FELIPE DE BUENA ESPERANZA

Y EL BIENAVENTURADO HERMANN-JOSE

Premonstre es otra gran familia espiritual del siglo XII. La fundó San Nicolás el año 1121, y en ella se honró mucho a la Virgen. Uno de los principales maestros, Felipe de Harvengt, apodado «el capellán», abad de Buena Esperanza, en

Hainaut, que murió en el año 1183, enunció este principio:

El Amor -el que manifiesta el Creador- configura con la amada al que la ama.

 

Un comentario del Cántico contiene una bella doctrina de la maternidad de María para con nosotros, sin que ose aún dar a María el nombre de Madre:

Es de la Virgen de quien dependen la carne de Cristo, su Pasión, el madero de la Cruz, la abolición de nuestras faltas, la victoria sobre las tinieblas, nuestra constancia en la virtud, y nuestra confianza en las recompensas futuras.

 

Atribuye a María estas palabras que Ella nos dirige:

Cuando por una especie de dar a luz, os hago salir de las tinieblas de la ignorancia, cuando a fuerza de celo y de sufrimiento, os introduzco en la luz de la verdad y de la ciencia, cuando, con una solicitud afectuosa, os hago comprender las leyes de la perfección, ¿no os formo en mis entrañas, o mejor aún, en mis costumbres, a la manera de una madre? Por otra parte, es a uno de entre vosotros a quien el Esposo dijo: He aquí a tu madre.

De San Juan, extiende la Maternidad de María a todos los Apóstoles, de una manera más eminente que a los simples fieles:

Su ejemplo y su doctrina les han servido, pues gracias a Ella el buen orden de la vida se ha mantenido en la disciplina de las costumbres...

Es al cuidado de Juan al que es confiada la Virgen María, pero no se excluye el cuidado de los otros. Una razón muy clara de concretar el misterio lo hace atribuir especialmente a uno de los Apóstoles, pero esto indica que es necesario extenderlo a todos. No es Juan solamente quien recibe a la Virgen y la rodea de veneración, no es sólo a Juan a quien la Virgen abraza con todo el afecto de su devota solicitud. Ella les ama a todos; Ella desea en su corazón el ser útil a todos, darles una doctrina de primer orden y que todos puedan poner en práctica. Nadie ha seguido a la Virgen más familiarmente, nadie ha recibido sin intermediario un conocimiento más completo de Cristo, que los apóstoles que han vencido con Ella antes y después de la Pasión de Cristo y han oído de Ella con frecuencia el misterio de la Encarnación del Verbo.

 

Hacia la misma época, en la región de Colonia, en la abadía de Steinfeld, la orden de Premonstre tuvo a una de las almas que mds ha amado y alabado a María, al bienaventurado Hermann. Nació hacia el año 1152, y murió aproximadamente en el 1233; su vida fue una familiaridad continua con la Santísima Virgen, a quien saludaba con el nombre de Rosa, que se te aparecía, venía en su ayuda y conversaba con él'. Compuso numerosas salutaciones a María, entre otros un poema latino de ochenta estrofas, de las que destacaremos estas:

Yo querría sentirte:

hazme conocer tu presencia.

Atiéndeme,

dulce Reina del cielo;

todo yo me ofrezco a ti.

 

Alégrate, Tú, la misma belleza.

Yo te digo: Rosa, Rosa.

Eres bella, eres totalmente bella,

y amas más que nadie.

 

Alégrate, gozo de mi corazón,

Esposa de Dios:

haz que en tu Corazón se recoja

lo que se brota de mi corazón;

y escucha mi voz.

 

Alégrate, porque tu voz

nos alimenta.

«Aproximaos todos a Mí,

gustad y saboread,

vosotros que tenéis sed de Mí.»

 

Alégrate, pura doncella,

sierva del Señor;

el desgraciado no tiene ya qué temer,

está seguro bajo tu manto,

que es el refugio de los débiles.

 

Alégrate, mi bienamada,

bella, delicada y suave,

mi amor; esperanza en la desgracia,

nadie es como Tú, nadie te iguala,

Tú eres la más bella.

 

Alégrate, Rosa de amor,

y de admirable suavidad.

Es necesario retenerte de todo corazón,

y no dejarte partir nunca.