DANTE

De Santo Tomás pasamos inmediatamente a Dante, porque el poeta de la Divina Comedia es como la segunda cima, de igual altitud y de parecida estructura, en ese conjunto de altas cumbres de la Edad Media. Pero es una cima iluminada de otro modo: en Dante la teología se hace canto.

Todo su poema asciende hacia la contemplación de Dios.

El Amor que mueve el día y las estrellas.

 

Es María quien obtendrá al poeta el favor de esta contemplación. La evoca desde el segundo tercio del Paraíso, en el canto XXIII. Nos elevamos hacia el noveno cielo y, de repente, desciende de este cielo una llama en forma de círculo que gira alrededor de la Virgen todavía invisible; es el arcángel Gabriel; en seguida los ángeles, «la multitud de esplendores», aclaman a su Reina, gozosos de pronunciar el nombre de María. La llama sube a lo más alto de los cielos, después de Cristo.

Y como un niño que tiende los brazos hacia su madre, después de alimentarse con su leche, por el afecto que se manifiesta así hacia el exterior, cada uno de aquellos resplandores tendió hacia arriba con su llama, de modo que se me hizo patente el alto amor que tenían a María.

Después permanecieron ante mí cantando Regina coeli tan dulcemente que nunca he olvidado aquel placer.

 

Al término de su ascensión, el poeta recibe por guía a San Bernardo, que le dice:

Mira los círculos hasta lo más remoto, hasta que veas el trono de la Reina, de la cual este reino es súbdito piadoso.

El alza la mirada y ve:

Y en aquel centro vi más de mil ángeles, con las alas desplegadas, que la festejaban, cada uno distinto en su fulgor y su actitud. Y vi ante sus juegos y ante sus cantos sonreír a una belleza que infundía el gozo en la mirada de los demás santos, y aunque yo tuviese para escribir tanta aptitud para imaginar, no me atrevería a expresar lo más mínimo de sus delicias.

Bernardo, cuando vio mis ojos fijos y atentos en la que era el objeto de su amor, volvió sus ojos con tanto afecto hacia ellos, que los míos, al volver a mirar, sintieron más ardor.

 

Después esta intuición admirable de la antigua ,tradición que oponía a las dos Evas, ahora las .dos en la gloria:

La llaga que María cerró y curó, la abrió aquella mujer tan hermosa que está a sus pies.

 

Y Bernardo muestra a partir de Eva todo el paraíso como una inmensa rosa en cuyo centro está María. Luego le dice al poeta:

Contempla ahora: el rostro que a Cristo se parece más, que sólo su claridad te puede disponer para ver a Cristo.

Vi llover sobre Ella tanta alegría, llevada por las almas santas creadas para volar a aquella altura, que nada de lo que había visto antes me extasió con tanta admiración ni mostró con Dios tanta semejanza.

Y aquel ángel que primero descendió cantando Ave María, gratia plena, extendió ante ella sus alas. Respondió al divino por todas partes la bienaventurada corte, de modo que todas las almas parecieron más radiantes.

Bernardo muestra a Dante algunos santos:

Mira, frente a Pedro, a Ana, que está sentada, tan dichosa de contemplar a su hija, que no aparta la vista de ella para cantar el hosanna.

 

Para obtener ver a Dios es necesaria la intercesión de María. Así, Bernardo le ruega por su protegido. Es, sin duda alguna, el fragmento más sublime de toda la poesía en honor a la Virgen:

Virgen madre, hija de tu Hijo, la más humilde y elevada de todas las criaturas, término fijo de la eterna voluntad, tú eres quien ennobleciste la naturaleza humana, de modo que su hacedor no desdeñó convertirse en su hechura. En tu vientre se encendió el amor, por cuyo calor, en la eterna paz, germinó esta flor. Aquí eres, entre nosotros, meridiana luz de caridad, y allá abajo, entre los mortales, fuente viva de esperanza.

Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas. Tu benignidad no sólo socorre a quien pide, sino que muchas veces libremente se anticipa a la petición. En ti la misericordia, la piedad, la magnificencia, se reúnen con toda la bondad que se pueda encontrar en la criatura.

Cuando Bernardo ha hecho su petición:

Los ojos amados y venerados por Dios, fijos en el que oraba, mostraron cuán gratos le son los piadosos ruegos; y después se enderezaron a la eterna luz.

 

Y Dante siente que su propia mirada se vuelve cada vez más pura, y el poema se resuelve en un éxtasis de luz.