MEDIACIÓN UNIVERSAL DE MARÍA

La mediación universal de María es decir, su función materna, tanto en la obtención como en la impetración y distribución de todas las gracias, es ciertamente uno de los aspectos más interesantes y actuales de todo el misterio mariano leído en el ámbito de la historia de la salvación. En los últimos sesenta años ha interesado en la iglesia católica a la investigación teológica y a la atención del magisterio, tanto episcopal como pontificio y conciliar; a nivel popular ha polarizado la confianza y la piedad populares hacia la potencia suplicante y la misericordia materna de María, mientras que a nivel oficial es celebrado por la misma liturgia común de la iglesia, a nivel ecuménico ha constituido, y constituye quizá, la temática mariana más saliente e impugnada por los hermanos separados en la difícil confrontación con las posiciones católicas. Desde el comienzo de este siglo hasta hoy, esta temática mariológica ha ido desarrollándose poco a poco, conservando siempre una precisa actualidad, tanto en el aspecto dogmático como en el teológico y pastoral. A este respecto, basta mencionar aquí algunos momentos importantes: la profundización y la sistematización teológica dada al tema entre 1920 y 1940, las peticiones de una definición solemne de la mediación de María presentadas al Vat II, y la doctrina proclamada por el concilio en 1964 a este respecto; Ia celebración en 1978 del II simposio mariológico internacional, relativo todo él al tema de la mediación tal como se lo ve y propone hoy en la iglesia 1. En este estudio pretendemos no solamente presentar la historia, la terminología y los contenidos doctrinales dados por los teólogos y por el magisterio a la cuestión de la mediación, sino principalmente proponer nuevas perspectivas teológicas, apenas indicadas por el Vat II, que pueden responder mejor a las exigencias actuales de nuestra cultura y de nuestra sensibilidad religiosa.

I. La temática teológica de la mediación

1. DESARROLLO HISTÓRICO. Si la doctrina acerca de la mediación de María ha tenido una verdadera sistematización teológica solamente en los últimos sesenta años y, consiguientemente, el titulo de mediadora ha adquirido contenidos doctrinales específicos y precisos, la invocación suplicante a María como expresión de confianza en su protección tiene un origen antiquísimo en la iglesia. A este respecto basta recordar las invocaciones del tropario mariano Sub tuum praesidium, que críticos cualificados hacen remontar al s. III-IV, y que expresa una creencia clara en la intercesión de María madre de Dios: creencia que ha ido precisándose cada vez más bajo el impulso de los padres y doctores de la iglesia y que desde finales del s. VI ha utilizado con significados cada vez más precisos y definidos el título de mediadora. Este título se hace cada vez más frecuente a partir del s. XII, aunque solamente en el s. XVII comienza a enunciar una auténtica tesis doctrinal, apareciendo finalmente en nuestro siglo en obras y artículos relativos a la función materna de María en la intercesión y distribución de gracias.

A partir de 1921, en el marco del proyecto de la iglesia belga para la definición dogmática de la mediación, se desarrolla en torno al tema una amplia y cualificada producción teológica, que irá multiplicándose y cualificándose cada vez más hasta 1950. En 1921, el card. Mercier, arzobispo de Malinas con la colaboración científica litúrgico-teológica de la universidad de Lovaina y con el apoyo del episcopado belga, de todo el clero y de los fieles, así como de las diversas familias religiosas, pidió la aprobación de la misa y del oficio propios en honor de María mediadora y presentó la petición para la definición dogmática de la mediación universal de María. En 1922 Benedicto XV concedió a las diócesis de Bélgica, y a cuantas lo pidieran, la celebración litúrgica de la misa y del oficio, pero no tomó posición acerca de la definición. Los papas sucesivos, hasta Pío Xll, siguieron en esta linea, pero la cuestión teológica de la mediación será luego sustituida por la de la corredención y la asunción, aunque sin perder su carácter orgánico y su actualidad.

En la fase preparatoria del Vat II (1959-1960), trescientas de las respuestas llegadas a la Santa Sede, de obispos, institutos religiosos y universidades católicas sobre los problemas que el concilio debería afrontar, pedían la definición solemne de la mediación universal de María. Esta petición no solamente renueva la presentada antes por Mercier, sino que representa además la síntesis del gran movimiento mediacionista mariano de los últimos ochenta años, que se ha apoyado en la reflexión y sistematización teológica, en competentes intervenciones del magisterio pontificio y episcopal, en la formulación litúrgica de la fiesta y en el desarrollo paralelo de la piedad y devoción populares que expresaban, a veces exageradamente una conciencia y una confianza ilimitadas en la intercesión actual y en la misericordia distribuidora de gracias de la madre de Dios.

El Vat II no pudo tomar en consideración esta petición de definición pero formuló una doctrina clara y segura sobre la mediación de María para todas las gracias de los hombres. Sin embargo, en el movimiento mediacionista conviene hacer una clara distinción entre la profundización y la sistematización teológica y la piedad y actitud populares. En efecto, mientras que la confianza popular en la omnipotencia de María se explaya muchas veces en expresiones devocionales y folcloristas exageradas, la elaboración teológica y las directrices del magisterio mantienen un carácter equilibrado y se fundan cada vez más en los datos de la revelación y en la analogía de fondo con el misterio de la gran misión de Cristo mediador.

2. TERMINOLOGÍA, CONTENIDOS Y ENFOQUE DOCTRINAL. En la teología preconciliar, los teólogos, tomando de santo Tomás la doctrina sobre Cristo mediador, como el que está en medio y tiene la posibilidad de unir entre si a los dos extremos (lll, q. 26, a. 2), aplican a María el titulo de mediadora, en analogía con el titulo de mediador dado por Pablo a Cristo, atribuyendo a ese título el significado de cooperación, bien en la obra redentora objetiva llevada a cabo durante la vida histórica, bien en la aplicación actual de los frutos de la redención (redención subjetiva) mediante la intercesión y la distribución de las gracias. Mas, mientras que Cristo es el único mediador para ambos objetos de la redención, por ser causa principal independiente, autosuficiente y necesaria, María es mediadora como causa secundaria, dependiente, no autosuficiente e hipotéticamente necesaria.

Inicialmente, el titulo de mediadora universal significa la cooperación de María en la impetración y distribución actual de todas las gracias. Este significado especifico lo mantienen todavía hoy algunos teólogos. Para otros, en cambio, la mediación universal de todas las gracias significa, bien la cooperación en la redención objetiva, es decir, en la obtención histórica de la gracia; bien en la redención subjetiva, es decir, en la aplicación actual a los hombres en particular de los frutos de la gracia. En esta segunda acepción, el titulo de mediadora universal se distinguiría sólo nominalmente, y no realmente, del de madre espiritual, madre de la gracia, y la mediación sería sinónimo de la maternidad espiritual de María. En cualquier caso, lo mismo la mediación que la corredención tendrían una sola raíz teológica, la continua cooperación materna de María en la obra salvífica de Cristo, desde la anunciación a la parusía del Señor y un solo fundamento, la unión de la madre con el Hijo a través de la generación humana en la obra histórica y la unión en la gloria a través de la asunción al cielo en la conclusión de la obra escatológica. Mediación y corredención son siempre relativas y sucesivas una a otra, y expresan globalmente los dos momentos fundamentales de la maternidad espiritual de María para con los hombres: la acción para la obtención de la gracia y la de su aplicación a cada uno de los hombres.

a) Respecto a la corredención. Ver MARÍA NUEVA EVA

b) Respecto a la impetración y la distribución de las gracias. Con el título de mediadora universal de todas las gracias se indica claramente en el ámbito católico, expresado también por el magisterio pontificio y por los textos litúrgicos, la misión de María de impetrar de Dios y distribuir a todos los hombres todo tipo de gracias, desde las temporales a las de la salvación eterna. Sin embargo, en cuanto a la naturaleza de tal misión salvífica existen tres interpretaciones. La primera la presenta como causalidad o influjo moral, en el sentido de que los méritos y la intercesión de María mueven a Dios a conceder un favor o a producir la gracia en el alma; de este modo, solamente Dios es causa inmediata de la gracia, y la acción de María es causa mediata. La segunda la presenta como causalidad o influjo físico-instrumental, dispositivo para la gracia: la mediación de María como causa instrumental, o favorecería la disposición de los hombres a la gracia o produciría en ellos un titulo exigitivo de ella. La tercera expresa una causalidad física-instrumental productiva de la gracia, en el sentido de que María es instrumento en las manos de Dios para la efusión y producción de la gracia o de los favores en beneficio de los hombres. Esta tercera interpretación es la que está más en consonancia con la confianza de los fieles católicos; según ella, María es la intercesora más poderosa y la dispensadora más misericordiosa de todas las gracias y para todos los hombres.

Creemos necesario hacer algunas observaciones críticas al término de esta exposición sintética de la terminología, de los contenidos y del enfoque teológico de la cuestión de la mediación antes del Vat II.

1) El gran desarrollo y la sistematización de la mariología en estos últimos sesenta años, casi fuera de los otros sectores de la teología, y el relieve adquirido por la cuestión de la mediación mariana, considerada fuera de la soteriología en su ámbito más completo, han llevado a una enfática amplificación de la problemática mariana, en menoscabo de la cristológica, eclesiológica y pneumatológica. La función materna de María respecto a los hombres casi suplantó la eficacia de la acción salvífica actual de Jesucristo, considerada a veces por los teólogos como una perspectiva explicativa y oblicua de la mariana. Al faltar un tratado eclesiológico profundo acerca de la naturaleza, la misión salvífica y la finalidad de la iglesia, el enfoque teológico de la mediación queda casi siempre privado de toda dimensión y de toda referencia eclesiológica. La pobreza de desarrollo doctrinal a propósito de la persona del Espíritu Santo, situación endémica en la teología latina, ha creado en el lenguaje concerniente a las funciones mediadoras de María una utilización de términos que son de por sí relativos al Espíritu Santo, al cual se le han de atribuir más propiamente como verdadero corredentor, fuente universal de la gracia, paráclito dejado por Cristo a los hombres. Por todas estas carencias fundamentales se produjo un desproporcionado verticalismo mariano, que tuvo su innegable reflejo en la religiosidad popular católica y que encontró una rotunda oposición entre los hermanos separados.

2) La mediación de María es contemplada en analogía con la mediación de Cristo, y a ésta se la entiende exclusivamente como sinónimo de salvación y de redención del mal y del pecado, en la dimensión teológica, indicada por el Génesis y desarrollada en algunos textos de san Pablo, en la cual el hombre, decaído de la gracia por el pecado original, tiene necesidad de un mediador. Por tanto, redimir es la obra histórica del Cristo que rescata al hombre del pecado, obtiene la gracia y sigue aplicando los efectos de la misma a todo hombre, todo lo cual expresa su mediación entre Dios y los hombres. Falta una profundización especifica de todo el mensaje bíblico, mediante la cual analizar y determinar los conceptos teológicos precisos contenidos en los términos mediación, salvación y redención. Es el concepto de mediación el que especialmente hay que precisar en toda la riqueza de sus significados, para poder comprender cómo, aunque analógicamente, existe una enorme distancia entre la acción y los méritos de Cristo y los de María.

3) La misión mediadora de María en favor de los hombres después de su asunción al cielo es presentada más como un don dado cada vez que como acción constante ejercida por María horizontalmente en la vida de los hombres, empeñada en sostener y promover el desarrollo y la santificación de toda la realidad humana dentro de su historia y de su camino.

3. LA DOCTRINA DEL VAT II La cuestión de la mediación de María fue ampliamente discutida y profundizada por los padres conciliares, e incluso fue el punto más debatido de todo el c. Vlll de la Lumen gentium, dedicado a la Virgen. Pero el Vat II, también a propósito de esta temática, tan rica en elaboraciones teológicas y en indicaciones magisteriales y litúrgicas, se mantuvo fiel a su intento pastoral de no formular definiciones dogmáticas y de no interferirse en las cuestiones teológicas todavía debatidas; y, además, teniendo en cuenta las instancias ecuménicas, utilizó una terminología más segura y universal. Por lo que atañe a los contenidos doctrinales, se limitó a enunciar aquellos elementos esenciales, debidamente profundizados, mantenidos por la fe común de la iglesia, proponiendo además verdaderas y propias precisiones teológicas y metodológicas sobre el tema. Por lo que se refiere a la terminología, el c. Vlll omite conscientemente los títulos marianos corrientes de mediadora y corredentora, así como los términos respectivos de mediación y corredención, entendidos en sus diversas acepciones e interpretaciones usuales en la reflexión teológica preconciliar. Se prefiere a ellos títulos como esclava del Señor, hija de Sión, madre del Salvador, socia del Redentor, y la obra de María se expresa como función materna para con los hombres, maternidad en la economía de la gracia, función salvífica subordinada 2. Motivos específicos y convincentes de orden pastoral y ecuménico indujeron al concilio a no utilizar la terminología corriente, pero también la preocupación por dar una doctrina aceptable a todo el pueblo de Dios en términos que no indujeran a equívocos o errores. Acerca de la doctrina, el concilio aporta a la cuestión de la mediación un triple enriquecimiento:

a) Proclamación oficial y solemne de la función materna de María para con los hombres.

La función materna de María para con los hombres es proclamada explícita y repetidamente por el c. Vlll de la LG, ya que ella no es solamente la madre de la cabeza, sino que además ha cooperado con la caridad al nacimiento de los fieles en la iglesia y es verdaderamente madre de los miembros de Cristo. En esta cooperación María no ha sido instrumento pasivo en las manos de Dios, sino que ofreció una aportación responsable y activa a través de un servicio libremente expresado y con fe, esperanza y caridad (LG 53.56). Esta maternidad espiritual de María no se limita a su cooperación histórica, como madre, socia y esclava, a la obra de Cristo, es decir, a la sola obtención de la gracia, sino que perdura sin solución de continuidad también después de su asunción al cielo y hasta la perpetua coronación de los elegidos. Se manifiesta, bien a través de una múltiple intercesión para obtener a los hombres los dones de la salvación eterna, bien a través de la solicitud materna por sus hijos que se encuentran aún en medio de los peligros y los afanes de la vida (LG 61-62). Aunque presenta esta función materna como misión salvífica, el concilio evita conscientemente pronunciarse acerca de la necesidad, física o moral, de la misma por lo que se refiere a la intercesión y la distribución de todas las gracias, y ello tanto para no generar equívocos con la única mediación de Cristo como para no avalar posiciones teológicas todavía en discusión.

b) Criterios interpretativos de tal función.

Acerca de la naturaleza, la finalidad y el alcance de la misión materna de María para con los hombres, el c. Vlll ha indicado criterios doctrinales mediante los cuales la futura investigación y cualquier intento de ulterior profundización deben ilustrar esta verdad que la iglesia no teme reconocer oficialmente. El criterio fundamental lo constituye el enunciado paulino, reafirmado solemnemente por el concilio, de que Cristo es el único mediador entre Dios y el hombre (ITim 2,5-6), por lo cual ninguna criatura puede compararse al Verbo encarnado y redentor, y toda cooperación humana a su obra ha de entenderse como participada y suscitada por aquella única fuente que es la mediación de Cristo 3. Consecuentemente, la función materna de María no disminuye u oscurece la mediación de Cristo, que es única, sino que muestra su eficacia respecto a los hombres (no que la haga eficaz), y en todo caso se la entiende de modo que no quita ni añada nada a la dignidad y eficacia del único mediador. Otro criterio indicado es el que declara que ningún influjo salvífico de María es absolutamente necesario o postulado por la naturaleza de las cosas, sino que nace del beneplácito espontáneo de Dios, brota de los méritos de Cristo, se funda en su (de él) mediación, depende de ésta, está subordinado a él y de él tiene toda su eficacia. Así pues, como cooperación a la obra de Cristo, el influjo de María no ha de entenderse como necesidad entre Cristo y los creyentes, no impide la unión inmediata de los creyentes con él, sino que la facilita y promueve (LG 60.62). La acción materna de María no puede situarse, pues, como escalón intermedio entre Cristo y sus hermanos, sino como potenciación de éstos para que puedan más fácilmente entrar en comunión de vida y salvación con el único mediador. Un último criterio es el que precisa que la función materna de María no es un hecho salvífico único, sino que forma parte de la inmensa y gozosa realidad de la cooperación de las criaturas a la obra salvífica de Cristo, esa cooperación humana que es suscitada y prestada por la mediación del único redentor. De todas formas, la mediación mariana se diferencia de la cooperación de las demás criaturas no en cuanto a la esencia, sino en cuanto al grado y al modo, por lo cual podemos hablar de cooperación eminente y singular (LG 62).

c) La dimensión nueva de la misión de María.

La nueva dimensión que puede brotar del concilio acerca de la cuestión de la mediación mariana la constituye el misterio de la iglesia misma, considerada ya en su difícil camino histórico, ya en su realización escatológica como reino de Dios. En todo caso es cierto que el concilio no pretendió agotar nuestra temática en el ámbito de la obtención y de la aplicación de la gracia, como tampoco quiso tratarla solamente en cuanto problema íntimo y personal de cada hombre particular, sino que quiso abrir una perspectiva más amplia y profunda, a saber: la concerniente a la iglesia entera, entendida como familia y pueblo de Dios, en su relación providencial con María. De esta nueva dimensión presentaremos un adecuado desarrollo en la segunda parte de nuestra exposición.

II. Propuestas de nuevas perspectivas teológico-pastorales

Como lo hemos indicado, el c. Vlll de la LG da un giro a la cuestión de la mediación, tanto por lo que se refiere a la terminología como por lo que respecta a los contenidos y a la metodología, y marca también para el sucesivo magisterio pontificio (cf Pablo Vl, Marialis cultus) y para los teólogos, lo mismo que para los pastores, una perspectiva nueva dentro de la cual considerar la función materna de María en pro de los hombres. Siguiendo esta orientación, en realidad apenas formulada por el concilio, pero ya profundizada en la Marialis cultus, y para salir al encuentro de las exigencias de la sensibilidad teológica actual y de la cultura contemporánea, así como a las actuales exigencias religiosas proponemos aquí a la consideración y a la reflexión un intento de reinterpretación del misterio de Cristo en su cualidad de mediador, salvador y redentor, y una relectura paralela de la cooperación de María. Anticipado en este primer punto, ofreceremos luego una exposición indicativa de nuevas perspectivas para nuestra cuestión, tales como la eclesial, histórico-sociológica y antropológica.

1. MEDIACIÓN, SALVACI0N, REDENCIÓN Y FUNCIÓN MATERNA DE MARÍA.

Ordinariamente, en el lenguaje magisterial, lo mismo pontificio que conciliar, en el litúrgico y en el teológico en general los títulos salvador, mediador y redentor se utilizan casi siempre como sinónimos para indicar la acción que Cristo llevó a cabo durante su vida histórica y que sigue desarrollando como resucitado para la salvación de los hombres. La necesidad y la eficacia de esta acción se lee en la perspectiva salvífica veterotestamentaria, reiterada por algunos pasajes del NT: el hombre, en situación de pecado después de la caída de Adán, está necesitado de gracia y de salvación, solamente Cristo, único posible mediador, puede redimirlo del pecado y de la muerte, y por tanto salvarlo mediante la gracia. Casi nunca esta interpretación se enriquece con otros elementos de la revelación, como los ofrecidos por la línea mesiánico-sapiencial, desarrollada, en último lugar, por Pablo y Juan (cf Ef 1,3-14; Flp 2,5-11; Col 1,13-20; Jn 1,18-18; Ap 22). En ellos, en efecto, aflora un enfoque diverso y más creíble del plan de la salvación y se evidencian nuevos postulados que nos permiten profundizar mejor y precisar los significados y el alcance característico entre los términos de mediador, salvador y redentor atribuidos a Cristo. Ante todo, la distinción entre el proyecto salvífico, que es eterno y solamente divino, y la historia de la salvación, que es en el tiempo y en la creación y en la que entra también la aportación del hombre. Además, la estrechísima relación, en el proyecto y en la historia salvífica, entre el Hijo de Dios y la creación entera; relación que es de causalidad, de finalidad y de esencia, no sólo para el hombre del cual Cristo es imagen, prototipo y vida, sino para toda criatura existente. Finalmente, el Hijo de Dios no es solamente el creador de todo, sino que es también el que posee desde el principio la responsabilidad de conducir al hombre y a la creación a aquella finalidad de salvación y de gloria a que Dios les ha destinado y por las cuales él desde el principio ha intervenido. A la luz de estos elementos neotestamentarios, que en nuestra opinión dan un nuevo enfoque al misterio de Cristo, intentaremos dar una interpretación más exhaustiva de los términos mediación, salvación y redención.

a) Mediación. J/ADAN: En la perspectiva mesiánico-sapiencial del NT, el ser y la obra de Cristo pueden hacer pensar en una mediación de modos y de contenidos múltiples, situados entre la eternidad y el tiempo, entre la naturaleza divina y la humana. En efecto, desde la eternidad se centra en el Verbo de Dios todo el proyecto divino de la creación y de su destino y por medio de él se realiza la misma creación. En el acto creador está el primer momento ontológico y operativo de una mediación del Verbo entre la voluntad creadora de Dios y las criaturas que vienen a la vida por medio de él, en atención a él y subsistiendo en él. En este tipo de mediación él es también prototipo e imagen final del hombre verdadero, puesto que Adán fue proyectado con vistas a él como hombre e hijo de Dios. Desde la creación se le confió al Hijo de Dios la naturaleza entera y la historia de la humanidad, en la cual se introduce con libre elección obediencial, guiándola en su proceso evolutivo e iluminándola en su oscuridad de pecado.

Con la encarnación tiene lugar una nueva forma de mediación, más íntima y más eficaz para la naturaleza y la historia humana, puesto que se convierte en operante desde dentro de la generación humana. En efecto, al hacerse hombre, el Verbo de Dios lleva a la esencia humana a la comunión más profunda con Dios, extendiendo de hecho a todos los hombres la dignidad de hijos de Dios y comunicándoles la riqueza de su Espíritu. Al ascender al cielo lleva la misma naturaleza humana a la gloria de Dios, realizando aquel rostro escatológico del hombre para el cual como punto final, ha sido creada la humanidad. Desde la ascensión hasta el día de su parusía, la mediación de Cristo ha asumido todavía otra nueva forma y un aspecto nuevo: dirige eficazmente la transformación gradual del cosmos y la promoción de la historia como señor, sumo sacerdote y abogado de todas las criaturas. El día de su parusía, cuando Cristo glorioso haya hecho resucitar a todos sus hermanos, glorificándolos a su imagen, y haya puesto a los pies de Dios todo el cosmos transformado y Dios sea todo en todos, también su mediación operativa habrá terminado. Su mediación ontológica no tendrá término: al permanecer hombre-Dios por toda la eternidad, continuará significando la esencia misma de la distinción y de la comunión más perfecta entre Dios y la creación.

b) Salvación. El proyecto divino de la creación entera es ya proyecto salvífico, y la historia de la creación desde el principio, es historia de salvación. El universo entero, comprendida la familia humana, ha sido confiado, para que pueda realizarse en su estadio final, a Cristo salvador como principal agente y responsable, y a la cooperación dependiente de todas las criaturas. Por lo tanto, la salvación no se refiere solamente a los hombres, sino a la creación entera, que tiene un destino escatológico. El proceso histórico de la creación y de la salvación terminará con la parusía final de Cristo, puesto que solamente entonces habrá alcanzado el estadio final y perfecto al que ha sido destinada la creación por obra de aquel que ha sido constituido promotor y salvador desde el principio. Asimismo, por lo que respecta al hombre, la salvación no comienza con la promesa después del pecado, sino en el acto mismo creador de finalidad salvífica, y no se la puede restringir al solo significado de rescate de la situación de pecado y renovación del don de la gracia, ya que ello significaría limitar el concepto de salvación únicamente a la dimensión espiritual, siendo así que debe abarcar a todo el hombre, como individuo y como sociedad, como naturaleza y como historia, abrazando todas sus dimensiones: esencial y existencial, antropológica y espiritual, histórica y sociológica. Adán, ya antes, y por tanto sin el pecado original, no estaba completamente salvado, porque no había alcanzado aún su imagen definitiva representada por Cristo glorificado.

SV/3-ELEMENTOS-FMS: El concepto pleno de la salvación humana comprende por lo menos tres elementos fundamentales: liberación, promoción y comunión. Liberación del pecado y de todas sus consecuencias, por lo que se refiere a la esfera espiritual; de los límites y condicionamientos de su cuerpo y de su alma racional, por lo que se refiere a la esfera antropológica, de las involuciones, distorsiones y envilecimientos producidos por su historia y por su organización comunitaria, por lo que se refiere a su esfera histórica y sociológica. Promoción, o sea, desarrollo de todas sus capacidades y dotes naturales, psicofísicas y espirituales, y de toda su potencialidad individual y social. Comunión, o sea, la unión del hombre con Dios, unión que, a través de las diversas y graduales elevaciones de la gracia, lleva finalmente al hombre a aquella unión total con la vida misma de Dios constituida por la gloria.

Solamente Cristo realiza la salvación humana en esta totalidad de significados. En efecto, como Hijo de Dios, desde el acto de la creación del hombre hasta el momento en que él mismo se hace hombre, ha dejado sentir su arcana presencia guiando y potenciando hacia el acontecimiento salvífico de la encarnación la vida y la historia humana haciéndose hombre, viviendo los límites de la vida humana, sufriendo, obedeciendo y muriendo, resucitando y ascendiendo a la gloria, realizó desde dentro de la humanidad todo el camino de la salvación, con la ascensión al cielo, en espera del día glorioso y glorificador, perpetúa, mediante una presencia sacramental, en la iglesia y por medio de la iglesia, en la historia su obra salvífica en favor de sus hermanos. En esta ininterrumpida y múltiple obra salvífica de Verbo de Dios, Señor y Salvador, Cristo ha suscitado siempre y continúa suscitando entre los hombres una cooperación humana secundaria a la obra salvífica de Dios, que de algún modo les hace copartícipes de su salvación y de la salvación del cosmos. Así considerada, la salvación expresa todo el arco histórico de la mediación operativa de Cristo y se identifica en cuanto a los contenidos con ella. Pero mientras que la mediación tiene un aspecto ontológico que es eterno, es decir, antes del tiempo y después de la parusía, la salvación es una realidad encerrada en el ámbito de la creación y de la historia y determina sus significados. Tiene un principio y un fin, mientras que la mediación permanece eterna.

c) Redención. Considerada en el vasto concepto de la salvación y de su historia, la redención expresa un significado específico y subraya un sector de la misma bien definido. En todo caso, se realiza completamente: en el arco histórico de la vida de Cristo, entre el momento de la encarnación y el de la ascensión al cielo, constituyendo así el aspecto más significativo y restringido de su gran obra de mediación. La redención entendida como rescate de la humanidad de la situación de pecado, producida por la caída de Adán y que afecta a todo hombre que de él desciende, y como renovación esencial de la comunión entre Dios y la humanidad a través de la gracia, es el centro mismo de la mediación, pero de contornos y significados bien delimitados: se refiere solamente a los hombres. Cristo, nuevo Adán, a través de la obediencia a Dios en toda Ia situación y la parábola de su vida humana histórica, rescata a todos los hombres de este estado de pecado originario y hace que fluya hacia ellos esa gracia de Dios que santifica, restablece la armonía de relación entre el Padre y los hijos, existente ya en el momento de la creación, y realiza ya en su propia persona como primicias y signo eficaz, aquella gloria a la cual todos los hombres están llamados en virtud de la obra redentora de Cristo. Este modo radical de la salvación humana de la situación de pecado ha sido realizado totalmente por el Cristo histórico con toda la realidad de la vida y condición humanas, desde la concepción hasta la muerte, resurrección y ascensión al cielo. En efecto, cada uno de estos momentos asume para los fines de la redención humana un significado y una finalidad verdaderamente emblemáticos y exhaustivos. Serán solamente los efectos de esta redención los que se apliquen a todos los hombres hasta el fin de los tiempos, pero la redención en cuanto tal ya ha sido llevada a cabo.

J/OBEDIENCIA/QUE-ES: En el concepto teológico más común, la esencia de la redención es percibida en su significado jurídico de rescate. Cristo, padeciendo y muriendo en la cruz, pagó con su sangre y su vida el rescate por el pecado del hombre, por lo cual todo el valor formal de esta obra suya, es decir toda su eficacia, se expresa en el momento de la pasión y de la muerte. Nosotros no negamos que estos momentos hayan de considerarse emblemáticos de la redención humana; pero no solos, ni como precio de rescate. Es toda la realidad humana la que comporta la encarnación, la que tiene un significado redentor, y, en ella, es la obediencia, como afirma san Pablo, el verdadero elemento formal (Flp/02/05-11); obediencia entendida como libre opción del Hijo de realizar hasta el sufrimiento extremo y la humillación de la muerte infamante, en la historia y por parte de los hombres, el proyecto eterno del Padre. Si la pasión y la muerte son verdaderamente significativas del compromiso de tal obediencia no lo es menos la voluntaria opción de abismar la naturaleza divina en la condición humana de los siervos y de vivir su vida en todas sus expresiones. Como para la salvación, así para la redención, Cristo suscita entre los hombres una cooperación diversa y participada. En esta cooperación destaca, como la más eminente y singular, la expresada por María, madre y socia del Redentor y madre de todos los hombres.

d) Función materna de María.

Creemos justa la afirmación del Vat II según la cual ninguna criatura puede ser comparada con "el Verbo encarnado y redentor" (LG 62), especialmente si se entiende en la plenitud de significados y de extensión de su acción mediadora, que antes hemos expuesto. La función materna de María para con los hombres, o sea, todos los aspectos de su acción mediadora, se ha de contar siempre y en todo caso entre las cooperaciones humanas suscitadas por Cristo y dependientes de él, y limitarla a la obra salvífica y redentora que se ha desarrollado y sigue desarrollándose desde el momento de la encarnación hasta el último día de la parusía gloriosa. En la trayectoria completa de la salvación, María, aunque prevista en el proyecto eterno y vaticinada a lo largo de los siglos desde el paraíso terrenal, se convierte en realidad operante y eficiente desde el momento de su consentimiento expresado en el acontecimiento salvífico de la anunciación. Con ese consentimiento se convierte en persona activa y responsable en las manos de Dios para una cooperación eminente y singular a la obra salvífica y redentora de Cristo (LC 55.56.61), cooperación que también después de la asunción al cielo continúa expresándose a través de una múltiple intercesión para la salvación de todos los hermanos de su Hijo. Sin embargo, no puede indicarse ninguna cooperación suya en el sector de la salvación que va desde el momento de la creación al de la encarnación, y nada nos puede hacer pensar en un influjo suyo específico y directo en la salvación del cosmos. Estimamos que el ámbito más específico para leer en todo su significado teológico la función materna de María para con los hombres es el de la redención; ya sea como madre, ya como socia del Redentor, María cooperó verdaderamente a que los hombres fuesen liberados de la esclavitud del pecado y tuviesen abierta la vía de la salvación. Comprometida consciente y responsablemente en los principales momentos de la vida histórica y de la obra del Redentor, y expresando con fe, amor, servicio y obediencia una íntima cooperación de criatura a la salvación, verdaderamente puede ser llamada madre de los hombres. Título y compromiso que María conserva también después de la asunción a la gloria del cielo, con la impetración y la distribución de las gracias para la salvación de los hermanos de su Hijo y con la solicitud materna con la cual les asiste mientras recorren esta vida llena de peligros, de afanes y de desgracias.

Sin embargo, su aportación actual a la salvación humana va mucho más allá de todo eso. Se extiende a todas aquellas formas de desarrollo y promoción antropológica, social y eclesial que llevan al hombre a realizarse íntegramente como hijo de Dios y a la iglesia a concretarse como pueblo y familia de Dios. Función materna ésta que no se expresa solamente como asistencia de lo alto, sino sobre todo como presencia, fuerza, guía materna dentro de la humanidad en su camino histórico hacia su propio destino final. De todas formas, estamos con el Vat II, el cual, aunque no trató sistemáticamente y ex profeso los temas de la mediación, de la salvación y de la redención realizadas por Cristo, al presentar la cooperación de María la encuadró en la historia de la salvación, es decir, en el misterio de Cristo salvador y redentor, y de la iglesia, sacramento de salvación y redención. Y, con el fin de perseguir la verdad y evitar interpretaciones equivocadas, ha preferido llamar a la obra de María función materna de María para con los hombres más que mediación; cooperación a la redención más que corredención; dando a María los títulos de socia del Redentor, madre de los hombres y madre de la gracia más que los títulos —que podrían prestarse a interpretaciones ambiguas— de mediadora y corredentora.

2. NUEVAS PERSPECTIVAS TEOLÓGICO-PASTORALES. Para que el misterio de la función materna de María en el ámbito de la historia de la salvación y de la redención humanas conserve y exprese eficazmente, también para el mundo contemporáneo, su actualidad e interés, es necesario releerlo en aquellas nuevas perspectivas que brotan de la profundización teológica del misterio de la iglesia, de las instancias de la teología antropológica y de la exigencia de las ciencias humanas e históricas de nuestro tiempo, recogidas ya en el c. Vlll de la LG, e interpretadas y' explicitadas más ampliamente por Pablo Vl en la Marialis cultus. Estas perspectivas, que no sustituyen, sino que integran y actualizan las de la mariología tradicional, se pueden reducir a tres: la perspectiva eclesiológica, la perspectiva histórico-sociológica y la perspectiva antropológica. Ellas representan el intento teológico más reciente de interpretar textos marianos del NT, Y se proponen el fin pastoral de hacer más creíble y comprometido con la madre de los hombres el sentido religioso de los fieles.

a) Perspectiva eclesiológica. La función materna de María en favor de los hombres se puede leer en clave eclesiológica, porque María desde el origen de su misterio es miembro de la iglesia. No solamente miembro inicial y perfecto, sino miembro que ha desarrollado y sigue desarrollando también hoy, hasta el fin de los tiempos, una función materna en la iglesia y para la iglesia, entendida como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y reino de Dios. En efecto con su colaboración histórica a la obra de Cristo y con su actual cooperación a su acción salvífica, María ha desarrollado y desarrolla una misión materna para que la iglesia se desenvuelva en su camino histórico y se realice en su cumplimiento escatológico. Y esto no sólo por la intercesión y la distribución de las gracias y por la solicitud materna hacia los necesitados y las necesidades temporales de los diversos individuos humanos y miembros de la iglesia, sino porque María como madre ejercita un eficaz influjo operativo sobre la iglesia en cuanto tal, ya sea como figura y modelo de la iglesia histórica, ya en cuanto imagen y comienzo de la iglesia escatológica.

M/I: La primera relación que une a María con la iglesia histórica es la tipológica de la maternidad virginal, porque "en el misterio de la iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la bienaventurada virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre" (LC 63). Como figura de la iglesia en la maternidad virginal, María está, pues, unida y operante en ésta no sólo ideal sino realmente, y la iglesia se realiza en su vocación en la medida en que reproduce a María. De esta unión en la vocación brotan lazos de ejemplaridad que hacen de María un modelo perenne del comportamiento moral y religioso de la iglesia como familia de Dios, de su afán de conformidad con el rostro de Cristo, de su continuo dinamismo y renovación en el apostolado de la evangelización (LG 65; Evangelii nuntiandi 82). Es también con el ejemplo y la ayuda que le viene de la maternidad de María como la iglesia —madre— puede realizar esa comunión universal que una a sus distintas familias separadas y divididas por contingencias históricas y por divergencias doctrinales (LG 69).

El otro aspecto que une a María a la iglesia, que ilumina y hace posible la maternidad actual de María para con los hombres y que da un significado a la iglesia escatológica es el de su asunción y glorificacIón al cielo. En efecto, María, asunta y glorificada en cuerpo y alma al cielo, tiene un significado e indica una finalidad verdaderamente eclesial. Con ella da comienzo la futura iglesia escatológica en toda la perfección de su gloria, por lo cual la asunción representa la imagen realizada y perfecta de la iglesia que deberá realizarse. Para la iglesia todavía en camino hacia la parusía del Señor y en medio de las dificultades y calamidades de la vida y de la historia, María glorificada y elevada al lado del Señor resucitado está en la posibilidad ontológica de ejercitar una maternidad verdadera y universal para con todos los vivientes y constituye para ellos el signo de una esperanza segura para su propia gloria y de consuelo en los peligros y los afanes de la vida (LG 68). Justamente, pues, la iglesia la venera como a su madre amantísima; y porque experimenta su influjo salvífico continuo, la venera con especial culto y actitud de devoción. Por todas estas múltiples expresiones de su función materna en favor de los hombres y de la iglesia, Pablo Vl proclamó a María "madre de la iglesia" el mismo día en que proclamaba ante el concilio la gran constitución sobre la iglesia, o sea, la Lumen gentium. Auguremos, pues, que cuanto antes esta perspectiva eclesiológica de ia función materna de María pase a ser, de propuesta teológica conocida por pocos, convicción profunda del pueblo de Dios y tenga eficacia pastoral.

b) Perspectiva histórico-sociológica. Es también el c. VIII de la LG el que da la pista y el punto de partida para considerar la función materna de María, a partir de su manifestación histórica hasta su actual explicitación, en una perspectiva socio-histórica de la humanidad. En él, en efecto, el concilio, abandonando la exposición especulativa y sistemática de la mariología preconciliar, interpreta y expone todo el misterio de María siguiendo el parámetro histórico de la sucesión de los acontecimientos salvíficos y socio-religiosos, tal como son narrados por la Escritura. María es así presentada como personaje histórico que interpreta la historia humana como historia de la salvación, aportándole evidentes influjos de desarrollo y coordinación. Su figura, apenas bosquejada en los orígenes de la humanidad, se irá evidenciando en los anuncios mesiánicos de los profetas como la virgen que concebirá y dará a luz al mesías. En su persona histórica, de hecho, se realizarán luego todos aquellos valores de la comunidad mesiánica que indicaban los profetas más recientes, simbólica y colectivamente, como hija de Sión, por lo cual Lucas ve en ella a la verdadera "hija de Sión" (cf Lc 1,28-38), en la cual se concluirán los tiempos de la espera y de la esperanza y se abrirán los tiempos de la realización de las promesas. Todo el camino de la historia humana confluye en su persona.

M/HIJA-DE-SION: También bajo el perfil sociológico María, hija de Sión, adquiere un significado emblemático: ella es la última expresión del pueblo de Dios de la antigua alianza, y la primera y perfecta realización del nuevo y universal pueblo de Dios. En todos los acontecimientos mesiánicos de su vida manifiesta María un significado histórico y sociológico que involucra a la humanidad entera del suyo y de todos los tiempos. Indicamos algunos a modo de ejemplo.

La encarnación. En este acontecimiento fundamental de su vida y de su función materna, María es una persona que hace la historia y le imprime un giro importante. A nivel de su persona, la historia de Dios cruza y se identifica con la de las criaturas y da a su historia significados y finalidades nuevas que trascienden el tiempo y lo humano. La maternidad divina tiene también un significado social, ya que con ella María expresa la participación del pueblo elegido y de la familia humana entera haciendo de mediadora. También el episodio de la adoración de los pastores y de Ios magos implica un significado histórico-sociológico de la misión materna de María para con los hombres. Ella, en efecto, aparece así como la testigo y la garantía de que ha nacido el Salvador y de que la salvación no es solamente para los pastores (iglesia de los judíos), sino también para los magos (iglesia de los gentiles), por lo cual las antiguas promesas de Dios se ensanchan desde la sociedad cerrada y privilegiada de los judíos a la universal de todas las gentes. Sumamente significativo es también el cántico del Magnificat. Éste nos muestra cómo María no solamente hace sino que también lee y escribe la historia. El anuncio de la verificación de las promesas divinas de salvación hechas a los antiguos padres es fruto de reflexión que brota de la experiencia vivida de los acontecimientos y de un agudo análisis de los signos de los tiempos. Además, María indica también las modalidades históricas y sociales en las cuales Dios culmina su proyecto: destruye las esperanzas de los ricos y los poderosos y realiza su salvación con los pobres y los humildes, entre los cuales se cuenta ella. En esta indicación hay todo el aspecto de una contestación serena y objetiva de aquellos valores que los hombres de todos los tiempos y todos los lugares prefieren y exaltan, como el poder, la riqueza, la fuerza y la gloria. En efecto, esta proclamación, más que limitarse a la mentalidad de su tiempo y a las condiciones sociales de su patria, tiene el valor de un juicio de carácter perenne y universal. Tampoco hoy puede ser otra la actitud de la madre de los hombres frente a su diversa e injusta condición social, mientras coopera con Cristo en la realización histórica del reino de Dios sobre la tierra. Por último, nos parece significativo e importante también el episodio de pentecostés. Con la presencia y la oración de María, y bajo el influjo del Espíritu Santo, se realiza la iglesia, primero con un pequeño grupo de hombres y luego con la afluencia de todas las gentes. Con pentecostés, el testimonio y la misión iniciales de María se convierten en testimonio y misión de toda la iglesia.

Estos pocos episodios de la vida histórica de María, leídos en clave histórico-sociológica, se nos antojan suficientes para comprender que la función materna de María iniciada ya en la historia, también hoy ha de interpretarse en función histórico-sociológica en beneficio de los hombres. Esta perspectiva no se ha de aplicar solamente al momento de la vida terrena, sino a toda la misión materna, también a la que hoy continúa desarrollando en pro de los hombres. Los hombres no tienen solamente problemas religiosos; deben elevar y promover su historia, su desarrollo, y han de construir una nueva sociedad más justa y de características universales. Una verdadera función materna para con los hombres no puede prescindir de tal perspectiva humana, y creemos que los datos de la revelación ofrecen indicios suficientes para ese desarrollo teológico.

c) Perspectiva antropológica de lo femenino. Esta perspectiva nueva para la función de María respecto a los hombres tiene por raíces las temáticas fundamentales de la teología antropológica. Entre esas temáticas destacan hoy la de la teología de la liberación, que considera al hombre en la realidad concreta de su vida cotidiana, y su cooperación a la salvación en el compromiso histórico por la liberación humana de toda forma de opresión, de marginación, de involución psicológica o sexual, racial o clasista, económica o religiosa; y la de la teología feminista, sector de la teología de la liberación, que afronta el problema de lo femenino e interpreta la salvación para la mujer como autoliberación de todo condicionamiento y opresión de índole cultural y social, para realizar una completa unidad con el hombre en la figura de Cristo y una plena colaboración con él en la vida de la sociedad y de la iglesia. En este nuevo y difícil camino de la teología no faltan intentos de relacionar la figura y la misión de María con la promoción de lo femenino, ya sea en el campo civil, ya en el eclesiástico, pero denotan la perplejidad de las novedades difíciles de interpretar. Sin embargo, el magisterio de Pablo Vl ha dado su autorizado apoyo tanto a la problemática de lo femenino en general como a la de la relación de María y la mujer hoy. Si bien el Vat II utilizó el criterio antropológico para ilustrar el misterio de María, se debe a la Marialis cultus, de Pablo Vl, el que ese criterio haya sido explicitado y relacionado directamente con las problemáticas femeninas del mundo contemporáneo. Siguiendo la orientación dada por este reciente magisterio e interpretando algunos textos neotestamentarios a la luz de esta teología, intentaremos hacer una exposición de la función materna de María para con los hombres y las nuevas instancias antropológicas de lo femenino.

M/VALORES-FEMENINOS: Releyendo hoy los textos marianos de Mateo, Lucas y Juan, María se nos presenta no sólo en calidad de madre del Salvador, que desarrolla en la historia de la salvación una precisa función materna para con Cristo, sino también como una persona femenina, decididamente equilibrada y autónoma, que realiza en si los dones carismáticos del Espíritu y las cualidades individuales de la conciencia y la responsabilidad. Ella es una criatura femenina, que en esta síntesis admirable de valores se dispone libremente a servir a los otros, que es también obediencia al proyecto contemplado de Dios. Sus palabras, expresadas en la anunciación y en el Magnificat, reflejan una identidad personal precisa y una conciencia autónoma y responsable, que la llevan a comprometerse por encima de cualquier condicionamiento de época y de ambiente. Toda su vida y todos los momentos cruciales de su misión dan testimonio de su autonomía en cuanto persona humana. Su pronta disponibilidad a la voluntad de Dios y su compromiso concreto al lado de Cristo no son signos de pasividad o debilidad femenina, o solamente expresiones normales de sensibilidad materna, sino la aportación de una mujer que comprende que debe prestar cooperación a la obra del Salvador y Redentor. En efecto, en la historia de la redención, María renueva con Cristo aquella unidad del ser humano por la cual Dios, al crear al hombre, quiso hacerlo varón y hembra, pero único. Justamente algunos padres de la iglesia atribuyen a la pareja Adán-Eva la responsabilidad del pecado y a la pareja Cristo-María la obra de la redención, como a principios unificados de acción y de responsabilidad humanas. María, pues, como esposa, madre y compañera, pero principalmente como mujer, es la primera que realiza todo el paradigma de la dignidad femenina, y en la obra que todavía desarrolla por la humanidad le indica a la mujer y a su misión en la historia el verdadero camino de liberación y promoción humanas.

FEMINISMO/M: Hoy las mujeres reivindican, lo mismo en el campo del trabajo que en el eclesiástico, los derechos y deberes que les permitan ser reconocidas como elementos constitutivos del ser y de la acción humana. La teología feminista ha hecho ya suya esta problemática, pero es toda la teología la que se debe sentir implicada y ha de profundizar la función de María para con los hombres, canalizándola hacia la situación femenina más especifica. El feminismo entraña significados que no pueden atribuirse a un hecho de moda, sino a un signo del Espíritu, como acontecimiento de salvación. María, para las instancias del mundo actual, más que un símbolo abstracto e ideal, contrapuesto o que engloba todo género de reivindicaciones femeninas, puede significar, por lo que ha realizado en su vida, un modelo concreto de la dignidad y del comportamiento femenino en el cumplimiento de la voluntad de Dios, una ayuda, por cuanto hace hoy, que media desde dentro de la feminidad en el rescate de la mujer de toda forma de prejuicio o de servidumbre.

Conclusión

El desarrollo de la problemática teológica —desde 1920-21 hasta hoy— a propósito de la mediación de María por los hombres en relación con las gracias, ha seguido en estos tres cuartos de siglo las variaciones metodológicas y de contenido experimentadas en el campo general de la teología y ha sufrido un profundo proceso de revisión por parte del Vat II. Si la teología preconciliar, esencialista y sistemática, consideró la mediación de María principalmente en una perspectiva vertical con finalidades salvíficas sobrenaturales, o sea, relativas a la adquisición, impetración y distribución de todas las gracias encaminadas a la escatología del hombre, Ia posconciliar, más existencialista e histórico-salvífica, con sus instancias eclesiales, histórico-sociológicas y antropológicas, ha querido y quiere considerar la función materna de María en pro de los hombres en una linea también horizontal y humana, que abarque toda la gama de su ser y de su obrar antes de llegar a la gloria futura. Justamente el concilio ha dado indicaciones para que la función materna de María no llegue a restringirse, solamente en términos de cooperación, a la adquisición, la intercesión y distribución de todas las gracias, y menos aún a los términos afectivos y sentimentales de solicitud materna por los necesitados y por las carencias individuales o familiares de los hombres. Debe expresar todo tipo de influjo salvífico ejercitado por María desde el tiempo de su vida histórica hasta la parusía del Señor: su continuo compromiso por la realización de la iglesia, su asistencia y su guía para el rescate de la historia del hombre y de la sociedad humana de toda forma de proceso de involución y de degradación, su ejemplo y su ayuda para la promoción y liberación de todo el ser humano, varón o hembra, de toda situación de opresión, servidumbre y prejuicio. Las últimas instancias de la mariología contemporánea se mueven en esta linea y ofrecen una presentación más creíble y aceptable para la religiosidad de hoy de la misión perenne de María en pro de los hombres.

S. MEO
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1304-1319

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NOTAS:

1 Este simposio, organizado por la Pont. Fac. Teológica "Maríanum", tuvo por tema "La función de María en el hoy de la iglesia y del mundo". Participaron en él los más importantes mariólogos de todo el mundo. Las actas fueron publicadas por la misma Facultad en 1979, por Ediciones 'Marianum' con el mismo titulo del simposio

2 Una sola vez se encuentra el titulo mediadora, pero junto con los de abogada, auxiliadora, socorredora, con el significado que les dieron los padres de la iglesia, y no en la acepción dada por los teólogos estos últimos años.

3 Cf LG 62. Falta, sin embargo, una precisión del concepto de mediación. El concilio evita profundizar este concepto mediante una adecuada exégesis de los textos paulinos, y se tiene la impresión de que se le presenta como sinónimo de salvación y de redención; más aún, que expresa un aspecto particular de éstas. Por lo tanto, a este propósito el concilio no da ningún paso nuevo en relación a la teología del tiempo.