PRUDENCIO Y SEDULIO

Prudencio, nacido en el año 348, se convirtió tarde, después de una vida brillante y pecadora. Su obra poética, escrita con espíritu de reparación, está enteramente consagrada a Dios y a los santos, y data aproximadamente de los años 395 -400. El sacerdote Sedulio escribió sus cánticos hacia el 430, es decir, en la época del concilio de Efeso, en el que María fue proclamada Theotokos, Madre de Dios.

 

De un himno de Prudencio:

 

Una nueva raza está a punto de nacer; es otro hombre venido del cielo, no del barro de la tierra, como el primero; es Dios mismo revestido de la naturaleza humana, pero libre de las imperfecciones de la carne.

El Verbo del Padre se ha hecho carne viviente; hecha fecunda por la acción divina, y no por las leyes ordinarias de la unión conyugal, una joven le ha concebido sin mancha y va a darle a luz.

Un antiguo y violento odio reinaba entre la serpiente y el hombre; el motivo era la futura victoria de la mujer.

Hoy la promesa se ha cumplido: bajo el pie de la mujer, la víbora se siente humillada.

La Virgen que ha sido digna de dar a luz a Dios, triunfa sobre todos los venenos. La serpiente, ya sin armas, retuerce sobre sí misma con rabia su tortuoso cuerpo, y vuelve a arrojar su impotente veneno sobre la hierba, del mismo color verde que sus impuros anillos.

¿Cómo nuestro enemigo no tiembla, atemorizado por el favor divino hacia el humilde rebaño? Este lobo recorre ahora entristecido las hileras de ovejas sosegadas; olvidado ya de los destrozos, contiene para siempre sus fauces famosas por tantos estragos.

Por un maravilloso cambio, en lo sucesivo es el Cordero quien manda a los leones; y la paloma del cielo, en su vuelo hacia la tierra, quien hace huir a las águilas crueles que atraviesan las nubes y las tempestades.

 

La Iglesia ha adoptado este breve texto de Sedulio para componer el Introito y el versículo del Aleluya de la misa votiva de la Virgen María, no siguiendo el uso antiguo de tomar el texto de los introitos de las Santas Escrituras:

Salve, Madre Santa, Tú que has dado a luz al Rey que sostiene en su mano, a través de los siglos, el cielo y la tierra; al Rey cuya divinidad y cuyo imperio, que abarca todo en su círculo eterno, no tendrá fin. Tú, a quien tus entrañas bienaventuradas te han dado las alegrías de una madre y el honor de las vírgenes. No apareció antes de Ti ninguna mujer semejante; ni habrá otra igual después de Ti; Tú eres la sola y única mujer que ha agradado a Cristo.