LA IGLESIA LATINA HASTA

EL SIGLO XI

 

Con respecto a la literatura mariana de Oriente, tan rica, la del Occidente latino parece pobre hasta cerca del siglo XI. Los textos que podríamos citar, interesantes como testimonio de la tradición continua y viva, no marcarían ningún progreso ni en la doctrina, ni en la piedad. Es preciso, sin embargo, hacer algunas excepciones con determinados poemas y textos litúrgícos admirables. Son los que constituyen el fondo litúrgico más querido por los corazones cristianos. Y se añaden también aquí los escritos de San Ildefonso y de San Pedro Damián.

CANTO DE ANDRÉS EL ORADOR A RUSTICANA

 

Este canto fue dirigido a la mujer de Boecio, el último de los filósofos antiguos, que vivió en Roma hacia el 500, antes de ser puesto por Teodorico en la cárcel, donde escribid su Consolación filosófica. Este mismo canto fue inscrito un siglo más tarde bajo una imagen de la Virgen María en la casa de San Gregorio el Grande.

La Virgen-Madre ha dado la vida al Hombre-Dios;

Ella ha conocido el dar a luz permaneciendo virgen.

Alas órdenes divinas, Ella ha dado su carne,

enseñando a los que vendrían que sólo la fe puede poseer a Cristo.

Ha creído y concebido al Verbo:

Su cuerpo ha contenido al Señor.

El Creador se hace criatura, el Rey toma cuerpo de un servidor;

y en una morada humana reside el Autor de la vida.

El es sembrador y simiente, El es autor de su Madre;

Hijo del hombre y Padre de los hombres.

Con su nacimiento glorioso, la Luz ha llegado a la vida,

abandonando la morada a través de puertas cerradas;

Virgen y Madre, estas dos glorias quedan unidas:

Madre, da a luz al Hombre, y Virgen, conoce a Dios.

En el Unigénito del Padre adoramos dos naturalezas:

humana y divina, las dos en una Persona, las dos son verdaderas.

Su Espíritu y su Padre están unidos a El por siempre,

Trinidad sencilla y trina sencillez.

Dos veces engendrado, como Creador sin madre,

como Redentor sin padre,

por una y otra razón es grande, tanto más grande

en su humildad.

Así quiso nacer el vencedor de las faltas de este

mundo,

el que, muriendo, obligó a morir a la muerte.

El que, por su poder, protege nuestras vidas.

El proteja, Rusticiana, a tu estirpe.