a María como un ser cercano a la abstracción, lejana de la tierra, que se reduce casi a la forma de la maternidad divina, en Romano, la Madre, la Virgen, la mujer, la joven, brilla amablemente. Es un goce, para un hombre de nuestro tiempo, encontrar aquí expresiones suaves, cuya ausencia se nota en los grandes doctores, en los que querríamos encontrar la ternura de San Bernardo.»

María avanzaba, llevándole en sus brazos:

Ella se preguntaba cómo, siendo madre, había quedado virgen,

al saber su alumbramiento por encima de la naturaleza,

asombrada, Ella se turbaba, y se decía a sí

misma:

«¡Qué nombre ponerte, Hijo mío!

Pues Tú estás por encima de los hombres,

Tú, que conservas mi virginidad.

¿Te llamaré hombre perfecto? Pero yo sé tu con

cepción divina.

Si te llamó Dios estoy maravillada,

al verte en todo semejante a mí.

Tú eres como todos los hombres.

¿Oué es mejor: darte de mamar o cantarte un hinmo?»

 

En estos últimos versos nos aparece un tema querido por la piedad mariana. Romano no es el que lo ha inventado. El más antiguo testimonio que nosotros conocemos es Basilio de Seleucia, muerto en el 459, en un texto que daremos en seguida.

Esta imaginación concreta, cordial y familiar humaniza de tal manera a la Madre de Dios, que Romano le atribuye sentimientos y palabras quizd un poco demasiado semejantes a las nuestras en su imperfección. Es la incapacidad de nuestra psicología y nuestro arte para expresarlo de un modo exacto. Sería preciso llegar a comprender, y saber manifestar sentimientos más tiernos o más dolorosos aún que los de las almas más apasionadas, y a la vez decirlas con una paz suprema, con una pureza de la que nosotros no tenemos ninguna experiencia, y unirlas a las intuiciones más seguras de la realidad divina. Necesariamente un lirismo como el de Romano carece de esta armonía de extremos, que es imposible para los pobres pecadores .

CÁNTICO DE LA VIRGEN AL PIE DE LA CRUZ

Venid todos, celebremos

a Aquel que fue crucificado por nosotros:

María le vio atado en la Cruz:

«Tú puedes bien -le dijo Ella-,

ser puesto en Cruz y sufrir;

pero no por eso eres menos

Hijo mío y Dios mío.»

 

Como una oveja

viendo a su pequeño

arrastrado al matadero

María seguía,

rota de dolor,

y, como las otras mujeres,

Ella iba llorando:

«¿Dónde vas Tú, Niño mío?

¿Por qué esta marcha tan rápida?

¿Hay aún en Caná

alguna otra boda, para que Tú te apresures
a convertir el agua en vino?

¿Te seguiré yo, Niño mío?

¿0 mejor es que te espere?

Dime una palabra,

oh Tú, la Palabra,

no me dejes así, en silencio,

oh Tú, que me has guardado pura,

Hijo mío y Dios mío.»

«Yo no pensaba, Niño mío,

verte un día como estás:

no lo habría creído nunca,

aun cuando veía a los impíos

tender sus manos hacia ti.

Pero sus niños tienen aún en los labios

el clamor: «¡Hosanna!, ¡seas bendito!»

Las palmas del camino muestran todavía

el entusiasmo con que te aclamaban.

¿Por qué, cómo ha sucedido este cambio?

Oh, es necesario que yo lo sepa.

¿Cómo puede suceder que claven en la Cruz a mi Hijo y mi Dios?»

 

«Oh, Tú, mis entrañas,

vas hacia una muerte injusta;

y nadie te compadece.

¿No es a ti a quien Pedro decía:

«Aunque sea necesario morir,

nunca te negaré?»

El también te ha abandonado.

Y Tomás exclamaba:

«Muramos todos contigo.»

Y los otros, familiares y discípulos,

los que deben juzgar a las doce tribus,

¿dónde están ahora?

No está aquí ninguno;

pero Tú, Hijo mío,

mueres en soledad por todos.

Abandonado.

Sin embargo, eres Tú quien les ha salvado;

Tú has satisfecho por todos ellos,

Hijo mío y Dios mío.»

Así es cómo María,

llena de tristeza,

anonadada de dolor,

gemía y lloraba.

Entonces su Hijo le habló,

volviéndose hacia Ella:

«Madre, ¿por qué lloras?

¿Por qué, como las otras mujeres,

estás abrumada?

¿Cómo quieres que salve a Adán,

si Yo no sufro,

si Yo no muero?

¿Cómo serán llamados de nuevo a la vida

los que están retenidos en los infiernos,

si no hago morada en el sepulcro?

Por esto estoy crucificado, Tú lo sabes,

y es por esto por lo que muero.

¿Por qué lloras, Madre?

Di más bien, en tus lágrimas:

Es por amor por lo que muere

mi Hijo y mi Dios.»

 

«Procura no encontrar amargo

este día en el que voy a sufrir;

para esto es para lo que Yo,

que soy la dulzura misma,

he bajado del cielo

como el maná,

no sobre el Sinaí,

sino a tu seno,

pues en él me he recogido.

Según el oráculo de David:

Esta «montafía recogida» soy Yo;

lo sabe Sión, la ciudad Santa.

Yo que siendo el Verbo

en ti me hice carne.

En esta carne sufro,

y en esta carne muero.

Madre, no llores más,

di solamente:

« Si El sufre, es por que lo ha querido,

Hijo mío y Dios mío.»

 

Le dijo Ella: «Tú quieres,

Hijo mío,

sacar las lágrimas de mis ojos.

Mi corazón sólo está turbado;

porque no puedes imponer silencio a mis

pensamientos,

porque, oh entraña mía,

Tú me dices:

« Si yo no sufro,

no hay salvación para Adán.»

Y sin embargo:

Tú has curado a tantos

sin padecer.

Para purificar al leproso

te fue suficiente

querer sin sufrir.

Tú sanaste la enfermedad

del paralítico,

sin el menor esfuerzo.

También al ciego

le hiciste ver con sólo una palabra,

sin sentir nada por esto,

oh, la misma Bondad,

Hijo mío y Dios mío.»

El que conoce todas las cosas,

aun antes de que existan,

respondió a María:

«Tranquilízate, Madre:

después de mi salida del sepulcro

tú serás la primera en verme;

y Yo te enseñaré

de qué abismo de tinieblas

he sido librado,

y cuánto ha costado.

Mis amigos lo sabrán:

porque Yo llevaré la prueba

inscrita en mis manos.

Madre, entonces contemplarás

a Eva vuelta a la vida;

y exclamarás con júbilo:

«¡Son mis padresí Y Tú les haá salvado,

Hijo mío y Dios mío.»