PRESENCIA DE MARÍA


El tema de la presencia de María reviste una actualidad y una importancia indiscutidas, sea porque está en condiciones de resumir el papel de María en la historia de la salvación, sea por el contenido antropológico recibido de la cultura personalista de nuestro tiempo. Las preferencias de la teología actual y la experiencia de los místicos convergen hacia el lenguaje más existencial de la presencia en el intento de centrar el misterio de Maria. No es arduo discernir la dirección impresa por el Espíritu Santo a la iglesia de hoy, la cual se siente movida a una mayor comprensión del papel receptivo y activo de la Virgen en el crecimiento del cuerpo místico de Cristo y en el itinerario espiritual de cada fiel.

Para ilustrar el tema de la presencia de María, no es posible abandonar el terreno histórico en el que viven y operan las generaciones actuales de cristianos, ni olvidar los datos provenientes del NT y de la tradición eclesial. Por eso acompañaremos al lector siguiendo el método propio del llamado "círculo hermenéutico": detendremos nuestra atención sobre el concepto de presencia según la aportación de la actual filosofía personalista; desde aquí procederemos a su confrontación con la palabra de Dios y la tradición de la iglesia para apurar el hecho, los contenidos y el significado de la presencia de María; volveremos, finalmente, al presente para hacer una reflexión teológica sobre la naturaleza auténtica de la presencia mariana a la luz de las recientes interpretaciones y sobre el significado que hoy debe tener en el tejido global de la vida cristiana.

I. Contribución de la filosofia personalista y presencia de María

De tal contribución resulta que presencia es un término existencial más adecuado para expresar la relación viva y recíproca entre la Virgen y nosotros y su quehacer dinámico en la vida de la iglesia.

1. CONCEPTO DE PRESENCIA. Este concepto se sitúa hoy en el corazón de la filosofía personalista, la cual descubre en la persona su centro teórico y su punto de referencia y de confrontación. En la época moderna, caracterizada por un fuerte personalismo, todo debe ser orientado hacia el hombre y hacia el respeto de su dignidad. Es esencial para el hombre la apertura al otro, la comunicación y la comunión intersubjetiva.

Filósofos contemporáneos como Buber, Levinas, Mounier, Marcel y otros han puesto en claro la dimensión interpersonal del hombre y han subrayado que es un ser-para-los-otros, que está en comunión con los otros y se realiza a sí mismo mediante la relación con los otros.

2. SIGNIFICADO DEL TÉRMINO PRESENCIA. No es fácil dar una precisa definición de presencia aplicable a todos los casos, especialmente cuando desde el campo humano se pasa al sobrenatural.

El verdadero significado de presencia ha sido dado por el filósofo personalista Gabriel Marcel, y por mérito suyo ha entrado a formar parte de nuestra cultura. Presencia según Marcel, no es tanto coexistencia de dos cuerpos o un vivir unidos en la misma habitación, sino que es sobre todo conciencia de que alguien está conmigo, intercomunicación profunda entre dos o más personas, una relación íntima, un influjo vital y una comunión consciente. Ésta es la estructura analógica de la noción de presencia. Más que espacial y temporal, es de carácter espiritual; más que cercanía física, es intercomunicación personal e intercambio profundo entre dos seres superando distancias, incluso la barrera de la muerte. Es un acto plenamente humano que llena de gozo y de paz el corazón de dos personas, unidas de este modo una a la otra.

3. COMUNIÓN INTERPERSONAL ENTRE MARÍA Y NOSOTROS. Aplicando lo que hemos dicho sobre la noción antropológica de presencia al papel de la Virgen en la vida cristiana, podemos comprender mejor cómo este término recoge en síntesis todos los títulos y prerrogativas atribuidas a la Virgen en el curso de los siglos, los simplifica, los reduce a la unidad y, en términos existenciales, expresa su misión de salvación respecto a los hombres. El cristiano que viva una relación interpersonal con la Virgen, conoce por experiencia que entre ella y él existe una comunión espiritual y un influjo íntimo que van más allá del espacio y del tiempo. El término presencia expresa bastante adecuadamente tal realidad, porque, como observa R. Laurentin, responde al sensus Ecclesiae del momento histórico en que vivimos. Pero, además, encuentra su fundamento ante todo en las páginas del Nuevo Testamento.

II. La presencia de María a la luz de la palabra de Dios

Puesto que la biblia es "el alma de toda teología" (OT 16), ella nos permite conocer ante todo lo que Dios mismo ha querido revelarnos en concreto sobre la madre de Cristo. Sólo con este fundamento la experiencia de los fieles acerca de la función materna de María asume la garantía de la palabra de Dios y la credibilidad también en campo ecuménico.

1. LA PRESENCIA DE MARIA EN LA VIDA DE JESUS. En los evangelios especialmente en los de la infancia es evidente la presencia histórica y materna de María en la vida de Jesús, en la que ella está llamada a desempeñar un papel muy determinado. Esta reciprocidad de presencia viva y personal tiene comienzo ya en el momento de la concepción virginal (Lc 1,31); se expresa concretamente en la visitación, se intensifica durante el nacimiento de Jesús y en todo el tiempo de la vida escondida en Nazaret, donde entre madre e hijo se establecieron a todos los niveles una íntima comunicación de vida un influjo mutuo y una red de relaciones interpersonales que escapan de todo intento de averiguación humana. Jesús es verdaderamente hijo de María (Mt 1,16; Lc 1,31-33). María es verdadera madre, con todo lo que comporta una auténtica maternidad humana. Por esto "las relaciones de la madre con el Hijo de Dios están revestidas de concreción y de vitalidad, de ternura y de calor, de tensión espiritual y de pasión humana. La comunión de María con Jesús, aun conservando su trascendencia y singularidad, está concretada en la vida de cada día con momentos de luz y de oscuridad, entretejida de alegrías y penas, y se hace comprensible y atrayente incluso para las personas menos iniciadas en la especulación teológica.

La maternidad establece entre María y Jesús una comunión vital y permanente. Pero aunque los evangelios aluden a esta relación profunda, como sucede en toda convivencia entre madre e hijo, sin embargo el acento se pone en una realidad de unión todavía más íntima: desde el comienzo tal relación está determinada por Jesús, y no por su madre. La iglesia ha intuido bien esta verdad, y por eso asegura que la Virgen "se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios omnipotente" (LG 56).

A la luz de este principio, la presencia de María se hace, día tras día asociación humilde y heroica al misterio de Cristo en una progresión de obediencia y de amor que roza las vetas sublimes de la santidad. La Virgen ha sabido dar al Redentor una serie ininterrumpida de síes, aun cuando le hayan costado el martirio del alma (cf Lc 2,33-35). Dios ha querido a María junto a Jesus; su presencia, por tanto, especialmente durante la predicación mesiánica, será vivida en la pobreza de espíritu, en la peregrinación de la fe (LG 58), en la escucha dócil de la palabra de Dios (Mc 3,31-35) y en la perspectiva de la muerte redentora de Jesús y su retorno al Padre, proféticamente significados en la pérdida-hallazgo en el templo.

Al comienzo de la vida pública de Cristo en Caná de Galilea, la presencia de María experimenta una maduración profunda. Ella es invitada a superar los vínculos naturales y a entrar en una nueva relación con Jesús, elevándose al papel de mujer-discípula al servicio de la redención. Ya en Caná "la Virgen ejercita el papel de madre espiritual de los discípulos en el sentido de que mediante su fe ellos son conducidos a la fe de Jesús". Esto nos lleva al Calvario donde Jesús proclama oficialmente la maternidad espiritual de María con respecto a la iglesia, representada místicamente en la persona de Juan (cf Jn 19,25-27). Al pie de la cruz, la Virgen es la hija de Sión que coopera con el Redentor al nacimiento del nuevo pueblo de Dios; una vez más su presencia significa consagración total al misterio de Cristo y de la iglesia: "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61). En el Calvario es llevada a su cumplimiento la presencia mariana en los orígenes mismos de nuestra generación sobrenatural obrada por Cristo, único mediador (cf ITim 2,5-ó).

2. LA PRESENCIA DE MARIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA PRIMITIVA. Los evangelios, especialmente el de Lucas y el de Juan, subrayan la función específica de la Virgen en la historia de la salvación. En ellos jamás vemos a María aislada. Está siempre en íntima relación o con el Espíritu Santo, o con Cristo, o con los discípulos. De un modo claro y oficial aparece en He 1,14: "Todos perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús y con sus hermanos". En la intención histórica y teológica de Lucas, la referencia explícita a la presencia de María en el cenáculo parece poner en relación el misterio de la anunciación y el de pentecostés, es decir, el misterio del nacimiento de Jesús y el misterio del nacimiento de la iglesia. En los nacimientos, ocurridos por obra del Espíritu Santo, está dinámicamente presente la madre de Cristo.

Según este paralelismo, establecido por la exégesis actual y autorizadamente señalado por el Vat II (cf AG 4), se comprende mejor que la presencia de María en la iglesia primitiva no puede ser diversa de la vivida por ella respecto a Jesús. Es, pues, una presencia esencialmente de madre que coopera a la generación mística de la iglesia, y de sierva que se pone a pleno servicio de esta comunidad naciente. Además es una presencia que recalca el estilo y la vocación de la Virgen: en el cenáculo ella es la madre espiritual que ruega, consuela, unifica, educa con el ejemplo de su santidad y revela la presencia más fundamental de Cristo y del Espíritu.

lll. La presencia de María en la tradición eclesial

Profundamente arraigada en la biblia, la presencia de la Virgen fue creciendo poco a poco en la conciencia de la iglesia y ha sido asimilada y vivida por los santos a lo largo de la historia bimilenaria del cristianismo.

En la investigación del primer testimonio explícito sobre la presencia de María en occidente hay que llegar hasta san Ambrosio (334-397). El obispo de Milán merece también aquí el título de portaestandarte, porque aporta una notable contribución al concepto de presencia y es el primero que utiliza la expresión praesentia Mariae. Después de él tenemos el testimonio, no muy conocido ni valorado, de san Cromacio de Aquileya, el cual agudamente escribe: "No se puede hablar de iglesia si no está presente María, la madre del Señor, con sus hermanos" .

En la iglesia oriental, y por obra de sus homiletas, se dan los primeros desarrollos doctrinales acerca de María espiritualmente presente en la vida de los cristianos a causa de su condición gloriosa. San Germán de Constantinopla afirma: "Del mismo modo que permaneciste corporalmente con los del tiempo pasado, así permaneces con nosotros en espíritu; tu poderosa protección nos guarda y es un signo de tu presencia entre nosotros". Y san Juan Damasceno escribe: "¿Qué hay más dulce que la madre de Dios? Ella ha conquistado mi espíritu, ha raptado mi lengua; yo me la represento noche y día".

La intuición de los padres orientales a propósito de la presencia espiritual de la Virgen glorificada, la encontramos también en occidente en dos textos importantes. Uno es de san Bernardo: "Para nosotros queridísimos, ¡qué motivo de fiesta, qué argumento de alegría, qué materia de gozo constituye su asunción! Todo el universo resplandece por la presencia de María de modo que la misma patria celestial brilla todavía más por el fulgor que irradia desde esta lámpara virginal". El otro texto es de G. Gerson, en el famoso discurso de pentecostés ante los padres reunidos en el concilio de Constanza, donde osa afirmar la presencia real de María en compañía de Jesús y del Espíritu Santo: "Estáis aquí unánimemente reunidos por un mismo Espíritu. ¿Acaso no está María la madre de Jesús? Oh Virgen santísima, tampoco osaremos decir que tú estás presente en persona aquí, donde se encuentra tu Hijo, nuestro Emmanuel, como testigo, y donde su Espíritu está en medio de nosotros. Ciertamente, tú estás aquí, quizá no físicamente, aunque tu cuerpo glorioso en virtud de su ligereza puede obrar invisiblemente; tú estás presente con el influjo espiritual sobre nosotros, y con tu mirada, dirigiendo a nosotros esos tus ojos misericordiosos".

Después el fenómeno espiritual de la presencia de María se hace más frecuente. En el s. XVII Marie-Claire Arnauld, religiosa de Port-Royal, llama a María "la única vía por la cual yo puedo esperar la misericordia de Dios", y añade: "La mayor parte del tiempo yo estoy ocupada con ella y no vivo más que a su sombra". Y san Luis María Grignion de Montfort, que es memorable en la iglesia de todos los tiempos por su experiencia carismática de la presencia de María, escribe: "¡Oh misterio no creíble! / Yo la llevo en medio de mí, / bella, espléndida y visible, / pero en la oscuridad de la fe". Los modos para expresar la inefable experiencia de la presencia de María son múltiples. Una religiosa, p. ej. escribe: "María no me abandona. Aunque no sea visible, siento su presencia y su protección", y el venerable Cestac confesaba: "Yo no la veo, pero la siento, como el caballo siente la mano del jinete que le guía". También J. Fesch, un condenado a muerte, vivió la experiencia de la presencia de María. En los momentos oscuros de su vida escribía: "Quiero tener a la santísima Virgen de la mano y no dejarla hasta que ella me conduzca a su Hijo". La presencia de la Virgen, pues, es una realidad permanente, más o menos percibida y testimoniada por los cristianos. Por eso, Pablo Vl ha podido escribir: "A decir verdad todos los períodos de la historia de la iglesia se han beneficiado y se beneficiarán de la materna presencia de la madre de Dios, porque ella permanecerá siempre indisolublemente unida al misterio del cuerpo místico, de cuya cabeza se ha escrito: Jesucristo, ayer y hoy, el mismo por los siglos".

IV. Interpretación teológica de la presencia de María

Viniendo ya a especificar la naturaleza de la presencia de la Virgen en la vida cristiana, es preciso decir que los teólogos no se muestran concordes en este tema tan significativo y no suficientemente explorado y conocido. Sin embargo, de esta presencia mariana en tiempos recientes se han dado varias interpretaciones teológicas, que se pueden resumir en cinco puntos.

1. PRESENCIA INTELECTIVA. Según esta opinión, la Virgen nos está presente como el objeto conocido en el cognoscente, o mediante la así llamada presencia de visión. Inmersa en Dios, ella nos ve, nos conoce, penetra en lo más íntimo de nuestro ser. Es su pensamiento de madre el que en Dios nos ve y nos sigue a todas partes; por este título ella está presente a todos y en todos.

2. PRESENCIA AFECTIVA. Según esta otra interpretación, la Virgen está presente en nosotros como el objeto amado en el amante. Con su amor de madre está cercana a cada uno de nosotros y llega a nosotros en el tiempo y en el espacio. Cuanto más se conoce y más se ama, más íntima e intensa es su presencia. Entendiendo la presencia mariana sólo en sentido intelectivo y afectivo, nos quedamos fuera de la misma. Si fuese así, más bien tendríamos una presencia nuestra en María que una presencia de María en nosotros, tendríamos una presencia psicológica, cuando "se trata de algo más que de una presencia por medio del pensamiento y del corazón".

3. PRESENCIA OPERATIVA. Es el resultado natural de la presencia intelectiva-afectiva, y supone un punto de contacto más fuerte con la Virgen. Si en la visión beatífica ella nos ve, nos ama y nos acompaña por todas partes, es claro que no puede permanecer inactiva, porque el amor es esencialmente operativo y comunicativo. Según las distintas tendencias teológicas, la presencia operativa puede requerir o una causalidad moral o una causalidad físico-instrumental. Aquellos que defienden una causalidad moral sostienen que María obra en nosotros indirectamente y deja algo de sí misma. Los que aceptan la causalidad físico-instrumental piensan que María opera de modo directo e inmediato en el orden de la gracia, imprimiéndole una nota característica y personal.

4. PRESENCIA REAL. Es ésta la opinión de S. Ragazzini. Este autor ha percibido la exigencia de una presencia de María en el alma no reducible al solo influjo sobrenatural, porque, según un principio filosófico, para obrar se debe estar presente en algún modo: Prius est esse quam operari. La Virgen, explica este autor, está presente en nosotros no localmente, como quien tiene el don de ubicuidad, sino por medio de una comunicación de vida y de una participación nuestra en su plenitud de gracia, si bien en dependencia de la de su Hijo.

Esta interpretación se hace más clara a la luz del principio teológico de la causalidad físico-instrumental. En virtud de este principio, la humanidad gloriosa de la Virgen es el instrumento físico secundario de nuestra salvación. En efecto, si el Verbo de Dios opera los milagros y nos comunica la gracia por medio de su humanidad, de los sacramentos y de los santos, se puede servir con mayor razón "de los oficios y la obra de su madre santísima para distribuirnos los frutos de la redención". La gracia, por esto, lleva consigo también un sello, una connotación y una modalidad marianos: la Virgen se hace presente mediante el influjo en la gracia y con una presencia íntima y real.

5. INTERPRETACIONES MODERNAS: PRESENCIA PNEUMÁTICO-PERSONAL Y CONTEMPORANEIDAD DE MARÍA A CAUSA DE su CONDICIÓN GLORIOSA.

Meditando sobre la situación actual de la Virgen a la luz de la resurrección de Cristo y de los cuerpos ( I Cor 15,1-58), hoy se ha abierto camino la interpretación teológica que sostiene que la presencia de María debe ser explicada en el contexto del misterio de su asunción corpórea. En base a ella, los actos históricos y limitados de la Virgen pueden ser representados en Cristo y en el Espíritu fuera del tiempo y del espacio. Cercana al Señor resucitado en la gloria celeste, ella está presente a todos los hombres y puede ayudarles en su camino hacia el Padre.

Cuando los escritores del NT hablan de la resurrección de Jesús, expresan tal misterio afirmando que el Resucitado ha adquirido una presencia nueva y una nueva modalidad de influjo dentro de nosotros y en medio de nosotros (cf Mt 28,20). Él está aquí y no nos dejará nunca, porque su presencia espiritualizada ha alcanzado una extensión y una intensidad que no tenía la presencia terrena. Mediante la efusión del Espíritu Santo, Jesús desarrolla su reino y garantiza su influjo hasta la consumación de los siglos. Un día también nosotros, una vez resucitados, seremos lo que Cristo glorioso es ahora a la diestra del Padre. Él es el primero en orden cronológico, causativo y ejemplar; pero el mismo proceso se realizará en nosotros: "Cada uno, sin embargo, en su orden: las primicias, Cristo; luego, en el momento de la parusía, los de Cristo" (lCor 15,23).

María, asunta al cielo en cuerpo y alma, está ya plenamente conformada con el Hijo, y esto no sólo por un motivo de conveniencia, sino por el hecho teológico de la transformación radical de su ser. El ingreso en el cielo es para la Virgen, como lo había sido para Cristo, un verdadero renacimiento exigido por su condición de Theotókos y por la misión que le confió Dios. Siguiendo a Cristo, la asunción inaugura para María una vida nueva, una presencia espiritual no ligada ya a los condicionamientos de espacio y tiempo, un influjo dinámico capaz de alcanzar hic et nunc a sus hijos. Desde el cielo la Virgen conoce las situaciones humanas, y, como se expresa L. Boff, "experimenta todo lo que antes escapaba a su conciencia: su ligazón con toda la humanidad y su unión con la iglesia". En plena comunión con el Espíritu y totalmente conformada con el Hijo resucitado, ya no está sujeta a los límites espacio-temporales. Por este motivo ella es contemporánea nuestra y sus acciones pueden ser eficaces siempre y en todas partes. La condición gloriosa confiere a la presencia de María un elemento de perennidad que se sacramentaliza casi en un hecho terreno, esto es, en una cercanía a cada uno de nosotros y en una perfecta conciencia en el cooperar a la comunicación de vida de Cristo a los hombres.

ASU/PRESENCIA-DE-M: La asunción, además de ser un privilegio personal de María, es ya un punto clave para comprender en profundidad el misterio de su presencia en la iglesia al servicio de la cristología y en el contexto de la pneumatología. En virtud de la glorificación corporal, que le consiente liberarse de los límites del espacio y del tiempo, la Virgen puede vivir y habitar en medio de nosotros, si bien de un modo invisible y espiritual. "María resucitada está aquí en mí y conmigo; está aquí, en la Iglesia y con la iglesia. El tiempo y el espacio no nos separan de su persona, de su cuerpo y de su alma. Ella no sólo nos está presente como todos los otros fieles difuntos en virtud de la comunión de los santos. De ella nos separa sólo el hecho de que, estando nosotros todavía en el tiempo y en el espacio, no alcanzamos a captar enteramente su presencia real".

La asunción salva además, mejor que las otras interpretaciones, la presencia personal, dinámica y universal de María, y explica mejor su misión materna y su realeza en el misterio de la comunión de los santos. Esta última verdad ha sido también recalcada por el Vat ll: "Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" (LG 62).

V. Conclusión vital

A la luz del misterio de la asunción y de la cualidad espiritual de los cuerpos resucitados, es más fácil comprender la naturaleza de la presencia de María y su constante influjo sobre la iglesia y en el corazón de los cristianos. Entre la asunción de la Virgen en cuerpo y alma y su presencia en nuestra vida existe un nexo de causalidad que no se puede desconocer. Si María no hubiera resucitado, no podría ser plenamente la madre solícita que coopera con el Espíritu de Dios a la generación mística de Cristo en nosotros. En cambio, estando ya glorificada, vive una dimensión diversa de la nuestra en el Espíritu del Resucitado y como tal puede llegar a todos sus hijos en el tiempo y el espacio.

De esto se desprende que es necesario formular una espiritualidad que tenga cuenta también de la presencia de María en la vida de los cristianos. La antigua intuición de los padres orientales es importante para constituir una comunión personal con la Virgen gloriosa, viviente y presente en el tiempo en el espacio y en los corazones. Tal verdad exige en el creyente una atención particular a la presencia de María, de modo que se transforme en una actitud consciente y permanente. Experimentará la cercanía de la madre de Jesús en las diversas etapas de su itinerario espiritual y asimilará sus ritmos interiores hasta alcanzar la plena configuración con el Hijo, la docilidad al Espíritu y la comunión filial con el Padre. "La piedad hacia la madre del Señor llega a ser para el fiel cristiano ocasión de crecimiento en la gracia divina, fin último de la pastoral. Porque es imposible honrar a la llena de gracia sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión con él, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf Rom 8,29, Col 1,18)" (MC 57).

A. PIZZARELLI
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1639-1646