LA CARTA DOGMÁTICA DE SAN SOFRONIO

 

Después del sínodo de Jerusalén del 634, el patriarca de Jerusalén, San Sofronio, envió al patriarca de Constantinopla, Sergio, una larga carta en forma de profesión de fe. La autoridad de esta exposición de la creencia católica es muy grande porque fue aprobada por los Padres del VI Concilio Ecuménicu, celebrado en Constantinopla en el 680-681. Nada ha hecho penetrar más eficazmente en el misterio de María que la comprensión del plan redentor. Es por lo que esta contemplación admirable, en donde el lugar de la Madre de Dios es visto de un modo tan fuerte y sobrio a la vez, es una de las más grandes páginas que hayan sido escritas en su honor. Se verá una postura análoga a la adoptada por el papa Pío IX en la primera página de la Bula Ineffabilis.

En cuanto a la Encarnación, yo creo que Dios Verbo, el Unigénito, del Padre, que ha nacido antes de todos los siglos y de todos los tiempos, en la impasibilidad del mismo Dios y Padre, lleno de piedad, en su amor por los hombres, por nuestra naturaleza caída, por su libre decisión, por la voluntad de Dios que le ha engendrado, y con el divino consentimiento del Espíritu, sin abandonar el seno de su Padre, descendió hasta nuestra bajeza. Según la voluntad común del Padre y del Espíritu, y según su naturaleza y su ser infinito, no sufriendo ninguna limitación, ignorando nuestras infidelidades sucesivas, obrando por naturaleza de forma totalmente divina, ha penetrado en el seno completamente resplandeciente de virginal pureza de María, la Santa y Radiante Virgen, llena de una divina sabiduría, y exenta de toda mancha del cuerpo, del alma y del espíritu. Se encarnó, El, el incorpóreo; tomó nuestra forma, El, que, según la esencia divina, era exento de forma en cuanto al exterior y a la apariencia; tomó un cuerpo como el nuestro, El, el inmaterial, y se convirtió en verdadero hombre, sin dejar de ser reconocido como Dios. Se le ve llevado en el seno de su Madre, a El, que está en el seno del Padre Eterno; El, el intemporal, recibe un comienzo en el tiempo; todo esto, no sin motivo, sino aniquilándose verdadera y realmente por completo, por la voluntad de su Padre y la suya, y asumiendo toda nuestra miseria humana, tomando una carne consustancial a nosotros, un alma racional, semejante a la nuestra, un espíritu idéntico al nuestro; puesto que es en esto en lo que consiste el hombre. Y El.se ha convertido en verdadero hombre por la sublime concepción de la Virgen Santísima. Pues El ha querido hacerse hombre para purificar lo semejante por-lo semejante, salvar al hermano por el hermano, iluminar lo idéntico por lo idéntico. He aquí por qué una Virgen Santa es elegida; Ella está santificada en su alma y en su cuerpo, y al ser pura, casta e inmaculada, Ella se convierte en la cooperadora de la encarnación del Creador.