EL Rosario

 

Hemos oído al bienaventurado Hermann José dar a María el nombre de Rosa. Heredaba una piadosa costumbre anterior a él; la rosa es símbolo de alegría, y apareció como un equivalente del saludo de Gabriel. Cuando se coronaba la imagen con una corona de rosas o cuando se repetían las Avemarías (a las que se unía desde el siglo XI el saluda de Isabel), la intención era idéntica. Los que no sabían recitar los ciento cincuenta salmos del oficio canónico, los sustitufan por ciento cincuenta Avemarías, acompañadas de genuflexiones, y para contarlas se servían de granos enhebrados por decenas o de nudos hechos en una cuerda. En cuanto al hecho de celebrar por grupos de Avemarías los diferentes misterios de la Virgen, lo hemos visto ya en el himno Acatistos. Los elementos que constituyen el Rosario debió sintetizarlos Santo Domingo (muerto en 1221) de una forma aún muy flexible; el Rosario de Santo Domingo era, según parece, una predicación popular; el Santo relataba los misterios evangélicos y hacía recitar Avemarías a sus oyentes. En el siglo XV, Alain de la Roche, en Flandes; Jaime Sprenger y Félix Fabri, en Colonia, dominicos los tres, y basándose en Santo Domingo, dieron al Rosario su forma actual, aunque los quince misterios que se contemplan hoy en día, recitando las quince decenas de Avemarías, no se fijaron hasta el siglo XVI. Pero lo esencial de la devoción era muy anterior, como lo demuestran varios testimonios, especialmente un manuscrito de 1328, obra de un dominico de Soisons, que contiene un poema dirigido a María, titulado el Rosarius.

En el siglo XV es cuando al saluda angélico (completado, como acabamos de decir, con el de Isabel) se añade la fórmula:

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

 

Fórmula de siempre, pero que es lógico que nazca en esta época en donde se tenía tan dolorosamente vivo el sentido del pecado, y en donde se temía tanto la muerte. Se pide por el instante presente y el de la muerte, los dos momentos decisivos que tienen valor de eternidad.