MARÍA Y LA VIDA-CONSAGRADA
II



IV. María, modelo de vida consagrada: 
1. María, modelo de vida consagrada en el "evangelio de la infancia" de Lucas: 
a) La estructura del "evangelio de la infancia" de Lucas
b) La figura de María en el relato de la anunciación y concepción de Jesús
c) La figura de María en el relato de la visitación

 

IV. MARÍA, MODELO DE VIDA CONSAGRADA

La vida religiosa y la vida de María, examinadas en su aspecto exterior y en la peculiaridad de sus circunstancias históricas y sociológicas, son sin duda alguna diferentes. Pero esas mismas vidas, examinadas en su dimensión más íntima y en su realidad profunda, ofrecen una gran semejanza: son vidas carismáticamente paralelas.

La vida religiosa es una vida de especial consagración. El religioso y la religiosa, como todo cristiano, tienen el don, la dignidad, el compromiso y la responsabilidad de la consagración bautismal. Pero, además de ese título de consagración, ellos poseen un nuevo y especial título de consagración: "EI cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una consagración total de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un titulo nuevo y especial" (LG 44). "Entregaron, en efecto, su vida entera al Señor, lo cual constituye sin duda una peculiar consagración..." (PC 5). Nadie tiene derecho a negar a los religiosos el don, la dignidad, el compromiso y la responsabilidad de su peculiar consagración.

La vida religiosa es una vida especialmente consagrada, en el doble aspecto de la expresión. El religioso es una persona especialmente consagrada por Dios y especialmente consagrada a Dios. La consagración es ante todo don y acción de Dios, luego, como respuesta, es también don y acción de la persona humana: "La consagración es la base de la vida religiosa. Al afirmarlo, la iglesia quiere poner en primer lugar la iniciativa de Dios y la relación transformante con él que implica la vida religiosa. La consagración es una acción divina. Dios llama a una persona y la separa para dedicársela a sí mismo de modo particular. Al mismo tiempo, da la gracia de responder, de tal manera que la consagración se exprese por parte del hombre, en una entrega de sí, profunda y libre" (EE 5) Dios consagró a María mediante un don de plenitud de gracia; la consagró con el más sublime de los carismas de vocación y elección destinado a una criatura. La Virgen de Nazaret, por su parte, con su respuesta de oblación total, se consagró totalmente a Dios. La virginidad, la obediencia y la pobreza hallaron, como programa de vida y como cumplimiento, una maravillosa encarnación en la humilde sierva del Señor y pobre de Yavé, siempre obediente, siempre disponible, siempre abierta al plan de Dios. María quiso ser, y fue siempre, totalmente de Dios. María es, por tanto, un modelo insuperable de vida consagrada.

Si toda vida consagrada en cuanto vida caracterizada por el profetismo de los consejos evangélicos, es vida profética, la vida de María, en cuanto vida profundamente consagrada y profundamente caracterizada por el profetismo de los consejos evangélicos, es vida profundamente profética. Más aún, en María brillaron la virginidad, la obediencia y la pobreza con cierta luz profética como de aurora. MaRÍa es, pues, también en ese sentido, modelo profético de vida consagrada. María es abanderada, guía y fuente de inspiración para todos los religiosos y para todas las religiosas. Cuando Juan Pablo II indica a las religiosas cómo deben vivir su profetismo parece que está pensando en cómo vivió María su profetismo: "Todas las religiosas tienen que dar testimonio de la primacía de Dios y consagrar cada día un tiempo suficientemente largo para estar en su compañía... Todas las religiosas deben dar a entender cada día, por su modo de vida, que han escogido la sencillez y los medios pobres... Todas las religiosas tienen que hacer cada día la voluntad de Dios y no la suya... Este verdadero profetismo de los consejos evangélicos, vivido día a día, y ciertamente posible con la gracia de Dios, no es una lección orgullosa dada al pueblo cristiano, sino una luz absolutamente indispensable a la vida de la iglesia..." (A la UISG. Roma, 26-9-1978).

Nuestro itinerario, en esta exposición, tendrá dos etapas. En la primera, haré una presentación bíblica de la figura de María como modelo de vida consagrada. En la segunda, ofreceré una orientación de carácter teológico y espiritual, basada en los principales documentos del magisterio conciliar y posconciliar.

1. MARÍA, MODELO DE VIDA CONSAGRADA EN EL "EVANGELIO DE LA INFANCIA", DE LUCAS.

Para dar mayor eficacia a la reflexión bíblica conviene concentrar la atención en dos relatos del evangelio de la infancia de Lucas: el relato de la anunciación y concepción de Jesús (Lc 1,26-38) y el relato de la visitación de María a Isabel (Lc 1,39-56). Tales relatos -sobre todo el primero- son los más apropiados para un trabajo de reflexión bíblica sobre el tema propuesto. Hoy día todo el que quiera analizar una seria labor exegética de esos relatos, tiene que comenzar por realizar un serio análisis de la estructura de los textos. Comenzaremos, pues con el análisis de la estructura del evangelio de la infancia en su conjunto. Pasaremos luego al análisis de la estructura interna de cada uno de los relatos. En base a los resultados obtenidos, trataremos finalmente de hacer una adecuada exégesis de las partes más interesantes, y de valorar los aspectos de consagración presentes en la figura de María diseñada por Lucas.

a) La estructura del "evangelio de la infancia" de Lucas.

Marcos comienza su evangelio con una síntesis de la actividad de Juan el Bautista (Mc 1,1-8) y con tres breves escenas relativas a la preparación de Jesús al ministerio de la vida pública: Jesús bautizado por Juan el Bautista (Mc 1,9), Jesús ungido-consagrado por el Padre con el Espíritu (Mc 1,10-11), y Jesús victorioso en la etapa de las tentaciones del desierto (Mc 1,12-13). Descrita así la preparación de Jesús, Marcos pasa a ocuparse de la actividad pública de Jesús (Mc 1, 14-15). A partir del capitulo tercero de su evangelio, Lucas ofrece a sus lectores un esquema semejante —aunque más desarrollado— de los acontecimientos. También Lucas presenta el relato de la actividad de Juan el Bautista (Lc 3,1-20) y las tres escenas relativas a la preparación inmediata de Jesús al ministerio de la vida pública: el bautismo de Jesús (Lc 3,21 a), la unción-consagración de Jesús por el Padre con el Espíritu Santo (Lc 3,21b-22) y la victoria de Jesús en la etapa de las tentaciones del desierto (Lc 4,1-13). Hay que advertir que Lucas presenta, además la genealogía de Jesús (Lc 3,23-38) con el dato de la edad aproximada de Jesús: "Jesús tenia, al empezar, unos treinta años" (Lc 3,23). Tras esa descripción de la preparación inmediata de Jesús, también Lucas pasa a ocuparse de la actividad pública de Jesús (Lc 4,14-15).

El evangelio de Lucas, sin embargo, tiene un contenido previo. Lucas se ha preocupado por favorecer la comprensión del resto de su evangelio mediante la previa información de los dos primeros capítulos. A Lucas le ha parecido conveniente hacer, en primer lugar, una presentación global de su obra. En un breve proemio expone las causas que le mueven a realizar la obra, la metodología y el objetivo (Lc 1,1-4). Este elemento es un dato típico del evangelio de Lucas. Inútilmente buscaríamos un proemio en Marcos o en Mateo. El largo prólogo de Juan (1,1-18) tiene características muy diferentes. Terminado el proemio, Lucas se dedica a presentar un conjunto armónico de acontecimientos, conocido con el nombre de evangelio de la infancia de Lucas (Lc 1,5-2,52). Ese panorama es otro elemento peculiar del tercer evangelio. Ciertamente, también Mateo comienza su evangelio con un par de capítulos que suelen ser llamados el evangelio de la infancia de Mateo. No obstante, por los acontecimientos narrados y por la organización de los datos, los dos evangelios de la infancia son muy diferentes. En efecto, Lucas hace una síntesis de todo lo que le parece oportuno que el lector conozca sobre el periodo previo de la vida de Jesús y sobre el periodo previo de la vida de Juan el Bautista. Tratándose de Jesús, ese periodo va desde el anuncio del nacimiento hasta el momento de la preparación inmediata a la actividad de la vida pública, tratándose de Juan el Bautista, el período va desde el anuncio del nacimiento hasta el día de la manifestación a Israel. Por eso, al usar la terminología ordinaria del evangelio de la infancia, hay que evitar el error de reducir injustamente el horizonte literario de Lucas, pensando que ha pretendido ocuparse únicamente de los primeros años de la vida de Jesús.

Lucas tiene sumo interés en hacer saber que Juan Bautista y Jesús, ya desde antes de nacer, fueron personajes extraordinarios y unidos por una relación de armonía, aunque Dios puso siempre en evidencia la superioridad y singularidad de Jesús. En un primer díptico (Lc 1,5-38), presenta el anuncio y la concepción de Juan el Bautista (Lc 1,5-25) y el anuncio y la concepción de Jesús (Lc 1, 26-38). El contenido de la segunda tabla de este díptico es de suma importancia para el tema de nuestra reflexión. Deberemos detenernos a examinarlo con calma. El análisis estructural indica claramente que el valor preeminente en la escena es el cristológico. No lo negaremos al buscar y constatar el valor mariológico. Lucas presenta a continuación un importantísimo encuentro (/Lc/01/39-56): el de Jesús, todavía en el seno de su madre, con Juan Bautista, todavía en el seno de la suya. El encuentro de los infantes es también el encuentro de las madres. El episodio suele conocerse con el nombre de visitación de María a Isabel. Ese lenguaje sirve para poner de relieve que es María la que toma la iniciativa y que la escena posee un indiscutible valor mariológico. Sin embargo, también en este caso hay que evitar que la terminología nos haga olvidar que la escena posee ante todo un claro valor cristológico. En efecto, si analizamos la estructura de los cuatro primeros capítulos del evangelio de Lucas, podremos apreciar que existe una estrecha relación entre el encuentro del capítulo primero y el del capítulo tercero. El encuentro, en una ciudad de Judá, de Jesús-niño con Juan Bautista-niño es una especie de anticipación, en miniatura, del encuentro, en el Jordán, de Jesús-adulto con Juan Bautista-adulto. Describiendo ya en el primer encuentro las características de ambos personajes, Lucas ha querido ofrecer a sus lectores una seria preparación para la recta inteligencia del sentido del segundo encuentro. Lucas presenta luego, en un díptico más complejo (Lc 1,57-2,52), el nacimiento y el resto de la vida de Juan el Bautista hasta el día de su manifestación a Israel (Lc 1,57-80), y el nacimiento y el resto de la vida de Jesús hasta el momento de su preparación inmediata para el ministerio de la vida pública (Lc 2,1-52).

El relato de la anunciación y concepción de Jesús, o segunda tabla del primer díptico, inicia con una breve introducción (Lc 1, 26-27), en la que son presentados los protagonistas de la escena: Dios y María. A primera vista podría pensarse que los protagonistas son el ángel Gabriel y María. Examinadas las cosas más a fondo, es mejor afirmar que el primer protagonista es Dios, que actúa a través de su enviado, y luego María, la virgen de Nazaret vinculada a José. Gabriel es en cierto modo un instrumento de Dios: no puede actuar por cuenta propia, debe respetar en todo las consignas divinas. Ahí está precisamente la fuerza de sus palabras, que gozan del peso de la autoridad divina al estar respaldadas por Dios. Tras la presentación de los protagonistas, el relato ofrece, como elemento de apertura, el hecho de la llegada del enviado: "y presentándose a ella" (Lc I,28a). El relato se cierra con el elemento de la retirada del enviado: "y el ángel se retiró de ella" (Lc 1,38b). Estos dos elementos son evidentemente el inicio y el final de una inclusión literaria.

Los versículos incluidos dentro de esos dos elementos son un bloque armónico (Lc 1,28b-38a), formado por tres unidades. Cada unidad consta, a su vez, de dos partes: la primera describe siempre una acción del ángel; la segunda describe siempre una correlativa reacción de María. Como las unidades no son unidades aisladas, sino que cada una de las sucesivas presupone los datos de la precedente, el conjunto trimembre presenta una estructura dinámica e in crescendo, visible tanto en la conexión de las tres unidades como en el ensamblaje de las seis partes del bloque. El movimiento dinámico tiene su punto de partida en la densidad de las primeras palabras del ángel y encuentra su punto de llegada en la profundidad de las últimas palabras de María.

En la primera parte de la primera unidad (Lc 1,28b) se describe la actuación del ángel, que saluda a María. En la segunda parte (Lc 1,29) se describe la reacción de María, que tiembla, medita y calla. En la primera parte de la segunda unidad (Lc 1,30-33) se presenta una nueva acción del ángel, que habla de nuevo; tal acción es ya una reacción a la previa reacción de María. En la segunda parte (Lc 1,34) se presenta la correspondiente reacción de María, que esta vez ya habla, y habla preguntando: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc I ,34). La estructura literaria indica claramente que la pregunta de María es una reacción de objeción, y de objeción motivada, al precedente mensaje del ángel, que le había anunciado la futura concepción de un hijo. El sentido y alcance de la objeción habrá que valorarlos a la luz del sentido y alcance del anuncio. Está claro, sin embargo, que el análisis estructural no permite que se quite a las palabras de María su indiscutible lógica de reacción-objeción a las precedentes palabras del ángel. Si no se respeta la clara vinculación con el contexto precedente, no será posible explicar la lógica literaria de la pregunta y de la motivación que la acompaña. Ciertamente, las palabras de María tienen también conexión con la unidad sucesiva, ya que la pregunta-objeción está pidiendo una respuesta-solución. La doble referencia no tiene nada de contradictorio. En la primera parte de la tercera unidad (Lc 1,35-37) hallamos una nueva acción del ángel, que por tercera vez toma la palabra: es la reacción a la precedente reacción-objeción de María. Las palabras del ángel sobre la concepción virginal contienen la respuesta-solución a la pregunta-objeción. El ángel afirma que lo que, por su complejidad, aparecía como incompatible e imposible, para la potencia del Altísimo era posible y realizable. La compatibilidad, sin embargo, podía ser aceptada sólo desde la base de una enorme fe en los atributos de Dios. En la segunda parte (Lc 1,38a) hallamos la reacción de María a las últimas palabras del ángel. Es una reacción de fe-confianza-amor a Dios, una reacción de humildad, obediencia y plena disponibilidad ante el programa de Dios propuesto por el ángel: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1,38a).

En la primera tabla del primer díptico, tras haber descrito el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, Lucas se preocupa de añadir una ulterior y necesaria información sobre la concepción y sus circunstancias (Lc 1,23-24). En la segunda tabla, en cambio, Lucas no se preocupa para nada de dar una ulterior información sobre la concepción de Jesús. Esto no significa que el hecho de la concepción de Jesús no forme parte de la temática del díptico. Esto significa únicamente que para Lucas, con lo dicho en precedencia, el hecho de la concepción quedaba ya suficientemente explicado. En efecto, en la descripción del anuncio de la concepción de Jesús, Lucas había explicado que se trataba de una concepción virginal y que los dos protagonistas habían llegado a un pleno acuerdo. Con la descripción del plan y de la comunión de las voluntades, Lucas daba por agotados todos los preámbulos, dejando entender que la grande obra de la concepción de Jesús se llevó a cabo sin ninguna clase de intervalos.

Dando por realizada la concepción virginal de Jesús, Lucas pasa a un nuevo relato: el relato del encuentro o visitación (Lc 1, 39-56), que se abre con el movimiento de ida de María ("en aquellos días María se puso en camino y entró en casa de Zacarías": Lc 1,39-40a), y cierra con el movimiento de vuelta de María (tras una permanencia de unos tres meses, María se volvió a su casa: Lc 1,56). Al interno de esa inclusión literaria hallamos un conjunto (Lc 1,40b-55) armónicamente estructurado desde la dinámica de un triple movimiento de acción. En primer lugar hallamos la acción de María, que saluda a Isabel (Lc 1,40b). A continuación, la reacción de Isabel al saludo de María (Lc 1,41-45): Isabel recibe el efecto benéfico del saludo de María y, llena del Espíritu Santo lanza a María una serie de fortísimas alabanzas. En tercer lugar hallamos una nueva acción de María (Lc 1,4656): el Magnificat es la reacción-respuesta de María a Isabel.

b) La figura de María en el relato de la anunciación y concepción de Jesús (Lc/01/26-38).

María es la destinataria de la misión de un ángel de Dios (Lc 1,26). La estructura del relato pone en evidencia el gran respeto con que Dios trata a María. Dios reconoce la dignidad femenina de María. Dios no actúa en sus entrañas sin previo aviso o sin su previo consentimiento. Dios propone un plan y pide su libre colaboración. Dios la trata como a verdadera protagonista de la grande obra de la concepción de Jesús. La dignidad de la persona humana, y más concretamente la dignidad de la mujer, alcanza en María su máximo reconocimiento. En María llega a su más alta realización la vocación de la persona humana al diálogo con Dios. Y en María se da también la máxima expresión de la capacidad y de la voluntad de la persona humana para colaborar con Dios.

Según los otros datos de la breve introducción (Lc 1,26-27), María es una mujer hebrea que habita en una ciudad de la Galilea, llamada Nazaret (Lc 1,26). Posee la característica de ser virgen (Lc 1,27). Tal característica afecta ciertamente al pasado y al presente de María: María nunca ha conocido varón. El epíteto, por sí solo, no basta para atribuir a María un plan de virginidad para el futuro. Sólo el contexto posterior puede enriquecer con ese aspecto el contenido del calificativo dado a María. María posee también la característica de ser "emnesteumene " (Lc 1,27) de José, personaje de la casa de David (Lc 1,27). Aun sin detenernos, por el momento, a examinar el sentido atribuido por Lucas a ese participio griego, ya desde ahora podemos excluir que el vocablo tenga simplemente el significado que tiene la palabra novia en la cultura actual; María estaba vinculada a José con un lazo más fuerte.

La figura de María queda fuertemente caracterizada por las primeras palabras del ángel, que en el griego de Lucas tienen cierta cadencia y asonancia (Lc 1,28). La primera palabra, la expresión "jaire" (Lc 1,28), tiene fuerza de saludo; pero a ese saludo hay que darle todo el peso y toda la seriedad que el contexto exige. Traducirlo con "¡buenos días!" "¡hola!", etc., es situarlo en un nivel demasiado superficial. El valor de la expresión tampoco puede reducirse al de un uso corriente entre cualquier clase de personas. Quien dirige tal saludo no es uno cualquiera: es Dios mismo. La destinataria tampoco es una persona cualquiera: es la criatura más cercana a Dios. El acto del saludo se desarrolla en un ambiente de la máxima solemnidad. Respetando la seriedad de esos elementos, la expresión puede traducirse con ave, salve, Dios te salve. De hecho, no pocos padres latinos que han usado la traducción ave han tratado de poner de manifiesto el peso espiritual de tal saludo, haciendo consideraciones sobre el valor de "AVE" como contrapuesto a "EVA": en la mujer-EVA, en la desobediente a Dios, la dignidad de la mujer se desplomó; en la mujer del AVE, en la sierva del Señor, la dignidad de la mujer se reconstruye y llega a su máximo esplendor. Teniendo en cuenta el uso de la expresión en el lenguaje bíblico de los Setenta, no se puede negar que se trate de un saludo de alegría: alégrate. Naturalmente, el sentido y alcance de tal alegría dependen del contexto. No se trata de la alegría que puede dar el mundo o una persona cualquiera. A María se le ofrece la alegría que sólo Dios puede dar. Algunos padres griegos afirman que con esa expresión el ángel evangelizó a María. En la anunciación, Dios comunica a María la alegría que él quiere y con la intensidad que él quiere. El contexto indica que tal alegría posee la calidad y la profundidad reservadas a la persona escogida de entre todas las criaturas.

La segunda fórmula del saludo, la fórmula "kejoritoméne" (Lc 1,28), expresa una característica importantísima de María. La fórmula es el participio perfecto pasivo del verbo "jaritoo"; su contenido esta en íntima relación con el sustantivo "jaris": que significa gracia. La fórmula puede ser traducida con agraciada, dotada de gracia, destinataria de gracia, favorita, etc. Se ha hecho famosa la traducción de la Vulgata: "gratia plena" (llena de gracia).

El que la fórmula sea un participio pasivo denota, a la luz del contexto que lo que María tiene no es fruto de una iniciativa suya o de un esfuerzo propio; lo que María tiene es ante todo don de Dios y resultado de una iniciativa divina. María es sujeto destinatario de una acción cuyo sujeto agente es Dios. La fórmula está indicando que María tiene aquella gracia porque la ha recibido de Dios. Las traducciones, por tanto, deben ser entendidas así: agraciada por Dios, llena de gracia por acción de Dios, etc. El respeto a la prioridad del elemento divino de la fórmula no se opone al reconocimiento de lo característico del sujeto humano. María, como persona humana, queda realmente sellada y transformada, respecto a las otras personas humanas, por la peculiaridad de tal gracia.

El que la fórmula sea un participio perfecto denota que hay que prestar atención al doble valor temporal del verbo: al pasado y al presente. María ha sido agraciada por Dios en el pasado y el efecto de tal acción perdura en el presente. María no es una persona vacía o destinataria de una mera promesa; María es la destinataria de una acción divina que ha producido en ella un efecto maravilloso. El sentido y alcance de "kejoritoméne" dependen del sentido y alcance del componente básico "jaris' '(gracia). El sentido y alcance de la gracia dependen, a su vez, del contexto. Éste indica que hay que dar al vocablo un valor profundamente religioso y atribuir a tal gracia la luminosidad de la luz de la aurora. Indica también que si la dignidad de supremo escogido y consagrado por Dios Padre corresponde a Jesús, la dignidad de suprema escogida y consagrada por Dios corresponde a María. La gracia de María es, por tanto, gracia de suprema vocación, suprema elección, suprema consagración. María es la persona consagrada por Dios con el más maravilloso de los carismas de la historia de la salvación. María es la consagrada por Dios con la gracia polivalente de todos los dones convenientes para llevar a cabo la obra grandiosa de la maternidad mesiánica. María es la persona preparada por Dios con todas las dotes convenientes para concebir, dar a luz y ofrecer a Jesús lo necesario para prepararse a la obra de la redención. El contexto indica que, en cuanto a manifestación de la benevolencia divina, María era la predilecta de Dios. El alcance de la elección-consagración de María no era, por tanto, inferior al alcance de la elección-consagración de Jeremías: "Antes de que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré" (Jer 1,5). El contexto indica también que la gracia singular de Dios afectaba a María en la totalidad de su humanidad. Ningún ámbito de la persona de María quedaba fuera del influjo de la benevolencia divina. Por eso, aunque el verbo, por sí solo, no exprese con certeza la idea de plenitud, el contexto da legitimidad a la conocida traducción o interpretación de la Vulgata: "gratia plena" (llena de gracia).

El saludo del ángel contiene una tercera fórmula: El Señor contigo (Lc 1,28). La fórmula no tiene un verbo explícito. Sin embargo, está claramente sobrentendido el verbo ser. En abstracto podría tratarse de una expresión de deseo ("El Señor sea contigo"); pero el contexto está a favor del sentido afirmativo. Dado que la fórmula precedente tiene valor de pasado-presente, es legítima la traducción ordinaria: "El Señor es contigo". El contexto posterior indica, sin embargo, que no conviene descartar la referencia hacia el futuro. La fórmula tiene probablemente sentido polivalente: de constatación para el presente y de promesa para el futuro. María está y estará respaldada por el Señor. María está y estará protegida por el Señor . El ángel asegura a María que el Señor está y estará con ella. El ángel comunica a María que goza del pleno apoyo del Señor en orden a la realización de la grande obra para la que ha sido escogida.

La segunda parte de la primera unidad describe la reacción de María ante la triple fórmula de saludo del ángel: "Ante aquellas palabras ella se turbó, y pensaba qué podría significar aquel saludo" (Lc 1,29). En la segunda y en la tercera unidad María reaccionará hablando. Aquí reacciona temblando, meditando y callando. El asombro de María brota de la calidad del saludo. María se sorprende ante la grandiosidad del saludo. El saludo es grandioso por su origen (viene de Dios) y por su contenido. Sólo una persona de altísima dignidad a los ojos de Dios podía ser destinataria de un tal saludo.

El ángel reacciona ante la actitud de María confirmando y aclarando el contenido del saludo (Lc 1,30-33). El ángel explica que ha sido escogida y preparada por Dios para ser la madre de Jesús, e insiste sobre la grandeza de la figura de éste. M/VIRGEN: Ante el mensaje del ángel, María reacciona con una pregunta-objeción: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc/01/34). Este versículo es muy importante para trazar un justo diseño de María. El valor mariológico del texto no se funda en meras consideraciones psicológicas; su fuerza deriva, ante todo, de un análisis sereno y serio de la estructura literaria del texto. Es sabido que en siglos pasados hubo personas y grupos que negaron la verdad de la concepción virginal de Jesús. Es conocido también que tal error no es sólo agua del pasado. Para algunos Jesús es el fruto de una relación adúltera, para otros, la consecuencia de una violación; para otros, el resultado de una normal relación sexual de María con José. Negar la realidad de la concepción virginal de Jesús es quedarse por debajo del nivel de la fe de la iglesia católica, y hasta quedarse por debajo del nivel de la doctrina del Corán (19,20-22).

La concepción de Jesús fue, según el relato de Lucas, una concepción virginal. El dato es innegable, no sólo por la fuerza del v. 34 y de los otros versículos de la segunda tabla, sino también en virtud del resultado del análisis comparativo entre las afirmaciones de las dos tablas del díptico. Es evidente, por una parte, que Lucas usa la estructura del díptico para dar mayor relieve a la superioridad de la figura de Jesús respecto a la figura de Juan el Bautista. Es evidente, por otra parte, que, en la primera tabla del díptico, Lucas atribuye a Juan el Bautista una concepción extraordinaria. Es totalmente ilógico, por tanto, pensar que Lucas atribuya a Jesús, en la segunda tabla, una concepción totalmente ordinaria e inferior a la de Juan el Bautista.

Pero la temática del v. 34 no se limita a ese punto. Queda todavía abierta otra cuestión: ¿Ofrece el v. 34, examinado a la luz del contexto, un sólido fundamento para hablar de un programa de perpetua virginidad por parte de María? Muchos padres y doctores de la iglesia han respondido afirmativamente, y tal respuesta sigue siendo la más común entre los católicos. Veamos los motivos por los que puede ser presentada y defendida también hoy día como la más acertada.

El dato de la existencia del programa de virginidad por parte de María no está basado en consideraciones puramente psicológicas. El dato se funda, ante todo, en la reflexión sobre la estructura literaria del relato. En la primera tabla del díptico, el ángel anuncia a Zacarías el futuro nacimiento de un hijo (Lc 1,13-17), y Zacarías reacciona presentando una objeción muy seria, una objeción que vale también para el futuro, y para un futuro ilimitado (Lc 1,18). La ancianidad de Zacarías e Isabel, la ancianidad sin hijos por la esterilidad de Isabel, era una dificultad muy seria y con vigencia para todo el resto de la vida de ambos cónyuges. En la segunda tabla del díptico, el ángel anuncia a María la futura concepción de un hijo, y María reacciona presentando una objeción. Pues bien, la lógica de la estructura literaria del díptico prohíbe terminantemente atribuir a la objeción de María un peso menor o un valor temporal menor que el atribuido a la objeción del primer díptico. Si en la primera tabla se trataba de algo con valor también de futuro total, determinante para toda la vida, es ilógico tratar de explicar el pensamiento de Lucas en la segunda tabla, anulando o reduciendo a un mínimo insignificante el valor temporal y la vigencia de la objeción de María. Nada nos autoriza a pensar que Lucas haya puesto en los labios de Zacarías una objeción comprensible y razonable, y que no haya encontrado otra solución literaria que la de poner en boca de María una objeción estúpida o ridícula.

No se respeta la seriedad de la objeción proponiendo traducciones o interpretaciones de este género: ¿Cómo será esto, pues no he conocido varón? ¿Cómo será esto, pues hasta el presente soy virgen? Buscar la lógica de la objeción en algo con valor limitado al pasado o al presente es salirse de la lógica de la estructura literaria. ¿Cómo puede ser una dificultad para el futuro algo sin el mínimo valor de futuro?

Tampoco se respeta la seriedad de la objeción proponiendo traducciones o interpretaciones de este género: ¿Cómo será esto, pues en un futuro próximo no conoceré varón? ¿Cómo será esto, pues todavía por un poco de tiempo seré virgen? Si el elemento proximidad no había tenido el más mínimo peso en el mensaje del ángel, es ilógico tratar de constituirlo en elemento-clave de la objeción. Por otra parte, si la dificultad de Zacarías no tenía sólo valor de futuro próximo, es ilógico atribuir esa inferioridad a la dificultad de María. A veces se propone esta misma interpretación del v. 34 poniendo como pilar un dato del contexto precedente: María, en el momento de la anunciación, era "emnesteumene" (Lc 1,27) de José. La lógica de la objeción de María sería la siguiente: ¿Cómo será esto, pues en un futuro próximo, es decir, mientras sea emnestoumene, no podré conocer, o no conviene que conozca, varón? Argumentar de esa manera es descuidar el hecho de que, para Lucas María en el momento de la anunciación se hallaba ya en la misma situación legal en que habría de hallarse en vísperas de dar a luz (Lc 2,5: "emnesteumene"). ¿Quién se atreve a sostener que Lucas, al afirmar que María, en la vigilia de Navidad, era "emnesteumene" (Lc 2,5), está queriendo afirmar que su parto era ilegitimo o indecoroso desde el punto de vista de las leyes o costumbres sociales de la época? Por otra parte, una rápida comparación entre los datos de las dos tablas hace ya ver la inconsistencia de tal solución. En la primera tabla, el dato de que Zacarías haya de esperar a que pasen los días de su servicio en el templo (Lc 1,23) no sirve para levantar la más mínima objeción. Reducir a algo de ese género la naturaleza de la objeción de María es pulverizarla. Ni en el caso de Zacarías ni en el caso de María la objeción surge porque el ángel proponga un plan imprudente o precipitado, un plan que pretenda quemar etapas, un plan contrario al respeto de los tiempos del servicio del culto o al respeto de la decencia social del matrimonio. Además, el contexto posterior es totalmente ajeno a una lógica de esa clase; la respuesta del ángel indica claramente que el problema era de un nivel mucho más alto.

La auténtica lógica de la reacción-objeción de María nos obliga a pensar que, en el momento de la anunciación, María era una virgen con la firme resolución de permanecer virgen. "No conozco varón" era para María un hecho, y también un modo de ser y un programa de vida. "No conozco varón" era algo que se refería no sólo al pasado y al presente, sino también a todo el futuro de María. La lógica de la objeción nos indica que la firmeza de la decisión de María era muy seria. Su opción vital tenia características de gran solidez. María creía firmemente en la bondad de su programa de vida. El contexto indica también que María había hecho esa opción por un motivo religioso: por amor a Dios. María se había embarcado en un futuro de virginidad porque quería agradar a Dios. El contexto autoriza a pensar también que el inspirador de tal programa era Dios, el Dios que había escogido a María y que con especial providencia la guiaba hacia la grandiosa obra de la virginal maternidad de Jesús. Esta interpretación puede ser mantenida y defendida aun sin recurrir al uso del vocabulario del voto. Sin embargo, no pocos padres y doctores de la iglesia y no pocos autores católicos han preferido usar la terminología del voto como la más adecuada para expresar la firmeza y las características religiosas de la decisión de María.

La tercera y última unidad de la segunda tabla del primer díptico comienza con la respuesta-aclaración del ángel y la pregunta-objeción de María (Lc 1, 35-37). El ángel comunica a María que su programa de virginidad en modo alguno se oponía a la realización de la maternidad propuesta por Dios. Un extraordinario acto de la potencia infinita de Dios haría posible lo que según las leyes ordinarias era imposible: la sincronía entre la virginidad y la maternidad, la armonía entre un futuro de virginidad y un simultáneo futuro de maternidad. Dios no pedía a María que cambiase su resolución de vivir en virginidad consagrada. La concepción de Jesús no iba a ser obra de varón. La acción de Dios en la concepción de Jesús iba a ser más maravillosa que en la concepción de Juan el Bautista. Jesús no vendría a destruir el programa de virginidad de María: vendría a coronarlo. Recibida la respuesta del ángel, María tiene a su disposición todos los datos necesarios para tomar la libre y responsable decisión que Dios desea. A la explicación del ángel sigue, pues, la reacción final de María: "Dijo María: He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (/Lc/01/38). Esta respuesta revela la grandeza de la fe de María. En la primera tabla del díptico, Zacarías, a pesar de su dignidad sacerdotal, ante una dificultad grande, que requería ciertamente un extraordinario ejercicio de la fe, sucumbe y no cree. En la segunda tabla del díptico, María, ante una dificultad mayor, que requería el ejercicio de una fe más profunda, vence y cree. María acepta como viable un plan de perpetua virginidad y de simultánea maternidad, acepta la armonía misteriosa de un futuro tan complejo porque se fía de Dios. El ángel, imponiendo a Zacarías la mudez temporánea (Lc 1,20), le reprocha su falta de fe. Nada de eso ocurre con María. Al contrario Isabel se encargará de explicitar el elogio de la fe de María (Lc 1,45), ya implícito en el comportamiento del ángel.

M/ABRAHÁN: María se encontró ante una dificultad mayor que la de Abrahán, se encontró ante un horizonte tan misterioso que sólo podía ser aceptado con una fe superior a la de Abrahán. Por eso, si es grande y admirable la figura del patriarca Abrahán, que creyó contra toda esperanza y no flaqueó en la fe (Rm 4,18-19), mucho más grande y mucho más admirable es la figura de María, que con su fe superó obstáculos mayores que los de Abrahán.

M/SIERVA: La respuesta de María revela también la fuerza de su esperanza y el altísimo grado de su caridad. Su respuesta nos ayuda igualmente a descubrir su profundísima humildad y la perfección de su obediencia: María es la humilde sierva del Señor, totalmente dócil, totalmente abierta, totalmente disponible a la voluntad de Dios. María se deja configurar por Dios, estructura su vida como Dios quiere, camina con confianza por los caminos del Señor. María pone su honor y su gloria en servir al Señor, se goza en definirse "la sierva del Señor".

María, modelo de toda virtud, es también modelo de vida consagrada. En su respuesta de adhesión incondicional al mensaje del ángel, pone con confianza todo su porvenir en las manos de Dios, expresando su firme decisión de dedicarse enteramente al servicio exclusivo de la causa de Jesús. María hace a Dios oblación total de su persona y de sus cosas, ofrece a Dios todo lo que es y todo lo que tiene, pone toda su vida al servicio exclusivo del plan de Dios. María se consagra totalmente a Dios y al plan propuesto por Dios, se consagra sin reservas a la persona y a la obra de Jesús. En la primera unidad del relato de la anunciación, María aparece como la consagrada por Dios con el mayor de los carismas de la historia de la salvación. En la segunda unidad aparece como virgen consagrada a Dios, aunque tal consagración todavía no tiene carácter cristológico. En la primera parte de la tercera unidad, María recibe la promesa de un desarrollo de su consagración: el Espíritu Santo vendrá sobre ella y el Santo habitará en sus entrañas. En la última parte del relato, María aparece como la virgen que se consagra totalmente a la obra de Dios, cristalizada en la persona y en la obra de Jesús. Tal consagración comporta, entre otras cosas, un nuevo y singular ejercicio de la fe, tiene ya claro sentido cristológico. Así pues, la figura de María descrita por Lucas en tal relato es la figura de una mujer que, por vocación divina, abraza un programa de vida de obediencia incondicional, de virginidad consagrada y de oblación de todas sus cosas a la obra de Dios y a la causa de Jesús; es la figura de una mujer que, bajo el impulso de la gracia, promete ser toda de Dios y toda de Jesús, es la figura de una mujer fiel en el momento de la mayor dificultad. Nada extraño, por tanto, que una perspicaz y prestigiosa tradición eclesial haya encontrado en María un modelo de vida consagrada.

c) La figura de María en el relato de la visitación (Lc/01/39-56).

Hay que reconocer que el interés de Lucas es eminentemente cristológico no sólo en el relato de la anunciación del ángel a María, sino también en el relato de la visitación de María a Isabel. Tal valor no eclipsa el importante valor mariológico de la escena. También aquí la mariología se siente honrada de ceder el primer puesto a la cristología. El evangelista Juan hace cristología al relatar que Juan el Bautista se consideraba ante Jesús como "amigo del esposo... que se alegra grandemente al oir la voz del esposo" (Jn 3,29); Lucas propone una cristología semejante (Lc 1,41-44) al relatar que Juan Bautista-niño dio saltos de alegría en el seno de Isabel ante la presencia de Jesús-niño en el seno de María. Mateo hace cristología al relatar que, en el encuentro de Juan Bautista-adulto con Jesús-adulto, el primero decía al segundo: "Soy yo quien debe ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mi?" (Mt 3,14); Lucas propone una cristología semejante al relatar que, en el encuentro entre Juan Bautista en el seno de Isabel, y Jesús en el seno de María, Isabel decía a María: "¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mi?"(Lc 1,43).

Al hacer el análisis de la estructura del relato vimos que tiene dos elementos de inclusión literaria y que el bloque interno está formado por tres partes, la primera de las cuales es el saludo de María. El relato evangélico no precisa el contenido del saludo. El contexto da a entender que es un saludo de alegría. María, que había recibido del ángel un saludo de alegría, se transforma, a su vez en mensajera de gozo y portadora de alegría. Al saludo de María, Juan Bautista exulta de gozo en el seno de su madre (Lc 1, 41-44). Isabel, por su parte, reacciona admirando y alabando la dignidad singular de María. Las alabanzas de Isabel son importantes no porque las proclame Isabel, sino porque las lanza movida por el Espíritu Santo (Lc 1,41); no son las exageraciones de la boca demasiado amable de una pariente; sus alabanzas son el justo reconocimiento de la dignidad de María. Lucas, que precedentemente había subrayado que las palabras del ángel a María estaban respaldadas por el mismo Dios, hace constar también en este caso que las alabanzas de Isabel a María contaban con la plena garantía del Espíritu Santo.

La primera de las alabanzas a María está fundada en una alabanza a Cristo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42). La fórmula de alabanza, por sí sola, no tiene un carácter absoluto; pero el contexto hace pensar que Isabel da a la expresión un valor superlativo totalmente absoluto: María es la bendita entre todas las mujeres de todos los tiempos, como Jesús es el bendito entre todos los frutos de todos los tiempos; María es la más bendita de las mujeres, como Jesús es el más bendito de todos los hijos. El esplendor de la figura de María depende del esplendor de la figura de Jesús. También la segunda alabanza de Isabel tiene una base cristológica: "¡La madre de mi Señor!" (Lc 1,43). La dignidad de María se funda en la dignidad de Jesús. Isabel se declara indigna de ser la destinataria de la visita de una persona de dignidad tan superior. Isabel queda sorprendida ante la humildad y sencillez de María, que, siendo la madre de su Señor y, por tanto, Señora suya, había tenido la amabilidad de tomar la iniciativa de ir a visitarla (Lc 1,43). Isabel dirige a María una tercera alabanza: "¡Bienaventurada!" (Lc I ,45). En los evangelios de la infancia María es la única destinataria de tal aclamación. Con esa alabanza Isabel abre un nuevo filón de loas a María y se convierte en la abanderada de las aclamaciones de todas las generaciones (Lc 1,48).

Isabel dedica a María una cuarta alabanza, que viene a ser como el fundamento de la tercera: "¡La que ha creído!': "la creyente!" (Lc 1,45). Lucas presupone que Isabel, bajo la inspiración del Espíritu Santo, sabía que, mientras que su marido Zacarías, a pesar de su dignidad y religiosidad (Lc 1,6), no había acogido con la debida fe la palabra de Dios (Lc 1,20), María, en cambio, había aceptado con fe total la verdad mucho más sorprendente y maravillosa del mensaje divino a ella destinado (Lc 1,38). Isabel admira y alaba la gigantesca fe de María.

A continuación ofrece Lucas la reacción de María a las palabras de Isabel. El bloque de las exclamaciones de María (Lc 1,46-55) es su respuesta al bloque de las aclamaciones de Isabel. La cascada de elogios de Isabel encuentra una adecuada respuesta en el Magnificat de María. Aunque no podemos detenernos a explicar todos los elementos importantes del cántico de María, hay que poner en evidencia los puntos de mayor interés para nuestro tema.

En el relato de la anunciación, a las alabanzas de ángel y a la descripción de la grandeza del plan de Dios sobre ella, María había dado una respuesta de humildad y total disponibilidad: "He aquí la sierva del Señor" (Lc 1,38a). En el relato de la visitación, las alabanzas de Isabel suscitan en María una reacción fundamentalmente idéntica: "La sierva del Señor" ( Lc 1,48).

María no puede negar la verdad de las afirmaciones de Isabel. Es más, María reconoce que Isabel proclamándola bienaventurada (Lc 1,45), ha abierto un justo cauce a las aclamaciones de todas las generaciones (Lc 1,48). María no puede dejar de reconocerse destinataria de cosas grandes (Lc 1,49). Pero María proclama que todas esas maravillas son obra de Dios (Lc 1,49). La reacción de María ante las alabanzas de Isabel es, ante todo, una explosión de alabanza al Señor: "Proclama mi alma la grandeza del Señor" (Lc 1,46). María recoge la dinámica de alabanza de Isabel y la dirige hacia Dios. Las alabanzas de Isabel no causan en María sentimientos de soberbia, sino que la estimulan en sus anhelos de la gloria de Dios. María canta su profundo agradecimiento a Dios por los dones recibidos. María proclama que la raíz profunda de su gozo está en Dios: "se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador" (Lc 1,47). La respuesta de María a Isabel es un acto de profunda religiosidad y un precioso testimonio de fe en Dios, en el Dios salvador, santo, poderoso, misericordioso, fiel... Esta respuesta nos ayuda a valorar mejor los rasgos proféticos de la figura de María y nos autoriza a considerar a María como modelo de los que oran.

Conviene hacer resaltar otro punto de la respuesta de María. Isabel había insistido en la singularidad de las características de María, había proclamado sus privilegios y la peculiaridad de su dignidad. Pues bien, María, en su respuesta, da mucho relieve a los elementos de fraternidad que unen a todos los destinatarios de la salvación de Dios, a todos los descendientes de Abrahán, a todos los que creen y esperan en la misericordia divina. María reconoce la grandeza de su peculiar elección; pero reconoce al mismo tiempo que todos los miembros del pueblo de Dios son destinatarios de dones maravillosos: la salvación y la misericordia de Dios están al alcance de todos los creyentes. Con sus alabanzas a la dignidad sin par de María, Isabel se había alejado de ella. Sin negar la singularidad de su vocación, María desarrolla el tema de la comunión de todos los llamados a la salvación. De esta manera María, con mucha finura, se acerca a Isabel y se coloca junto a ella como hermana, en la linea de la descendencia de Abrahán.

El relato de la visitación nos revela importantes características de la figura de María. Lucas diseña de nuevo a María con perfil de gran consagrada. El Dios santo, fuente de toda santidad, consagró a María con los dones de su predilección y la bendijo con la más intensa de las bendiciones destinadas a una criatura. La virgen María, por su parte, vivió enteramente consagrada a su servicio: era la dócil sierva del Señor y la fiel pobre de Yavé, que alababa, daba gracias y amaba a Dios con toda su alma.