ANTROPOLOGÍA


SUMARIO: 
I. Sentido de la antropología y su evolución: 
1 Antropología cultural; 
2 Campo de nuestra investigación - 

II. La relación hombre-mujer en la antropología: 
1 Concepto de "homo" en la antropología; 
2. La antropología cristiana y la función de lo femenino, 
3. Nuevos desarrollos de la antropología - 

III. María, la realización perfecta del "homo" 
1. María-femenino: referencia a una nueva antropología. 
2 La mujer ¿sacramento para el hombre? 

IV. Puntos de referencia para una nueva antropologÍa: 
1 María, el sacramento de la maternidad de Dios; 
2 María de Nazaret, la Reina de la paz; 
3 María, el "si" humano al señorío de Dios, 
4. La "doulia" Mariana nota femenina con la que armonizar todo canto de liberación 
5. María-Cristo: operación conjunción . 


1. Sentido de la antropología y su evolución 
Según la clásica definición de Aristóteles, antropólogo es aquel que habla del hombre, 
analizándolo en sus diversos aspectos, sobre todo en relación con la pregunta fundamental 
que interesa a la investigación filosófica: ¿quién es el hombre? La filosofía, como 
antropología, se ocupa eminentemente del concepto hombre; es decir, se enfrenta con el 
misterio de esa persona que se escapa continuamente de la posibilidad de conocimiento, 
investiga lo no dicho sobre el misterio del hombre y deja abierta la posibilidad de ulteriores 
investigaciones, ya que el hombre, como persona, está siempre por descubrir y siempre 
tiene de qué maravillarnos. La reflexión ontológica, por lo demás, tiene precisamente la 
tarea de preguntarse hasta el fin del mundo sobre el misterio personal del hombre, qué 
pretendemos conocer y qué, por el contrario, se nos escapa en todo momento, dándonos el 
sentido de la grandeza del misterio y de la relatividad de nuestro conocimiento, y 
haciéndonos exclamar con Carrell: "El hombre, ese desconocido". Por tanto, "la antropología 
es la palabra que el hombre dice sobre sí mismo, la reflexión de un ser que no está nunca 
ahí simplemente, sino que se ha hecho siempre problema de si mismo y sólo 
existe —dése o no reflejamente cuenta de ello—como respuesta siempre varia a la 
pregunta que es él mismo". 
Con el progreso de las ciencias del hombre, la antropología amplía su campo de 
investigación, ligándose con las diversas ciencias que se ocupan de cualquier aspecto del 
hombre, profundizando en él en relación con el carácter específico de su competencia. En 
un primer lugar la antropología comparte su investigación con la psicología, la fisiología y la 
ética, y posteriormente la extiende al estudio de las razas, convirtiéndose más tarde en 
etnología y morfología de las culturas. Actualmente, una honesta aproximación al estudio 
del hombre supone un buen conocimiento de la psicología (en sus aspectos más nuevos y 
más verdaderos), de la sociología, de la lingüística, de la etnología, de la historia, así como 
de la mitología, de la historia de las religiones y especialmente de la antropología cultural, 
aparte como es lógico, de la visión filosófica y teológica del hombre. 
También la teología ha dirigido una atención particular al hombre histórico-existencial; 
más aún, contando con la demostración de la historia, podemos decir que la teología ha 
subrayado siempre la antropología, viéndola y estudiándola en relación con la cultura de la 
que formaban parte los diversos teólogos fundadores de escuelas: Agustín guarda relación 
con el platonismo y Tomás con el aristotelismo, Mohler trabajó dentro de la cultura 
romántica y Rahner en la existencialista. Hoy se habla decididamente de un giro 
antropológico en la teología, en el sentido de que la antropología es considerada como "el 
aspecto más importante de la ciencia de la fe". Por lo demás, la revelación "es ante todo no 
la visión que el hombre tiene de Dios, sino la visión que Dios tiene del hombre. La biblia no 
es la teología del hombre, sino la antropología de Dios que se ocupa del hombre y de lo 
que él pide, más que de la naturaleza de Dios". En una palabra, en la biblia la problemática 
antropológica y la teológica se presentan como una sola y misma cosa, en cuanto que en 
las observaciones relativas a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo, a la historia de la 
salvación, a la vida y a la muerte, etc., se interpreta al mismo tiempo la comprensión del 
hombre y de su condición. 

1. ANTROPOLOGIA-CULTURAL. Entre las diversas ciencias del hombre, la 
antropología cultural es la que, de manera muy especial, ha contribuido al conocimiento del 
hombre, en cuanto que lo ha observado y estudiado en su cotidianidad en la materialidad 
de sus relaciones con el ambiente, en relación con su corporeidad y con sus modos de ser 
y de expresarse como varón y mujer; en la dependencia respecto a su comunidad de 
pertenencia y en las manifestaciones rituales normativas y significativas de esa misma 
pertenencia; en los diversos momentos evolutivos de una cultura que ha pasado a través 
de dificultades, de luchas y de sueños utópicos, desde la etapa rudimentaria del primer 
contrato social hasta los umbrales del s. XXI, cuando la concienciación del propio "ser 
persona" ha planteado al hombre y a la mujer por enésima vez la pregunta determinante: 
"Hombre, ¿quién eres?" 

2. CAMPO DE NUESTRA INVESTIGACIÓN. En la carrera de acontecimientos culturales, 
históricos, existenciales, queremos preguntarnos qué significado ha tenido o qué significado 
es posible recuperar para el hombre, su estudio no sólo a la luz del concepto homo, sino su 
contemplación en relación con la presencia femenina, concretada en una mujer que la 
teología presenta como la madre del Hijo de Dios, a quien la historia recuerda como María 
de Nazaret, la psicología contempla como arquetipo femenino y de quien la cultura nos 
habla con admiración por su función de virgen y de madre. Si la antropología se ocupa del 
hombre, de sus interrogantes, de sus relaciones con el Otro, con los demás y con el 
cosmos, de su realización como hombre, de sus impulsos angustiosos hacia algo mejor en 
lo que encuentra apoyo toda utopía humana, nosotros nos preguntamos: ¿qué significado 
tiene para ese hombre María, la mujer? ¿Qué importancia tiene el hecho de que, en la 
historia de la humanidad, haya habido una significativa presencia femenina? ¿Qué 
significado tiene hoy lo femenino para el hombre? Son los interrogantes que nos 
estimularán a lo largo de esta reflexión sobre los acontecimientos que tuvieron como 
protagonista al hombre y que han sido analizados por la antropología. 


II. La relación hombre-mujer en la antropología 
La pregunta de donde partimos es la siguiente: ¿qué significado 
ha tenido la mujer en el estudio del hombre? La pregunta tiene su propia razón de ser 
específica; en efecto, deseamos recuperar el verdadero sentido de lo femenino, para fijarlo 
como núcleo a partir del cual intentar hacer justicia a las verdades de fe relativas a la mujer 
María, así como al significado tan grande que la presencia de lo femenino ha tenido y sigue 
teniendo —siempre que sepamos descubrirlo y aceptarlo— para el hombre de todos los 
tiempos. 

1. CONCEPTO DE "HOMO" EN LA ANTROPOLOGÍA. En la investigación antropológica, 
sobre todo a partir de la filosofía griega, tropezamos continuamente con antinomias 
capaces de alterar, e incluso de destruir, el verdadero sentido de lo femenino en sus 
caracteres positivos y en sus motivos de presencia. La escala de significados antinómicos 
que se encuentran más fácilmente es la siguiente: hombre-mujer = alma-cuerpo = bien-mal 
= espíritu-materia = positivo-negativo = fuerte-débil; todo ello con un exponente de 
significado peyorativo respecto a la mujer, la cual se convierte en objeto de definición 
siempre y solamente en relación con el hombre, cuando se trata de observar y de definir a 
este último en la fenomenología de su expresividad y en sus diversas funciones operativas. 
Solamente el hombre en su modalidad de ser masculino, parece poseer una personalidad 
plena y autónoma. La herencia que ha dejado a la cultura la concepción platónica del 
hombre, considerado en su expresión dualista de alma espiritual, prisionera en el cuerpo 
material (representado por lo femenino), ha tenido un peso de no poca monta en la 
concepción antropológica cristiana, la cual, entre otras cosas, ha debido librar luchas no 
fáciles contra la doctrina gnóstica y maniquea, que se esforzaba en señalar límites muy 
concretos entre el mundo del espíritu (alma = hombre) y el de la materialidad (cuerpo = 
mujer), entendido este último como elemento negativo en la realización del hombre en su 
aspecto más verdadero. 

2. LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA Y LA FUNCIÓN DE LO FEMENINO. 
MUJER/SIMBOLO-DEL-P: La fuerza revolucionaria con que el proyecto de Cristo hizo 
entrar a la mujer como persona capaz de escuchar, de vivir y de anunciar el misterio dei 
Padre, se vio pronto apagada por una tradición cultural que no podía soportar tan 
fácilmente el cambio de términos de su visión del mundo. Ya la posición de san Pablo 
resulta, en ciertos puntos, muy ambigua en lo que se refiere a la mujer. Los mismos 
grandes teólogos cristianos no lograron salir del atolladero en que la gnosis, interpretando 
el proyecto primitivo de Dios con categorías demasiado humanas, les había obligado a 
meterse. La antropología agustiniana se muestra muy cargante en lo que se refiere a la 
mujer, debido a la clara distinción entre el alma y el cuerpo que el teólogo pone como punto 
de partida de la visión del hombre, y sobre todo a la equiparación del varón con la 
naturaleza espiritual y de la femineidad con la naturaleza corpórea como antes hemos 
dicho. En el orden de la naturaleza, la mujer estará subordinada al hombre lo mismo que el 
cuerpo está subordinado a la mente. Más aún, esta concepción se prolongará de forma 
negativa: puesto que la espiritualidad ascética define el pecado como la insubordinación de 
la carne contra el espíritu, la identificación de la mujer con el cuerpo hará de ella un símbolo 
peculiar del pecado. Esta definición de la mujer como cuerpo sometido en el orden de la 
naturaleza y carnalidad en el desorden del pecado, les permitirá a los teólogos pasar 
imperceptiblemente de la segunda relación a la primera atribuyendo a la naturaleza de la 
mujer una inferioridad que es pecaminosa. Se atribuirán a la mujer la sensualidad, la 
malicia, la coquetería, la cortedad de entendimiento mientras que se verán en el varón 
todas las virtudes que engrandecen a la persona. Esto significará que todo lo fuerte es 
propio del varón, mientras que todo lo débil será característico de la mujer: la mujer que 
quiera realizarse tendrá que actuar varonilmente, es decir, tendrá que hacerse fuerte como 
el varón. Es ésta una condición que encontramos ya en los evangelios apócrifos del s. II. En 
el Evangelio de Tomás leemos que Pedro excomulga a la Magdalena con estas palabras: 
"María tiene que marcharse de entre nosotros porque las mujeres no son dignas de la vida". 
Y el apócrifo nos ofrece entonces la rara respuesta de Jesús: "Mira, yo la guiaré de forma 
que haga de ella un varón, para que ella se convierta en un espíritu igual al nuestro, el de 
los varones. Porque toda mujer que se haga varón entrará en el reino de los cielos". Por lo 
demás, las vírgenes en la cultura cristiana son las que se han hecho viriles superando en el 
plano físico y en el psíquico su naturaleza femenina. Así pues, de todo este conjunto de 
elementos resulta que la salvación de la mujer se ve no como afirmación de su naturaleza 
femenina, sino como superación de la misma, con vistas a una posibilidad más elevada, la 
varonil. Esto impondrá a la ascética femenina y sobre todo al estado virginal una dura lucha 
por reducir el ser femenino a la asunción de aquellas características que son específicas 
del varón. 
Este tipo de antropología, que se asumirá como postulado en la reflexión posterior, ha 
condicionado duramente el camino de realización de la mujer en la historia y ha justificado 
cierta manera de situarse el hombre frente a la mujer, así como cierta pedagogía masculina 
respecto a la mujer. "Causa del pecado original, personificación del demonio, la mujer 
—más que las mujeres— era el obstáculo que los hombres encontraban en su esfuerzo por 
conquistar la salvación. Obstáculo que encuentra una neutralización cuando los hombres 
de iglesia proponen un ideal femenino basado en el valor de la castidad, en el que a la 
perfección de la virgen se le van contraponiendo sucesivamente las concepciones 
degradantes de la viuda y de la esposa". 
En semejante ambiente de fobia de la mujer, la virgen María es asumida como modelo 
ejemplar de femineidad lograda, aunque, necesariamente, ha sido considerada siempre 
como la mujer privilegiada de Dios y preparada expresamente para ser una madre digna del 
Hijo de Dios. María es modelo especial de las vírgenes, cuya característica es la de "estar 
sujeta"..., la de "ruborizarse cuando un hombre le dirige la palabra"..., Ia de "permanecer 
sola y retirada en un rincón de la casa".... "sin amistades, sin presencias indiscretas, para 
no contaminarse con conversaciones vulgares"; las mujeres, como María, tienen que 
aprender a "no entretenerse en las plazas, a no charlar en público, a refugiarse en el hogar 
y a evitar meterse entre la muchedumbre" MACHISMO/AMBROSIO-S. 
El ideal femenino que presenta este modelo mariano contempla, por consiguiente, el 
silencio por encima de todo: María habla poco y actúa mucho la modestia: María no pierde 
el tiempo arreglándose el cuerpo; la discreción: a María no le gusta salir de paseo, sino 
trabajar tranquilamente en su casa, dedicada a su familia. 


3. NUEVOS DESARROLLOS DE LA ANTROPOLOGÍA. La gestión de la palabra, el paso 
de lo privado a lo público, una nueva y serena relación con el propio cuerpo, serán 
precisamente los tres elementos fuertes, puestos en la base de la lucha femenina, para 
liberar a la mujer de las tres grandes alienaciones a fin de conquistar su dignidad de 
persona. En ese éxodo con vistas a su liberación la mujer de los ss. XIX y XX ha recibido la 
ayuda de los descubrimientos que la antropología cultural y la psicología de las 
profundidades han ido haciendo, sobre todo en el aspecto positivo de un descubrimiento de 
la femineidad. El ideal femenino mariano se ha visto sometido a duras criticas y, en muchos 
casos, ha quedado arrinconado como contraproducente; la nueva cultura, que ha dado a 
luz un largo esfuerzo de siglos, ha tenido como punto de referencia y como valor que 
salvaguardar a toda costa al ser humano, en su expresión de masculinidad y femineidad, 
realizado como hombre solamente en la unidad de los dos aspectos del homo. La teología, 
ayudada por los estudios exegéticos, ha acogido una nueva hermenéutica en orden a una 
renovación y un replanteamiento antropológico. María, la Virgen madre del Hijo de Dios, ha 
sido estudiada, amada, seguida también como la Mujer llamada María de Nazaret; aquélla 
que, habiendo acogido sobre sí y sobre la historia entera la palabra de Dios plenamente, ha 
gozado, antes que todos los demás, de la visión de todo lo que se les había prometido a 
cuantos, aceptando el proyecto de Dios, se confían a su poder de realización. Ella, la Mujer 
por antonomasia, se ha convertido en el signo proléptico para todo hombre que acepte 
realizarse en el proyecto de Dios, renunciando a presentar el contraproyecto humano.
Ha sido sobre todo la antropología cultural la que ha favorecido el descubrimiento de lo 
femenino en la historia y, por consiguiente, la que nos ha dado nuevos estímulos para 
preguntarnos por el significado de la presencia mariana respecto al hombre. Desde el 
momento en que la antropología cultural se ha asentado —dentro del concierto de las 
ciencias del hombre—como definición del sentido de la historia, como afirmación de la 
pluralidad de significados del pasado y como capacidad de captar en su análisis lo 
infinitamente pequeño de la cotidianidad, ha conseguido asumir también aquellos datos que 
el historiador había arrinconado como insignificantes, que el psicólogo había catalogado 
como un dato de naturaleza y que el filósofo había considerado como una subcategoría de 
lo real. El significado particular de la presencia imponente de lo femenino y el nuevo 
descubrimiento del papel de la mujer en las diversas culturas nos ha cogido generalmente 
de sorpresa y nos exige un ejercicio de discernimiento de todo lo que la historia ha dejado 
en la oscuridad y de todo lo que ha estado inhibido o mal interpretado en la persona, 
durante la hegemonía de una cultura que nos ha conducido hasta hoy. Hoy la mujer está 
descubriéndose a sí misma y se está dando cuenta de cómo ha sido usada como objeto en 
el movimiento frenético y en la construcción del hombre; por eso la mujer de hoy intenta 
constituirse como sujeto de la historia propia —esa historia vivida por ella y sentida de 
modo distinto de como la siente su compañero de trabajo, de estudio, de lucha— iniciando 
y dando significados propios a la cultura y negándose a asumir, sin hacer que pasen antes 
por la criba de su propio juicio, los significados establecidos por los que, hasta ahora, han 
tenido el poder de hacer cultura y han escrito y leído la historia con criterios de juicios 
impuestos por una visión no completa de la realidad. Semejante ejercicio de discernimiento 
no puede darse sin recelar de ciertos cánones de juicio, utilizados hasta hoy para trazar 
una linea de demarcación entre la posibilidad del hombre y la posibilidad de la mujer. El 
camino de liberación, aunque fatigoso, es ya irreversible, de modo que ninguna disciplina 
científica puede pasar en silencio la presencia de un gigantesco iceberg, formado por la 
nueva toma de conciencia de la mitad del género humano. 
Está a punto de nacer una nueva antropología; María de Nazaret tendrá que ser su punto 
de referencia. Por eso precisamente Pablo Vl nos recomendó mirar a María teniendo en 
cuenta el cambio de las "concepciones antropológicas y la realidad psicosociológica 
profundamente transformada" (MC 34). Se trata de dar un ideal al hombre de hoy, 
indicándole un proyecto de vida donde poder insertarse y actuar, llevando sus posibilidades 
de ser a su expansión máxima. 
Respecto al conflicto naturaleza-cultura que se ha llegado a crear dentro del cambio 
antropológico, especialmente en lo que atañe a la mujer, habrá que precisar si hay algo que 
Dios haya declarado y establecido directamente y en qué sentido además, la antropología 
cristiana tendrá que tomar en consideración, a nivel de praxis y no sólo de teoría, el 
proyecto-hombre visto en el plan original de Dios y el contraproyecto antropológico acogido 
en la historia del hombre por una cultura que ha intentado repetidas veces la experiencia 
babélica. Un estudio comparado de los dos proyectos interesa no sólo a la ciencia bíblica y 
teológica sino a todo el campo del conocimiento, y el trabajo realizado por una metodología 
interdisciplinar tendrá que respetar las competencias de cada perspectiva. Este intento de 
profundización puede encontrar en la actualidad un ambiente dispuesto favorablemente a 
colaborar, con tal que exista una sincera voluntad de diálogo en la búsqueda y se acepte 
llevar a cabo una limpieza de prejuicios en nuestras seguridades intelectuales y en nuestros 
métodos hermenéuticos. 
Y es en este punto donde María de Nazaret puede entrar en escena y representar el 
papel de signo significativo que indique al hombre, en busca de sí mismo y de su 
realización, hacia dónde dirigirse para poder realizarse de forma coherente con la idea de 
homo que Dios tuvo presente al concebir su plan original. 


III. María, la realización perfecta del "homo" 
Siempre resulta difícil encontrar personas concretas que plasmen, 
en su ser y en su obrar, de forma completa, un sistema antropológico determinado. Los que 
más se acercan al modelo acogido por una cultura determinada se convierten, en definitiva, 
en héroes, en santos, en supermanes, según ia sensibilidad cultural con que se acepte 
cada una de las palabras-concepto. La antropología cristiana ha tenido siempre la 
posibilidad de presentar al hombre nuevo en la persona de aquel a quien nos hace acoger 
la fe como la única y verdadera novedad de los tiempos nuevos: Cristo, el modelo 
trascendente de toda perfección humana. Sin embargo, el hombre siente la necesidad de 
referirse a un modelo de hombre constituido por una persona humana y solamente humana. 
María es el modelo que necesita todo hombre, para ponerlo delante de si, no para copiarlo 
al pie de la letra, sino para contemplar en él todo lo que puede llegar a ser una persona 
cuando acepta, como María, entrar en un proyecto construido por Dios. Ella no es tanto un 
modelo de virtudes capaces de hacer al hombre amable y coherente en el plano moral, sino 
el tipo (typos) y la imagen (imago) de la iglesia, tal como nos ha enseñado el Vat II (LG 
63.65.68). Por tanto, antes de ver en María un comportamiento de vida, estamos llamados a 
leer en ella la definición de hombre, tal como brotó del pensamiento de Dios, y a buscar la 
respuesta al interrogante que desde siempre se ha planteado el ser humano: "Hombre, 
¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas?, ¿por qué caminas en la vida?" 

1. MARIA-FEMENINO: REFERENCIA A UNA NUEVA ANTROPOLOGÍA. El hecho de 
presentar a María como significado antropológico en un proyecto humano y cristiano no 
agota, de todas formas, nuestros interrogantes, que nacen sobre todo de la consideración 
de un cambio radical en la cultura. 
Creo que una respuesta menos superficial puede venir solamente después de una larga 
reflexión capaz de poner de relieve las raíces del ser de esta presencia femenina en la 
historia, en la cultura, en la psique de cada individuo, dentro de los diversos sistemas 
teológicos. Nuevas preguntas a las que es preciso dar una respuesta. Podemos resumirlas 
con B. Antonini de la siguiente manera: a) Una vez admitido y concedido que María es el 
lugar teológico e histórico en que tiene lugar el encuentro de Dios con la humanidad, nos 
preguntamos: ¿María de Nazaret es protagonista de este hecho como mujer o como ser 
humano total? En el primer caso —se constata— la femineidad o, mejor dicho, el ser mujer 
no sirvió de impedimento para que Cristo pudiera asumir la condición de varón, con lo que 
precisamente la mujer sería, no sólo ocasionalmente, la colaboradora ideal de Dios. En el 
segundo caso habría que definir mejor el término humanidad recogido en una persona, 
sexuada además en la forma femenina. b) Por otra parte, el tipo de participación de María 
en el proyecto de Dios, ¿es una emergencia ejemplar en esta sola persona femenina, o 
bien se convierte en una actitud típica que ha de engendrar perspectivas permanentes 
dentro de la experiencia humana? c) Cuando se habla de María como modelo, ¿se trata de 
un modelo original de donde surgen perspectivas de vida, o bien de una proyección en la 
que se absolutiza de alguna manera una ideología? 
Partiendo de estos interrogantes podría intentarse la construcción de una nueva 
antropología en la que figurase lo femenino como núcleo, a partir del cual elaborar un 
sistema de principios que no solamente hagan justicia a las verdades que se refieren a 
María, sino también a la verdad que concierne al hombre. Por lo demás, en la actualidad lo 
femenino ocupa un lugar preponderante en la reflexión antropológica y cultural; más aún, la 
investigación de estos últimos años parece orientarse decididamente hacia la afirmación de 
lo femenino, considerado como una de las estructuras ónticas y ontológicas más originales 
del ser humano. El hecho de que María sea una mujer y de que Dios mismo le haya pedido 
que se convierta en madre de su Hijo, insertándose con plena libertad y responsabilidad en 
un proyecto que ella no había previsto, no es ni mucho menos una cuestión sin relieve. La 
antropología cristiana debe preguntarse el porqué de este hecho y, sobre esta base, 
realizar un esfuerzo en orden a la profundización del tema relativo a lo femenino, que se ha 
convertido en la actualidad en objeto teórico de diversas ciencias. 
La cuestión, planteada a nivel teológico, es por tanto la siguiente: "¿Qué significado tiene 
María para Dios y qué significado tiene, por tanto, lo femenino para Dios?" Esto podría 
ayudar a la antropología a preguntarse sobre el significado que tiene la mujer para el 
hombre en la construcción del proyecto de éxito humano. 
Por lo demás, la simple observación empírica de los datos de la experiencia de cada día 
nos lleva a todos a esta constatación que se convierte en un problema que hay que 
solucionar con toda urgencia: la mujer, en la antropología del pasado, ha personificado 
siempre la corporeidad, la sexualidad, la materialidad del hombre; de aquí el sentimiento de 
pesadez y de tara con que se ha movido siempre en la historia la mujer y la prohibición que 
le han impuesto los varones de tocar las teclas de la gestión del poder, así como la 
imposibilidad para la mujer de crear nuevos ritmos de caminar para si misma y para su 
compañero, el varón. Pero de hoy en adelante, ¿qué es lo que ocurrirá con la mujer y con 
el hombre, si se tiene en cuenta el hecho de que la corporeidad y la sexualidad no 
solamente han dejado ya de verse como realidades negativas o, por lo menos, como datos 
accidentales o instrumentales del ser humano, sino como parte integrante y necesaria del 
mismo ser humano. Pero hay más todavía. Si la sexualidad se considera como un principio 
de configuración total de la persona, se sigue de esto que el sentir, el percibir, el querer del 
hombre se diferencia considerablemente del sentir, del percibir y del querer de la mujer, y 
cualquier interpretación de la realidad acaba estando marcada por esta diferencia esencial. 
El sexo, por consiguiente, no es algo que tengan el varón y la mujer, sino algo que son los 
dos; el ser mujer o varón constituye, por tanto, dos modos diversos de ser en el mundo, y 
esta diversidad se marca incluso en el momento en que los dos tienen que enfrentarse con 
la misma tarea, sistematizar el mismo concepto, buscar vías de realización de un mismo 
proyecto, indagar sobre los métodos de trabajo a fin de trazar un camino operativo más 
adecuado y sistemático. Por consiguiente, nos parece que es preciso subrayar que la 
antropología tiene que ir precedida de una atenta reflexión ontológica, que se pregunte 
sobre la reciprocidad hombre-mujer y que se interrogue: ¿son éstas dos realidades 
separadas y distintas —a pesar de que se buscan mutuamente y de que se confieren un 
ser la una a la otra—, o bien una de esas realidades está en la otra de manera que la una 
lleva dentro de si a la otra o, mejor dicho, que la mujer lleva dentro de si al hombre (animus) 
y el hombre lleva dentro de si a la mujer (anima), según el planteamiento ya tan conocido 
de Jung? Sigue en pie el hecho de que, si las cosas se mantuvieran verdaderamente 
dentro de los términos enunciados, no solamente, cambiaría la relación mujer-hombre —ya 
que esa relación pasaría por dentro de los dos seres y no ya por fuera, como siempre se ha 
pensado—, sino que cambiaría decididamente el punto de apoyo sobre el que asentar una 
teoría acerca del hombre, bien sea en lo que se refiere a la relación del hombre con su 
alteridad femenina, bien sea en lo que concierne a su relación con la Alteridad divina. La 
decisión de Dios, por ejemplo, de escoger a María, la Mujer, como mediación para alcanzar 
el tiempo podría darnos el significado de lo femenino para Dios, además de responder a la 
pregunta: "¿Qué significa María para Dios?", y podría además hacernos pensar y vivir a la 
mujer como sacramento a través del cual Dios se comunica al hombre, incluso al hombre de 
la historia de hoy. En ese caso la nueva antropología no podría menos de referirse al 
proyecto primordial de Dios, proyecto que contempla a la mujer a la luz de la reciprocidad, 
de un "cara a cara', con el hombre, puesto que es así como parece que hay que leer por 
dentro el proyecto creatural inventado por Dios para poner al hombre en la condición de ser 
feliz. Hoy, lo mismo que en el primer día de los tiempos, la mujer —madre por naturaleza— 
recibe el ministerio de engendrar al hombre escondido en el corazón, de revelarlo a él 
mismo y de hacerle crecer, conduciéndolo de nuevo incesantemente a su verdad e 
impidiéndole instalarse dentro de la historia o destruirla. Proteger al hombre como madre y 
salvarlo como virgen, dándole al mundo un alma, es la vocación y el motivo de ser de la 
mujer. La paz es mujer, y es con el carisma de la femineidad como el mundo, bajo la 
tentación de ir caminando de una babel a otra tendrá que encontrar su espacio 
interiorizante, en donde pueda levantar un altar al Dios creador, a ese Dios amigo de la 
vida, a quien nos hace rezar la liturgia. Por eso mismo invocamos a la Mujer María como 
reina de la paz. 

2. LA MUJER ¿"SACRAMENTO" PARA EL HOMBRE? Además, el ministerio de la 
maternidad que ha recibido como misión del Espíritu --aquel que hace la vida— conduce a 
la mujer hacia el pobre, el débil, el indefenso, el no-poderoso; a lo femenino se le ha dado 
la capacidad de acoger, alimentar, prevenir, atender. A la maternidad, finalmente, se le ha 
reconocido la función altísima de llegar a ser sacramento, significando la paternidad de 
Dios y recordándole al hombre que el único señorío capaz de gobernar en el amor los 
destinos de la historia es el de Dios. Por eso precisamente la Mujer María se identificó a si 
misma como la doule de Dios, es decir, como aquella que acepta servir a los hermanos en 
la obediencia al único Señor. 
Todavía más; dentro del nuevo proyecto-hombre tendrán que desaparecer las 
distinciones cualitativas de las que se ha servido siempre la cultura humana para 
caracterizar la peculiaridad de los sexos respectivos, designando al hombre como sexo 
fuerte y señalando a la mujer como sexo débil. Por lo menos habrá que recuperar la 
cualificación propia de ciertas actitudes que unas veces pondrán en evidencia una 
característica femenina, y otras veces una característica masculina, dentro del respeto y de 
la consideración de las respectivas competencias de calidad. En la esfera religiosa, por 
ejemplo, será lo femenino lo que desempeñe la función de consistencia, en cuanto que es 
la mujer la que se convierte en intermediaria entre Dios y el hombre, a fin de elevar al 
hombre demasiado engolfado quizá en la creación del mundo de las relatividades, 
orientándolo hacia la dimensión de lo absoluto, de lo trascendente. En el fondo, el sí de la 
Mujer María, que permitió la encarnación del Verbo, debe verse acompañado a 
continuación del sí de la mujer al proyecto de Dios, un sí pronunciado con absoluta libertad 
y responsabilidad, solamente este sí continuado, en la cotidianidad de la historia, podrá 
permitirle al hombre encontrar su ruta hacia Dios y hacia las realidades metafísicas. Dante, 
el poeta-teólogo de la edad media, había propuesto ya esta perspectiva de interpretación 
de la vida del hombre cuando, elevando a Beatriz a la categoría de guía de su personaje a 
través del espacio beatífico del paraíso, indicaba que el guía varonil, Virgilio, acababa con 
su función al terminar los espacios relativos, y que le correspondía luego a la guía femenina 
indicar el camino hacia Dios, haciéndose mediación hacia él. Esto podría servir de 
parámetro interpretativo para juzgar sociológicamente la masiva presencia femenina en la 
práctica religiosa, a diferencia de lo que sucede con la presencia de los varones. 
Un último argumento, que podría tener una fuerte repercusión en una eventual 
antropología nueva, es el que se refiere a la metodología de la conjunción a fin de organizar 
un camino de lo humano hacia la plenitud del ser. Por otra parte, no será precisamente la 
oposición hombre-mujer la que realice al uno y a la otra según un proyecto que tiene como 
punto de llegada la felicidad de cada uno de ellos: el homo, creado por Dios para la 
felicidad, es pareja, y como tal o se realiza en pareja o no alcanza la plenitud de ser. Así la 
antropología puede tener un fuerte punto de referencia para la construcción de un 
proyecto-hombre en la pareja salvífica Cristo-María. A la teología patrística le ha gustado 
contemplar esta pareja como antítesis de la pareja Adán-Eva, personificación del 
contra-proyecto del que se sirvió el hombre para desafiar a Dios. 
Vayamos recogiendo a continuación, uno a uno, todos los elementos enunciados, con la 
intención de subrayar algunos conceptos-guía para la construcción de una nueva 
antropología que reconozca adecuadamente el papel de la Mujer María y de la mujer 
cotidiana. 


IV. Puntos de referencia para una nueva antropología 
¿Puede la humanidad volver al estado de niñez? No se trata de una exigencia de reflujo, 
ni mucho menos de un intento de quedar absorbidos en el pasado, para encontrar allí una 
cuna capaz de ampararnos durante la intemperie en estos tiempos tan borrascosos que nos 
ha tocado vivir. El niño está relacionado con todo lo que es espontaneidad, vivacidad, 
creatividad, naturalidad, sencillez. Según algunos, las posibilidades que tiene aún el 
hombre de recuperarse dependen de su disposición para morir a la civilización actual, 
volviendo a la naturaleza; la naturalidad, representada en la película de M. Ferreri Chiedo 
asilo (1979), consiste en un mar inmenso, en el que se adentra el niño protagonista guiado 
por la mano de su maestro; los dos, el niño y el hombre, se ven acogidos por el seno tibio y 
transparente de las aguas que se pierden en el lejano horizonte, hasta llegar a realizar un 
matrimonio de comunión con la inmensidad del cielo. En el lenguaje de los mitos el mar es 
mujer, lo mismo que mujer es también la tierra, el campo, el jardín y como es mujer María, 
ese mar infinito de humanidad, dentro del cual se sumergió el Hijo de Dios para 
experimentar al hombre y para aprender a moverse en la inmensidad infinita del mundo de 
las relatividades. El ciclo mistérico, que durante el año litúrgico va siguiendo el amor de 
Dios en el acto de ofrecer su amistad a la humanidad y el intento de ésta para acoger la 
propuesta divina, comienza con el hodie de la encarnación. Lo eterno se sumerge en el 
agua del tiempo, en un mar que la historia ha conocido y hace conocer con un nombre que 
procede de la experiencia con el agua por parte de un pueblo en camino de liberación: el 
nombre es María. Aquí es donde comienza la aventura del hombre nuevo. El camino 
fatigoso y maravilloso de la historia humana encuentra sus puntos de referencia en 
Eva-María, umbra y veritas de una maternidad universal, lo mismo que encuentra 
actualmente una posibilidad cotidiana de renacimiento o de hundimiento en lo femenino, del 
que María es sacramento y del que cada uno de nosotros, hombres o mujeres, lleva una 
parte consigo. Descubrir, experimentar, vivir el espacio mariano presente en cada persona 
significa aceptar el conocimiento de esa parte oscura del ser que hay en nosotros y que las 
categorías jungianas designan como lo femenino. "Efectivamente, nosotros conocemos sólo 
la mitad de nosotros mismos; ¿quién conoce la otra?". Es ésta la constatación tan 
verdadera que nos invita a hacer un personaje de una película de Wajda y la misma ciencia 
psicológica. 

1. MARÍA, EL SACRAMENTO DE LA MATERNIDAD DE DIOS. Los expertos en 
catequética están de acuerdo en afirmar las dificultades con que muchas veces tropiezan a 
la hora de presentar a Dios con la analogía del Padre. En una sociedad sin padre, como 
alguien ha dicho, resulta más urgente que nunca descubrir la categoría experiencial que 
haga justicia a la fidelidad de Dios para con el hombre de hoy. Juan Pablo I, como buen 
catequista que era, se mostró solícito y puntual en utilizar la categoría bíblica que nos habla 
de Dios, contemplándolo en una actitud maternal. Por lo demás, la cosa resulta demasiado 
obvia. Si ha sido teológicamente exacto, en una cultura patriarcal, hablar del interés de Dios 
por el hombre bajo la figura de un papá, tendrá que ser igualmente exacto en una cultura 
como la nuestra —que no sólo atribuye a la madre la función generativa, sino también la 
educadora del hombre, hijo y marido— presentar a Dios aprovechándose de la experiencia 
maternal. En ese caso la relación Dios-hombre quedará mejor mediada por un rostro de 
mujer. Una vez más María de Nazaret, en su expresión femenina de máxima apertura a 
Dios, se convierte en su sacramento más concreto y simpático. Si realmente es función de 
la mujer no solamente engendrar al hombre, sino revelárselo a él mismo conduciéndolo 
incesantemente hacia su verdad, imponiéndole destruir la historia que ha creado con sus 
propias manos, transformándose en monstruo apocalíptico que devora a sus criaturas, esto 
quiere decir que la antropología tendrá que confiar a lo femenino el papel creativo de 
renovar continuamente el proyecto-hombre sobre la base del concepto primordial, que 
contempla una jerarquía de valores en la que Dios, la Alteridad absoluta, vuelve a ser el 
punto vértice del marco de referencias de todo valor y de todo comportamiento humano. La 
pareja humana aceptará ser y caminar por un terreno de paridad, en todos los niveles, y el 
hombre y la mujer lograrán distribuirse el ministerio de la realeza sobre los animales y sobre 
las cosas, no según un criterio patronal o sindical, sino según el don de gracia concedido 
por Dios a cada uno de ellos, don que actúa en el interior de la operatividad de los dos. El 
hombre tendrá que tener muy en cuenta este principio: él no conseguirá actuar por la 
reconstrucción de un mundo a partir de unas bases distintas de las precedentes si no 
acepta antes bajar a la zona femenina de su ser para engendrar y madurar dentro de sí, en 
un esfuerzo fatigoso de interiorización, de paciencia, de espera, de contemplación, esa 
riqueza operativa con la que ha acostumbrado proyectarse en el mundo para construirlo. Y 
al mismo tiempo la mujer tendrá que poder salir, en el momento justo, del mundo privado de 
su contemplación y, después de haber conservado dentro de sí un proyecto, estará llamada 
a explicitarlo a través de aquellos segmentos importantes de operatividad, cuando el 
hombre —incapaz a menudo de seguir esperando frente a todo lo que está en germen de 
vida— sienta la tentación de destruir, con la intención de sentirse poderoso y de poder 
exclamar: "¡El mundo es mío! ¡Yo lo he construido y yo lo manejo!" 
Por eso, el símbolo de la paz es mujer, como es mujer el símbolo de la justicia y el de la 
victoria. 

2. MARÍA DE NAZARET LA REINA DE LA PAZ. En este punto habría que encontrar 
espacio para descifrar el conjunto de mitos y de símbolos que se han elaborado a lo largo 
de los siglos por el inconsciente colectivo. "¿Por qué el símbolo de la justicia es la mujer? 
¿Por qué tiene en la mano la balanza y la espada? ¿Por qué no se ha utilizado otro símbolo 
en este caso? ¿Por qué tiene los ojos tapados por una venda?". Pero si no ve nada y está 
condenada a la ceguera, ¡ay del hombre y ay del mundo que tengan que ser juzgados por 
ella! ¿Qué hacer entonces? Entonces hay que quitar la venda de los ojos de la mujer y 
permitirle que vea en el conjunto de los acontecimientos que hacen incierto el caminar del 
hombre. Quizá sea éste el tiempo en que la poesía —que también es mujer—, con la 
riqueza de su irracionalidad, pueda ser la profetisa capaz de entregar al hombre el cuerno 
mágico, para que, recorriendo las aldeas y llegando hasta los ángulos más remotos y 
oscuros de este planeta dormido para los verdaderos valores de la libertad, pueda dar a 
todos sus habitantes el signo esperado, según la visión del director polaco A. Wajda. ¡Y no 
quiera Dios que el hombre, receptor del mensaje, demasiado embriagado por un concepto 
de sí mismo aureolado de grandeza y de poder, montando en su propio caballo, confíe a 
otros la misión de salvación, perdiendo el cuerno mágico y llevando a la concreción más 
despiadada los limbos de las posibilidades humanas y la evaporación de las ilusiones 
nocturnas ante el amanecer del gran día! 
La antropología, precisamente porque se ocupa del hombre, debería ponerse en la 
condición de buscarlo cada vez con mayor insistencia, no sólo en la historia del pasado, 
sino sobre todo en su presencia en la historia de hoy, ese terreno deportivo, grandioso y 
belicoso, donde se mide la consistencia del hombre concreto y donde se juega el futuro del 
hombre de mañana. La situación de lucha internacional está cargada de amenazas, la 
carrera de armas nucleares se repite cada día de modo más intenso, el desarme entre los 
pueblos no existe de hecho y los gastos bélicos aumentan cada vez más, incluso en los 
países en donde el bienestar y la riqueza no son personajes habituales. ¿Cómo detener 
esta espiral de la violencia? Se necesita alguien que acepte vivir en su propia piel el 
conflicto, resolviéndolo en la síntesis de una liberación completa. 

3. MARÍA, EL SÍ HUMANO AL SEÑORÍO DE DIOS. La concreción del proyecto-hombre, 
propuesto por Dios al comienzo de los tiempos, puede realizarse gracias a una nueva y 
atenta lectura de las primeras páginas del Génesis, en donde nos encontramos con el 
hombre utópico, es decir, el hombre tal como es pensado por Dios. La catequesis de Juan 
Pablo II nos estimula en esta dirección. En el Edén encontramos un hombre en el que se 
actúan plenamente las tres dimensiones constitutivas de su relación: con el orden de la 
naturaleza, con la alteridad humana y la del hombre consigo mismo. Se trata del hombre 
que ha logrado realizar su plenitud de ser; del hombre que disfruta de todo, pero que nunca 
se pone a decir con orgullo: "Esto es mío; ¡me pertenece con exclusividad!" La alternativa 
que le ofrece la tentación —y que acabará constituyendo el contraproyecto del plan de 
Dios— consiste precisamente en marcar las cosas y las personas con el sello de la 
propiedad. El instante en que la pareja humana decide ser sujeto de derecho y tener la 
facultad de poseer que es propia de Dios, es el instante mismo en que se da cuenta de que 
las cosas se le escapan de las manos, con lo que la misma pareja percibe que hay algo que 
deja de funcionar en la relación interpersonal: se dan cuenta de que están desnudos y de 
que son llamados por Dios no ya juntamente, sino de forma separada. Desde ese momento 
la libertad de Adán se instala dentro de un espíritu patronal: no acepta ya el mundo como 
un don, sino que pone sus manos sobre el mundo considerándolo como propiedad; y una 
vez que ha nacido en algún sitio el espíritu patronal, todas las cosas y las personas dejan 
de existir, porque pasan a ser objeto del único que pretende ser su patrón; deja de existir la 
alteridad, ya que el otro existe solamente en la libertad. En las páginas del Génesis, la 
disociación que se lleva a cabo entre el hombre y la mujer se muestra con toda evidencia 
en el hecho de que cada uno intenta descargarse de las responsabilidades con las que se 
intenta paliar la culpa del desastre original. Será menester que el propio Hijo de Dios venga 
a revolucionar el método operativo con que la pareja humana había realizado el más grande 
desastre ecológico y humano. El Verbo de Dios, convertido por su nacimiento humano en 
sacramento de la nueva alianza, en el mismo momento de entrar en nuestra propia casa (cf 
Flp 2,6-8), pondrá como condición para la salvación la necesidad de invertir la lógica 
patronal. La primera persona plenamente humana que acepte entrar en esta lógica será 
una mujer, María de Nazaret, y después de ella le tocará a la mujer la misión de ontologizar 
al mundo, haciéndolo un mundo de Dios. 

4. LA "DOULIA', MARIANA, NOTA FEMENINA CON LA QUE ARMONIZAR TODO 
CANTO DE LIBERACIÓN. María con su "¡He aquí la esclava del Señor!" renuncia a la 
realización de su programa privado, para ponerse al servicio de Dios, que quiere salvar al 
mundo volviéndolo a situar en la dimensión del proyecto primordial. El único verdadero 
Señor al que hay que servir es Dios, el Kyrios de la historia; cualquier otra forma de dominio 
no podrá menos de funcionar como signo de mediación del único señorío divino y, por 
consiguiente, no podrá menos de ponerse en la línea de sacramento de aquel Señor Jesús 
a quien el Padre exaltó "porque se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo... y 
en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte" 
(Flp 2,6-11). En consecuencia, cada vez que un señorío de entre los hombres deje de ser 
sacramento del señorío de Cristo tendrá que sufrir el proceso y el juicio de la historia, que 
en el canto de María encontrará los términos más adecuados para ponderar a los hombres 
y los acontecimientos: "Ha hecho cosas grandes el Omnipotente...: ha levantado a los 
humildes y ha derribado a los poderosos de sus tronos..." 
La antropología encuentra en estos versículos dos claves importantes de interpretación 
para comprender al hombre, viéndolo en primer lugar en su condición creatural frente al 
único Señor que puede preguntar a los hombres de cualquier cultura: "¿En dónde estabas 
tú cuando yo creaba los astros..., cuando daba orden a las aguas y dirigía los vientos?..." AI 
mismo tiempo el hombre encuentra en sus manos la clave para poder interpretar su actitud 
para con sus semejantes, sabiendo que la verdadera realización del ser humano se mide 
por su participación en el camino de los que son distintos de él, y —en el caso del 
cristiano— esa realización tiene que medirse por la participación operativa en la esperanza 
de los pobres. Es éste el manifiesto mariano, que encontrará su aplicación práctica en 
aquellos que acepten entrar en esa actitud femenina de la acogida, de la escucha, de la 
expectación operativa, del perder algo de lo propio para asumir el programa de Dios. Y 
pudiera ser que, en la cultura masculina de nuestra sociedad, el hombre tenga que aceptar 
perder alguna cosa para encontrar el camino hacia una nueva manera de ser hombre; 
igualmente, tendrá que aceptar perder a la mujer, que interiormente actúa con la fuerza y 
con el espíritu de posesión de la cultura corriente. La mujer que vive dentro de sí misma el 
programa mariano tiene todas las posibilidades de llevar a cabo una inaudita reconstrucción 
de un mundo más humano; ella, que bajo muchos aspectos puede ser considerada como 
objeto de marginación, puede asumir una función de sujeto liberador, a través de un intento 
de servicio que se dirige hacia los más débiles e indefensos de la sociedad. 

5. MARIA-CRISTO: OPERACIÓN "CONJUNCIÓN-. Otro elemento que habrá que atender 
con la mayor consideración en un nuevo planteamiento antropológico que se refiera a un 
esquema mariano es el que se relaciona con el camino que están llamados a recorrer la 
mujer y el hombre en pareja. La presencia de María en el NT, así como en la historia de la 
iglesia primitiva, sería insignificante si no se la considerase como emparejada con Cristo. 
Es sobre todo el evangelista san Juan el que, en el episodio de las bodas de Caná, nos 
pone frente a esta pareja salvadora. En Caná se inicia ese sendero que lleva hasta el 
Calvario, ya que en Caná tiene lugar el comienzo de los signos y es en Caná donde 
Jesucristo, el esposo (Mt 25,1-13), inaugura las bodas entre Dios y su pueblo, 
personificado en los discípulos, de los que María es la expresión más noble. Cuando Jesús 
llega a Caná "el día séptimo", María, su madre, ia esposa hija de Sión, está ya allí 
esperándolo. La presencia de Jesús y de María asume densidad de significado en este 
episodio matrimonial. Desde este momento es cuando María parece desprenderse de su 
función de madre física de Jesús para entrar a vivir dentro del ámbito de la vida de 
discípulos y esperar con Jesús el momento en que llegue su hora, dentro del respeto a los 
tiempos fijados por el Padre y en la aceptación total del papel que le corresponde a ella. 
Precisamente a estos tiempos y a este papel es a los que María confía aquella frase 
estupenda dirigida a los sirvientes: "Haced todo lo que él os diga", invitando a todos a 
someterse a la hora de Jesús. La Mujer en el evangelio de Juan pasará desde ese 
momento a guardar silencio, para volver más tarde, viva y presente, en el gran momento en 
que se realiza su hora en el Calvario. Los padres de la iglesia indicaron en la pareja 
María-Cristo una solidaridad en el designio de la salvación, mientras que vieron en la pareja 
Eva-Adán una solidaridad en la desobediencia. 
De esta forma las mujeres y los hombres están unidos en la participación en un mismo 
testimonio, gracias al cual, aun cuando en la economía veterotestamentaria ciertas 
contingencias históricas encontraron una solución en la participación de alguna heroína 
solitaria, sigue en pie el hecho de que en los nuevos tiempos la novedad que ha traído 
María consistirá en hacerse partícipe, formando una pareja salvífica con Cristo, el hombre 
nuevo, de un proyecto de liberación. Dentro de la lógica de los nuevos tiempos no hay ya 
ninguna batalla, ninguna victoria, que parezca seguir siendo una prerrogativa 
exclusivamente masculina. 
En la actualidad, esta tesis se ve apoyada por todas las instancias culturales y 
psicológicas. Efectivamente, la psicología ha asumido la finalidad de ayudar a la mujer a 
encontrarse de nuevo a sí misma y, a través de la mujer, la de ayudar al hombre a 
encontrar el equilibrio de su propio ser. ¿De qué manera? En primer lugar, a través de una 
clarificación del verdadero significado que es preciso atribuir a los conceptos de femineidad 
y de masculinidad. Un mundo nuevo, como el que todos están esperando, comenzará a ser 
una realidad cuando la mujer y el hombre, formando una pareja, se pongan a caminar por el 
mismo sendero, dirigiéndose hacia la misma meta, con la profunda conciencia de su propio 
ser y de su propia función, con la convicción de que lo femenino y lo masculino no deben 
considerarse únicamente en relación con los caracteres sexuales, sino sobre todo en 
relación con los comportamientos, con las actitudes, con los modos de reaccionar en las 
diversas circunstancias. Y no ha de parecer excesivo repetir que el hombre no podrá 
alcanzar jamás la plena madurez de su ser si no realiza dentro de sí la dimensión femenina 
que le es propia, mientras que la mujer tendrá que encontrarse con la dimensión masculina 
de su yo más profundo. Toda colaboración del uno con la otra podrá realizarse a través de 
la reciprocidad de funciones y de la conjunción de operaciones. Podríamos entonces 
preguntarnos: ¿en qué armonía de femineidad y de masculinidad se realizó la Mujer María? 
Una lectura atenta de sus actitudes, hecha a la luz de los nuevos descubrimientos de la 
psicología, podría darnos un modelo mucho más adecuado de la misma a la realidad de las 
mujeres y de los hombres de hoy. 

M. X. BERTOLA
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 128-143
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