M A R Í A    R E I N A
(conclusión)

 

IV. La memoria litúrgica La memoria de santa María Virgen Reina es, evidentemente, paralela a la solemnidad de N.S. Jesucristo, Rey del universo, y hay que decir que, prácticamente le ha dado pie el arraigo de esta última.

1. CÓMO SURGIÓ. Ya en los comienzos del presente siglo, en el congreso mariano celebrado en Lyon en 1900, se hizo un voto para la institución de la "fiesta de la realeza universal de María" y para añadir en las letanías lauretanas la invocación "Reina del mundo, ruega por nosotros". Un deseo semejante se expresó en el congreso de Friburgo de 1902, y en el de Einsiedein de 1906; en el primero, incluso, se pedía la fecha precisa del 31 de mayo, mientras que en el segundo se solicitaba, de un modo más general, que los nuevos textos litúrgicos sirvieran de clausura al mes mariano. Pero fue después de la institución de la fiesta de Cristo Rey, establecida por Pío Xl como clausura del año santo de 1925, cuando empezó un amplio movimiento en favor de una fiesta propia de la realeza de María. Así, en 1933, surgía en Roma, por obra de María Desideri, el "Movimiento internacional Pro regalitate Maríae" que pretendía difundir entre los fieles la idea y la devoción a la realeza mariana y obtener de la Santa Sede una fiesta litúrgica con ese título, reuniendo la adhesión de obispos y de otras personalidades del mundo católico. Así se recogieron miles de peticiones en doce volúmenes, que fueron presentados a Pío Xll.

En el mismo año de 1933 el obispo de Port-Said bendecía la primera piedra de una catedral dedicada a María, Reina del mundo, consagrada después solemnemente por un legado papal el 13 de enero de 1937. Junto a las manifestaciones de culto uno de los primeros efectos de este movimiento fue el de suscitar diversos estudios sobre el tema. Comenzó con un trabajo famoso titulado De María Regina, de De Gruyter. Así en 1954, al finalizar el año mariano para el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada, Pío Xll casi no tuvo que hacer más que recoger ese amplio movimiento del pueblo de Dios sobre el tema, y el día 11 de octubre publicó su encíclica Ad coeli Reginam, que contiene los motivos histórico-teológicos de la decisión, y el 1 de noviembre, como conclusión del Congreso internacional mariológico-mariano (casi todo él dedicado a profundizar la cuestión), proclamó la fiesta litúrgica de María Reina, que debía celebrarse el 31 de mayo. Como signo tangible de aquel hecho volvió a coronar con su mano a la venerada imagen de María Salus Populi Romani. Los textos propios de la misa y del oficio de la nueva fiesta vieron la luz pocos meses después.

En el reformado calendario romano de 1969, la fiesta de la Realeza de María ha sido transferida del 31 de mayo al 22 de agosto, octava de la Asunción, "para que aparezca más clara la conexión entre la realeza de la madre de Dios y su asunción" (Commentarium). El nuevo calendario, lo mismo que ha acercado, para lograr un significado más profundo, la memoria del Inmaculado Corazón de María (antes fijada el 22 de agosto) a la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, así, al fijar la memoria de santa María Virgen Reina ocho días después de la Asunción, ha intentado poner de relieve la estrecha unión existente entre asunción y glorificación de la Virgen. Por otra parte, este traslado responde al espíritu de la liturgia, la cual en la antífona al Magníficat del día 15 de agosto canta así: "Hoy la virgen María sube a los cielos; alegraos, porque reina con Cristo para siempre". También el Vat II une perentoriamente los dos acontecimientos, afirmando: "La Virgen inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59). Es, por tanto, un cambio que no nos debe desagradar; ya que si, por un lado, separa la fiesta de su ámbito devocional (mes de María), por otra la introduce en un cauce teológico (la asunción) capaz de justificarla y comprenderla mejor.

2. Los CONTENIDOS DE LOS FORMULARIOS. La MC afirma de nuestra memoria: "La solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la realeza de María, que tiene lugar ocho días después y en la que se contempla a aquella que, sentada junto al rey de los siglos, resplandece como reina e intercede como madre" (n. 6). El texto sobrentiende que, para la liturgia romana, la solemnidad del 15 de agosto constituye, hablando con rigor, la celebración más plena de la realeza de María: a la luz de la Asunción, la fiesta del 22 de agosto aparece sólo como una prolongación de la fiesta del día 15, como una peculiar contemplación de la que "resplandece como reina e intercede como madre". Y hay que decir que el binomio reina-madre, aquí recordado, está constantemente presente en los formularios litúrgicos propios de la misa del día. La celebración se abre con el Sal 44,10, que determina en seguida el tema propio de la fiesta: "María, nuestra reina, está de pie, a la derecha de Cristo, enjoyada con oro, vestida de perlas y brocado" (antífona del introito). Pero, inmediatamente la colecta y la oración después de la comunión precisan que la fiesta se centra sobre María "como nuestra madre y reina". La aclamación al evangelio subraya egregiamente ambas dimensiones: "Te saludamos, oh reina del cielo; tú, que llevaste en tu seno al salvador, intercede por nosotros, Virgen humilde y gloriosa". Se trata, pues, de una reina que es al mismo tiempo madre, o mejor: se trata de una reina que lo es por ser madre del rey y porque ejerce sobre nosotros su realeza como una madre.

Este trasfondo teológico —María es reina porque es madre— está implícitamente presente en la colecta del día, que relaciona la maternidad regia de María respecto a nosotros con el hecho de que ella es "la Virgen madre de tu Unigénito", lo mismo que en la oración sobre las ofrendas que hace consistir el contenido de la fiesta "en [la] conmemoración de la virgen María", y está explícitamente afirmado por las dos lecturas que han de preferirse para proclamarlas en esta memoria.

En la primera lectura, el oráculo de Is 9,1-6 anuncia el nacimiento de un niño que lleva la dignidad real y a quien se atribuye una serie de títulos regios característicos. ¿Cómo no descubrir en ese niño al anunciado por Gabriel a María como aquel a quien "el Señor Dios le dará el trono de David... y su reino no tendrá fin" (Lc 1,32)? La maternidad divina pues, asocia a María de manera íntima a su Hijo, haciéndola participe también de sus funciones mesiánicas, de las cuales forma parte la realeza. Además, en el v. 43 del evangelio del día (Lc 1,39-47), Jesús es llamado por vez primera "Señor", que en el lenguaje de Lucas es el término o titulo mesiánico en el que subyace una cierta idea de poder y dominio. María es llamada por Isabel "la madre de mi Señor", con todas las implicaciones de aquella cultura respecto a la reina-madre. Es el primer argumento teológico en favor de la realeza mariana citado por Pío XII y ampliamente desarrollado antes.

Por desgracia, en los textos litúrgicos del día falta una referencia explicita a otro fundamento teológico de la realeza de María, puesto de relieve por la encíclica Ad caeli Reginam: el hecho de su participación en el cumplimiento de la redención. La oración sobre las ofrendas suplica "la protección de Jesucristo, tu Hijo, que se ofreció a ti en la cruz como hostia inmaculada", pero no menciona la contribución del todo excepcional de la Virgen madre. Ahora bien, puesto que es cierto que la Virgen participó y colaboró con el Redentor a la salvación del mundo, es justo sostener que ella participa también de la realeza que su Hijo consiguió con su sangre derramada. El hecho de no mencionarlo explícitamente constituye una laguna teológica en los formularios litúrgicos. En cambio, la misa de Pío Xll afirmaba: "Bienaventurada eres, virgen María, porque al pie de la cruz padeciste con él; ahora reinas con él eternamente" (gradual). Y en otro lugar: "María, reina del cielo y señora del universo, estaba junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo con el más profundo dolor".

Y ¿qué decir de los otros aspectos bíblico-teológicos señalados en las dos contribuciones precedentes, capaces de acercar la existencia de María a la del hombre de hoy y de siempre? ¿Por qué no resaltar, p. ej., que la realeza de María es consecuencia de su vida de donación y de servicio y que todavía hoy ejerce su realeza en forma de materno servicio? ¿Por qué no recordar expresamente a los pobres del Señor de nuestro tiempo que Dios es fiel a sus promesas, que su estilo de obrar no ha cambiado, y que lo mismo que exaltó a María de Nazaret, mujer humilde y pobre, exaltará también a cuantos en nuestros días son perseguidos y humillados por su fidelidad al evangelio? Es una laguna antropológica de los formularios de la misa del día. La antífona de la comunión recuerda a Lc 1, 45, concretada así por la antífona al Magníficat de vísperas: "Dichosa tú, virgen María, que has creído lo que te ha dicho el Señor; reinas con Cristo para siempre"; y las peticiones de los formularios eucológicos piden que, por intercesión de la reina-madre, también nosotros "alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos" (colecta), o "lleguemos a participar en el banquete del cielo" (oración después de la comunión), donde se puede recordar la promesa de Jesús: "Comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino y os sentaréis sobre tronos para juzgar..." (Lc 22,30); pero nos parece demasiado poco. Por lo menos se puede partir de estos elementos para equilibrar una celebración que corre el riesgo de perpetuar la contraposición entre la reina del cielo, cercana a Dios, y la mujer del evangelio, cercana al hombre, cuando sabemos que "ella ocupa en la iglesia, después de Cristo, el lugar más alto y más cercano a nosotros" (LG 54). A este respecto, nos parece más completo y armónico el nuevo Rito para la coronación de las imágenes de B.V. María, de 1981, del cual citamos el texto eucológico más significativo, como síntesis actual del significado biblico-teológico-antropológico de la realeza de María. Dice así: "Tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz, resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha como rey de reyes y señor de señores; y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava, fue elegido madre del Redentor y verdadera madre de los que viven, y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles reina gloriosamente con su Hijo, intercediendo por todos los hombres como abogada de la gracia y reina de misericordia (...). Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida y, cumpliendo la ley del amor, se sirvan mutuamente con diligencia; que se nieguen a sí mismos y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos; que, buscando la humildad en la tierra, sean un día elevados a las alturas del cielo, donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles la corona de la vida".

D. SARTOR
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1712-1730