MARÍA LA MUJER CREYENTE

 

1. La fe hoy

Antes aún de que Jesús anunciase al mundo las bienaventuranzas, María fue solemnemente proclamada bienaventurada por Isabel con ocasión de su visita a la pariente lejana: "Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que le han dicho de parte del Señor" (Lc 1,45).

Así pues, la fe es la nota más caracteristica de la actitud espiritual de María, que la abrió a la acción de Dios y permitió que el proyecto de Dios se realizara en ella y, por medio de ella, en todos nosotros. Cristo es esencialmente el fruto de esa fe paradójica y heroica, que es don y conquista al mismo tiempo.

1. DIFICULTAD DE CREER.

FE/DIFICIL Creer no ha sido nunca fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras: creer significa enfrentarse con una realidad que nos trasciende; más aún, que nos invita también a trascendernos. Todo esto podía ser en parte también fácil cuando el sentido de lo divino impregnaba a los hombres, cuando la sociedad estaba tradicionalmente imbuida de valores religiosos; pero ahora que el hombre de la edad tecnológica y de las conquistas espaciales ha descubierto la embriaguez del dominio sobre las cosas y sobre los mismos mecanismos de la vida, tiene la clara sensación de haberse convertido él mismo en la medida de todas las cosas. La fe, más que una cosa absurda, se presenta hoy como una cosa inútil. Quizá aquí está precisamente la diferencia entre la secularización generalizada de hoy y la incredulidad de otros tiempos.

2. NECESIDAD DE CREER.

CREER/NECESIDAD: Por otra parte, el hombre moderno, más que en el pasado, se siente atormentado por la necesidad de creer, ya que todas las realizaciones del progreso van poniendo cada vez más de manifiesto su pobreza y su precariedad, dejando sin solucionar los problemas de fondo de la existencia. En efecto, precisamente debido al progreso, la humanidad dispone hoy por primera vez de instrumentos de autodestrucción total; el bienestar tan difundido y tan anhelado por todos crea una cadena de necesidades artificiales que son incapaces de resolver los recursos económicos de los diversos países. De aquí el sentimiento de frustración en muchísimos de nuestros contemporáneos, sobre todo en los jóvenes, que habían creído en el mito de un bienestar sin fin y de una fácil satisfacción de todos los deseos, incluso de los más superficiales y hasta de los más vulgares. Efectivamente, en este punto se pierde el sentido mismo de la vida que, reducida a la única dimensión de lo material, no encuentra ya justificación más que en el suicidio o en la evasión de los paraísos artificiales de la droga, o en la agresión y en la violencia para derribar las estructuras sociales, consideradas como responsables de esta situación de fracaso. A no ser que se vuelva a descubrir la dimensión espiritual del existir, que da una nueva significatividad a las cosas.

Así pues, precisamente lo que parecía ser el enemigo de la fe, es decir, la autosuficiencia del hombre moderno llegado a la edad adulta, vuelve a ser un factor favorable. Precisamente debido a la hermosísima prisión que se ha construido con sus propias manos, el hombre siente la necesidad urgente de liberarse de sí mismo y de autotrascenderse para confiar su destino a unas manos más seguras y para comprender el significado mismo de las realizaciones de su inteligencia. De aquí el notable despertar religioso que destacan las estadísticas, tanto en occidente como en los países del este.

3. EJEMPLARIDAD DE LA FE DE MARÍA.

M/FE: Para una recuperación del sentido de la fe y para su inserción concreta en la vida de cada día, dejándose guiar exclusivamente por la iniciativa de Dios, resulta ejemplar la experiencia espiritual de María. Más que cualquiera de nosotros, ella se encontró frente al carácter casi absurdo de la fe. Si el hombre de hoy tiene sus propias dificultades para creer por las razones que acabamos de señalar, mayores fueron las dificultades que encontró María por razones totalmente distintas. Su ejemplo es significativo para todos nosotros. Por otra parte, lo que fue María incluso simplemente como mujer, es exclusivamente fruto de su fe; por eso es evidente en ella lo que puede producir la fe aun en términos de crecimiento humano. La fe no mortifica, sino que hace más grande todavía lo que es meramente humano. Por eso mismo todas las personas deberían desear al menos creer: precisamente para ser más hombres.

II. María, "la creyente" en el NT

M/ANUNCIACION: Una simple lectura, aunque rápida, del NT pone de relieve la fe de María. Sobre todo los evangelios de Lucas y de Juan son significativos en este sentido. De manera especial en lo que se refiere a Lucas, damos por descontado que su llamado Evangelio de la infancia corresponde más a intenciones teológicas que a pretensiones rigurosamente históricas; pero es esto precisamente lo que hace todavía más precioso su escrito, ya que nos transmite así su fe y la de su comunidad sobre el misterio de María.

1. LA FE DE MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN Según el evangelio de Lucas, María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe. Ya las primeras palabras del ángel, que no son tanto un saludo como una descripción de su ser delante de Dios, la sumergen en la fe: "Salve, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28).

Su turbación ante este saludo; (v. 29) es la turbación de quien se ve como invitado a interpretarse y a leerse de manera distinta de como se ha interpretado siempre. La expresión llena de gracia, según el tenor del texto original, tiene que entenderse: Tú, que hasta ahora has sido siempre objeto de benevolencia, de amor por parte de Dios. Y esta opción amorosa no es de ahora, sino de siempre; en efecto, el participio perfecto griego que aquí se utiliza: (kejaritoméne) sirve para significar un gesto de amor que no comienza ahora, sino que tiene sus orígenes en la eternidad de Dios. Adónde conduce esta elección divina es algo que se dirá en los versiculos siguientes, en los que se preanuncia su divina maternidad. Pero entretanto María se ve invitada a autocomprenderse en esta nueva dimensión ontológica, que tanto la sorprende hasta perturbarla. Sólo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel dice que ella es en el plan de Dios: el misterio, podríamos decir, antes que de Dios, parte de ella misma, en cuanto situada de una forma nueva. que antes ni siquiera se sospechaba, delante de él. Pero es sobre todo la continuación del diálogo con el ángel lo que la sumerge en el misterio más denso. Es su maternidad mesiánico-divina, que le anuncia el ángel, la que la lleva fuera de las posibilidades normales de los seres humanos: "Deja de temer, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor le dará el trono de David, su padre, reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (/Lc/01/26-38).

A pesar de toda la reelaboración teológica del evangelista, creo que no se puede negar que aquí se presenta a María la maternidad del mesías, tal como había sido predicha por el profeta Natán (2Sam 7,1; cf también Is 9,6), con acentuados caracteres divinos ("será llamado Hijo del Altísimo"): algo que difícilmente María, dada la humilde consideración que tenía de sí misma, podía ni siquiera plantearse como hipótesis. Además, resulta más difícil pensar en algo por el estilo si se considera su actual posición de mujer que, aunque desposada con José (cf 1,27), de hecho, por un motivo o por otro no intentaba usar del matrimonio. "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34). Si Dios no la orienta hacia otras opciones, que en todo caso sería preciso que le aclarase, su maternidad resulta humanamente imposible.

Pero es precisamente el camino de esta imposibilidad el que Dios elige, para demostrar que en realidad todo le es posible, como dirá el ángel al final de su mensaje (cf v. 37). De este modo la fe se convierte en la única actitud espiritual que permite a María convivir con su propio misterio: una opción libre de la virginidad que, por la voluntad y el poder del Altísimo, se convertirá en fuente de vida. Se trata de un prodigio mucho más grande que el que se verificó en Isabel, que, a pesar de ser estéril, engendraría a Juan Bautista por la vía normal de la relación conyugal.

Además, en el caso de María la provocación de la fe no se detiene aquí: su maternidad es divina no solamente por ser virginal, es decir, sin concurso de varón, sino sobre todo porque el hijo que nacerá de ella es el mismo Hijo de Dios. Aquí el misterio es mucho más grande. Sin embargo, es éste precisamente el sentido de las palabras del ángel, al menos en la reinterpretación del evangelista: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).

Las últimas expresiones quieren subrayar la naturaleza divina de Jesús, motivándola por el hecho de que incluso biológicamente su ser deriva del poder del Espíritu que se presenta aquí, junto con María, como el principio generador de Cristo. ¿Cómo habría podido ser Hijo de Dios un hombre que hubiera tenido un padre terreno? En este punto queda claro que la fe se convierte para María en la única medida para aferrar no sólo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha hecho no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos. Por esto el ángel Ie había dicho: "Le pondrás por nombre Jesús" (Lc 1,31), con referencia a su misión de salvación implícita en el nombre; en efecto, Jesús significa Dios es salvación. Mientras se le ofrece ese Hijo, al mismo tiempo se le expropia, como resultará claramente por la continuación del evangelio.

Las palabras con que María da su asentimiento al anuncio del ángel dicen la consciente aceptación de su función de mujer creyente, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están más allá de la medida que la inteligencia, el equilibrio y el sentido común pueden de alguna manera penetrar e incluso controlar: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1,38). Ciertamente, estamos aquí ante una confesión de humildad, pero sobre todo ante una confianza total en la palabra de Dios que, precisamente porque no encontrará el más mínimo obstáculo o una sombra de vacilación en el corazón de María, se convertirá de manera absoluta en palabra creadora. M/FIAT-CREADOR: Efectivamente, no son pocos los estudiosos que ven en el fiat de María una analogía como el fiat de la creación. La nueva creación comienza con un gesto y una actitud de fe paradójica; aquí Dios envuelve plenamente a María para la obra nueva que está para iniciar, mientras que "al principio" (cf Gén 1,1) actuó solamente su palabra todopoderosa.

2. EN EL NACIMIENTO DE JESÚS.

J/NACIMIENTO: Todos los demás acontecimientos de la vida de María pueden comprenderse tan sólo a la luz de la fe, que le hace palpar el sentido de las cosas y el signo de la presencia de Dios incluso en donde, humanamente, podía parecer que no había ningún sentido o que Dios se había ocultado de alguna manera. Pensemos en el nacimiento de Jesús en las condiciones tan precarias que nos describe Lucas: nace fuera de su casa, con ocasión de un censo que obliga a María y a José a desplazarse fatigosamente de Nazaret a Belén de Judá, lugar de origen de la estirpe davídica. de la que descendía José: "Mientras estaban allí, se cumplió el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc/02/06-07).

Esta extrema pobreza, ¿no era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel había anunciado el nacimiento del mesías, un mesías tan pobre que ni siquiera tenía casa propia y que recibía tan sólo el homenaje de unos humildes pastores? ¿En qué consiste entonces ese reino que había mencionado el ángel? (cf Lc 1,32-33). ¿No se habría engañado ella al interpretar esas palabras?

La indicación que añade Lucas en este punto de su relato es significativa de la actitud de María, que considera los acontecimientos con ojos de fe, pero también críticamente: ella quiere comprender lo que se esconde en ellos. Las apariencias parecen desmentir su fe; pero la densidad más profunda de las cosas la mueve a creer incluso más fuertemente: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (/Lc/02/19).

Esta meditación de María no era ni mucho menos intimista y tranquilizante, sino una búsqueda tormentosa del sentido de los acontecimientos, que ella se empeña en explorar porque está segura de que Dios no puede haberla engañado ni puede decepcionarla.

3. EN LA PÉRDIDA DE JESÚS EN EL TEMPLO

J/PERDIDO-TEMPLO: Lo mismo hay que decir también sobre el episodio de Jesús que a los doce años, es decir, al comienzo de su madurez religiosa, va al templo para la pascua y luego no regresa a casa con sus padres, sino que se queda en Jerusalén sin saberlo ellos; cuando su madre le expresa sus sentimientos, responde casi reprochándole por su afanosa búsqueda; ¿no se trata acaso de un desafío a la fe de María'? "¿Por qué me buscabais'? ¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi Padre'?" (Lc/02/49). Lucas añade aquí expresamente que "ellos no comprendieron lo que les decía" (v. 50). María se está dando cuenta de que aquel Hijo no entra ya en sus esquemas. Pero está acostumbrada a dejarse guiar por la fe, que, precisamente por impulsar siempre más allá, obliga a no detenerse nunca, a que no se la considere como un objeto que se pueda poseer o dominar de alguna forma. Por eso se rinde a la provocación de Dios, pero al mismo tiempo se pregunta por el sentido de las cosas, intentando penetrar en ellas. Su fe es una fe dramática.

Por eso Lucas anota aquí por segunda vez, después de decirnos que Jesús volvió a Nazaret y que "les estaba sumiso", que "su madre guardaba todas estas cosas en su corazón" (/Lc/02/51). Todo la desconcierta: ¿cómo compaginar esta sumisión tierna y afectuosa de Jesús con la autonomía que poco antes había reivindicado para sí a fin de atender a "las cosas de su Padre"? María se mueve en la oscuridad del misterio.

4. EN OTROS EPISODIOS.

Sobre todo en su vida pública Jesús subrayará repetidas veces esta autonomía respecto a su madre. Y esto por un doble motivo. El primero para reivindicar la primacía absoluta de su Padre celestial, recortando el papel de la madre; no olvidemos lo que nos recordaba anteriormente Lucas,. o sea, que Jesús es verdaderamente el fruto del Espíritu antes de ser el fruto del seno de María (cf Lc 1,42). El segundo motivo podríamos decir que es de orden pedagógico precisamente respecto a su madre: educarla en una dimensión de fe cada vez más profunda, precisamente porque los caminos a través de los cuales lo va a conducir el Padre son caminos nunca recorridos e imprevisibles, que una madre, aunque sea de la grandeza espiritual de María, no querría que recorriera nunca su hijo. Lucas tiene en este aspecto dos episodios muy significativos. El primero es común a los tres sinópticos (cf /Mt/12/48-50; /Mc/03/31-35); es el episodio de los parientes de Jesús que quieren librarlo de la agitación de las turbas: "Su madre y sus hermanos llegaron adonde Jesús y no podían acercarse a él a causa de la multitud, y se lo anunciaron: "Tu madre y tus hermanos están ahí fuera v quieren verte". Mas él respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen"(/Lc/08/19-21).

El segundo episodio es exclusivo de Lucas y nos describe el sentimiento de admiración de una mujer del pueblo al oír hablar a Jesús: "Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron". Pero él le dijo: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican" (/Lc/11/27-28). En ambos episodios Jesús insiste en su alejamiento de los lazos de parentesco que lo intentan encerrar en la lógica exclusiva o al menos preeminente de la carne y la sangre, mientras que exalta una nueva forma de parentesco en donde el elemento de agregación es la atención dócil a la palabra de Dios. No es esto ciertamente renegar de la función de María en su vida, sino la exaltación de su fe y una invitación a profundizar cada vez más. No hay limite para la fe de nadie, ni siquiera para la de la madre de Jesús: ¡la fe requeriría también de ella mucho más!

Aquellas paradojas que María había cantado en el Magníficat y que ponen a prueba la fe más robusta valían no sólo para el momento en que ella explota en la alegría de su cántico, sino que seguirían siendo válidas para toda su vida y la vida de su Hijo: "Ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha levantado a los humildes" (/Lc/01/52). Cristo conquistó su realeza únicamente cuando se dejó clavar en la cruz. Pero no es fácil aceptar estas paradojas, sobre todo cuando nos afectan en primera persona. También María tuvo que penar para vivir la atormentada teología de la fe, expresada por ella tan admirablemente en el himno del Magnificat.

5. EN EL EVANGELIO DE JUAN.

Juan confirma plenamente el mensaje de Lucas sobre la fe de María. Sea cual fuere la interpretación que haya que dar del episodio de las bodas de Caná, lo cierto es que todo él se sostiene sobre la fe de María. No tendría sentido, fuera de una solicitación de fe, su alusión preocupada a la situación de apuro de aquellos esposos, aun cuando no se la quiera entender como súplica: "No tienen vino" (Jn 2,4). De una manera o de otra, es un intento de implicar al Hijo en aquel problema. Sobre todo las palabras que dirige a los sirvientes: "Haced lo que él os diga" (v. 5), se mueven en una perspectiva de fe; ella está segura de que Jesús hará algún gesto o dirá alguna palabra que cambie la situación. Está además el episodio de María al pie de la cruz, con la densidad de significado teológico que intenta darle Juan, poniendo de nuevo en evidencia la fe de María.

En Juan esta fe destaca de una doble manera: primero, porque sólo él nos habla de la presencia de María al pie de la cruz, en donde la fe de los discípulos y ciertamente también la de María —se ve sometida a la prueba más dura; y en segundo: lugar, porque si aquellas palabras de Jesús moribundo: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,27), significan y expresan la universal "maternidad espiritual" de María, como opinan muchos exegetas, María se ve invitada aquí a ensanchar los horizontes de su fe mucho más allá de la persona del Hijo moribundo, que sólo en apariencia parece ser el vencido, mientras que en realidad es el verdadero vencedor. Su corazón, en este mundo, se ve invitado a abrirse al mundo entero, con fe plena en las palabras testamentarias del Hijo.

III. María, peregrina en la fe según el Vat II

En la linea de estas estimulantes sugerencias de la Escritura se mueve la reflexión teológica de la Lumen gentium en el c. VIII, dedicado por completo a la figura de María, vista "en el misterio de Cristo y de la iglesia". Como no había ocurrido en ningún otro documento conciliar precedente, se ha intentado captar el misterio de María en lo vivo de su historia, releída en el contexto de fe de la iglesia.

1. ITINERARIO DE FE.

Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de manifiesto su constante y radical confianza en Dios, de forma que parece que, a pesar de ser todo él fruto de la gracia, es al mismo tiempo: obra de la colaboración propia de María al proyecto de Dios. Escribe el concilio, comentando las palabras de la anunciación: "De este modo María, hija de Adán, consintiendo en la palabra divina, se convirtió en madre de Jesús y, abrazando con toda su alma y sin peso alguno de pecado la voluntad salvífica de Dios, se consagró por completo como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios todopoderoso. Con razón, pues, piensan los santos padres que María no fue un instrumento meramente pasivo en manos de Dios, sino que cooperó a la salvación del hombre con fe y obediencia libres. En efecto, como dice san Ireneo, "obedeciendo se hizo causa de salvación para sí misma y para todo el género humano". Por eso no pocos padres antiguos afirman de buen grado con él en su predicación que "el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María, que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad lo desató la virgen María mediante su fe" (LG 56).

Todo el peso de este texto me parece que consiste en la afirmación de la libre y consciente cooperación de María en la obra de la encarnación y de la redención; aun habiendo sido prevenida por Dios, no fue ni mucho menos un instrumento meramente pasivo en sus manos. La analogía con la figura de Eva hace ver su plenitud de responsabilidad; lo mismo que no hubo ningún fatalismo en la caída, tampoco pudo haber ningún fatalismo en la redención, que pasa por el asentimiento libre de María.

M/CORREDENTORA: Más tarde, describiendo las no fáciles relaciones de María con su Hijo durante su vida pública, cuando él parece renunciar a los estrechos lazos humanos que lo vinculan con su madre, o por lo menos trascenderlos (cf Mc 3.35; Lc 11,27-28), el texto conciliar comenta: "Así avanzó también la santísima Virgen en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo de pie (cf Jn 19,25), sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con entrañas maternales a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). También aquí es fácil ver cómo el concilio pone de relieve la dolorosa colaboración de María en el plano de la redención; ella se encuentra ante situaciones totalmente imprevistas, cuya racionalidad no le es dado comprender humanamente fuera de la convicción profunda de que Dios lleva hacia adelante, a través de esos itinerarios imprevistos, su designio de salvación.

2. MARÍA, MODELO DE FE DE LA IGLESIA.

M/TIPO-DE-LA-I: El tema de la fe de María vuelve a ser recogido en la Lumen gentium cuando se nos presenta como inserta en el misterio de la iglesia, de la que es el miembro más excelente, pero al mismo tiempo el tipo y el modelo según la feliz expresión de san Ambrosio. Pero es modelo sobre todo por las actitudes de fe, de esperanza y de caridad con que animó toda su existencia; estas actitudes son las únicas que permiten en ella la verificación de una situación única, es decir, la de una virginidad fecunda. Todo esto se reproduce de algún modo misteriosamente también en la iglesia, sobre todo en virtud de la fe, que exige fecundidad e integridad al mismo tiempo. Efectivamente, "la iglesia, al contemplar la arcana santidad de María, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, por medio de la palabra de Dios, acogida con fidelidad, se convierte también en madre, ya que con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen, que guarda íntegra y pura la fe prometida al Esposo y, a imitación de la madre de su Señor, con la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente íntegra la fe, sólida la esperanza, sincera la caridad" (LG 64).

Esta analogía entre María y la iglesia es importante por el papel fundamental que en ella representa la fe: María no habría podido nunca convertirse en tipo y modelo de la iglesia, a no ser por la fe paradójica que la guió en todos los instantes de su vida. Sólo la fe hizo posible su maternidad virginal, que nos ha dado a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre al mismo tiempo.

IV. Actualizaciones

Las últimas consideraciones nos abren ya el camino a unas rápidas reflexiones sobre la actualidad que encierra este mensaje.

— a) La fe de María fue una fe difícil, como ya hemos dicho. Si es verdad que Dios hizo en ella "cosas grandes" (Lc 1,49), no debemos olvidar que también ella estuvo plenamente a la altura de la tarea que le había sido confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a su maternidad divina y virginal al mismo tiempo como a la capacidad de convivir permanentemente con el misterio. MISTERIO/ACEPTACION: Yo vería una analogía entre nuestra fe y la de María precisamente en la dificultad de convivir con el misterio, pero por razones completamente distintas de las de María. Nuestra dificultad de creer hoy, como indicábamos al principio de esta exposición, se ve sometida a prueba ante el hecho de que el misterio no parece tener ya ningún espacio en nuestra cultura tecnológica; todo queda reducido a la medida de lo programable y de lo verificable. Precisamente por eso es necesario realizar un esfuerzo continuo por penetrar más allá de las cosas, incluso de las programadas, para leer sus significados más profundos. El sentido del misterio radica precisamente en la capacidad que tienen las cosas de remitir a algo que las trasciende para el que está disponible en la fe.

— b) La fe de María se ve siempre puesta en discusión, comienza continuamente de nuevo, no es nunca definitiva; muy atinadamente dijo el concilio que María "avanzó en la peregrinación de la fe" (LG 58). Es cierto. por ejemplo, que el episodio de Jesús en el templo a la edad de doce años puso en crisis las relaciones de la madre con su Hijo: María tiene que aprender a verlo bajo otra luz. Ese Hijo le pertenece, pero sobre todo pertenece a Dios.

FE/SEGURIDAD/ENEMIGA: También nosotros tenemos necesidad de ponernos continuamente en discusión; para cada problema hay siempre una respuesta diversificada, que solamente puede darse si nos ponemos a escuchar atentamente la palabra de Dios y las solicitaciones que nos vienen de los acontecimientos de la historia. Una fe inquebrantable, como la de María, no se identifica ni mucho menos con una fe segura. Más aún, la seguridad excesiva es normalmente enemiga de la fe, porque es más bien confianza en la propia forma de valorar las cosas que abandono a lo imprevisible siempre nuevo de Dios.

— c) Por último, me gustaría señalar otra característica de la fe de María; la fe aferra "todo su ser" de tal manera que su existir, incluso simplemente humano, y su obrar no serían comprensibles fuera de la fe. Pensemos en su maternidad fuera de esta perspectiva de fe o bien en su difícil convivencia con su Hijo, en sus relaciones con José,. en su estar (cf Jn 19,25) al pie de ia cruz.

En María no se dan la mujer y la creyente, sino sólo la mujer creyente; no se trata de dos realidades separables en ella. Todo lo que es, incluso en el aspecto puramente humano, nace de su fe. Si es "la bendita entre las mujeres, como la saluda Isabel (Lc/01/42-45), lo es no porque biológicamente sea "la madre de Dios", sino sobre todo porque tuvo el coraje de creer lo increíble (cf Lc 1,45). Su plena realización humana tiene lugar por la fuerza de su fe. Este aspecto de la fe de María es sumamente actual, sobre todo hoy que los cristianos sienten la tentación de dividirse en dos, relegando la fe a la intimidad de la conciencia. En este punto la fe se convierte tan sólo en algo más, en definitiva, en algo superfluo: no logra animar toda la existencia y la actuación del cristiano, no le hace ser más hombre, no le permite captar lo invisible en lo visible. María nos enseña a encarnar la fe en la vida, a hacer que sea sobrenatural todo acontecimiento normalísimo de nuestra existencia y de la de los demás.

S. Cipriani
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 511-519