BASILIO DE SELEUCIA

Con la atmósfera espiritual evocada por los textos que preceden, tos doctores, poco a poco, empiezan a dar calor a sus escritos. Ya San Cirilo, en el Concilio de Efeso, habló con entusiasmo. Pero es preciso esperar a los siglos VII y VIII para que los doctores recurran asiduamente a María, y la contemplen de una manera tan profunda y afectuosa como el pueblo fiel. El progreso se hizo bajo el impulso de la liturgia.

La fiesta de la Natividad de María existe desde el tiempo de Romano. Los primeros testimonios que tenemos sobre la fiesta de la Concepción son de principios del siglo VIII. Las fiestas dan lugar a homilías, y la predicación exige contemplación y oración.

Basilio de Seleucia (muerto en el año 459) tiene algunas intuiciones profundas.

Si Dios ha colmado de gracias a sus buenos servidores, ¿cuáles serán los dones concedidos a su Madre? ¿No serán incomparablemente superiores a los favores concedidos a los servidores? Esto es evidente. Si Pedro ha sido proclamado bienaventurado, ¿no llamaremos bienaventurada entre todos a la Virgen que ha dado a luz a aquel a quien Pedro ha confesado? San Pablo es llamado vaso de elección, porque ha llevado el nombre de Cristo por toda la tierra; ¿qué vaso es, pues, la Madre de Dios?... Oh Virgen Santísima, por más prerrogativas y por más gloria que mi piedad os atribuya, quedaré siempre muy inferior a la verdad.

 

Es ya el De Maria nunquam satis de San Bernardo. Pero Basilio de Seleucia sólo aplica todavía vagamente el principio según el cual un medio de comprender a María es el de llegar a Ella por el estudio de los santos. Este principio será muy fecundo.

San Basilio deduce el papel de protección y de guía que María desempeña hacia nosotros, y utiliza la palabra mediadora:

Oh Virgen Santísima, el que haya dicho de Vos todo lo que hay de venerable y de glorioso no ha pecado contra la verdad, sino que no ha alcanzado vuestra dignidad. Miradnos desde lo alto del cielo y sednos propicia. Conducidnos ahora en la paz, y después de habernos llevado sin oprobio hasta el día del juicio, hacednos participar en el reposo de los que se sientan a la derecha de Vuestro Hijo; llevadnos al Cielo y hacednos cantar con los ángeles un himno a la Trinidad increada y consustancial.

Yo os saludo, llena de gracia, a Vos que habéis sido constituida Mediadora entre Dios y los hombres a fin de derribar el muro de enemistad, y volver a establecer entre el cielo y la tierra la más estrecha unión.

 

Del mismo discurso, destaquemos el pequeño pasaje emocionante en el cual, tal vez, Romano se inspiró:

¿Cómo os llamaré?, le decía Ella. ¿Hombre?, pero vuestra concepción es divina. ¿Dios?, pero Vos estáis revestido de nuestra carne. ¿Qué haré por Vos? ¿Voy a alimentaros con mi leche o a glorificaros? ¿Os voy a rodear de cuidados como una madre o a adoraros como una sierva? ¿Besaros como a mi hijo o rogaros como a mi Dios? ¿Debo daros leche o incienso? ¡Qué misterio inenarrable! ¡El cielo os sirve de trono y Vos reposáis en mis brazos! Sois por entero de los habitantes de la tierra y no habéis privado al cielo de vuestra presencia.